Seungri llegaba al lugar del encuentro con
diez minutos de retraso. Ya que había perdido tiempo, gracias al ínfimo rasguño
en la mano de Wook.
Si no lograra llegar pronto, temía que su comida ya no le
estuviera esperando.
Se lanzó hacia la puerta del edificio vacío.
La abrió fácilmente, y el olor de la porquería le asaltó la nariz. Permitió que
un chorrito de poder le ayudara con la visión, forzando a la oscuridad a
disiparse.
Esposada a una tubería de metal que sobresalía
de la pared, estaba la mujer de quien él había estado alimentándose durante
meses. Delante de ella estaba un trío de guardias Sasaeng.
El guardia de delante pestañeó con extraños
ojos laterales, entonces se salió del camino de Seungri, la señal de que podría
acudir a la mujer para alimentarse.
El hambre le ardió dentro del vientre,
arañándole la mente hasta el punto de que ningún otro pensamiento fue posible.
La distracción no deseada que Yesung había causado esta noche había sido casi
más de lo que podía tolerar.
Tenía permitido alimentarse sólo una vez al
mes, y Seungri no tenía duda de que Sooman podría retener la sangre de la mujer
si hacía cualquier cosa que le desagradara al señor Sasaeng.
—¿Dónde está Sooman? —Le preguntó al guardia.
El cuello de la cosa se retorció alrededor de
ciento ochenta grados y siseó hacia la mujer. Claramente, el habla estaba más
allá de su capacidad.
Seungri dejó escapar un suspiro aliviado. Al
menos no recibiría instrucciones para hacerle al bastardo algunos favores esta
noche. Normalmente, la comida no venía gratis, y tan hambriento como estaba Seungri,
comenzaba a temer estas reuniones casi lo suficiente como para negarse a
aparecer. Casi.
Mientras se acercaba a la mujer, ella se
encogió alejándose de él, apretándose contra la pared. Una punzada de compasión
apretó el corazón de Seungri, pero no había nada que pudiera hacer por ella.
Aun si hubiera querido ponerla en libertad, la sangre del niño Sasaeng que ella
una vez había llevado
‑la sangre que había consumido cuando se alimentó de ella
el pasado verano‑ ahora le impedía actuar contra Sooman de cualquier modo. Él
era tanto un esclavo para los antojos de Sooman como lo era ella.
En algún momento durante el otoño, ella había
perdido al niño. Seungri casi le preguntó lo que sucedió, pero recapacitó.
Estaba para alimentarle, no para conversar.
Agarró su pelo y movió hacia atrás su cabeza.
Su pelo largo cayó hacia atrás sobre su hombro. Sólo entonces vio la nota que
había sido prendida a su camisa.
Eso en cuanto a eludir los antojos de Sooman.
Seungri arrancó la nota para leerla más tarde
y hundió los dientes en el cuello de la mujer. Un quejido lastimoso se levantó
de ella, pero lo ignoró. El sabor de su sangre fluyendo sobre la lengua era
demasiado intoxicante y consumidor. Todos los demás pensamientos se
extinguieron mientras su poder le llenaba y le sanaba.
La fuerza y el calor le inundaron las
extremidades mientras continuaba bebiendo de ella.
Sintió su pulso debilitarse, pero no le
importó.
—Por favor —susurró ella, hablándole por
primera vez—. Máteme.
El impacto estremeció a Seungri mientras se
daba cuenta de que estaba haciendo precisamente eso. Antes de que fuera muy
tarde, permitió que su carne se cerrara y arrancó la boca de su cuello.
—Por favor —dijo con voz tensa, como si
hubiera pasado mucho tiempo desde que la había usado—. Quiero morir.
Seungri la soltó y tropezó hacia atrás. Sabía
lo que le haría Sooman si la mataba. Sufriría durante mucho tiempo antes de que
él encontrara cualquier paz en la muerte.
—No puedo. No lo haré —le dijo.
Ella tragó y repentinamente esa congelada
mirada muerta volvió de nuevo a sus ojos, como si se hubiera ido hacia algún
otro lugar.
