Teniendo en cuenta
que el plan original de Kangin era hacer unos cuantos recados que no exigían
contacto social alguno, se estaba encontrando con muchos conocidos. Primero con
Shinyoung y ahora, en la tienda de su sastre, con su primo Yesung.
Sin embargo, este segundo encuentro no le
preocupó, pues Leeteuk estaba en el coche y él pronto dejó a Yesung en la
sastrería... o eso creía. Al parecer, Yesung estaba ansioso por ponerlo al
tanto de los últimos chismorreos y lo siguió hasta el coche. Y allí vio a Leeteuk,
aunque el joven hizo lo posible para ocultarse en un rincón del asiento. Lo que
con aquel maldito traje naranja era una empresa imposible, desde luego.
Yesung era el hijo mayor de Zhoumi, aunque
tenía tres años menos que Kangin. Y no iba a dejarse amedrentar por la
presencia de Leeteuk. Yesung no preguntó quién era el joven ni qué hacía allí,
y Kangin tampoco le proporcionó la información voluntariamente. Pero en ese
momento aparecieron dos amigos de Yesung y, el más locuaz de los dos, tras
cinco minutos de mirar a Leeteuk con expresión insinuante, tocó un tema que ya
empezaba a ser habitual:
—¿Es pariente de lord Park, el conde
asesinado por su esposa?
Y por lo visto, no estaba dispuesto a
conformarse con un simple no.
—¿Entonces quién es? —insistió.
—Soy un brujo, Sir —respondió el propio
Leeteuk antes de que Kangin pudiera hacerlo—. Y lord Kangin me ha contratado para hacer un
maleficio. ¿Es ésta nuestra víctima, Kangin?
Kangin parpadeó, sorprendido, pero el otro hombre palideció.
Su expresión de horror era tan cómica que Kangin no pudo contener la risa. Y Leeteuk
se limitó a mirarlo con cara de inocente.
—Eh, a mí no me causa ninguna gracia, Kangin
—dijo Yesung.
—Bueno, es evidente que no te proponías
hacerle un maleficio —dijo con sensatez el otro acompañante de Yesung—.
Pero ¿quién es el desafortunado?
Yesung, que había pillado enseguida las
intenciones de Leeteuk, puso los ojos en blanco. Pero Kangin tuvo otro ataque
de risa, y era evidente que no iba a contestar por algún tiempo, de modo que Leeteuk
dijo con calma:
—Sin duda habréis advertido que estaba
bromeando, caballeros. No soy ningun brujo... que yo sepa, al menos.
—Sólo un hechicero —dijo Kangin obsequiándole
con una sonrisa tierna que provocó el inevitable rubor en Leeteuk.
Pronto consiguió desembarazarse de su primo
y sus amigos sin que volviera a tocarse el tema de la identidad de Leeteuk. De
camino a la siguiente parada, Kangin lo felicitó por su ingenio.
—Caray, fue una salida brillante, querido
—dijo apretándole la mano—. Una broma en lugar de una mentira. Me alegro de que
se te haya ocurrido.
—¿Y qué mentira habrías escogido tú esta
vez? ¿La del viudo o la del primo?
Kangin dio un respingo.
—Lo que acaba de suceder fue totalmente
imprevisto, Leeteuk. Yesung estaba en casa del sastre, y no me lo esperaba, pero lo cierto es que me
despedí de él tres veces. Decía que no recordaba qué más quería decirme y me
detuvo varias veces, la última cuando subía al coche.
Leeteuk le sonrió, reconociendo que no era
culpa suya. Al menos esta vez. Además, disfrutaba mucho de su compañía, pese a
que estaba la mayor parte del tiempo esperándolo en el coche.
De modo que se contentó con decir:
—Haremos todo lo posible para que no
vuelva a suceder, ¿de acuerdo?
—Por supuesto —le aseguró él.
