El coche de
alquiler se había detenido delante de ellos y el de Kangin se situó a su lado.
—¿Por qué nos hemos detenido? —preguntó Hyukjae
a gritos desde el interior.
En pocos segundos, Sukin se acercó a la
ventanilla del coche para hablar con ellos.
—Ésa es la casa, ahí enfrente, capitán. Es
la casa de la que le hablé, a la que Shangho ha venido un par de veces. No
conozco ningún otro lugar al que pudiera haber ido con el chico, pero supongo
que no está aquí.
—¿Por
qué no?
—Porque no hay ni rastro de Seungin por los
alrededores. Seungin estaría aquí, si aquí fuera donde Shangho trajo al joven.
Además, ese lugar parece tan abandonado como siempre. Yo diría que no hay nadie
en varios kilómetros a la redonda.
Hyukjae se apeó del vehículo para observar
la casa y los terrenos circundantes. Kangin y Siwon le siguieron.
—Este maldito lugar parece encantado —dijo Siwon—.
¿Vive alguien aquí, realmente?
Sukin se encogió de hombros.
—Nunca hemos visto a nadie, las otras veces
que hemos estado aquí.
—Aún tenemos que
inspeccionar la casa —dijo Kangin—. Si ésta es nuestra última esperanza, no
pienso, marcharme sin haber examinado hasta el último rincón.
—De acuerdo —replicó Hyukjae, y empezó a dar
órdenes—. Sukin, encárgate del exterior y de las cuadras, si las hay. Siwon,
para ahorrar tiempo, intenta encontrar una entrada posterior que esté abierta,
o abre una si no lo está. Kangin y yo nos conduciremos con normalidad y
probaremos suerte con la puerta principal.
—¿Por qué a vosotros os toca lo decente y a
mí el trabajo sucio? —protestó Siwon.
—No le des más vueltas, muchacho —dijo Hyukjae—.
Ahora no tenemos tiempo para discusiones.
Siwon dirigió una larga mirada a Kangin y
tosió.
—Tienes razón —dijo.
—Y será mejor que nos demos mucha prisa
—añadió Hyukjae—. Es poco probable que ese bastardo esté aquí, puesto que Seungin
no está. Pero ésta no es nuestra última esperanza. Seungin nos hará saber
adonde ha ido, tarde o temprano, en cuanto pueda apañárselas. Y nos conviene
estar allí cuando lo haga.
Dijo esto último en beneficio de Kangin,
pero no sirvió de nada. “Tarde o temprano”, como todos sabían, sería demasiado
tarde para el chico.
—Vaya, al parecer sí hay alguien aquí —dijo
Siwon con la mirada fija en la casa— Si no estoy equivocado, veo una luz
parpadeando en el desván.
En efecto. Era muy tenue, apenas
perceptible, pero había una luz encendida allí arriba. Y eso les confirmaba que
el lugar no estaba deshabitado.
Se separaron para acercarse a la casa por
caminos diferentes. Kangin ordenó a su cochero que fuera directamente a la
puerta principal y éste saltó del coche para obedecerle. La encontró atrancada
y tuvo que llamar golpeando con los puños.
Hyukjae lo siguió un poco más despacio.
Estaba preocupado por su sobrino. Nunca lo había visto furioso ni tan lleno de
energía. Kangin no podía quedarse quieto. Se balanceaba sobre sus talones. Se
pasaba la mano por los cabellos. Volvió a llamar a la puerta.
—Seungin es un buen hombre, Kangin —quiso
tranquilizarle Hyukjae mientras aguardaban que la puerta se abriera... o no—.
Si puede poner a Leeteuk a salvo de Shangho, lo hará. Por lo que sabemos, puede
que incluso esté ya con él.
—¿Lo crees realmente?
Resultaba difícil sostener la mirada de
esperanza que brilló en los ojos de Kangin. Maldición. Un hombre no debía
experimentar esa clase de sentimientos por su amante. Que en un tiempo Hyukjae hubiera
planeado convertir a su esposo Donghae en su amante era otra cosa.