Todavía tenía la nota de Sooman arrugada en el
puño. La alisó y leyó el garabateado texto. “Activa a Shan”, era todo lo que
decía, pero eso fue suficiente. Seungri sabía lo que quería Sooman que hiciera.
Un chico de diecisiete años probablemente iba
a morir por culpa de Seungri, y no había nada que pudiera hacer para detener
eso.
Todo había salido tan mal. Lo que había
comenzado como una forma de aliviar el hambre se había convertido en algo mucho
peor de lo que alguna vez pudo haberse imaginado. Era el títere de Sooman. Su
herramienta. No sólo estaba ayudando al enemigo; hacía algo que nunca habría
pensado posible.
Estaba hiriendo a inocentes.
Seungri miró a la mujer frente a él. La vida
para ella era una serie de horribles pesadillas. A menos que hiciera algo.
¿Pero qué? Algo más que pensar en rehusar el alimentarse de ella otra vez.
Sabía que sin duda alguna lo haría. El hambre era demasiado fuerte para
resistirla, el poder de su sangre demasiado intoxicante.
La única manera en que dejaría de alimentarse
de ella era si dejara de estar disponible. A menos que muriera o se escapara,
su agarre sobre él permanecería.
Un siseo de advertencia llegó desde atrás
suyo. Los guardias se estaban agitando.
Se dio la vuelta e imbuyó a sus palabras una
porción de poder que él había quitado de ella.
—No he terminado.
El guardia se acobardó, inclinando la cabeza
en un movimiento sinuoso.
No podría actuar directamente, pero tal vez
podría darle a la mujer la información que necesitaba para ayudarse a sí misma.
Valía la pena intentarlo.
Recogió su cuerpo entre los brazos, inclinando
la cabeza sobre ella como si se alimentara de ella otra vez. Podía oler temor,
y por primera vez, le dio náuseas.
—Escúchame —le dijo—. Tu sangre es la llave
para tu escapada. ¿Me oyes?
La mujer permaneció floja y apática en los
brazos. Le dio una sacudida, haciendo que su cabeza colgara hacia atrás sobre
su cuello. Sus ojos en blanco se quedaron con la mirada fija sobre él.
Intentó usar algo del poder que había obtenido
de ella para hacerla regresar a la realidad, pero cuando trató de alcanzarla,
golpeó una pared. Aparentemente, tocar su mente para explicarle cómo escapar
era uno de los límites que no podría cruzar.
—Necesitas recordar lo que digo, mujer. Mi
gente puede rastrear tu sangre. No son todos como yo. Algunos de ellos son…
buenos.
El hecho de que no fuera uno de los buenos fue
difícil de admitir, aun para sí mismo, pero conoció el timbre de verdad cuando
lo oyó.
—Uno de ellos te puede encontrar —susurró—.
Sálvate.
Y entonces uno de los guardias le dio con su
grueso brazo, alejándole de un golpe.
Seungri golpeó la pared y se impulsó
afianzando los pies. Alzó las manos y le dijo al guardia:
—He terminado ahora. Saldré.
La cabeza del guardia osciló de arriba abajo
en aceptación, pero sus garras estaban desnudas, listo para abalanzarse sobre Seungri
si hacía un movimiento equivocado.
Con una última mirada a la mujer colgando de
la tubería, se dio la vuelta y salió. No hubo una sola señal de reconocimiento
en sus ojos. Estaban tan muertos como los cadáveres que yacían en la
habitación.
Wook fue recibido por una fila de rostros
enojados cuando regresó a la SM. Todos lo estaban esperando en la entrada de la
sala principal.
Heechul tomó la delantera.
Su oscuro pelo corto estaba lleno de polvo, y
sus ojos inyectados en sangre, como cuando había estado canalizando demasiado
del poder de Siwon. Al parecer, ambos habían conseguido regresar de acabar con
una juerga de matanza Sasaeng y aún no se habían molestado en limpiarse.
Si Heechul descubría que había sacado el
hueso, se lo quitaría y lo llevaría de vuelta a la tumba de un extraño. Wook no
podía dejar que eso sucediera.
