Donghae tragó saliva ante la primera sonrisa genuina de
Hyukjae. La sonrisa suavizaba su expresión y lo hacía aún más devastador.
¿Qué demonios estaría pensando para sonreír así?
Por enésima vez, sintió que se le subían los colores al
pensar en su crudo discursito. No lo había hecho a propósito; en realidad no le
gustaba desnudar sus sentimientos ante nadie, especialmente ante un desconocido
Pero había algo fascinante en este hombre. Algo que él percibía de forma perturbadora. Quizás fuese el disimulado dolor que
reflejaban de vez en cuando esos celestiales ojos, cuando lo pillaba con la
guardia baja. O tal vez fuesen sus años como psicólogo, que le impedían tener
un alma atormentada en su casa y no prestarle ayuda.
No lo sabía.
El reloj de pared del recibidor de la escalera, dio la
una.
— ¡Dios mío! —dijo asombrado por la hora—. Tengo que
levantarme a las seis de la mañana.
— ¿Te vas a la cama?, ¿a dormir?
Si el humor de Hyukjae no hubiese sido tan huraño, el
espanto que mostró su rostro habría hecho reír a Donghae de buena gana.
— Tengo que irme.
Él frunció el ceño… ¿Dolorido?
— ¿Te ocurre algo? —preguntó.
Hyukjae negó con la cabeza.
— Bueno, entonces voy a enseñarte el sitio donde vas a
dormir y…
— No tengo sueño.
A Donghae le sobresaltaron sus palabras.
— ¿Qué?
Hyukjae le miró, incapaz de encontrar las palabras
exactas para describirle lo que sentía. Llevaba atrapado tanto tiempo en el
libro, que lo único que quería hacer era correr o saltar. Hacer algo para
celebrar su repentina libertad de movimientos.
No quería irse a la cama. La idea de permanecer tumbado
en la oscuridad un solo minuto más…
Se esforzó por volver a respirar.
— He estado descansando desde 1895 —le explicó—. No estoy
muy seguro de los años que han transcurrido, pero por lo que veo, han debido
ser unos cuantos.
— Estamos en el año 2002 —le informó Donghae—. Has estado
«durmiendo» durante ciento siete años. —No, se corrigió. No había estado
durmiendo.
Hyukjae le había dicho que podía escuchar cualquier
conversación que tuviera lugar cerca del libro; lo que significaba que había
permanecido despierto durante su encierro. Aislado.
Solo.
Él era la primera persona con la que había hablado, o
estado cerca, después de cien años.
Se le hizo un nudo en el estómago al pensar en lo que
debía haber soportado. Aunque la prisión de su timidez nunca había sido
tangible, sabía lo que era escuchar a la gente y no ser parte de ellos.
Permanecer como una simple espectadora.
— Me gustaría poder quedarme despierto —dijo, reprimiendo
un bostezo—. De verdad; pero si no duermo lo suficiente, mi cerebro se
convierte en gelatina y se queda sin batería.
— Te entiendo. Al menos entiendo lo esencial, aunque no
sé que son la gelatina ni la batería.
Donghae todavía percibía su desilusión.
— Puedes ver la televisión.
— ¿Televisión?
Cogió el cuenco vacío y lo limpió antes de regresar con
Hyukjae a la sala de estar. Encendió el televisor y lo enseñó a cambiar los
canales con el mando a distancia.
— Increíble —susurró él mientras hacía zapping por
primera vez.
— Sí, es algo muy útil.
Eso lo mantendría ocupado. Después de todo, los hombres
sólo necesitaban tres cosas para ser felices: comida, sexo y un mando a
distancia. Dos de tres deberían mantenerlo satisfecho un rato.
— Bueno —dijo mientras se dirigía a las escaleras—.
Buenas noches.
Al pasar a su lado, Hyukjae le tocó el brazo. Y, aunque
su roce fue muy ligero, Donghae sintió una descarga eléctrica.
Con el rostro inexpresivo, sus ojos dejaban ver todas las
emociones que lo invadían. Donghae percibió su sufrimiento y su necesidad; pero
sobre todo, captó su soledad.
No quería quedarse solo.
Humedeciéndose los labios, se le habían secado de forma
repentina, dijo algo increíble
—Tengo otro televisor en mi habitación. ¿Por qué no ves
allí lo que quieras, mientras yo duermo?
Hyukjae le dedicó una sonrisa tímida.
