— ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?,
¿ni que regreses al libro?
— Creo que la expresión que usaste fue: bingo.
Donghae guardó silencio.
Hyukjae se puso de pie lentamente y lo miró. Durante
todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una
cosa así.
El resto de sus invocadores habían sabido lo que él significaba, y
habían estado más que dispuestos a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando
felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a
un joven que no le deseara físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de
que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su
mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan
un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos
milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había
luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría
liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura despiadada, había
aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que
una vez había sido, aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar
deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Donghae.
— Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo
puedo complacerte.
— Entonces deseo que te marches.
Hyukjae dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrado, Donghae comenzó a caminar nervioso de un lado
a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la
cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que
la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes
¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?
De nuevo, una visión de Hyukjae tumbado sobre él, con el
pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus
cuerpos mientras se introducía totalmente en él, le asaltó.
— Necesito algo… —a Hyukjae le falló la voz.
Donghae se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún
suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer
ese error. Se negaba a usar a Hyukjae de ese modo. Como si…
No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.
— ¿Qué? —preguntó.
— Comida —contestó Hyukjae—. Si no vas a utilizarme de
forma apropiada, ¿te importaría si como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó
su rostro le indicó a Donghae que no le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para él esto
resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría Hyukjae después de
haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida.
Debía ser terrible.
— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento
para que él le siguiera—. La cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que
llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un
vistazo.
— ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a
medio metro de distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza? —repitió Donghae asombrado. ¿Cómo sabría él lo
que era una pizza?
Hyukjae se encogió de hombros.
— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A Donghae le ardieron las mejillas mientras recordaba el
tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Judith había hecho otro
comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y él había fingido un
orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
— ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.
— El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las
proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían
explotando.
— No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la
cabeza en el congelador para enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró
de ayer, y también pasta.
— ¿Y vino?
Donghae asintió con la cabeza.
— Está bien.
El tono despótico que utilizó Hyukjae hizo estallar su
furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo
quería decir: Yo soy el macho, nene. Tráeme la comida. Y había conseguido que
le hirviera la sangre.
— Mira, no soy tu cocinero. Como te pases conmigo te daré
de comer Dogchow.
Él arqueó una ceja.
— ¿Dogchow?
— Olvídalo —aún irritado, sacó el pollo y lo preparó para
meterlo en el microondas.
Hyukjae se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan
masculina que acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata
de Dogchow, Donghae sirvió un poco de pasta en un cuenco.
— De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en
ese libro? ¿Desde la Edad Media? —al menos su forma de actuar correspondía a la
de la época.
Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada
de mostrar sus emociones. Si no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que
se trataba de un androide.
— La última vez que fui convocado fue en el año 1895.
— ¿En serio? —Donghae se quedó con la boca abierta
mientras metía el cuenco en el microondas— ¿En 1895? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
— ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez
quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que
Donghae se asustó.
— Según tu calendario, en el año 149 a.C.
Donghae abrió los ojos de par en par.
— ¿En el año 149 antes de Cristo? ¡Jesús, María y José!
Cuando te llamé Hyukjae de Macedonia era cierto. Eres de Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de Donghae giraban como un torbellino
mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que
ser imposible!
— ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo
entendido, los antiguos griegos no tenían libros, ¿verdad?
— Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino
que más tarde fue encuadernado como medida de protección —dijo con un tono
sombrío y el rostro impasible—. Y con respecto a qué fue lo que hice para que
me castigaran: invadí Alexandria.
Donghae frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de
sentido; como el resto de todo lo que estaba sucediendo.
— ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una
ciudad?
— Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa
virgen del dios Príapo.
Donghae se tensó ante el comentario, y ante la magnitud
del castigo que implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la
invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
— ¿Violaste a una mujer?
— No la violé —contestó mirándola con dureza—. Fue de
mutuo consentimiento, te lo aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía
claramente en su gélida conducta. No le gustaba hablar del pasado. Tendría que
ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Hyukjae escuchó el extraño timbre, y observó cómo Donghae
apretaba un resorte que abría la puerta de la caja negra donde había
introducido su comida.
Sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él,
junto con un tenedor plateado, un cuchillo, una servilleta de papel y una copa
de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza e hizo que el estómago rugiera
de necesidad se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que él
había cocinado, pero después de haber oído hablar de artefactos con nombres
extraños como tren, cámara, automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador, Hyukjae
dudaba que cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte
del deseo; hacía mucho que había desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos
temporales a lo largo de los siglos. Su única razón de ser era la de obedecer
los deseos sexuales de sus invocadores.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios,
era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.
Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida
y saboreó la deliciosa sensación de los tibios y cremosos tallarines sobre su
lengua. Era una pura delicia.
Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera
su cabeza. Había pasado una eternidad desde la última vez que probó la comida.
Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos y tragó. Acostumbrado
como estaba a la privación en lugar de a los alimentos, su estómago se cerró
ante el primer bocado. Hyukjae apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor
mientras luchaba por alejar el terrible dolor.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese
comida en el cuenco. Había esperado demasiado tiempo para poder aplacar su
hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones
disminuyeron y le permitieron disfrutar plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de
todas sus fuerzas para comer como un humano y no zamparse la comida a puñados,
tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar
que aún era humano, y no una bestia desbocada y feroz que había sido liberada
de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su
condición humana. Y estaba decidido a conservar lo poco que le quedaba.
Donghae se apoyó en la encimera y lo observó mientras
comía. Lo hacía lentamente, de forma casi mecánica. No dejaba entrever si le
gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales
europeos que demostraba. Él nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue cuando
comenzó a preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para
mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.
— ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? —le preguntó.
Hyukjae dejó de comer.
— ¿Disculpa?
— Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo
utilizaban en…?
¡Estas desvariando! Le gritó su mente.
¿Y quién no lo haría en esta situación? Mira al tipo.
¿Cuántas veces crees que alguien ha actuado como un imbécil y ha acabado
devolviendo la vida a una estatua griega? ¡Especialmente una estatua con ese
cuerpo!
No muy a menudo.
— Creo que se inventó a mediados del sigo XV.
— ¿En serio? —preguntó—. ¿Tú estabas allí?
Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le
preguntó:
— ¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el
tenedor o al siglo XV?
— Al siglo XV, por supuesto. —Y pensándolo mejor,
añadió:— No estabas allí cuando se inventó el tenedor, ¿verdad?
— No. —Hyukjae se aclaró la garganta y se limpió la boca
con la servilleta—. Fui convocado en cuatro ocasiones durante ese siglo. Dos
veces en Italia, una en Francia y otra en Inglaterra.
— ¿De verdad? —Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo
en aquella época—. Apuesto a que has visto todo tipo de cosas a lo largo de los
siglos.
— No tantas.
— ¡Oh, venga ya! En dos mil años…
— He visto mayormente dormitorios, camas y armarios.
Su tono seco hizo que Donghae se detuviera y él continuó
comiendo. Una imagen de Shang se le clavó el corazón. El sólo había conocido a
un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que Hyukjae tenía más
experiencia en ese terreno.
— Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el
libro, te tumbas y esperas que alguien te convoque?
Él asintió.
— ¿Y qué haces para pasar el tiempo?
Hyukjae se encogió de hombros y Donghae cayó en la cuenta
de que, en realidad, no demostraba poseer un gran número de expresiones.
Ni de palabras.
Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a
él.
— A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que
estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo
más agradable?
Hyukjae levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar
la última vez que alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o
hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer que les
proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama.
Había aprendido a una edad muy temprana que sólo querían
una cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus
muslos.
Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por
el cuerpo de Donghae.
Indignado, Donghae esperó a que él la mirara a los ojos.
Hyukjae casi soltó una carcajada. Casi.
— A ver —dijo él utilizando sus mismas palabras—. Hay
cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela
por tu pecho y por la garganta —bajó la mirada hacia el lugar donde,
aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa—. Sin mencionar otras partes
que podría visitar.
Por un instante, Donghae se quedó sin habla. Y después le
encontró la gracia al asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy
cachondo.
Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes
que ésa, se recordó.
Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que él
quería hacer otras cosas aparte de hablar.
— Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden
hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla —le dijo, y se regodeó en la
sorpresa que reflejaron sus ojos—. Pero soy una persona a la que le gusta mucho
hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?
Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se
resistiera a aceptar su papel.
— Es cierto.
— Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el
libro.
Donghae sintió como sus ojos la atravesaban con una
intensidad tan abrasadora que lo dejó intrigado, desconcertado y un poco
asustado.
— Es como estar encerrado en un sarcófago —contestó él en
voz baja—. Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo
moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.
Donghae se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el
día, mucho tiempo atrás, en que se había quedado encerrado accidentalmente en
el armario de las herramientas de su padre. La oscuridad era total y no había
modo de salir. Aterrorizado, había sentido que se le oprimían los pulmones y
que la cabeza empezaba a darle vueltas por el miedo. Chilló y pataleó contra la
puerta hasta que tuvo las manos llenas de moratones.
Finalmente, su madre lo escuchó y le ayudó a salir.
Desde entonces, Donghae sentía una ligera claustrofobia
debido a la experiencia. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros
en un lugar así.
— Es horrible —balbució.
— Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.
— ¿De verdad? —no estaba muy seguro, pero dudaba que
fuese cierto.
Cuando su madre lo sacó del armario, descubrió que sólo
había estado encerrado media hora; pero a él le había parecido una eternidad.
¿Qué se sentiría al pasar realmente una eternidad encerrado?
— ¿Has intentado escapar alguna vez?
