Donghae no entendió lo que Hyukjae decía, ya que el
sonido de su voz lo tenía cautivado. ¿Cómo lo conseguía?, ¿cómo hacía que su
voz sonara con ese tono tan erótico?
¿Sería su timbre profundo?
No, era algo más. Pero no acaba de entender qué podía
ser.
Honestamente, lo único que quería era encontrar una cama
y dejar que hiciese con él todo lo que se le antojase; y sentir su apetitosa
piel bajo las manos.
Observó a Judith y vio que ésta se lo comía con los ojos,
mientras le miraba las piernas desnudas y el trasero.
— Tú también lo sientes, ¿verdad? —le preguntó. Judith
alzó la mirada, parpadeando.
— ¿El qué?
— A él. Es como si fuese el Flautista de Hamelin y nosotros
fuésemos las ratas, seducidos por su música —Donghae se dio la vuelta y observó
el modo en que lo miraban; algunos incluso estiraban el cuello para verle
mejor—. ¿Qué hay en él que nos hace olvidar nuestra voluntad? —preguntó.
Hyukjae arqueó una ceja con un gesto arrogante.
— ¿Yo te atraigo en contra de tu voluntad?
— Sinceramente sí. No me gusta sentirme de este modo.
— ¿Y cómo te sientes? —le preguntó él.
— Sexualmente atractivo —le contestó antes de poder
contener la lengua.
— ¿Cómo si fueras un dios? —le volvió a preguntar él con
voz ronca.
— Sí —respondió, mientras Hyukjae se acercaba a él.
No le tocó, pero tampoco es que hiciese falta. Su mera
presencia conseguía abrumarle y embriagarlo tan sólo con que clavase su mirada
en sus labios o en su cuello. Podía jurar que realmente sentía el calor de sus
labios sobre la garganta.
Y Hyukjae ni siquiera se había movido.
— Yo puedo decirte qué es —ronroneó él.
— La maldición, ¿no es cierto?
Hyukjae negó con la cabeza mientras alzaba una mano para
pasarle muy lentamente el dedo por el pómulo. Donghae cerró los ojos con fuerza
al sentir una feroz oleada de deseo. Si no lo miraba, quizás fuese capaz de
mantenerse firme y no capturar ese dedo con los dientes.
Hyukjae se inclinó un poco más y frotó la mejilla contra
la suya.
— Es el hecho de que puedo percibirte a un nivel que los
hombres de tu misma edad no aprecian.
— Es el hecho de que tienes el trasero más firme que he
visto en mi vida —dijo Sungmin, interrumpiéndolos—. Por no mencionar que
cualquiera se muere al escuchar tu voz. Me gustaría que alguno de ustedes dos
me dijera dónde puedo hacerme con uno de éstos.
Donghae rompió a reír a carcajadas ante el inesperado
comentario de Sungmin.
— Míralo —dijo el chico, señalando a Hyukjae con el
lápiz. Tenía la mano manchada de pintura gris, al igual que la mejilla
derecha—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un hombre tan bien formado, con
unos músculos tan tonificados que puedes ver cómo la sangre corre por sus
venas? Tu novio es… a ver… está bueno. Está buenísimo —y después añadió con una
expresión muy seria: — Está como un camión.
Sungmin giró un poco su cuaderno de bocetos para que
Donghae pudiese ver su interpretación de Hyukjae.
— ¿Te das cuenta del modo en que la luz resalta el tono de su piel? Da la sensación de que el sol le besara.
Donghae frunció el ceño. Sungmin tenía razón.
Hyukjae se inclinó hacia él, con los ojos repletos de
pasión.
— Vuelve a casa conmigo, Donghae —le susurró al oído—.
Ahora. Déjame que te abrace, que te desnude y que te enseñe cómo quieren los
dioses que un hombre ame a una pareja. Te juro que lo recordarás durante el
resto de tu vida.
Donghae cerró los ojos mareado con el aroma del sándalo.
El aliento de Hyukjae le acariciaba el cuello y su rostro estaba tan cerca que
podía sentir los incipientes pelos de su barba rozándole la mejilla.
Todo su cuerpo quería rendirse ante él. Sí, por favor,
sí.
