Trató de auto convencerse que no le importaba si sobrevivía. No
lo necesitaba más. Tenía su camioneta, dinero, un mapa, a Leeteuk y su coche en
camino. Tenía todo lo que necesitaba para llegar a la SM y reventarlo. Incluso le había
desencadenado, liberándolo para que huyera sin enfermarse.
¿Por qué había hecho eso? ¿Porque no quería hacerle daño? ¿O
porque sabía que iba a morir?
Sungmin no lo sabía. No comprendía por qué lo había liberado
cuando había estado claro que tenía la intención de aprisionarlo de por vida.
Lo que sabía era, hasta que separara la verdad de las mentiras,
que no podía dejar morir a Kyuhyun.
Sungmin puso la camioneta en marcha y pisó el acelerador. La
grava salió disparada de las
ruedas, pero la camioneta se echó a andar
a toda prisa. Se inclinó hacia el campo, y se dirigió hacia los dos monstruos
que estaban entre el maíz seco. Eran los dos únicos lo suficientemente cerca
para poder llegar a los dos a la vez.
Una rápida mirada en dirección a Kyuhyun le dijo que se había
ocupado del primer monstruo, dejándolo en sangrientos pedazos en el suelo. Un
segundo saltó desde el maíz, disparando sus púas al pasar. El cuerpo de Kyuhyun
se arqueó mientras esquivaba la rociada, pero su hombro se tambaleó hacia atrás
cuando una de los pinchos dio en el blanco.
Oh, mierda. Eso no podía ser bueno.
Sungmin se echó hacia atrás conduciendo justo cuando el
parachoques delantero golpeaba al primer monstruo, seguido de cerca por el
segundo. La camioneta saltó en el aire casi un metro, y oyó un silbido estallar
de al menos dos neumáticos cuando las púas los pincharon.
Un
fuerte ruido, como granizo golpeó el techo de la camioneta, rebotó desde abajo.
Tres de esas desagradables púas se dispararon a través de las tablas del suelo
a sólo unos centímetros de sus pies, pasando cerca de él y alojándose en la
cabecera de la camioneta.
Sungmin
gritó, e instintivamente se apartó del ataque. Sin su pie sobre el acelerador,
la camioneta desaceleró rápidamente, barriendo un amplio sector de plantas de
maíz por debajo.
Miró por el espejo retrovisor, buscando señales de movimiento
de los dos a los que había aplastado. Estaban tumbados en húmedos montones,
retorciéndose, pero no levantándose.
Empujó
el acelerador, tirando con fuerza del volante, y volviendo la camioneta para
otro pase. Frenéticamente, examinó la zona donde había visto por última vez a Kyuhyun
y no vio nada, ni siquiera el movimiento en el maíz o la punta de la hoja
brillando sobre los tallos.
El
pánico se apoderó de él, vaciándolo, como si estuviera flotando justo por
encima de su cuerpo. Parecía que había tardado una eternidad poner al camioneta
en marcha por el camino correcto.
¿Estaba Kyuhyun herido? ¿Muerto?
La idea lo dejó helada y temblando.
Se armó
de valor contra lo que iba a hacer a continuación mientras las ruedas
desinfladas crujían sobre los cuerpos de los monstruos. Si se levantaban ahora,
sabía que era el momento de correr.
Sungmin
detuvo la camioneta, preocupado de que Kyuhyun estuviera oculto en el maíz. Yaciendo
herido y sangrando. Si le golpeaba, nunca sería capaz de vivir consigo mismo.
Salió de la camioneta en marcha y saltó de la cabina. Un húmedo
sonido chorreante salió de debajo del camioneta, pero se dijo a sí mismo que
era sólo condensación del aire acondicionado, no pedacitos blandos de tripas de
monstruo.
Desarmado y desesperado, Sungmin se abrió paso de vuelta a
donde había visto por última vez a Kyuhyun. Los cadáveres de dos monstruos
yacían allí, goteando lentamente espesa sangre negra sobre el suelo.