Fue tras él mientras subían las escaleras, totalmente
sorprendido por el hecho de que Donghae lo hubiera comprendido sin palabras.
Había tenido en cuenta su necesidad de compañía, sin preocuparse de sus propios
temores.
Eso le hizo sentir algo extraño hacia él. Una rara
sensación en el estómago.
¿Ternura?
No estaba seguro.
Donghae lo llevó hasta una enorme habitación presidida
por una cama con dosel, situada en la pared opuesta a la puerta de entrada.
Enfrente de la cama había una cómoda y, sobre ella, una ¿cómo lo había llamado
Donghae?, ¿televisión?
Observó cómo Hyukjae paseaba por su dormitorio, mirando
las fotografías que había en las paredes y sobre los muebles; fotografías de
sus padres y de sus abuelos, de Judith y él en la facultad, y una del perro que
tuvo cuando era pequeño.
— ¿Vives solo? —le preguntó.
— Sí —dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a
la cama. Su pijama estaba sobre el respaldo. Lo cogió y después miró a Hyukjae
y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus esbeltas caderas. No podía
dejar que se metiera en la cama con él.
Seguro que puedes. No, no puedo.
¿Por favor?
¡Shh! Parte irracional de mí, cállate y déjame pensar.
— Espera aquí —le dijo—. No tardaré nada.
Después de verlo marcharse como una exhalación, Hyukjae
se acercó a los ventanales y apartó las cortinas. Observó las
extrañas cajas metálicas, que debían ser automóviles, mientras pasaban por delante de la casa con
aquel zumbido tan extraño que no cesaba un instante, semejante al ruido del
mar. Las luces iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a las
antorchas que había en su tierra natal.
Qué insólito era este mundo. Extrañamente parecido al
suyo y, aun así, tan diferente.
Intentó asociar los objetos que veía con las palabras que
había escuchado a lo largo de las décadas; palabras que no comprendía. Como
televisión y bombilla.
Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le
gustaban los cambios que percibía, la rapidez con la que las cosas habían
evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo convocaran?
¿Podrían las cosas cambiar mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y si jamás volvían a
invocarlo?
Tragó saliva ante aquella idea. ¿Y si acababa atrapado
durante toda la eternidad? Solo y despierto. Alerta. Sintiendo la opresiva
oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en los pulmones mientras su cuerpo
se desgarraba de dolor.
¿Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O a
hablar con otro ser humano, o a tocar a otra persona?
Esta gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había
escuchado al dueño de la librería hablar sobre ellos con los clientes. Y unos
cuantos le habían dicho que, probablemente, los ordenadores sustituirían un día
a los libros.
¿Qué sería de él entonces?
Por la anchura de sus hombros estaba seguro que su ropa
no le quedaría a Hyukjae asi que fue al cuarto de sus padres, su padre era un
hombre fornido. Donghae se detuvo en la habitación, junto a la puerta de espejo
del vestidor, donde guardó los anillos de boda el día posterior al funeral.
Podía ver el débil resplandor del diamante de medio quilate.
El dolor hizo que se le formara un nudo en la garganta;
luchó contra las lágrimas que pugnaban por brotar de sus ojos.
Con veinticuatro años recién cumplidos en aquella época,
había sido lo suficientemente arrogante como para pensar que era una persona
madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que la vida le pusiera por
delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su vida se derrumbó
La muerte le arrebató todo aquello que una vez tuvo: la
seguridad, la fe, su creencia en la justicia y, sobre todo, el amor sincero de
sus padres y su apoyo emocional.
A pesar de toda su vanidad juvenil, no había estado
preparado para que le arrebataran por completo a toda su familia.
Y, aunque habían pasado cinco años, aún los echaba de
menos. El dolor era muy profundo. El viejo dicho aquél, según el cual era mejor
haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme fraude. No había nada
peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan en un accidente sin
sentido.
Incapaz de enfrentar su ausencia, Donghae había sellado
la habitación tras el funeral, y lo había dejado todo tal y como estaba.
Abrió el cajón donde su padre guardaba los pijamas y
tragó saliva. Nadie había tocado estas cosas desde la tarde que su madre las
dobló y las guardó.
Todavía recordaba la risa de su madre. Las bromas sobre
el conservador estilo de su padre, que siempre elegía pijamas de franela.
Peor aún, recordaba el amor que se profesaban.
