Sungmin se
sabía casi de memoria los diarios de su madre y no había ni una sola palabra en
ellos que apoyara nada de lo que Kyuhyun había dicho.
Los
Centinelas quieren tu sangre. Lo usan para alimentar su magia. Se alimentan de
sus mascotas.
Y sin
embargo, había pasado la noche con Kyuhyun, había estado completamente
vulnerable, y él no había derramado ni una gota. Tal vez le engañaba, calmándolo
en una falsa sensación de seguridad, pero no se sentía de esa manera.
Por
supuesto, sus instintos siempre habían estado cerrados cuando se refería a Kyuhyun.
Nada nuevo. Desde el momento en que lo había tocado esa primera noche en el
Restaurante, su mundo se había puesto del revés, y nada tenía sentido.
Habían
estado conduciendo durante horas y todavía no sabía qué pensar acerca de su
propuesta. Pasar la eternidad con él. Nunca envejecer. Nunca solo.
Tendría una casa. Después de tantos años de correr, podría
detenerse. Tendría su propia cama, tal vez incluso pudiera coleccionar algunas
cosas a parte de las simplemente necesarias. Parecía demasiado bueno para ser
verdad, y eso era realmente lo que más le preocupaba. Cualquier cosa que fuera
demasiado buena para ser verdad, probablemente no lo fuera.
Sungmin
observaba el paisaje deslizarse por la ventana mientras se dirigían hacia el
norte. Habían dormido hasta tarde, y no habían salido a la carretera hasta
después del mediodía. Ahora el sol comenzaba a ponerse. Muy pronto, los
monstruos que los Centinelas mantenían como mascotas saldrían a jugar.
Al
menos había dormido mucho, estaba bien descansado y en mejor forma para
hacerles frente de lo que había estado en las últimas semanas. Eso era algo por
lo que alegrarse.
—¿Quieres
comer algo? —Preguntó Kyuhyun—. Nos estamos acercando a Wichita y hay mucho
para elegir.
—Claro que sí. Está bien.
—¿Algo que te apetezca?
Cualquier lugar con mucha gente y las brillantes luces.
—Lo que sea estará bien.
Kyuhyun suspiró.
—Realmente te he asustado ¿verdad?
—Un poco. —Era el eufemismo del año.
Él se rió y el sonido se envolvió alrededor de sus oídos,
haciéndole sonreír, justo hasta que él dijo:
—No hay
nada más sexy que tu puedas hacerme reír. Sólo pensé que deberías saberlo.
—Aclaremos
algo ahora mismo —le dijo—. Incluso si decido ayudarte, y estoy bastante seguro
que no lo haré, no habrá asuntos sexuales de ningún tipo entre nosotros.
Él le lanzó una breve y divertida mirada.
—¿Por qué no?
—Porque no me acuesto con hombres en quienes no confío.
—Podrías aprender a confiar en mí si quisieras.
Cuando el infierno se congelara, tal vez.
—Ni en sueños.
Envolvió
su mano alrededor de la de suya, sujetándola contra su muslo. Un enjambre de
hormigueos eléctricos se deslizó en su interior, haciendo a su cuerpo zumbar.
Su cabeza cayó hacia atrás contra el reposacabezas y dejó que la vertiginosa
sensación barriera sobre él.
—Tendremos
que trabajar en eso —dijo Kyuhyun, pero Sungmin apenas podía dar sentido a las
palabras—. Tengo una meta ahora, y soy el tipo de hombre muy orientado a
cumplir con mi objetivo.
Apostaba
que lo era. Dudaba que hubiera mucho que hubiera dejado en el camino de lo que
quisiera, y ahora mismo, era a él. Una parte chillona, loca de su ser estaba
animada con la noticia, por lo que se calló disparándola al infierno.
Sungmin
necesitaba una distracción. Algo, cualquier cosa, para impedirse imaginar qué
tipo de amante sería. Orientado a un objetivo, de hecho. Era suficiente para
hacerle retorcerse en su asiento.
