Wook luchó
contra el tirón de los monstruos, forjando su mente en contra de la fuerza
de su llamada. No quería estar con ellos esta noche. Quería estar con Yesung,
en su verdadero cuerpo, y deleitarse con la intrepidez que le rodeaba.
Cuando estaba cerca de él, no tenía miedo. Se sentía casi
normal. Yesung le confortaba con su presencia.
Pero Yesung no quería estar con él. Lo había dejado claro
cuando lo dejó mientras dormía. Se había ido y no había regresado.
La idea de dormir solo lo asustó. Necesitaba que le librase de
los monstruos que tiraban de él para separarla mientras dormía. ¿Por qué no
entendía eso?
Heechul entró en la habitación de Wook mientras terminaba de
pasarse un gran suéter por su cabeza. El suéter que le había pedido prestado a Heechul
colgaba bajo sus huesudas caderas y se agrupaba alrededor de sus tobillos, pero
le ayudaba a mantenerse caliente contra el aire acondicionado moderadamente
frío del interior de la SM.
Se sentía más fuerte, hambriento por primera vez de lo que
sintió en años. Ya había tomado tres comidas desde que se había despertado,
pero estaba listo para otra.
—Es la hora —dijo Heechul—. Los hombres te están esperando.
Wook había recuperado la conciencia sólo durante un puñado de
horas, pero desde entonces, siete Suju habían venido a verlo. Para tocarlo.
Trató de no tener miedo, pero sin Yesung aquí, no era fácil
combatir el dolor y el pánico de tantos desconocidos manoseándolo.
—No voy a dejar que me toquen —le dijo a su hermano—. Duele
—las ampollas del último lote todavía no se habían curado.
La boca de Heechul se tensó.
—Sé que duele, pero es la única manera de estar seguros. Son
hombres buenos, Wook. No tienen intención de hacerte daño. De hecho, uno de
ellos puede ser capaz de ayudarte.
—No quiero su ayuda.
No eran Yesung.
Heechul lo miró desde su imponente altura, dándole a Wook esa
mirada de desesperada preocupación que había llegado a conocer tan bien durante
los últimos ocho años.
—Lo sé, pero no hay otra manera.
—Por favor, no me hagas hacer esto.
Él pánico comenzó a derramarse en su estómago, ahuyentando el
hambre bajo su abrumador peso. Wook no podía soportar las manos de esos hombres
en él. Todos querían algo y sentía su desesperación hundirse más en él con cada
toque. Acababa de recuperar lo suficiente de su mente para estar empezando a
sentir de nuevo otra vez y, a continuación, llegaban todos estos hombres, cada
uno de ellos deseando coger un pedacito suyo.
Ellos le dejaban con astillas de su necesidad y dolor,
empujándolas en su piel como agujas, tan profundas que no podía sacarlas.
Heechul se sentó en la cama junto a Wook y le tomó la mano. Los
dedos de Heechul eran largos, fuertes y capaces, a diferencia de los de Wook,
que eran débiles.
Deseaba tanto ser fuerte como Heechul. Para saber lo que era
real y lo que no. Para poder permanecer dentro de su mente y no ser lanzado a
través del espacio hacia monstruos sedientos de sangre, hasta que ya no supiera
quién era.
Heechul acarició el dorso de la mano en un círculo calmante.
—Odio hacerte esto, cariño. Realmente lo siento, pero Kevin
está convencido de que lo mejor para ti es encontrar a tu Suju. Una vez que lo
hagas, él podrá ayudarte a sanar.
—Yesung está ayudando —dijo Wook.
La mandíbula de Heechul se tensó.
—Lo sé. Ha estado fuera matando a diestro y siniestro a los
sgaths y eso es genial, pero no es suficiente.
—¿Cómo lo sabes?
Heechul miró hacia otro lado, hacia la puerta donde él deseaba
poder escapar. Sus ojos se oscurecieron.
La mano de Wook fue a su propia garganta, que estaba desnuda y
huesuda, y sintió una sensación de pérdida. Wook observó la luceria que Heechul
llevaba.
