Hyukjae dejó de mirar el hueco de la puerta y clavó los
ojos en Donghae.
— Donghae, yo…
— Cállate, Hyukjae —le ordenó; no quería perder más
tiempo— y enséñame cómo quieren los dioses que un hombre ame a una pareja.
Diciendo esto, lo agarró por la cabeza y lo acercó para
darle un beso apasionado y profundo.
Él se lo devolvió con ferocidad, y con un poderoso y
magistral envite se introdujo en su cuerpo.
Echó la cabeza hacia atrás y gruñó cuando el húmedo
cuerpo de Donghae le dio la bienvenida, envolviéndolo con su calidez. El
impacto que sufrieron sus sentidos fue tan poderoso que se estremeció de la
cabeza a los pies. Por los dioses, era mucho mejor de lo que había imaginado.
Recordaba las palabras que le había dirigido.
«No quiero vivir sin ti, Hyukjae. ¿Lo entiendes? No puedo
vivir sin ti.»
Con la respiración entrecortada, lo miró a la cara y
quedó subyugado al sentir a Donghae, cálido y estrecho, alrededor de su verga.
Deslizó la mano por su brazo, hasta capturar su mano y aferrarla con fuerza.
— ¿Te estoy haciendo daño?
— No —le contestó con una mirada tierna y sincera. Se
llevó la mano de Hyukjae a los labios y la besó—. Jamás me harás daño estando
conmigo.
— Si lo hago, dímelo y me detendré.
Donghae lo rodeó con los brazos y las piernas.
— Si se te ocurre sacarla antes del amanecer te
perseguiré durante toda la eternidad para darte una paliza.
Hyukjae se rió; no le cabía la menor duda.
Donghae le pasó la lengua por el cuello y se deleitó al
sentir cómo vibraba entre sus brazos.
Él alzó las caderas, muy lentamente, torturándolo con el
movimiento y, sin previo aviso, se hundió en él con tanta fuerza que Donghae
creyó morir de placer.
Contuvo el aliento al sentirlo por completo dentro. Era
una sensación increíble. Era maravilloso sentir las embestidas de ese cuerpo
ágil y fuerte.
Cerró los ojos y disfrutó del movimiento de los músculos
de Hyukjae, que se contraían y se relajaban sobre su cuerpo. Entrelazó las
piernas con las suyas.
Jamás había sentido algo parecido. Se limitaba a respirar
y a expresar con su cuerpo el amor que sentía por él. Era suyo. Aunque luego le
abandonara, disfrutaría de este momento de gloria junto a él.
Extasiado por el peso de su cuerpo sobre él, le pasó las
manos por la espalda hasta llegar a las caderas y lo empujó, incitándolo a ir
más rápido.
Hyukjae se mordió los labios cuando sintió que Donghae le
clavaba las uñas en la espalda. ¿Cómo era posible que unas manos tan pequeñas
tuvieran el poder de vencerlo?
Jamás lo entendería; como tampoco entendería por qué lo
amaba. Se lo agradecía en el alma.
— Mírame, Donghae —le dijo, hundiéndose profundamente en él
de nuevo—. Quiero ver tus ojos.
Donghae obedeció. Hyukjae tenía los ojos entrecerrados y,
por su modo de respirar y la expresión de su rostro, supo que estaba
disfrutando de cada certera embestida. Sentía cómo se le contraían los
abdominales cada vez que se movía.
Alzó las caderas para salir al encuentro de los furiosos
envites. Nada podía ser mejor que tener a Hyukjae sobre él, besándolo con
pasión y deslizándose dentro y fuera de su entrepierna.
Cuando creyó que ya no podría resistirlo más, su cuerpo
estalló en miles de estremecimientos de placer.
— ¡Hyukjae! —gritó, arqueando más su cuerpo hacia él—.
¡Sí, oh, sí!
Él se hundió el fondo y permaneció inmóvil, observándole
mientras los músculos de su entrada se contraían a su alrededor.
Cuando abrió los ojos, se encontró con su diabólica
sonrisa.
— Te ha gustado eso, ¿verdad? —le preguntó, mostrando sus
hoyuelos y rotando sus caderas para que lo sintiera dentro.
A Donghae le costó un enorme esfuerzo no gemir de placer.
— Ha estado bien.
— ¿Bien? —le preguntó con una sonrisa—. Creo que tendré
que seguir intentándolo.
Se dio la vuelta y lo arrastró consigo, con cuidado de
que su miembro no lo abandonara.