Kyuhyun no estaba por ningún lado.
—¡Kyuhyun! —gritó.
Ni siquiera le importaba que alguna de las personas que
quedaban en el asador lo oyera. Los Defensores y su madre siempre le habían
dicho que tenían que mantener todo ese tema de monstruos en silencio, pero le
importaba una mierda eso ahora. Necesitaba encontrar a Kyuhyun.
Le llamó por el nombre otra vez, pero no obtuvo respuesta.
Entonces le pareció oír algo. Un profundo gemido.
Sungmin se detuvo en seco, dejando que los susurros de las plantas
se detuvieran a su alrededor.
Ahí estaba de nuevo. Definitivamente un gemido.
Se acercó hacia él, coreando el nombre de Kyuhyun, rogando que
estuviera bien, mejor de lo que sonaba.
No lo estaba. Su gran cuerpo estaba tendido en el suelo, su
espada yaciendo a pocos metros de distancia. La sangre goteaba del hombro de su
camiseta. No podía ver la púa, y no sabía si estaba incrustada en él, o si le
había travesado. Su piel brillaba de sudor, aún cuando su cuerpo se estremecía
con escalofríos.
—Kyuhyun —exhaló mientras iba a su lado.
Él abrió los ojos y las pupilas eran pequeños puntitos de color
negro. No era una buena señal.
—Vete, Sungmin. Pueden oler mi sangre. Vendrán más.
—Estás loco si crees que te voy a dejar aquí. Nos vamos juntos.
El tiró de su brazo sano, tratando de levantarlo y ponerlo de
pie. Hombre, era pesado, pero se las arregló para poner su hombro bajo él y,
con su ayuda, lo levantó. Estaba tembloroso y él apretó los dientes contra el
dolor de mantenerlo levantado. El hombre estaba lleno de pesados músculos y
probablemente pesaba el doble que él.
Si no lo metía en la camioneta mientras él todavía podía
ayudar, nunca lo haría.
—Espada —dijo él, sonando casi en pánico.
—Déjalo. Puedes conseguir otra.
—¡No! —Viró hacia la cosa y Sungmin no tuvo otra opción que
ayudarle a llegar allí o dejarle caer.
Aparentemente era demasiado importante para dejarla atrás.
Le
sostuvo con una mano mientras cogía el arma, pero no tenía dónde ponerla.
Frustrado, se la metió bajo el brazo y la prendió a su costado, rezando para no
cortar a uno de ellos con la perversa hoja.
Satisfecho, Kyuhyun cooperó de nuevo con él y se dirigieron
hacia la camioneta.
—Eso es
—dijo jadeando bajo su peso, agradecido de no ser un blando—. Casi llegamos.
—No voy a durar mucho más —le dijo—. Veneno.
—Infiernos que no. Sólo dime qué hacer.
Llegaron a la camioneta y lo apoyó contra ella mientras
manoseaba para abrir la puerta del acompañante. Consiguió abrirla, él entró de
cabeza, desplomándose contra el asiento, pero era lo suficientemente bueno.
Sungmin
arrojó la espada a las tablas del suelo a sus pies, cerró la puerta y corrió
alrededor de la camioneta. Iba a conducir con las llantas, pero eso era
demasiado malo. De ninguna manera se iba a quedar el tiempo suficiente para
arreglar los neumáticos y ver qué más se presentaba.
—Cinta adhesiva —susurró Kyuhyun.
No
tenía ni idea de por qué la quería, pero no se detuvo a hacer preguntas
estúpidas.
—¿Dónde está?
—Caja. Bajo el asiento.
La encontró y ya estaba tirando del extremo.
—¿Qué hago con ella?
—Tapa mi herida. Lanza la camiseta fuera como distracción. La
sangre.
Correcto. Ellos podían olerla.
Sungmin
se puso de rodillas sobre el asiento y tiró con fuerza de la camiseta de Kyuhyun.