Sin embargo al llegar a la cristalería,
donde Kangin esperaba encontrar un regalo para su primo Onew, le pidió a Leeteuk
que bajara para ayudarlo a elegir. Y allí se toparon con otro conocido. Aunque
esta vez no hubo necesidad de hacer las presentaciones. Era alguien a quien
ambos conocían y a quien deseaban no haber conocido nunca.
Fue sin duda una desafortunada
coincidencia que Shangho se encontrara en esa tienda a esa hora del día y también que, literalmente, se
tropezaran con él. Se disponía a
marcharse cuando se giró un instante sin reparar en que alguien entraba por el
pequeño pasillo, a su espalda. Entonces chocó con Kangin, que tuvo que soltar la mano de Leeteuk para atajar el
impacto.
Shangho se sobresaltó con la colisión,
pero sus ojos azules se entornaron al reconocer al hombre que estaba frente a él.
—Vaya, si es el buen samaritano —dijo con
tono burlón—. El liberador de los afligidos. ¿Nunca se le ha ocurrido pensar, Kim, que algunos de
ellos disfrutan con el sufrimiento?
La desfachatez de ese comentario enfureció
a Kangin.
—¿Y a usted nunca se le ha ocurrido pensar,
lord Shangho, que está enfermo?
—La verdad es que gozo de una estupenda
salud.
—Me refería a su mente.
—¡Ja! —rió Shangho—. Ya le gustaría, pero
estoy perfectamente cuerdo. Y también tengo una memoria excelente. Le aseguro
que se arrepentirá de haberme robado a esta preciosidad.
—Oh, dudo que así sea —respondió Kangin con
fingida indiferencia—. Además, yo no le robé nada. Era una subasta. Podía haber
seguido pujando.
—¿Cuando todo el mundo conoce la magnitud
de la fortuna de los Kim? No sea ridículo. Pero llegará el día en que lamente
haberme hecho enfadar.
Kangin se encogió de hombros.
—Si me arrepiento de algo, Shangho, es de
permitir que siga vivo, cuando la escoria como usted debería arrojarse a la
basura en el mismo momento de su nacimiento.
El hombre tensó los músculos y su cara
enrojeció. Kangin deseó haberlo batido a duelo, pero por otra parte conocía a
ese hombre: un cobarde que sólo se sentía poderoso ante los débiles e
indefensos.
—También recordaré estas palabras —dijo Shangho
y de inmediato miró a leetuk con un brillo gélido en los ojos—. Aguardaré a que
se canse de tí y entonces pagarás por haberme hecho esperar, bonito. Sí, te
aseguro que pagarás...
Mientras pronunciaba esas palabras señalaba
a Leeteuk con un dedo y lo habría tocado con él en el pecho si Kangin no le
hubiera arrebatado la mano. Shangho soltó un gemido de dolor cuando le rompió
el dedo, pero Kangin no había terminado. No le preocupaban las amenazas contra
su persona, pero su furia creció al oír que también amenazaba a Leeteuk.
—¡Me ha roto...!
—gritaba Shangho, pero un rápido puñetazo en la boca lo interrumpió.
Kangin atajó a Shangho antes de que cayera
al suelo y sin soltarlo dijo con furia:
—¿Cree que no voy a romperle la crisma
aquí, porque estamos rodeados de artículos de cristal? Pues quítese esa idea de
la cabeza, Shangho, porque no me importa lo que destruya mientras lo destruya a
usted también.
El hombre palideció, pero en ese momento
intervino el propietario de la tienda.
—No quiero perder mi negocio a causa de su
pequeño altercado, caballeros —dijo con preocupación— ¿Les importaría continuar con su discusión en
otro sitio?
Y Leeteuk susurró:
—No permitas que te provoque y te obligue a
hacer un escándalo.
Era acaso demasiado tarde para esa
advertencia. Kangin miró alrededor y no vio ningún cliente, sólo el propietario
de la tienda estrujándose las manos.
Kangin hizo un breve gesto de asentimiento
y soltó a Shangho, pero esta vez fue él quien agitó el dedo.