—Yesung lo ha comprobado e hizo una doble verificación. No eres
compatible — dijo Heechul.
—¿Cómo puede estar seguro? —preguntó.
—Créeme, cariño. Es lo que él quiere, también. Todos los
hombres quieren que tú seas el único que pueda salvarlos, pero eso no significa
que pueda ser.
Wook se negó a creerle.
—Si Yesung no pretende ser mío, ¿por qué me acerqué a él? ¿Por
qué él es la única persona aparte de ti que me hace sentir seguro?
Heechul acarició el cabello de Wook apartándolo de su rostro y
un titubeante brillo de lágrimas centelleó en sus ojos.
—Es un truco de tu mente, nene. Al igual que todos los demás.
—¿Y las ampollas? ¿Son un truco de mi mente, también?
—No lo sé. Tal vez. Pero no quiero que te preocupes.
Encontraremos a alguien que pueda ayudarte.
Wook no estaba tan seguro. El se había roto. Nunca podría
encontrar al hombre que pudiera darle el don de la magia.
Y si ese hombre no era Yeesung, ni siquiera quería intentarlo.
—Estaré junto a ti —dijo Heechul—. Sólo hay dos hombres en este
momento, por lo que no tomará mucho tiempo.
—No quiero hacerlo —dijo Wook.
Sonaba como un niño testarudo, pero no le importaba. Estaba
cansado de hacer las cosas que no le gustaba. Cansado de no tener opciones.
Todo el mundo le decía lo que tenía que hacer. Tenía casi veintiuno y era lo
bastante mayor como para tomar sus propias decisiones.
—Podemos esperar hasta mañana si quieres. No les gustará, pero
te esperarán. Voy a decirles que no te sientes lo bastante bien como para
verlos.
—No—dijo Wook. Si quería que la gente comenzara a tratarlo como
si fuera un adulto, iba a tener que actuar como tal. Haciendo cosas difíciles—.
Vamos a acabar con esto.
Y luego, una vez que el dolor se apaciguara, se deslizaría
fuera de su cuerpo e iría a buscar a Yesung. Él no sabría que estaba allí, observándole
cazar, así que no podría escapar. No sería tan bueno como sentir su cuerpo,
sólido y fuerte contra el suyo, pero si era la única manera en la que podía
estar con él, entonces tomaría lo que pudiera.
Yunho
contestó al tentativo golpe en su puerta, esperando que fuera Shindong, en
busca
de un informe sobre los progresos en la barrera. No es que hubiera mucho que
informar. Las parejas estaban agotadas y el progreso había disminuido hasta
casi detenerse. A este ritmo, iban a estar allí fuera en pleno invierno,
construyendo la maldita cosa de respaldo.
Pero, en lugar de Shindong, era Kevin, con su bellamente
delgado rostro apretado con hambre y fatiga.
Era casi el amanecer y por su aspecto general, no se trataba de
una visita social.
Genial. Justo lo que necesitaba Yunho para acabar su día de
mierda. Más mierda.
—¿Necesitas algo? —le preguntó a Kevin, manteniéndose firme en
la puerta para que el hombre supiera que no era bienvenido dentro.
—¿Está Changmin todavía despierto? —preguntó Kevin.
—No. Tendrás que hablar con él mañana.
—No quiero hablar con él. Necesito hablar contigo. A solas.
Yunho ocultó su sorpresa.
—¿Por qué?
La garganta de Kevin se balanceó mientras tragaba. Su delgada
mano cogió la puerta como si fuera a perder el equilibrio.
—Por favor. Es importante.
Yunho no estaba dispuesto a despertar a Changmin después del
día que había tenido, por lo que salió al desierto pasillo y, en silencio,
cerró la puerta detrás de él.
—Muy bien, habla.
—Creo que podría haberlo hecho —dijo Kevin—. Creo que podría
haber encontrado una manera de curar la infertilidad de tu gente.
La esperanza llameó en el interior de Yunho, pero sujetó
fuertemente la emoción antes de que pudiera despertar a Changmin. No sólo
necesitaba su sueño, sino que sabía sin lugar a dudas que él no compartiría su
felicidad con esta noticia.