Miró los definidos y duros músculos de los hombros y el
hueco de la garganta. ¡Ay, cómo desearía pasar la lengua por esa piel dorada, y
comprobar que el resto de su cuerpo era tan sabroso como su boca!
Hyukjae sería espléndido en la cama. No había duda. Pero él
no significaba nada para el semidiós griego. Nada en absoluto.
— No puedo —balbuceó, dando un paso atrás.
Con la decepción reflejada en los ojos, Hyukjae apartó la
mirada y adoptó una actitud brusca y resuelta.
— Podrás —le aseguró.
Interiormente, sabía que Hyukjae tenía razón. ¿Cuánto
tiempo sería capaz de resistirse a un hombre como él?
Alejando esos pensamientos de la mente, miró al otro lado
de la calle, había un centro comercial.
— Necesitamos comprarte algo que te siente bien.
— No he podido hacer otra cosa; le saca una cabeza a Jinhyuk,
y es dos veces más ancho de hombros —dijo Judith—. La estupenda idea de que lo
trajera conmigo fue tuya.
Donghae la miró con los ojos entornados.
— De acuerdo. Estaremos en el centro comercial, por si nos necesitas.
— Muy bien, pero tengan cuidado.
— ¿Que tengamos cuidado? —preguntó Donghae. Judith señaló
a Hyukjae con el dedo gordo.
— Si hay una estampida de mujeres y jóvenes, hazme caso y
apártate de su camino. Desde que se fue el último grupo de «admiradores» no
siento el pie derecho.
Donghae cruzó la calle entre carcajadas. Sabía que Hyukjae
iría tras él; de hecho, sentía su presencia justo a su espalda. Era algo
innegable: ese hombre tenía una forma horrorosa de invadir sus pensamientos y
sus sentidos.
Ninguno de los dos dijo una palabra mientras atravesaban
la atestada galería comercial, y entraban en la primera tienda que vieron.
Donghae echó un vistazo hasta encontrar la sección de
ropa. Cuando la localizó, se dirigió hacia allí.
— ¿Qué estilo de ropa te gusta más? —le preguntó a
Hyukjae, mientras se detenía junto al expositor de los vaqueros.
— Para lo que tengo en mente, el nudismo nos vendría
bien.
Donghae puso los ojos en blanco.
— Estás intentando fastidiarme, ¿verdad?
— Tal vez. Debo admitir que me gustas mucho cuando te
sonrojas.
Y se acercó a él.
Donghae se apartó y dejó que el mostrador de los vaqueros
se interpusiera entre ellos.
— Creo que necesitarás por lo menos tres pares de
pantalones mientras estés aquí.
Él suspiró y miró atentamente los vaqueros.
— ¿Para qué molestarte si me iré dentro de unas semanas?
Donghae lo miró furioso...
— ¡Jesús, Hyukjae! —le espetó, indignado—. Te comportas
como si nadie se hubiese preocupado de vestirte en tus anteriores invocaciones.
— No lo hicieron.
Donghae se quedó paralizado ante el desapasionado tono de
su voz.
— ¿Me estás diciendo que durante los últimos dos mil años
nadie se ha preocupado de que te pongas algo de ropa encima?
— Sólo en dos ocasiones —le contestó con la misma
inflexión monótona—. Una vez, durante una ventisca en Inglaterra, en la época
de la Regencia, una de mis invocadoras me cubrió con un camisón rosa de
volantes, antes de sacarme al balcón para que su marido no me encontrara en la
cama. La segunda vez fue demasiado bochornosa para contártela.
— No tiene gracia. Y no entiendo cómo alguien puede tener
a un hombre al lado durante un mes y no preocuparse de que se vista.
— Mírame, Donghae —le dijo, extendiendo los brazos para
que contemplara su esbelto y delicioso cuerpo—. Soy un esclavo sexual. Nadie
había pensado jamás en ponerme ropa para cumplir con mis obligaciones, antes de
que tú llegaras.
La apasionada mirada de Hyukjae lo mantenía en un estado
de trance, pero el dolor que él intentaba ocultar en las profundidades de sus
ojos lo golpeó con fuerza. Y el golpe le llegó al alma.
