Kyuhyun estaba inmóvil, en un extremo
del salón de baile. A pesar de lucir un carísimo esmoquin, no se estaba
esforzando por fundirse con la alta sociedad de Seul. Estaba demasiado airado.
No tendría que haberlo besado.
Ya no solo le resultaba incómodo verlo
en brazos de otro, le parecía imposible. No entendía cómo su padre había
aceptado a su madre cada vez que volvía. Él no era así. Si Sungmin elegía a
otro, a Joonsang, podía quedarse con él.
Diablos.
Era obvio que iba a elegir a otro.
Esa era la razón de tantas fiestas y eventos de gala. Estaba buscando un marido
y él tendría que dar gracias al cielo por no estar en su lista. ¿O no?
El mero hecho de plantearse esa
pregunta le indicaba que tenía que dar marcha atrás. Y lo haría. Consultó su
reloj. En quince minutos todo habría cambiado para mejor. Soltó el aire e
intentó recuperar la perspectiva.
Sabía lo que era querer a alguien que
no correspondía a ese amor. No podía seguir por ahí. Era como si sus preciadas
normas se hubieran derrumbado; en una semana había pensado y dicho más que en
veinte años. Si no tenía cuidado, acabaría pensando que la lujuria equivalía al
amor y, ¿adónde lo llevaría eso? A sufrir como había sufrido su viejo durante
años.
El cliché era que el cliente se
enamorara del guardaespaldas. Lo opuesto generaba problemas, y él solucionaba
problemas, no los creaba.
Decirse que Sungmin era como
cualquier otro joven no estaba funcionando. Lo deseaba. No a cualquiera. Lo
quería a él.
Había aceptado el trabajo creyendo
que podría controlarse. Pero dos horas antes había demostrado que con Sungmin se
controlaba tanto como un tiburón en un baño de sangre.
Como soldado de operaciones
especiales estaba adiestrado para soportar el cansancio y el dolor físico,
incluso la tortura. Pero no lo habían enseñado a resistirse a un deseo de la
magnitud del que sentía. Podría resistirse, claro, pero una parte de él no
quería hacerlo. Y eso lo asustaba.
Diez minutos.
Lo buscó en la sala de baile. No era
difícil encontrarlo. Si había querido demostrar que estaba disponible, lo había
conseguido. Y Joonsang estaba de compras y tenía lo necesario para poder
comprar.
Kyuhyun no. Su vida estaba tan
estructurada como la de él: trabajo, parejas, diversión, en ese orden. Era una
gran vida. Una que cualquier en su sano juicio envidiaría. Una vida que nunca
había cuestionado y que no quería cuestionar. Con el tiempo olvidaría el ruido
suave y sexy que Sungmin emitía cada vez que lo besaba.
Una risotada a su espalda lo sacó de
su ensimismamiento. Se preguntó dónde estaba él. La gente le bloqueaba la
visión, pero su sexto sentido le decía que no estaba en el salón.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Miró a la izquierda y captó la mirada
de un miembro de su equipo, que actuaba como camarero, quien le hizo una sutil
seña hacia las puertas que conducían al jardín. Kyuhyun apretó los labios. Le
había dicho que no saliera. Sin duda, el perfecto príncipe de Triole lo había
sacado afuera, y eso no iba a ocurrir mientras él vigilara.
Furioso por su lapsus de
concentración, Kyuhyun sorteó a los invitados y salió. Se esforzaba por oír su
voz cuando vio el destello de su traje entre los árboles, junto a la raya roja
que recorría el lateral de los pantalones del príncipe.
Joonsang tenía las manos de Sungmin
en las suyas y lo miraba con adoración. Tal vez iba a declararse, pero Kyuhyun
no esperó a que lo hiciera.
–Bonita noche para dar un paseo, Señor.
Sungmin se tensó al oír la voz de Kyuhyun
y liberó sus manos. Sabía que lo estaba reprendiendo por desobedecer sus
órdenes, pero le daba igual.