En la práctica no
lo había hecho: por el contrario, se había casado con él. Pero este Park no era
de los que se casan. Aunque eso no cambiaba nada para Hyukjae. Siempre había
hecho lo que se le antojaba y siempre lo haría. Sin embargo, el futuro marqués
de SM no podía permitirse ese lujo.
Cuando todo esto hubiera terminado, no le
quedaría más remedio que mantener una seria conversación con el muchacho. O
mejor aún, con el padre de Kangin. Sí; que Shindong cumpliera con su deber y le
confiase la dura verdad a su hijo.
Hyukjae no tuvo ocasión de responder. La
puerta se abrió y se encontraron frente a frente con un irritadísimo... ¿qué?
Hyukjae había visto muchas cosas en su
ajetreada vida, pero incluso él se quedó
anonadado ante las deformidades de la criatura que les miraba desde el portal.
Pero habló. Era un hombre, no un error de la naturaleza.
—¿A qué viene tanto alboroto? No tienen
nada que hacer aquí.
—Me permito disentir —le interrumpió Hyukjae—,de
modo que sé un buen chico y apártate. Es necesario que hablemos con lord Shangho...
inmediatamente.
El nombre provocó cierta sorpresa en el
tipejo.
—No está aquí —fue lo único que dijo.
—Resulta que sé que sí está —replicó Hyukjae,
sin duda tirándose un farol, pero útil en aquellas circunstancias—. Llévanos
hasta él o nos veremos obligados a buscarlo nosotros mismos.
—No, eso no puedo permitirlo, caballeros.
Tengo órdenes de no dejar entrar a nadie aquí... nunca.
—Tendrás que hacer una excepción.
—No lo creo —dijo el hombre confiadamente,
y la mano que mantenía a su espalda se extendió empuñando una pistola.
Había atendido la puerta preparado para
respaldar sus órdenes de prohibida la entrada. Y a tan corta distancia, se
encontraban efectivamente en situación de tablas... por lo menos hasta que Hyukjae
lograra introducir la mano en el bolsillo de su abrigo para sacar la pistola
que llevaba consigo. Pero no se decidía a intentarlo, con Kangin allí y el arma
del hombre apuntándoles alternativamente. No le importaba arriesgar su vida,
pero sí la de otros miembros de su familia.
—No hay motivo para recurrir a las armas
—señaló Hyukjae, intentando mostrarse razonable.
—¿No lo hay? —El hombre sonrió
maliciosamente y luego le espetó a Hyukjae las mismas palabras que él había utilizado—: Me permito disentir. Y como
ustedes no han hecho caso de los letreros que hay en el camino que conduce a la
propiedad, que les advertía claramente que es privada, quizá debería matarles a
los dos por su intrusión.
Pero la voz de Siwon sonó de pronto detrás
del hombre de la puerta, en un tono mortalmente tranquilo.
—Este tipo no te estará amenazando en serio
con disparar, ¿verdad, camarada? —dijo Siwon.
El hombre giró en redondo, naturalmente,
para enfrentarse a la nueva amenaza que había surgido a sus espaldas. Siwon había
hallado otro modo de entrar en la casa y se había colocado detrás de él
cruzando el vestíbulo sigilosamente.
—Excelente coordinación, viejo amigo —dijo Hyukjae,
al tiempo que arrebataba la pistola de la mano del hombre y le agarraba por la
pechera de la camisa para retenerle allí.
—Ya me lo agradecerás más tarde —replicó Siwon
sonriendo, ahora que el tipo estaba desarmado.
—¿Por fuerza? —repuso Hyukjae. Pero luego,
tras mirar de reojo al tipo que sujetaba, y justo antes de estrellarle un puño
en plena cara, añadió—: Maldición, ¿cómo se le rompe la nariz a alguien que no
tiene?
Después, Hyukjae soltó al hombre, que había
perdido el conocimiento y yacía en el suelo hecho un guiñapo.
