En lugar de discutir, Yesung simplemente se
inclinó hasta que su hombro estuvo al nivel de su estómago, le deslizó la mano
por detrás para estabilizarle el cuerpo, y se puso de pie, colocándolo encima
con un tirón.
La cabeza de Wook se balanceó con el
movimiento brusco, y tuvo que agarrarse a su camisa para mantener el
equilibrio.
—¿Qué estás haciendo?
—Ponerte en mi camioneta. Llevarte a casa
donde perteneces, donde estaría malditamente bien que te quedaras.
Su ritmo fue constante sobre el suelo frío,
con cada pesado paso de sus botas le apretaba el hombro contra el estómago.
—Me estás poniendo enfermo.
—Mejor que muerto.
—Bájame. —Quería golpearle la espalda, pero
sabía que no iba a conseguir nada con eso a parte de agotarse aún más.
—No —con un poderoso movimiento, los levantó a
ambos por encima de la valla baja de metal que rodeaba el cementerio.
Wook podía escuchar un motor encendido cerca.
Ya casi se le agotaba el tiempo.
—¿Por lo menos puedes escucharme?
—Habla todo lo que quieras. Eso no cambiara
nada.
Yesung cambió su peso y lo puso en el asiento
de la camioneta. Otro momento de mareo le distrajo, pero había luchado a través
de lo peor.
—Necesito esos huesos. Necesito probar que Henry
está vivo.
—No es mi problema.
—Si me llevas de vuelta, simplemente me
escaparé de nuevo.
—Tal vez para entonces ya haga más calor —se subió
a la camioneta, siguiéndole, por lo que tuvo que moverse y hacer espacio para
él.
—¿Realmente no te importa? Te trae sin cuidado
que Henry esté ahí fuera sufriendo.
—Lo único que importa es llegar a casa y
volver al nido que había planeado limpiar antes de ser tan groseramente
interrumpido. —Se inclinó hacia él, de debajo del asiento sacó un botiquín de primeros
auxilios y lo abrió de golpe.
Abrió una pequeña toallita antiséptica con los
dientes, escupiendo la parte superior del envoltorio laminado al suelo.
—Dame tu mano.
Por lo menos estaba dispuesto a tocarl ahora.
No como él quería. No como había soñado, pero era algo. Un comienzo, por lo
menos. Podría trabajar con eso.
Wook expuso la mano y la manga de la chaqueta
negra cayó sobre los dedos. Él la apartó y limpió el raspón de la mano. El feo
anillo negro mate que él llevaba le rozo el pulgar, sintiéndolo frío, pero se
negó a quejarse.
—Mira. No está tan mal —dijo.
—La sangre sigue siendo sangre. Llamaré a Kevin
para ver si puede reunirse con nosotros.
—No. No le quiero en cualquier lugar cerca de
mí. Estoy harto de los médicos.
—Esa sanguijuela difícilmente es un médico, y
tú debiste pensar en eso antes de dejar la SM.
—Sólo tienes que cubrirla. Realmente, ni
siquiera esta sangrado ya.
Yesung lo ignoro, sacó el teléfono móvil y
marco.
—¿Dónde estás? —exigió.
Wook no podía distinguir las palabras que llegaban
a través del teléfono.
—Wook está herido —dijo Yesung—. ¿Puedes
encontrarnos?
Wook alcanzó el teléfono, pero Yesung se
apartó, evadiendo el agarre.
—Por supuesto que es grave. Tiene una jodida
hemorragia.
—No es serio —gritó Wook, con la esperanza de ser
escuchado.
Yesung le lanzó una mirada de advertencia.
—Sí. Conozco el lugar. Estaremos ahí —se
deslizó el teléfono en el cinturón, puso la camioneta en marcha, y los sacó de
la pequeña zona de aparcamiento.
—El cinturón de seguridad —le dijo—. Y ni siquiera
pensar en intentar algo estúpido. Tengo un rollo de cinta adhesiva atrás, y
juro por Dios que si me haces utilizarla, ambos nos arrepentiremos.
Wook se ajustó el cinturón de seguridad,
negándose a moverse hacia el lado opuesto de la cabina. Hacía calor junto a Yesung,
y a pesar de su chaqueta, aún estaba temblando por el frío al que había esta
expuesto.