Gimió al encontrarse sobre él. La mirada de puro gozo que
transmitían sus ojos fue mucho más placentera para Donghae que sentirlo en su
interior. Sonriendo, alzó las caderas y las bajó para absorberlo por entero.
Lo sintió estremecerse.
— Te ha gustado eso, ¿verdad?
— Ha estado bien. —Pero la voz estrangulada traicionaba
su tono despreocupado.
Donghae soltó una carcajada.
Hyukjae alzó las caderas en ese momento y se introdujo
aún más en él.
Donghae siseó de placer al sentir que lo llenaba por
entero. Al sentir la dureza de su cuerpo y la fuerza que ostentaba. Y aún
quería más. Quería ver el rostro de Hyukjae cuando llegase al clímax. Quería
ser él el que le diera lo que hacía siglos que no experimentaba.
— Si seguimos a este ritmo vamos a estar extenuados
cuando llegue el amanecer, ¿lo sabías? —le dijo él.
— No me importa.
— Pero te vas a sentir dolorido.
Donghae contrajo los músculos de su entrada para rodearlo
con más fuerza.
— ¿Ah, sí?
— En ese caso… —él deslizó la mano muy lentamente por el
cuerpo de Donghae hasta llegar a su ombligo, y bajó aún más a su entrepierna
para acariciarle el miembro.
Se mordió los labios mientras los dedos de Hyukjae
jugueteaban, acoplándose al ritmo que imponían sus caderas. Cada vez más
rápido, más hondo y con más fuerza.
Lo cogió por la cintura y lo ayudó a seguir el frenético
ritmo. Cómo deseaba poder abandonar el cuerpo de Donghae el tiempo suficiente
como para enseñarle unas cuantas posturas más. Pero no les estaba permitido.
Por ahora.
Pero cuando llegara el amanecer…
Sonrió ante la perspectiva.
Donghae perdió la noción del tiempo mientras sus cuerpos
se acariciaban y se deleitaban en su mutua compañía. Sintió que la habitación
comenzaba a girar bajo sus expertas caricias, y se dejó llevar por la
maravillosa sensación de expresar el amor que sentía por él.
Los dos estaban cubiertos de sudor, pero no dejaron de
saborearse; seguían disfrutando de la pasión que al fin compartían.
Esta vez, cuando Donghae se corrió, se desplomó sobre él.
La profunda risa de Hyukjae reverberó por su cuerpo mientras
pasaba sus manos por su espalda, sus caderas y por sus piernas.
Donghae se estremeció.
Estaba extasiado por el hecho de tener a Donghae desnudo
y tumbado sobre él. Sentía sus torsos pegados. Su amor por él brotaba de lo más
hondo de su alma.
— Podría quedarme así tumbado para siempre —dijo en voz
baja.
— Yo también.
Lo rodeó con los brazos y lo atrajo aún más hacia él.
Notó cómo sus caricias se ralentizaban y su respiración se hacía más relajada y
uniforme.
En unos minutos estuvo completamente dormido.
Lo besó en la cabeza y sonrió mientras se aseguraba de
que su miembro no abandonara el lugar donde debía estar.
— Duerme precioso —susurró—. Aún falta mucho para el
amanecer.
Donghae se despertó con la sensación de tener algo cálido
que lo llenaba por completo. Cuando comenzó a moverse, fue consciente de unos
brazos fuertes como el acero que lo inmovilizaban.
— Con cuidado —le advirtió Hyukjae—. No la saques.
— ¿Me quedé dormido? —balbució, sorprendido de haber
hecho tal cosa.
— No importa. No te perdiste gran cosa.
— ¿De verdad? —le preguntó meneando las caderas y
acariciándolo con todo el cuerpo.
Él soltó una carcajada.
— Vale, de acuerdo. Te perdiste un par de cosillas.
Se incorporó y lo miró a lo ojos. Trazó la línea de la
mandíbula, levemente áspera por la barba incipiente, con un dedo que Hyukjae
capturó y mordisqueó en cuanto llegó a los labios.
Súbitamente, él se incorporó y se quedó sentado con él en
su regazo.
— Mmm, me gusta —dijo Donghae mientras le pasaba las
piernas alrededor de la cintura.
— Mmm, sí —convino él y comenzó a mover suavemente las
caderas.
Bajando la cabeza, lamió un duro pezón. Jugueteó y lo
torturó dulcemente antes de soplar sobre la humedecida piel, que se erizó bajo
su cálido aliento.