—¿Era necesario? —preguntó Siwon, dando un
paso al frente—. Podía habernos dicho dónde está Shangho.
—No habría dicho nada —replicó Hyukjae—.
Excepto, quizá, si se lo hubiéramos sacado a golpes, y no tenemos tiempo para
semejantes diversiones. Kangin, tú busca en la planta baja. Yo subiré al primer
piso. Siwon, averigua si hay sótano.
Siwon sabía tan bien como Hyukjae lo remota
que era la probabilidad de que Shangho estuviera en la planta baja de la casa,
cuyo registro había asignado a Kangin. Antes estaría en la primera planta, en
su dormitorio, pues era el lugar idóneo para su propósito, o encerrada en una celda del sótano para que no se oyeran
los gritos. Evidentemente, Hyukjae no quería que Kangin fuese el primero en encontrar a Shangho o al chico,
si es que estaban allí.
—¿Otra vez me toca
el trabajo sucio? —refunfuñó mientras retrocedía por donde había venido, pero
añadió por encima del hombro—: Pero no olvides dejar un trozo para mí, hermano.
Hyukjae
ya estaba a medio camino de las escaleras y no se molestó en responder. Y como
la mayoría de las habitaciones estaban vacías, no tardaron prácticamente nada
en registrar la casa entera. Hyukjae volvía a bajar a la planta en el momento
en que Siwon llegaba de nuevo al vestíbulo.
—¿Nada? —preguntó Hyukjae.
—Hay un largo sótano bajo nuestros pies,
pero sólo contiene estanterías y cajas de madera vacías, y unos cuantos
barriles de cerveza. ¿Y vosotros qué?
—El desván estaba totalmente desierto. Sólo
había una lámpara encendida en el suelo, lo cual no tiene mucho sentido.
—¿Nada más? —preguntó Kangin, atravesando
el vestíbulo para unirse a ellos.
—Arriba había una puerta cerrada con llave.
Maldición, cuando la encontré, creí de veras que ya lo tenía.
—¿Conseguiste entrar? —preguntó Siwon.
—Sin duda —exclamó desdeñosamente Hyukjae—.
Pero no había nadie. A diferencia de las otras, estaba bien provista de
muebles, pero no parece que nadie haya
ocupado esa habitación desde hace muchos años, más de diez o veinte, por
el aspecto anticuado de los trajes del guardarropa. Las paredes están cubiertas
de retratos del mismo joven, algunos de él con su hijo. Si queréis saber mi
opinión, parece un maldito santuario.
—Ya os dije que este lugar está encantado
—dijo Siwon.
—Bueno, no lo ha encantado Shangho. No hay
ni un sirviente más...
Hyukjae fue interrumpido bruscamente por la
precipitada aparición de Sukin por la puerta principal.
—¡He encontrado a Seungin! Estaba atado en
la cuadra, él y otro fulano, y en bastante mal estado. Alguien les ha atizado
un buen golpe en la cabeza.
—¿Pero están vivos?
—Sí. Seungin recuperó un poco el sentido y
dijo que algún cerdo les atacó. El otro hombre no tiene tan buen aspecto, quizá
no sobreviva. Los dos necesitan un médico cuanto antes.
—Llévalos a la ciudad, Sukin, y busca un
médico —le ordenó Hyukjae—. Nosotros te seguiremos en breve.
—Ya había notado yo que éste se parece
bastante a un cerdo —observó Siwon cuando Sukin se hubo marchado. Miraba al
hombre inconsciente, que seguía tendido en el suelo.
—Sea lo que sea, se diría que tiene la
maldita costumbre de matar a cualquiera que penetre en esta propiedad —dijo Hyukjae
con un gesto de repugnancia—. Tengo la sensación de que eso nos reservaba
también a Kangin y a mí.
—Ah, pero ¿por orden de quién?
—Shangho ha estado aquí, maldita sea, de lo
contrario Seungin no habría venido —apuntó Kangin.