—¿Estás seguro? —le preguntó, oyendo su voz vacilar con una
mezcla de alivio y emoción.
Kevin sacudió su oscura cabeza y sus ojos se cerraron como si
el movimiento le hiciera marearse.
—No, no lo estoy. Tengo que probar mi teoría en alguien.
—En mí. Quieres probarla en mí, ¿verdad?
—Parecía la opción lógica. Los otros hombres están recién
emparejados y pueden tener problemas con un niño tan pronto.
Pero él y Changmin habían estado juntos desde siempre. Tiempo
suficiente para que Yunho supiera cómo se sentiría Changmin sobre tener más
hijos. Sus hijos habían sido asesinados en combate y aunque Sunny estaba a
salvo, no era normal. Y Jeessica…
Un nudo de culpa y dolor agarrotó la garganta de Yunho por lo
que su voz salió apenas como un susurro.
—No lo sé. Ha sido tanto tiempo.
—Changmin sigue siendo fértil.
—Ese no es el punto. Quiero decir, yo ni siquiera estoy seguro
de que él estaría de acuerdo en tener más hijos.
—Ciertamente, ve la necesidad de repoblar nuestras filas.
—Tú nunca has tenido un hijo. No entiendes lo que es perder
uno. O más.
Incluso después de todos estos años, Yunho todavía mantenía
abierta la herida en su alma por la muerte de los hijos que había dejado atrás.
Podía pensar en ellos ahora y recordar los buenos tiempos que habían
compartido, pero había tardado décadas en llegar a ese punto.
Y después de casi haber perdido a Sunny hacía menos de una
semana, el temor de que pudiera ocurrir de nuevo era fresco y crudo.
—Por favor, Yunho. Por lo menos, considéralo. Iré a Kangin o a Siwon
si debo hacerlo, pero ni siquiera estamos seguros todavía de dónde provienen
sus parejas. Mi cura puede no funcionar con sus alianzas.
—¿Entonces por qué no comenzar con una de ellos? Parece que
tiene más sentido.
—No lo entiendes. He dedicado décadas de trabajo a esta cura.
Cambiarla ahora nos costaría un tiempo precioso que no tenemos.
—Las cosas no son tan negras —dijo Yunho.
Kevin se tambaleó y se agarró a la pared. Yunho se acercó para
sostenerlo, pero Kevin sacudió la cabeza.
—Mi pueblo ha escondido lo mal que están las cosas. No queda
suficiente sangre. Todos estamos muriendo. Si no encontramos pronto la cura, es
sólo cuestión de tiempo antes de que todos muramos y no quede nadie para sanar
vuestras heridas. Tu gente morirá, también.
Yunho sentía el peso de tantas vidas presionando sobre él.
—Incluso si Changmin estuviera de acuerdo en tener otro hijo,
ciertamente no estaría de acuerdo en dejar que sangraras al bebé.
—No durante años, sino eventualmente, ese niño crecerá y nos
concederá la sangre que necesitamos.
—No todos los niños crecen —dijo Yunho antes de que pudiera
detenerse.
Sunny, su hija, no había crecido desde que tenía ocho años. No
desde la noche en que su último hermano, su último hijo, había muerto.
Yunho empujó a un lado el recuerdo antes de que le pudiera
consumir. Necesitaba pensar con el cerebro y no con su corazón.
—Sé que esto es una decisión importante para ti, pero hay poco
tiempo para que te decidas. Me estoy quedando sin tiempo. Debo dormir.
Se refería a dormir, como en ir a dormir durante años ya que
era la costumbre de su pueblo. Era como conservaban la sangre cuando no había
suficiente para sostener a todo el mundo.
—¿Cuánto tiempo tienes?
—Días. Semanas a lo sumo.
Yunho
se pasó la mano por la cara, sintiendo las profundas líneas de los siglos que
se habían grabado allí. La preocupación y el peligro y la risa habían
deteriorado su piel y dejaron su indeleble huella. Parecía que estaba a punto
de obtener otras pocas arrugas más.
—Muy bien. Déjame hablar con Changmin. Iré a buscarte mañana
con mi decisión.