—¿Por qué tienes que actuar como un idiota?
—le preguntó.
Yesung encendió la calefacción hasta el máximo
y dirigió la ventilación hacia él.
—No es una actuación. Y si no te gusta,
mantente lo más lejos posible.
El calor comenzó a penetrar en su cuerpo, pero
eso sólo hizo empeorar el temblor. Los músculos desacostumbrados a mucho
esfuerzo físico se tensaron, rebelándose por el abuso.
—¿A dónde vamos?
—Kevin está demasiado lejos. Envío a Seungri a
encontrarnos.
—No. No le conozco. No quiero que me toque.
Yesung se removió en el asiento, alejándose un
poco de él.
—¡Maldita sea, Wook! Fuiste y te hiciste daño.
No sé una mierda sobre curar a la gente. Lo mejor que podría hacer sería pegar
una tira de cinta adhesiva sobre eso. No es lo suficientemente bueno.
—En realidad, eso sería perfecto. No sólo
detendría el sangrado, sino que también impediría que me salieran más ampollas.
—No vas a volver allí para desenterrar los
huesos, y eso es definitivo.
—Pensé que tú, de entre todas las personas, me
escucharía.
—¿Por qué? ¿Porque soy un capullo muy
sensible?
—No, porque tú sabes que no estoy loco.
—No, no lo sé. Estar en un cementerio de pie
en mitad de la noche bajo el frío, solo y desarmado, es estar jodidamente loco.
—Necesito los huesos. Por favor —le puso la
mano sobre el brazo, y solo porque estaba conduciendo, no se estremeció
alejándose. Sintió los músculos tensos contraerse debajo de la mano como si él
quisiera hacerlo, pero sabía que él no correría el riesgo de estrellarse con el
coche.
Un cansado suspiro llenó el silencio.
—¿Por qué, Wook? ¿Por qué esos huesos son tan
importantes?
—Porque pueden probar que Henry aún está vivo.
—No. Incluso si esos no fueran sus huesos, lo
único que demostraría es que no hemos encontrado su cuerpo todavía. ¿Estás
seguro de querer hacerle eso a Heechul? ¿De verdad quieres quitarle ese pequeño
pedazo de paz que encontró al enterrar a Henry?
—No entiendes. Henry sigue vivo. Puedo sentirlo.
Rescatarlo hará que Heechul se sienta mucho mejor de lo que un funeral falso
jamás podrá.
—No puedes saber si está vivo.
—Si puedo. Estamos conectados. Él está cada
vez más débil, pero aún puedo sentirlo en mi interior. Todavía puedo sentir su
sufrimiento.
Él sacudió la cabeza.
—Esto es una locura. Tienes que dejarlo ir o
vas conseguir matarte tú mismo.
—¿Y qué? Ya has dejado muy claro que no te
preocupas por mí de una manera u otra.
La camioneta dio un bandazo hacia la derecha,
chirriando con la parada repentina. Yesung puso la palanca de cambios en punto
muerto y se volvió para enfrentarlo.
—No tienes ni una jodida idea de lo que estás
hablando. Desde que te conocí, he pasado cada momento libre cazando a los Sgath
por ti, tratando de liberar tu jodida mente de ellos. Eso cuenta. Yo podría
estar muerto por dentro, pero maldita sea, eso cuenta.
El dolor que irradiaba de él le sorprendió.
Siempre había pensado en él como invencible.
Evidentemente, podría hacerse
daño.
Wook extendió la mano y la apretó contra su
mejilla. El rastrojo de su barba le hizo cosquillas en los dedos. Su mandíbula
se tensó, pero él no se apartó.
—No estás muerto por dentro. ¿Por qué piensas
eso? —le preguntó.
Apretó la boca con furia y cerró los ojos. Una
respiración profunda le llenó el pecho, levantando sus hombros. Podía sentir su
lucha por recuperar el control.
En un tono cuidadosamente modulado, le dijo:
—Olvida que he dicho algo. Estoy bien.
Era una mentira. Podía sentir el olor de la
misma teñir sus palabras, lo que significaba que no estaba bien.
El pánico estalló dentro de Wook. No podía
dejar que nada le pasara. Era demasiado importante no sólo para él, sino
también para todos los demás.
