Con la descarga de la tensión sexual
llegó la claridad, y Sungmin apenas podía creer lo que acababa de ocurrir. ¿Era
posible que acabara de practicar sexo con un hombre al que había conocido unas
horas antes? ¿Con un amigo de Hyukjae?
Sí que lo era. La evidencia eran los
diminutos espasmos de placer que seguían contrayendo su interior y la
respiración entrecortada del hombre que había a su lado, que tenía expresión de
estar buscando una excusa para irse de allí.
–Me había dicho que no haría esto
–dijo.
Al oírlo, Kyuhyun se giró para mirarlo.
La piel de Sungmin ardió cuando sus ojos lo recorrieron y, con indiferencia
simulada, se tapó con la sábana.
–¿Y por qué lo has hecho? –su voz
sonó grave. Sexy.
–Curiosidad –replicó, porque le
pareció que sonaba mejor que “No he podido evitarlo”.
–Eso suena a calculado –estrechó los
ojos como si lo estuviera evaluando. Juzgándolo.
–En absoluto –Sungmin se preguntó si
creía que había buscado acostarse con él. Avergonzado, se preguntó cuál era el
siguiente paso. ¿Charlaban por cortesía? ¿Él se levantaba y se iba? Tendría que
irse, claro, porque estaban en su dormitorio.
Inseguro de sí mismo, decidió que no
tenía más opción que usar uno de sus trucos habituales: simular indiferencia o
que controlaba la situación. Optó por la segunda posibilidad.
–Por favor, no te sientas obligado a
quedarte. Debes de estar cansado y yo soy poco sentimental.
–¿Esa es tu idea de una conversación
de cama? –Kyuhyun se apoyó en el codo y sonrió.
–Si tú no estás cansado, yo sí –Sungmin
fingió un bostezo. Esa era su idea de autodefensa.
–¿Estás pidiéndome u ordenándome que
me vaya? –los ojos marrón dorado se endurecieron.
–¿No es eso lo que estabas pensando
hacer? –sus ojos se encontraron un instante y supo que había acertado.
–En realidad, estaba pensando en
invitarte a cenar.
La respuesta lo tomó por sorpresa y
pensó que él mentía. Así que ignoró la punzada de placer que le habían provocado sus palabras.
–Me encantaría, pero llegas cinco
horas tarde.
–¿Siempre eres tan arisco después de
un encuentro sexual? –él movió la cabeza, divertido.
Sungmin tragó saliva. No lo sabía.
Nunca había practicado sexo como ese antes. Eso le alarmaba y excitaba al mismo
tiempo. Se preguntó qué había ocurrido con su promesa de salir solo con hombres
que quisieran lo mismo que él: amor, una familia.
Odiando la sensación de inseguridad
que le atenazaba, paseó la mirada por el rostro de Kyuhyun y por sus hombros.
Arrugó la frente al ver una cicatriz bajo su clavícula.
–Es de la bala de una semiautomática.
Sungmin lo miró desconcertado. Lo
había dicho como si estuviera pidiendo un sándwich.
–¡Ay! –exclamó con ligereza. Vio otra
cicatriz más abajo–. ¿Y esta?
–Metralla –replicó él, agarrando un
mechón de su cabello y enrollándoselo en el dedo.
–¿Amante irritado? –preguntó
señalando otra pequeña marca que tenía en el brazo.
–Un francotirador con buena puntería.
–Se diría que no eres muy bueno en tu
trabajo –bromeó Sungmin.
–Es una forma de verlo –los ojos de
él chispearon. Soltó su pelo y empezó a acariciarlo.
Sungmin incapaz de controlarse,
desvió la vista hacia abajo, observando la fina línea de vello que dividía su
abdomen en dos y bajaba hacia una impresionante erección. Al mismo tiempo, vio
una cicatriz blanca que partía de su cadera y descendía hacia el muslo. No
sabía en cuál de las dos cosas centrar su
atención
–¿Estás seguro de que quieres saber
la causa? –preguntó Kyuhyun, consciente de lo que él miraba.
–¿De la cicatriz?
–Bueno, de eso también –rio él.
–¿Qué ocurrió?
–Un desafortunado encuentro con un
trozo de alambre de espino, gracias a un hermano menor de lo más competitivo.
No es nada glamurosa.
–¡Glamurosa! –juntó las cejas–.
¡Ninguna es glamurosa!
–Te sorprendería saber a cuántos les
parecen excitantes.
