El
hambre retorció el vientre de Seungri. Podía oler su comida cerca, oler el miedo de su presa desde dónde él se
escondía en la oscuridad.
El
callejón donde Sooman había escogido reunirse era un tramo de asfalto sucio y
lleno de huecos en el centro de la ciudad de Kansas, que apestaba a basura
humana y grasientos charcos de lluvia. No era que a Seungri le hiciera falta la
luz. Incluso tan débil como estaba, aún podía ver a través la asfixiante oscuridad,
dónde Sooman lo esperaba.
—Acércate —siseó, sus cuerdas vocales vibrando como un apretado
alambre de púas.
—No hasta que sepa qué quieres de mí —dijo Seungri.
Estaba
demasiado hambriento para los juegos de Sooman, casi tambaleante sobre sus pies
con su necesidad de sangre.
Sooman
empujó a la mujer enfrente de él, sin tener más cuidado con su comodidad de lo
que hubiera tenido con un periódico usado. Ella tropezó, pero el agarre de
hierro de Sooman la mantuvo sobre sus pies.
Era joven, quizá de diez décadas de edad. Tenía el cabello
sucio colgando alrededor de su demacrado rostro, rígido por los enredos. No
sabía qué color habría sido si hubiera estado limpio, pero ahora era de un
aburrido y sucio marrón, cayéndole casi hasta las caderas. Sus brazos y cuello
estaban llenos de furiosas marcas donde otros se habían alimentado de ella sin
siquiera molestarse en curar las heridas. Una cristalina, salvaje mirada
llenaba sus ojos, aunque ella nunca se encontró con la mirada de Connal.
¿Cuánto
tiempo habría sido prisionera de los Sasaengs? ¿Habría conocido alguna vez la
libertad? ¿O había nacido en sus manos?
No era
que a Seungri le importara. Mientras sus venas estuvieran llenas, nada más
importaba.
Se
movió hacia delante, deslizándose por el áspero suelo, esperando que ella lo
mirara sólo por un momento. Eso era todo lo que necesitaba para atraparla,
capturar su mirada.
—Has
hecho bien —dijo Sooman—. El muro que rodeaba la SM se desmoronó como habías dicho que haría.
—Y Sunny
aún permanece con nosotros. Fallaste en capturarla. —Después de las
oportunidades que Seungri les había dado, ese pedazo de fracaso rozaba con su
demasiada escasa paciencia.
Sooman se encogió de hombros y su movimiento sacudió a la
frágil mujer.
—Habrá otras oportunidades. Somos pacientes.
Pero Seungri
no lo era. Necesitaba alimentarse. Necesitaba sentir la sangre de esa mujer
deslizándose por su garganta, llenándole su vientre, bañándolo con su poder.
No iba a llegar a la salida del sol sin
ella, la espera por el necesario permiso de Sooman ya lo estaba volviendo loco
de impaciencia.
—Su guardaespaldas aún está inconsciente.
—Tal
vez deberías ser el que se encargue de él. Aliméntate de él y termina lo que
empezamos.
—No
puedo actuar tan abiertamente. Lo sabes. Si fuera descubierto, no me matarían
simplemente. Tirarían de mi mente en pedazos para encontrar tu identidad.
—Aún no
estoy preparado para que eso suceda —dijo Sooman, como si hubiera considerado
permitir que eso realmente sucediera—. Tengo otra tarea para ti.
—No, no hasta que me dejes tenerla. Tengo que alimentarme.
La mujer se quedó indiferente dentro del agarre de Sooman.
Incluso cuando Seungri habló de beber su sangre, como evidentemente muchos
otros había hecho, ella no mostró ninguna reacción.
Sooman
la empujó bruscamente hacia Seungri, y si no la hubiera atrapado, ella
simplemente se habría desplomado sobre la calle como si fuera basura.