— Te aseguro —prosiguió él en voz baja— que una vez me
tenían dentro, hacían cualquier cosa por mantenerme allí; en la Edad Media, una
de las invocadoras atrancó la puerta y dijo a todo el mundo que tenía la peste.
Donghae desvió la mirada mientras le escuchaba. Lo que
contaba era increíble, pero podía decir por la expresión de su rostro que no
estaba exagerando ni un ápice.
No era capaz de imaginarse las degradaciones que habría
sufrido a lo largo de los siglos. ¡Santo Dios!, la gente trataba a los animales
mejor de lo que le habían tratado a él.
— ¿Te invocaban y ninguno conversaba contigo, ni te daba
ropa
— La fantasía de todo hombre, ¿no es cierto? Tener a un
millón de parejas dispuestas a arrojarse a tus brazos, sin compromisos ni
promesas. Sin buscar otra cosa que tu cuerpo y las pocas semanas de placer que
puedes proporcionarles —el tono ligero no consiguió ocultar la amargura que le
invadía.
Puede que ésa fuese la fantasía de cualquier hombre, pero
estaba claro que no era la de Hyukjae.
— Bueno —dijo Donghae, volviendo a los vaqueros—, yo no
soy así, y vas a necesitar llevar algo encima cuando salgamos.
La mirada que él le dedicó fue tan iracunda que dio un
involuntario paso hacia atrás.
— No me maldijeron para ser mostrado en público, Donghae.
Estoy aquí para servirte a ti, y sólo a ti.
Qué bien sonaba eso. Pero ni aún así iba a darse por
vencido. No podía utilizar a otro ser humano de la forma que Hyukjae describía.
Estaba mal y no sería capaz de seguir viviendo consigo mismo si le hacía eso.
— Me da igual —dijo, decidido—. Quiero que salgas conmigo
y vas a necesitar ropa —y comenzó a mirar las tallas de los pantalones.
Hyukjae guardó silencio.
Donghae alzó los ojos y captó la tenebrosa y encolerizada
mirada de él.
— ¿Qué?
— ¿Qué de qué? —espetó él.
— Nada. Vamos a ver cuál de éstos te queda mejor —cogió
unos cuantos vaqueros de diferentes tallas y se los ofreció. Por el modo en que
Hyukjae reaccionó, cualquiera habría pensado que le estaba dando una mierda de
perro.
Sin hacer caso de su amenazante apariencia, Donghae le
empujó hacia los probadores y cerró con fuerza la puerta de uno de los
compartimentos tras él.
Hyukjae se quedó paralizado al entrar en el pequeño
cubículo. Su imagen le asaltó súbitamente desde tres ángulos diferentes. Durante
un minuto, fue incapaz de respirar mientras luchaba contra el irrefrenable
deseo de huir del estrecho y reducido habitáculo. No podía hacer un solo
movimiento sin darse un golpe con la puerta o con los espejos.
Pero aún peor que la claustrofobia, fue enfrentarse a la
imagen de su rostro. Hacía siglos que no contemplaba su reflejo. El hombre que
tenía delante se parecía tanto a su padre que le entraron deseos de hacer
pedazos el cristal. Tenían los mismos rasgos angulosos y la misma mirada
desdeñosa.
Lo único que no compartían era la profunda e irregular
cicatriz que atravesaba la mejilla izquierda de su progenitor.
Por primera vez en incontables siglos, Hyukjae contempló
la desagradable imagen de las tres trenzas que le identificaban como general, y
que le caían sobre el hombro.
Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo
que no había hecho en mucho tiempo: recordar el día que se ganó el derecho a
llevarlas.
Durante la batalla de Tebas, el general que les comandaba
cayó abatido y las tropas macedonias comenzaron a replegarse aterrorizadas. Él
agarró la espada del general, reagrupó a sus hombres y les condujo a la
victoria, aplastando a los romanos.
El día posterior a la lucha, la Reina de Macedonia en
persona le trenzó el cabello y le regaló las tres cuentas de cristal que las
sujetaban en los extremos.
Hyukjae encerró las pequeñas bolitas en un puño.
Esas trenzas habían pertenecido al que una vez fuera un
orgulloso y heroico general macedonio, cuyo ejército fue tan poderoso que obligó
a los romanos a dispersarse aterrorizados.