–A mí no –Sungmin se estremeció.
–¿No? –él tocó su rostro casi con
reverencia, acariciando suavemente el chichón.
Sungmin sonrió y volvió a
sorprenderse al besarlo en los labios. Algo chispeó en los ojos de Kyuhyun cuando
se apartó. Era una emoción sin nombre, que pulsaba en el aire entre ellos.
Captó el instante en el que Kyuhyun rechazaba lo que fuera que había sentido.
Un segundo después, estaba de espaldas con Kyuhyun sobre él. Él capturó sus
manos con una de las suyas y las alzó sobre su cabeza con una sonrisa
hambrienta.
–Kyuhyun, probablemente no deberíamos
volver a hacer esto –susurró Sungmin con poca convicción.
Kyuhyun atrapó su boca y presionó con
una rodilla para que abriera los muslos. Tras ponerse un preservativo, se
introdujo en su cálido y húmedo interior.
–Probablemente no deberíamos haberlo
hecho nunca –gruñó él con satisfacción.
Agregarle un poco a la penetración
Kyuhyun, con el ceño fruncido, cruzó
la rotonda que había ante la mansión, camino de la casita. Aún era temprano; en
el horizonte una fina franja naranja teñía el cielo azul pálido.
Se preguntaba por qué diablo lo había
invitado a cenar y si Sungmin esperaba que fuese esa noche.
Al día siguiente tenía una reunión
importante en China, a primera hora. No tenía tiempo para salir con alguien. Le
pediría disculpas, alegando que había olvidado lo de la reunión.
Hizo una mueca. Sin duda, Sungmin pensaría
que era una excusa, pero no podía hacer otra cosa.
Tensó la mandíbula. Tras años de
práctica, su cuerpo se había puesto en acción justo antes del amanecer y se
había despertado junto a un joven cálido y sexy, que apoyaba la cabeza sobre su
hombro y una mano en su pecho.
No. No podía cenar con él ni esa
noche ni nunca. El sexo había sido excepcional, pero él apenas iba a París y,
aunque fuera, no tendría tiempo para verlo. Lo último que necesitaba era otro
rapapolvo de un joven que quería más de lo que él podía dar.
Se preguntó si Sungmin sería así. Si
lo acusaría de haberlo utilizado aunque ambos habían estado de acuerdo en algo
a corto plazo. De repente, perdió el paso al recordar que Sungmin y él no
habían acordado nada la noche anterior. Habían estado demasiado ocupados
arrancándose la ropa.
Kyuhyun sonrió y lanzó un resoplido.
Había sido espectacular. Ardiente bajo esa perfección de príncipe real. Sabía
que Hyukjae se enfadaría si se enteraba de que se había acostado con él,
pero... Frunció el ceño, preguntándose si Hyukjae lo había tenido en sus brazos
como él, después del sexo. De hecho, era raro que él lo hubiera hecho, solía
dormir boca abajo.
Iniciar una aventura con el exprometido
de su amigo no iba a funcionar para nadie. Le diría que había sido maravilloso,
lo más fantástico de... Le diría que eran adultos con vidas muy distintas.
Se detuvo con la mano ya en el pomo
de la puerta de la casita. “Diablos”, pensó.
Tenía que llevarlo a cenar. Había
mentido al decirle que estaba pensando en invitarlo, cierto, pero no era ningún
bastardo. Lo menos que podía hacer tras la noche que habían compartido era
cenar con él.
Elegiría un restaurante pequeño y
discreto, haría que se sintiera especial, lo llevaría de vuelta a casa y quizás
pondrían fin a la noche con algo de sexo, aunque no era imprescindible. Después
él se iría y su mundo volvería a la normalidad.
Agradable y sencillo. Un trabajo bien
hecho.
Abrió la puerta y saludó a sus
hombres. No sabía si debía preocuparlo la excitación que sentía al pensar en
verla de nuevo.
Sungmin se despertó solo y
comprendió, por el calor, que era tarde. El olor de Kyuhyun en la almohada
contigua y estar desnudo le hicieron recordar lo ocurrido la noche anterior.
No sabía qué le había poseído para
acostarse con él. Si hubiera tenido la cabeza en su sitio no se habría
entregado de esa manera a un hombre al que apenas conocía. Su mente se llenó de
imágenes del magnífico cuerpo de Kyuhyun y arrugó la frente. No le iban los
cavernícolas, por muy carismáticos que fueran, y nunca había sido de los que
perdían la cabeza por un rostro y un cuerpo.