—¿Qué te pasa?
—Soy un idiota incurable. Eso es todo —con
eso, se volvió de nuevo hacia la carretera, alejándose de su toque, y se
incorporó a la calzada.
Wook se echó hacia atrás, con la mente
confundida. Él estaba mintiendo acerca de estar bien, lo que significaba que
algo andaba mal. Muy mal.
Fuera lo que fuese, Wook tenía que averiguar
lo que era y arreglarlo. Necesitaba demasiado a Yesung para perderle. Sin él,
estaba destinado a volver a como solía ser, incapaz de mantener a los Sasaeng
fuera de la mente, incapaz de resistir el tirón a un mundo de sangre, dolor y
muerte.
No podía dejar que eso sucediera. No de nuevo.
De un modo u otro, iba a averiguar lo que estaba mal y encontrar a alguien que
pudiera arreglarlo.
Seungri ya estaba esperándolos cuando,
entraron en la casa Elf. Yesung había estado aquí antes, la noche que sacaron a
Wook del hospital psiquiátrico. Los médicos humanos no habían hecho nada para
ayudarlo, y de hecho se habían engañado al pensar que estaba bien cuando se
estaba consumiendo, incapaz de comer.
Yesung supo en el momento en que lo vio que
iba a ser un problema, sólo que nunca sospechó cuánto. No había tenido un
momento de paz desde que lo conoció, no es que en realidad se mereciera
ninguno. Sin embargo, algunas veces se preguntaba cómo habría sido su vida si
nunca lo hubiese conocido.
Él ya estaría muerto. Sabía bien que sería
tonto al pensar lo contrario. No habría tenido una razón para vivir. Habría
cedido al impulso de quitarse ese frío anillo negro, soltando la última astilla
de su alma, y ser puesto en libertad. Sus hermanos le habrían encontrado y lo habrían
matado, pero no antes de que él les hubiera hecho algún daño serio a cambio.
¿Quién sabía cuántas vidas había salvado Wook
dándole una razón para esperar? Por supuesto, una vez que libere su mente y mate
al último Sgath, esa razón se habrá ido.
Yesung realmente necesitaba morir antes de que
esto ocurriera. Necesitaba darse por vencido y dejarse ir, zambullirse de
cabeza en un nido de Sasaeng y eliminar tantos como pudiera antes de que le
mataran.
El problema era elegir el momento. Si fuese al
encuentro de la muerte antes de tiempo, la cabeza de Wook seguiría estando
jodida. Si esperaba demasiado, la gente por quienes se preocupaba morirían.
Mejor equivocarse por ser cauteloso, mientras
todavía tuviera suficiente control sobre las acciones para hacerlo.
Ya era hora de dejarse ir. Entregar a otro Suju
la búsqueda para matar a los últimos Sgath. No es que fuera el único que podría
matar a los hijos de puta. No había nada especial en él. Era simplemente un
brazo más de la espada, un guerrero más. No le necesitaban, le necesitaban
muerto antes de que pudiera lastimar a alguien. Especialmente a Wook.
—Recuerdo esta casa —dijo Wook.
—Te trajimos aquí la noche que te sacamos el
hospital.
El hizo un gesto distraído, mirando la modesta
casa situada en el interior de una zona aislada y boscosa a las afueras de
Omaha.
—Traté de escaparme para llegar a Henry, pero
un vampiro me detuvo. Entraste y te hiciste cargo de mí.
Yesung bufó.
—No lo creo. Te dije que pusieras tu culo
escuálido de nuevo en la cama.
—Me alimentaste. No había comido en mucho
tiempo.
—No sigues teniendo problemas con eso,
¿verdad?
—Pocas veces. Soy más fuerte ahora.
Normalmente puedo ver la diferencia entre las cosas que ocurren dentro de mi
cuerpo y las que ocurren en mi mente mientras está en el cuerpo de otros.
Eso era una mierda muy extraña. Yesung se negó
a pensar en eso demasiado tiempo. Ocuparse del dolor ya era lo suficientemente
malo. Tener que soportar el sufrimiento de alguien más era una pesadilla.
—La furgoneta de Seungri está aquí. Deberíamos
entrar.