—Haz lo
correcto, Yunho. Por favor —entonces, Kevin se dio la vuelta y se alejó, usando
la pared para mantenerse de pie.
Sin
embargo, por mucho dolor y tristeza que Angus hubiera tenido en su vida, al
menos no estaba solo como Tynan. Tenía a Gilda. Tenía amor. Tenía esperanza.
Kevin
no tenía nada para seguir adelante, excepto el olvido del sueño —un medio para
escapar de su hambre. En alguna parte del camino, Yunho se había olvidado de lo
que se sentía al estar tan desesperado como lo estaba Kevin. O tal vez, nunca
había estado tan desesperado. Su vida había sido dura, pero también se había
llenado de bendiciones.
Era el
momento de reforzar y devolver algo de la buena vida que le había ofrecido.
De una
forma u otra, tenía que convencer a Changmin a renunciar a su dolor y seguir
adelante. Tal vez, al hacerlo, Changmin sería capaz de curarse y perdonarse a
sí mismo por las cosas que no podía cambiar.
Tal vez Changmin aún recordase cómo sonreír de nuevo.
Kyuhyun se
despertó justo antes del amanecer. Su cuerpo le dolía, pero ya no estaba afectado
por el calor ardiente del veneno.
Iba a vivir.
Una
oleada de alegría rodó a través de él, y sintió la necesidad de correr y
encontrar a Sungmin para poder celebrarlo con él. Sólo que no tenía mucho
camino por recorrer. El estaba tumbado en la cama, durmiendo con la cabeza
apoyada en un libro abierto y su pálida mano extendida sobre su oscuro pecho.
Kyuhyun
sonrió hacia él, dejando que la visión de su belleza le llenara con un profundo
sentido de satisfacción.
No le
había dejado. Se había quedado justo a su lado a pesar de que le había quietado
el brazalete de su muñeca, permitiéndole irse.
No
tenía ni idea de cuánto sueño había conseguido él la noche anterior, por lo que
no quiso despertarlo, pero no parecía cómodo, así que le apartó el libro de
debajo de la mejilla y metió una almohada en su lugar.
Sungmin
hizo monos y somnolientos sonidos, pero no se despertó. Le cubrió completamente
y se fue a buscar un poco de café para ayudar a aclararse el resto de inercia
de su cabeza que el veneno había dejado atrás.
Tenían
un gran día por delante. Con algo de suerte, hoy sería el día que Sungmin estaría
de acuerdo en llevar su luceria. Después de todo, no le había dejado. Eso tenía
que significar que se preocupaba por él, ¿verdad? Y si le importaba, no le
dejaría solo para sufrir. Sabía que ella no lo haría.
Kyuhyun
dejó el libro en el mostrador de la cocina, marcando su lugar mediante una
servilleta sobre las páginas abiertas. Hurgó en los armarios hasta que encontró
una cafetera y preparó café que dejó en la cocina, y luego fue al baño, se dio
una ducha rápida, se vistió y regresó cuando las últimas gotas estaban haciendo
ondas sobre la oscura superficie del café.
Se
sirvió una taza, añadió una tonelada de azúcar y se sentó a entretenerse con su
conmoción.
El
libro aún estaba abierto por la página que Sungmin estaba leyendo cuando se
quedó dormido. Estaba escrito a mano, apretada y casi minúscula caligrafía, tan
pequeña que había pensado que era de imprenta cuando lo había visto la primera
vez. Cuando volvió a mirar más de cerca, vio que ciertas palabras estaban
subrayadas o en círculos. Frenéticos garabatos llenaban los márgenes, con
flechas señalando a diferentes pasajes.
No era dado a fisgonear, pero si éste era el diario de Sungmin,
no iba a ser capaz de resistirse. Podría asomarse a su mente tan pronto como se
unieran, así que realmente no estaba fisgoneando, de cualquier manera. Estaba
simplemente avanzando lo que iba a ver pronto.
Kyuhyun
comenzó a leer la anotación, que estaba cerca del principio del libro. Estaba
fechada hacía veintitrés años.