Desde que había salido de su
habitación, se había empeñado en que Joonsang le resultara atractivo. No quería
que Kyuhyun fuera el único hombre capaz de hacer que se derritiera de pasión.
Sabía que él no quería comprometerse y Sungmin quería lo contrario. Esperar más
de él era castigarse. Sobre todo porque su expresión cuando había salido de su
habitación había denotado cuánto lo molestaba su atracción por él.
Cuando llegó a su lado, tan viril que
le quitaba el aliento, no pudo dejar de pensar en la sensación de estar apretado
contra sus músculos. Nunca había creído que un hombre poderoso podía volverle
loco, pero eso había sido antes de conocer a Kyuhyun. La química que
chisporroteaba entre ellos le hacia desear tenerlo... para siempre.
–El príncipe Joonsang y yo queremos
estar solos, Kyuhyun.
–Necesito hablar contigo.
–Ahora no –Sungmin negó con la
cabeza. Hablar era mala idea. Lo apropiado era olvidar lo que había ocurrido en
la habitación del hotel.
Kyuhyun miró a Joonsang y Sungmin supo
que estaba a punto de ordenarle que se fuera. Solo él se plantearía hacerle eso
a un heredero al trono.
–Kyuhyun, por favor –suplicó, a su
pesar. Por la mañana iba a pedirle a su padre que le buscara otro
guardaespaldas. Kyuhyun podía seguir al mando si quería, pero era imposible que
sintiera más que amistad por otro hombre si Kyuhyun estaba cerca. Pensaba en él
a todas horas. Empezaba a temer que ningún otro estaría a su altura. Nunca.
Kyuhyun apretó la mandíbula, como
hacía siempre que se enfadaba con él. ¡Era un tipo imposible! Sus labios se
entreabrieron al recordar el beso.
“No pienses en eso”, se ordenó. Pero Kyuhyun
bloqueaba su camino, sin darle otra opción que esperar a que se apartara o dar
la vuelta y volver dentro con el rabo entre las piernas, como él quería que
hiciera.
Sungmin se acercó más, pero supo que
había sido un error en cuanto captó su aroma de almizcle y hombre, que
exacerbaba sus sentidos.
Se estremeció y Joonsang puso una
mano en su hombro. Le pareció fría, mientras que la de Kyuhyun siempre estaba
tan caliente que le abrasaba.
–¿Tienes frío?
Durante un instante, Sungmin pensó
que Kyuhyun golpearía a Joonsang, así que le sonrió y lanzó una mirada asesina
a Kyuhyun.
–Podemos hablar después. Ahora
necesito que te apartes de mi camino.
Él miró su reloj y se hizo a un lado.
Pero Sungmin no se sintió como si hubiera triunfado. Frustrado, se agarró al
brazo de Joonsang para intentar dejar de pensar en Kyuhyun.
En realidad, sabía que si Wook no los
hubiera interrumpido, habrían acabado en la cama. Y no podía dejar de pensar
que se sentía maravillosamente en sus brazos.
–¿Sungmin? –dijo Joonsang.
–Disculpa. Estaba... me estabas
contando cómo podríamos integrar las redes de telecomunicaciones entre Ilsan y
Triole.
Sungmin dejó que le hablara de las
posibilidades, pero no estaba concentrado y, percibiendo el silencio acerado de
Kyuhyun a su espalda, deseó escapar de ambos hombres. Lo habría hecho si Kyuhyun
no hubiera carraspeado, yendo hacia él.
–Señor –su voz sonó tersa y oficial–.
Tenemos que hablar ahora.
Sungmin miró de Kyuhyun al hombretón
de traje y expresión seria que tenía al lado. Se dijo que tal vez tenía
noticias sobre su situación. Así que pidió excusas a Joonsang y esperó a que Kyuhyun
hablara.
–Señor, este es Choi Siwon, un
especialista en seguridad que ha trabajado para mí varios años. Se ocupará de
su seguridad a partir de ahora.