Él siseó de dolor, revolviéndole el estómago, pero no se ralentizó o trató de
ser más suave. Ahora no era el momento de ser suave. O lento.
La
camiseta cayó, empapada de sangre y sudor. La usó para limpiar el hilillo de
sangre que manaba de la fruncida herida. No podía ver si la púa había
traspasado o no, pero necesitaba detener el sangrado, así que usó una tira de
la cinta para vendarlo, cubriendo tanto la parte trasera como la delantera de
su hombro. Le iba a doler como el infierno cuando se la quitara, pero tratarían
con eso más tarde. Asumiendo que vivieran lo suficiente.
—Tira la camiseta por la ventanilla. Si no van por ella,
tírame.
Sungmin aplastó la oleada de pánico que crecía dentro de sí.
—No va a pasar.
Kyuhyun
alargó la mano hacia el picaporte, pero Sungmin golpeó el botón que la
bloqueaba para que no se abriera. Él trató de accionar el interruptor de su
lado, pero sus dedos estaban temblando tanto, que no podía hacerlo funcionar.
Se dejó caer en el asiento y su brazo cayó desmayado a su lado.
Sungmin
puso la camioneta en marcha y se dirigió a la carretera. La camiseta de Kyuhyun
estaba al alcance de su mano, lista para ser lanzada, pero no iba a hacer eso
tan cerca del restaurante. No quería atraer más monstruos allí a la agradable
gente indefensa.
Ambos
neumáticos delanteros estaban planos y tenía problemas de dirección, pero se
las arregló para llevarlos más de cuatro kilómetros y medio camino abajo. Tiró
la camiseta por la ventanilla y siguió adelante.
Kyuhyun
estaba haciendo bajos ruidos de dolor, pero no le había dicho una palabra en
varios minutos. Estaba tumbado lánguidamente en el asiento, deslizándose cada
vez que él daba un giro. Se acercó y presionó una mano contra su frente.
Estaba ardiendo.
Un enfermo miedo desvalido se levantó en su interior. Eso era como
cuando mamá había muerto. La había encontrado demasiado tarde. No había nada
que pudiera hacer. Sungmin había sido un adolescente, perdido, solo y asustado.
No
podía pasar a través de eso otra vez. Esa vez, tenía que hacer algo para
detenerlo.
Manteniendo
un ojo sobre la carretera, tanteó sobre la piel caliente de Kyuhyun hasta que
encontró su cinturón y el teléfono móvil enganchado en él. Se sabía el número
de Leeteuk de memoria. Lo marcó mientras comprobaba el indicador de la
gasolina. Sólo quedaba un cuarto de tanque y no estaban haciendo un buen
tiempo. El motor estaba gritando, pero los neumáticos estaban realmente
ralentizándolos, haciendo difícil el avance, incluso con la dirección asistida.
Le tomó varios timbrazos a Leeteuk contestar.
—Hola. —Parecía sin aliento y su voz era débil por la fatiga.
—Leeteuk. Kyuhyun está en problemas. Ha sido envenenado.
—Oh no.
—¿Qué hago?
Se oyó un ruido rayado en la línea.
Una voz de hombre salió por el teléfono, fuerte y confiada. Kangin.
—Sungmin, ¿estás a salvo?
La pregunta lo sorprendió. No había esperado estar hablando con
Kangin, ni
habría pensado que su seguridad iba a ser
la primera cosa en su mente.
—Sí, pero Kyuhyun no.
—Dime que pasó.
Kyuhyun dejó escapar un profundo gemido y Sungmin apretó más el
volante.
—Fue alguna clase de cosa puercoespín. Una púa atravesó el
hombro de Kyuhyun.
—¿Sólo una? —preguntó Kangin.
—Creo que sí.
—¿Está consciente?
Sungmin tragó con dificultad para aliviar la opresión en la
garganta.
—En realidad no. Está sudando y temblando.
—No
te asustes, ¿de acuerdo? Vamos a arreglarlo, pero te necesito para detener la
hemorragia.
