Kim Henry oyó el ruido de pasos
bajando por el túnel hacia la jaula donde estaba prisionero. No tenía idea de
cuánto tiempo había estado aquí.
De hecho, la mayor parte del tiempo, parecía
que su vida antes de la oscuridad era un sueño, algo que se inventó para evitar
volverse loco.
Si no fuera por el toque de su hermano dentro
de la mente, Henry sabía que habría muerto hacía mucho tiempo. El susurro suave
de la presencia de Wook dentro de él era lo único que Henry tenía para vivir.
Y ahora tenía que dejar eso atrás. Tenía que
apartar a Wook, bloquearle la visión.
El Señor Sasaeng quería a Wook. Le había oído
hablar de eso con la niña que nunca crecía. Estaban planeando cómo usar a Henry
para atraer a Wook aquí.
Parte de Henry quería dejar que eso sucediera.
La vida sería mucho más agradable con su hermano cerca, lo suficientemente
cerca para tocarlo y verlo. Pero el resto recordaba que había una vida fuera de
estas cuevas. Esa vida tenía calor y brillaba el sol. En los días buenos, Henry
casi podía recordar cómo se sentía el sol.
El brillo del sol le había sido robado, y no
podía dejar que lo mismo le ocurriera a Wook. No podía pagarle a su hermano
así, por lo que en lugar de eso, trabajó para distanciarse.
Lentamente, había comenzado a construir
barreras que mantuvieron fuera a Wook. Henry se sentía solo y asustado la
mayoría de las veces, pero al menos su hermano estaba a salvo.
El ruido de los pasos se hizo más fuerte. Henry
corrió a toda prisa a la esquina más estrecha de su prisión y trató de hacerse
un ovillo, pero eso se había vuelto imposible. La cosa en el vientre se había
vuelto demasiado grande.
El Señor Sasaeng, Sooman, rodeó la esquina,
haciendo que la sangre se helara en las venas de Henry.
Le odiaba.
Las cosas que le había hecho habían sido lo
suficientemente malas, pero la sangre con que lo había alimentado durante años
lo había cambiado. No estaba seguro de lo que era, pero lo que fuera, le
complacía. Henry sabía que eso significaba que tenía que ser malo, al igual que
la cosa del vientre era mala.
Los dedos de Sooman se envolvieron alrededor
de los barrotes de su jaula. Estaban asentados en la piedra de la cueva,
atrapándola en un callejón sin salida y no había forma de liberarse. Había
pasado horas intentándolo, pero nada había funcionado.
—¿Cómo está nuestro hijo? —preguntó.
Henry se negó a contestarle. Cualquier cosa
que dijera sólo empeoraría las cosas. Por supuesto, el silencio le irritaba
también. Había aprendido hace mucho tiempo que todo lo que hacía le enfurecía.
Su dedo demasiado largo se curvó, el resto de
los nudillos hacia la palma de su mano cuando le hizo una señal para que se
acercara.
Henry se quedó acobardadó en la esquina. No
quería que lo tocara otra vez.
—Ven aquí —dijo, alzando la voz con ira.
Henry negó con la cabeza.
Sooman se burló y una luz espeluznante
resplandeció detrás de sus ojos. Lentamente Henry empezó a gatear sobre el
suelo de piedra. La piel de una pierna fue arrancada antes de que pudiera
levantarse. Segundos después, una horda de insectos se deslizó en su celda,
alimentándose de la mancha de sangre dejada atrás.
Henry no dejó de moverse hasta que se apretó
contra los barrotes fríos. La mano de Sooman reptó alrededor de la pierna,
enjugándole una gota de sangre. La lamió de sus dedos, su lengua puntiaguda
virándose para alcanzar hasta la última gota.
El estómago se le estremeció con náuseas, y tuvo
que apartar la mirada o vomitaría.
—Deberías cuidarte mejor —dijo, como si
hubiera sido su culpa que empezara a sangrar—. Vas a necesitar tu fuerza. Es
casi la hora.
—¿La hora para qué? —preguntó antes de que
pudiera detenerse.
—La hora para que nazca nuestro hijo y para
que tu hermano entre en el redil. Jessica y yo tenemos planes para él.
Wook.
Simplemente el pensamiento de su nombre hizo
llamear la conexión a la vida por un breve instante. Podía sentir la presencia
de Wook dentro de la mente, cálida y reconfortante.
—Así es —dijo Sooman, sus ojos brillantes con
anticipación—. Tráelo a mí.
No. Henry no iba a dejarle tenerlo. Usó cada
pedacito de control que tenía y empujó a Wook fuera, apartándolo de un empujón
fuera de la mente. Esta vez funcionó. No lo hacía siempre, porque Wook era
fuerte, pero esta vez, Henry lo mantuvo a distancia.
