—¿Me lo prometes?
—¿Ni siquiera puedo contárselo a mi marido?
—trató de engatusarlo Sungmin—. Podría obligarle a jurar...
—Ni siquiera a él.
Sungmin suspiró.
—Sí, lo prometo.
Sungmin asintió, pero tomó un sorbo de té,
preguntándose por dónde empezar. Quizá por sus padres...
—Mi padre era Park Joonki, cuarto conde de Sungkyunkwan
de Kettering.
—Santo Dios, ¿no era el aristócrata que a
principios de este año murió por un disparo de...? —Min enmudeció,
sonrojándose intensamente.
Leeteuk se inclinó para darle unas
palmaditas en la mano.
—No pasa nada, y al parecer es del dominio
público. Sí, mi madre le disparó. Aunque no era su intención. Sólo estaba muy
furiosa con él porque era jugador. Acababa de perder el resto de su fortuna,
¿sabes? Incluida nuestra casa. Y todo por una estúpida partida de naipes.
—¿De modo que ése fue el motivo?
—Sí. Y mi madre sufrió una conmoción tan
fuerte por haberle matado, en lugar de limitarse a herirle para castigarle,
como pretendía, que retrocedió para alejarse de él, horrorizada, y cayó por la
ventana que había a su espalda. Sigo creyendo que yo podía haber evitado su
muerte si hubiera corrido a la planta alta en cuanto empezaron los gritos.
Ahora fue el turno de Sungmin de darle unas
palmaditas.
—Es
casi imposible interrumpir una discusión acalorada. Los que intervienen suelen
hacer caso omiso de todo lo que les rodea.
—Lo sé. —Leeteuk suspiró—. Mis padres jamás
discutían delante del servicio, y sin embargo había por lo menos siete de ellos
frente a la puerta de su dormitorio, que estaba abierta, escuchándolo todo con
avidez e impidiéndome entrar, uno incluso me sujetó, advirtiéndome que en ese
momento no había que molestarles.
Y entonces sonó el
disparo...
—Es terriblemente trágico. Oh, querido, lo
llamaron “La tragedia”, ¿verdad?
—Sí —dijo Leeteuk, dando un respingo al oír
aquella palabra—. Y mi padre había perdido realmente toda la fortuna familiar.
El bastardo que ganó la partida de cartas vino incluso a desahuciarnos de la
casa a mi hermana y a mí pocos días después de los funerales.
—Bastardo, dices bien —confirmó Sungmin,
enfadado por el trato que había recibido su amigo—. ¿Quién es? Me gustaría
presentarle a mi tío Hyukjae.
Leeteuk sonrió débilmente.
—Ojalá lo supiera. Pero en aquel momento
estaba demasiado afectado para memorizar su nombre.
—Pobrecito mío —dijo Sungmin, sinceramente
afectado—. No me extraña que hicieras lo que hiciste.
—No fue por eso, Min —corrigió Leeteuk—.
Todavía nos quedaba un pariente a quien recurrir, la hermana de mi madre, la
tía Sora. Es una mujer encantadora, muy dulce... a quien tú conoces.
—Oh, Dios mío —exclamó Sungmin, en cuanto
la identificó—. ¿Era tu tía, la mujer del hotel?
—Sí, ella y mi hermana están en la ciudad,
han venido a pasar unos días y hacer unas compras... y no saben lo que he
hecho. Tuve que mentirles también a ellas. Creen que me alojo aquí en Londres
con un amigo que está enfermo.
Sungmin se reclinó en su asiento,
frunciendo la frente.
—Ahora me has dejado totalmente confundido.
—Lo siento, no tenía que haberme ido por
las ramas. Tras la muerte de mis padres, mi hermana Inyoung y yo fuimos a vivir
con nuestra tía, y ella se alegró mucho de ello. Todo habría ido bien, tenía
que haber ido bien, si el marido de mi tía, Dongyup, hubiera tenido un poco más
de carácter.
—¿Era un canalla?
—En realidad no, al parecer sólo tenía un
carácter débil. Debes saber que procede de una buena familia, pero no
acaudalada. Incluso la casa en que vivían pertenecía a mi familia. Mi madre
nunca entendió por qué Sora se había casado con él, pero lo hizo, y puedo
añadir que han vivido felizmente todos estos años... y ella no sabe lo
ocurrido. Conseguimos ocultárselo.
