Aunque Kangin le
había asegurado que no debía temer a Shangho ahora que lo vigilaban, Leeteuk estuvo
casi una semana sin salir de casa. Envió a su lacayo a casa de la modista para
cancelar dos pruebas. Por suerte, esa misma semana había contratado a un lacayo
y al resto de los criados.
Tampoco regresó a la bonita tienda donde
había comprado todo lo necesario para los regalos de Navidad de Kangin: una
corbata y pañuelos con sus iniciales bordadas y algunas camisas de seda, varias
de las cuales ya estaban terminadas.
Paradójicamente, el día en que se toparon
con Shangho no estaba tan asustado como al siguiente, después de pasar la noche
con Kangin. Aunque él no había dicho una sola palabra más al respecto después
de sus advertencias, Leeteuk había percibido su miedo.
Quedarse encerrado en casa tenía algunas
ventajas.
Después de tres días de angustiosas dudas, por
fin había terminado una carta para tía Sora. En ella le explicaba que su amigo
había visto a otro médico que le ofrecía alguna esperanza y que los dos se
habían mudado a Londres para estar cerca del nuevo médico.
Le resultaba muy difícil seguir mintiendo a
su tía, que además, esperaría unas señas adonde responder sus cartas.
Finalmente, Leeteuk usó las suyas puesto que era la única dirección que conocía
de Londres, aparte de la de Kangin, que lógicamente quedaba descartada.
Había incluido una carta para su hermana
donde le contaba un montón de chismorrees de su ciudad natal, todos inventados
por él, naturalmente. Las dos cartas lo habían hecho sentirse tan despreciable
que no había sido buena compañía para Kangin. Él había notado algo raro y se lo
había hecho saber, pero Leeteuk se había excusado con más mentiras sobre una
supuesta melancolía a causa del mal tiempo. Como resultado, al día siguiente
había recibido flores que lo habían hecho llorar.
Por fin se convenció de que era un tonto
por que darse escondido dentro de la casa. Quizá influyera también el hecho de
que era un precioso día de invierno; la cuestión es que se dirigió a la modista
para las pruebas finales y terminó con ellas rápidamente. Vaciló un momento
antes de salir de la tienda, temiendo encontrarse otra vez con el joven lord
Cho.
Pero el vestíbulo estaba prácticamente
desierto a una hora tan temprana de la mañana. Pero precisamente cuando iba a
abrir la puerta de salida, ésta se abrió sola y entró tía Sora con su hermana, Inyoung,
apenas un paso detrás. Desde luego, Inyoung soltó un grito de alegría al verlo
y se arrojó a los brazos de Leeteuk. Sora estaba tan sorprendida como Leeteuk,
aunque sin duda para ella no era una sorpresa tan desagradable como para el
joven.
—¿Qué haces en Londres? —preguntaron las
dos al unísono.
—¿No has recibido mi carta? —dijo Leeteuk.
—No... claro... que... no.
Las pausas entre palabras añadieron fuerza
al reproche de Sora, como si Leeteuk no viera ya suficiente reproche reflejado
en su expresión. Debería haber escrito antes. Sabía que tía Sora estaría
impaciente por recibir una carta. Pero le resultaba tan difícil mentir a su
familia, que lo había dejado para el último momento. Ahora tendría que dar
explicaciones.
—Te escribí, tía Sora, para decirte que me
trasladaba a Londres con Kwanghee. Ha encontrado un médico nuevo que le ha dado
alguna esperanza ¿sabes?, por eso quería estar cerca de él.
—¡Es una noticia estupenda!
—Así es.
—¿Eso significa que volverás pronto, Teuk?
—preguntó Inyoung, esperanzada.
—No, cariño, Kwanghee sigue estando muy
enfermo —respondió abrazando a su hermana.
—A tu hermano lo necesitan aquí, Inyoung —añadió
tía Sora con solemnidad—. Su amigo necesita que alguien le levante el ánimo, y Leeteuk,
con su gran corazón, es la persona ideal para hacerlo.
—Pero ¿qué hacéis vosotras en Londres,
tía? —volvió a preguntar Leeteuk.
Sora dejó escapar una pequeña exclamación
de fastidio.