“Hasta ahora”, trinó una vocecita en
su cabeza. “Nunca”, le devolvió Sungmin con firmeza.
Se apartó el pelo de la cara y gruñó
al notar su disposición a revivir cada momento erótico. Sin duda, había algo que
decir a favor, y ese hombre sabía cómo ocuparse del cuerpo de su pareja. Lógico
porque, según Donghae, tenía la experiencia de diez hombres. Sungmin no tenía
tiempo para alguien así; estaba harto de aventuras en las que los hombres
querían sexo y él una relación.
La noche anterior había sido... Había
sido sensacional, sí. Pero una aberración. Una de esas cosas inexplicables que
uno sabía que no tendría que haber hecho. Demasiado champán, demasiada ansiedad
por la boda, demasiadas hormonas.
Sungmin saltó de la cama e hizo una
mueca al notar los efectos de la posesión masculina. Era tan grande, tan
fuerte. Cuando había sujetado sus manos y le había hecho cautivo... Sungmin se
estremeció y rechazó la reacción de su cuerpo. Pero Kyuhyun había jugado con él
y se había ido; sus acciones decían más que mil palabras.
La vieja inseguridad, que había
creído largo tiempo olvidada, alzó la cabeza y bostezó. Pero no hizo caso. Ya
había luchado contra esa sensación infantil cuando se trasladó a Seul. Pensó
que, tal vez, la llamada de su padre y su respuesta emocional a la boda, la
habían afectado más de lo que creía e incidido en su comportamiento.
Otro comentario de Donghae invadió su
cerebro: “Las mujeres y jóvenes caen a sus pies. Pero él vive a todo ritmo. Según
Hyukjae, nunca pasa más de unos días en ninguna ciudad. Es como si estuviera
recorriendo el globo en busca de un santo grial”.
Sungmin pensó, con aspereza, que sin
duda buscaba variedad en la cama. Mentalmente, le deseó buena suerte y que lo
disfrutara.
“Te
invitó a cenar”, le recordó esa vocecita endiablada. Se dijo que lo había hecho
por un sentimiento de culpabilidad. Había sido un gesto amable, pero a su voz
le había faltado convicción. Y su marcha esa mañana era la prueba.
No. No cenaría con Kyuhyun. Él en
realidad no lo deseaba y equivaldría a prolongar lo inevitable. Además, le
parecía fatal obligar a alguien a hacer algo que no deseaba. Ese era el modus
operandi de su padre, no el suyo.
Ducharse. Vestirse. Alquilar un
coche. Volver a Seul. Tenía una reunión con un nuevo artista, que estaba seguro
sería un pesado, pero tenía el potencial de un Van Gogh y no podía llegar
tarde.
No tenía tiempo para pensar en un
hombre que había disfrutado tanto como él sin hacer promesas de futuro. Casi tenía
treinta años, no podía desperdiciar tiempo en aventuras con apuestos coreanos,
expertos en seguridad. Si tenía suerte no lo vería y se ahorraría el mal trago
de “la mañana después”.
Sintiéndose mucho mejor tras la
ducha, sonreía cuando cruzó el vestíbulo de mármol y dejó su maleta junto a la
puerta. Se inclinó para sacar la nota de agradecimiento que les había escrito a
Donghae y a Hyukjae, para dársela al mayordomo. De repente oyó una voz a su
espalda.
–¿Te vas tan pronto?
Sungmin giró en redondo. Kyuhyun
estaba en puerta, guapísimo con botas gastadas, pantalones vaqueros negros y
una camiseta blanca. Sungmin se llevó la mano al pecho e intentó sonreír.
–Me has asustado.
–Es obvio –él se cruzó de brazos.
–Yo..., ah... –se odió por sonar como
un adolescente. No entendía que él pareciera enfadado. No era él el que se
había ido antes de que los pájaros empezaran a cantar–. Tengo un día muy
ajetreado por delante.
Kyuhyun supo de inmediato que Sungmin
había relegado al pasado la noche que habían pasado juntos. Era obvio por la
postura de su cabeza, los hombros tensos y cómo evitaba su mirada. Por no
hablar de la tenue sonrisa que le ofrecía, como si la noche anterior se hubiera
limitado a una conversación cortés, en vez de ser un intercambio de fluidos.
Decir que eso lo indignó habría sido quedarse muy corto.