Casi
nos encontraron hoy. Nos escondimos en un depósito de basura y el hedor de la
basura podrida enmascaró nuestro olor. Tu olor, Sungmin. Ese dulce olor de bebé
que parece atraer a los monstruos hacia nosotros.
Fuiste
un buen bebé, también. No lloraste. Sólo te aferraste a mi dedo con tu
regordete puño como si supieras que los monstruos me asustaban. ¿Cómo podías
saberlo? Ni siquiera tenías un año de edad todavía.
Tú eres
especial, Sungmin. Tu papá me dijo que lo serías la noche en que te concebimos.
Me dijo que tenía que protegerte. Ocultarte.
Si algo me pasa, necesitas saber que los Centinelas te querrán
por tu sangre. No puedes dejar nunca de huir. Ellos te encontrarán y te
engañarán, y cuando te hayan convencido de que no son tipos malos, chuparán
toda tu sangre para su magia.
No puedes dejar nunca que eso suceda. Tienes que seguir
huyendo.
El cuerpo de Kyuhyun se entumeció. Sungmin habría sido
demasiado pequeño para escribir hace veintitrés años. Habría sido un bebé. Este
no era el diario de Sungmin.
Este era el diario de su madre.
No es de extrañar que Sungmin no confiara en él, que le hubiera
apuñalado y salido corriendo cuando le había conocido por primera vez. Le
habían enseñado que los Centinelas querían matarlo, que querían su sangre.
Lo cual, tuvo que admitir, era parcialmente cierto. El Zea
querría su sangre, no es que él les hubiera dejado tomar nada de ella. Y aunque
ellos la obtuvieran, no querrían matarle. No podría alimentarles si estuviera
muerto.
Kyuhyun giró la página y siguió leyendo. Era más de lo mismo.
Página tras página se describía a los Centinelas como el mal y cuántas veces
habían intentado matar a su madre y a Sungmin. El libro entraba en detalles
sobre lo que parecían los monstruos y cómo evitarlos. Kyuhyun reconoció las
descripciones como los Sasaengs no como los Centinelas. Por supuesto, Sungmin no
necesariamente conocía la diferencia.
El pensaba que el Sasaeng que los habían atacado la noche
anterior había sido su mascota. No conocía nada más, lo que planteaba la
cuestión, ¿qué más le había enseñado que estaba totalmente equivocado?
Kyuhyun cerró el libro y se levantó de su silla. La ira pulsaba
través de él porque su madre le hubiera corrompido con mentiras como esas, pero
la mantuvo a raya. No tenía manera de saber por qué su madre lo había hecho, y
lo más importante, la mujer había mantenido vivo a Sungmin todos estos años,
protegiéndolo cuando él no pudo.
Sungmin no necesitaba su ira. Le necesitaba para corregir su
mal. Mientras tuviera todas esas ideas enredadas en su cabeza, Sungmin estaría
en peligro, huyendo de las únicas personas que podrían mantenerlo a salvo.
Se giró, y Sungmin estaba de pie en la puerta de la cocina.
Tenía los ojos hinchados por el sueño y sus ropas estaban arrugadas más allá de
la reparación. El cabello alrededor de su rostro estaba húmedo, como si
justamente hubiera terminado de lavárselo. El le miró, después al libro y otra
vez a él, y en ese tiempo, todo el color desapareció de su rostro. Sus ojos
oscuros se ampliaron por el miedo y echó a correr hacia la puerta de salida.
Kyuhyun corrió tras él, no dispuesto a dejarle ir. Lo que fuera
que estaba pasando por esa cabeza estaba equivocado. No era culpa suya, pero no
podía dejar que siguiera pensando que esas mentiras eran ciertas.
Lo cogió por la cintura directamente cuando saltaba a su
camioneta. Sus brazos y piernas se agitaron violentamente, pero Kyuhyun logró
impedir que se hiciera daño contra los duros bordes de metal de la puerta. Lo
alejó de la camioneta y se sentaron en la hierba húmeda, sujetándole mientras
se cansaba.
—No voy a hacerte daño —le dijo lo suficientemente alto para
que Sungmin lo pudiera oír sobre el enfurecido griterío.