Lo que daría él por encontrar la pareja perfecta, como
les había sucedido a ellos. Habían estado casados veinticinco años antes de
morir, y su amor había permanecido intacto desde el día que se conocieron.
Quería ese tipo de amor. Pero por alguna razón, no había
encontrado a un hombre que lo dejase sin aliento. Un hombre que consiguiera que
se le desbocara el corazón y que sus sentidos se tambalearan.
Un hombre sin el cual la vida no tuviese sentido.
— ¡Oh, mamá! —balbuceó, deseando que sus padres no
hubiesen muerto aquella noche.
Deseando…
No sabía qué. Lo único que quería era conseguir algo que
le hiciese pensar en el futuro. Algo que le hiciese feliz; de la misma forma
que su padre había hecho feliz a su madre.
Mordiéndose el labio, Donghae cogió el pantalón de
cuadros azul marino y blanco, y salió corriendo de la habitación
— Aquí tienes —dijo arrojándole la prenda a Hyukjae y
saliendo a toda prisa hacia el cuarto de baño, en mitad del pasillo. No quería
que él fuese testigo de sus lágrimas. No volvería a mostrarse vulnerable
delante de un hombre.
Hyukjae cambió la toalla por los pantalones y se fue tras
Donghae. Había cerrado de un portazo la puerta más cercana a la habitación
donde él se encontraba.
— Donghae —lo llamó mientras abría la puerta con
suavidad.
Se quedó paralizado al verlo llorar. Estaba en mitad de
un cuarto de aseo extraño, con dos lavamanos incrustados en la pared y una
encimera blanca en la cual se apoyaba. Se había tapado la boca con una toalla,
en un intento de sofocar sus desgarradores sollozos.
A pesar de su severa educación y de los dos mil años de
autocontrol, Hyukjae se vio arrastrado por una oleada de compasión. Donghae
lloraba como si alguien le hubiese roto el corazón.
Y eso lo hacía sentirse incómodo. Inseguro.
Apretando los dientes, alejó aquellos insólitos
sentimientos. Si algo había aprendido durante su infancia era a no ahondar en
los problemas de los demás, porque nunca traía nada bueno. No había que cuidar
de nadie más que de uno mismo. Cada vez que había cometido el error de
interesarse por alguien, lo había pagado con creces.
Además, en esta ocasión no había tiempo. Nada de tiempo.
Cuanto menos tuviese que ver con las emociones y la vida
de Donghae, más fácil le resultaría volver a soportar su confinamiento.
Y, entonces, las palabras de Donghae lo golpearon con
fuerza, justo en mitad del pecho. Él lo había definido a la perfección: no era
más que un gato dedicado a conseguir placer y después marcharse.
Se aferró con fuerza al tirador de la puerta. No era un
animal. Él también tenía sentimientos.
O, al menos, solía tenerlos.
Antes de que pudiese reconsiderar sus acciones, entró en
la estancia y lo abrazó. Donghae le rodeó la cintura con los brazos y se apoyó
en él como si se tratara de un salvavidas, mientras enterraba la cara en su
pecho desnudo y sollozaba. Todo su cuerpo temblaba.
Algo muy extraño se abrió paso en el interior de Hyukjae.
Un profundo anhelo que no sabía muy bien como definir
Jamás en su vida había consolado a un joven que lloraba.
Se había acostado con tantas que no podía recordarlo; pero nunca, jamás, había
abrazado a un joven como estaba abrazando a Donghae. Ni después de hacer el
amor. Una vez acababa con su pareja de turno, se levantaba, se limpiaba y
buscaba algo con qué entretenerse hasta que fuese requerido de nuevo.
Incluso antes de la maldición, jamás había demostrado ternura
por nadie. Ni por su esposo.
Como soldado, había sido entrenado desde que tenía uso de
razón para mostrarse feroz, frío y duro.
«Vuelve con tu escudo, o sobre él». Ésas fueron las
palabras de su madrastra el día que lo agarró del pelo y lo echó de su casa
para que comenzara el entrenamiento militar, a la tierna edad de siete años.
Su padre había sido aún peor. Un legendario comandante
espartano que no toleraba muestras de debilidad. Ni de emoción. El tipo se
había encargado, látigo en mano, de que la infancia de Hyukjae llegase a su
fin, enseñándolo a ocultar el dolor. Nadie podía ser testigo de su sufrimiento.