—Ya lo hice. Me hizo ponerle cinta adhesiva sobre la herida.
—Eso funcionará —dijo Kangin.—¿Dónde estás?
—Kansas. En su camioneta.
—¿Qué ciudad?
—No
lo sé. Me llevó a un asador en medio de la nada. —No podía recordar el nombre y
entró en pánico de nuevo.
Kangin debía haberlo percibido en su voz.
—De
acuerdo, Sungmin. Conozco el lugar, pero no puedes perder las formas. Tienes
que mantenerte en movimiento.
—Lo
estoy, pero las dos ruedas delanteras de su camioneta están pinchadas, y
estamos casi sin gasolina.
Sungmin
le oyó pronuncias una vil maldición, pero amortiguada, como si hubiera cubierto
el micrófono, no queriendo que él la oyera.
—Irá
bien. Alguien estará cerca que pueda ayudar. Sólo quédate fuera de las
carreteras principales para que no te pare la policía, ¿de acuerdo?
—Sí.
Puedo hacer eso. —Esperaba—. ¿Puedes adivinar dónde está el hospital más
cercano?
—Los
médicos humanos no pueden ayudarle, pero dame dos minutos y encontraré a
alguien que pueda.
Antes
de poder responder, la voz de Leeteuk volvió a la línea, llena de alegría
fingida.
—Hey, Sungmin. Kangin fue a encontrarte ayuda, pero nos
pondremos al día de los viejos tiempos mientras él está trabajando en ello.
Era
difícil mantener el teléfono en la oreja mientras conducía la camioneta, pero Sungmin
necesitaba el sustento de la voz de su amigo para mantener el equilibrio.
Demasiado estaba pasando demasiado rápido.
—Qué
tal empezar por decirme por qué sonabas tan cansado cuando llamé. ¿No te dejan
dormir?
—Estoy ayudando a reconstruir el muro. Es agotador, pero
necesario.
—Pensé que había montones de hombres fornidos allí. Que hagan
ellos el trabajo pesado.
—No
estoy construyéndolo físicamente. Estoy empujando un montón de magia en él para
hacerlo más fuerte. Muy chulo, ¿eh?
Sungmin
no estaba seguro de qué chulo fuera la palabra que usaría, pero no quería
entrar en una discusión sobre su opinión ahora.
—Si tú lo dices. ¿Hiciste las maletas como te dije?
—No. Sungmin, yo…
—Si no puedes hablar, lo entiendo. Sólo dime algo mundano y lo
pillaré.
—No es
eso. Soy libre de decir lo que quiera. Sólo creo que podrías haber obtenido
algunas ideas equivocadas acerca de éstas personas en algún momento.
—Te están haciendo decir eso, ¿verdad?
—No. —Leeteuk
dejó escapar un suspiro—. Escucha, sería más fácil hablarlo en persona una vez
que estés aquí.
—Asumiendo que llegue tan lejos.
—Lo
harás —dijo Leeteuk—. Veo al líder de los Centinelas cruzar el patio. Ya está
con su teléfono, llamando probablemente a hombres de todas partes para venir a
ayudar. No te defraudarán.
La idea
de un puñado de hombres como Kyuhyun acercándose hacia él era más que un poco
desalentadora. Apenas podía mantener la cabeza con un grande y sexy Centinela.
Más de uno iba a ser muy difícil de controlar.
—No. No quiero un puñado de gente cazándome.
—No van a cazarte, Sungmin. Van a ayudar.
Sungmin
seguía sin estar convencido. Al menos si sabía lo que estaba en camino, podía
dejar a Kyuhyun en algún lugar donde su gente iba a salvarlo. No tenía que
quedarse.
—Oh, espera un segundo —dijo Leeteuk—. Kangin vuelve.
Él volvió a la línea, su profunda voz llenándole el oído de
serena confianza.
—Leejoon se va a reunir contigo en una casa Elf cerca de donde
estás. Es como un médico. Puede ayudar a Kyuhyun, ¿de acuerdo?