—¡Déjame ir!
Sungmin le arañó los brazos, pero él le mantuvo. El sol acababa
de salir en el horizonte y él tendría horas para reparar los cortes antes de
que la sangre pudiera llamar a cualquier bestia.
Poco a poco, su lucha se volvió más débil y se sentó en el
círculo de sus brazos, jadeando. Kyuhyun no se atrevió a soltarlo. No se fiaba de
que no tratara de huir de nuevo.
—No es cierto —dijo él, manteniendo la voz baja y firme. No
quería que Sungmin pensara que estaba enojado con él, o darle alguna razón para
que creyera que tenía intención de hacerle daño—. Ese era el diario de tu
madre, ¿verdad?
—Ella lo sabía todo acerca de ti, pero no salvé su vida.
El cuerpo de Sungmin se sacudió con fuerza en un silencioso
sollozo y rompió el corazón de Kyuhyun.
—¿Qué pasó? —preguntó él.
—No siguió su propio consejo. Bajó la guardia. No corrió lo
suficientemente rápido. Tus mascotas la atraparon una noche, cuando fui a la
tienda de comestibles. Volví al motel y todo lo que quedaba eran… pedazos.
Se estremeció con el recuerdo, los brazos de Kyuhyun se
apretaron a su alrededor y le acarició el pelo de su mejilla. La comodidad que
él le ofrecía era escasa, pero no sabía qué más hacer. Tenía mejor criterio que
pensar que podría solucionar este problema para Sungmin. Su madre había muerto.
Nadie podría arreglar eso.
—Cogí su diario, mi maleta y me marché. Gracias a Dios que
acababa de sacarme el permiso de conducir y tenía edad suficiente para hacerlo.
Qué miedo tenía que haber pasado. Tan joven, solo y huyendo. Si
hubiera sabido la verdad, entonces, podría haber venido a vivir a la SM. Podría haber
cuidado de él y ayudarle a dejar atrás el asesinato de su madre. Podría haberle
enseñado la verdad poco a poco, mientras todavía tenía tiempo de ser paciente.
Pero Sungmin no había conocido la verdad y no había venido a la SM. Todo lo que había
tenido para guiarlo era ese diario lleno de mentiras.
Kyuhyun quería estar enfadado con su madre por engañar a Sungmin,
pero no pudo. Podría haber estado equivocado, pero hizo lo que creyó necesario
para proteger a Sungmin.
Y en cierto modo, había funcionado. Sungmin
estaba en sus brazos, sano y a salvo, y estaba malditamente bien permaneciendo
de ese modo.
—Creo
que tenemos que hablar sobre el diario —le dijo suavemente—. He leído algo de
él y hay un montón de cosas que, simplemente, no son verdad.
—Por supuesto que dirías eso —escupió Sungmin.
Él hizo caso omiso de su veneno.
—Vamos
a comenzar con la parte de cómo los Sasaengs son nuestras mascotas. Eso es
totalmente incorrecto. Son nuestros enemigos. Monstruos.
Podía
sentir que le escuchaba. Su cuerpo todavía estaba inmóvil y su cabeza se giró
para oírle mejor.
—Cualquier
cosa que matara a tu madre, no fue uno de los Centinelas, ni se hizo bajo
nuestras órdenes. No hacemos daño a los humanos. Les protegemos.
—Eso es fácil de decir.
—Pero
no siempre fácil de hacer, lo sé. No lo logramos a veces, como lo ocurrido con
tu madre. No puedo decirte cuánto lo siento, pero te juro que si hubiera sabido
que existíais alguno de las dos, habría hecho todo lo necesario para manteneros
a salvo.
—Nos habrías secuestrado, como hicisteis con Leeteuk.
—¿Es eso lo que piensas?
¿Cómo podía estar tan equivocado? ¿Quién le había dado esas
mentiras a su madre? Seguro que no los Sasaengs. Sólo unos pocos de su clase
podían siquiera hablar, y los que pudieran eran tan monstruosos que ninguna
persona cuerda habría conseguido acercarse lo suficiente para mantener una
conversación lo suficientemente larga.