—Nuestra modista se marchó de Kettering y
sin previo aviso. ¿Te lo imaginas? Y yo no quería ir a esa mujerzuela francesa
que competía con ella. Así que decidí que puesto que Inyoung y yo necesitábamos
algunos vestidos nuevos para la temporada de fiestas, debíamos ir al sitio
mejor, y varias de mis amigas me recomendaron a la señora Kwang.
—Sí, es excelente —asintió Leeteuk—. Yo
también le he encargado varios trajes, puesto que no traje mucha ropa.
—Pues si van
a necesitarte aquí
mucho tiempo más, házmelo saber
y te enviaré tus cosas. No deberías privarte de nada mientras haces una obra de
caridad. A propósito, ¿te has dado cuenta de que en Londres están en plena
temporada de fiestas? Tengo muchas amigas que estarían encantadas de
presentarte en sociedad. Estoy segura de que tu amigo no te reprochara que le robes
alguna hora de tu tiempo para mantenerte animado tú también.
Tía Sora tenía buenas intenciones, desde
luego, pero Leeteuk no podía aprovechar la temporada de fiestas para buscar
marido. Pero puesto que no podía
mencionar ese tema, se limitó a decir:
—Eso tendrá que esperar, tía Sora. Me
sabría tan mal salir a divertirme mientras Kwanghee se queda en cama, que sería
incapaz de pasar un buen rato.
Sora suspiró.
—Te comprendo, pero ¿te das cuenta de que
estas en la edad ideal para casarte? En
cuanto regreses a casa. Haremos planes para tu presentación en sociedad.
Comenzaré a hacer los arreglos necesarios de inmediato. Se lo debo a mi hermana. Ella hubiera querido
que te casaras bien.
Leeteuk se
entristeció. No deseaba que su tía derrochara su tiempo en planes que nunca
podría llevar a la práctica. Pero no
podía decirle que no se molestara sin contarle la verdad. ¿Y qué le diría
dentro de seis meses? ,Y dentro de un
año? ¿Qué Kwanghee seguía enfermo? Esa
excusa se volvería cada vez menos creíble a medida que pasaran los meses. .
Lo único que podía hacer era advertirle.
—No hagas ningún plan concreto por el
momento, tía. Aún no sé cuánto tiempo
van a necesitarme aquí.
—Desde luego —convino Sora— Y a
proposito, ahora que estoy en Londres, me gustaría presentar mis respetos a tu amigo.
Leeteuk se sintió preso del pánico. Su
mente quedo en blanco. No se le ocurría
una sola excusa para negarle ese deseo a su tía. Peor aún, comprendió que Sora
también querría visitarlo a él y que si lo hacía no vería a Kwanghee,
sencillamente porque Kwanghee no existía.
Pero su tía no
tenía sus señas ni las tendría hasta que regresara a casa y leyera la carta de Leeteuk.
¿Por qué había puesto sus verdaderas señas en ella? Porque había dado por
sentado que su tía no viajaría a Londres. Sora nunca iba a Londres porque
detestaba las multitudes. Pero allí estaba... y Leeteuk no se atrevía a darle
su dirección sin saber en qué momento pasaría a verlo.
Afortunadamente, mientras pensaba en estas
cosas se le ocurrió un pretexto.
—Kwanghee no está en condiciones de
recibir visitas. El viaje a Londres supuso un gran esfuerzo para él, y necesita
todas sus fuerzas para ir a visitar al médico.
—Pobrecillo, ¿tan mal se encuentra?
—Pues sí, estaba al borde de la muerte antes
de iniciar este tratamiento. El médico dice que pasarán varios meses antes de
que notemos algún efecto. Pero a mí sí que me gustaría veros mientras estéis en
Londres. ¿En qué hotel os alojáis?
—En el Albany. Espera, aquí tengo las
señas. —Rebuscó en su bolsa hasta encontrar una tarjeta y se la entregó a Leeteuk.
—Pasaré a visitaros —prometió—. Os
he echado mucho de menos a las dos. Pero
ahora tengo que volver. No me gusta dejar a Kwanghee solo mucho tiempo.
—Mañana por la mañana, Leeteuk —dijo Sora
como si fuera una orden—. Te estaremos esperando.