Seungri
quería sentir lástima por ella. Quería ser el tipo de hombre que peleara por
ella y la salvara. Pero no lo era. Estaba demasiado desesperado para eso.
Demasiado hambriento.
Entrelazó
los dedos en su enmarañado pelo, tiró de su cabeza hacia atrás para desnudar su
cuello y mordió profundamente.
Dulce,
el perfecto poder fluía sobre su lengua, haciendo a la bestia hambrienta en su
interior rugir en señal de triunfo. Su pulso latía en sus oídos, contra sus
labios, un constante contraste con el frenético sonido elevándose de su
garganta mientras tragaba.
Su
comida luchó débilmente, pero aún así él la mantuvo, llenándose de ella,
sabiendo que nunca sería suficiente aunque le drenara dejándole seca.
—Suficiente.
—Escuchó el silbido de Sooman, demasiado cerca para su seguridad—. Vas a
lastimar al niño.
—¿Niño?
El
alimento de Seungri fue arrancado de sus brazos, desperdiciando preciosas gotas
de sangre que se derramaron por su cuello y su barbilla. Él limpió el lío con
sus dedos y los lamió.
Sooman
pasó su demasiado largo dedo sobre la herida abierta y su piel se cerró bajo su
toque, deteniendo el fluido.
Seungri se sacudió a sí mismo, tratando de aclarar la bruma de
poder que empañaba sus pensamientos. El poder cortaba a través de su cuerpo,
quemándolo de dentro hacia fuera.
La rabia brotó dentro de su pecho. Quería machacar algo en el
suelo, reducirlo bajos sus pies hasta que no quedara nada. La necesidad de
violencia se retorcía dentro de él, hasta que avanzó hacia la mujer, hacia Sooman.
—Alto —fue todo lo que él dijo.
Y la sola orden, casi un susurro, congeló a Seungri en su
lugar.
Una lenta y constante sonrisa dejó al descubierto los afilados
dientes de Sooman.
—Veo que nuestras transformaciones han funcionado.
—¿Qué transformaciones? ¿Qué has hecho conmigo? —demandó Seungri.
Sooman extendió su mano sobre el vientre de la mujer. Su piel
se extendía sobre sus dedos, dándole articulación extra a cada dedo mortífero.
—Ella lleva a mi hijo. Mi arma. Y tú has bebido su sangre.
Ahora eres mío.
—Estaba haciendo lo que querías. No tenías que recurrir a esto.
—¿No? Podía oler tu simpatía por la mujer a un kilómetro de
distancia. Sólo era cuestión de tiempo antes de que cometieras una imprudencia.
Ahora ya no tendré que preocuparme por eso.
Seungri trató de moverse pero su cuerpo se negó a responder.
Era como si fuera un juguete y sólo Sooman tuviera el control remoto.
—Sólo dime qué quieres y déjame ir.
—Hay algo —dijo Sooman—. Conseguirás una caja de la SM para mí.
—¿Qué hay en la caja?
Sooman sonrío.
—La muerte de los Suju. Ésta pequeña criatura adorable podría
cazar e incapacitar a sus parejas, haciendo que parecieran muertas. Tú podrías
declararlas muertas y traer sus cuerpos a mí.
—Podría ser atrapado y asesinado.
—Entonces no serás de ninguna utilidad para mí y estarías mejor
muerto.
Significaba que Sooman lo mataría. O peor, que se alimentaría
de él.
El pánico se apoderó de Seungri, haciendo que sus palabras
salieran aceleradas y sin aliento.
—Voy a encontrar una manera.
Sooman sonrió abiertamente, mostrando sus afilados dientes.
—Por tu bien, espero que así sea.
Sungmini se sacudió
intentando deshacerse de la sensación de estar drogado que empañaba su cerebro.
Leejoon le había hecho algo. Estaba seguro.
La
cólera brilló resplandeciente en sus entrañas, consumiendo el resto de la
niebla que la infectaba.