—¿Qué
pasa con mi coche? Poniéndonos a correr y apartándolo de mis manos no es la
mejor manera de que confíe en ti.
Una lenta sonrisa calentó la cara de Kyuhyun. Era demasiado
guapo cuando sonreía. Demasiado tentador.
—Ya se han encargado. Dejé tus llaves en la casa Elf, y en
estos momentos, nuestros hombres probablemente puedan reparar el motor. Una vez
que hayan terminado, lo conducirán a la
SM y recuperarás tu coche.
A menos que encuentren los explosivos escondidos en su
maletero.
No estaban a la vista, y alguien tendría que buscar a través de
sus escasas pertenencias para encontrar la caja cerrada llena de C-4. Y
entonces tendrían que romper la cerradura y ver lo que había dentro.
La buena noticia era que si lo hacían, sabría que los
Centinelas no eran tan confiados y serviciales como Kyuhyun le indujo a creer.
Sabría con seguridad que no estaban de su lado, y no tendría ningún problema
volándolos a todos ellos al infierno si tuviera la oportunidad.
Al menos eso era lo que se decía a sí mismo.
Kyuhyun le daba una divertida mirada.
—¿Qué? ¿No es eso lo que querías?
—Sí.
—¿Entonces por qué de repente pareces enfermo?
—No estoy enfermo. Tengo hambre. Quiero un bistec —exclamó, con
la esperanza de distraerlo.
—¿Qué?
—Quiero un bistec. —No lo había comido en años, y gracias a él,
aún tenía el dinero suficiente para pagar por una buena comida.
Sungmin firmemente se negó a pensar en esa como su última
comida. Iba a salir de ese lío vivito y coleando, arrastrando a Leeteuk y a la
señorita Sora.
Él entrelazó sus gruesos dedos con los suyos y dijo:
—Entonces será bistec. Conozco exactamente el lugar. Está un
poco fuera del camino, pero el viaje vale la pena.
Y una vez que llegaran allí, llamaría a Hong Jack, su contacto
en los Defensores, y le haría saber que no había abandonado su misión.
Shindong levantó
la vista de su escritorio para ver a Lee Hyukjae llenando el marco de
la puerta. Sus ojos negros destellaban
bajo las brillantes luces de la oficina, pero su rostro era una máscara en
blanco, impasible. Esperaba en silencio, incluso después de que Shindong se
hubiera fijado en él.
—¿Necesitas algo? —preguntó Shindong.
Sus
ojos ardieron, y sabía que no iba a dormir de nuevo esa noche. Había demasiadas
cosas por hacer y demasiados sueños para atormentarle cuando cerraba los ojos.
Todo el
mundo contaba con él para ser un gran líder. ¿No sabían todos que él era sólo
un hombre? ¿Uno no más capaz de mantener vivo a su pueblo que cualquier otro Suju?
Por lo
que parecía ser la millonésima vez, maldijo su posición incluso mientras lo
aceptaba. No fracasaría. Las vidas de innumerables almas dependían de él.
—Oí un rumor —dijo Hyukjae.
Su profunda voz era sosegada, pero llegaba fácilmente a través
de la oficina.
—Parece que hay muchos de esos dando vueltas estos días.
—No como éste.
Genial. Más problemas.
—Escúpelo, Hyukjae. Estoy ocupado.
—¿Hay Sasaengs con caras de niños humanos?
Sin andarse por las ramas allí. Lástima, también. Shindong no
estaba dispuesto a reconocer públicamente el giro que las noticias habían dado
a la guerra. Todavía no estaba completamente seguro de que los Centinelas no
hubieran perdido ya y simplemente no quería saberlo todavía. Entre eso, el muro
roto y las lentas reparaciones, las noticias de que la fortaleza europea se
estaba desmoronando por la política interna, y el constante y fuerte dolor en
la cabeza que le estaba haciendo difícil concentrarse en el mejor de los días,
las cosas parecían bastante sombrías.