–¿Dimites? –preguntó Sungmin tras
digerir las palabras de Kyuhyun. No lo podía creer. Le había dicho que nunca
dimitiría y, en el fondo, él había confiado en que fuera así.
–No dimito. Reorganizo el equipo para
una mejor utilización de nuestros recursos.
Sungmin no lo creyó. No era una
cuestión de recursos, sino de ese beso que habían compartido. Perdido en un
torbellino de ideas y sentimientos, dijo lo primero que le pasó por la cabeza.
–A mi padre no le gustará.
–Yo me encargaré de su padre –sin
darle tiempo a decir más, se volvió hacia el hombre–. Cuida de él, cuando esté
seguro para el resto de la noche, llámame y te daré todos los detalles.
El hombre asintió.
–Buenas noches, señor –dijo Kyuhyun.
Sungmin cerró los ojos y apoyó la
cabeza contra el respaldo de la limusina. Estaba solo porque había prohibido a
su nuevo guardaespaldas que viajara con él. No le había hecho gracia, pero le
había lanzado esa mirada de superioridad que nunca funcionaba con Kyuhyun y
había accedido.
Se sentía terriblemente solo y
anhelaba algo familiar que lo anclara a un mundo que se movía y cambiaba a un
ritmo que le costaba seguir. Últimamente había tomado tantas decisiones que
estaba exhausto. Los cambios en su vida habían sido demasiado rápidos.
Dejándose llevar por lo que sabía que
Kyuhyun denominaría una “reacción espontánea”, le había pedido al chófer que lo
llevara a su galería. Ver las obras de Geunsuk, que llevaban dos semanas
expuestas, lo relajaría.
Sonrió mientras el cambio de planes
se comunicaba a los otros dos coches. A Kyuhyun le daría un ataque, pero había
dejado su puesto y no podía hacer nada al respecto.
Cuando el coche se detuvo, Sungmin,
sin esperar a que el chófer le abriera la puerta, bajó. Su nuevo guardaespaldas
se puso a su lado.
–Señor, me gustaría que esperara unos
minutos antes de entrar.
–¿Viene Kyuhyun para acá? –preguntó.
–Sí, señor.
–Pensaba que tú estabas al mando
ahora.
–Lo estoy, sin embargo...
–Da igual. No esperaré a tu jefe
–giró sobre los talones y cruzó la plaza hacia la hilera de tiendas que conocía
como la palma de su mano. Sus pasos resonaron en el silencio nocturno.
Siwon llegó a la sólida puerta de
metal antes que él y extendió la mano hacia la llave.
–Yo abriré, señor.
–Puedo hacerlo yo –repuso, testarudo.
Un coche dio un frenazo muy cerca, pero lo ignoró.
–¡Sungmin! –el grito de Kyuhyun hizo
que le fallaran los dedos y eso lo enfadó. No iba a permitir que arruinara su
última visita a la galería.
La estúpida llave eligió ese momento
para quedarse atascada y, frustrado, la giró hacia el otro lado. Él áspero “Apártate”
de Kyuhyun lo confundió. De repente un brazo rodeó su cintura y tiró de él
hacia un lado, segundos antes de que se produjera una explosión atronadora.
Sungmin gritó y se quedó sin aire, se
sentía como si un edificio le hubiera caído encima.
–Asegurad... la... zona.
La voz grave de Kyuhyun, cargada de
dolor, daba instrucciones a sus hombres. Sungmin tosió e inspiró el aire acre
que los rodeaba. Intentó ponerse de espaldas y se dio cuenta de que era Kyuhyun
quien lo aplastaba con su cuerpo.
–¿Qué...?
–Sungmin. No te muevas –sus diestras
manos recorrieron su cuerpo con eficacia mecánica. Cuando se aseguró de que no
estaba malherido se levantó con torpeza.
Sungmin vio lo que quedaba de la
fachada de su edificio. La puerta contra incendios estaba en el suelo,
abollada. Anonadado por el caos y la devastación que la rodeaban, miró a Kyuhyun.