Entonces, ¿de dónde venían tantas mentiras?
—Leeteuk está seguro en casa. Verás que él es feliz una vez
estemos allí.
—Sólo
porque lo drogáis, al igual que tratas de hacerme cuando me tocas. Tu piel es
algún tipo de arma.
Una lenta sonrisa tiró de la boca de Kyuhyun.
—¿Te sientes drogado cuando te toco?
—Sí.
—¿Es bueno?
—No —dijo, pero podía oír la mentira en la forma en que su voz
temblaba.
A él le
gustó saber que podría hacerle sentir bien con su toque. Le gustó mucho. De
hecho, tuvo que impedirse a sí mismo deslizar sus manos sobre sus desnudos
brazos.
Por mucho que la deseara, tenía cosas más importantes en que pensar —como
aclarar las mentiras entre ellos.
—No es una droga, Sungmin. He estado tratando de decírtelo
desde que te conocí. Estamos destinados a estar juntos. Todo lo que tienes que
hacer es ponerte mi luceria y podrás ver la verdad. No voy a ocultarte nada.
—No quiero tu gargantilla en mí.
Kyuhyun molió los dientes por la frustración. Sabía que si sólo
miraba dentro de su mente, vería la verdad, pero no podía conseguir que
confiara en él lo suficiente como para hacerlo. Tenía más de veinte años de
mentiras para borrar —mentiras que estaban atadas a Sungmin por bandas de
lealtad a su madre. Eso no iba a ser algo fácil para que él cediera. Iba a
tener que ser paciente, pero no sabía cuánto tiempo iba a ser capaz de
aguantar.
Desde que había estado cerca de él, desde que Sungmin había
estado absorbiendo pequeñas corrientes de su poder al tocarse, él no había
sufrido ningún daño, ni mucho menos. No estaba seguro de si eso iba a retrasar
la velocidad en la que su hoja se moría o no, pero sabía que una vez que se
hubiera ido, fácilmente podría convertirse en el monstruo que ella creía que
era.
Y entonces, ¿qué haría? O, más importante, ¿qué no haría?
—¿Cómo puedo demostrarte que no estoy mintiendo? —preguntó él.
La cabeza de Sungmin cayó hacia atrás sobre su hombro por la
derrota.
—No lo sé, Kyuhyun. Quiero creerte, pero no es ese el modo en
que trabaja el diablo? ¿Diciéndote bonitas mentiras en las que quieres creer?
No puedo hacerle eso a mamá.
—¿Vas a tratar de huir de nuevo?
Aún tenía el brazalete en el bolsillo. Podría utilizarlo para
mantenerlo cerca en caso de que él quisiera.
No lo haría. Quería que se quedara junto a él por voluntad
propia.
Su cabeza se movió en su hombro mientras ella la sacudía.
—No —dijo en voz baja—. Ya he terminado de huir. Esto se
termina ahora, de una manera u otra.
Kyuhyun odió el sonido de la derrota en su voz, pero creía que
lo decía en serio. Ya no huiría más.
—Bien. Porque si te unes a mí, hay una única manera en que las
cosas pasarán. Verás la verdad, y tú y yo seremos felices el uno con el otro
para el resto de nuestras vidas.
—Bonitas mentiras —murmuró.
—Ninguna mentira, Sungmin. Voy a llevarte a casa y a probarlo.
Vamos. El Elf nos trajo un coche nuevo y sólo estamos a cuatro horas de
distancia de la verdad.
Odiaba llevarlo a la
SM antes de que le hubiera reclamado como su propio caballero.
Bien podría haber otros Suju en su casa que también fueran compatibles con él,
y no quería dejarlo escapar de nuevo. Pero lo que quería no era tan importante
como lo habría sido hacía tan sólo veinte minutos. Tenía que proteger a Sungmin
de sí mismo, así como de los Sasaengs, y si eso significaba que terminaba con
otro hombre, tendría que aguantarse. Al menos estaría a salvo. Eso era lo que
realmente importaba.
Si Sungmin elegía a otro hombre, no es como si tuviera mucho
tiempo para sufrir, de todos modos.
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