Sooman negó con la cabeza, chasqueó su lengua
con malicia.
—Me lo traerás pronto.
Sus dedos excesivamente largos se deslizaron
sobre el vientre hinchado, absorbiéndole todo el calor de la piel. Bajo la
mano, la cosa dentro de él saltó como si supiera que su padre estaba cerca.
—No lo haré —prometió Henry.
Sooman simplemente le sonrió.
—Lo harás. Te lo prometo. Cuando llegue el
momento, harás cualquier cosa para detener el dolor. No podrás evitarlo.
El miedo se enroscó alrededor de Henry,
haciéndole estremecer. Sabía lo que él quería decir. Había oído a algunas de los
que eran mantenidos aquí hablar de eso. Sus susurros hacían eco en las paredes
de la cueva, llenándole la cabeza con visiones de dolor y sangre. Pero los
gritos eran lo peor. Sabía que cuando la cosa la saliera, le haría daño. Podría
matarlo.
Antes de que eso sucediera, tenía que
deshacerse de la conexión con Wook completamente. No confiaba en sí mismo para
no llegar a él cuando el dolor comenzara.
El agarre de Sooman en su cuerpo desapareció,
y Henry se derramó en el suelo.
Se dio media vuelta y se alejó diciendo:
—Te examinaré más tarde. Ya no falta mucho
tiempo.
Henry se sentó allí, envolviendo los brazos su
alrededor lo mejor que pudo. El temblor que le estremecía el cuerpo se
detendría en breve. Sólo tenía que aguantar hasta entonces. Una vez que se
sintiera lo suficientemente caliente como para pensar con claridad, resolvería
qué hacer. Debía sacarse de las manos alguna clase de plan para mantener a Wook
a distancia.
Y si no podía, encontraría una manera de
quitarse la vida antes de que el dolor comenzara.
Sooman regresó a sus aposentos, saboreando
cómo el calor de Henry le corría a través del torrente sanguíneo. Habría sido
agradable quedarse más tiempo y disfrutar más de su delicioso calor, pero no
era seguro para el niño que llevaba. Su hijo.
Estaba cerca de otro éxito. Podía sentirlo.
Uno o dos días más y podría sujetar a su hijo en brazos y le mostraría el mundo
que un día gobernaría.
Lo único que ponía freno a su buen humor era
la falta de cooperación de Henry. Sentía que estaba cada vez más fuerte y más
capaz de resistirse a llamar a su hermano. Quizás el niño le daba fuerza.
No
podía estar seguro. Lo que sabía era que si no traía a Wook aquí, Jessica sería
infeliz.
Lo único que le asustaba más que la muerte era
la ira de Jessica.
Como si los pensamientos la hubieran
convocado, ella estaba esperándole delante de su escritorio.
Jessica no era ninguna niña, a pesar de su
apariencia. Era más vieja que él en varias vidas y tenía una especie de poder
que no podía ni siquiera comenzar a entender.
Jessica era mortífera y Sooman la respetaba.
—Dime —exigió ella.
Sooman la rodeó, dando un gran giro. Si una de
sus visiones la golpeaba y comenzaba a revolcarse violentamente, no quería
estar lo suficientemente cerca de ella para que pudiera tocarle. Había visto lo
que les pasaba a los que había tocado. Sus muertes habían sido lentas y
dolorosas.
—¿Qué te gustaría saber? —preguntó, fingiendo
ignorancia.
—¿Ha convencido a Wook de acudir a nosotros?
—No. Pero lo hará.
—Lo quiero —dijo Jessica con un mohín—. Quiero
a Wook.
—Lo sé, y te dije que lo conseguiría para ti.
Ten paciencia.
—He estado esperando durante nueve años. Eso
es suficiente tiempo.
El tono imperioso hizo apretar los dientes a Sooman.
—No pasará mucho tiempo ahora. Sólo algunos
días.
Jessica dio un pisotón con su delicado pie.
—Ahora, Sooman. Lo quiero ahora, antes de que
regrese a la seguridad del SM.
En lugar de darle un revés a la mocosa, Sooman
se agachó para cubrir la ira que sabía le retorcía el rostro.
—Como gustes, mi señora. Enviaré a algunos de
mis mejores guerreros a buscarlo para ti.
Aplacada, Jessica sonrió.
—Lo ves. ¿Era tan difícil?
Sooman no se atrevió a contestar a esa
pregunta.
—Si puedo preguntar, ¿por qué es tan
importante para ti?
—No lo es. Es su mente. Necesito ver cómo
funciona, cómo controla a los Sgath.
—Dudo que esté de acuerdo en ayudarnos
voluntariamente.
Jessica encogió sus delicados hombros.
—No tiene que estar dispuesto. Si no va a
jugar bien, entonces le desgarraré el poder y lo tomaré por mi cuenta.