—Hablando de arrepentimiento, permítame
decirle que usted no llegará a arrepentirse si vuelve a acercarse a él, y
tampoco tendrá que preocuparse de su memoria porque no le quedarán recuerdos,
ni siquiera aliento para contaminar el aire de esta ciudad. Porque dejará de
existir.
De una estantería que estaba a su lado
cogió un florero, y sin mirarlo siquiera, se lo entregó al propietario.
—Me llevo esto.
—Desde luego, señor. Si tiene la bondad de
acompañarme —dijo el hombre y caminó presuroso hacia el mostrador situado en el fondo de la tienda.
Kangin cogió a Leeteuk por el brazo y
siguió al propietario, sin volver a mirar a Shangho. Instantes después, oyeron
la puerta que se abría y se cerraba.
Leeteuk dejó escapar un suspiro de alivio.
El propietario dejó escapar un suspiro de alivio. Pero Kangin aún estaba
demasiado alterado para sentir algo más que furia. Debería haber vuelto a dejar
sin sentido a Shangho sin preocuparse del escándalo. Tenía la impresión de que
se arrepentiría por no haberlo hecho.
Enfadado consigo mismo por no haber sabido
aprovechar la oportunidad y la provocación, arrojó al propietario de la tienda
un fajo de billetes y dijo:
_Guárdese el cambio y olvide este
desafortunado incidente.
_¿Qué incidente? —preguntó el propietario
con una sonrisa, ahora que sus artículos estaban a salvo y sus bolsillos llenos.
Con sus encantadoras sonrisas, Kim Kangin tenía
un aire infantil que le hacía parecer inofensivo. Pero aquel día Leeteuk había
descubierto que las apariencias engañan. Se había quedado paralizado al volver
a ver a lord Shangho y evocar la terrible experiencia de la subasta. Pero Kangin
se había convertido en un hombre distinto, y Leeteuk se alegraba de que no
fuera tan inofensico como parecía. Ni mucho menos. Le había roto el dedo a ese
hombre; deliberadamente. Y estaba seguro de que le habría roto alguna cosa más
si no le hubieran recordado que provocaría un escándalo.
Se lo había dicho
porque sabía lo que Kangin pensaba de los escándalos y quería detenerlo. Lo
había conseguido. Pero ignoraba por qué quería detenerlo. Quizá porque no
deseaba verlo en una situación violenta,
o porque el propietario de la tienda estaba preocupado por sus artículos.
O tal vez porque Kangin
le despertaba un instinto de protección y no quería que más tarde se
arrepintiera de sus actos. Esta última causa era preocupante.
Desde el
principio, Leeteuk se había propuesto adoptar una actitud lo más impersonal
posible, como correspondía a un amante. Pero cada vez le resultaba más difícil
mantener esa actitud. Kangin le gustaba; le gustaba estar con él, hacer el amor
con él, todo lo que tenía que ver con él. Y estaba convencido de que esos sentimientos se
intensificarían, a menos que él hiciera algo muy drástico para cambiar las
cosas.
Era una idea aterradora. No quería amar a Kangin.
No quería sufrir pensando en el día en que le diría que ya no necesitaba sus
servicios. Ese día llegaría inevitablemente, y cuando llegara, Leeteuk quería
suspirar de alivio, no llorar con el corazón destrozado.
Sabía que había tenido otro amante con
anterioridad, de modo que tenía motivos para preocuparse. En una de las
conversaciones con Changmin y Minho, alguien había mencionado que esa relación
había durado meses, no años.
La exorbitante suma que había gastado en Leeteuk
no tenía mayor importancia para él, pues su familia era muy rica. Así que no
podía contar con que tuviera en cuenta ese punto. No; cuando decidiera aventurarse
por un nuevo camino, le abandonaría sin importarle lo que él sintiera. Y Leeteuk
no sabía cómo prepararse para sobrevivir a ese día, sobre todo cuando había
cometido el estúpido error de enamorarse de él.
Kangin estaba rumiando el incidente con Shangho,
pero le había rodeado los hombros con actitud protectora y le acariciaba
distraídamente el brazo. Puesto que Leeteuk también estaba enfrascado en sus pensamientos,
continuaron el viaje en silencio.