Hasta el día de hoy, aún podía sentir el látigo sobre la
piel desnuda de su espalda, y escuchar el sonido que hacía el cuero al cortar
el aire entre golpe y golpe. Podía ver la burlona mueca de desprecio en el
rostro de su padre.
— Lo siento —murmuró Donghae sobre su hombro,
devolviéndole al presente.
Donghae alzó la cabeza para poder mirarle. Tenía los ojos
grises brillantes por las lágrimas y parecían resquebrajar la capa que recubría
su corazón, congelado desde hacía siglos por necesidad y por obligación.
Incómodo, Hyukjae se alejó de él.
— ¿Te sientes mejor?
Donghae se limpió las lágrimas y se aclaró la garganta.
No sabía por qué había ido Hyukjae tras él, pero había pasado mucho tiempo desde
la última vez que alguien lo consoló mientras lloraba.
— Sí —murmuró—. Gracias.
Él no respondió.
En lugar de ser el hombre tierno que lo abrazaba
instantes antes, había vuelto a ser el Señor Estatua; todo su cuerpo estaba
rígido y no daba muestras de emoción.
Dejando escapar un suspiro iracundo, y pasó a su lado.
— No me habría puesto así si no estuviese tan cansado y
quizás todavía un poco achispado. Necesito dormir
Sabía que Hyukjae iría tras él, así que volvió
resignadamente a su habitación y se metió en la cama de madera de pino,
acurrucándose bajo el grueso edredón. Sintió cómo el colchón se hundía bajo el
peso de Hyukjae un instante después.
Su corazón se aceleró ante la repentina calidez del
cuerpo del hombre junto al suyo. Y la cosa empeoró cuando él se acurrucó a su
espalda y le pasó una larga y musculosa pierna sobre la cintura.
— ¡Hyukjae! —gritó con una nota de advertencia al sentir
su erección contra la cadera—. Creo que sería mejor que te quedaras en tu lado
de la cama, mientras yo me quedo en el mío.
No pareció prestar atención a sus palabras, puesto que
inclinó la cabeza y dejó un pequeño rastro de besos sobre su pelo.
— Pensaba que me habías llamado para aliviar el dolor de
tus partes bajas —le susurró en el oído.
Con el cuerpo al rojo vivo debido a su proximidad, y al
aroma a sándalo que le embotaba la cabeza, Donghae se sonrojó al escucharle
repetir las palabras que le dijera a Judith.
— Mis partes bajas se encuentran en perfecto estado, y
muy felices tal y como están.
— Te prometo que yo conseguiré que estén mucho, mucho más
felices.
¡Oh!, no le cabía la menor duda.
— Si no te comportas, te echaré de la habitación.
Entonces lo miró y vio la incredulidad reflejada en los
ojos.
— No entiendo por qué vas a echarme —le dijo.
— Porque no voy a utilizarte como si fueses un muñeco sin
nombre, que no tiene más razón de ser que servirme. ¿De acuerdo? No quiero
tener ese tipo de intimidad con un hombre al que no conozco.
Con una mirada preocupada, Hyukjae se apartó finalmente
de él y se tumbó en la cama.
Donghae respiró profundamente para intentar que su
acelerado corazón se relajara, y poder apagar el fuego que le hacía hervir la
sangre. Resultaba muy duro decirle que no a este hombre.
¿Crees realmente que vas a ser capaz de dormir con este
tipo a tu lado? ¿Es que tienes una piedra por cerebro?
Cerró los ojos y recitó su aburrida letanía. Tenía que
dormir. No había sitio para los «y si…» ni para los «pero…». Ni tampoco para
Hyukjae
Él colocó las almohadas de modo que le sirvieran de
respaldo, y miró a Donghae. Ésta iba a ser, en su excepcionalmente larga vida,
la primera vez que pasara una noche junto a un joven sin hacerle el amor.
Era inconcebible. Ninguno lo había rechazado antes.
Donghae se dio la vuelta en aquel momento y le dio un
mando a distancia, como el que le había enseñado en la sala. Apretó un botón y
encendió la televisión, después bajó el volumen de la gente que hablaba.
— Esto es para la luz —dijo apretando otro botón. De
inmediato, las luces se apagaron, dejando que fuera el televisor el que
iluminara débilmente las sombras de la habitación—. No me molestan los ruidos,
así es que no creo que me despiertes —le dio el mando a distancia—. Buenas
noches, Hyukjae de Macedonia.
— Buenas noches, Donghae —susurró él, observando cómo su
sedoso cabello se extendía sobre la almohada, mientras se acurrucaba para
dormir.