—Sí. Es
cierto —dijo Shindong—, pero realmente me gustaría mucho que no ayudaras a
difundir el rumor más lejos de lo que ya lo ha hecho.
—¿Dónde? —preguntó Hyukjae.
—¿Dónde qué?
—¿Dónde encontraron esas cosas?
—Sólo había una —dijo Shindong.
—Me voy a asegurar que no haya más.
—No quiero dejarte ir. Te necesito aquí, al menos hasta que el
muro esté alzado.
—Si espero, será demasiado tarde —dijo Hyukjae.
—¿Demasiado tarde para qué? Changmin y Yunho ya se encargaron
de la amenaza.
—Sabes tan bien como yo que los Sasaengs no se detendrán con
uno. Voy a averiguar cómo están haciendo esto y detenerlos.
Shindong se frotó las sienes, respirando profundamente mientras
el dolor empeoraba.
—¿Solo?
—Es mejor así. La mayoría de los hombres aquí se negarían
cuando vieran lo que tendrían que destruir.
—¿Y tú no?
—No. Yo no.
—Entonces, ¿sólo vas a marchar hacia un nido y comenzar a matar
cosas que se parecen a nuestros hijos?
—No son nuestros hijos. Seré capaz de recordarlo cuando alguien
como tú no podría.
Tal vez tenía razón. Shindong no estaba seguro de poder
obligarse a hacer lo que era necesario, pero Hyukjae parecía que sí. Nadie más
se había ofrecido voluntario para el trabajo.
—De acuerdo. Compruébalo tú mismo. Habla con Yunho si necesitas
más detalles. Él estaba allí. —Shindong desenrolló el mapa de los nidos y
ataques Sasaengs conocidos.
Hyukjae se acercó a la mesa y miró donde Shindong señalaba. El
punto que identificaba ese incidente era bastante fácil de detectar. Era el
único en el mapa de color rosa bebé.
Que jodidamente bien le iba.
Shindong apartó la vista del mapa. Había demasiados puntos para
contar, y se estaban acercando más a la
SM cada noche.
Eso tenía que parar. Tenía que hacer algo, alzar algún gran
plan, o nada más de lo que hiciera iba a importar.
Quinientas treinta y siete personas. Esos eran cuantos estaban,
contándole a él, justo allí bajo su propio techo. Eso no incluía a los humanos
fuera de esos muros que eran víctimas de hostigamiento todas las noches, o los
otros Centinelas esparcidos por todo el planeta. No incluía a aquellos que
sabía cuánta gente estaba en Athanasia ahora que no tenían ni idea de cuán
cerca estaban los Centinelas de perder la guerra.
La puerta de entrada a su mundo les protegía, pero sólo
mientras él y sus hombres la guardaran y la mantuvieran a salvo. Una vez que se
hubiesen ido, no quedaría nada para detener a los Sasaengs de inundar ese
mundo, también, nada para detenerlos de matar a todos y dirigirse al siguiente
planeta.
Sin presión.
Hyukjae se dio media vuelta para marcharse sin decir una
palabra. Shindong se sintió obligado a decir algo, pero no tenía idea de qué.
El hombre iba a hacer algo que Shindong sabía que él nunca podría hacer. Iba a
capturar la más grande arma que los Sasaengs nunca hubieran creado, monstruos
con los rostros de niños. Y después los iba a matar.
—Ten cuidado —fue todo lo que a Shindong se le ocurrió decirle.
Hyukjae se detuvo en la puerta y se volvió.
—Esto no es acerca de ser cuidadoso y lo sabes.
—No. Es sobre tener un estómago fuerte y recordar lo que está
en juego.
—No te preocupes. Soy tu hombre.
Algo sobre la manera en que Hyukjae lo dijo molestó a Shindong.
Sonaba vacío. Hueco. Sin emoción.
Tal vez a Hyukjae se le había acabado el tiempo, y ese era su
último acto heroico. Shindong no se atrevía a preguntar. No quería decirle
adiós a su viejo amigo.
