La casa grande y húmeda parecía
deshabitada. Los pocos muebles que se veían a través de las puertas entornadas
estaban cubiertos con sábanas. Las cortinas echadas impedían el paso de la luz
y hacían necesario el uso de una lámpara para alumbrar el camino. En todos los
rincones había telarañas.
Pero un anciano les abrió la puerta, de
modo que la casa estaba habitada. Sin embargo, tras mirarlo mejor, Leeteuk comprendió
que aquel hombre no era viejo, sino deforme y muy, muy feo. Tenía un brazo más
largo que el otro o quizá sólo lo pareciera a causa de su cuerpo contrahecho. Y
su grotesca cara estaba desfigurada: le habían cortado la nariz y sus carrillos
abultados hacían que se asemejara a un cerdo. El cabello cano lo hacía pasar
por un viejo, cuando en realidad no lo era.
Al verlo, la primera idea que cruzó por la
mente de Leeteuk fue que Shangho era el
responsable de esas deformidades. Luego prestó atención a lo que decían
mientras la arrastraban por un pasillo.
El casero, que respondía al nombre de Jung,
parecía adorar a Shangho por haberle dado un empleo cuando nadie más quería
hacerlo. Aunque Leeteuk imaginó cuál era ese empleo, pues Jung no se sorprendió
en lo más mínimo al ver que Shangho traía consigo a un joven atado y amordazado.
—¿Una nueva belleza para su colección,
señor? —preguntó.
—Así es, Jung, y muy difícil de obtener,
por cierto.
Llegaron ante unas escaleras que descendían
hacia la más siniestra oscuridad. Jung bajó en primer lugar para alumbrarles el
camino. Cruzaron un sótano grande y llegaron a otra escalera que descendía a
las entrañas de la casa... Y entonces oyó gemidos.
Era como una prisión. Leeteuk se convenció
de que lo era cuando cruzaron puerta tras puerta con barrotes y grandes
candados. El hedor que emanaba de las celdas le producía náuseas. La única luz
la arrojaba una antorcha adosada a la pared al final del pasillo. No se veía el
más mínimo resplandor a través de los barrotes.
Al fondo del pasillo había señales de que
estaban construyendo más celdas. Leeteuk había contado cuatro celdas. ¿Estaban
todas ocupadas? Lo empujaron al interior de la quinta celda.
Jung ya estaba dentro. Había dejado la
lámpara en el suelo. En el centro de la pequeña habitación había una cama
cubierta con una sola sábana. La celda era nueva, estaba limpia y olía a
madera. Contra la pared había cuatro cubos... ¿para lavar la sangre?
—Muy bonita, Jung —dijo Shangho mirando
alrededor—. Y la has terminado justo a tiempo.
—Gracias, señor. Podría haber terminado
antes si hubiera tenido ayuda, pero entiendo que aquí no puede entrar nadie
más.
—Te las apañas muy bien solo, Jung. Si
tuvieras ayuda, tendrías que compartir tu sueldo.
—No, no quiero compartirlo. Terminaré la
próxima habitación a fin de mes.
—Estupendo.
Leeteuk no los escuchaba. Miraba horrorizado
la cama situada en el centro de la habitación, que tenía correas de piel con
gruesas hebillas en las cuatro esquinas. Al ver las correas le asaltó el
pánico. Si lo amarraban con ellas, nunca conseguiría escapar, y sin duda eso
era lo que pretendía Shangho.
Había intentado dar una patada a la puerta
del coche, pero sólo había conseguido hacerse daño en el pie y divertir a Shangho.
El maldito se había reído de su frustrado intento de fuga. Y ahora le sujetaba
el brazo con tanta fuerza como al principio, impidiéndole escapar. Pero tenía
que hacer algo. Ahora que estaban enfrascados en la conversación y no lo
miraban era la oportunidad perfecta...
Cayó sobre Shangho como si hubiera
tropezado casualmente. Era la única estratagema que se le había ocurrido para
que él aflojara la presión en su brazo. También podría haber fingido un
desmayo, pero no habría podido levantarse con facilidad, pues aún tenía las
manos atadas a la espalda.
Shangho le soltó el brazo, aunque para apartarlo
de su lado. Lo empujó con tanta fuerza que Leeteuk comprendió que no soportaba
su contacto, cosa que le habría extrañado mucho si hubiera tenido tiempo para reflexionar.