—En realidad no quiero hacer esto —dijo Wook.
Su voz tembló, haciendo sentirse a Yesung como el capullo más grande sobre la
faz del planeta por obligarlo.
Era lo que debía hacer. El sangraba. La
sanguijuela lo detendría. Era tan simple como eso.
—Si te lastima, le mataré —dijo, queriendo
decir cada palabra.
Salió de la camioneta, y Wook se deslizó a
través del asiento hacia la puerta. Parecía pequeño y frágil dentro de la chaqueta
de cuero. La prenda se lo tragaba. Tenía las mejillas rosadas por el frío y la
luz del techo sobre su cabeza hizo brillar su pelo blanco.
El corazón de Yesung se estrujó, y una
necesidad extraña le inundó. Había pasado siglos protegiendo a otros. Era un
hábito para él, lo hacía sin más pensamiento de lo que le daba respirar. Pero
con Wook era diferente. El deseo de envolverlo con los brazos guerreaba con la
necesidad de gruñir y dejar al descubierto los dientes al mundo, matando a todo
aquel que se acercara a Wook. La ferocidad de los deseos le daba un miedo
mortal y le advertía simplemente de lo cerca que estaba del final.
Podía sentir la última hoja de la marca de
vida aferrándose a la piel, colgando en medio de su descenso. El anillo negro
que llevaba en la mano derecha había desacelerado la caída de la hoja, permitiéndole
aferrarse a la última astilla del alma y fingir ser normal. Al menos por poco
tiempo. El anillo se lo había dado Hyukjae, el líder del grupo secreto la Banda
de los Áridos. Como todos los hombres de la banda, estaba viviendo un tiempo
prestado. Mientras llevara el anillo, podría aguantar un tiempo más largo,
resistir el dolor que le torturaba el cuerpo y liberar la mente de Wook del
Sgath que se la había arrebatado.
Había tenido la intención de ayudarlo de
lejos, protegiéndolo de sí mismo, pero ahora estaba allí, lo suficientemente
cerca como para tocarlo, mirándole con la confianza que brillaba en sus ojos.
Wook no tenía ni idea de lo cerca que estaba
de convertirse en un monstruo.
Wook le puso las manos sobre los hombros para
mantener el equilibrio mientras saltaba de la camioneta. En contra de su
voluntad, las manos de Yesung fueron a su cintura para bajarlo. A través del
cuero y la masa gruesa del suéter, imaginó que podía sentir la curva de su
cintura. Era un truco de la mente, ya que sabía muy bien que Wook no tenía
curvas. Era piel y huesos, aunque su cara parecía haberse suavizado un poco
desde la última vez que lo había visto hacía unos meses. Había una plenitud en
sus mejillas que no había estado allí antes. Con Wook cubierto por todas las capas
de ropa, Yesung casi podía fingir que era un persona normal en vez de una cosa
flaca, frágil que podía romper sin siquiera intentarlo.
Los dedos se apretaron alrededor de su cintura
y él lomiró.
—Cuando terminemos aquí, quiero regresar y
terminar lo que inicié.
Yesung observó el movimiento de su boca,
fascinado por la curva de su labio inferior. ¿Era más lleno, también, o
simplemente se lo había imaginado? Tal vez si lo besara sería capaz de decirlo.
—Tú me ayudarás, ¿no? —preguntó Wook.
Finalmente, las palabras se hundieron en él.
De ninguna manera dejaría que volviera a ese cementerio, pero si se lo decía,
simplemente encontraría la manera de regresar sin él y eso sólo iba a ocurrir
sobre su cadáver putrefacto.
—Ya veremos —dijo él—. Vamos a que Seungri te
atienda primero, luego hablaremos.
—No quiero que me toque.
—Ya lo sé. Yo tampoco, pero tú sabes que no
puedes ir por ahí sangrando.
Una voz se alzó en la oscuridad cerca de la
casa.
—No, no puede —dijo Seungri—. Tráelo antes de
que tengamos un enjambre en nuestras manos.
Apartó las manos de Wook, pero la falta de
contacto le hacía retorcerse. Quiso extender la mano y tocarlo otra vez, pero
se lo pensó mejor. Mientras menos contacto, mejor estaría él.