Ese
bastardo. Iba a matarle por invadir su mente de esa manera, o al menos le
retorcería sus testículos hasta que deseara estar muerto. Entonces le obligaría
a deshacerlo. Lo que fuera que hubiera hecho.
Salió
apresuradamente del salón y atravesó la puerta principal justo a tiempo de
verle ponerse al volante de su furgoneta y alejarse. Llegó hasta el último
escalón antes de que la misma repugnante e irritante sensación que tuvo con la
pulsera se abalanzara sobre él, haciéndolo patinar para detenerse. Sus
intestinos se retorcieron y se agarró con fuerza su estómago en un esfuerzo de
adivinar dónde rascarse. Nada ayudó.
Derrotado,
Sungmin cerró la puerta y apoyó su cabeza contra el interior de la fría madera.
No era
rival para ese hombre. No tenía poderes mágicos y apenas tenía algún
conocimiento de lo que él era capaz. Había quedado claro como el cristal cuando
Leejoon lo había engañado para que prometiera quedarse allí.
Sólo hasta que Leejoon se fuera, lo cual había hecho ahora.
Podía irse. Al menos creía que podía hacerlo.
Sungmin
miró con atención hacia la ventana, buscando algún signo de que Leejoon
estuviera cerca. Estaba oscuro, pero no vio ningún resplandor de las luces
delanteras en la distancia o una columna de polvo de su pasada sobre las
carreteras de grava.
Se había ido. ¿Podía irse ahora o su promesa todavía lo
mantenía cautivo?
Sungmin
abrió la puerta y dio un paso fuera, preparándose para sentir esa horrible
sensación. No llegó. Dio otro paso y aún no llegó. Estaba a medio camino de la
camioneta y se sentía bien.
Podía irse ahora y ser libre. Las llaves estaban en su
bolsillo. El dinero que Kyuhyun le había dado estaba en su maleta. Podía hacer
que durase mucho tiempo, escondiéndose donde Kyuhyun no pudiera encontrarlo.
Podía derrochar algo en un nuevo tatuaje que cubriese el marcador de sangre que
había retrasado su regreso, y no sería capaz de encontrarlo jamás. Podía
devolver a los Defensores el mapa que revelaba la situación del recinto de los
Centinelas y dejarles a ellos tratar con el salvamento de Leeteuk. El cielo
sabía que estaban mejor equipados para manejar algo como eso de lo que él
estaba.
Pero ¿qué pasaría con Kyuhyun?
Ni siquiera estaba seguro de que sobreviviese a la noche, e
incluso aunque había planeado ser quien lo asesinara justo ayer, algo había
cambiado. No podía dejarle allí para morir. No si había algo que pudiera hacer.
Entonces… ¿qué hacía ahora? ¿Iba a remendarlo otra vez para que
así los Defensores pudieran asesinarlo? ¿Podría él?
Sungmin frotó sus manos sobre su cara con frustración. Si Kyuhyun
fuera como Leejoon, todo ese lío sería mucho más sencillo. Pero no lo era. Él
había sido amable.
Le había dado dinero así podría sobrevivir en su huída. Le
había quitado la pulsera de su muñeca, liberándolo para que pudiera huir con
seguridad sin él. Había salido a enfrentarse a los monstruos antes de dejar que
atacaran a la gente en el restaurante.
Esas no eran las acciones de un perverso asesino. Esas eran las
acciones de un hombre compasivo y protector.
Quizás Kyuhyun era un Centinela que merecía salvarse. Sungmin tenía
que seguir sus instintos y arriesgarse a equivocarse. No sería capaz de vivir
consigo mismo si al menos no intentaba salvarle ahora y así podría averiguar si
mentía.
Por supuesto, nada en el diario de mamá le ayudaba cuando
intentaba tratar con el envenenamiento de monstruos.
Piel desnuda contra piel desnuda.