Cuando llegaron a la siguiente parada, Leeteuk
no quiso bajar del coche. Kangin tampoco se lo pidió, pero regresó pronto. Y al
regresar le entregó un paquete.
—Es para ti —dijo—. Ábrelo.
El joven miró la pequeña caja con expresión
cautelosa. Conocía el motivo de ese regalo, pues Kangin no podía disimular su
sentimiento de culpa. Abrió la caja y vio una medalla en forma de corazón
cubierta de pequeños diamantes y rubíes, colgando de una fina cadena de oro que
le llegaría justo debajo del cuello. Muy sencillo, muy elegante, muy caro.
—No tenías por qué hacerlo —dijo sin
apartar la vista de la medalla.
—Claro que sí —respondió él—. Ahora mismo
me siento tan culpable que si no me dices que me perdonas me echaré a llorar.
Leeteuk alzó los ojos, abiertos como
platos, pensando que hablaba en serio, pero cuando vio la expresión de Kangin supo
que no era así. Rió, pero apenas un instante. Lo del llanto no iba en serio,
pero era obvio que se sentía culpable.
—Hoy ha sido un día desastroso, ¿verdad?
—dijo él con una sonrisa triste.
—No del todo —respondió Leeteuk y el rubor
delató sus pensamientos.
—Bueno, no me refería a eso —convino él
con una sonrisa—, sino al resto. Lamento
mucho que hayas tenido que encontrarte en la misma habitación que el bastardo de Shangho y mucho más que tuvieras
que presenciar ese desagradable
incidente.
Leeteuk se estremeció.
—Es un hombre ruin, ¿verdad? Vi la
crueldad reflejada en sus ojos el día de la subasta y hoy otra vez.
—Es peor de lo que imaginas —dijo Kangin y
le habló de su locura. Le contó todos los detalles sobre él, al menos de manera
indirecta, para que Leeteuk tomara en; serio sus advertencias—. Si vuelves a toparte
con él cuando yo no esté contigo,
márchate de inmediato... Siempre que no corras mayores riesgos, desde luego.
Leeteuk estaba pálido y sentía náuseas.
—¿Riesgos?
—Quiero decir, siempre que tengas la
seguridad de que no te sigue. Bajo ningún concepto debes quedarte a sólas con
él, Leeteuk. Si es necesario pide ayuda a cualquier desconocido, grita, pero
hagas lo que hagas, no permitas que ese hombre vuelva a acercarse a ti.
—No, claro que no —le aseguró—. Con suerte,
no volveré a cruzarme con él. Pero si lo hago, y si yo lo veo primero, él no me
verá a mí, te lo prometo.
—Bien, y ahora dime que me perdonas.
—Te perdono —respondió con una
sonrisa—,aunque no hay nada que perdonar. Anda, llévate esto y pide que te
devuelvan el dinero. No tienes por qué comprarme joyas.
Kangin rió.
—Leeteuk, cariño, esa forma de hablar no es
propia de un amante. Y no pienso devolverlo. Quiero que te lo quedes.
Leeteuk suspiró.
—Bueno, supongo que sería un grosero si no
te diera las gracias.
—Sí, muy grosero.
Leeteuk sonrió.
—Muchas gracias.
—De nada, cariño.
Ésa había sido la última parada. Después Kangin
lo llevó a casa y se quedó a cenar... y a dormir.
No lo había planeado. Siempre que Shindong
estaba en la ciudad y se quedaba a pasar la noche, Kangin iba a cenar con él.
Ignoraba cuándo se proponía volver su padre a SM, de modo que no sabía si
tendría ocasión de verlo al día siguiente.
Pero por muy impaciente que estuviera por
hablar con su padre del divorcio —y de la amante que había conseguido mantener
en secreto durante tanto tiempo—, su deseo de estar con Leeteuk pudo más.
Sabía que el joven se había quedado
impresionado por el encuentro. Pero Kangin estaba aun más preocupado por él.