Wook dejó escapar un suspiro descontento y
siguió a Seungri al interior de la casa.
—Vamos a terminar con esto.
Yesung entró y cerró la puerta. La sala de
estar estaba amueblada con sencillez, con un sofá y un sillón reclinable. Seungri
señaló el sofá para que Wook se sentara.
El Zea era más pequeño que la mayoría. Tenía
una cara de bebé, haciéndole parecer como si debiera estar en la universidad
divirtiéndose con sus colegas de fraternidad.
—Quítate el abrigo y siéntate —dijo Seungri.
Wook dudó por un momento, antes de que cediera
y se quitara la pesada chaqueta de Yesung. Debajo de eso tenía un suéter
voluminoso que cayó parcialmente sobre sus manos, por lo que se lo quitó,
también, quedándose vestido sólo con una delgada camisa ajustada.
Yesung se congeló en el lugar, clavando los
ojos en él.
Atrás quedó el chico frágil que recordaba, y
en su lugar había un hombre sano. Todavía estaba delgado, pero su cuerpo se
había llenado, dando una plenitud que antes había estado ausente. Ya no parecía
tan quebradizo. Claro, sabía que aún podría lastimarlo, pero no era como antes.
No era frágil.
Era hermoso. Perfecto.
Yesung se había quedado con la mirada fija
durante tanto tiempo sin pestañear, que se le secaron los ojos. Bajo la
bragueta de los vaqueros sintió la polla hincharse, y apretó con fuerza los
dedos en puños para evitar alcanzarla.
Seungri miró de Wook a Yesung, y viceversa.
—Parece como si estuvieras viendo un fantasma.
La boca de Wook se levantó en una sonrisa
conocedora.
—No, él estaba acostumbrado a ver a un
fantasma y ahora está viendo a la verdadera persona otra vez.
—Estás mejor —dijo Yesung, con su voz en un
susurro reverente.
—Te dije que lo estaba. No escuchaste.
Las manos de Yesung ardían por alcanzarlo y
deslizarse sobre su cuerpo. Quería sentir la curva delgada de su cadera, seguir
hasta el hueco de la cintura, y continuar adelante hasta su pecho.
Seungri se aclaró la garganta.
—Sugiero que nos pongamos en movimiento aquí.
Es evidente que vosotros dos tenéis cosas que discutir.
—Las tenemos —dijo Wook. Entonces se sentó y
le ofreció su mano herida a Seungri, descartando a Yesung.
El Zea tomó la mano en la suya. Yesung apretó
los dientes y plantó los pies en la alfombra beige, rehusándose a moverse. Si
lo hiciera, sacaría la espada y la usaría para cortar la cabeza de Seungri por
atreverse a tocarlo. No importaba que hubiera querido esto, que hubiera traído
a Wook aquí porque el Zea lo podría sanar. Lo único que importaba era el hecho
de que otro hombre lo tocaba.
Después de examinar la piel por un momento, Seungri
contemplo a Yesung con franco disgusto en la cara.
—¿Me sacaste de mi trabajo para tratar con
esto? Ni siquiera está sangrando.
—Te lo dije —puntualizó Wook.
—Sangraba.
Seungri se levantó del sofá.
—Fue sólo un arañazo. La próxima vez, no me
llames a menos que alguien haya perdido un miembro. ¿Entendido? —No esperó una
respuesta, salió de la casa, dando un portazo detrás de él.
Dejando solos a Wook y Yesung.
El dolor dentro de la cabeza de Yesung se
había estado construyendo durante toda la noche. Matar a ese Sgath había
liberado un poco la presión, pero no lo suficiente. Necesitaba regresar ahí
fuera, matando y follando para que el dolor no se le comiera vivo.
—Es hora de irnos —dijo él.
—Eso depende de si me llevas de vuelta al
cementerio.
—Te llevo de regreso a la SM.
Wook cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Por qué? —preguntó—. Sabes que saldré otra
vez tan pronto como me des la espalda.
—Shindong mantendrá una mejor vigilancia sobre
ti esta vez. Me aseguraré de eso.
—No soy un niño. No necesito una niñera.
—Aparentemente, lo eres.
—Simplemente déjame terminar de desenterrar
esos huesos y regresaré en silencio.
