Unas horas más tarde, Donghae suspiró al abrir la puerta
de su dúplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón
de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa, que decoraba el rincón
adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras él, echando el pestillo. Las
llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros, el
silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las
noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el
correo, leer un libro, llamar a Judith, comprobar el contestador e irse a la
cama.
Judith tenía razón, su vida era una aburrida y escueta
investigación sobre la monotonía.
A los veintinueve años, Donghae estaba muy cansado de su
vida.
¡Demonios!, incluso el incansable buscador de tesoros
nasales comenzaba a parecer atractivo.
Bueno, quizás no. Y menos su nariz, pero seguro que había
alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma
independiente no era tan espantoso. Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a
sus entretenimientos favoritos.
O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba
mientras caminaba por el pasillo que llevaba a su dormitorio. Algún día,
encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la
cama. No tardó nada en cambiarse de ropa. Bajó de nuevo las escaleras para
dejar pasar a Judith.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó
enojada:
— No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
Donghae echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros
y después se fijó en su enorme camiseta de manga corta.
—¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces lo
vio; en la enorme cesta de mimbre que Judith utilizaba para llevar las
compras—. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Judith le
contestó:
— ¿Sabes cuál es tu problema, Hae?
Donghae miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda.
Desafortunadamente, no lo escucharon.
— ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no
arrojo mi gordo cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?
— Que no tienes ni idea de lo encantador que eres en
realidad.
Mientras Donghae se quedaba allí plantado, mudo de
asombro ante el poco frecuente comentario, Judith llevó el libro a la salita de
estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la cesta y se
dirigió a la cocina.
Donghae no se molestó en seguirla. Había encargado una
pizza antes de salir del trabajo, y sabía que Judith estaría buscando unas
copas.
Empujado por un resorte invisible, Donghae se acercó a la
mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave
cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
No crees en esta basura.
Donghae pasó la mano por el cuero y notó que no había
título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las
páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de
pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro
El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar
la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por
la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas
por varias espadas.
Donghae frunció el ceño esforzándose por recordar si
aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego.
Aún más intrigado que antes, pasó unas cuantas páginas y
descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas…
Qué extraño…
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de
un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las
páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista
tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas
parecían mucho más antiguas que la encuadernación…
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó
con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en
claro. Al contrario que Judith, él evitó las clases de lenguas antiguas en la
facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría
superado aquella parte fundamental en su currículum.
— Definitivamente, creo que es griego —dijo sin aliento
cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante.
Increíblemente fascinante.
Cautivado por completo, se preguntó cuánto tiempo se
tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años
dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del
libro y meterse en su casa.
Judith se detuvo en la entrada y observó cómo Donghae
miraba fijamente a Hyukjae. Nunca lo había visto tan extasiado desde que lo
conocía.
Bien.
Quizás Hyukjae pudiese ayudarlo. Cuatro años eran
demasiado tiempo.
Pero Shang había sido un cerdo narcisista y
desconsiderado. Se había comportado de un modo tan cruel con Donghae y con sus
sentimientos, que incluso lo había hecho llorar la noche de su
primera vez.
Y ningún joven o mujer merecía llorar. No cuando estaba
con alguien que había prometido cuidar de él.
Hyukjae sería definitivamente bueno para Donghae. Un mes
con él y olvidaría todo lo referente a Shang. Y, una vez que descubriera lo
bien que sabía el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Shang
para siempre.
Pero, primero, tenía que conseguir que su testarudo
amiguito fuese un poco más obediente.
— ¿Has encargado la pizza? —le preguntó mientras le
ofrecía una copa de vino.
Donghae la cogió con un gesto distraído. Por alguna
razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
— ¿Donghae?
Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.
— ¿Hum?
— Te pillé mirando —bromeó Judith. Donghae se aclaró la
garganta.
— ¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en
blanco y negro.
— Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
— Judith, eres mala.
— Completamente cierto. ¿Más vino?
Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso,
sonó el timbre.
— Yo voy —dijo Judith, colocando el vino en la mesita del
teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta Donghae
llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos
dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en
su subconsciente.
Pero no resultó fácil.