Sungmin no estaba seguro si confiar en nada que Kangin dijera,
y estaba incluso mucho menos seguro de querer a esa persona Leejoon cerca de él.
Las buenas noticias eran que si sólo era un hombre, Sungmin no tendría
problemas para irse mientras estaba ocupado ayudando a Kyuhyun. Iba a encontrar
una manera de quitarle las llaves al hombre y dirigirse a la SM por sí mismo.
Sungmin enderezó la columna, y esperó no estar cometiendo un
enorme error.
—Sólo dime dónde ir.
El
hombre que Kangin había enviado para curar a Kyuhyun estaba esperando a Sungmin
cuando salió de la diminuta casa. Si Kangin no hubiese estado con él al
teléfono, dándole indicaciones de por dónde girar, nunca habría sabido que
alguien vivía en esa granja alejada del camino.
La casa era de planta baja, diminuta, quizás de seis metros de
largo de cada pared y ya brillantemente iluminada. Al lado, había una furgoneta
negra y, sobre los peldaños de cemento que dirigían a la casa, un alto y
delgado hombre. Cuando Sungmin giró, y las luces de la camioneta iluminaron su
rostro, tuvo un buen vistazo de él.
Era maravilloso, el tipo de hombre que hacía que se dejara de
pensar y empezara a desvestirse. Sus pálidos ojos parecían lanzar trozos de
helada luz azul cuando lo alcanzaron los faros. Su pelo castaño estaba apartado
de su amplia frente en una ingeniosa onda, y su largo abrigo de cuero negro se
mecía lentamente en la veraniega brisa. Él se dirigió hacia la camioneta antes
de que acabara de aparcar, y sus movimientos eran llanos, casi elegantes.
Sungmin apagó el motor justo cuando él abrió la puerta de Kyuhyun.
—Soy Leejoon —anunció, cuando presionó su pálida mano contra la
cabeza de Kyuhyun y otra contra su pecho desnudo. El tatuaje del árbol que
cubría a Kyuhyun desde el hombro izquierdo a algún lugar bien debajo de su
cinturón se balanceaba mientras él respiraba. Las ramas estaban desnudas por lo
que Sungmin podía ver, y el diario de su madre le había advertido que tuviera
cuidado con los hombres marcados de esa manera. Ellos eran peligrosos
depredadores —asesinos que caminaban con apariencia humana.
—Soy Sungmin —le dijo a Leejoon cuando bajó de la camioneta
para ayudar.
Tan pesado como era Kyuhyun, Leejoon iba a necesitar su ayuda
ahora que él estaba totalmente inconsciente.
Leejoon deslizó el cuerpo de Kyuhyun hacia la orilla del
asiento.
—Kangin dijo que el Sasaeng que le había herido tenía plumas.
¿Es así?
—Sí.
—¿Sabes cuantas veces le golpeó?
—Solo una, creo. No sé si esto está todavía allí dentro.
Leejoon asintió.
—Vamos a llevarlo a dentro y lo comprobaremos.
Entonces, sacó a Kyuhyun de la camioneta como si no pesara
nada.
El enfermizo miedo se elevó por la garganta de Sungmin,
haciéndole jadear. Leejoon no era humano.
Esa gente no eran sus amigos. Ellos habían matado a su madre.
Habían secuestrado a Leeteuk. Querían su sangre.
Leejoon arqueó una perfecta ceja ante él.
—¿Me abres la puerta? —pidió él.
Sungmin se sacudió a sí mismo y asintió. Tenía que seguirle el
juego. Fingir ser la presa agradable y confiado. Justo hasta el momento en que
apretaría el detonador.
Entonces, otra vez, quizás sólo con sacar a Leeteuk y la
señorita Sora fuera suficiente. Sungmin no era un asesino o un soldado. No
quería participar en esta guerra. Todo lo que quería era que lo dejaran en paz.