—¿Otro jugador, pues?
—Eso fue lo que pensé al principio, cuando
encontré a Dongyup llorando ante una botella de licor, considerando la
posibilidad de suicidarse. Siempre ha trabajado para mantener a su mujer,
¿sabes?, y durante muchos años tuvo un buen empleo. Pero lo perdió. Y eso lo
dejó tan destrozado que desde entonces no lograba conservar ningún trabajo. Si
hubiera intentado olvidar el fracaso y seguir adelante... Pero supongo que
había perdido la confianza en sí mismo.
—Le faltó carácter, como has dicho —dijo
hoscamente.
—Es lo que parecía. Pero seguían viviendo
como si nada hubiera ocurrido. Incluso
nos acogieron a mi hermana y a mí, aun cuando no podían permitírselo. Las
deudas siguieron acumulándose. No entraba dinero, no había ahorros para
hacerles frente ni nadie más a quien pedir prestado. Todas esas posibilidades
se habían agotado. Y había llegado a un punto en que los acreedores iban a
quedarse con la casa de mi tía al cabo de sólo tres días si Dongyup no saldaba
su deudas inmediatamente.
Sungmin suspiró.
—Supongo que lo persuadiste para que no se
suicidara, ¿verdad? No sé si yo lo habría intentado.
—¿Aun cuando eso sólo hubiera empeorado las
cosas, al menos para mi tía? Ella no sabía lo mala que era la situación y que
estaba a punto de perder su casa. Todos íbamos a encontrarnos en la calle, sin
ningún lugar adonde ir ni nadie a quien acudir... y al cabo de sólo tres días.
Si Dongyup hubiera dicho algo antes, tal vez me habría quedado tiempo para
encontrar un marido rico. Pero tres días no eran suficiente.
—No; se necesita un poco más que eso
—coincidió Sungmin—. A menos que ya te estén cortejando. Supongo que no era tu
caso.
—No —replicó Leeteuk—. Yo aún estaba de
luto, y en una ciudad nueva. No había conocido a ningún hombre elegible. Y Dongyup
no se codeaba con la aristocracia. Ni tampoco conocía a nadie a quien
proponérselo. Ni siquiera había tiempo para que yo encontrara un empleo, en
caso de que hubiese alguno por el que pagaran lo suficiente para mantenernos a
todos. Además, debía tener en cuenta a mi hermana. Sólo tiene doce años y está
bajo mi responsabilidad.
—¿Y por eso se te ocurrió la idea de
ofrecerte en pública subasta? —fue la conclusión de Sungmin.
Leeteuk se echó a reír.
—¿Yo? No tenía la menor idea que esas cosas
se hicieran.
Sungmin sonrió.
—No, supongo que no. ¿Entonces fue tu tío
quien lo sugirió?
Leeteuk negó con la cabeza.
—En realidad no. Esa noche estaba tan
embriagado que incluso desvariaba un poco. Mencionó a un amigo suyo que se
había visto ante la misma situación, pero cuya hija había salvado a la familia
vendiéndose a un viejo verde que prefería a las vírgenes. Después mencionó que
algunos hombres pagarían por un nuevo amante si era “inocente”, siempre que sus
amigos aún no lo hubieran descubierto.
—No puedo creer que hablara de esas cosas
contigo —dijo Sungmin, estupefacto.
—Estoy seguro de
que no lo habría hecho de haber estado sobrio, pero ciertamente no lo estaba. Y
era una solución, cuando yo no pensaba que existiera ninguna. Pero en ese
momento me encontraba tan conmocionado por toda la situación que no creo que
pensara con mucha más claridad que él. En cualquier caso, le pregunté si
conocía a alguien dispuesto a pagar por conseguir un nuevo amante. No conocía a
nadie, pero dijo que sabía de un lugar frecuentado por ricos aristócratas donde
podría presentarme para recibir ofertas.
Sungmin frunció el entrecejo.
—Eso no me suena como si hablara de una
subasta.
—A mí tampoco, entonces —reconoció Leeteuk—.No
tenía ni idea de que lo sería ni de que el lugar fuese una casa de mala
reputación. Pero ya había aceptado y me habían dejado en aquella casa. Y aún
seguía pareciéndome la única manera de que Dongyup saldara sus deudas en el
poco tiempo que le habían concedido. Es indudable que Dongyup no tenía forma de
reunir una cantidad de dinero tan considerable. Ya casi había agotado todas sus
opciones. Su solución hubiera sido suicidarse para no tener que decirle a mi
tía que estaban a punto de perderlo todo. Y yo tenía que pensar en mi hermana.