—¿Estás diciendo que puedes hacer esto y todavía dormir al
final del día?
—¿Quién dijo que duermo? —dijo Hyukjae, después se había ido.
Shindong ni siquiera podía escuchar sus fuertes pasos resonando
en el silencioso pasillo.
Sungmin tenía
sus dudas cuando se detuvieron en el aparcamiento de grava del
destartalado
restaurante. Estaba al final de un largo camino de tierra, a kilómetros de la
carretera, y completamente fuera del paso, pero el aparcamiento estaba lleno
por las prisas por la cena, lo que tenía que significar algo en esa parte casi
desierta del mundo.
—Voy a ir a usar el aseo —le dijo Sungmin.
Él miró hacia su muñeca para asegurarse que el brazalete todavía
estaba en su lugar, encadenándolo a él. Cuando vio que no había encontrado una
manera de quitárselo, le dijo:
—Voy a conseguirnos una mesa. No tardes.
Sungmin volvió por la puerta que conducía a los aseos y el
teléfono público. Tenía un montón de cambio en su bolsillo por las propinas de
la noche pasada, y comenzó a meterlo en el teléfono. Marcó el número de Hong Jack,
que se sabía de memoria, rezando que estuviera para no tener que dejar un
mensaje.
—Hola —dijo él, sonando desconfiado con esa sola palabra de
saludo.
—Soy Sungmin. No tengo tiempo.
—¿Estás bien?
—Sí. Bueno. Sólo quería hacerte saber dónde dejar mi coche. Kyuhyun
va a hacerlo reparar y traérmelo una vez que llegue al complejo.
—Hemos estado vigilándolo, y alguien lo arrastró al lugar del
mecánico hoy temprano. Hablé con el dueño y dijo que todo había sido pagado por
adelantado, lo que quiera que necesitara ser hecho. Se supone que llamará
cuando esté arreglado.
—Kyuhyun ya debe tener a sus hombres en ello. —Sungmin se
inclinó, y miró por la puerta, comprobando para asegurarse que Kyuhyun no se
dirigiera hacia allí.
No vio ni rastro de él.
—¿Estás seguro que estarás bien con esto? —preguntó Jack.
Sonaba preocupado, y Sungmin quería abrazarlo por su
preocupación. De todos los Defensores, era el único que parecía preocuparse por
lo que le pasara a él. Los otros, todo lo que veían en él era alguna clase de
herramienta para ser usada y desechada según fuera necesario.
—Por supuesto. Trataré de llamar de nuevo cuando pueda, pero
éste fue el primer teléfono al que tuve acceso que no perteneciera a Kyuhyun.
No quiero que sea capaz de rastrear tu número.
—Si estás en problemas, no te preocupes por eso, ¿de acuerdo?
Sólo llámame.
—Tengo que irme antes de que venga a buscarme. Quédate tranquilo
y estaré en contacto.
—Ten cuidado, Sungmin. Mantente a salvo.
—Gracias, Jack. Tu, también. —Sungmin colgó y fue a encontrar
su mesa.
A medida que se acercaba, Kyuhyun le sonrió, como si estuviera
feliz de verlo. Como si fuera su amigo.
El estómago de Sungmin se retorció de vergüenza. Él no tenía ni
idea de lo que estaba planeando. Por supuesto, ese era el punto, pero de alguna
manera diciéndoselo a sí mismo no lo hacía sentir nada mejor que una perra
mentirosa.
Ellos tratan de engañarte. Usan poderes mentales para
absorberte. Entonces absorberán tu cuerpo hasta dejarlo seco y dejarán tu
cadáver descomponerse.
Las palabras de advertencia de mamá. Había cientos más como
ellos, también. Sungmin tenía que recordar eso y endurecerse contra cualquier
culpa que pudiera sentir. Eso era un trabajo. Estaba haciendo lo correcto,
salvando innumerables vidas humanas. Si le gustaba o no el trabajo era
irrelevante. Alguien tenía que hacerlo, y él era el mejor candidato.