Por supuesto, para conseguir esa paz —para ganarla para todos
esos humanos de ahí fuera que no tenían ni idea de lo que estaba pasando
realmente— tendría que matar a aquellos que le cazaban. Si quería ser libre
para dejar de huir, tendría que aguantar. No debería importar que sus enemigos
fueran hombres maravillosos que fingían que querían mantenerlo a salvo. Eso era
solamente todo una actuación.
¿Y si no lo era?
“Sólo creo que quizás tengas algunas ideas equivocadas de la
gente de ahí fuera a este lado de la línea”
Eso es lo que le había dicho Leeteuk. El parecía estar seguro
de que Sungmin era el único que estaba equivocado, y había estado viviendo con
ellos durante más de un mes.
Pero, ¿y qué pasaba con el diario de mamá? ¿Qué había de todas
aquellas lecciones acerca de cómo los Centinelas utilizaban a los humanos para
deporte y comida? Mamá también parecía segura de eso.
Sungmin deseó poder decir lo mismo.
—¿Eres delicado? —preguntó Leejoon.
Él tenía voz profunda, rica y culta, igual que si se hubiese
criado fuera de los Estados Unidos, o en algún colegio exclusivo.
—No particularmente.
—Bien. Voy a necesitar tu ayuda —tendió a Kyuhyun sobre la
única cama en la casa.
—Claro. ¿Quieres que te traiga algo de tu camión? ¿Material
médico? —preguntó
Sungmin.
Todo lo que necesitaba eran sus llaves y se largaría de allí.
Leejoon lo miró, su mirada tan intensa que sintió como si le
hubiese sujetado la cara y no le dejara ir.
—¿Realmente piensas que soy tonto?
—¿Porque me estoy ofreciendo a ayudarte?
Él se levantó, cerniéndose sobre él. Sungmin estaba
acostumbrado a eso y se negaba a sentirse intimidado. En lo que a él concernía,
ser más bajo sólo quería decir que era más fácil alcanzarle y retorcerle las
pelotas, dejándole en un montón sobre el suelo.
—Sé quién eres, Lee Sungmin. Todo el mundo lo sabe. Kyuhyun te
ha estado persiguiendo durante semanas. No voy a dejar que te largues y tenerlo
a él tras de mí cuando se despierte.
Quebrado. Hora del plan B. Todo lo que tenía que hacer venía
con ello.
—Así que se despertará.
—Eso depende.
—¿De qué?
—De si eran una o dos las plumas que le golpearon.
Esas noticias dejaron a Sungmin tambaleante.
—¿Estás diciendo que esa es toda la diferencia entre que viva o
muera?
—Eso, y mi intervención.
—Entonces ¿a qué diablos estás esperando? Atiéndelo ya.
—No hasta que sepa que te quedarás mientras lo hago —le dedicó
una pequeña sonrisa, una que lo hacía tan atractivo, que se olvidó de
respirar—. ¿Te ato físicamente o prefieres darme tu juramento de que te
quedarás aquí?
Sungmin dio un involuntario paso atrás. La idea de que él lo
atara y lo encerrara en un armario le enfermaba.
—No dejaré que me toques.
—Entonces, dame tu palabra de que te quedarás aquí hasta que yo
me haya ido, y no intentarás huir.
—Claro —mintió él, solo para sacárselo de encima—. Me quedaré.
Cuando sintió una repentina presión caer una vez sobre su
cuerpo, fijándolo en el lugar, se dio cuenta de su error.
Nunca les hagas ninguna promesa. Pueden atarte a su voluntad.
Su madre le había advertido y no le había escuchado. Ahora era
demasiado tarde.
La sonrisa de Leejoon se amplió.
—¿La primera vez que haces una promesa a uno de nosotros? —le
preguntó.
Sungmin no podía responder. Se sentía atrapado e indefenso. El
no era como ellos. Era humano.
—No te preocupes —le dijo Leejoon—. Será fácil.
Sungmin realmente lo dudaba.
—Cúralo —le dijo entre dientes.
Él le dedicó una formal inclinación de cabeza.
—Por supuesto, mi señor.