El dolor le
atenazaba el pecho, destrozándole lo poco que le quedaba de corazón. Escucharía
lo que tuviera que decir ese joven por Hyukjae.
Después se marcharía. No era
capaz de aguantar semejante recordatorio de todo lo que había perdido.
Los siguió al
salón, donde los sofás de cuero que Sulli le había ayudado a escoger formaban
una ele. El joven estaba en el centro de la estancia, con la vista clavada en
los rascacielos de Seúl, pero al cabo de unos segundos se volvió para examinar
la habitación. No sabía qué estaba mirando, ni lo que buscaba, pero cuando se
dio cuenta de que miraba las fotografías de Sulli, de Hyukjae y de Jungwoo, su
paciencia se agotó.
Sulli le dio un
tirón del brazo y le susurró:
—Papi...
Pero no le
prestó atención.
—Dígame por qué
ha venido, señor... ¿Cómo ha dicho que se llama?
Él dio un
respingo y se volvió hacia él, y a juzgar por cómo abrió los ojos, Siwon supo
que la estupefacción había desaparecido de su cara, reemplazada por el hielo
que sentía en su interior. Un hielo que había erigido a lo largo de los años
para poder sobrevivir.