Pero no lo tuvo. Aprovechó ese precioso
instante de libertad para huir de la habitación. A su espalda, oyó que Shangho reía
y decía algo ininteligible. Pero ni él ni su casero corrieron tras Leeteuk. Leeteuk
comprendió el motivo cuando llegó a la escalera y tropezó en el primer escalón,
cayendo sobre los demás.
Con las manos atadas a la espalda, le
resultaba difícil levantarse y subir. Pero no se detendría. Seguiría subiendo,
aunque quizá no tan rápidamente como hubiera deseado. Llegó al sótano y luego a
las escaleras de arriba que conducían a la primera planta.
Había conseguido llegar tan lejos, que
estaba convencido de que escaparía. Pero encontró la puerta principal cerrada
con un cerrojo. Se volvió de espaldas y logró mover el picaporte, pese a sus
dedos entumecidos, pero el cerrojo estaba demasiado alto y no pudo alcanzarlo.
Tal era su decepción que estuvo a punto de
dejarse caer, derrotado. Pero tenía que haber otras puertas en la casa. No
podía haber cerrojos en todas. Aunque no tenía mucho tiempo para buscarlas y el
dolor en sus manos, ahora que la sangre circulaba otra vez, prácticamente lo
inmovilizaba.
Debería haber buscado la cocina, donde
podría encontrar un cuchillo para cortar las cuerdas mientras se escondía...
Tenía que esconderse. Pero era demasiado tarde para buscar la cocina, que sin
duda estaría en la parte trasera de la casa, en la misma zona donde estaba el
sótano y donde pronto aparecería Shangho.
La oscuridad era una bendición, o al menos
eso esperaba Leeteuk. Pero ¿cómo esconderse cuando las habitaciones de la
planta baja tenían tan pocos muebles? No tenía tiempo para cerciorarse.
Debía subir las escaleras que conducían a
la planta alta. Corrió hacia ellas. Escaleras otra vez, ¿pero qué otra
posibilidad tenía? En cualquier momento le cerrarían el paso a la parte trasera
de la casa y a cualquier otra puerta que condujera al exterior.
Había hecho una buena elección. Oyó a Shangho
a su espalda antes de llegar a lo alto de las escaleras. Pero aunque él mirara
hacia arriba, no lo vería. Llevaba la lámpara pegada al cuerpo, de modo que su
luz no lo alcanzaba y sólo conseguía proyectar tantas sombras como las que
dispersaba.
—Ha llegado el momento de tu castigo,
bonito. No podrás escapar. Debes pagar por los pecados de él, como han hecho
tantos otros.
¿El? ¿Había una razón para su locura?
¿Quién diantres era “el”?
Todas las puertas de la planta alta estaban
cerradas. Leeteuk procuró abrir la primera y descubrió que sus dedos habían
vuelto a entumecerse. Se encogió al sentir aquellos horribles pinchazos. Y la
maldita habitación no tenía un solo mueble.
La segunda habitación estaba tan atestada
de objetos que era evidente que alguien vivía en ella. ¿El detestable casero?
Pero entraba demasiada luz a través de las deshilachadas cortinas, y sería
fácil descubrirlo aunque se escondiera detrás de un mueble. No podía meterse
debajo de la cama. Sería una trampa mortal, el primer lugar donde lo buscaría Shangho.
La tercera habitación estaba tan oscura que
Leeteuk se preguntó si tendría ventanas. Caminó a tientas, pegado a la pared,
hasta que encontró unas cortinas y las apartó con el hombro. Nada. Estaba vacía
como la primera.
No le quedaba mucho tiempo. Shangho lo buscaría
primero abajo, convencido de que no se arriesgaría a subir más escaleras. Pero
en cuanto terminara de registrar la planta baja, subiría tras él. Había ganado
unos minutos, no más.
—Te prometo que esta tontería tuya
endurecerá el castigo. Te conviene salir de tu escondite ahora mismo.
Su voz sonó lejana, como si procediera de
una de las habitaciones de la planta baja. Aún le quedaban unos instantes...
Leeteuk corrió hacia la puerta siguiente.
Un armario vacío. Y a la siguiente... ¡más escaleras! ¿Acaso lo conducirían a
un desván? Un desván sería el sitio perfecto para esconderse, pues sin duda
estaría lleno de objetos y muebles viejos.