Donghae acunó su cabeza, acercándolo aún más,
completamente extasiado por sus caricias. En ese momento se dio cuenta de que
el cielo comenzaba a clarear.
— ¡Hyukjae! —exclamó—. Está amaneciendo.
— Lo sé —le contestó, tumbándolo de espaldas sobre la
cama.
Lo miró a los ojos mientras se acomodaba sobre él sin
dejar de mover las caderas.
Lo contemplaba totalmente hechizado. Percibía su ternura
y su amor. Nadie lo había conocido como él y jamás habría creído posible que
alguien pudiese lograrlo. Lo había acariciado en un lugar que nadie había
tocado antes.
En el corazón.
Y entonces anheló mucho más. Desesperado por tenerle por
completo, siguió moviéndose dentro.
Necesitaba más.
Donghae lo envolvió con sus brazos y enterró el rostro en
su hombro al sentir que aceleraba el ritmo de sus envites. Más y más rápido,
más y más fuerte; hasta que se quedó sin aliento por el frenético ritmo.
De nuevo, el sudor los cubría. Donghae lamió el cuello de
Hyukjae, embriagado por sus gemidos. Él siseó de placer.
Y todavía seguía hundiéndose en él, una y otra vez, hasta
que Donghae pensó que no podría soportarlo más.
Le clavó los dientes en el hombro mientras alcanzaba el
orgasmo rápida y salvajemente. Hyukjae no disminuyó sus acometidas cuando
Donghae se tumbó sobre el colchón.
Se mordió el labio con fuerza y se movió aún más rápido,
haciendo que se corriera de nuevo, y esta vez con más intensidad que la
anterior.
Justo cuando el primer rayo de sol atravesaba los
ventanales de la habitación, escuchó que Hyukjae gruñía y lo vio cerrar los
ojos.
Con un envite profundo y certero, se derramó en él y todo
su cuerpo se convulsionó entre los brazos de Donghae.
Hyukjae era incapaz de respirar y la cabeza le daba
vueltas a causa del éxtasis que acaba de sentir; la intensidad de su orgasmo
había sido increíble. Le dolía todo el cuerpo, pero aún así, no recordaba haber
experimentado con anterioridad semejante placer. La noche pasada lo había
dejado exhausto, y estaba agotado por las caricias de Donghae.
Habían roto la maldición.
Alzó la cabeza y vio que Donghae le sonreía.
— ¿Ya está? —le preguntó.
Antes de que pudiera contestar, el brazo comenzó a
dolerle como si le estuvieran marcando con un hierro candente. Siseando, se
apartó de él y lo cubrió con la mano.
— ¿Qué pasa? —le preguntó Donghae al ver que se alejaba.
Perplejo, observó cómo un resplandor anaranjado le cubría
todo el brazo. Cuando apartó la mano, la inscripción griega había desaparecido.
— Ya está —balbució Donghae—. Lo conseguimos.
La sonrisa se borró del rostro de Hyukjae.
— No —dijo él, rozándole la mejilla con los dedos—. Tú lo
hiciste.
Riéndose, Donghae se arrojó en sus brazos. Él le abrazó
con fuerza mientras se besaban en un caótico frenesí.
¡Ya había acabado!
Era libre. Por fin, después de tantos siglos, volvía a
ser un hombre mortal.
Y era Donghae el que lo había conseguido. Su fe y su
fortaleza habían revelado lo mejor de sí mismo.
El lo había salvado.
Donghae volvió a reírse y giró en la cama hasta quedar
encima de él.
Pero la alegría le duró poco ya que otro destello, aún
más brillante que los anteriores, atravesó la habitación.
Su risa murió al instante. Percibió la malévola presencia
antes de que Hyukjae se tensara entre sus brazos.
Sentándose en la cama, obligó a Donghae a ponerse tras él
y se colocó entre él y el apuesto hombre que los observaba desde los pies de la
cama.
Donghae tragó saliva cuando vio al hombre alto y moreno
que los miraba furioso. Estaba claro que tenía todas las intenciones de
matarlos allí mismo.
— ¡Bastardo engreído! —gritó el hombre—. ¡Cómo te has
atrevido a pensar que puedes ser libre!
Al instante, Donghae supo que estaba ante el mismísimo
Príapo.
— Déjalo, Príapo —le contestó Hyukjae con una nota de
advertencia en la voz —. Ya ha acabado todo.
Príapo resopló.
— ¿Crees que puedes darme órdenes? ¿Quién te crees que
eres, mortal?
Hyukjae sonrió con malicia.