—¿Dónde has estado? —preguntó Heechul, el tono
de voz con un filo de rabia controlada.
Wook agarró el hueso más fuerte. Todavía tenía
la chaqueta de Yesung, la cual escondía su tesoro.
—Yo sólo quería salir un rato. Conducir y dar
una vuelta.
—¿Conducir? —preguntó Heechul. Dio un paso
adelante. Era algo más alto que él, al menos con esas botas, y parecía que se
cernía sobre Wook—. Tú no tienes licencia. ¿Cómo puedes saber siquiera cómo
conducir?
—Televisión —dijo Wook, en lugar de decir a Heechul
la verdad. Parecía que a Yesung le había asustado su método para aprender las
cosas, así que lo mejor era conservar ese bocado para sí misma.
Heechul dejó escapar un corto y frustrado
suspiro.
—He captado que te sientas mejor, y no puedo
decirte cuánto me alegro de ello, pero no puedes irte a correr fuera así sin
avisar a alguien. Nos asustas.
Wook miró hacia la línea de personas. Siwon
estaba allí, por supuesto ‑todo alto y apuesto. Él nunca se alejaba del lado de
Heechul si podía evitarlo. Y Shindong estaba allí, también. Parecía más cansado
de lo normal, lo que le decía algo. Sus hombros se hundían bajo el peso del
liderazgo, y sus ojos estaban ribeteados con la fatiga.
Como líder Suju, era su trabajo agregarse a la
reprimenda.
También había dos hombres que no reconoció.
Uno tenía la piel y los ojos oscuros, y una quietud silenciosa alrededor de él.
Parecía desvanecerse en las sombra al contrario que el otro hombre más pálido y
delgado. Los dos llevaban las bandas luminosas alrededor del cuello y anillos a
juego en los dedos, lo que le dijeron que también eran Suju ‑probablemente
estaban ahí para tocarlo y ver si hacía bailar los colores de sus anillos.
La sola idea fue suficiente para ponerle la
piel de gallina. Las ampollas que le provocaron el último grupo que quisieron
ver si era "el única" acababan de terminar de curarse. No tenía ganas
de otra ronda de tortura.
Todo lo que quería hacer era entregarle el
hueso a Kevin y que le dijeran lo que ya sabía: Que no pertenecían a Henry. La
forma más rápida de lograr que eso sucediera era seguir la corriente. Wook se
miró los zapatos sucios, con la esperanza de parecer arrepentido.
—Lo siento, Heechul. No tenía la intención de
preocuparte.
Heechul suspiró, liberando el enojo.
—Sé que no, cariño. Vamos a darte un baño.
Wook se encogió ante el cariño infantil de su
hermano, pero se negó a hacer público el tema delante de toda esa gente. Heechul
había cuidado de él durante años. Que abandonara esos hábitos de la noche a la
mañana, no era algo que Wook pudiera esperar. Sin embargo, tuvo que oponerse
para que su hermano no le pisoteara los deseos con esas botas de suela dura que
usaba.
—No necesito ninguna ayuda para ducharme o
cambiarme de ropa.
—Pareces a punto de caer.
—Estoy bien. Por favor, déjame hacerlo solo.
Soy un adulto, ya sabes.
Siwon dio un paso adelante y puso su grueso
brazo alrededor de la cintura de Heechul.
—Yo lo veo bien, solo un poco sucio. Podemos
examinarlo más tarde, ¿de acuerdo?
—¿Estás seguro? —preguntó Heechul a Wook—. No
me importa ayudarte.
—Estoy seguro. Voy a asearme, luego me reuniré
con quien quieras para el servicio de ampollas.
Shindong se puso rígido ante eso. Detrás de
él, los extraños hombres compartieron algún tipo de secreto, una silenciosa
comunicación.
Shindong se pasó una mano por el pelo.
—Mira, Wook, si no estás preparado para
enfrentarte a los hombres, haré que esperen un día más.
Wook negó con la cabeza.