Si lo hiciera, entonces tendría que conducir
de regreso al cementerio y pasar el resto de la noche cavando tierra cuando
realmente necesitaba estar matando algo.
—Puedes hablar con Heechul acerca de esto
cuando lleguemos a casa.
—Heechul nunca está en casa. Ha estado
persiguiendo a los niños desaparecidos en Illinois durante las últimas dos
semanas. Además, Heechul no es mi guardian. Soy un adulto. Puedo decidir lo que
quiero hacer.
—Creo que has demostrado cómo de inteligentes
son tus decisiones independientes.
—Hago lo correcto.
—Bien. Entonces hazlo con alguien más. Tengo
otros lugares en los que estar.
—Vete, entonces.
—¿Y dejarte aquí solo?
—Estaré bien. Hay una carretera principal no
muy lejos, me fijé cuando veníamos de camino aquí. Estoy seguro de que alguien
se detendrá y me llevará.
—¿Quieres hacer autostop?
Wook encogió sus delgados hombros.
—¿Por qué no? Nunca lo he hecho antes, y
después de tantos años en el hospital, tengo un montón que vivir para ponerme
al día.
—Eso es todo. Ya he terminado con esto. Haré
que Shindong envíe a alguien que vaya contigo. —
Sacó el móvil del cinturón y
marcó a Shindong. Antes de que pudiera llamar ni una sola vez, Wook se disparó
hacia él, agarró el teléfono y corrió a la cocina.
Yesung se sorprendió tanto que le llevó un segundo
reaccionar. Para cuando lo siguió hasta la cocina, ya había empujado el
teléfono en el triturador de basura y apretado el interruptor.
Un horrible sonido chirriante sacudió
ruidosamente el fregadero.
Wook se quedó allí aparentemente con aire de
suficiencia y placer en su cara.
Yesung miró de Wook al fregadero y viceversa.
—No puedo creer lo que acabas de hacer.
—Estoy cansado de que la gente dicte lo que
puedo y no puedo hacer. No necesito la aprobación de Shindong para nada. Ni la
tuya.
Le estaba provocando. Tal vez no era su
intención, pero lo hacía.
Yesung dio un paso adelante, dejando que la
rabia que siempre burbujeaba por debajo de la superficie se mostrara en la cara.
No iba a usar la máscara civilizada con él, no si iba a provocar a la bestia.
El triturador de basura se detuvo, y luego
zumbó furiosamente por un momento antes de quedarse en silencio.
Wook se mantuvo firme, pero algo del color de
la cara se drenó cuando le vio acercarse.
—Estás peligrosamente cerca de cabrearme
—advirtió él.
Levantó la barbilla un centímetro.
—No me asustas.
—¿No? Supongo que eso demuestra lo mal que
estás de la cabeza, entonces.
—Eres grande, fuerte y malo, pero no me
lastimarás.
—No lo sabes. —Caramba, ni siquiera él sabía
si iba a continuar aforrándose al control.
—Lo sé. Tú y yo estamos conectados de la forma
que lo están Siwon y Heechul. No entiendo exactamente cómo alcanzarte aún, pero
si me matases, tú te matarías, también.
Yesung se negó a bajar los ojos hacia el
anillo de la Luceria que llevaba en la mano izquierda. Sabía lo que vería. No
habría ninguna forma de remolino de color que mostrara que Wook y él eran
compatibles. La Luceria estaba casi muerta, al igual que su alma. Los colores
que habían permanecido dentro de él durante siglos, esperando el momento en que
una pareja Suju le despertara, se habían desvanecido casi por completo. La
banda pálida, casi blanca se vería como lo había hecho durante el último año.
No tenía sentido engañarse a sí mismo de que Wook pudiera cambiar eso.
No podía ser suyo. No podía salvarle, no
importaba lo mucho que deseara lo contrario.
Si no se apartaba pronto, iba a olvidarse de
sí mismo y decidir que no le importaba que Wook, indudablemente, perteneciera a
otro cualquier día de estos. Decenas de Suju habían llegado volando desde
ultramar, esperando que él fuera su milagro.