—Sí, pero ya no está. Tiene que haberse
llevado al chico a algún otro sitio después de que Seungin llegara.
Siwon empujó al casero con su bota.
—Apostaría a que él sabe dónde.
—Esta vez coincido contigo —dijo Hyukjae—.
Si alguno de los sirvientes de Shangho goza de su plena confianza, sin duda es
éste. ¿Lo despertamos?
—Iré a buscar un poco de agua —replicó Siwon,
y enfiló una vez más por el vestíbulo.
Kangin estaba demasiado impaciente para
esperarlo. Incorporó a medias al hombre del suelo y empezó a sacudirlo y
abofetearlo.
—Calma, muchacho —le previno Hyukjae—.
Conseguiremos que hable en pocos minutos.
Kangin dejó que el hombre volviera a caer
tendido, pero miró a Hyukjae con expresión sombría.
—Lo que me está matando, tío Hyukjae, es
que ya ha tenido a Leeteuk el tiempo suficiente para... para...
—No pienses en eso. No lo sabremos hasta
que no lo encontremos, y te prometo que lo encontraremos.
Siwon regresó y arrojó un balde de agua
sobre el casero. El hombre se incorporó tosiendo y balbuceando, y bastante
lúcido por cierto, pues se detuvo prudentemente cuando advirtió que Hyukjae estaba
en pie junto a él.
Hyukjae le dedicó una sonrisa especialmente
desagradable.
—Ah, volvemos a vernos. Ahora presta
atención, muchacho, porque sólo voy a explicártelo una vez. Voy a preguntarte
dónde está lord Shangho, y si no me gusta tu respuesta, voy a meterte una bala
en el tobillo. Los huesos del pie se harán añicos, naturalmente, porque son muy
delicados, pero ¿qué puede importarle ser cojo a alguien acostumbrado a las
deformidades, como sin duda es tu caso? Ah, pero entonces, ¿sabes?, volveré a
hacerte la pregunta. Y si tu respuesta tampoco me gusta, te meteré una bala en
la rodilla. La cojera que te quedará después será mucho más acusada. Y luego
pasaremos a tus manos y a otras partes de tu anatomía que estoy seguro no
echarás de menos. ¿Me he explicado con suficiente claridad? ¿Necesitas que te
aclare algún punto?
El hombre asintió y negó con la cabeza casi
al mismo tiempo. Hyukjae se puso en cuclillas y apoyó la boca del cañón de la
pistola que empuñaba sobre el tobillo del hombre.
—Y ahora, ¿dónde está lord Shangho?
—Abajo.
—¿Aquí?
Siwon chasqueó la lengua.
—Que me aspen, no creía que fuera a mentir,
de verdad, no lo creía.
—¡No
miento! —reclamó al punto el hombre.
—Yo he estado abajo. Lo único que hay es un
sótano —dijo Siwon—. Y sólo tiene una salida, las mismas escaleras que sirven
para entrar en él.
—No; hay otras escaleras, se lo digo yo.
Cuando la puerta está abierta, parecen escaleras normales. Cuando se cierra,
sólo se ven las estanterías de una pared lateral del sótano. La puerta está
cerrada. Siempre está cerrada cuando él está abajo.
—Enséñanoslo —dijo Hyukjae con rudeza, y a
empujones obligó al hombre a ponerse en pie y a avanzar por el vestíbulo.
Lo que ocurrió a continuación fue demasiado
rápido para prevenirlo. El casero trató de dejarles atrás precipitándose por
las escaleras del sótano, quizá con intención de llegar al otro lado de la puerta
que había mencionado y cerrarla. Pero sus botas estaban mojadas porque había
pasado largo rato tendido sobre un charco de agua, formado por el agua del cubo
que le habían arrojado. Resbaló y cayó dando tumbos delante de ellos.
Siwon corrió hasta el pie de las escaleras
y buscó el pulso del hombre; después levantó la vista para mirar a su hermano.
—Al parecer, se ha partido el cuello.