No quería que perdiera su oportunidad de hacer un buen matrimonio algún día.
Nada de aquello era culpa suya.
—Tampoco era culpa tuya.
—No, pero yo era el único que podía hacer
algo al respecto. Y por eso hice lo que hice. El resultado no ha sido tan malo,
Min. Soy muy feliz con Kangin.
—Lo amas, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces cásate con él.
—No. Renuncié a mis opciones de casarme
cuando me subieron a aquella mesa en una habitación llena de caballeros y me
subastaron al mejor postor.
—Kangin no debe
pensar lo mismo, si te ha pedido que te cases con él —señaló Sungmin.
—Kangin olvida cómo me conoció. Pero yo no
lo olvidaré nunca. Y él ha tenido más tiempo para pensarlo y ha recuperado el
buen juicio. No ha vuelto a pedírmelo.
—Estúpidas reglas sociales —casi gruñó Sungmin—.
No tienen derecho a gobernar nuestras vidas como lo hacen.
Leeteuk sonrió.
—¿Olvidas que tú no estarías ahora casado
con tu Kyuhyun si esas reglas no hubieran gobernado tu vida?
Sungmin carraspeó.
—Tienes razón.
Era una tradición del clan de los Kim reunirse
en SM durante las fiestas navideñas. Kangin solía quedarse una o dos semanas,
como la mayoría de la familia, y aquel año no tenía planes de hacer otra cosa.
Pero como iba a estar fuera todo ese tiempo, se llevó a Leeteuk consigo. No a SM,
naturalmente, aunque deseaba con toda su alma haber podido hacerlo.
Le habría gustado mostrarle al joven los
jardines donde se había criado, presentarlo al resto de su familia, besarlo
bajo el muérdago que colgaba sobre la entrada de la sala de estar cada Navidad.
Pero nada de eso
era posible... o al menos no lo era hasta que Leeteuk accediera a casarse con
él, y ciertamente, Kangin no había abandonado aún la idea. Simplemente,
esperaba el momento adecuado, aguardaba la ocasión idónea para volver a
plantearle el tema. Y esperaba que entonces Leeteuk no se escabullera con
evasivas.
Por eso lo instaló en un agradable albergue
cercano, donde podía visitarlo cada día. Pero la situación no le gustaba. Y eso
lo ponía de mal humor. Se preguntaba si era ésa la razón de que Min le diera
una patada en la espinilla nada más llegar. No, Min no había tenido tiempo de
advertir que él estaba melancólico. Además, era muy propio de Min darle patadas
sin razón, el muy... y sin darle explicaciones.
Acudieron Taemin y Yunho, de regreso de su
luna de miel. Los recién casados parecían radiantes de felicidad. Eso sólo
contribuyó a agravar el sufrimiento de Kangin.
Para alejar su mente de sus problemas, Kangin
intentó adivinar quién era la amante fija de su padre. Pero resultó una tarea
imposible. En SM había demasiada gente, siendo tan grande, que vivían allí
desde que él tenía uso de razón. Lo único que podía hacer era preguntárselo
directamente a su padre. Pero era difícil encontrarlo a solas, con la casa
ocupada por la familia al completo.
Sin embargo, lo consiguió al tercer día de
su estancia. Shindong había madrugado, y Kangin volvía de pasar la noche con Leeteuk.
Se encontraron en las escaleras. Kangin, cansado —el tiempo que había pasado
con Leeteuk no lo había dedicado a dormir—, estuvo a punto de soltarle la
pregunta en cuanto lo vio, pero eso habría sido obrar con poco tacto. En su
lugar le pidió que hablaran a solas, y siguió a su padre hasta su estudio.
Era tan temprano que aún no habían
descorrido las cortinas. Lo hizo Shindong, mientras Kangin se dejaba caer pesadamente
en uno de los sillones que había junto al escritorio.
Al final se lo espetó de golpe igualmente.
—¿Quién es la amante que has mantenido
aquí todos estos años?
Shindong se detuvo, de camino a su
escritorio.
—¿Cómo dices?