Por extraño que pareciera, Shangho lo había
tratado como si fuera una propiedad suya que estaba temporalmente en otras
manos. Sus comentarios también indicaban que, cuando le recuperara, le haría
pagar a Leeteuk por haberse dejado robar. Y parecía muy seguro de que iba a
recuperarlo. Vaya a saber los planes que podía llegar a urdir su mente enferma.
Kangin no podía estar siempre con él. Leeteuk
salía solo para ir de compras y demás. Tampoco podía pedirle que no lo hiciera,
pues sus temores estaban fundados en meras amenazas.
Al día siguiente iría a visitar al tío Hyukjae
para pedir le consejo. Quizá se estuviera preocupando sin motivo, pero esa
noche no pensaba perder de vista a Leeteuk.
A la mañana siguiente, Kangin fue a ver a
su tío Hyukjae, incluso antes de pasar por casa para cambiarse de ropa. Tras
mantener una pequeña charla con Hyukjae se sintió más aliviado. Leeteuk no
corría ningún peligro inmediato, porque su tío ya había ordenado a sus dos
mayordomos que siguieran a Shangho.
Claro que el alivio de Kangin se debía a
que Sukin y Seungin no eran dos mayordomos corrientes. Habían formado parte de
la tripulación de piratas de Hyukjae, permaneciendo a su servicio en alta mar
durante más de diez años.
Los dos habían decidido quedarse con Hyukjae
tras la venta del Opera y ahora compartían las funciones de mayordomo en la
residencia de Londres. Ambos disfrutaban mucho del empleo, porque en realidad
no eran lo que aparentaban. Y tenían ocasión de ahuyentar a los visitantes indeseados.
A Hyukjae le tenía sin cuidado que
provocaran constantes piques con sus métodos poco ortodoxos, y Donnie había
renunciado hacía tiempo a sus esfuerzos
por enseñarles buenos modales. Si alguien que no fuera un pariente
llamaba a la puerta, con frencuencia recibía
a modo de respuesta un estridente “¡No están en casa!” y un portazo en
las narices, o bien un “¿Qué diablos quiere?”, siempre que no se tratara de una
dama atractiva, naturalmente. A una señora la arrastraban invariablemente al
interior y cerraban la puerta tras ella sin darle tiempo a pronunciar dos
palabras.
Pero los dos antiguos piratas eran muy
competentes en las funciones que les había asignado Hyukjae. Y según informó
éste, hasta el momento habían seguido a Shangho a dos casas distintas, su
residencia principal en la ciudad, y una finca en las afueras que parecía
abandonada, y donde no pernoctaba pero permanecía varias horas cada noche.
También lo habían seguido a una taberna en
uno de los barrios más pobres de la ciudad. Kangin tensó los músculos al oír
eso, pero se tranquilizó cuando Hyukjae le contó que Sukin, que estaba
completamente trompa, había causado tal revuelo en el local que Shangho habían
cambiado de planes y se había largado de inmediato.
Kangin envió una nota a Leeteuk para que
dejara de preocuparse y bajara un poco
la guardia. Luego regresó a casa y descubrió que su padre seguía allí.
No sabía si alegrarse de ello, pues Shindong parecía disgustado cuando lo hizo
pasar a su estudio.
Kangin supuso que Shinyoung se había puesto
en contacto con él y le había informado del pequeño altercado del día anterior.
Pero no. Más tarde Kangin deseó que se hubiera tratado de eso.
—¿Es verdad que has comprado un amante en
un burdel y en una sala atestada de caballeros?
Aturdido, Kangin prácticamente cayó sobre
el sillón donde estaba a punto de sentarse. Cuando su padre ponía énfasis en
algunas palabras era porque apenas conseguía dominar su furia.
—¿Cómo te has enterado?
—¿Por qué te sorprende que me enterara,
cuando la subasta se celebró en público?
Kangin se acobardó.
—Tenía la
esperanza de que no llegara a tus oídos, pues los caballeros no suelen admitir
que han estado en un sitio así.
