Esas palabras lo aturdieron. ¿casarse?
¿con Henry Lau? Sabía que no hablaba en serio, que se había inventado esa
historia para aliviar la situación, pero incluso pensar en algo así, imaginarse
como su esposo…
CAPÍTULO 7
-¡No deberías haberlo hecho! –se
humedeció los labios-. Solo va a empeorar las cosas
-No estoy de acuerdo.
-Ahora querrá saber cuando vamos a
casarnos.
-No te lo preguntará –musitó él.
Despacio desabrochó los dos primero botones de su camisa y posó sus manos en
sus hombros desnudos. Zhoumi contuvo el
aliento.
-Lo hará. No conoces a mi madre.
Preguntará, preguntará y…
-No habrá necesidad, querido, porque
ya le he contestado la pregunta. Tu y yo nos vamos a casar hoy.
Zhoumi sintió que le bajaba la
tensión. Se mareó; las manos de Henry se tensaron en sus hombros.
-¿se supone que es gracioso? Porque no
lo es. Y me desagrada que le mintieras a mi madre en algo así. Cuando averigüe
la verdad…
-Ya conoce la verdad. Vas a ser mi
esposo.
-Definitivamente no eres gracioso,
sino que estas loco –se separó de Henry y se abotonó la camisa con dedos
temblorosos- ¡no voy a ser nada tuyo!
-He hecho los preparativos.
-¿Qué has hecho todos…? –Zhoumi rió-
¡estas loco! Creo que el pabellón psiquiátrico está en l último piso. Al salir
pregúntale a la enfermera…
-¿crees que see trata de una broma
Zhoumi? –lo sujetó por el brazo cuando quiso pasar por su lado-. No lo es. He
sacado la licencia
Hablaba en serio. Estaba loco, pero
hablaba en serio. “Cálmate”, se dijo Zhoumi.
-Te hará falta algo mas que una
licencia –liberó el brazo-. Necesitas que alguien te siga la corriente. No
puedes casarte con alguien que se niega a hacerlo. No en los Estados Unidos.
Aquí nadie es propiedad de nadie. Mi madre te lo podría haber dicho.
-Tu madre –expuso con frialdad- Piensa
que esto es maravilloso. Sabe lo feliz que te hará esta noticia. Y le dirás que
así ha sido.
-Olvídalo. Le diré la verdad. Una vez
que lo haya hecho…
-Tengo algo mas que nuestras licencia
de matrimonio, querido. También tengo todos lo documentos que necesito para
llevarme a mi hija a casa, a Taiwán.
Zhoumi se había dirigido hacia la
puerta. Se paralizó, dio media vuelta y lo miró
-No te creo. Esas cosas requieren
mucho tiempo. Meses, incluso años…-calló. Henry sostenía unos papeles en la
mano extendida
-Échales un vistazo. Aquí están los
papeles de custodia, y éste es su pasaporte. Y, por favor, no pierdas mi tiempo
diciéndome lo que se puede y no se puede hacer en Estado Unidos. Tengo amigos
poderosos. Cuando consigas reunirlos documentos que necesitas para detenerme,
mi hija y yo nos encontraremos en territorio taiwanés.
-“Mi” hija –corrigió Zhoumi con voz
temblorosa
-Nuestra hija, si utilizas la cabeza y
haces lo único inteligente.
-No tienes derecho a hacerme esto
–murmuró
-Tengo derecho a ocuparme que mi hija
se críe de forma adecuada
-Querías que tuviera tu apellido. Se
lo puse.
-Eso no la vuelve legítima
-Dios mio-Zhoumi rió- ¡escúchate!
hablas de legitimidad y para conseguirla estas dispuesto a chantajear.
-Toma una decisión, por favor –miró el
reloj- el funcionario que no casará ya nos espera en mi hotel.
-Henry –tembló al sentir que la sangre
se le helaba- Henry, escúchame. ¿quieres acceso a mi hija? Lo puede hacer. Te
concederé derechos de visitas. Podrás ver a mi hija…
-Nuestra hija. ¿Por qué te cuesta
tanto decirlo?
-Nuestra hija –tragó saliva- tuya y
mía. Ya pensaremos en algo. Un plan…
-Se hace tarde, Zhoumi –dijo con
brusquedad-. Le he dicho a mi piloto que tuviera listo el avión al medio dia.