—Maldición —dijo Hyukjae—. Ahora tendremos
que encontrar la puerta por nuestros propios medios. Separémonos. Buscad
tiradores ocultos, rendijas evidentes, o listones de madera que puedan servir
para disimular el quicio de una puerta. Si no la encontramos enseguida...
diablos, empezad a echar abajo las paredes.
Leeteuk había puesto en práctica todas las tácticas
que se le habían ocurrido, convencido de que Shangho había perdido por completo
la cabeza. Había adoptado el papel de su padre, reprendiéndole, disculpándose,
ideando explicaciones plausibles para defenderse de las acusaciones de su hijo,
pero en su mente estaba tan grabado que su padre era malo, que nada había
funcionado. No estaba dispuesto a admitir que su otro padre fuera quien había
sido injusto con él.
Sin embargo, por alguna de las cosas que
decía, Leeteuk dedujo que habían sido, aunque era posible que simplemente su
joven padre solo quisiera salvar su propia vida, huyendo de un mando
vengativo... por lo menos hasta que su hijo lo encontró, años después Shangho
lo habría matado.
Era un hombre verdaderamente enfermo. Pero Leeteuk
no consiguió sentir lástima por él. Había matado a varias personas. Había mencionado dos
asesinatos, pero estaba seguro de que había más. Había hecho sufrir a
demasiadas personas con su locura, y Leeteuk sería uno más.
Hablándole como si fuera su padre sólo
había conseguido retrasar el castigo. Estaba desesperado por seguir
aplazándolo. Aunque no esperaba que se produjera un milagro que lo detuviera.
Era el terror de aquella paliza lo que no
podía afrontar, lo que había intentado posponer. Nunca le habían pegado, de
ninguna manera. No tenía idea de lo que era capaz de soportar. ¿Y qué vendría
después? ¿La muerte, si Shangho seguía pensando que él era su joven padre? O si
estaba parcialmente racional para entonces, ¿la violación mientras todavía
gritaba por el dolor que ya le había infligido? ¿O ambas cosas? Sinceramente,
no sabía qué habría preferido.
En aquel momento volvía a ser él mismo.
—A tu padre no le gustaría que me matases
—le dijo—. Quiere hacerlo personalmente. Sin duda volverá a azotarte si...
cuando se entere.
Aquello introdujo un matiz de auténtico
horror en la expresión del hombre. El cuerpo de Leeteuk se estremeció con una
nueva esperanza.
—¿Eso crees? —preguntó él, confuso.
—Sé que sí. Le estarías privando de su
venganza. Se pondría furioso contigo.
Un ruido procedente de la planta superior
distrajo a Shangho. Echó una última ojeada al último jirón de tela que aún
cubría a Leeteuk e introdujo el cuchillo por debajo. Las prendas desgarradas
colgaban hasta el suelo a ambos lados de la cama. No quedaba ninguna para
cubrirlo.
—¿Me has oído? —preguntó frenéticamente,
preso de un creciente pánico.
Shangho ni siquiera lo miró. Soltó el
cuchillo, que cayó al suelo. Había terminado con él... de momento. Después
buscó sus látigos por el suelo y soltó una imprecación al no encontrarlos
enseguida. Tuvo que inclinarse para apartar la ropa y localizar uno de ellos,
pero volvió a incorporarse empuñándolo. Era de mango corto, con múltiples tiras
de cuero, largas y estrechas, balanceándose en la punta. Frotó la empuñadura
contra su mejilla, casi cariñosamente.
—¡Contéstame, maldita sea!
El hombre se mofó de su apremio.
—¿Contestarte?
—Tu padre se pondrá furioso contigo. ¿No te
das cuenta?
Shangho soltó una risita.
—No lo creo en absoluto, precioso. El viejo
murió hace unos cuantos años. Su corazón dejó de latir mientras estaba...
divirtiéndose. No es una manera desagradable de morir.
Oh, Dios. Había vuelto a su estado normal,
lo que significaba que a Leeteuk se le agotaba el tiempo. ¿Serviría de algo
suplicarle? Lo dudaba mucho.