Dejó el mando a un lado y, durante un buen rato, se
dedicó a mirarlo mientras la luz procedente del televisor parpadeaba sobre los
relajados ángulos de su rostro.
Supo el momento exacto en el que se durmió, por la
uniformidad de su respiración. Sólo entonces se atrevió a tocarlo. Se atrevió a
seguir con la yema de un dedo la suave curva de su pómulo.
Su cuerpo reaccionó con tal violencia que tuvo que
morderse el labio para no soltar una maldición. El fuego se había extendido por
su sangre.
Había conocido numerosos dolores durante toda su vida:
primero el dolor de estómago cuando necesitaba comer, después la sed de amor y
respeto, y por último el dolor exigente de su miembro cuando ansiaba la humedad
resbaladiza del cuerpo de una pareja. Pero jamás, jamás, había experimentado
algo semejante a lo que sentía ahora.
Era un hambre tan voraz, una sensación tan potente, que
amenazaba hasta su cordura.
Sólo podía pensar en separarle los cremosos muslos y
hundirse profundamente en él. En deslizarse dentro y fuera de su cuerpo una y
otra vez, hasta que ambos alcanzaran el clímax al unísono.
Pero eso jamás llegaría a suceder.
Se alejó a una distancia prudente, desde donde no pudiese
oler su suave aroma, ni sentir el calor de su cuerpo bajo el edredón.
Podría proporcionarle placer durante días, sin detenerse,
pero él jamás encontraría la paz
— Maldito seas, Príapo —gruñó. Era el dios que le había
maldecido, hundiéndolo en este miserable destino—. Espero que Hades te esté
dando lo que te mereces.
Una vez aplacada su ira, suspiró y se dio cuenta que las
Parcas y las Furias se estaban encargando de lo propio con él.
Donghae se despertó con una extraña sensación de calidez
y seguridad. Un sentimiento que no había experimentado desde hacía años.
De pronto, sintió un beso muy dulce sobre los párpados,
como si alguien estuviese acariciándolo con los labios. Unas manos fuertes y
cálidas le tocaban el pelo.
¡Hyukjae!
Se incorporó tan rápido que se golpeó con su cabeza.
Hasta sus oídos llegó el gemido de dolor de Hyukjae. Frotándose la frente,
abrió los ojos y vio que él le observaba con el ceño fruncido y obviamente
molesto.
— Lo siento —se disculpó mientras se sentaba—. Me
sobresaltaste.
Hyukjae abrió la boca y se tocó los dientes con el pulgar
para comprobar si el golpe los había aflojado.
Aquello fue peor aún para Donghae, puesto que no pudo
evitar contemplar el roce de su lengua sobre los dientes. Y la visión de esos
blanquísimos dientes, increíblemente rectos, que le gustaría tener
mordisqueándole…
— ¿Qué quieres para desayunar? —le preguntó para alejarse
un poco de sus pensamientos.
La mirada de él descendió hasta su pecho. Antes de que Donghae
pudiera moverse, Hyukjae tiró de él, hasta sentarlo sobre sus muslos y reclamó
sus labios.
Donghae gimió de placer bajo el asalto de su boca,
mientras su lengua le hacía las cosas más escandalosas. La cabeza comenzó a
girarle con la intensidad del beso y con el cálido aliento de Hyukjae
mezclándose con el suyo.
Y pensar que nunca le había gustado besar… ¡Debía estar
loco!
Los brazos de Hyukjae intensificaron su abrazo. Miles de
llamas lamían su cuerpo, encendiéndolo e incitándolo, mientras se agrupaban en
la zona que más le dolía: su entrepierna.
Sus labios lo abandonaron para trazar con la lengua un
rastro hasta su garganta, dibujando húmedos círculos sobre el mentón, el lóbulo
de la oreja y finalmente el cuello.
¡El tipo parecía conocer todas las zonas erógenas del
cuerpo!
Mejor aún, sabía cómo usar las manos y la lengua para
masajearlas hasta obtener el máximo placer.
Exhaló el aire suavemente sobre su oreja y, de inmediato,
un escalofrío le recorrió de arriba a abajo; cuando pasó la lengua por el
lóbulo, todo su cuerpo comenzó a temblar. Un hormigueo le recorrió.
— Hyukjae —gimió, incapaz de reconocer su voz. Su mente
le pedía que se detuviera, pero las palabras se quedaron atravesadas en la
garganta.