–Por Dios, estás herido –ignorando el
dolor de las manos y de la cadera con la que había golpeado el suelo, llevó la
mano al desgarrón de la manga de su chaqueta. La camisa blanca empezaba a teñirse
de rojo.
–Metedlo... en el coche –jadeó Kyuhyun,
quitándose la chaqueta desgarrada.
–No –Sungmin llevó la mano hacia él,
deseando ayudarlo, pero él agitó el brazo en el aire.
–Ahora –su tono no daba lugar a
discusión. Sus hombres lo agarraron y lo llevaron a la limusina. Oía a Kyuhyun
dando órdenes y el sonido de una sirena de policía. Voces preocupadas se
filtraban entre el polvo y el humo hasta que los hombres de Kyuhyun contuvieron
a los curiosos.
Minutos después de la llegada de la
policía, Kyuhyun se sentó a su lado. Llevaba puesta una chaqueta de cuero
negro; nada en su apariencia sugería que acababa de lanzarse sobre él y
recibido el impacto de cristal, ladrillo y escayola para protegerlo. Parecía
sereno y controlado.
Sungmin, en cambio, no podía dejar de
temblar. Era el culpable de lo ocurrido. Kyuhyun le había dicho que no cambiara
el itinerario y no le había hecho caso. Había buscado el consuelo de algo
familiar. O tal vez vengarse de Kyuhyun por dejarlo, para obligarlo a ir tras él.
Dejó escapar un suspiro. Lo cierto
era que había puesto en peligro a los encargados de protegerlo y se sentía
fatal.
Además, ¡era verdad que estaba en
peligro! Había querido creer que Kyuhyun se equivocaba.
–Lo siento –musitó–. Me siento fatal.
–No es culpa tuya –dijo él con voz
seca.
Sungmin se sintió aún peor, era obvio
que se culpaba a sí mismo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se dijo que
no era momento de ponerse emotivo.
–Sí lo es. Tendría que haber...
–¡No! Yo tendría que haber... –lo
miró a los ojos y calló–. ¿Dónde estás herido?
–Estoy bien.
–Sungmin –su tono le advirtió que iba
a ponerse bruto si no cooperaba, pero él solo pudo pensar en cuánto le gustaba
oírlo decir su nombre.
–La muñeca –admitió. Y la cadera. Y
necesitaba un vaso de agua.
Como si hubiera hablado en voz alta,
él sacó una botella del minibar y la abrió.
–Gracias.
–Deja que te mire las manos.
Tembloroso, las extendió y él tocó
cuidadosamente los huesos de su muñeca.
–Creo que no hay huesos rotos, pero
tienes las palmas de las manos muy arañadas.
–Se curarán –dijo.
–Afortunadamente.
El teléfono de Kyuhyun sonó y él
soltó sus manos para contestar.
Sungmin cerró los ojos mientras la
limusina atravesaba la ciudad. Kyuhyun no volvió a tocarlo ni a hablar, pero
deseaba que lo hiciera. Por una vez, no protestó cuando asumió el control de la
situación. Era mejor dejarle hacer su labor.
Miró su perfil de reojo. Tenía el
rostro tenso y adusto. Haría cualquier cosa por protegerle porque era su deber,
y él quería que lo hiciera porque deseaba hacerlo. De repente, comprendió
cuánto confiaba en que cuidara de él.
–Por favor, no te enfades con Siwon.
Intentó detenerme.
–No estoy enfadado con Siwon –afirmó
él.
No. Estaba enfadado con él. Y con él
mismo.
–¿No lo despedirás?
–No tienes por qué preocuparte de su
futuro. Tu comportamiento de esta noche podría haberle
costado la vida. Y la
tuya... ¡Maldita sea! ¿En qué estabas pensando?
Aunque lo dijo con ira, su voz sonó
devastada. Sungmin se sintió aún más culpable.
–Quería algo familiar. Una
conclusión.
–¿Conclusión?
–Me sentí inquieto cuando te fuiste y
sabía que no podría dormir. Me pareció buena idea.