La mirada que le dedicó lo decía todo.
— ¿Qué sucedió? —preguntó Donghae.
— Obviamente, no tuve suerte.
Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una
cripta tenebrosa. Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz
de sentarse con él y hablar.
No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a
una persona de todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y
despiadada.
Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien
cómo hacerlo, pero tenía que haber algún modo de liberarlo.
— ¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?
— Te aseguro que no hay ninguno.
— Eres un tanto pesimista, ¿no?
Lo miró divertido.
— Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto
sobre las personas.
Donghae lo observó mientras acababa la comida, con la
mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo,
exactamente igual que el terapeuta que había en él se negaba a dejarlo marchar
sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y él se
tomaba sus juramentos muy en serio.
Quien lo sigue, lo consigue.
Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo
infierno, ¡encontraría el modo de liberarlo!
Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que
alguien hubiese hecho por él antes: iba a encargarse de que disfrutara de su
libertad en Nueva Orleáns. Los otros jóvenes lo habían mantenido encerrado en
los confines de sus dormitorios o de sus vestidores, pero Donghae no estaba
dispuesto a encadenar a nadie.
— Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que
disfrute, hombre. Él alzó la mirada del cuenco con repentino interés.
— Voy a ser tu sirviente — continuó Donghae—. Haremos
cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra.
Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un
gesto irónico.
— Quítate la camisa.
— ¿Cómo? —preguntó Donghae.
Hyukjae dejó a un lado la copa de vino y lo atravesó con
una lujuriosa y candente mirada.
— Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se
me antoje. Bien, pues quiero ver tu pecho desnudo y después quiero pasar la
lengua por…
— ¡Oye grandullón!, ¡relájate! —le dijo Donghae con las
mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo—. Creo que vamos a dejar
claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés aquí. Número uno: nada
de eso.
— ¿Y por qué no?
Sí, le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado.
¿Por qué no?
— Porque no soy ninguna gata callejera con el rabo alzado
para que cualquier gato venga, me monte y se largue.
Hyukjae alzó una ceja ante la cruda e inesperada
analogía. Pero más que las palabras, lo que le sorprendió fue el tono amargo de
su voz. Debieron utilizarlo en el pasado. No era de extrañar que se asustase de
él.
Una imagen de Junsu le pasó por la mente y sintió una
punzada de dolor en el pecho, tan feroz que tuvo que recurrir a su firme
entrenamiento militar para no tambalearse.
Tenía muchos pecados que expiar. Algunos habían sido tan
grandes que dos mil años de cautiverio no eran más que el principio de su
condena.
No es que fuese un bastardo de nacimiento; es que, tras
una vida brutal, plagada de desesperación y traiciones, había acabado
convirtiéndose en uno.
Cerró los ojos y se obligó a alejar esos pensamientos.
Eso era, nunca mejor dicho, historia antigua y esto era el presente. Donghae
era el presente.
Y estaba en el por él.
Ahora entendía lo que Judith quería decir cuando le habló
sobre Donghae. Por eso le convocaron. Para mostrarle a Donghae que el sexo
podía ser divertido.
Nunca antes se había encontrado en una situación
semejante.
Mientras lo observaba, sus labios dibujaron una lenta
sonrisa. Ésta sería la primera vez que tendría que perseguir a un joven para
que lo aceptara. Anteriormente, ninguno había rechazado su cuerpo.
Con la inteligencia de Donghae y su testarudez, sabía que
llevárselo a la cama sería un reto comparable al de tender una emboscada al
ejército romano.
Sí, iba a saborear cada momento.
Igual que acabaría saboreándole a él. Cada dulce y pecoso
centímetro de su cuerpo.
Quiero ver tu pecho desnudo y después quiero pasar la lengua..... OMG me encanto el cap cada vez mas interesante y que Hae lo ayudara para que quede libre fue tierno!!! esperare la próxima actualización
ResponderEliminarcuidate
OH maravilloso, amo el Eunhae, son tan bellos y sexys que combinan a la perfección, especiales, se siente la quimica aun en letras Yota gracias por escribir de ellos.
ResponderEliminaraaaaaaaah!! yo igual quiero ese libro *v* ... me encanto este fic ya quiero seguir leyendo me gusta como piensa hyukjae espero que convenza a hae quiero leer eso jijijij ... amo el eunhae espero que hae logre liberarlo de la maldición y estén juntos por siempre y no por un mes y hyuk pueda seguir comiendo lo que hae le prepara ajajajaja
ResponderEliminarPues por lo visto tanto DongHae como HyukJae ya tienen una meta concreta. DongHae quiere que por está ocasión sea HyukJae quien pueda divertirse y aprovechar su libertad, mientras Hyuk va a dedicarse a hacer lo que escucho de Judith, es decir que para Hae el sexo sea divertido y lo mejor es que ambos se esforzaran para conseguirlo.
ResponderEliminarGracias por la actu ^^