Probablemente era algún tipo de truco que Leejoon utilizaba
sobre él, tomando ventaja de su ignorancia. Pero ¿con qué propósito? No se
había quedado alrededor para reírse de él cuando cayera en su trampa.
Sungmin volvió a la casa y se quedó de pie cerca de Kyuhyun. Su
cuerpo estaba bañado en sudor; su pecho estaba desnudo excepto por el gran
árbol tatuado. Incluso desde allí, podía ver las ramas bamboleándose a ratos
con el viento de fuera. La herida de su hombro se había cerrado, pero todavía
era una arruga furiosamente roja que estropeaba su suave piel morena.
Incluso con la herida, su cuerpo era hermoso. Tocarle no sería
incómodo.
Él cambió de posición en la cama y un profundo sonido de dolor
brotó desde dentro de sus labios. Estaba sufriendo y él tenía que pararlo.
Piel desnuda contra piel desnuda.
Quizá no fuera una broma, si no una forma de conseguir que
continuara con cualquier perverso plan que ellos tuvieran. Si era así,
probablemente iba a funcionar. La idea de estar parado ahí mientras él sufría
lo volvía enfermo.
Sungmin mojó una tela en el fregadero y fue hacia Kyuhyun. No
estaba seguro de si estaba equivocado con él o no, pero estaba seguro de que no
podía sentarse a observar y no hacer nada.
Se sentó en la esquina de la cama y presionó la tela en su
cara, enjuagando el sudor. Él aspiró un sobresaltado aliento y sus ojos
revolotearon abiertos.
Con una mirada de alivio tan intensa que Sungmin podía sentirle
calentar su piel a través de su cara. Él se estiró hacia arriba con una mano
temblorosa y tocó su mejilla.
—Estás a salvo —suspiró.
SUngmin intentó darle una sonrisa reconfortante.
—Totalmente a salvo. Y así estarás tú una vez que descanses un
poco. Leejoon te curó.
Su mano cayó hacia su pecho como si estuviera demasiado
exhausto para sujetarla arriba.
—Dime que no le diste tu sangre.
—No. La conservo toda.
Sus ojos se cerraron otra vez y dejó salir un largo aliento.
—Bien. Estás a salvo.
Justo entonces, se volvió a dormir, dejando a Sungmin
devanándose. Él no había preguntado si se iba a poner bien. Su única
preocupación había sido para él.
Ese tipo de desinterés no era como ninguna versión de maldad
que alguna vez encontrase. De hecho, incluso la gente buena y decente habría al
menos preguntado por su condición. Pero Kyuhyun no.
Quizá Leeteuk tenía razón y Sungmin había estado equivocado
todos esos años. O quizá su preocupación era alguna clase de acto con la
intención de confundirlo.
Sungmin ya no sabía qué pensar. Estaba cansado de estar
preocupado. Cansado de estar confundido y solo. De una forma u otra, iba a
llegar al fondo de todo eso o morir intentándolo.
Con un profundo aliento para animarse, se tumbó al lado de Kyuhyun
y presionó su cuerpo a lo largo del suyo. Se levantó el frente de la camiseta
para que así su estómago desnudo le tocara de lado, y envolvió sus brazos
alrededor de su pecho.
Un ligero calor se hundió en su piel, dándole la sensación de
absoluta satisfacción. Lo que fuera que tuviera él que hacía a sus entrañas
cantar, estaba funcionando, y estaba contento por el momentáneo desvío de la
realidad.
Su estómago estaba lleno, nadie lo perseguía y tenía a un
espléndido hombre entre sus brazos. En lo que a Sungmin concernía, eso era lo
más cerca del cielo en la tierra que conseguiría estar.
Kyuhyun tomó
conciencia de una necesidad tan intensa que apenas podía respirar.