–Tendría que haberle dicho a Siwon
que utilizara la fuerza para detenerte.
–¿Por qué no lo hiciste?
–No quería que te pusiera las manos
encima –lo miró con intensidad. Sungmin tragó saliva ante esa admisión–. Solo
ha sido un error más por mi parte –resopló y, cerrando los puños, volvió la
cabeza.
–¿Crees que se habrá salvado algún cuadro?
–Lo dudo. La puerta corta fuegos
lanzó la mayor parte de la explosión hacia el interior, en vez de hacia el
exterior. Eso indica que el autor era más amateur que profesional.
–¿Tienes idea de quién pudo ser?
–Si la tuviera, tendría mis manos en
su cuello.
–Yo también.
–Eres un jovencito muy duro, príncipe
–movió la cabeza y esbozó una leve sonrisa.
Sungmin arrugó la nariz. No se le
daba bien aceptar cumplidos, ni siquiera cuando eran merecidos, pero las
palabras de Kyuhyun lo reconfortaron.
Cuando el coche se detuvo, vio que
estaban en una especie de pista de aterrizaje, pero la única luz provenía del
avión privado de Kyuhyun.
Kyuhyun esperó a que sus hombres
flanquearan el coche antes de abrir la puerta. Miró a su alrededor, escrutando
la oscuridad.
–Por aquí –le dijo, inclinándose
hacia él.
Sungmin se deslizó por el asiento de
cuero aún caliente por su cuerpo. Kyuhyun lo alzó en brazos.
–Puedo andar.
–Será más rápido así.
Sungmin no tenía energía para
discutir y no sabía si podría subir los escalones. Suspiró, cerró los ojos y
apoyó la cabeza en su pecho. Sin duda lo llevaba de vuelta a Ilsan, pero habría
preferido ir a una isla tropical, lejos del mundanal ruido.
Ya en el avión, Kyuhyun lo depositó
en un colchón. Un médico esperaba para examinarlo. Comprobó los huesos de su
muñeca y luego limpió y vendó las raspaduras de las manos.
–Te dolerán un par de días, pero
curarán bien.
–Echa un vistazo a su cadera
izquierda. Le molesta –dijo Kyuhyun.
–No le pasa nada –dijo Sungmin sorprendido.
No le había mencionado que le dolía.
–Compruébalo.
Sungmin hizo un gesto de dolor
mientras le examinaba pero, por suerte, solo era un cardenal.
–¿Y qué me dices de ti? –preguntó Sungmin.
–Yo estoy bien. Gracias, Kangin. Dile
a Jonghyun que despegue lo antes posible.
Segundos después, estaban volando.
–Estás tiritando –Kyuhyun miró su ropa
rasgada y sucia. Sacó una camisa nueva de un pequeño armario–. Toma, no tengo
ropa de tu talla. ¿Puedes cambiarte solo?
Sungmin miró la camisa y los sucesos
de la noche lo aplastaron como una tromba. Se mordió el labio inferior. Se
sentía vulnerable y necesitado.
–Ven aquí –dijo Kyuhyun, con voz
suave.
Kyuhyun agarró sus hombros, pero Sungmin
temía que si se rendía al consuelo que le ofrecía, se echaría a llorar y no
querría soltarlo.
–Necesito usar el baño. Estoy
sucísimo.
–Está allí –Kyuhyun señaló una
puerta.
Una vez en el cuarto de baño miró la
ducha con cansancio. Tardaría demasiado en ducharse con las manos vendadas,
pero le habría gustado librarse de toda la noche bajo el agua.
“No pienses en ello”, se ordenó. “Quizás
así desaparezca”.
Tenía ganas de llorar.
Llevó la mano a su pantalón y gruñó
mientras forcejeaba con la cremallera. Oyó el tejido rasgarse y sollozó. El pantalón
cayó al suelo y a él le costó mantenerse en pie.