— Soy Hyukjae de Macedonia, de la Casa de Diocles de
Esparta, hijo de la diosa Afrodita. Soy el Libertador de Grecia, Macedonia,
Tebas, Punjab y Conjara. Mis enemigos me conocían como Augustus Julius Punitor
y temblaban ante mi simple presencia. Y tú, hermano, eres un dios menor y poco
conocido, que no significaba nada para los griegos y al que los romanos apenas
si tomaron en cuenta.
La ira del infierno transfiguró el rostro de Príapo.
— Es hora de que aprendas cuál es tu lugar, hermanito. Me
quitaste a la mujer que iba a dar a luz a mis hijos y que aseguraría la
inmortalidad de mi nombre. Ahora yo te quitaré a tu pareja.
Hyukjae se arrojó sobre Príapo, pero ya era demasiado
tarde. Había desaparecido llevándose a Donghae.
En un abrir y cerrar de ojos, Donghae pasó de estar
sentado desnudo en su habitación a encontrarse tumbado en un lecho circular,
situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harén
en mitad de un desierto. Estaba cubierto por una pieza de seda de color rojo
intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel como si se tratara
de agua.
Intentó moverse pero no pudo. Aterrorizado, abrió la boca
para gritar.
— No te molestes —le recomendó Príapo, acercándose al
lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes
de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de Donghae—. No puedes hacer
nada a menos que yo lo desee. —Le pasó un dedo, huesudo y frío, por la mejilla,
como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel—. Entiendo por
qué te desea Hyukjae. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una
pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano. Podrías haberme
proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.
Príapo suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco
de la garganta de Donghae.
— Pero así es la vida y así son los caprichos de las
Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de
ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede que después permita que
Hyukjae se quede contigo. En el caso de que te siga queriendo después de que
mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.
Sus ojos ardían de deseo, y Donghae no podía dejar de
temblar bajo su escrutinio.
El egoísmo de Príapo le resultaba increíble. Al igual que
su vanidad. Quiso hablar, pero él se lo impidió.
¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre él!
Una fuerza invisible lo alzó para colocarlo de espaldas
sobre los almohadones mientras Príapo se quitaba la túnica.
Los ojos de Donghae se abrieron como platos al verle
desnudo y con una erección completa. El terror lo asaltó de nuevo.
— Ahora puedes hablar —le dijo mientras se acercaba para
recostarse junto a él.
— ¿Por qué quieres hacerle esto a Hyukjae?
La ira oscureció los ojos del dios.
— ¿Que por qué? Ya lo escuchaste. Su nombre era
reverenciado por todo aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se
pronunciaba aun en los templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi
nombre se ha perdido en la antigüedad, al contrario que su leyenda, que se
cuenta una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Pero yo soy un dios y él no
es otra cosa que un bastardo a quien ni siquiera le está permitido habitar en
el Olimpo.
— Aparta las manos de él. Siempre has sido tan inútil que
has acabado relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos.
El corazón de Donghae comenzó a latir más rápido al
escuchar la voz de Hyukjae. Alzó la cabeza de entre los almohadones y lo vio
justo al pie del estrado donde estaban ellos. Sólo llevaba puestos los vaqueros
e iba armado con el escudo y la espada.
— ¿Cómo…? —preguntó Príapo mientras bajaba de la cama.
Hyukjae le dedicó una perversa sonrisa.
— La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis
poderes. Ahora puedo localizarte e invocarte. A cualquiera de vosotros.
— ¡No! —gritó Príapo, y al instante, apareció cubierto
por su armadura.
Donghae luchó por librarse de aquella fuerza que lo
mantenía inmovilizado mientras Príapo cogía su espada y su escudo, situados en
la pared en la que se apoyaba el lecho, y atacaba a Hyukjae.
Hipnotizado por el espectáculo, observó cómo luchaban los
dos hermanos.
Jamás había visto nada semejante. Hyukjae giraba
ágilmente, como si estuviese ejecutando una macabra danza que devolviera los
golpes de Príapo, uno por uno. El suelo y la cama temblaban por la intensidad
de la lucha.
No era de extrañar que Hyukjae hubiese llegado a ser un
personaje legendario.
Pero tras unos minutos, vio cómo se tambaleaba y bajaba
el escudo.
— ¿Qué te pasa? —se burló su hermano, utilizando el
escudo para empujarlo—. ¡Ah, lo olvidaba! Puede que la maldición haya
desaparecido, pero aún estás debilitado. Tardarás días en recuperar toda tu
fuerza.