Shangho depositó el látigo cruzado sobre
las piernas desnudas del joven mientras se quitaba el abrigo. Leeteuk no
consiguió encorvar las piernas lo suficiente
para hacerlo caer al suelo. Y al sentir el contacto del cuero sobre su
piel desnuda, se echó a temblar.
El hombre dejó también el abrigo sobre las
piernas del joven mientras empezaba a desabrocharse la camisa. Sólo cubría una
parte de sus pantorrillas. Aquello sí que no se lo esperaba. ¿Pensaba violarlo
primero, después de todo?
—¿Qué haces?
—No creerás que voy a estropear unas ropas
en perfecto estado, ¿verdad? —respondió Shangho—. Es demasiado laborioso limpiar la sangre de un
buen brocado.
Leeteuk se puso lívido. ¿Shangho esperaba
tanta sangre que no quería que le salpicase? Entonces los cubos de agua estaban
allí probablemente para que él se limpiara la sangre al terminar. Aquel
fastidioso bastardo había pensado en todo, ¿no? Eso significaba que hacía
aquello tan a menudo que había aprendido a simplificarlo.
Y no podía detenerle. Ya no podía hacer
nada más... salvo expresarle su rabia.
—Espero que cuando Kangin te encuentre te
rebane el pescuezo... lentamente. Eres un patético remedo de hombre, Shangho,
tan tullido como tu casero. Ni siquiera puedes...
Súbitamente dio un respingo. Shangho había
empuñado el látigo y le había azotado los muslos. Brotaron unos verdugones en
varios puntos, pero la piel no se había roto. Y él volvió a depositar el látigo
encima de las piernas de Leeteuk mientras terminaba de desnudarse.
Lo había azotado para hacerlo callar, y eso
lo puso absolutamente furioso, que ni siquiera fuese a permitirle aquella vía
de escape a sus emociones. Ni el diablo iba a impedírselo.
—¡Cobarde! —le espetó con todo su
desprecio—.Tienes miedo incluso de afrontar la verdad.
—¡Cállate! No sabes nada de mí.
—¿Ah no? Sé que no sabrías qué hacer con
una persona si no la tuvieras atada e inmovilizada. Eres un niño enfermo que no
ha crecido.
Shangho cogió de nuevo el látigo. Leeteuk se
envaró, esperando el golpe. No llegó. En su lugar, el hombre miró hacia la
puerta y frunció el entrecejo. Leeteuk siguió su mirada, pero no supo qué la había
atraído. No había oído nada. Pero él sí.
—Jung, deja de hacer ruido —gritó—. Ya
deberías saber que no te conviene molestarme cuando estoy... ¿Cómo han entrado
aquí? ¡No pueden entrar aquí!
Leeteuk rompió a llorar al ver a Kim
Hyukjae bloqueando de repente la entrada. Su alivio fue tan increíble que se
adueñó de él por completo. Lo único que podía hacer era sollozar, quizá porque
en realidad no podía creerlo. Y si su mente le estaba jugando una mala pasada
Pero entonces vio también a Kangin detrás
de Hyukjae, empujándolo para abrirse paso. Shangho estaba, bueno, meramente
indignado por la presencia de Hyukjae. Pero en cuanto a Kangin, ante Kangin estaba
aterrorizado, porque ya se había enzarzado con él en dos ocasiones, y en ambas
había salido perdiendo.
Kangin miró primero a Leeteuk, después a Shangho,
que estaba más allá con el látigo en la mano, y cruzó la habitación como una
exhalación. Ni siquiera rodeó la cama para alcanzar su objetivo, sino que saltó
por encima, derribó a Shangho y cayeron juntos al suelo, donde Leeteuk no podía
verlos bien, sólo podía oír...
Hyukjae se acercó a la cama, quitándose la
chaqueta por el camino con intención de cubrirlo cuando llegara a su lado.