Se quitó su camisa y metió los brazos
en la camisa de Kyuhyun. Supo, por el olor, que nunca la había usado y sintió
aún más ganas de llorar.
Limpiándose las inútiles lágrimas,
estuvo a punto de gritar cuando vio que no podía abotonar la camisa. Por culpa
de las manos vendadas y el largo excesivo de las mangas
–Maldición, maldición, maldición.
–¿Sungmin? ¿Estás bien?
–Si. Estoy bien.
La puerta se abrió y Kyuhyun lo miró,
con las manos en las caderas. Se había puesto una camisa limpia y vaqueros. La
palabra magnífico no empezaba siquiera a describirlo.
Kyuhyun se sintió como si alguien le estrujara
el corazón al verle en el centro del cuarto de baño, pálido y regio, sujetando
los bordes de la camisa, con la ropa sucia y rota a sus pies. Tenía rastros de
lágrimas en el rostro sucio y le temblaba el labio inferior.
Era bello, fuerte y... especial. La
palabra se ancló en su cerebro. Además, estaba de lo más sexy con su camisa.
–No puedo abrochar los malditos
botones –se quejó él, intentando controlar las lágrimas.
–Oh, nene –Kyuhyun no tenía mucha
experiencia con jóvenes llorosos pero, por puro instinto, entró y lo envolvió
en sus brazos. Tuvo una sensación muy satisfactoria cuando él hundió la cabeza
en su pecho y se sorbió la nariz. Era como si ese fuera su lugar. Rechazó el
pensamiento de inmediato, iba contra sus normas.
Cuando los brazos de Sungmin rodearon
su espalda, ignoró el pinchazo de dolor en los músculos sobre los que había
caído parte de la pared de su galería.
–¿Sabes por qué elegí Seul?
La voz de Sungmin sonó apagada contra
su camisa, y le recordó a los conejitos recién nacidos que su hermano y él
habían encontrado abandonados en un cobertizo solitario. Henry y él los habían
alimentado en secreto hasta que se hicieron demasiado grandes para ocultarlos.
Su padre había querido ahogarlos, pero le habían suplicado hasta que les
permitió hacer un cartel y llevarlos al centro comercial. Pasaron allí el día
entero, hasta regalarlos todos.
El recuerdo le hizo sentirse
vulnerable, así que carraspeó y acarició la espalda de Sungmin.
–No. ¿Por qué?
–Era la ciudad de mi madre. Creció
allí. Tras su muerte mi vida se convirtió en algo sacado de una novela de
Dickens. Mi padre no sabía cómo tratar a un joven adolescente, así que me ignoraba. Y como Sungjin
estaba en la escuela militar, yo...
–No tenías a nadie.
–No –dejó escapar un fuerte sollozo. Kyuhyun,
recordando su estoica reacción a la muerte de Sungjin, adivinó que no se había
permitido llorarlo. La destrucción de su galería sería otra tragedia más que
añadir a su lista de pérdidas.
La necesidad de confortarlo pudo con
su instinto de conservación. Lo apretó contra él, absorbiendo su dolor. Cuando
pasó la tormenta, Sungmin se apartó un poco.
–Debes de pensar que soy un débil...
Oh. ¿Por qué no me dijiste que tenía este aspecto?
Kyuhyun miró por encima del hombro y
vio el reflejo de su expresión de horror en el espejo. Le apartó el pelo de la
cara.
–Pensaba que querías presentarte al
concurso de Panda del Año.
–Sí. Claro –rezongó él, pasándose el
dorso de la mano por el rostro. Con la otra mantenía cerrada la camisa.
–Deja, yo lo haré –Kyuhyun mojó una
toallita con agua, alzó su barbilla y limpió el polvo y los manchurrones lo
mejor que pudo.
Sungmin empezó a luchar con los
botones de la camisa. Kyuhyun maldijo para sí al darse cuenta de que también
iba a tener que hacer eso.
–Será más rápido si lo hago yo
–apartó sus manos y alcanzó el botón superior. Los ojos enrojecidos buscaron
los suyos y él empezó a sudar. Tenía que pensar en otra cosa, así que,
mentalmente, empezó a idear un sofwart.
