—Ya sé por qué mi padre convocó una reunión
—dijo Kangin en cuanto entró en el salón.
Leeteuk estaba sentado en un sillón junto a
la ventana, leyendo. Se apresuró a dejar el libro en cuestión y alzó la vista
para mirar a Kangin. Parecía perplejo.
Pero su voz sonó tan calma como siempre:
—No sabía que había una reunión. ¿Debería
haberlo sabido?
—No. Tienes razón. Anoche abandonaste la
habitación con los otros jóvenes.
Leeteuk arrugó la frente.
—Si no te importa, no me recuerdes aquello.
Kangin dio un respingo. La noche anterior,
cuando lo había acompañado a casa, Leeteuk estaba muy disgustado. Peor aún,
estaba absolutamente furioso porque Kangin lo había puesto en una posición que
le obligaba a mentir y fingir.
Una de sus observaciones había quedado
grabada en la mente de Kangin: “Si tanto te avergüenzas de mí que tienes que
decir que soy un viudo o el primo de alguien, no me lleves a sitios donde
tengas que presentarme”
Paradójicamente, Kangin cayó en la cuenta
de que no estaba avergonzado de él. Muy al contrario, le enorgullecía que lo
vieran con Leeteuk. De hecho, había pensado que la verdadera razón por la que
no se había esforzado mucho buscando una excusa para declinar la invitación de Sungmin
era que quería que su familia lo conociera. Era algo tan absurdo que no atinaba
a comprenderlo. Pero no, no se avergonzaba de Leeteuk. Lo que le avergonzaba
era su relación con él, y por eso debía ocultarlo. Por desgracia, no tenía otro
remedio.
—¿Tan difícil te resultó tratar con mis parientes?
—preguntó.
—Tu familia es muy agradable, o por lo
menos los jóvenes. Tus tíos son bastante extraños, con su costumbre de discutir
y provocarse, pero eso no me importa. El problema es que los engañamos y no
debimos haberlo hecho. Sabes muy bien que no debiste llevarme allí.
Kangin lo sabía. Pero lo había hecho y ya
no podía volverse atrás.
Y puesto que había salido el tema, añadió:
—Mis tíos lo saben.
—¿Qué es lo que saben?
—Que eres mi amante.
—¿Se lo dijiste? —exclamó, compungido.
—No, se lo figuraron. Verás, los dos han
tenido innumerables amantes. Antes de casarse, desde luego. De todos modos fue
culpa mía, porque al parecer me delató la forma en que te miraba.
—¿Y cómo me mirabas?
—De una manera... íntima.
—¿Y por qué lo hiciste?
—No sabía que lo estaba haciendo hasta que
me lo señalaron —insistió Kangin.
Leeteuk se sonrojó y Kangin reaccionó como
de costumbre: su cuerpo respondía a la dulce inocencia del joven de una manera
totalmente primitiva. Dio un paso hacia él, pero enseguida se detuvo en seco
furioso consigo mismo.
Ya había roto una de las reglas que él
mismo se había impuesto yendo a visitarlo antes del mediodía. Esa mañana había
recibido una noticia sorprendente, y aunque no era asunto de Leeteuk, quería
contársela. Pero no había ido a hacer el amor. El no se lo esperaba.
A un amante se le visitaba en la oscuridad
y discreción de la noche. Ya se había hecho a sí mismo bastantes concesiones
permitiéndose ir a verlo más temprano, para poder cenar con él cada noche. Si
seguía por ese camino, acabaría mudándose a casa de Leeteuk y dedicándole todo
su tiempo.
¡Qué idea tan loca y maravillosa a la vez!
Despertar a su lado cada mañana, desayunar con él, confiarle sus pensamientos a
medida que los tenía, en lugar de tener que esperar hasta volver a verlo. Hacer
el amor con él cuando deseara, en lugar de en el momento que se consideraba
apropiado.
Procuró apartar esos pensamientos de su
mente porque eran demasiado tentadores. ¿Qué demonios le pasaba? Al principio,
ni siquiera quería un amante.
Leeteuk le había hecho cambiar de idea, estaba
contento de tenerlo, pero...
—¿Has dicho que fuiste a una reunión?
—preguntó Leeteuk rompiendo el largo silencio.
—Mi padre ha decidido divorciarse.
—¿Cómo has dicho?
—La reunión era para eso —explicó,
sonrojándose ligeramente por haberle espetado la noticia de ese modo—. Para
anunciar su divorcio.