Hyukjae meneó la cabeza y alzó el escudo.
— No necesito toda mi fuerza para acabar contigo.
Príapo se rió.
— Valientes palabras, hermanito. —Y bajó la espada, que
se estrelló directamente sobre el escudo de Hyukjae.
Donghae contuvo el aliento mientras observaba cómo los
golpes comenzaban de nuevo.
Justo cuando pensaba que Hyukjae iba a ganar, Príapo
utilizó una táctica para desestabilizarlo: dejó que ganara terreno. Tan pronto
como Hyukjae perdió la protección de la pared en uno de sus flancos, Príapo
blandió la espada y la hundió en el vientre de su hermano. Hyukjae dejó caer su
espada.
— ¡No! —gritó Donghae, aterrado.
Con el rostro transfigurado por la incredulidad, Hyukjae
se tambaleó hacia atrás, pero no pudo ir muy lejos con la espada de Príapo
hundida en su cuerpo y su hermano aún sosteniéndola.
— Vuelves a ser humano —le espetó mientras hundía la
espada un poco más y retorcía la hoja. Levantó un pie para apoyarlo en la
cadera de Hyukjae y le dio una patada.
Libre de la espada, Hyukjae trastabilló y cayó. Su escudo
resonó con fuerza al golpear el suelo, justo a su lado.
Príapo no dejó de reír mientras se aproximaba a Hyukjae.
— Es posible que ningún arma humana pueda acabar contigo,
hermanito, pero no eres inmune a un arma inmortal.
La fuerza que inmovilizaba a Donghae despareció en ese
instante, liberándolo. Tan rápido como pudo, cruzó la habitación hasta llegar
junto a Hyukjae, que yacía en un charco de sangre. Respiraba de forma laboriosa
y no dejaba de temblar.
— ¡No! —sollozó Donghae mientras sostenía su cabeza en el
regazo. Contemplaba, horrorizado, la herida abierta en su costado.
— Mi precioso Donghae —dijo Hyukjae, mientras alzaba una
mano ensangrentada para rozarle la mejilla.
Él limpió la sangre que manaba de sus labios.
— No me abandones, Hyukjae —rogó.
Él hizo una mueca de dolor, dejó caer la mano y luchó por
respirar.
— No llores por mí, Donghae. No lo merezco.
— ¡Sí lo mereces!
Él negó con la cabeza y entrelazó sus dedos con los suyos.
— Has sido mi salvación, Donghae. Sin ti, jamás habría
conocido lo que es el amor. —Tragó y se llevó la mano al corazón—. Y nunca
habría vuelto a ser quien fui.
Donghae observó cómo la luz desaparecía de sus ojos.
— ¡No! —volvió a gritar, acunando su cabeza sobre el
pecho—. ¡No, no, no! No puedes morir. Así no. ¡¿Me oyes Hyukjae?! Por favor…
¡No te vayas! ¡Por favor!
Lo abrazó con fuerza mientras la agonía que invadía su
corazón y su alma brotaba en forma de lágrimas.
O__O
ResponderEliminarde verdad Hae lo salva para que después se desvanezca en un charco de sangre ¿?
ay no inventes! esto no quedara a así!!! ¬¬
Hae~ haz algo!!! ahhh Nooo!!! Hyuk~ no te atrevas a morir pedazo de cosa...no ahora que la maldición se fue!!! don hp esta la madresita de estos dos~ ¬¬
ahhh Nooo...moriré esperando el próximo capitulo! Y__Y
No puedo creer que haya pasado todo esto, creo que estoy en shock. Como es posible?? de verdad pensé que por fin las cosas saldrían bien y aparece ese hijo de su mamá, con el perdón de afrodita xD, de Príapo >_< cómo puede hacerle algo así a su propio hermano. Ni Hyuk, ni Hae merecen lo que está pasando. NO ES JUSTO
ResponderEliminarSufro, sufrí y seguiré sufriendo mientras espero el nuevo cap.
Gracias por la actu...-se va a seguir sufriendo-
Todo precioso........la madre de Hyukae sirvio para algo y por fin pudieron romper la maldición.....no pueden ser más felices
ResponderEliminarpero como siempre tenia que llegar alguien a arruinar el precioso momento.....carajos,ese priapo merece castigo de lo dioses,hace su santa voluntad y ahora quiere matar a su hermano
o sea,todo lo que ha pasado hyuk y hae,rompen la maldición y este viene a herirlo de esa manera....dios