—Prefiero acabar con esto de una vez. Sólo
dame una hora, ¿de acuerdo? —estaba seguro de que tendría tiempo suficiente
para lavarse el lodo, darle el hueso a uno de los Zea, y estar de vuelta antes
de que nadie supiera lo que estaba haciendo.
—Bien —dijo Heechul—. Pero si me necesitas,
llámame, ¿de acuerdo? Vamos a terminar aquí con Shindong, y luego iré a la
habitación a ayudarte si lo necesitas, antes de que tengamos que marcharnos.
Wook asintió. Realmente necesitaba su propio
lugar, pero ahora no parecía el mejor momento para tocar el tema. Había ganado
una batalla, y era más de lo que podía esperar en un día. Además, si
Heechul se
iba de nuevo hoy, su mangoneo no duraría mucho tiempo.
Shindong, Siwon, y Heechul se volvieron, pero
uno de los extraños se quedó, mirándolo. Tenía el cabello claro rasurado,
mostrando sólo una incipiente pulgada. Tenía una mirada hambrienta en su rostro
‑una que había visto demasiadas veces en los últimos meses para no reconocerla.
Sentía dolor y pensaba que él podía hacer que se detuviera.
Wook calló mientras un miedo familiar se
deslizaba a través de él. Quiso correr, pero los músculos habían tomado medidas
drásticas, manteniéndolo inmóvil. El tiempo se ralentizó.
Trató de respirar a través del miedo, pero no
sirvió de nada. La mano del Suju se fue extendiendo, llegando a él.
Un alto y lastimero sonido se deslizó de la
boca de Wook.
El hombre al lado de él ‑el segundo extraño‑
vio lo que estaba ocurriendo y sujetó el brazo del otro hombre con un férreo
control.
—Todavía no. Ya has oído lo que ha dicho Shindong
Ante el sonido de su nombre, Shindong se
detuvo y se dio la vuelta, junto con Siwon y Heechul.
—¡No! —gritó su hermano—. Lo estás asustando.
El gran cuerpo de Shindong se lanzó a través
del aire y se estrelló contra ambos hombres, golpeándose ambos contra la pared.
Cayeron en un montón de gruesos brazos y piernas.
Wook dominó duramente el miedo y luchó lo
suficiente para huir. Se volvió para correr, pero había olvidado el hueso por
completo. Se cayó del abrigo con un estrépito sobre la dura baldosa. El pequeño
hueso de una pierna infantil estaba allí, pálido y sombrío contra el brillante
suelo.
Los ojos de Heechul se concentraron en el
hueso, ampliándose ante el estado de conmoción y repulsión.
—¿Cómo pudiste? —susurró—. ¿Cómo pudiste
profanar la tumba de Henry?
Wook sabía que nada de lo que pudiera decir
haría que su hermano lo perdonara. Habían discutido sobre esto muchas veces para
contarlas. Heechul sabía que había enterrado a su hermano pequeño.
Wook sabía
que todavía estaba vivo. No había lugar para ponerse de acuerdo en esto.
Ninguno.
—Siento que hayas tenido que ver esto —dijo Wook.
Se inclinó, recogió el hueso, lo ocultó de la vista, y se alejó. No había
palabras que aliviar el dolor, la pena y la culpa que se propagaron en los ojos
de Heechul.
Nada, salvo probar que Henry estaba vivo.
Heechul se mordió el labio para evitar que
brotaran las lágrimas que le quemaban los ojos. No iba a llorar delante de
extraños.
Había pensado que Wook estaba mejorando. Él
había empezado a comer otra vez. Había aumentado de peso. Los episodios de
mareos y debilidad se habían alejado más y más. Incluso estaba empujando los
límites que Heechul había impuesto, una señal segura de que estaba sano, más
fuerte.
Al menos, eso era lo que había pensado Heechul.
El hecho de que Wook hubiera desenterrado los
huesos de su hermano muerto, demostraba lo equivocado que había estado.
—Él realmente está loco —dijo Heechul.
El fuerte brazo de Siwon lo rodeo, y se
inclinó hacia él, aceptando el consuelo que le ofrecía. La apartó de los demás
y le cubrió con el cuerpo para permitirles un poco de privacidad.