Recordó cómo le había dicho que podía
irse de la habitación. Entonces había creído que quería ofrecerle una salida
digna, pero tal vez hubiera estado intentando librarse de él.
–¿Un domingo? –se extraño, escéptico.
–Sí –él alzó la barbilla con orgullo.
–¿Y la cena? –preguntó con voz
templada.
–¿Esta noche? –Sungmin desvió la
mirada como si sintiera cierto remordimiento.
El maldijo para sí. Kyuhyun había
comprendido que no tenía intención de cenar con él, ni esa ni ninguna otra
noche. No le gustó nada.
–Sí. Tú, yo, una botella de vino
tinto. ¿O prefieres champán?
–La verdad es que esta tarde he
quedado con alguien, así que esta noche es imposible.
Kyuhyun, mientras recorría su esbelta
figura y, mentalmente, le quitaba la camiseta rosa y el pantalón corto, se
preguntó si habría quedado con algún amante. Sentía una irracional respuesta
posesiva. Tendría que alegrarse de que él no quisiera complicar las cosas
porque, al fin y al cabo, perdería el interés en poco tiempo.
–Probablemente sea mejor así, ¿no
crees? –preguntó Sungmin, demasiado rápido.
–Mejor así, ¿el qué? –cruzado de
brazos, se balanceó en los talones. No iba a ponérselo fácil.
–Mejor que olvidemos la cena –dijo,
taladrándolo con la mirada–. Y lo de anoche.
–¿Olvidar lo de anoche? –Kyuhyun no
creía que eso le hubiera ocurrido nunca antes. Un joven que, después de una
noche de sexo fantástico no solo no quería cenar con él sino que, a juzgar por
su expresión, no quería volver a verlo.
–Venga ya, Kyuhyun –apoyó las manos
en las caderas–. Seguro que esto no es nuevo para ti. De hecho, probablemente
sea un alivio.
Él se obligó a concentrarse. Sí,
tendría que haber sido un alivio. Pero le parecía un insulto.
–¿Crees que me acuesto con alguien cada
vez que salgo por ahí?
–No lo sé –su tono indicó que tampoco
le importaba–. ¿Por qué estamos discutiendo? ¿Querías algo más que sexo después
de anoche?
Él se tensó al ver cómo Sungmin le
daba la vuelta a la situación. Le parecía mal decir “no”, pero...
–No –dijo.
Sungmin asintió como si esperara esa
respuesta. Como si la deseara. Él se preguntó si era habitual que tuviera
aventuras de una noche. La idea hizo que se le encogiera el estómago.
–Fantástico, entonces estamos de
acuerdo. Anoche lo pasé muy bien. Espero que tú también –encogió los hombros
casi a modo de disculpa.
Kyuhyun se preguntó si los jóvenes a
los que rechazaba se sentían como él en ese momento. Con todos los demás había
sido él quien sentaba las bases desde el principio. Tal vez su reacción se
debía a que esa vez no lo había hecho.
–¿Qué más hay que decir? –lo retó Sungmin.
–Es obvio que nada –repuso Kyuhyun–.
Es obvio que lo tienes todo muy claro.
Sungmin apretó los labios, como si su
tono de voz la estuviera confundiendo. Se oyeron unos pasos bajando la escalera
y Sungmin maldijo.
–Viene Hyukjae. ¿Podemos simular que
no ha ocurrido nada? –soltó una risita–. Sí, la boda fue genial... Oh, Hyukjae.
¿Dónde está Donghae?
Kyuhyun se planteó decirle que nunca
sería buen actor. Parecía tan inocente como un ladron a quien hubieran pillado
con las manos en la masa. Estrechó los ojos cuando Hyukjae puso las manos en su
cintura y besó sus mejillas. Deseó apartarlo.
–El timbre antiguo para llamar al
servicio, que a Donghae tanto le gusta, no funcionó esta mañana, así que me ha
enviado a pedir café.
–Una idea fantástica –dijo Sungmin–.
Creo que me vendría bien uno.
–¿Tú también quieres, Kyuhyun? –Hyukjae
se frotó los ojos, como si hubiera dormido bien poco. Kyuhyun entendió
perfectamente cómo se sentía.
–No. Ya he tomado demasiado
–decidiendo que ya era hora de irse, Kyuhyun metió la mano en el bolsillo y
sacó un teléfono móvil.
–Esto es para ti –le dijo a Sungmin–.