Pero había rogado,
implorado, que hubiera otras escaleras que condujeran a la parte trasera de la
casa. No veía el final del pasillo, así que ignoraba cuántas puertas le
quedaban por abrir. ¿Qué era preferible? ¿Un buen escondite o unas escaleras
que condujeran a una puerta que diera al exterior? ¡Cielos, era incapaz de
decidirse!
Su única posibilidad era salir de la casa,
que estaba rodeada de bosques. Shangho nunca lo encontraría en el bosque.
Continuó avanzando. Otra puerta, y en el
interior no había cortinas. La radiante luz del día, incluso filtrada a través
de los cristales sucios, estuvo a punto de cegarlo. Tardó unos instantes en
distinguir una cama rota, un baúl enorme con la tapa abierta, un armario al que
le faltaba una puerta. ¿El baúl? No, demasiado previsible, una trampa segura.
Sin embargo, la luz de esa habitación le
permitió ver que sólo quedaba otra puerta al final del pasillo.
Cuando llegó junto a ella, descubrió que estaba
cerrada con llave. Pero perdió demasiado tiempo creyendo que estaba atascada e
intentando bajar un poco más el picaporte. Oía pasos en la escalera...
Regresó corriendo a la habitación iluminada
y cerró la puerta para que la luz no llegara al pasillo, aunque dejó apenas una
rendija abierta por si necesitaba salir
rápidamente. Si Shangho veía la puerta abierta, sabría que estaba allí. Leeteuk
contuvo el aliento y aguzó el oído con
la esperanza de que el hombre volviera a hablar y el sonido de su voz le
permitiera localizarlo.
Pero Shangho no habló. Sólo oía pasos, una
pausa, más pasos, otra pausa...
¿Acaso él también pretendía localizarlo
por el ruido? Quizá. Sus pasos sonaron más fuertes cuando llegó a lo alto de
las escaleras. Caminaba a grandes zancadas.
¿Lo hacía adrede? ¿Para que él lo oyera y
supiera que se aproximaba?
Leeteuk supo que había entrado en la primera
habitación, alumbrándolo con la luz de la lámpara. Entonces recordó que había
dejado todas las puertas abiertas, excepto las dos últimas. Lo único que tenía
que hacer Shangho era asomar la cabeza al interior. Los pasos cada vez más
próximos confirmaron su sospecha.
No obstante, aún tenía que entrar en la
habitación atestada. Miraría bajo la cama y en el armario. Eso le daba unos
segundos para salir de la habitación y correr hacia las escaleras. Era probable
que abajo se topara con el casero, pero arriba no tenía escapatoria.
Sin embargo, perdió el poco tiempo que
tenía cuando al ir a abrir la puerta ésta se cerró del todo. Y como estaba
obligado a volverse de espaldas para bajar el picaporte... No había recorrido
ni la mitad del camino hacia la habitación que registraba Shangho cuando oyó
sus pasos aproximándose a la puerta.
Así que se giró hacia el desván y rogó que
el miedo que le embargaba no lo hiciera tropezar con los peldaños. Aún le
quedaba la esperanza de que el desván fuera grande y estuviera atestado de
objetos, para que Shangho tardara un buen rato en registrarlo.
Entonces tendría ocasión de correr y bajar
las escaleras. Cuando llegó a la puerta en lo alto de las escaleras y la cerró
a su espalda, tenía los ojos llenos de lágrimas. El desván era una estancia
grande y larga, que ocupaba toda la planta superior de la casa... y estaba
vacío. Debió haberlo supuesto,
teniendo en cuenta la escasez de muebles en las demás habitaciones de la casa.
Era obvio que el antiguo propietario del
inmueble se había llevado todas sus pertenencias. Y el propietario actual,
seguramente Shangho, había traído sólo lo indispensable, porque no tenía
intención de residir en la casa. Aprovechaba su aislamiento para practicar sus
perversiones sin riesgo de que nadie oyera los gritos de sus víctimas. Era una
prisión...
Leeteuk no tenía escapatoria. Shangho ya
subía las escaleras, y en cualquier momento se abriría la puerta. En el desván
no había sitio donde ocultarse. Estaba atrapado, acorralado, y seguía atado. Si
no fuera por las cuerdas...