Su
piel se sentía tirante, quebradiza, como si fuera a desgarrarse si se atrevía a
llenar sus pulmones. Su cuerpo ardía, su sangre latía caliente y fuerte a
través de sus miembros. Su pene pulsaba, doliendo por sentir el deslizamiento
del cuerpo de Sungmin mientras lo llenaba. Sólo él podía aliviarle, pero nunca
lo haría.
Había estado soñando con él otra vez. Sueños calientes,
febriles, que le dejaban estremeciéndose y sudando, en el borde del paraíso,
pero sin alcanzarlo nunca. No podía tocarlo en sus sueños. Se burlaba de él,
moviendo sus caderas y enviándole besos mientras se alejaba. No podía cogerla
incluso aunque supiera que Sungmin corría hacia el peligro.
Le llamaba, pero no salía sonido de sus pulmones, sólo calor,
desesperados alientos de aire caliente que dejaban su pecho rugiendo bajo la
necesidad de más oxígeno.
Kyuhyun frotó sus ojos, intentando librarse de la pesada
somnolencia que le incomodaba. Su codo pasó rozando contra algo suave enroscado
a su alrededor.
SUngmin.
Estaba acurrucado a su lado. No necesitaba abrir los ojos para
saber eso. Podía oler el dulce y fresco aroma de su cuerpo y sentir la suave
almohadilla de su cabello en su pecho. Su piel estaba fría contra la suya,
extrayendo algo del calor que hervía en su interior.
Sus brazos estaban débiles, pero los forzó a curvarse a su alrededor
y sujetarlo más cerca. No podía dejarlo marchar. Jamás.
Sungmin bostezó y se apartó de su cuerpo, quitándole la
refrescante comodidad de su piel. Intentó detenerlo, pero no estaba lo
suficientemente fuerte. El veneno le había dejado desvalido y dolorido.
Sungmin presionó su muñeca en su frente.
—Todavía estás caliente. Déjame traer una aspirina.
—No ayudará.
—Tampoco puede dañar.
—Por favor, sólo vuelve aquí —le dijo a través de sus dientes
apretados.
—Entonces, al menos, déjame ir por un paño frío. No puede ser
saludable para ti estar tan caliente.
Empezó a moverse fuera de la cama, pero Kyuhyun agarró su
muñeca y lo detuvo.
—No. Quédate.
Sungmin frunció le frunció el ceño y entonces dijo:
—Sólo será un segundo.
No podía dejarlo ir, ni siquiera por ese tiempo.
Necesitaba
sentir su piel en la suya. Todo él. Su toque era la única cosa que podía
enfriar su sangre.
Kyuhyun
utilizó un arranque de fuerza para empujarlo sobre la cama, entonces lo
inmovilizó bajo suyo. El esfuerzo le dejó jadeando de agotamiento, pero al
menos lo tenía donde la quería, donde lo necesitaba.
—Suéltame, Kyuhyun. —Su tono era duro y frío.
Él no
escuchó. En lugar de eso, empujó su camiseta hacia arriba sobre su pecho y
presionó su desnudo pecho contra su cuerpo. La forma en que se estaba
retorciendo bajo él, hacía que no estuviera seguro de que se quedase quieto
durante mucho rato.
—Te sientes tan bien —le dijo—. Tu piel es tan fresca y suave.
Presionó su mejilla en la de él y no pudo resistir la necesidad
de deslizar sus manos por los costados. Sintió el delicado contorno de sus
costillas, el estrecho tramo de su cintura, y por último, el gentil
abultamiento de sus caderas que estaban desnudas debido a los vaqueros de
cintura baja. En cualquier lado que tocara, calientes cintas de poder escapaban
de su cuerpo hundiéndose en el de Sungmin. Se sentía tan bien, su cabeza giró y
empezó a sacudirse.
Sungmin todavía estaba debajo de él y su voz estaba llena de
desasosiego.
—¿Qué estás haciendo?
—Sólo necesito tocarte —susurró.
Enterró su nariz en su cuello y llenó sus pulmones con su
aroma. Dulce. Limpio.