—Sólo han pasado unos pocos meses. Tienes que
darle tiempo. Déjalo seguir este curso si lo necesita.
Una ola de repulsión hizo temblar a Heechul.
—Se está llevando los huesos de nuestra
hermano muerto. Es repugnante.
—Lo sé, pero si es la única manera de que
renuncié a su ilusión, entonces vale la pena, ¿no? ¿De verdad crees que Henry
no le concedería a Wook la prueba que necesita para sanar?
—No. Henry habría dado cualquier cosa por Wook.
Era generoso y cariñoso sin medida. Pero eso no es excusa para esto. Le dije
que no podía hacerlo. Le dije que no era justo para Henry después de casi nueve
años de yacer en aquella cueva, los restos de nuestro hermano ya no están
seguros en el cementerio, al lado de mamá.
—Ya sabemos que Wook va a llevar los huesos de
Henry a uno de los Zea para ver si pueden identificarlos. Voy a hablar con Kevin
y asegurarme de que entiende la situación. Estoy seguro de que va a tratar esto
con el mayor cuidado y respeto posible.
Heechul se enfermó con el pensamiento, pero
¿qué podía hacer? El sabía que si tomaba el hueso y lo enterraba, Wook
simplemente escaparía de nuevo para sustraerlo. Y la próxima vez, tal vez no
volvería en una sola pieza.
Tenía que dejar que esto sucediera, no
importaba lo mucho que le molestara. Tan repugnante como era, al diablo si
enterraba a otro hermano.
—Muy bien. Habla con Kevin. Dile que se dé
prisa. Quiero que Henry descanse en paz. El al menos merece eso.
El pelo de Wook aún estaba húmedo por la ducha
cuando llamó a la puerta de Kevin. Le oyó arrastrar los pies en el interior de
su apartamento, pero le tomó mucho tiempo abrir la puerta.
La puerta de Kevin se abrió en una rendija. Él
estaba sin camisa, llevando sólo un par de pantalones sueltos de algodón.
—¿Puedo pasar? —le preguntó.
Kevin abrió la puerta y l dejó entrar. Miró
hacia el vestíbulo, controlando ambos sentidos antes de cerrar la puerta.
—¿Has venido aquí solo?
—¿Es eso un problema?
La luz del pasillo se derramaba en la
oscuridad de su habitación. Cayó sobre su pecho, sombreando la protuberancia de
los músculos y huesos en el torso. Era como un modelo. Era bastante hermoso. Se
movía con una gracia casi hipnótica, y sus ojos le hacían querer mirarle, pero
él no le provocaba nada por dentro. No lo hacía sentir entero, seguro o
caliente.
No era Yesung.
Kevin cerró la puerta y se giró hacia las
luces. Tuvo que tantear alrededor buscando el interruptor, como si rara vez lo
utilizara.
—Siwon me llamó y me dijo que vendrías, pero
tu hermano podría matarme si supiera que estás aquí a solas conmigo.
—¿Por qué? No vas a hacerme daño —Wook observó
la habitación. Pesadas cortinas colgaban en las ventanas, bloqueando la luz del
sol. Por lo menos hacía calor aquí. Tenía que estar a unos veintisiete grados,
lo que estaba muy bien para Wook.
—Ojala el resto de su clase viera las cosas de
la misma manera —Kevin trasladó una pila de libros para que él pudiera sentarse
en el sofá—. Siwon me dijo por lo que estás aquí, pero quiero escuchar tu
versión de las cosas.
Wook sacó una toalla blanca gruesa de la bolsa
de deporte que llevaba al hombro y la desenvolvió.
—Necesito saber si este hueso podría haber
sido de mi hermano o no. Necesito una prueba para mostrar a Heechul y que así
finalmente me crea.
—Me suena como si ya conocieras la respuesta a
tu pregunta.
—Lo hago. Heechul no. ¿Puedes hacerlo? ¿Me
puedes decir la verdad?
Kevin miró el hueso, luego volvió a Wook.
—Puedo hacerlo. Pero no sin algo a cambio.