La puerta se abrió. Con ojos como platos, Leeteuk
miró a Shangho, que estaba a escasos metros de distancia. Él sonrió y dejó la
lámpara en el suelo. No la necesitaba. El desván estaba iluminado por la luz
que se colaba por una serie de ventanucos.
La sonrisa de Shangho le heló la sangre.
Debería estar furioso porque lo había obligado a registrar la casa, pero no
parecía enfadado, sino contento, divertido incluso.
Leeteuk comprendió que su intento de fuga
había formado parte de la diversión; le había permitido albergar una esperanza
para destruirla poco después. Por eso no lo había seguido de inmediato. El muy
maldito quería, que intentara huir, que creyera que tenía una posibilidad,
cuando evidentemente no era así. Lo único que había conseguido Leeteuk era
postergar lo inevitable.
—Ven, bonito. —Hizo un ademán, como si de
verdad esperara que él se acercara voluntariamente—.Ya has tenido tu pequeña
oportunidad.
Esas palabras confirmaron las sospechas de Leeteuk
y lo enfurecieron. ¿Que no podía pelear?
Vaya si no.
Sin pensárselo dos veces se arrojó contra
él, golpeándolo con todas sus fuerzas contra el pecho, sin importarle si caía
por las escaleras con él, mientras él también lo hiciera. Shangho cayó. Pero él
no. Aunque a Shangho lo había pillado desprevenido, Leeteuk había conseguido
recuperar el equilibrio en el último momento.
Atónito, miró el cuerpo tendido al pie de
las escaleras. No estaba muerto, pero sí inconsciente. Voló escaleras abajo y
saltó sobre los pies de Shangho en dirección a la otra escalera.
Ahora sí su esperanza estaba fundada. Quizá
el casero estuviera en la planta baja, pero también era probable que siguiera
aguardando a su amo en el sótano. Después de todo, Shangho no había querido
encontrarlo enseguida para no echar a perder la diversión.
Pero se equivocaba, y lo descubrió de la
peor manera cuando chocó con el casero en el rellano de las segundas escaleras.
Esta vez el impacto no arrojó al hombre escaleras abajo, como había ocurrido
con Shangho. Leeteuk se quedó sin aliento, pero Jung era más sólido que un toro
y ni siquiera se inmutó.
—No te muevas, inglés. No quiero verme
obligado a rebanarte el pescuezo.
El cuchillo apoyado en su garganta fue la
única advertencia que el hombre necesitó. Se detuvo de inmediato, agazapado
entre los arbustos.
—¿Qué... qué quiere de mí?
—Quiero saber qué haces husmeando por estos
bosques.
—No estaba husmeando... Es decir, bueno,
sólo intentaba decidir qué hacer —trató de explicarle el hombre, aunque las
palabras no le salían con facilidad bajo la presión del cuchillo.
—¿Qué hacer acerca de qué?
—Verá, iba siguiendo a un coche, pero lo he
perdido. Un estúpido carro se interpuso en mi camino y me entretuvo. Pero tomó
este rumbo, y como esa casa es la única de la zona, quería ver si localizaba
ahí el coche. No estaba seguro de si debía llamar a la puerta y preguntarlo
directamente, porque hay algo en todo este
asunto que no me gusta.
El cuchillo, que ya no se apoyaba contra el
cuello del hombre, volvió a acercarse.
—Tienes cinco segundos para explicarme con
claridad lo que acabas de decir, inglés.
—¡Espere! Se trata
de mi patrón, el joven señor Park. Soy su cochero. Lo dejé en casa de su
modista, pero cuando salió, un caballero lo abordó, lo llevó hasta su coche y
ambos se marcharon en él. Pero mi patrón sabía que yo lo estaba esperando. Y me
vio. Me habría dicho qué estaba ocurriendo, ¿comprende?, antes de marcharse con
ese hombre... a menos que no fuera con él por voluntad propia. Y por eso los
seguí. Creo que mi patrón está en apuros.
El cuchillo se apartó y el hombre ayudó al
cochero a ponerse en pie.
—Creo que ambos buscamos lo mismo —dijo Seungin,
ofreciéndole su mano y una sonrisa de disculpa.
—¿Ambos?