Los ojos de Leeteuk se llenaron de
compasión y se levantó de su asiento para abrazarlo.
—Tu madre ha de estar destrozada.
—Bueno, la verdad es que...
—Y tú también.
Quería consolarlo, y diablos si a él no le
gustaba. Lo suficiente para saborear la sensación unos minutos antes de
confesar:
—No, las cosas no son así. Es mi madrastra,
¿sabes?, y aunque le tengo bastante afecto nunca estuvo a mi lado el tiempo
suficiente para que pudiéramos estrechar lazos. Además, es ella quien quiere el
divorcio.
—Entonces tu padre ha de estar...
—No, no, querido, nadie está destrozado.
Bueno, excepto quizá el tío Zhoumi —añadió con una pequeña mueca de disgusto—.
Hizo todo lo que pudo para convencer a mi padre de que no se divorciara, pero
cuando Kim Shindong toma una decisión, jamás se vuelve atrás.
—¿Y a qué se deben las objeciones de tu
tío?
—Supongo que teme el escándalo.
—Pero tú me dijiste que era tu padre quien
aborrecía los escándalos.
—Y es así, pero en este caso hará una
excepción para conceder la libertad a Shinyoung. Verás, el suyo nunca fue un
matrimonio normal. Sólo se casó para darnos una madre a mí y a Sungmin, pero
las cosas no salieron de acuerdo con sus planes. Como ya he dicho. Shinyoung casi
no paraba en casa.
—¿Por qué no?
—Es una mujer enfermiza —explicó Kangin—,
así que iba mucho a Bath a tomar los baños hasta que se compró una casa allí.
Residía en Bath durante la mayor parte del año.
Leeteuk suspiró y apoyó la cabeza en el
pecho de Kangin.
—La gente no debería casarse por ninguna razón
aparte del amor.
—En teoría, no, pero muchos lo hacen.
—Bueno, me alegro de que esto no te afecte.
—¿Y si me hubiera afectado?
—Entonces habría hecho todo lo posible para
ayudarte a pasar el mal trago, naturalmente.
—¿Por qué? —preguntó él en voz baja.
Leeteuk alzó la vista, sorprendido.
—Porque es lo que haría un amante, ¿no?
Kangin rió. Más bien era lo que haría un
esposo. Un amante debía preocuparse de la posible ira de su protector, pero el
hecho de que éste estuviera triste o contento no era de su incumbencia, a menos
que esos sentimientos tuvieran una relación directa con él.
—Habría sido muy generoso de tu parte,
querido —dijo Kangin cubriéndole las mejillas con las manos.
La proximidad de Leeteuk
había terminado de excitarlo—. Puede que necesite tu ayuda de todos modos.
Y dado que mientras pronunciaba esas
palabras lo levantó en brazos y enfiló hacia la puerta, Leeteuk preguntó:
—No pensarás ir arriba, ¿no?
—Claro que sí.
—Pero yo no me refería a esa clase de ayuda
—señaló con sensatez.
—Ya lo sé, pero es la clase de ayuda que
necesito en estos momentos. Y me importa un bledo qué hora sea.
Puso tanto énfasis en esa frase que Leeteuk
parpadeó.
—La verdad es que a mí tampoco.
—¿No?
—No, ¿por qué iba a importarme?
—Por nada, cariño —respondió con una
sonrisa de oreja a oreja.
Esa tarde Kangin tenía que hacer varios
recados y decidió llevar consigo a Leeteuk. Había actuado por impulso, un
impulso que debería haber reprimido, pero que no hizo. La culpa la tenía su
excelente humor, cosa que debía exclusivamente a Leeteuk.
El joven se había convertido en un amante
estupendo, al menos el placer que sentía al hacer el amor con él era mucho más
intenso que de costumbre, comparable con el más puro éxtasis. Y después de la
maravillosa hora que acababan de compartir, se sentía más reacio que nunca a
dejarlo.
Sin embargo, el conjunto que Leeteuk escogió
para la salida había sido una sorpresa. Aparte del conjunto rojo que llevaba en
la subasta, siempre había lucido prendas propias de un joven señor, y Kangin se
había acostumbrado a verlo así.
El traje de colores vivos que traía le
sorprendió tanto que no pudo menos de señalar:
—No te imaginaba vestido con ropa tan
chillona.
Y era verdad. Sus otras prendas eran de
buen gusto y colores discretos, de modo que uno reparaba de inmediato en su
belleza. La ropa no hacía más que destacar esa belleza. Pero cualquiera que lo
viera así a plena luz del día no podría ver más allá de aquel horroroso color
naranja, tan intenso que ensombrecía sus facciones.