—Pues da la casualidad de que anoche pasé
por mi club —gruñó Shindong —, y allí había un amigo que creyó que debía
saberlo. Él se enteró por otro amigo que a su vez tiene un amigo que esa noche
estuvo en el burdel en cuestión. Y sabe Dios cuántos lo sabrán ya y estarán
haciendo circular el rumor entre sus amigos.
La cara de Kangin ardía de rubor, pero dijo
en su defensa:
—Tú sabes mejor que nadie que esas cosas no
se comentan con las parejas.
—Eso no viene al caso —respondió Shindong sin
que su expresión se serenara en lo más mínimo—. ¿Cómo has podido participar en
una subasta de esa clase?
—Pensé que podía salvar a un joven inocente
de...
—¿Inocente? —interrumpió Shindong—. ¿De
quién se trata?
—Se llama Park Leeteuk, pero no tiene
ninguna importancia, así que no debes preocuparte por él. Como te decía, le
salvé de que lo torturaran.
—¿Cómo has dicho?
Kangin suspiró.
—En realidad, no tenía intención de
participar en la subasta, padre. Nos detuvimos a echar una partida mientras Minho
visitaba a un chico que trabajaba allí. Pero entonces...
—¿Llevaste a Minho a un sitio como ése?
¡Sólo tiene dieciocho años!
—Minho ha estado visitando sitios como ése
desde mucho antes que yo. ¿O has olvidado que antes de que Hyukjae lo
encontrara vivía en una taberna? —Shindong
se limitó a mirarlo con furia, de modo que Kangin continuó—: Como te
decía, no tema intención de participar en la subasta hasta que vi quién estaba
pujando por el chico.
—¿Quién?
—Es un hombre con quien me he cruzado antes
y he tenido ocasión de ver lo que hace con mujeres y jóvenes prostitutos. Los
azota con un látigo, tan brutalmente que quedan desfiguradas de por vida. Dicen
que sólo puede disfrutar del sexo de esa manera.
—Repulsivo.
—Estoy completamente de acuerdo. De hecho, como
un favor personal, el tío Hyukjae está buscando la forma de poner coto a las
perversiones de ese hombre.
—¿Hyukjae? ¿Cómo?
—No... no me molesté en preguntar.
Shindong se aclaró la garganta.
—Bien. Siempre es preferible no saber qué
se trae entre manos ese hermano mío. Pero, Kangin...
—Padre, no tuve otro remedio —interrumpió Kangin—.
No se me ocurrió otra forma de salvar al joven
aparte de comprarlo. Y lo de que el chico era inocente resultó ser cierto, así que me alegro de haberlo
salvado de las garras de Shangho.
—¿Shangho? Cielos, pensé que alguien lo
habría castrado años ha.
—¿Lo conoces?
—Hace mucho, antes de que él alcanzara la
mayoría de edad, oí rumores de que torturaba a los criadas. Nunca se probó nada,
por supuesto. Más tarde me enteré de que lo habían denunciado, pero el caso
nunca llegó a los tribunales porque la víctima se negó a atestiguar. Dicen que
pagarle a esa mujer le costó la mayor parte de la fortuna de su familia. Si no
recuerdo mal, se oyeron vítores en mi club cuando contaron esa anécdota. Al
menos fue una suerte de castigo... si los rumores eran fundados.
Kangin asintió con un gesto.
—Supongo que lo eran. Sin duda ahora ha
perfeccionado sus métodos de tortura.
—Lo peor es que los tribunales no pueden
hacer nada sin una víctima que lo acuse —dijo Shindong con un suspiro.
—En la actualidad se cubre muy bien las
espaldas —dijo Kangin—. Yo busqué a una de sus víctimas, la misma a quien había
visto azotar. Esperaba que accediera a denunciarlo. Pero Shangho no sólo les
paga bien, también les advierte de lo que va a hacer con antelación y les pide
su consentimiento.
—Es listo además de demente. Una
combinación peligrosa. Pero si le has
pedido ayuda a Hyukjae, déjalo en sus manos. Casi podría garantizarte que
encontrará la forma de pararle los pies para que no vuelva a hacer daño a nadie
más.