De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba? Era el Rey de Hielo. Ni
siquiera Lee Minho o Song Seunghun despertaban sus deseos. Y a ellos los veía
en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo? ¿En él?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en
un sillón en la otra punta de la sala, a modo desafío personal. Sí. Demostraría
a Judith y al libro que él dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de
chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a más no poder tumbados
en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían Dieciséis velas.
— «Dices que es tu cumpleaños» —comenzó Judith a cantar,
y acto seguido golpeó el suelo como si de unos bongos se tratara— «También es
el mío».
Donghae le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa
tonta al comprobar los efectos del vino.
— ¿Donghae? —dijo Judith burlona—. ¿Estás achispado?
Donghae volvió a reírse.
— Más bien, agradablemente contento. Maravillosamente
contento.
Judith se rió de él.
— Entonces, ¿estás dispuesto a hacer un pequeño
experimento?
— ¡No! —gritó Donghae con énfasis—. No quiero utilizar la
Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o
una runa, te vomitaré encima los pastelitos.
Mordiéndose el labio, Judith cogió el libro y lo abrió. Las
doce menos cinco.
Sostuvo el dibujo para que Donghae lo observara y señaló
aquel increíble cuerpo.
— ¿Qué opinas de él?
Donghae lo miró y sonrió.
— Está para relamerse, ¿verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No
conseguía recordar la última vez que Donghae le había dedicado un cumplido a un
hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su amigo.
— Venga, Hae. Admítelo. Deseas a este bombón.
— Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a
cambio de unas galletas saladas, ¿me dejarías en paz?
— Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu
cama?
Donghae puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre
un cojín.
— ¿A comer sesos de mono a la plancha?
— Ahora soy yo la que va a vomitar.
— No estás prestando atención a la película.
— Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
Donghae alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la
pena discutir con Judith… tenía aquella expresión. No se detendría hasta
salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre ellos en ese mismo
momento.
Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que
sabía que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Judith
funcionaban.
— Vale, si así te sientes mejor, lo haré.
— ¡Sí! —gritó Judith y lo agarró de un brazo para ponerla
en pie—. Necesitamos salir al porche.
— Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo,
ni voy a beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser un niño al que habían dejado
dormir en casa de un amigo, y que acababa de perder en el juego de Verdad o te
atreves, dejó que Judith lo precediera a través de la puerta corredera de
cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los
grillos cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza.
Donghae supuso que era una noche perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo.
— ¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Judith—. ¿Pedir
un deseo a un planeta?
Judith negó con la cabeza y lo colocó en mitad de un rayo
de luna que se colaba entre los árboles y el alero del tejado. Le ofreció el
libro.
— Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.
— ¡Oh, nene! —dijo Donghae con fingido deseo mientras
envolvía amorosamente el libro con sus brazos y lo acercaba a su pecho, como si
de un amante se tratara—. Me pones tan cachondo… No puedo esperar a hundir mis
dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Judith se rió.
— Para. ¡Esto es serio!
— ¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del
porche, el día de mi trigésimo cumpleaños, descalzo, con unos vaqueros a los
que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a
un esclavo sexual griego que está en el más allá —miró a Judith—. Sólo conozco
una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los
brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro
cielo:
— ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme
todas las cosas escandalosas que sepas. Te ordeno que te levantes —dijo,
alzando las cejas.
Judith resopló.
— Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su
nombre tres veces.
Donghae se enderezó.
— Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Judith le lanzó una furiosa
mirada.
— Hyukjae de Macedonia.
— ¡Oh! Lo siento —dijo Donghae volviendo a apretar el
libro sobre el pecho, y cerrando los ojos—. Ven y alivia el dolor que siento en
mis partes bajas, ¡Oh! Gran Hyukjae de Macedonia, Hyukjae de Macedonia, Hyukjae
de Macedonia —se giró para mirar a Judith—. ¿Sabes? Esto es un poco difícil de
pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención.
Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un
apuesto extraño.
Donghae acababa de poner otra vez los ojos en blanco,
cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo los
envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable olor antes
de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el
caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del
patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron.
Arqueando una ceja, Donghae contempló como las plantas se
mecían. Y entonces, el diablillo que había en él cobró vida.
— ¡Oh, Dios mío! —farfulló y señaló a un arbusto del
patio trasero—. ¡Judith, mira allí!