Kangin sonrió.
—No intentes disimular. Sé de buena fuente
que tu amante vive aquí mismo, en SM, contigo. ¿Quién es?
—No es asunto tuyo —dijo Shindong,
envarándose—. ¿Y cuál es esa buena fuente?
—Shinyoung.
—¡Condenada mujer! —estalló Shindong —. Me
juró que no te lo contaría.
Kangin estaba demasiado cansado para captar
la importancia del comentario de su padre.
—No creo que fuera su intención —concedió—.
La sorprendí con su amante, ¿comprendes? Y estuve a punto de estrangularle.
Al oírlo, Shindong parpadeó y luego estalló
en carcajadas. Sin embargo, al cabo de unos segundos tosió y adoptó una
expresión tolerante.
—¿Lo dejaste marchar? —preguntó.
—Oh, sí. No habría sido deportivo acabar
con un tipo tan insignificante. Pero entonces no lo pensé. Lo que ocurrió fue
que Shinyoung me detuvo cuando empezó a gritar que tú también tenías una
amante. Creo que le pareció necesario defender su posición con esa golosina,
cargando sobre tus hombros la culpa de que ella te fuera infiel. Afirmó que ni
siquiera consumasteis el matrimonio. Dios, eso fue una gran sorpresa.
A esas alturas, Shindong ya se estaba
ruborizando.
—Creí haberlo dejado claro cuando informé
a la familia de que iba a divorciarme.
—Dijiste que nunca habíais sido un
verdadero matrimonio, pero no creí que fuera tan poco convencional. Es decir,
en todos estos años, ¿ni siquiera una vez? Pero Shinyoung señaló que tú nunca dormías
solo, desde el principio. Y eso es lo que me trae loco de curiosidad: tenías
una amante todo este tiempo, y al parecer, la misma. Es un tiempo increíblemente
largo para mantener relaciones con una mujer, por lo menos con una que no es tu esposa. ¿Quién es?
—Repito: no es asunto tuyo.
Kangin suspiró. Shindong tenía razón, por
supuesto, en realidad sólo era asunto
suyo y de nadie más. Kangin deseó que su padre pensase lo mismo respecto a la
vida privada de su hijo, pero por desgracia, Shindong siempre se implicaba en
las actividades personales de Kangin, al menos cuando él no las mantenía en
secreto. Y eso hizo en aquel momento.
—Hablando de amantes, ¿en qué diantre
estabas pensando, cuando llevaste al tuya a cenar a casa de tu primo? —exigió
saber Shindong.
Kangin se puso en pie de un brinco,
ofendido. Maldición, no esperaba que las tornas se volvieran contra él en aquel
tema. Se sintió traicionado.
—¿Quién te lo ha dicho? ¿El tío Hyukjae?
¿El tío Siwon?
—Tranquilízate. Ya deberías saber que mis
hermanos jamás me dicen nada que yo no deba saber. Sin embargo, he hablado con Hyukjae.
Estaba preocupado porque te veía demasiado apegado a ese chico, pero no quiso
decirme por qué estaba preocupado. Y no mencionó la cena.
—¿Entonces cómo...?
—Me lo dijo mi ayuda de cámara, que
mantiene relaciones con la doncella de Donghae, quien oyó a Hyukjae comentándolo
con su esposo. Y Hyukjae ni siquiera le dijo a su esposo que acababa de cenar
con tu amante. Por lo que yo sé, todavía no lo sabe. Lo único que mencionaron
fue el nombre del chico, que tú mismo me diste, por si lo has olvidado. Así
pues, ¿es o no es el joven primo de Changmin ?
Kangin dio un respingo. Evidentemente, su
padre ya había imaginado que era él, y eso explicaba más de la mitad de su
actual disgusto.
—No es él —le aseguró Kangin—. A Minho se
le ocurrió la idea cuando Min nos encontró con Leeteuk en las carreras. Verás, Min
ya lo conocía y había decidido que serían amigos a primera vista. Minho sólo
intentaba ahorrarle a Min—a todos nosotros, en realidad— una situación
embarazosa.
—¿Por qué demonios quería Min ser amigo de
un joven así?
Kangin se ofendió al punto.
—Quizá porque no es así.
Shindong suspiró y se sentó al otro lado de
su escritorio.