Le
temblaban los dedos mientras introducía los botones en los ojales. Se detuvo
cuando rozó accidentalmente la piel de su pecho. El sofwart no podía competir
con el recuerdo de sus caricias y, rindiéndose, se permitió conjurar la textura
de sus pezones erectos, su color, su sabor. Cuando por fin llegó al último
botón, Kyuhyun, asqueado consigo mismo, se alegró de no tener delante su arma,
o se habría pegado un tiro.
Después, lo alzó en brazos, fue al
dormitorio del avión y lo dejó sobre la cama. Iba a decirle que lo dejaría
descansar cuando se dio cuenta de que no se había movido. Seguía sentado donde
lo había dejado.
–Sungmin –suspiró. Parecía tan cansado
e infeliz que apoyó una rodilla en la cama y acarició sus hombros–. Nene,
túmbate.
Sungmin movió la cabeza, tembloroso
de nuevo.
–Vamos, príncipe. Es hora de dormir.
Lo tumbó sobre la cama y le apartó el
pelo del rostro, pensando que ese sería el último contacto.
–Kyuhyun –musitó él–. ¿Podrías
quedarte conmigo? Al menos unos minutos.
“¿Podía quedarse con él? Claro.
¿Debería quedarse con ella? No”.
Kyuhyun cerró los ojos. Sería un
error monumental acceder. Quería quedarse, y mucho. Razón de más para no
hacerlo.
–De acuerdo –acarició su pómulo y su
barbilla. Sin pensarlo más, se echó a su lado y apoyó la espalda en el cabecero.
Sin decir palabra, lo atrajo hacia él y notó como su cuerpo se relajaba y
amoldaba perfectamente al suyo, como si estuviera diseñado para él.
–Duerme, príncipe. Estaré aquí –una
sensación de calidez se extendió por su pecho y sintió un nudo en la garganta.
Se había prometido mantener la distancia física, pero allí estaba.
Tendría que retomar ese plan cuando
llegaran a su isla. Su casa era lo bastante grande para perderse en ella.
Cuando Sungmin estuviera a salvo, podría encerrarse a trabajar.
Se quedaría con él hasta que se
durmiera y luego iría a estudiar la información que su equipo le habría enviado
sobre la bomba. Sospechaba quién estaba detrás del atentado, dada la gente a la
que había filtrado un itinerario falso, y era hora de averiguar si su intuición
era acertada.
Soltó el aire lentamente y obligó a
su dolorido cuerpo a relajarse. Cuando había visto a Sungmin ante el edificio,
había volado más que corrido para alcanzarlo. Su instinto le gritaba que
tendría que haber enviado alguien a revisar la galería esa tarde. No lo había
hecho, otro error para su cuenta, y casi lo había perdido. Hasta un novato lo
habría protegido mejor.
Sungmin emitió un ruidito, entre
sueños y él se dio cuenta de que había estado acariciándole el pelo. Apartó los
dedos y retiró la mano. Se dijo que era hora de dejar de fantasear con sus ojos
y con el sabor de su boca. Él era su cliente.
Maldijo al darse cuenta de que no era
la primera vez que se decía eso a sí mismo.
Contempló el rostro de Sungmin y
volvió a sentir un nudo en la garganta. Tenía que distanciarse. Si no le
interesaban las casitas con verjas blancas, menos aún los castillos con foso.
Pero nada paliaba la emoción que había aflorado al verla en peligro. Haría
cualquier cosa por protegerlo. Lo sabía. Y lo sensato era odiar esa sensación.
Iba a bajarse de la cama cuando Sungmin
estiró un brazo y lo colocó sobre su cintura. Impotente, Kyuhyun lo observó
dormir.
Oh! Me quedé aquí. Cuando Min c asi desaparece...pero es que esto no puede pasar. El que está detrás de él sabrá que Kyu lo cuida? Le importará? Sigo!
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