Había mucho poder en sus caricias. Mucha magia. Le hacía
ansiar, dolorosamente, mucho más.
Se dio la vuelta con él en brazos y le aprisionó contra
el colchón. Incluso a través del pijama, Donghae percibía su erección, su
miembro duro y ardiente que presionaba sobre la cadera, mientras con las manos
le aferraba las nalgas y respiraba entrecortadamente junto a su oreja.
— Tienes que parar —consiguió decirle al fin con voz
débil.
— ¿Parar qué? —le preguntó—. ¿Esto? —y trazó con la
lengua el laberinto de su oreja.
Donghae siseó de placer. Los escalofríos se sucedían y,
como si se tratase de ascuas al rojo vivo, abrasaban cada centímetro de su
piel—. ¿O esto? —e introdujo una mano bajo la cinturilla elástica de su boxer
para tocarlo donde más lo deseaba.
Donghae se arqueó en respuesta a sus caricias y clavó los
dedos en las sábanas ante la sensación de sus manos entre las piernas. ¡Dios,
este hombre era increíble!
Hyukjae comenzó a acariciar la trémula carne, haciendo
que se consumiera antes de introducirle dos dedos en su entrada.
Mientras rodeaba, acariciaba y atormentaba su interior,
comenzó a masajearle muy suavemente su miembro
— ¡Ooooh! —gimió Donghae, echando la cabeza hacia atrás por
la intensidad del placer.
Se aferró a Hyukjae, mientras él continuaba su implacable
asalto utilizando sus manos y su lengua, dándole placer. Totalmente fuera de
control, Donghae se frotaba de forma desinhibida contra él, ansiando su pasión,
sus caricias.
Hyukjae cerró los ojos y saboreó el olor del cuerpo de
Donghae bajo el suyo; la sensación de sus brazos envolviéndolo. Era suyo. Podía
sentirlo temblar y latir alrededor de su mano, mientras su cuerpo se retorcía
bajo sus caricias.
En cualquier momento llegaría al clímax.
Con ese pensamiento ocupando su mente por completo, le
quitó la pijama e inclinó la cabeza hasta atrapar un duro pezón y succionar
suavemente, deleitándose en la sensación de la rugosa piel bajo su lengua.
No recordaba que un joven supiese tan bien como aquél.
Su sabor se le quedaría grabado a fuego en la mente,
jamás podría olvidarlo.
Y estaba completamente preparado para recibirlo:
ardiente, húmedo y muy estrecho; exactamente como a él le gustaba.
Rasgó de un tirón la pequeña prenda que se ceñía a las
caderas de Donghae, y que le impedía un acceso total a aquel lugar que se moría
por explorar completamente.
Y en toda su profundidad.
Donghae escuchó cómo rompía su boxer, pero no fue capaz
de detenerlo. Su voluntad ya no le pertenecía; había sido engullida por unas
sensaciones tan intensas, que lo único que quería era encontrar alivio.
¡Tenía que conseguirlo!
Alzando los brazos, enterró las manos en el pelo de
Hyukjae, incapaz de permitir que se alejara, aunque sólo fuese por un segundo.
OMG que capitulo mas jsnjaskjsnds estuvo espectacular!!! me gusto que Hyuk insistiera para estar con Hae y creo que ya lo consiguió!!! gracias por el cap esperare el próximo
ResponderEliminarcuídate!!
No que no caias Hae...no que no...
ResponderEliminarPero ya los dos estan perdidos..bueno,al menos hyuk,ya que esta experiemntando sentimientos que le habián suprimido en su tiempo...ahora ver a Hae llorar le hizo sentir un ser humana y no un objeto.
Wooooow....woooooww...esa insistencia de HyukJae me encanta....y el "pobre" de hae que no puede más que dejarse hacer....que dolor.....como sufre hahahaha
Me encantó el capítulo, la historia de los padres de Hae es muy triste, al menos Hyuk estuvo ahí para consolarlo, algo que fue bueno para ambos. Me gusta que Hae comprenda tan bien a Hyuk, que se entiendan sin palabras.
ResponderEliminarYa decía yo que eso de compartir la cama iba terminar así, la fuerza de voluntad de Hae es grande pero no indestructible xD
Gracias por la actu!!
Jdjfjdjsj lo amooo, espero puedan desacer la maldición de Hyukkie y ambos se queden juntos *^*
ResponderEliminar