—Bueno, ya era hora de que el muy condenado
se bajara del coche —dijo Sukin a su amigo mientras refrenaba a los caballos
del coche en el que perseguían a Shangho—. Comenzaba a pensar que nunca lo iba
a encontrar a solas.
—¿Y a eso le llamas a solas? —preguntó Seungin
sin apartar los ojos de su presa—. Lleva consigo a un joven.
Sukin suspiró.
—Bueno, fue más fácil secuestrar a al
sobrino del capitán que seguir a este.
—Estoy de acuerdo, pero no quiero recordarte el desastroso final, puesto
que resultó ser el sobrino del capitán en lugar del esposo de su enemigo.
—Cómo íbamos a saberlo —gruñó Sukin—. Ni
siquiera lo sabía el propio capitán, hasta que él se lo dijo. Además, esta vez
no podemos equivocarnos. Ésa es nuestra presa. Para atraparlo, sólo necesitamos
pillarlo solo, sin sus criados.
—Llevamos una semana esperando ese momento
—le recordó Seungin—. Pero el muy tunante nunca se aleja demasiado de su casa o
de su coche.
—Insisto en que debimos haberlo cogido en
la taberna. Podíamos haberlo sacado por la puerta trasera. Su cochero aún
seguiría esperándolo frente a la principal.
Seungin negó con la cabeza.
—El capitán dijo que fuéramos discretos. Y
la taberna estaba hasta los topes.
—¿Y esta calle no?
Seungin miró de un extremo al otro de la
calle antes de confirmar:
—No tanto. Además, los transeúntes no
suelen meterse en asuntos ajenos. ¿Quién se enteraría si lo escoltamos a nuestro
coche, en lugar de al suyo?
—Sigo pensando que debimos cogerlo en esa
casa que visita a las afueras de Londres. No creo que allí hubiera nadie más,
pues parece abandonada.
—La última vez que fuimos allí había una
luz en el interior. ¿O acaso dormías?
—¿Cuánto tiempo piensas seguir chinchándome
porque me quedé dormido sólo una maldita vez? —protestó Sukin.
—Dos veces, pero ¿quién cuenta...? —Seungin
se interrumpió y frunció el entrecejo sin apartar la vista de Shangho y el
joven que lo acompañaba—. El joven parece aterrorizado.
Sukin estudió a la pareja.
—Puede que lo conozca. Si yo fuera él y lo
conociera, también tendría un miedo de todos los demonios.
—Sukin, no me parece que lo acompañe por
voluntad propia.
—Diantres, ¿quieres decir que lo está
secuestrando?, ¿cuando en teoría somos nosotros quienes debemos secuestrarlo a
él?
El cochero de Leeteuk
se había visto obligado a mover el coche para dejar paso a un carro de
mercancías, de modo que no estaba donde el joven lo había dejado. Estaba casi
en la esquina, y agitaba los brazos para llamar la atención de Leeteuk. El chico echó a andar hacia allí, aunque su atención seguía centrada en el inesperado
encuentro con su tía y su hermana.
De modo que no notó que lord Shangho se le
acercaba. No lo vio hasta que él le cogió el brazo con fuerza y comenzó a andar
a su lado.
—Si haces el más mínimo ruido, bonito, te
romperé el brazo —le advirtió con una sonrisa.
¿Se había percatado de que Leeteuk estaba a
punto de gritar a voz en cuello? Había palidecido al verlo. Y Shangho tiraba de
él, aunque, gracias a Dios, en dirección al coche de Leeteuk. ¿Notaría su
cochero que necesitaba ayuda? ¿O acaso daba la impresión de que acababa de
encontrarse con un amigo?
—Suélteme —ordenó, aunque más que una orden
pareció una tímida protesta.
Pero Shangho rió. ¡Rió! Y el sonido de su
risa heló la sangre de Leeteuk.
Sabía que debía gritar a pesar de la
amenaza de Shangho. Al fin y al cabo, ¿qué era un brazo roto comparado con lo
que era capaz de hacerle ese hombre?
Sin embargo, Shangho debió de percibir que
estaba a punto de crearle dificultades porque le hizo callar con una
escalofriante confesión:
—He matado a ese bastardo de Boom, ¿sabes?