—Te daré mi sangre —ofreció Wook. Odiaba la
idea de dejar que él lo mordiera, pero si eso era lo que tenía que hacer para
mostrar a Heechul la verdad, lo haría.
Kevin negó con la cabeza.
—Eso no va a funcionar. Tomé un poco de tu
sangre una vez. No me sentó bien.
—Entonces, ¿qué? ¿Qué quieres?
Una luz plateada brilló en el interior de los
ojos de Kevin por un breve segundo antes de que se hubiera ido.
—Yesung. Su sangre es poderosa. Obtén su
consentimiento y te daré lo que me pides.
La decepción empujó el aire de los pulmones.
—Él no hará eso por mí. No le gustó mucho.
—Creo que te sorprenderías al ver lo
equivocado que estás.
Wook se acercó a Kevin, queriendo saber lo que
sabía. Si le tocaba, podría tener una idea de lo que había en el interior de su
cabeza, pero antes de que los dedos entraran en contacto, él se apartó y se
puso fuera de alcance.
—No, no —le reprendió—. He tenido suficiente
de ti dentro de mí para toda la vida. No sé cómo puedes vivir con el caos en tu
mente, pero después de una sola gota de sangre que tomé de ti, sé sin lugar a
dudas que yo no puedo.
—Lo siento. No me di cuenta.
Kevin le dedicó una sonrisa cansada.
—Ve, ahora. Habla con Yesung. Si él está de
acuerdo en alimentarme, tendrás tu respuesta. Hasta entonces, tengo que
descansar. La luz del día me agota.
Wook envolvió el hueso de nuevo y lo dejó
asentado en el sofá de Kevin. Estaría más seguro aquí que en la habitación de Wook,
ya que era menos probable que Heechul se lo quitara a Kevin.
Se fue y caminó firmemente hacia el recodo del
pasillo que conducía hacia la habitación de Yesung, con la esperanza de que
hubiera regresado a casa, aunque fuera simplemente para vigilarle. Podría
haberle encontrado con los ojos vendados. Había una energía oscura en él ‑una
retorcida desesperación con la que él luchaba con cada latido de su corazón.
Era fuerte, y no concebía cómo podía luchar día tras día, pero lo hacía.
Su lucha se había vuelto más difícil desde que
lo había visto meses atrás. El dolor palpitante en su interior era peor. Si se
concentraba, podía oír los gritos silenciosos procedentes de su alma
marchitándose, día a día.
Quería salvarle, pero aún no había descubierto
cómo. Si tan sólo le dejara acercarse lo suficiente, pasar el suficiente tiempo
tocándole, estaba seguro de poder resolver el rompecabezas, pero, por supuesto,
eso no sucedería. Había estado huyendo de él durante meses, evitándolo.
No por mucho. Incluso si él lo intentara, no
iba a dejarle salirse con la suya esta vez. Henry necesitaba que él le diera su
sangre a Kevin, y Wook no fracasaría.
Casi había llegado a su puerta cuando vio a Shindong
y a los dos extraños que había visto antes, girando la esquina.
—Pensé que te encontraría aquí. Dijiste que
ibas a reunirte con nosotros —dijo Shindong.
—Tenía algo que hacer primero.
—¿Estás listo ahora?
No. No lo estaba. Odiaba dejar que estos
hombres lo tocaran. Odiaba ver el dolor, el horror y la decepción en sus
rostros. Algunos de ellos habían escapado, como si sintieran miedo de lo que él
tenía en el interior. Otros simplemente habían retrocedido pálidos y se
alejaron tranquilamente, preservando su orgullo. Uno de ellos realmente había
caído a sus pies.
Wook no sabía lo que había en él que les disgustaba
‑tal vez era lo mismo que hacía que un Zea hambriento rechazara su oferta de
sangre. Lo que si sabía era que cuando estos hombres esperanzados ponían las
manos sobre él, lo dejaban con moretones o ampollas que tardaban días en sanar,
y pasaba a ser el bebe de Heechul durante mucho tiempo.