Suyo.
Tenía que saborearlo. Sólo un poco.
La
punta de la lengua de Kyuhyun se deslizó fuera, apenas rozando su piel, pero
fue suficiente para llegar a su cabeza. Sabía a salvación y a algo más que no
podía nombrar. Algo poderoso y escurridizo que pertenecía sólo a Sungmin.
Sungmin
tembló bajo él y sus brazos se arrastraron alrededor de su cintura y se
agarraron a su espalda.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Sungmin en un tono
suave, casi temeroso.
¿Le estaba haciendo daño?
Kyuhyun
levantó su cabeza para poder mirar su cara y asegurarse. No creí que
sobreviviera si se alejaba de él, sus brazos se agitaban como locos, pero si le
estuviera haciendo daño, encontraría la forma de alejarse de él.
No vio signos de dolor en su cara. Sus ojos estaban cerrados y
sus labios estaban separados. Su cabeza estaba inclinada hacia un lado, dándole
un mejor acceso a su cuello. Un profundo rubor coloreó su piel de rosa
sonrosado y podía ver su pulso corriendo por su garganta.
—¿Qué sientes? —preguntó él.
—Estás tan caliente. Está... deslizándose dentro de mí y no
puedo detenerlo.
—Se supone que no debes intentarlo —le dijo.
—Pero se siente demasiado bien. Tiene que ser algún tipo de
truco.
—No hay truco. Sólo déjalo ir. —Estaba duro y dolorido, su
erección presionaba dolorosamente contra los límites de su ropa.
Los quería a ambos desnudos, despojados de todas las barreras
que los separaban, así podía tomarlo adecuadamente y darle el tipo de placer
que podría atarlo a él para siempre. Pero no estaba los suficientemente fuerte
aún para impedirle que escapara, y si intentaba desnudarle, su asustadizo
Sungmin definitivamente escaparía.
Cada instante que pasaba tocándolo se hacía más fuerte, aún
cuando lo llevaba más cerca de perder el control. Si pudiera mantenerse
despierto sólo unos minutos más, podría tener todo lo que quería.
Una ola de calor se mezcló con su poder levantándose dentro de
él y arrollándolos a los dos. Sungmin aspiró un estremecido aliento, presionando
su pecho contra el de él. El aliento salió como un gemido de placer bajo y Kyuhyun
casi se corre sólo escuchándolo.
—Eres tan adecuado —le dijo—. Tan suave.
Acarició el borde de su cara, pero sus manos estaban torpes y
tenía miedo de clavarle un dedo en el ojo. En lugar de eso, se decidió a
extender los dedos a través de su suave cabello.
—No debería dejarte hacer esto —dijo Sungmin—. No está bien.
—Su voz ondeaba con incertidumbre.
—Te necesito, Sungmin. —Las palabras estaban todas deformadas.
Estaba quedándose tan dormido que apenas podía soportar lo
suficiente de su peso para no aplastar sus costillas, así que rodó para
quedarse de lado, enfrentados uno al otro, su brazo sujeto con fuerza a su
alrededor.
Sungmin lamió sus labios.
—Necesitas un médico.
—Necesito tu toque.
—Piel desnuda con piel desnuda —susurró—. Eso es lo que Leejoon
dijo.
—Para purgar afuera el calor —se percató él.
—No funciona lo suficientemente rápido.
—Funcionará —dijo Kyuhyun, incluso mientras se sentía a sí
mismo desvanecerse rápido.
Había sido envenenado con anterioridad, y llevaba un tiempo
recobrarse. Eso era todo. Se negaba a morir y dejar a Sungmin solo y
desprotegido.
Apenas podía mantener sus ojos abiertos más tiempo, a pesar de
que amaba la vista de él tan cerca suyo. Podía ver una dispersión de pecas
sobre sus mejillas y la forma en que la piel entre sus cejas se arrugaba cuando
decía algo que no quería escuchar.