Por alentar mis esperanzas con la promesa de un joven virgen. Debería haberte
vendido directamente a mí, en lugar de organizar una subasta. Pero ahora me
arrepiento, porque su hermano ha ocupado su lugar. Es un hombre mucho más
estricto y no creo que me permita azotar a las zorras. En fin, ese lugar sólo
me ofrecía aperitivos. Tenía que ir a otros sitios para obtener auténtico
placer, como el que tú me darás ahora.
Lo dijo con tono indiferente, como si
estuviera hablando del tiempo. Incluso el pequeño arrepentimiento que
demostraba no era por haber matado a un hombre, sino porque el asesinato le
haría perder algo a lo que estaba acostumbrado.
Leeteuk estaba tan asustado que ni siquiera
se percató de que habían cruzado la calle en dirección al coche de Shangho,
hasta que éste lo obligó a subir.
Entonces gritó, pero él ahogó sus gritos
aplastando su cara contra el asiento acolchado.
Lo mantuvo así hasta que el joven sintió
que no podía respirar y fue presa del pánico. ¿Lo mataría allí y entonces? Cuando
le soltó la cabeza, lo único que hizo Leeteuk fue respirar hondo para recuperar
el aliento. En realidad, era lo único que podía hacer. Pero le dio tiempo a
amordazarlo antes de que intentara gritar otra vez.
¿Lo había visto su cochero? ¿Había hecho
algo para ayudar? Pero ya era demasiado tarde. El coche de Shangho se había
puesto en marcha en el mismo momento en que habían subido, y no iba
precisamente despacio.
La mordaza no era lo único que le impedía
defenderse. En cuanto Leeteuk consiguió incorporarse se volvió hacia Shangho para
atacarlo, pero apenas levantó la mano, él le cogió el brazo y se lo retorció a
la espalda, donde lo ató al otro.
La cuerda estaba tan apretada que sus dedos
se entumecieron. La mordaza, atada en la nuca, era igualmente prieta y le
lastimaba las comisuras de la boca.
Pero Leeteuk sabía que aquellas molestias
eran insignificantes. Habría preferido no saberlo. Habría preferido que Kangin no
le hubiera hablado de las crueldades de que era capaz ese hombre.
Tenía
que escapar antes de llegar a su destino. Todavía podía usar los pies, pues no
se los había atado. ¿Se abriría la puerta si le daba una patada? ¿Podría
arrojarse fuera del coche antes de que él lo sujetara? Estaba lo bastante
desesperado para intentarlo. Sólo tenía
que girarse un poco para dirigir la patada...
—Habría esperado a que se cansara de ti y
te abandonara, pero por la forma en que te protegía supe que no iba a dejarte
hasta dentro de bastante tiempo. La paciencia no es una de mis virtudes. Y por
desgracia para ti, bonito, ahora no podré liberarte, todo por culpa de él.
“Él”, naturalmente, era Kangin. Pero Shangho
había acaparado toda su atención con la
frase “ahora no podré liberarte”. ¿Tanto temía a Kangin? Si conseguía escapar,
le contaría a Kangin lo sucedido y él buscaría a Shangho... Sí; tenía razones
para temer a Kangin. Quizá pudiera aprovecharse de ese miedo... si le quitaba
la mordaza el tiempo suficiente para poder hablar.
—A menos que también lo mate a él, desde
luego.
La sangre de Leeteuk volvió a helarse. Shangho
ni siquiera lo miraba mientras hablaba; tenía la vista fija en la ventanilla.
Era como si hablara para sí. Los locos hablaban solos, ¿verdad?
—Se lo merece, teniendo en cuenta todos
los trastornos que me ha causado. —Entonces lo miró con unos ojos tan fríos
como el hielo—. Quizá consigas convencerme de que le perdone la vida.
A pesar de la mordaza, Leeteuk quiso
hablar, decirle lo que podía hacer con esa clase de tratos, pero sólo consiguió
articular sonidos ahogados. No obstante, sus ojos cargados de furia, temor y
odio hablaron por él.
Shangho rió.
Leeteuk no era
tonto. Sabía que si ese hombre estaba decidido a matar a Kangin, nada de lo que
dijera le haría cambiar sus planes. Pero a Kangin no lo pillaría por sorpresa,
como a Boom. Y no sería fácil matarlo. Shangho lo sabía y por eso le temía. Si
al menos pudiera sacar ventaja de ese miedo...
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