Judith se giró a toda prisa ante el nerviosismo de
Donghae. Un enorme seto se mecía como si hubiese alguien detrás.
— ¿Hyukjae? —le llamó Judith, y dio un paso hacia
delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau
rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzaran el patio como
una exhalación.
— Mira, Nani. Es el señor Don Gato que viene a poner fin
a mi celibato — sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a
la frente, en un simulacro de desmayo—. ¡Oh, ayúdeme Señora de la Luna! ¿Qué
voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido,
antes de que me mate a causa de la alergia.
— Dame ese libro —le espetó Judith quitándoselo de un
tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas—. ¡Joder!, ¿qué he hecho
mal?
Donghae abrió la puerta para que Judith pasara al fresco
interior de la sala.
— No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas
veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un
almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría a que ahora mismo está
partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
— Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que
sea a que hay algo en los primeros párrafos que no puedo interpretar. Debe ser
eso.
Donghae cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más
de paciencia.
Y me llama testarudo, ¡a mí!
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo,
Donghae escuchó la voz de Jinhyuk preguntado por Judith.
— Es para ti —dijo alargándole el auricular. Judith lo
cogió.
— ¿Sí? —se mantuvo en silencio unos minutos. Donghae
podía escuchar la voz nerviosa de Jinhyuk. Por la repentina palidez del rostro
de su amiga, dedujo que algo había pasado.
— Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te
encuentras bien? Vale, te quiero. Voy de camino… no hagas nada hasta que yo
llegue.
Donghae sintió un horrible nudo en el estómago. Una y
otra vez, volvía a ver al policía en la puerta de su dormitorio, y a escuchar
su desapasionada voz: Siento mucho informarle…
— ¿Qué pasa? —preguntó Donghae.
— Jinhyuk se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto
un brazo.
Dejó escapar el aliento más tranquila. Gracias Señor, no
ha sido un accidente de coche.
— ¿Se encuentra bien?
— Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de
guardia que le hizo una radiografía antes de que se marcharan. Me dijo que no
me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
— ¿Quieres que te lleve en mi coche?
Judith negó con la cabeza.
— No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos.
Además, estoy segura de que no es nada serio. Pero ya sabes lo aprensiva que
soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te llamaré mañana por
la mañana.
—Vale. Avísame si es grave.
Judith cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a
mitad de camino y le alargó el libro a Donghae.
— ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos
días te ayudará a reírte a carcajadas cada vez que te acuerdes de lo idiota que
soy.
— No eres idiota. Simplemente, un poco excéntrica.
— Eso es lo que decían de la esposa de Lincoln. Hasta que
la encerraron.
Donghae cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó
como Judith caminaba hacia su coche.
— Ten cuidado —gritó desde la puerta—. Y gracias por el
regalo, y por lo que esté por venir.
Judith le dijo adiós con la mano antes de subirse a su
Jeep Cherokee de color rojo brillante y alejarse.
Con un suspiro de cansancio, Donghae cerró la puerta,
echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.
— No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.
Donghae se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna
vez Judith con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al
fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un repentino fogonazo.
Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
— ¿Qué dem…?
Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al
principio no vio nada. Pero según se acercaba a la puerta, percibió una
presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina.
Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura
alta, de pie delante del sofá. Era un hombre. Un hombre muy apuesto.
¡Un hombre desnudo!
Gracias por esta nueva adaptacion me acabo de leer los 2 capitulos!!!! me encantaron!! me daba gracia que Hae no creyera en esas cosas!!! pero ohhh esclavo sexual ya esta en su sala me encantaria seguir leyendo mas de esta historia gracias por el mp
ResponderEliminarcuidate
:Ooo muero ame la historias quiero masas porfis porfis porfis :33 perdón por no comentar las otras adaptación es pero realmente el trabajo me absorbe y no me deja energía ni para comer x.x graciaaas ame los capital y esperare los siguiebteees :333
ResponderEliminarMe morí de risa con todas las locura que dijo Hae mientras le seguí la corriente a su amiga Judith, mi parte preferida fue la de "Don gato que le va a poner fin a su celibato" xD Pobre Judith si no se hubiese ido tal vez hubiera visto que era cierto.
ResponderEliminarAhora Hae se encuentra con un muy desnudo HyukJae, se va a morir del susto xD
Nos leemos en el siguiente cap. Bye