-¿tu avión?
-Es un vuelo largo hasta Taiwán, pero
no te preocupes, querido. He hablado con tu médico y he seguido todas sus
recomendaciones para tu comodidad.
-Henry, al menos dame tiempo para
pensar –se dejó caer en la cama-. Retrasa…retrasa todo hasta mañana…
Al verlo tan pálido, tuvo ganas de
ceder. Pero entonces recordó como lo había utilizado, como había tratado de
fingir que él no tenía ninguna hija y el corazón se le endureció
Lo único que importaba era su pequeña.
Alargó la mano con rostro inexpresivo.
-Estamos perdiendo el tiempo. ¿vienes
conmigo a contarle la buena nueva a tu madre?
-Pero…pero mi hogar está aquí. Mi vida
está aquí.
-Tu vida ahora está conmigo. En mi
país. Serás el appa de Josie, y mi esposo. Un esposo obediente, que comparta mi
cama y nunca mire a otro hombre ni rompa el voto de fidelidad.
-¡Jamás me compartiré tu cama,
canalla! ¿me oyes?. Jamás. Jam…
Henry lo puso de pie, lo tomó en
brazos y lo besó, moviendo la boca hasta que él suavizó los labios, los separó
y los pegó a los suyos.
-Querido –susurró Henry- ¿ves como
puede ser entre nosotros?
Zhoumi retrocedió con la respiración
entrecortada y lo miró con los ojos nublados.
-Lo que yo veo –repuso con voz trémula
por la angustia y por la profundidad de la mentira que iba a decir- es que
puedo fingir que eres Calvin. ¿eso es lo que quieres? ¿quieres que vaya a tu cama,
cierre los ojos e imagines que es otro hombre el que se mueve dentro de mi?
Henry no pensó, simplemente reaccionó.
Echó la mano hacia atrás y lo vió encogerse pero sin moverse de su sitio…
“No, no”. Bajó la mano al costado.
Nunca le había pegado a alguien como Zhoumi. Él no iba a reducirlo al tipo de
hombre que recurriría a eso, sin importar cuanto lo atormentara.
-La niña es lo único que importa.
Métete eso en la cabeza. Haría cualquier cosa pro Josie, y si eres inteligente,
no te interpondrás en mi camino –sin advertencia, lo tomó en brazos-. Tu madre
dice que es política del hospital que se te escolte a la salida cuando recibes
el alta. Pero yo soy el único escolta que necesitarás o querrás a partir de
este momento.
Seis semanas mas tarde, Henry se
hallaba sobre la alta hierva junto a su pista de aterrizaje privada en Taiwán,
observando cómo su avión se elevaba en el cielo.
El jet se llevaba de vuelta a Nueva
York al medico y la enfermera de Zhoumi. Los había trasladado a su rancho para
el examen postparto de su esposo. Zhoumi se había negado a ver al especialista
que le había recomendado su médico personal. Había dicho que prefería volar a
Estado Unidos para que lo examinara su propio especialista.
Pero Henry no era tonto, sospechaba
que habría encontrado una excusa para quedarse en Nueva York, por lo que
organizó que su medico fuera a Hualien County.
-Su esposo se encuentra bien –le
acababa de decir el doctor-. Se ha recuperado por completo. La vida puede
volver a la normalidad.
El avión ganó altitud y Henry esperó
hasta perderlo de vista, luego espoleó el caballo para regresar a casa. Cuando
desmontó, uno de los hombres se acercó para ocuparse del animal. Le dio las
gracias, se quitó el polvo de los vaqueros y se dirigió a su despacho.
El interior de la casa estaba freso,
gracias a los techos altos y a los ventiladores. Apartó el sillón del
escritorio, se sentó, encendió el ordenador y comenzó a repasar los registros
de las últimas seis semanas.
Strings iba bien, tal como sucedía
desde que comprara el rancho doce años atrás. El ganado engordaba y tenía
algunos de los mejores purasangres del mundo. Y lejos del rancho, los diversos
intereses que tenía en Taipei y Hualien tenían un éxito que él jamás había
imaginado.
-Lo que tocas lo conviertes en oro –le
había dicho Mark una vez.