Sin embargo, Kangin comprendió que acababa
de ofenderlo. Pero Leeteuk no parecía ofendido cuando lo miró.
Con un aire meramente pensativo, dijo:
—A mí también me pareció horrible, pero es
uno de los modelos que escogió la señora Kwang siguiendo tus instrucciones.
Kangin se sonrojó. Era muy cierto que había
dicho a la señora Kwang que Leeteuk era su amante y que le hiciera un vestuario
apropiado. Pero la modista debió de imaginar que todos los amantes procedían
del barrio de los teatros, donde la mayoría se vestían con colores chillones
para llamar la atención.
Kangin decidió
hacer una parada imprevista, en el camino. Dejó a Leeteuk en el coche y poco
después, cuando salió de casa de la modista, dijo:
—He ordenado algunos cambios en el resto de
tu pedido.
Leeteuk no necesitaba preguntarle cuáles.
Al igual que él, detestaba los colores vivos.
A mitad de camino al despacho del abogado,
donde le esperaban para firmar un documento, Leeteuk golpeó imprevistamente el
techo del coche para indicar al cochero que se detuviera y se apeó de
inmediato. Una vez más, Leeteuk permaneció en el coche, pero pudo ver por la
ventanilla adonde se dirigía su amante. Kangin había detenido a una pareja
madura con la que al parecer quería hablar.
Shinyoung se detuvo al oír el grito de Kangin.
Su acompañante dio un paso atrás, como si no quisiera ser visto con ella, pero
era un hombrecillo tan anodino que Kangin apenas reparó en él.
—No sabía que estuvieras en la ciudad —dijo
Kangin a Shinyoung mientras la abrazaba.
—Tenía... eh... que atender algunos
asuntos, así que me quedé en Londres después de la boda de Taemin.
Kangin la miró con expresión de
perplejidad.
—¿Dónde? No te he visto en la casa.
—Quizá porque nunca estás allí.
—Es posible —respondió él con una sonrisa—.
Pero Alvin me lo habría dicho.
—La verdad, Kangin, es que esta vez me
alojo en un hotel —admitió.
—Pero ¿por qué?
—No quería estar en la casa por si
aparecía tu padre.
Kangin hizo un gesto comprensivo.
—Mi padre nos dijo lo del divorcio esta
mañana.
Los ojos de Shinyoung
se iluminaron de la emoción.
—¿Así que ha aceptado?
—¿No lo sabías?
—No. Nunca me cuenta nada —respondió ella
con un suspiro—. Aunque lo cierto es que no he vuelto a verlo desde que le pedí
el divorcio. Le envié una nota diciéndole dónde podía localizarme, pero... En
fin, supongo que ya me avisará.
Shinyoung sentía afecto por Kangin, pero nunca
había adoptado una actitud maternal con él. Suponía que no formaba parte de su
naturaleza. De haber sabido que Shindong la quería exclusivamente para eso,
quizá no hubiera accedido a embarcarse en ese desastroso matrimonio.
Aunque tal vez no. En su juventud, ni ella
misma sabía que no tenía instinto maternal, que no le gustaba vivir rodeada de
niños. Sin embargo, no quería que el chico sufriera a causa del divorcio.
—Espero que la noticia no te haya afectado
mucho —dijo, ligeramente incómoda.
—Ha sido una sorpresa, pero habida cuenta
de las circunstancias, lo entiendo perfectamente. El único que protestó fue tío
Zhoumi, supongo que porque teme el escándalo.
—El escándalo no afectará a tu familia
porque he dado motivos a Shindong para divorciarse de mí. La clase de motivos
que le harán granjearse la simpatía de sus amistades. Sé que toda la culpa
recaerá sobre mí, aunque, por otra parte, nunca he llevado una vida social muy
activa, así que tampoco me afectará demasiado.
Kangin sabía que se refería a su supuesto
amante, y la sola mención del tema hizo que dirigiera su atención al
acompañante de Shinyoung. Era un hombrecillo bajo y delgado, que no pesaría más
de cincuenta kilos. Y apenas le sacaba unos centímetros de ventaja a Shinyoung,
lo que significaba que a Kangin le llegaba por el hombro.
Pero al ver su expresión asustada, Kangin supo
de inmediato que aquél era el culpable.