Me he tomado la libertad de ponerle la tarjeta SIM del móvil que mis hombres
encontraron roto en tu coche.
–Ah –dijo él, confusa–. No hacía
falta.
Él sabía eso de sobra. Le dio el
teléfono e informó a Hyukjae de sus planes de irse antes de lo previsto.
Mientras hablaban, Sungmin encendió el teléfono y empezó recibir mensajes. Al
verlos, arrugó la frente con preocupación.
–¿Qué ocurre? –preguntó Kyuhyun.
–Tengo diez mensajes de mi padre.
Perdonadme –marcó un número y se llevó el teléfono al oído. De inmediato, se puso
pálido–. Sungjin ha tenido un accidente. Hyukjae... –su voz se apagó–. ¿Que?
Sin ser consciente de ello, aferró el
brazo de Kyuhyun. Hyukjae sacudió la cabeza, desconcertado.
–Tengo que hablar con mi padre.
Averiguar en qué hospital está –Sungmin, tembloroso, dejó caer el teléfono,
pero Kyuhyun lo agarró al vuelo–. Parece que ha sido un accidente grave.
Kyuhyun maldijo entre dientes.
–Sungmin... –dijo.
–No –alzó la mano para acallarlo y se
apartó de ambos, tan desorientado que habría chocado contra la pared si Kyuhyun
no lo hubiera agarrado.
–Respira, Sungmin –ordenó–. Dentro.
Fuera. Así.
–Estoy bien –tenso, apartó su mano.
–Dame el teléfono –dijo Kyuhyun–.
Llamaré a tu padre.
Sungmin tragó con fuerza. Kyuhyun
deseó rodearlo con sus brazos, pero estaba tan rígido como si llevara armadura.
La fragilidad de hacía unos segundos había desaparecido. Ignorando la voz que
le decía que no se metiera en lo que no le concernía, buscó “papá” o “padre” en
la lista de contactos, sin éxito.
–¿Cómo se llama? –preguntó.
–En la lista es “El tirano” –replicó él,
alzando la barbilla y retándolo a hacer algún comentario. Kyuhyun se preguntó
si su padre era realmente un tirano o si Sungmin era un niño mimado que tenía
pataletas cuando las cosas le iban mal. Encontró el número, marcó y se presentó
cuando el rey contestó de inmediato.
–Majestad, soy Cho Kyuhyun, gerente
de Wolf Inc. Tengo aquí a su hijo y a Hyukjae. ¿Sungmin?
–Señor... –Sungmin aceptó el
teléfono, tembloroso.
–Claro. Si. Encontraré un vuelo. Sí.
Vale –apagó el teléfono y lo miró como si fuera un ovni.
–¿Sungmin? –preguntó Hyukjae. El lo
miró como si no supiera qué hacía allí.
Estaba en estado de shock. Kyuhyun
reconoció los síntomas de inmediato.
–Tengo que... –movió la cabeza, intentando
despejarla–. Yo... Sungjin ha muerto. Él... Necesito volar de vuelta a casa.
Hyukjae apenas parpadeó, pero Kyuhyun
notó que estaba devastado por la noticia.
–Kyuhyun, ¿puedes prestarnos tu
avión?
–Claro, Hyukjae. Yo lo llevaré.
–Sungjin era un buen amigo. Yo...
–Tú deberías estar con Donghae.
–Puedo organizarme solo –interrumpió Sungmin.
–No seas tonto, Sungmin –Hyukjae puso
un brazo sobre sus hombros–. No puedes estar solo en un momento como este.
–¿Tu prioridad no tendría que ser tu
esposo y tus invitados? –Kyuhyun se odió por recordarle eso a Hyukjae, pero
había sentido una punzada de celos al verlo tocarlo.
–¿Podéis dejarlo ya? –exigió Sungmin–.
Soy más que capaz de...
–Subir a mi avión y dejar que te
lleve a casa –afirmó Kyuhyun.
–No quiero causarte ninguna molestia
–refutó él con un mohín.
–Es tarde para eso –dijo Kyuhyun. No
iba a permitir que Hyukjae lo llevara a Ilsan. Se acercó a
Sungmin–. ¿Es esa tu
única maleta? No es momento para discutir, ¿verdad?
–No –su mirada se volvió distante–.
De acuerdo. Puedes llevarme.
Kyuhyun movió la cabeza, atónito por
cómo Sungmin había convertido su consentimiento en una orden.