El recuerdo le atormentaba.
Bajó la mirada hacia el anillo que llevaba en la mano
derecha. Un anillo que había estado allí tanto tiempo que ya no era consciente
de que existía; hacía mucho que había olvidado su significado.
Pero las trenzas…
No había pensado en ellas desde hacía muchos, muchos
siglos.
Tocándolas en ese momento, recordaba al hombre que una
vez fue. Recordaba los rostros de sus familiares. A la gente que se apresuraba
a servirle. A aquéllos que le temían y le respetaban.
Recordaba una época en la que él mismo gobernaba su
destino, y el mundo conocido se extendía ante él para ser conquistado.
Y ahora no era más que…
Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las
cuentas del extremo de las trenzas, antes de comenzar a deshacerlas.
Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera
de ellas, miró los pantalones que había dejado caer al suelo.
¿Por qué estaba haciendo Donghae eso por él? ¿Por qué se
empeñaba en tratarle como a un ser humano?
Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto,
que la amabilidad de este joven le resultaba insoportable. El trato impersonal
y frío que había mantenido con el resto de sus invocadores le había ayudado a
tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.
A no recordar lo que había perdido.
Le permitía concentrarse tan solo en el aquí y el ahora,
en los placeres efímeros que tenía por delante.
Pero los seres humanos no vivían de ese modo. Tenían
familias, amigos, un futuro y muchos sueños.
Esperanzas.
Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas
que jamás volvería a conocer.
— ¡Maldito seas, Príapo! —resopló mientras tironeaba de
la última trenza—. ¡Y maldito sea yo también!
Donghae lo miró asombrado, de la cabeza a los pies y de
nuevo hacia arriba, cuando por fin Hyukjae salió del probador vestido con unos
vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para él.
La ceñida camiseta de tirantes que Judith le había
prestado, le llegaba justo a la estrecha y musculosa cintura. Los pantalones le
caían sobre las caderas, dejando a la vista una porción de su duro estómago,
dividido en dos por la línea de vello oscuro que comenzaba bajo el ombligo y
desaparecía bajo el vaquero.
Donghae tuvo el fuerte impulso de acercarse a él y
deslizar la mano por aquel sugerente sendero para investigar hasta dónde
llevaba. Recordaba demasiado bien la imagen de Hyukjae desnudo delante de él.
Con los dientes apretados y tratando de normalizar la
respiración, tuvo que admitir que los vaqueros le sentaban de maravilla. Estaba
mucho mejor que con los pantalones cortos, si es que eso era posible.
Sungmin estaba en lo cierto: tenía el mejor culo que un
vaquero hubiese tapado jamás, y en lo único que podía pensar era en pasar la
mano por ese trasero y darle un buen apretón.
La vendedora, y la clienta a la que ésta atendía, dejaron
de hablar y miraron a Hyukjae boquiabiertas.
— ¿Me quedan bien? —le preguntó a Donghae.
— ¡Uf!, sí corazón —le contestó Donghae sin aliento,
antes de pensar en lo que iba a decir.
Hyukjae le sonrió, pero la sonrisa no le iluminó los
ojos.
Donghae dio una vuelta completa a su alrededor y se fijó
en la talla.
¡Ay, sí!, ¡un culo precioso!
Distraído por su bien formada espalda, pasó inadvertidamente
los dedos sobre su piel mientras cogía la etiqueta. Sintió como Hyukjae se
tensaba.
— Ya sabes —dijo él, mirándole por encima del hombro—,
que disfrutaríamos muchísimo más si ambos estuviésemos desnudos. Y en tu cama.
Donghae escuchó cómo la vendedora y la otra mujer
jadeaban sorprendidas. Con el rostro abochornado, se enderezó y lo miró furioso.
— Tenemos que hablar con urgencia sobre los comentarios
adecuados en un lugar público.
— Si me llevaras a casa, no tendrías que preocuparte por
eso.
El tipo era realmente implacable.
Moviendo la cabeza con incredulidad, Donghae cogió dos
pares más de vaqueros, unas cuantas camisas, un cinturón, unas gafas de sol,
calcetines, zapatos y varios boxers enormes y horrorosos. Ningún hombre estaría
atractivo con aquellos calzoncillos, decidió. Y lo último que pretendía era que
Hyukjae resultase aún más apetecible.