Casi una hora mas tarde, guardó los
ficheros y apagó el ordenador. Dejó que
sus pensamiento vagaran por le largo camino que había recorrido para llegar
hasta ese momento y lugar.
A veces ni él podía creérselo. Había
estado a punto de contárselo a Zhoumi la noches que lo había llevado allí.
-¿Dónde estamos? –había murmurado
Zhoumi, la voz ronca por el sueño al moverse en sus brazos.
La enfermera que había contratado para
que los acompañara a Taiwán abrió el maletín.
-Su esposo está inquieto –había dicho-
lo calmaré con un sedante
“Mi esposo”
-No – cortó al ver que sacaba una
jeringuilla hipodérmica-, no necesita eso
Zhoumi le había rodeado el cuello con
los brazos, tranquilizándose, igual que en la noche en que se habían conocido.
Él lo había pegado a su pecho, no con deseo, sino con un intenso sentido de
protección.
Su esposo no necesitaba un sedante.
Necesitaba sentir los brazos de un hombre a su alrededor.
Sus brazos.
Lo había tenido de esa manera durante
horas. Al cabo también él se había quedado dormido, con la cara pegada al
fragante cabello de Zhoumi, el cuerpo cálido con su calor. Y había soñado.
Había soñado que Zhoumi le sonreía
cuando lo metía por el umbral de la casa; que se le acercaba en la oscuridad, y
que pegaba la boca abierta junto a la suya; que despertaba en sus brazos para
decirle lo feliz que era estar en casa con él, en el lugar que Henry había
construido con sus propias manos.
Y entonces se había despertado APRA
encontrar a Zhoumi moviéndose en sus brazos mientras el avión aterrizaba.
-¿Dónde estamos? – había preguntado
él, con un tono que daba a entender que bien lo podría haber llevado a las
entrañas del infiernos.
Henry se levantó del sillón y fue
hasta la puerta del patio.
Sabía que Zhoumi odiaba estar allí. No
se lo había dicho, aunque rara vez le decía algo. No obstante, percibía lo que
le inspiraba Strings. Estaba en sus ojos y el modo en que se movía por la casa.
Aunque tampoco había esperados que le encantara. Lo había llevado allí n contra
de sus deseos. Despreciaba el rancho, la casa…
Lo despreciaba a él.
No importaba. Había hecho lo que
debía, por su hija. En cuanto al rancho, ¿Por qué habría de importarle lo que
pensara Zhoumi? A él le encantaba. Con eso bastaba. Siempre le había gustado
ese lugar, incluso antes de haberlo visto. Esa tierra había formado parte de
él, de su sueño, desde que tenía memoria.
Había crecido con la descripción que
le hacía su madre del rancho cuando lo acostaba. En todo caso, en la visión que
tenía ella, porque tampoco lo había visto nunca. Su madre había sido bailarina
en un club nocturno de Hualien cuando conoció a su padre, y aunque Ryu Hunhwa
jamás se había dignado a llevarla a se hogar, se lo había descrito.
Y ella se lo había descrito a su hijo,
incluso mucho después de que Ryu se hubiera marchado, incluso cuando ya no era
mas que un recuerdo. Le había hablado a Henry de la casa grande, de los
edificios anexos, de la interminable pradera y de las escarpadas montañas.
Cuando Henry tenía doce años, su madre
murió. De pobreza, de desesperación, de lo que les pasa a aquellos que pierden
la juventud y la belleza y no les queda nada que las sustente.
Hasta los catorce años vivió en la
calle de lo que conseguía su ingenio. Una mañana, al despertar con la patada de
un policía, con frío y hambriento, pero principalmente con ira hacía la madre
que había muerto y lo había abandonado y hacia el padre que jamás lo había
reconocido, había decidido tomar su destino en sus propias manos.
No sabía como había podido ser tan
ingenuo. Flaco, sucio, escondiendo su miedo bajo una arrogancia callejera,
había partido hacia el paraíso que su madre le había descrito, y en busca del
padre que jamás había visto.
Había tardado abarcar la distancia que
había entre Hualien y las praderas y montañas de Strings. Y a medida que
pasaban los kilómetros, no había dejado de preguntarse por qué hacía eso.