Sungmin, en piloto automático, apenas
notó que Kyuhyun le abrochaba el cinturón de seguridad cuando el avión empezó a
moverse. No era consciente de cómo había llegado al aeropuerto.
Su hermano estaba muerto.
La noticia era terrible.
Indescriptible.
Un accidente de helicóptero. Sungmin
no podía ni pensar. Su hermano era el pedestal de la familia. El futuro
heredero. Era cinco años menor que él y siempre había contado con él. No podía
haberse ido. Solo tenía veinticuatro años. Se estremeció y le pusieron una
manta sobre los hombros.
–¿Necesitas algo más? –preguntó Kyuhyun,
poniendo un vaso de agua en la mesita auxiliar.
–Estoy bien –dijo.
–No dejas de decirlo –Kyuhyun lo dejó
estar.
Sungmin, agradecido, lo observó
volver a su asiento. Cuando lo había visto en el vestíbulo le había dado un
vuelco el corazón. Había tenido que recordarse que no tenía sentido verlo de
nuevo, ¡y menos aún acostarse con él!
Cuando llegaran a Ilsan probablemente
no volvería a verlo, y esa idea hizo que se sintiera abandonado. Igual que
cuando tenía catorce años y su padre había hecho un viaje de estado aunque él
estaba hospitalizado por la varicela. Había estado pendiente desde lejos, pero
la muerte de su madre era aún muy reciente y se había sentido impotente y solo.
Sentía algo parecido en ese momento,
pero su padre esperaría que fuera fuerte. Los recuerdos de infancia afloraron a
su mente. Recuerdos de Sungjin de niño. De su madre.
Su madre había muerto de cáncer y el
padre de Sungmin se había refugiado en el trabajo, incapaz de conectar con él,
aunque sí con Sungjin. Sungmin, resentido por la diferencia de trato, se había
empeñado en demostrarle que sus opiniones sobre los jóvenes y las mujeres eran
arcaicas e insultantes.
Pero hiciera lo que hiciera, nada era
lo bastante bueno para él. Sungmin había visto la tristeza de su madre cuando
su padre elegía el deber por encima de la familia. Él quería algo muy distinto
para sí.
La muerte de Sungjin lo convertía en el
heredero del trono. Sabía que eso no agradaría a su padre; él sentía náuseas
solo con pensarlo.
Cuando iniciaron el aterrizaje, Sungmin
se obligó a dejar atrás sus miedos y adoptar una pose de fría indiferencia. Vio
a la guardia real esperándolo abajo y estuvo a punto de pedirle a Kyuhyun que
encendiera el motor y lo sacara de allí.
Deseó lanzarse en sus brazos y
pedirle consuelo. Pero sería una muestra de debilidad y Kyuhyun no era el
hombre adecuado en quien apoyarse. Estaba acostumbrado a estar al mando y no
iba a permitir que lo hiciera ante su padre.
Tras una noche maravillosa y dormirse
en sus brazos, se había despertado sin él. Sería un error confiar en Cho Kyuhyun
siquiera un momento.
–Gracias por traerme en tu avión,
puedo apañarme a partir de ahora.
–Te dije que te llevaría a casa y lo
haré –sus ojos caramelo destellaron con determinación.
–Estoy en casa.
–Sungmin...
–Kyuhyun. Estoy bien. En serio.
–No lo creo. Pareces a punto de
desmoronarte.
Sungmin pensó que tendría que
solucionar eso en el trayecto hasta el palacio. Cuadró los hombros.
–No. Ya te dije que no soy sensible.
–El asunto no está abierto a discusión
–Kyuhyun agitó la mano en el aire, para silenciarlo.
El gesto y sus palabras le recordaron
a su padre. Por eso no podía estar con Kyuhyun. Por eso y porque si lo
permitía, Kyuhyun le haría mucho más daño que Sungwoo.
–No. No lo está –afirmó, endureciéndose
contra él y contra lo mucho que lo deseaba.
Ambos se quedaron inmóviles,
mirándose como dos pistoleros antes de tirar a matar.
Kyuhyun apretó los labios y, antes de
darse la vuelta, lo miró con frustración.
–Sin duda, eres el joven más testarudo
e irritante que he conocido en mi vida –su voz, aunque agresiva, sonó suave
como la seda.
Sungmin pensó que era el hombre más
bello y poderosamente peligroso que había conocido. Temió que soñaría con él el
resto de su vida.
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