—¿Estás seguro? —preguntó, mirándolo finalmente a los ojos.
Era tan hermoso que creyó que su corazón saldría a golpes de su
pecho. Nunca se cansaría de mirarlo, no si tenía la suerte de tenerlo a su lado
durante milenios.
—Sí.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque no voy morir hasta que consiga besarte.
Sungmin vio cerrarse los ojos de Kyuhyun mientras perdía la
batalla contra el sueño. Había pensado que le ayudaría a relajarse el no
tenerle mirándolo como si fuera su salvación, pero no lo hacía. Su cuerpo
estaba tenso, zumbando con alguna clase de extraña energía que no había sentido
nunca antes, como si estuviera inyectándose un Red Bull o algo así.
Le alisó el pelo hacia el costado de su cara, disfrutando de la
sedosa sensación que se deslizaba por sus dedos. Era un hombre tan guapo, de
una forma áspera, oscura, nada parecido al niño bonito de Leejoon. Una barba
incipiente sombreaba su ancha mandíbula, que se apretaba con dolor, incluso
mientras dormía. Sus pálidos dedos brillaban mientras movía la yema de los
dedos sobre su mejilla y a través de sus labios.
Kyuhyun gimió profundamente en su garganta, y el brazo que
tenía envuelto alrededor de él se apretó. Probablemente debería bajarse la
camiseta, pero sentir su cuerpo sobre el suyo era demasiado bueno para
resistirse. Donde quiera que su piel tocara la suya, sentía su calor y su poder
impregnándose en él. Era casi embriagador.
Quizá lo estaba drogando, haciéndolo tolerante a sus planes. Si
era eso, no estaba seguro de que le importara. Nunca se había sentido más vivo.
Más necesitado.
Era algo potente ser necesitado. Había estado solo durante
siete años, deambulando por el país, sólo pensando en sí mismo. Antes de eso,
había estado sólo él y su madre, y Sungmin había sido el que necesitaba.
Pero las cartas habían cambiado y ahora era importante para
alguien más. Crucial. No estaba sólo traqueteando alrededor del país, dejando
los años transcurrir mientras se mantenía escondido y solo.
De hecho, mucha gente lo necesitaba. No sólo Kyuhyun, sino
todos los Defensores que contaban con él.
Para asesinar.
El estómago de Sungmin dio un fuerte empujón de náusea y gateó
fuera de la cama hacia el cuarto de baño. Consiguió llegar al inodoro, pero no
salió nada. Se arrodilló allí, en el frío suelo, intentando no pensar en lo que
había acordado hacer.
Parecía tan buena idea. Una honesta cruzada para matar al
dragón.
Pero ahora el dragón yacía durmiendo en una habitación a sólo
unos pocos pasos, dejando salir gruñidos bajos de dolor porque se había alejado
de él. No era la terrible bestia que creía que sería. Era un hombre, o al menos
se parecía lo suficientemente a uno, que no podía ver efectivamente tantas
diferencias.
La confusión y la indecisión nunca habían sido problema para él
antes. Necesitaba estabilizarse a sí mismo, para recordar qué era importante y
en qué confiaba. Lo que era real.
El diario de mamá. Sungmin necesitaba releerlo, reagrupar y
decidir por sí mismo el camino que elegiría, todo mientras permanecía los
suficientemente cerca de Kyuhyun para aliviar su fiebre, sólo por si acaso él
era lo que parecía.
Con algo de suerte, encontraría alguna pista en esas páginas,
como porqué Kyuhyun no parecía el monstruo que una vez había creído que era. Y
si no...
Si no, entonces Sungmin tendría que asimilarlo y ponerse una
piel más dura. No podía dejar que los Centinelas siguieran asesinando personas
y arruinando sus medios de vida, no importaba lo bien que uno de ellos le
hiciera sentir.
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