Había estado seguro de conocer la
respuesta. Iba a enfrentarse al hombre que era su padre.
Abrió las puertas y un calor vespertino
lo envolvió y se dirigió despacio hacia las barandillas de hierro que
circundaban el patio.
No recordaba haber tenido un plan que
fuera mas allá de eso. ¿maldecir a Ryu Hunhwa? ¿decirle que la mujer que una
vez había afirmado amar estaba muerta? ¿pegarle hasta que suplicara
misericordia?
Al final, no había hecho nada de eso.
El largo viaje terminó en un rancho en estado de ruina, donde solo se veían,
unas pocas vacas huesudas y unos caballos cansados y tierra seca. Las
estructuras a punto de caer, una casa con agujeros en el techo… y un anciano
enfermo, moribundo y penoso.
Se había ido a las pocas horas.
Ocho años mas tarde regresó. En esos
años había vivido una vida entera, aprendiendo a leer y a escribir, a pensar
con la cabeza y no con el corazón y los puños. Y lo mejor de todo, era rico,
tenía los bolsillos llenos con el oro que había encontrado en un río escondido
en las entrañas de la selva.
Y Strings en una situación mas penosa
que antes, estaba en venta.
Henry vendió su oro, colocó la mitad
del dinero en inversiones en las que nadie creía y dedicó el resto a la compra
del rancho. Hasta ese día, todavía podía recordar la expresión taimada del
agente que se lo había vendido.
-ha hecho una compra excelente, señor
–había dicho, aun cuando su sonrisa indicaba que Henry era un tonto.
-Creo que sí –había respondido Henry
con cortesía, convencido de ello.
Entonces se puso a buscar hombres que
no temieran al trabajo duro. Juntos habían construido un nuevo Strings. Henry
había trabajo duro junto a ellos, incluso después de que las inversiones en que
nadie creía daban sus frutos, dándole su primer millón.
Pasó el tiempo. Se movió en círculos
de riqueza y poder y comenzó a pensar en el futuro, en legar todo lo que había
construido. Cuando conoció a Mark, las cosas parecieron encajar en su sitio.
Era encantador y bello y pertenecía a una antigua familia de Taiwán. Dio por
hecho que Mark comprendía la importancia de la continuidad, pero solo entendía
las fiestas, el lujo y a sí mismo.
Supo que no eran el uno para el otro,
por lo que puso fin a su compromiso, jurando que tendría mas cuidado la próxima
vez.
Elegiría a una pareja que atesorara al
mundo que él había levantado.
Se irguió y miró en dirección a las
montañas.
Pero había cometido un error y en es
momento tenía un esposo incluso menos apropiado de lo que habría sido Mark, y
que lo despreciaba junto con la vida que le había dado.
Pero tenía una hija. Eso era lo que
importaba. Algún dia, todo lo que había construido sería de Josephine, tal como
le gustaba pensar en ella, el mismo nombre de la mujer que le había dado la
vida. Eran sorprendentes los juegos del destino.
Sí, tenía a una hija a la que adoraba
y un esposo que le eran tan desconocido como la noche que se lo llevó a la
cama, casi un año atrás. Después de seis semana de matrimonio, lo único que
sabía de Zhoumi era que le gustaba visitar a los caballos y que odiaba verlo.
Algo que le demostraba sin mucha sutileza.
Nunca sonreía cuando hablaba con él.
-¿te encuentras bien? –preguntaría él
-si – contestaría Zhoumi.
-¿te han gustado las cosas que
encargué para la pequeña?
-si
-¿necesitas algo? ¿quieres que te
lleve a Taipei o a Hualien para que puedas ir de compras?
La respuesta siempre era una negativa.
La noche que lo había llevado a su
hogar, había pensado subirlo a su dormitorio, su cama…no para hacerle el amor,
ya que no era un monstruo, sin importar lo que su esposo considerara. Sabía que
necesitaba tiempo para sanar, pero el sitio de un esposo estaba en la cama de
su marido.
Casarse por el bien d l aniña era lo
correcto, pero solo un tonto viviría con un hermoso hombre sin disfrutarlo.
Pero entonces había contemplado la
cara de Zhoumi. Lo miraba como si fuera un monstruo, sus ojos estanques helados
de oscuridad contra la pálida transparencia de su piel, y había sentido que le
recorría una oleada de autodesprecio.