—¿Puedes hacer eso?
Una sonrisa extraña gradualmente estiró su
arco de Cupido.
—Puedo. He estado practicando en tus hombres.
Las implicaciones de su declaración golpearon
a Sooman como un árbol que cae.
—Tú eres la que ha estado matando a mis tropas
de élite.
Ella dio un paso más cerca de él.
—No te importa, ¿verdad?
La conmoción le sujetó la lengua cautiva
durante mucho tiempo.
—Claro que no. Todo lo que tengo es tuyo, si
tú lo deseas.
—Me alegro que entiendas eso. —Se dio la
vuelta en un chasquido de encaje negro andrajoso—. Llámame cuando Wook esté
aquí.
Sooman tenía la intención de reunirse con Seungri
esta noche para su alimentación mensual, pero iba a tener que hacer otros
planes. Si sus secuaces no tenían éxito en la búsqueda de Wook antes de que
regresara a su casa, necesitaría activar el plan de contingencia que había
puesto recientemente en marcha.
Con un pensamiento, llamó a Tablo a su
oficina. Su segundo al mando se quedó en silencio junto a la puerta, esperando
instrucciones.
—Ese chico que alteré el otoño pasado. ¿Sigue
vivo?
—Sí. Me lo encontré en la alameda la semana
pasada después de que se escabullera de la SM.
Todavía se revela en los
confines de ese lugar y de las reglas de los Centinelas, pero nuestro control
sobre él se ha mantenido.
—Bien. Creo que es hora de que sea de
utilidad.
Sooman escribió instrucciones en un pedazo de
papel y se lo dio a Tablo.
Yesung no se molestó en cavar el agujero lo
suficientemente grande como para abrir el ataúd; simplemente abrió un hueco lo
suficiente ancho para que pudiera estar de pie sobre él, rompió la parte
superior del ataúd y recogió uno de los huesos, dejando el resto en paz.
—¿Es suficiente? —preguntó, sosteniendo en
alto un fémur pequeño para que Wook lo viera.
Él se acurrucó dentro del abrigo al borde de
la tumba. Asintió con la cabeza, estirándose para alcanzar el hueso, y lo metió
dentro del abrigo, abrazándolo cerca de su pecho.
Maldito hueso afortunado.
Wook escudriñó el bosque cercano, manteniendo
vigilancia por si aparecía compañía no deseada.
—Kevin dijo que probablemente será capaz de
decir si hay cualquier relación entre el cuerpo de este hueso y nuestra familia.
Yesung trepó fuera del agujero y comenzó a
llenarlo otra vez. Estaba cubierto de suciedad de pies a cabeza, empapado de
sudor a pesar del viento frío y malhumorado. No había matado o jodido lo
suficiente esta noche para apaciguarse, haciendo que el dolor detrás de los
ojos latiera y se hinchara hasta que le bajó por la garganta e hizo difícil
dejar pasar el aire.
—Estoy seguro de que te dirán cualquier cosa
que quieras escuchar si les permitieras tener tu sangre —dijo.
—Necesito su honradez.
Yesung bufó.
—Buena suerte con eso.
Faltaba aproximadamente una hora para el
amanecer, y desde el momento en el que había llegado,
Yesung quería estar fuera
del cementerio antes de que los policías humanos llegaran y comenzaran a hacer
preguntas. Con suerte, podría dejar a Wook en la SM y recoger a alguna puta
antes de la hora del almuerzo. La peluca blanca por la que él pagaba a sus
prostitutas para que se la pusieran estaba en la parte de atrás de su
camioneta, lista para partir.
—Tú me crees, ¿verdad? —preguntó Wook.
—¿Creer qué?
—Que Henry está todavía vivo.
—Creo que tú lo crees. Por supuesto, estás
jodido de la cabeza así que, ¿eso qué te dice?
—Él no me dejará entrar.
Yesung lanzó otra palada de tierra en la
tumba.
—¿No te dejará entrar dónde?
—En sus pensamientos. Me mantiene fuera a
pesar de que sé que tiene miedo.
Wook le contempló, sus ojos brillaban con
preocupación.
Algo profundamente dentro de Yesung se hinchó
mientras lo observaba. Le hizo sentirse completo y lleno aunque amenazó con
hacerle explotar. No tenía ni idea de qué significaba eso, pero no parecía
desaparecer.
Esperaba como el demonio poder encontrar la
manera de hacerlo detenerse, poder encontrar la manera de arreglar lo que
estaba hecho pedazos dentro de Wook para que así él pudiera dejar de preocuparse.
No podía hacerlo tampoco, así que ofreció la
única explicación que se le ocurrió.
—Tal vez no quiere asustarte.