Hasta ahora, el hombre adecuado no había
aparecido aún, pero pronto lo haría. Yesung necesitaba recordar eso. Mantener
la distancia. Wook no era conveniente, mierda. Tenía putas para eso. Wook debía
estar protegido, incluso de sí mismo.
—Nos vamos —dijo. Cuanto antes lo dejara con
otra persona, mejor—. Entra en la camioneta.
—No.
Esa sola palabra congeló a Yesung en el sitio.
—¿Qué?
—Ya me has oído. No voy a ninguna parte
contigo. El teléfono está muerto, por lo que no llamarás a nadie para que venga
a cuidarme, lo que significa que estás ineludiblemente comprometido conmigo.
Asúmelo.
—¿Me dices en serio que simplemente lo asuma?
—Lo hice.
Yesung terminó de jugar. El dolor dentro de él
se estaba construyendo, y sin una vía de escape, acabaría en un arrugado ovillo
sollozante por la mañana. No podía dejar a Wook ver eso.
—Entra en la camioneta. Encontraré un teléfono
y llamaré a alguien para desenterrar la tumba de
mierda, ¿de acuerdo?
—No. No te creo.
—Súbete a la maldita camioneta, Wook. —El tono
de advertencia era claro. Dio un paso hacia delante con la intención de invadir
su espacio personal e intimidarla, pero no retrocedió.
Wooka alzó la barbilla y le advirtió:
—Acércate y te besaré.
Diablos, no. Eso no iba a ocurrir. Ni siquiera
si vivía lo suficiente para ver la puesta del sol.
Si le besase, lo follaría. Si hiciera eso,
podría lastimarlo. No era exactamente un hombre amable cuando se trataba de
sexo. Y si lo lastimaba, entonces la última astilla, diminuta del alma se
marchitaría y moriría, y él terminaría matando a la gente que se suponía debía
proteger.
Wook se alejó del fregadero, moviéndose hacia
él. Su cuerpo se movía con gracia sinuosa, y por un momento, se olvidó por
completo de lo frágil que había sido hacía sólo unos meses. Lo único que vio
fue al hombre que era ahora, completamente, aparentemente saludable, y sexy
como el infierno.
—¿Es eso lo que quieres, Yesung? —preguntó en
voz baja—. ¿Quieres que te bese? Porque es lo que yo quiero. He estado pensando
en eso bastante últimamente. Especialmente cuando me voy a la cama. Deseando
que estuvieras conmigo. Tocándome. Algunas veces me toco y finjo que eres tú.
El cerebro de Yesung chisporroteó, dando
vueltas alrededor de la imagen que creó. Wook en la cama, desnudo. ¿Huiría de
él o se arquearía con el toque? ¿Le diría lo que le gustaba, o tendría la
diversión de averiguarlo por su cuenta?
Sus manos se le deslizaron sobre el pecho,
subiendo hacia el cuello. El deslizamiento de sus dedos sobre la Luceria
alrededor del cuello le tensó el cuerpo. Contuvo la respiración, con la
esperanza de que la Luceria reaccionara a su toque, pero nada ocurrió. No iba a
ser suyo.
Una oleada de calor se le deslizó por el
cuerpo, y eso era todo lo que podía hacer para mantener las manos apretadas a
los costados y no tirar de Wook contra él. Por mucho que quisiera presionar la
erección en la suavidad de su vientre, sabía que sería un error.
Sólo lo haría desear más de lo que nunca
tendría.
Sus labios se separaron y Wook se puso de
puntillas como para besarle.
El pánico le estalló en el estómago y se
tambaleó lejos de él, haciendo que perdiera el equilibrio. Se cogió del
mostrador y le miró con el dolor brillando en sus ojos.
—Tú ganas —susurró él, incapaz de encontrar
suficiente aire para nada más— Desenterraré tus huesos. Cualquier cosa que
quieras, simplemente no me… toques otra vez.
Wook asintió con la cabeza entendiendo y se
marchó dando media vuelta, pero no antes de que él le viera tragarse las
lágrimas.
Había herido sus sentimientos, pero al menos
no había hecho nada peor. Todavía.
Ya perdí la cuenta de las veces que leí esta adaptación y sigo cada día más maravillada con ella.
ResponderEliminarLo desea tanto y lo resiste que dan ganas de pegarle y besarlo al mismo tiempo