—Eso espero, sobre todo porque acabo de
tener otro pequeño incidente con él y me acusó de haberle robado a Leeteuk,
cuando en realidad sólo superé su oferta. También dijo que tiene intención de
recuperarlo.
Shindong arqueó las cejas.
—¿Quieres decir que te has quedado con ese
chico?
—Bueno, se vendía como amante, y pagué
mucho dinero por él...
—¿Cuánto?
—Preferiría no decir...
—¿Cuánto?
Kangin detestaba aquel tono de “será mejor
que confieses o...”
—Veinticinco —murmuró.
—¿Veinticinco qué?
Kangin se hundió un poco más en el sillón
antes de admitir:
—Veinticinco mil libras.
Shindong se atragantó, tosió, abrió la
boca para decir algo y la cerró de inmediato. Se dejó caer en el sillón situado
detrás de su escritorio y se pasó las dos manos por su cabello. Por fin suspiró
y fulminó a Kangin con una de sus miradas más siniestras.
_Creo que no te he oído bien. No me has
dicho que pagaste veinticinco mil libras por un amante. No. —Levantó la mano
para atajar la respuesta de Kangin—. No quiero oírlo. Olvida que te lo he
preguntado.
_Padre, no había otra forma de evitar que Shangho
comprara al chico —le recordó Kangin.
—A mí se me ocurren por lo menos media
docena, la más sencilla de las cuales habría sido coger al chico y largarte de
allí. ¿Quién te lo habría impedido, teniendo en cuenta que esa clase de
subastas son ilegales?
Kangin no pudo menos de sonreír ante una
respuesta tan típica de los Kim.
—Bueno, supongo que el propietario, Boom,
hubiera tenido algo que decir al respecto, sobre todo porque lo habría privado
de unos suculentos beneficios.
_¿Boom? —Shindong frunció el entrecejo,
abrió en la segunda página el London Times que estaba sobre su mesa y señaló—:
¿No será ese Boom, por casualidad?
Kangin se inclinó para echar un vistazo
rápido al artículo, pero se quedó tan sorprendido que lo leyó con atención. Era una nota sobre Boom, que había
sido asesinado en la casa de mala reputación que dirigía desde hacía un año y
medio. Al parecer, lo habían apuñalado varias veces en el pecho. Se mencionaba
que había habido un baño de sangre y que el asesino no había dejado ninguna
pista.
_Maldita sea —dijo Kangin arrellanándose
en su asiento.
—¿Debo entender que se trata del mismo Boom? —preguntó Shindong.
—Así es.
—Interesante, aunque dudo que haya
conexión alguna entre el asesinato y la subasta. Sin embargo, toda esa sangre sobre el cuerpo y a su alrededor
me recuerda a la obsesión de Shangho por la sangre.
—Es un maldito cobarde —dijo Kangin—. No
tiene agallas para matar a un hombre.
Shindong se encogió de hombros.
—A juzgar por lo que has dicho antes y por
los rumores que oí hace tiempo, ese hombre está mal de la azotea. —Se señaló la
cabeza—. Nunca se sabe qué puede llegar a hacer un demente, pero creo que
tienes razón. Al parecer es un cobarde que disfruta atormentando a los más
débiles. Además, ¿por qué iba a matar al tal Boom, si su afición es torturar?
Sin duda es una coincidencia.
Shangho estaba de acuerdo, o quería estar
de acuerdo, pero su padre había sembrado una pequeña duda en su mente, y no
pudo evitar preocuparse otra vez. Así que en cuanto salió de casa de su padre,
fue directamente a casa de Hyukjae para informarle de las últimas novedades.
Por desgracia, había olvidado interrogar a
su padre sobre la amante que había mantenido en secreto durante tantos años. Y
cuando regresó a su casa, se encontró con una nota de Shindong recordándole que
lo esperaban en SM para Navidad. Su padre ya se dirigía hacia allí.
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