Salieron de la zona de los probadores con Hyukjae vestido
de arriba abajo con la ropa nueva: un polo, unos vaqueros y unas zapatillas de
deporte.
— Ahora pareces casi humano —bromeó Donghae, mientras
dejaban atrás el departamento de ropa.
Hyukjae le dedicó una mirada fría y letal.
— Sólo por fuera —le contestó con voz tan baja que
Donghae no estuvo seguro de haber escuchado bien.
— ¿Qué has dicho? —le preguntó.
— Que sólo soy humano exteriormente —dijo él hablando más
alto.
Donghae captó la angustia en su mirada. Su corazón
comenzó a latir con más fuerza.
— Hyukjae —dijo con claras intenciones de reprenderle—,
eres humano. Él apretó los labios y le contestó con una mirada sombría y
precavida:
— ¿En serio? ¿Un humano puede vivir dos mil años? ¿Se le
permite a un humano caminar por el mundo unas cuantas semanas cada cientos de
años?
Miró a su alrededor, fijándose en las mujeres que lo miraban
a hurtadillas por entre la ropa. Jóvenes que se detenían por completo,
paralizados, en cuanto lo veían por el rabillo del ojo.
Hizo un amplio gesto con la mano, señalando el
espectáculo que se desarrollaba a su alrededor.
— ¿Has visto que hagan eso con alguien más? —el rostro de
Hyukjae adoptó una expresión dura y peligrosa, mientras le atravesaba con la
mirada— No, Donghae, jamás he sido humano.
Con el urgente deseo de reconfortarlo, llevó la mano
hasta su mejilla.
— Eres humano, Hyukjae.
La duda que vio en sus ojos le partió el corazón.
Sin saber muy bien qué hacer ni qué decir para que se
sintiera mejor, dejó pasar el tema y se encaminó hacia la salida. Estaba casi
saliendo cuando se dio cuenta de que Hyukjae no iba tras él.
Se giró y lo localizó de inmediato. Se había distraído en
el departamento de lencería, estaba de pie junto a un expositor de minúsculas pijamas negras. Comenzó a ruborizarse de nuevo; juraría que podía escuchar los
lascivos pensamientos que pasaban en esos momentos por la mente masculina.
Sería mejor que fuese rápidamente a buscarlo, antes de
que cualquiera de los jóvenes se ofreciera como modelo. Se acercó
apresuradamente y se aclaró la garganta.
— ¿Nos vamos?
Él le miró muy despacio, de arriba abajo y Donghae supo
por sus ojos que estaba conjurando su imagen con aquella prenda de gasa.
— Estarías deslumbrante con esto.
Donghae lo miró con escepticismo. Aquella cosa era tan
diáfana que se transparentaría por entero. Al contrario de lo que ocurría con
él, el suyo no era un cuerpo que consiguiera hacer volver la cabeza de nadie, a
menos que el susodicho estuviese muy desesperado. O hubiese estado encarcelado
un par de décadas.
— No sé si deslumbraría a alguien, pero seguro que yo
acababa congelado.
— No tardarías mucho en entrar en calor.
Donghae contuvo la respiración al escuchar sus palabras.
— Eres muy malo.
— No, en la cama no —dijo bajando la cabeza hacia la
suya—. Realmente en la cama soy muy…
— ¡Aquí estáis!
Donghae retrocedió de un salto al escuchar la voz de Judith.
Hyukjae le dijo algo en una lengua extraña que no logró entender.
— Vaya, vaya —dijo con tono acusador—. Donghae no
entiende el griego clásico. Se dedicó a dormir durante todo el semestre —Judith
lo miró y chasqueó la lengua—. ¿Lo ves? Te dije que algún día te serviría para
algo.
— ¡Sí, claro! —dijo a carcajadas—. Como si en aquella
época yo me pudiera haber imaginado que ibas a convocar a un esclavo sexual
gri… —la voz de Donghae se extinguió al caer en la cuenta de que Hyukjae estaba
presente. Avergonzado, se mordió el labio.