Sin decir una palabra, lo había
llevado a una de las suites de invitados, lugar donde las últimas semanas su
esposo había hecho su vida.
Sabía que le bastaría con ordenarle
que se trasladara a sus alojamientos para que no tuviera mas opción que
obedecer. Pero no lo pensaba hacer. Era lo que Zhoumi esperaba de él, por lo
que no lo satisfaría.
De hecho, ya no quería a su esposo en
su cama.
Vivía en un país donde los hombres no
tenían que disculparse por sus necesidades. Los amantes eran normales, en
particular en su clase y riqueza. Ya los había tenido antes no tardaría en
tener otro. La simple verdad era que ya no deseaba a Zhoumi sexualmente. No
tenía interés para él salvo como appa de su hija.
Había estado a punto de revelárselo al
medico cuando éste le había informado que Zhoumi estaba bien.
-Le he dicho que podía reanudar las
relaciones íntimas con usted
-Comprendo -había respondido Henry.
Abrió la puerta del patio, la cerró a
su espalda y comenzó a caminar hacia los establos.
Lo único que deseaba en ese momento
era que Zhoumi asumiera el papel que le correspondía como su esposo. Esa noche
le diría que ya no podía soslayarlo. Cenaría cuando lo hiciera él, presidiría
la mesa de su marido, haría de anfitrión con sus invitados e iría de su brazo
en los eventos públicos.
También le informaría que no
necesitaba que yaciera en su cama. Debía borrar eso de su cabeza.
Quizás recurriera a Mark para mitigar
sus necesidades sexuales. Se había conmocionado de enterarse que se había
casado…él mismo se lo había dicho la semana anterior cuando lo llamó, aunque
sin proporcionarle los detalles.
-Te echaré de menos, cariño –le había
dicho Mark como si aún mantuvieran uan relación
íntima...
A pesar de todos sus defectos, Mark no
lo había decepcionado en la cama. También le había dejado bien claro que le
encantaría volver a estar con él otra vez, si se lo pedía. Nunca lo había
hecho, pero en ese momento…
“¿Por qué no?” pensó al llegar pensó
al llegar a la caballeriza del semental que le había comprado a Kim Shindong.
Mark era hermoso y no necesitaría fingir que Henry era otro con el fin de gemir
de éxtasis en sus brazos.
Le silbó con suavidad al animal. El
semental se había mostrado difícil cuando lo llevó al rancho. Testarudo, casi
salvaje, pero con paciencia había modificado eso. En ese momento iba cada vez
que lo llamaba. Un simple entrenamiento había obrado maravillas. El buen
comportamiento merecía una recompensa. El mal comportamiento no le deparaba
nada.
Las personas no eran diferentes.
Podían aprender igual que los caballos.
Zhoumi también aprendería.
Si quería que su vida continuara igual
que en las últimas semanas, si quería sus propias habitaciones, su intimidad,
entonces aprendería a presentarse cuando se le llamara, a sonreír cuando se
requiriera, a cenar a su mesa si tenía invitados, a mantener una conversación
civilizada.
Lo trataría con respeto en privado,
con deferencia en público y lo tomaría del brazo si las circunstancias lo
exigían. Diría las cosas adecuadas y fingiría ser feliz.
Si no se comportaba, había formas de
ponerlo firme.
Podía despedir a la niñera que habla
ingles, decirle a los mozos de cuadra que su esposo no tenía permiso para
acercarse a los caballos, exigirle que abandonara la suit donde dormía, solo y
obligarlo a compartir su dormitorio, sus comidas, su cama…
Su cama.
Se retiró de la valla.
¿en que estaba pensando? No quería a
Zhoumi en su cama. Y aunque así fuera, que no lo era, ¿desde cuando ese era un
método que emplearía para conseguir meterlo entre las sábanas?
Oyó el ruido de algunos cascos.
Observó con incredulidad mientras su esposo pasaba sobre un caballo enorme que
le hacía ver enano. Reía inclinado sobre el cuello del animal mientras
atravesaba el patio. El caballo relinchó y obedeció cuando Zhoumi tiró de las
riendas, aunque bailaba impaciente mientras Henry corría hacia él.