—Chst, cariño, ya ha pasado —dijo
suavemente.
—¡Lo... lo... lo sé! ¡No... no puedo...
evitarlo! —consiguió articular entre sollozos.
Hyukjae le sonrió, manteniendo los ojos
decorosamente alejados de su desnudez.
Y se apresuró a
soltar las correas. Kim Siwon también estaba allí, advirtió Leeteuk finalmente,
a los pies de la cama, mirando cómo su sobrino aporreaba a Shangho.
—Maldición, no va a dejar nada para
nosotros,¿verdad? —se quejó Siwon a su hermano.
Hyukjae soltó una carcajada.
—Será mejor que lo detengas. Siwon. No creo
que ese bastardo esté sintiendo ninguno de esos golpes en este momento, y
detesto ver una buena tunda desperdiciada, en especial cuando se la merece
tanto. Además, tiene que sacar a Leeteuk de aquí.
Para entonces, el aludido ya se había
incorporado, y rápidamente se puso la chaqueta de Hyukjae. Pudo ver por sí mismo
que Shangho estaba inconsciente. Pero eso no impedía que Kangin siguiera
azotándolo.
Siwon tuvo que arrancar literalmente a Kangin
de allí. La furia tardó unos segundos en evaporarse de sus ojos. Pero en cuanto
éstos se encontraron con los de Leeteuk, fue hacia él y lo atrajo contra sí, con mucha
fuerza... y Leeteuk rompió a llorar nuevamente.
Hyukjae puso los ojos en blanco.
—jóvenes. Cuando entramos por esa puerta,
estaba maldiciendo, y ahora que está a salvo, se echa a llorar. Nunca lo
entenderé, aunque me condene.
Siwon rió por lo bajo.
—son así, hermano. No es necesario que les
entendamos.
Hyukjae soltó un bufido, pero miró a su
sobrino e hizo un gesto con la barbilla para señalar a Leeteuk.
—Kangin, llévatelo de aquí... a la ciudad,
si quieres. Siwon y yo nos ocuparemos de esta escoria.
Kangin titubeó, fulminando nuevamente a Shangho
con la mirada.
—Todavía no ha sufrido bastante.
—¿Bastante? Créeme, valiente, ni siquiera
ha empezado a sufrir.
Kangin miró fijamente a su tío un largo
instante y después asintió, satisfecho. Cualquiera fuese el plan que Hyukjae le
reservaba a aquel hombre, no sería nada agradable.
Kangin levantó en brazos delicadamente a Leeteuk
y lo sacó de la habitación. El se aferraba a su cuello en un abrazo casi tan
estrecho como el de la muerte.
—No puedo creer que hayáis venido... que me
hayáis encontrado —susurró—. ¿Cómo?
—Había apostado a dos hombres para que
siguieran a Shangho.
—Dijeron algo de unos intrusos —dijo Leeteuk
mientras subían las escaleras—. El casero los encerró en las cuadras. Uno quizá
esté muerto. ¿Eran hombres de tu tío?
—Uno de ellos sí. El otro era tu cochero.
Pero ambos están vivos. Los demás hombres de Hyukjae fueron a decirle que te
habían secuestrado. Y ya habían seguido a Shangho hasta aquí en ocasiones
anteriores, por lo que sabíamos que éste era uno de los lugares donde debíamos
buscarle.
No mencionó que habían temido que fuera
demasiado tarde y Leeteuk no mencionó el infierno que había vivido intentando
posponer su castigo.
Se abrazó con más fuerza al cuello de
Kangin.
—Hay otros jóvenes encerrados ahí abajo.
Este lugar ha sido su prisión. Tenemos que liberarlos.
—Serán liberados.
—Está verdaderamente enfermo, Kangin. Mató
al propietario de esa casa, el hombre
que me subastó.
—¿Lo reconoció?
—Sí. También mató a su appa y sólo Dios
sabe a quién más.
Empezó a temblar una vez más.
—No
pienses en eso, amor mío. No volverás a verle, te lo prometo.
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