—Es cierto que el joven Park fue conducido
a esa casa. Y estoy convencido de que no desea permanecer ahí. El coche que lo
trajo hasta aquí regresó a la ciudad, pero no he podido determinar cuántos
sirvientes hay en la casa, con los cuales habrá que negociar para rescatar a tu
señor. Un amigo mío ha ido en busca de ayuda, pero por desgracia los conducirá
a un sitio equivocado.
—¿Rescatarlo? ¿Y cómo sé yo que usted mismo
no ha salido de esa casa? —preguntó el cochero con desconfianza.
—Si así fuera ahora estarías tendido en el
suelo y degollado.
—¿El corre esa clase de peligro?
—¿He olvidado mencionarlo?
Kangin llegó a
casa de su tío en el mismo momento en que Hyukjae la abandonaba. Kangin ya
estaba ansioso, tras recibir el críptico mensaje, que en realidad no le decía
nada. Y la expresión de Hyukjae no hizo otra cosa que incrementar su ansiedad.
—¡Tu hombre dijo que era urgente! —gritó Kangin
cuando se disponía a apearse del carro.
Hyukjae le indicó por señas que volviera a
entrar en el vehículo.
—Iré contigo y te lo explicaré por el camino.
Supuse que no llegarías antes de que yo me marchara.
Kangin había acudido en su coche porque
acababa de llegar a casa en él cuando el lacayo de Hyukjae lo encontró. Hyukjae
ya había ordenado que trajeran su montura, con instrucciones de que la ataran
detrás del coche de Kangin.
Sukin aún seguía en el interior del coche
que había alquilado cuando él y Seungin seguían a Shangho para comprobar que se
dirigía a su casa de la ciudad. Tras dejar a Seungin, había regresado a
Berkeley Square para informar a Hyukjae de lo ocurrido, y éste había mandado
avisar inmediatamente a Kangin y Siwon.
Antes de subir al coche de Kangin, Hyukjae ordenó
al cochero que siguiera al coche de alquiler.
—Al parecer, Siwon no llegará a tiempo para
reunirse con nosotros —dijo.
—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
—Lo que creíamos que no podía ocurrir. Shangho
se ha llevado a Leeteuk... al menos el joven que obligó a subir a su coche
encaja con su descripción. En realidad Sukin no lo había visto nunca, así que no
lo sabe con certeza. Ese estúpido lo ha secuestrado esta mañana a un paso de
Bond Street.
Kangin palideció.
—Leeteuk iba hoy a Bond Street, a ver a su
modista.
—Aun así es posible que no fuera él, Kangin.
Yo me detendría en su casa para asegurarme, pero no creo que tengamos tiempo
suficiente para desperdiciarlo de ese modo.
—Oh, Dios mío —interrumpió Kangin—. Lo
mataré.
—Le reservo otros planes, mucho más
apropiados para...
—Si le ha hecho el más leve rasguño, es
hombre muerto —volvió a interrumpir Kangin con tono amenazador.
Hyukjae suspiró.
—Como quieras.
No tardaron mucho en llegar a la residencia
de Shangho, pues Kangin no dejó de gritarle al chófer que se diera prisa. Pero
registrar la casa les llevó mucho tiempo.
Los sirvientes de Shangho
juraron que él no se encontraba en casa, pero Hyukjae no se fiaba de la palabra
de ninguno de ellos. Sin embargo, pronto llegó Siwon, que supo dónde
encontrarlos gracias a Donghae. Se apresuró a señalar que, con tantos sirvientes
de testigos —pues Shangho tenía un pequeño ejército a su servicio—, nunca
osaría llevar a su propia casa a un joven del que intentaba abusar, sobre todo
porque era más que probable que gritara, pataleara y armara un gran alboroto
pidiendo ayuda, a menos que le hubiera amordazado, cosa que llamaría aún más la
atención de la servidumbre.
De hecho, no era una conjetura demasiado
descabellada suponer que los sirvientes de lord Shangho no estaban al tanto de
sus despreciables costumbres, pues de lo contrario no habrían aceptado trabajar
para él... a menos que tuvieran las mismas aficiones. Varios de ellos podían
gozar de su absoluta confianza, pero difícilmente todos.
Para entonces, Kangin estaba frenético.
Cada minuto de retraso aumentaba el riesgo de que Shangho estuviera lastimando
a Leeteuk, y ya habían desperdiciado treinta minutos registrando la casa.
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