-¿estas loco? –gritó, agarrando las
bridas- ¿te haces una idea del poder que tiene ese animal? –el caballo relinchó
nervioso y trato de mover la cabeza. Henry agarró con mas fuerza- ¡bájate!
La sonrisa de Zhoumi desapareció al
tiempo que lo miraba con ojos llenos de desprecio.
-no te atrevas a hablarme de esa
manera.
-Te hablaré como me plazca, maldita
sea. ¡baja de ese caballo!
Zhoumi pasó un apierna por encima de
la perilla. Uno de los mozos había salido corriendo al patio. Henry le entregó
las riendas y alargó los brazos hacia su esposo. Él intentó apartarle las
manos, pero Henry no le prestó atención y lo bajó de la silla.
Zhoumi pateó con fuerza mientras
bajaba, una pierna dio justo debajo de la rodilla de Henry, quien gruñó de
dolor pero no lo soltó. Le sujetó ambas muñecas.
-¿Quién te ensilló ese caballo?
-no es asunto tuyo
-¿Ricardo? –miró al mozo, amilanado
junto al animal- ¿fuiste tu? –el joven asintió consternado- recoge tus cosas
–rugió Henry- dile a Clinton que te pague. ¡estas despedido!
-No es culpa del muchacho –soltó
Zhoumi mientras trataba de soltarse- yo elegí el animal. Le ordené que lo
ensillara.
-Debía saber que no tenía que hacer
todo lo que le pidieras. Yo soy su patrón no tu.
-Lo que tu eres es un salvaje y un
bruto. ¡te odio!
-No es nada nuevo, ni me inquieta
–sonrió- ódiame todo lo que quieras, pero eso no cambiará la realidad. Soy tu
marido. Si deseas montar, primero debes solicitar mi permiso –sabía que sonaba
como un monstruo, pero no le importaba. Zhoumi era su esposo y lo había
soslayado y dejado como un tonto. Podría
haberse matada. Respiró hondo- ¡Ricardo!
El mozo lo miró
-¿Si, señor?
-No estas despedido. Llévate al animal
y cálmalo. Y recuerda, soy el único que da órdenes aquí.
-Ca…nalla –siseó Zhoumi- miserable
hijo de …
Henry ya se había hartado. Musitó una
obscenidad, alzó a su esposo. Zhoumi gritó enfurecido.
-¡Bájame! ¡máldito seas, Henry!
¡bájame!
Henry se dirigió hacia la casa. La ira
lo hacía respirar de manera entrecortada, no por el peso de Zhoumi.
-Aún no te has recuperado para
cabalgar –anunció al abrir la puerta enorme, entrar en el vestíbulo y subir a
la primera planta- ¿no te lo dijo el medico?
-Específicamente le pregunté si podía
montar –jadeó Zhoumi mientras Henry abría la puerta de la habitación del Zhoumi
con el pie- Dijo que podía
-El hombre es un idiota. Tu eres
idiota. ¿o no le contaste que pensabas montar un elefante?
-Por el amor del cielo…!ufff! –se
quedó sin aire en los pulmones cuando Henry lo soltó en la cama- Armas una
montaña de un grano de arena. El medico que ya me encontraba recuperado.
Yo…-abrió mucho los ojos- ¿Qué crees que haces?
-¿a ti que te parece? –respondió con
frialdad al sacarle la ropa del armario y tirarla al suelo- ¿Whitney? ¡Clinton!
¿Dónde diablos está todo el mundo?
El rugido reverberó por la casa. El
ama de llaves entró a toda velocidad en la habitación. Miró a Zhoumi, sentado
con la espalda apoyada en el cabecero. Luego apartó la vista.
-¿si señor Henry?
Henry giró hacia ella. Parecía salvaje
y furioso.
-Busca a Clinton. Que te ayude a
trasladar todas las cosas de mi esposo a mis aposentos.
-No –se apresuró a decir Zhoumi-
Whitney. Deja mis cosas donde están.
-¿No has entendido lo que dije antes,
Zhoumi? –se dirigió al pie de la cama y lo miró con ojos centelleantes- Aquí el
amo soy yo –se señaló con el dedo pulgar- Yo establezco las reglas. Eres mi
esposo, y me he cansado de los juego. ¡Whitney!
-Si señor
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