Así
pues, alejó cualquier culpabilidad residual y fingió que todo estaba bien.
Quería estar allí, teniendo un almuerzo agradable con Kyuhyun. Quería que lo
llevara a casa. Quería que fueran amigos.
Fingir
era más fácil si olvidaba por qué lo estaba haciendo, así que eso fue lo que
hizo. Noventa minutos después, estaba lleno y más a gusto con Kyuhyun de lo que
hubiera pensado posible.
No lo
había acribillado sobre su decisión de convertirse en su pareja, o hablar de
nada serio durante la cena. En su lugar, habló sobre cosas pequeñas, como la forma
en que había encontrado ese lugar tan lejos del camino transitado una noche
cuando su coche se había averiado, y cómo él, y sus amigos, habían hecho un
concurso para encontrar los mejores lugares para comer en el país.
Decía que era el campeón reinante, y Sungmin tenía que estar de
acuerdo.
Pero
una vez que salieron por la puerta del restaurante, su encantadora actitud casi
juguetona cambió de repente. Sus pálidos ojos estaban brillantes y atentos y
maniobró casualmente a Sungmin para ponerse entre él y las tierras de cultivo
abiertas a su alrededor.
Kyuhyun
se acercó lo suficiente como para que él pudiera sentir el calor de su piel
fluyendo entre ellos, la tensión acordonando su musculoso cuerpo. Él tomó una
profunda inspiración por la nariz, como si estuviera olfateando el aire.
—¿Todo bien? —preguntó Sungmin.
La ansiedad le secó la boca, y estaba seguro que todo no estaba
definitivamente bien.
—No
—dijo Kyuhyun mientras lo agarraba por el brazo y lo lanzaba hacia la camioneta,
prácticamente llevándolo para apresurarlo.
Estaba estacionada en el lado opuesto del aparcamiento. La hora
de la cena se había terminado y todos los coches que habían ocupado el
estacionamiento antes se habían ido ahora, dejando el lugar casi desierto. El
fresco aire de la noche de repente se sintió helado contra su piel, y sólo el
calor de los fuertes dedos de Kyuhyun alrededor de su brazo le impedía temblar.
—Creo que podríamos tener visitantes —dijo Kyuhyun con la voz
tensa.
—¿Visitantes?
—Sasaengs.
—¿Tus mascotas están aquí? —soltó él antes de poder detenerse.
Kyuhyun le dio una mirada afilada.
—No son nuestras mascotas, Sungmin. No sé dónde has oído eso,
pero los Sasaengs son cualquier cosa menos amistosos perros leales. Son nuestro
enemigo, y nos matarán si nos encuentra. No puedo arriesgarte así.
¿No podía arriesgarlo? ¿Qué pasaba con él?
Abrió la camioneta y lo empujó sobre el asiento del conductor.
—Toma las llaves —le dijo—. Necesito mantener las manos libres
para pelear.
Le agarró el brazo, el que llevaba la pulsera de cadena de oro,
y cerró los ojos durante un breve segundo. Una caliente chispa de poder se
disparó a través de su muñeca y el brazalete cayó abierto. Lo cogió y se lo
guardó en el bolsillo.
Sungmin le dio un gesto interrogatorio.
—No quiero que te quedes atrapado a mi lado si las cosas se
ponen feas —dijo él.
El miedo se deslizó girando dentro de su vientre, amenazando
con empujar su comida fuera todo el camino.
—¿Feas?
Un espeluznante aullido quebró la noche, silenciando a los
grillos cercanos.
—Hay un mapa en la guantera. En él hay un punto de tinta roja
al noreste de Kansas City. Eso es la
SM. Ve allí. Diles quién eres y te dejarán entrar. Me
encontraré contigo.
—¿Quieres que te deje aquí? —preguntó.
Sentándose alto en la camioneta, tenía una buena vista del
campo de maíz. Altos tallos de maíz se separaron mientras algo grande se
acercaba. Varios algo.