No tenía tiempo para eso. Tan pronto como Kevin
le dijera a Heechul la verdad sobre Henry, Wook necesitaría estar íntegro y lo
suficientemente sano como para ir a buscarlo. No iba a quedarse atrás en esta
ocasión ‑notándose demasiado frágil y delicado para rescatar a su hermanito.
Wook miró a cada hombre.
—No quiero hacer esto.
Uno de los Suju le dirigió una sonrisa
tranquilizadora. Tenía un acento que no podía identificar.
—No vamos a forzarte, pero Shindong nos ha
dicho que tu mente está rota. Tal vez podamos ayudar.
Wook odiaba que hubieran hablado de él. Lo
hacía sentir como un niño de quien su salud mental era discutida por perfectos
extraños.
—No puedes. Si pudieras, yo lo sabría.
—Por favor, vamos a intentarlo.
¿Cuántas veces había oído eso? Demasiados
durante los últimos meses para contabilizarlas. Siempre estaban equivocados y
nunca aprendían de los errores de los que habían ido antes.
Wook dejó escapar un suspiro de frustración y
extendió el brazo izquierdo.
—Muy bien. Sólo date prisa. Tengo cosas que
hacer.
Shindong se movió, poniéndose entre él y los
extranjeros.
—¿Estás seguro, Wook? Te ves cansado. Puede
esperar hasta que hayas dormido.
Parte de él quería posponerlo, pero sabía que
no descansaría bien si lo hacía. Estaría preocupado por eso, pensando en el
dolor que sabía que estaba por venir.
—Estoy cansado, pero está bien. Vamos a
hacerlo para que pueda cuanto antes empezar a sanar.
—No te haremos daño —dijo el segundo hombre en
el mismo y quebrado acento que su compañero.
—Simplemente se rápido —dijo Wook. Cerró los
ojos.
Sintió el calor de la mano de uno de los hombres
cerca del brazo, pero no lo toco. Dudó, como muchos de ellos lo hicieron, como
si la espera de alguna manera cambiara el resultado.
—Hazlo —dijo entre dientes, preparándose para
el dolor.
Callosa piel caliente encontró la suya. Sus
dedos se cerraron alrededor en un apretado agarre. El dolor estalló a lo largo
de la piel, incendiándole el brazo. Contuvo el aliento, esperando que lo soltara,
pero él le sostuvo.
El dolor aumentó, multiplicándose conforme
pasaban los segundos. Wook trató de tirar del brazo, pero él no cedió.
Abrió los ojos para ver el rostro del hombre
más alto torcido en una mueca de dolor.
—¡Suéltame! —gritó.
Shindong agarró el brazo del hombre y trató de
alejarlo, pero su agarre era muy apretado.
La piel alrededor de su mano se volvió de
color rojo brillante, ardiendo como si la hubiera puesto contra un carbón
caliente. Luchó fuertemente y otro grito de dolor se precipitó a través de Wook.
La reflexión racional se disperso bajo la
presión como si los pensamientos trataran de huir de la agonía de su toque.
Sintió como la mente se le resquebrajaba y arrojaba trozos de sí mismo al
mundo, en busca de refugio.
Wook intentó controlarlo, pero no se había
preparado para esto. Estaba cansado del esfuerzo de la noche anterior y no lo
suficientemente fuerte para detener esta reacción involuntaria.
Se le debilitó el cuerpo y se volvió difícil
mantenerse de pie. Se le doblaron las rodillas, rezando para que Shindong
obligara al hombre a liberarlo. Apenas podría sostenerse unos segundos más...
Sintió como se le sacudía el cuerpo mientras
ambos hombres se alejaban. Entonces, por el rabillo del ojo, vio un enorme puño
pasar volando junto a su cabeza y golpear la mandíbula del hombre que la
quemaba.
El hombre lo soltó y se tambaleó hacia atrás,
golpeándose tanto él como su compañero.
Una ola de mareo atravesó a Wook y echó mano a
la pared para sostenerse a sí mismo, pero estaba demasiado lejos.
Un par de manos fuertes lo agarraron y
detuvieron la caída, pero estas manos no lo lastimaban.
Yesung. Reconocería su toque en cualquier
lugar.
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