—No te sulfures, calma esos ánimos, ya
sabes a qué me refiero —masculló.
Kangin también suspiró. Lo sabía. Pero en
ese momento estaba un poco susceptible en todo lo referente a Leeteuk. El amor
y las emociones que le despertaba eran nuevas para él. Y hasta ahora, no le
parecían nada agradables.
Deseaba poder compartir aquello con su
padre. Pero no quería alarmar a Shindong más de lo que ya estaba, diciéndole
que había encontrado a la persona con quien quería casarse. Eso no sería muy
bien recibido en aquel preciso instante. En su lugar, intentó explicarse.
—El problema es que Leeteuk parece un joven
señor, se comporta como uno, incluso habla como uno. Casi todo el tiempo
resulta condenadamente difícil acordarse de que no es de familia noble.
—¿Estás seguro de que no lo es?
Aquélla no era la primera vez que se lo
preguntaban. Y le obligó a hacer una pausa, igual que antes. Después de todo,
¿qué sabía realmente de Leeteuk, apañe de lo que él misma le había contado?
Pero él no le mentiría, ¿verdad? No, Leeteuk no. Estaba convencido —bueno, casi convencido—
de eso.
Pero una sombra de duda lo obligó a
reconocer:
—Sólo sé lo que me ha contado, que no es
mucho, pero no tiene motivos para mentirme. Y teniendo en cuenta cómo lo
conseguí...
—Sí, sí, supongo que tienes razón. Pero
todavía no me has explicado por qué lo llevaste a cenar a casa de tu primo. Eso
fue pasarse de la raya, jovencito.
—Lo sé, pero Min insistió hasta la
exasperación, y bueno, mientras pensara que Leeteuk era primo de Changmin, no
creí que fuera a perjudicarle. Y le dijimos a Min que Leeteuk se volvía al
campo y no podrían mantener su amistad. Así debería haber terminado todo sin
daño alguno. Y de hecho, ése fue el fin. Min
no ha vuelto a verlo, ni lo verá. —Al menos hasta que me case con él,
pensó.
Pero no añadió la última frase. Y su padre
no se había ablandado lo suficiente.
—¿No te estás encariñando demasiado con ese
chico?
Kangin casi se echó a reír.
—¿Y tú me lo preguntas, cuando llevas
manteniendo a una amante... cuánto tiempo? ¿Más de veinte años?
Shindong se ruborizó intensamente.
—Acepto tu observación. Pero no hagas ninguna
tontería con relación a ese chico.
¿Ninguna tontería? ¿Como enamorarse de él y
querer convertirlo en su esposp? Demasiado tarde.
El día de Nochebuena, Kangin volvió a
pedirle a Leeteuk que se casara con él. Abandonó temprano la reunión familiar
para ir con él. Le insistió en que tomara vino. Lo sedujo con docenas de
regalitos, detalles tontos que le hicieron reír, como un sombrero con plumas de
un metro, tobilleras con cascabeles... Guardaba el anillo de compromiso para
el final.
La ocasión no podía haber sido más
perfecta. Y la pregunta —“Leeteuk, ¿te casarás conmigo, por favor?”— no le hizo
echar espuma por la boca de rabia. Se volvió hacia él y lo abrazó. Lo besó
apasionadamente. Pero después le acarició las mejillas, le inmovilizó el rostro
y dijo: “No.”
Por muchas dudas que hubiera tenido Kangin,
no esperaba esa respuesta en esta ocasión, como tampoco la había esperado la
primera vez. Por eso no había preparado ningún argumento para convencerla.
—¿Por qué? —fue lo único que le salió—. Y
si vuelves a mencionar el escándalo, puede que te estrangule.
Leeteuk le sonrió.
—Pero sabes que lo habría, y descomunal.
—¿No se te ha ocurrido que me importa un
comino si lo hay, maldita sea?
—Eso lo dices
ahora, Kangin, pero ¿qué dirás después, cuando ocurra realmente? ¿Y qué me
dices de tu familia, que también se verá afectada? Estoy seguro de que tienen
algo que objetar a que los arrastres a esa clase de escándalo.
Lo cual le dio a Kangin la idea de
exponérselo a su familia antes de tiempo. Su padre acababa de anunciar a bombo
y platillo su divorcio. Kangin podía hacer lo propio con sus planes de
casarse... y comprobar en qué dirección soplaba el viento.
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