— No pasa nada, Donghae —lo tranquilizó en voz baja.
Pero él sabía que ese comentario lo había molestado. Era
lógico.
— Sé lo que soy Donghae; la verdad no me ofende. En
realidad, estoy más ofendido por el hecho de que me llames griego. Fui
entrenado en Esparta y luché con el ejército Macedonio. Para mí era un hábito
evitar todo contacto posible con los griegos antes de ser maldecido.
Donghae arqueó una ceja ante sus palabras, o mejor dicho
ante lo que no había dicho. No hacía ninguna referencia a su infancia.
— ¿Dónde naciste?
Comenzó a latirle un músculo en la mandíbula, y sus ojos
se oscurecieron de forma siniestra. Cualquiera que hubiese sido el lugar de su
nacimiento, no parecía agradarle demasiado.
— Muy bien, soy medio griego; pero no estoy orgulloso de
esa parte de mi herencia.
Bien; un tema espinoso. De ahora en adelante, borraría la
palabra «griego» de su vocabulario.
— Volviendo al asunto de la pijama negra —dijo Judith—,
debo decir que allí hay uno rojo que creo que le quedaría mucho mejor.
— ¡Judith! —le gritó Donghae.
Su amiga lo ignoró y condujo a Hyukjae al estante donde
estaba colgada la lencería de color rojo.
— ¿Qué estás pensando? —le preguntó Donghae mientras Judith
sostenía una prenda frente a Hyukjae.
Él la miró de forma especulativa.
Si continuaban con ese jueguecito, acabaría muerto de
vergüenza.
— ¿Quieren dejar ya eso? —les preguntó—. No pienso
ponérmelo.
— De todas formas voy a comprarlo —dijo su amiga con voz
resuelta—. Estoy prácticamente segura de que Hyukjae es capaz de convencerte
para que te lo pongas.
Él la miró divertido.
— Preferiría convencerlo para que se lo quitara.
Donghae
se cubrió la cara con las manos y gimió.
— Acabará animándose —le contestó Judith con un gesto
conspirador.
— No lo haré —le dijo Donghae, aún oculto tras las manos.
— Sí lo harás —dijo Hyukjae dejando zanjado el tema,
mientras Judith pagaba.
Usó un tono tan arrogante y confiado, que Donghae imaginó
que no estaba acostumbrado a que le desafiaran.
— ¿Te has equivocado alguna vez? —le preguntó.
La diversión desapareció de su rostro, y de nuevo ocultó
sus sentimientos tras una especie de velo. Esa mirada escondía algo, estaba
seguro. Algo muy doloroso, teniendo en cuenta la repentina tensión de su
cuerpo.
No volvió a pronunciar una sola palabra hasta que Judith
regresó y le dio la bolsa.
— Vaya —comentó—, se me ocurre que podíais poner unas
velas, una música tranquila y…
Ahhhhh otro cap mas gracias!!!!!!! Pobre Hyuk sufre mucho por su pasado!! Ya quiero que Hae no se haga del rogar jejje pero se que el quiere tratarlo como un humano y no utilizarlo!! espero que lo ayude
ResponderEliminaresperare la proxima actualización y cuidate!!
Si,que feo,pero eso es lo que era/es y para lo unico que lo querian,como él mismo dice,es lo que es y no le molesta.....pero es evidente que sí,sino,no se pusiera así
ResponderEliminarPero para que vea que el mundo a cambiado y que no todas las personas son tan egoistas......tien a hae para que se lo demuestre.
ay pero que amiga tan chevere tiene Hae,y además conspira junto a hyuk contra hae......es evidente que lo quiere mucho,se preocupa por su amigo ¬‿¬
Es horrible que el egoísmo de las personas puede llegar a estos límites, todas esas mujeres trataron a Hyuk peor que un objeto y eso sumado a esa maldición que lo tiene encerrado por tanto tiempo han logrado en muchos aspectos deshumanizarlo, creo que Hae es la persona perfecta para devolverle ese lado humano que de seguro Hyuk tiene, espero que ese mes sea genial para los dos.
ResponderEliminarPor cierto, Hyuk tiene en Judith una gran alíada para conseguir a Hae xD
Gracias por la actu ^^