—No puedo dejar a ésta gente aquí a su suerte. Tengo que
quedarme y luchar.
—¿Tu solo?
Él le guiñó un ojo.
—No estás dispuesto a ayudarme, sin embargo desearía como el
infierno que lo hicieras. Vete ahora. No hay más tiempo.
Kyuhyun lo cerró en el interior de la camioneta y sacó una
espada que había sido invisible hacía sólo un momento. Se alejó, hacia el borde
del campo de maíz, su paso seguro y estable.
La mano de Sungmin tanteó la llave, tratando de separar la que
necesitaba del resto. La metió en el encendido al tercer intento, y la
camioneta arrancó fácilmente. Nada que ver con su antiguo Honda.
Lo que quisiera que estuviera allí fuera en el maíz se acercaba
rápidamente, estaba a sólo unos cuarenta y cinco metros de distancia ahora. Kyuhyun
se había movido hasta el borde de los altos tallos, colocándose entre la gente
del restaurante y lo que quisiera que se dirigiera en su dirección. Alzó su
mano preparándose, y se quedó allí, esperando.
Sungmin no quería dejarle allí solo. Dijo que esas cosas no
eran sus mascotas. La forma en que actuaba demostraba que no mentía.
Otro profundo aullido hizo saltar a Sungmin. Un espeso miedo aceitoso
se cerró alrededor de su garganta hasta que sólo pudo respirar entrecortada y
superficialmente.
Tenía que salir de allí. Kyuhyun podría cuidar de sí mismo. No
se habría quedado allí solo si no pudiera. ¿Podría?
Sus pies no podían tocar los pedales, así que se deslizó hacia
delante en el asiento. El primer Sasaeng irrumpió a través del campo, entrando
a la vista.
Era una enorme bestia descomunal, tan ancha como alta. Largos
colmillos estallaban de su mandíbula, chorreando saliva. Tenía un hocico grueso
y cubierto de largas púas de arriba abajo. Su espinosa piel brillaba
húmedamente en la penumbra, y todas esas púas se sacudían a medida que la cosa
posaba sus ojos sobre Kyuhyun.
El cuerpo de Sungmin se agarrotó de terror. Nunca había visto
algo así antes.
Un alto sonido siseante salió de la cosa, y Kyuhyun cayó al
suelo, aplastándose contra la tierra seca. Decenas de púas salieron disparadas
de la piel del monstruo y algunas de ellas se incrustaron en un árbol cercano.
Sólo una fracción de un par de centímetros de las largas púas sobresalía de la
dura corteza.
Sungmin no quería pensar qué le habría sucedido al cuerpo de Kyuhyun
si le hubieran dado. Era duro, pero un infierno mucho más blando que ese árbol.
Antes de tener tiempo siquiera para darle sentido a lo que
estaba viendo, Kyuhyun estaba de nuevo de pie, espada en mano, acercándose al
monstruo. Su espada brilló mientras atacaba, pero Sungmin no lo vio. Un
movimiento más lejos en el campo demandaba su atención.
Había tres cosas más acercándose rápidamente. No sabía si eran
las mismas cosas que la que estaba peleando con Kyuhyun o no, pero estaba
bastante seguro que en realidad no importaba. Cuatro contra uno no era el tipo
de probabilidades contra las que un hombre sobrevivía.
Trató de auto convencerse que no le importaba si sobrevivía. No
lo necesitaba más. Tenía su camioneta, dinero, un mapa, a Leeteuk y su coche en
camino. Tenía todo lo que necesitaba para llegar a la SM y reventarlo. Incluso le había
desencadenado, liberándolo para que huyera sin enfermarse.
¿Por qué había hecho eso? ¿Porque no quería hacerle daño? ¿O
porque sabía que iba a morir?
Sungmin no lo sabía. No comprendía por qué lo había liberado
cuando había estado claro que tenía la intención de aprisionarlo de por vida.
Lo que sabía era, hasta que separara la verdad de las mentiras,
que no podía dejar morir a Kyuhyun.
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