Un sentimiento de protección invadió a Kangin,
al tiempo que crecía su furia. Ese tipejo había hecho sufrir a su familia y
sería el responsable del bochorno del padre durante el proceso de divorcio.
Demonios, tendría que pagar por ello.
Los largos brazos de Kangin cogieron al
hombrecillo por las solapas de la chaqueta y lo levantaron del suelo. El tipo
soltó un chillido y se aferró al antebrazo de Kangin, y la expresión de horror
de sus ojos no hizo nada por atemperar la furia de éste.
—¿Sabía usted que lady Shinyoung era una
mujer casada cuando le puso las manos encima? —preguntó Kangin—. Condenado
idiota, podría aplastarle la cara de un
solo golpe. Déme una razón para que no lo haga.
—¡Déjalo en el suelo, Kangin, ahora mismo!
—gritó Shinyoung demostrando que ella
también estaba furiosa— ¿Has perdido la
cabeza? ¿Crees que le habría sido infiel a tu padre si él me hubiera hecho
feliz? Además, él me fue infiel a mí
desde el día en que nos casamos. Y debo añadir que nuestro matrimonio nunca se
consumó.
Kangin se giró y la miró con incredulidad.
—¿Nunca?
—Nunca —dijo con sequedad—. Aunque él
jamás ha dormido solo.
—Ésa es una acusación absurda. Shinyoung —dijo
Kangin con idéntica sequedad—. Sabes que mi padre rara vez sale de SM.
—¡No necesita salir de SM porque su amante
vive bajo su mismo techo!
Kangin se sorprendió
tanto que dejó
caer al hombrecillo al suelo.
—¿Quién es?—preguntó.
Shinyoung, que
estaba roja de vergüenza, sacudió la cabeza.
Había recuperado la cautela y parecía preocupada mientras
ayudaba a levantarse a su acompañante.
—¿Quién es? —gritó Kangin.
—No lo sé —mintió la mujer.
—Mientes.
—Bueno, da igual quién sea —insistió
ella—. Lo importante es que yo no fui la primera en ser infiel. Lo curioso es
que no le fuera infiel desde el principio, cuando Kim Shindong me dio todos los
motivos para serlo. Pero ya es suficiente. Y tú no tienes derecho a atacar a Oscar.
Él sólo me ha ayudado a tomar una decisión que debí haber tomado hace muchos
años para acabar con una relación insoportable.
Dicho lo cual, se marchó rápidamente
arrastrando a su pequeño Oscar. Kangin la miró alejarse mientras procuraba
asimilar sus últimas palabras.
Unos instantes después sintió una mano en
la suya. Bajó la vista, sobresaltado, y vio a Leeteuk a su lado.
—Cielos, había olvidado que me esperabas.
—No te preocupes —dijo ella con una
sonrisa—. ¿A qué venía tanto alboroto?
Kangin señaló a la pareja que se alejaba.
—Son mi madrastra y su amante.
—Ah, por eso tuve la impresión de que ibas
a matar a ese hombrecillo.
—Me hubiera gustado hacerlo —masculló Kangin
mientras lo acompañaba al coche.
—Bueno, si tu padre se parece a ti, no
entiendo que tu madrastra prefiera a cualquier otro, y mucho menos a ese
tipejo.
Kangin agradeció el cumplido con una
sonrisa y abrazó a Leeteuk antes de subir al coche. Una vez dentro, lo atrajo a
su lado.
—Lo increíble es que dice que mi padre no
la ha tocado nunca en todos estos años y que tiene una amante viviendo bajo su
mismo techo.
—Vaya —dijo Leeteuk—. Eso es... asombroso.
—Bueno, la casa es
grande —repuso Kangin, como si eso hiciera más verosímil la historia.
—¿Debo entender que no sabías nada?
—Cuando Kangin negó con la cabeza, añadió—: ¿Y todavía no sabes de quién se
trata? ¿No lo adivinas?
—No tengo la menor idea. —Suspiró.
—Bueno, ahora que han decidido poner fin a su
matrimonio, ya no importa quién sea esa amante, ¿no?
—No; pero estaré en ascuas hasta que lo
averigüe.
—¿Crees que deberías hacerlo?
—¿El qué?
—Averiguarlo.
—Desde luego.
—Si nunca lo has sabido, Kangin, quiere
decir que tu padre lo ha
mantenido en secreto
intencionadamente. Y sin duda querrá continuar como hasta ahora, ¿no crees?
—Es probable
—convino él.
—¿Así que lo
dejarás correr?
—De eso
nada —respondió él con una
sonrisa.
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