Wook inclinó la cabeza a un lado y el cabello
blanco cayó adelante, acariciándole la mejilla. El deseo de estirarse y
deslizarlo de nuevo detrás de su oreja fue casi abrumador. Yesung tuvo que
apretar la pala para mantener las manos sucias donde pertenecían.
—No había pensado en eso. Tal vez estás en lo
cierto. Voy a hablar con él sobre eso.
—¿Cómo? —preguntó Yesung, pero fue muy tarde.
Wook yacía tumbado, y como si un interruptor
fuera apagado, se fue. Su cuerpo se aflojó, sus ojos rodaron hacia atrás, y
toda la vida se deslizó de él, dejándolo parecer falso y plástico, como un
maniquí.
Una oleada de pánico atrapó a Yesung con la
guardia baja, estrellándose contra los intestinos hasta que no pudo respirar.
—¿Wook?
No respondió. Ni siquiera contrajo un músculo.
Yesung dejó caer la pala y se arrastró para
llegar a él. Presionó los dedos en el lado de su cuello, frenético por sentir
un pulso. Dejó manchas de tierra en su piel pálida, pero debajo del dedo
índice, sintió la pulsación de su corazón, fuerte y constante.
Su pecho se alzó, moviendo el cuero de la
chaqueta. Estaba respirando.
Tiró de él hacia los brazos y lo sujetó contra
el cuerpo, meciéndolo. Lanzó un agradecimiento al universo, permitiendo que
quienquiera que estuviera a cargo lo oyera. No creía mucho en Dios, pero si
hubiera uno, el hecho de que Wook estuviera vivo después de todo por lo que
había atravesado estaba casi tan cerca de probarlo como podía imaginar.
Su delgado cuerpo contra el suyo encajaba
demasiado bien. Sus ojos se agitaron hasta abrirse. Tan bonito.
—No me deja entrar —susurró Wook—. No puedo
hablar con él. Tendré que hacer otro intento más tarde.
—Jamás me hagas esto otra vez —ordenó—. Me
diste un susto mortal.
El alivio oprimió a Yesung, inmovilizándolo en
el frío suelo. Sabía que debería levantarse. Sabía que debería soltarlo y poner
tanta distancia entre ellos que Wook no estuviera siquiera a la vista.
Wook se estiró hacia arriba y presionó la mano
fría contra su mejilla.
—Eres muy mono cuando estás asustado.
—¿Mono? —Nadie alguna vez se había atrevido a
llamarlo mono.
Al menos, no en su cara.
—Tu frente está completamente fruncida como
uno de esos perritos arrugados.
Esta conversación estaba encaminándose a un
mal lugar rápidamente.
—Claramente, es hora de ponerse en movimiento.
—Me gusta estar afuera en la oscuridad así, a
solas contigo. Está tranquilo. Siempre me haces sentir seguro.
Yesung no tocaría ese comentario. Ni aunque su
vida dependiera de ello. Wook no tenía ni idea de lo peligroso que era en este
momento –la cantidad de cosas que quería hacerle. La lujuria por él estaba
demasiado entremezclada con todos los impulsos violentos que le recorrían. En
algunos de sus sueños, le había hecho el amor y lo había hecho gritar de
placer, pero en otros, lo había empujado hacia abajo y lo había forzado.
Violándolo. Él le había rogado que se detuviera y no lo había hecho.
No tenía derecho a estar en ningún lugar cerca
de Wook. Pero tenía las manos agarradas a su cuerpo como si no quisiera dejarlo
ir. Si no ponía alguna distancia entre ellos rápidamente, no tenía ni idea de
lo que podría hacer.
Le preguntó:
—¿Puedes levantarte?
—Seguro. Estoy bien.
—No estás bien. Te desmayaste.
Wook se puso de pie, manteniendo el hueso muy
cercano al pecho para que no se cayera.
—No, no fue así. Sólo me deslicé fuera de mi
cuerpo durante un minuto. Lo hago todo el tiempo.
—No me gusta eso.
—No te quejaste cuando te traje de vuelta a Seungki.
—¿De qué estás hablando?
—Después de que él fuera herido. Fui dentro de
él y le ayudé a encontrar el camino de regreso. Le ayudé a despertarse.
Yesung había estado allí después de que
ocurrió, pero no se había dado cuenta de lo que había hecho.
No estaba seguro
de que quisiera saberlo ahora. La idea de su ser dentro de la mente de otro
hombre era algo más de lo que podía aguantar. Le hacía sentirse territorial,
cuando sabía que debería agradecerle lo que había hecho.
—Nos vamos.
—¿Qué pasa con el resto de la tierra?
—Al diablo la tierra.
Wook se sobresaltó como si sus palabras le
hirieran.
—¿Qué? —demandó él.
Wook negó con la cabeza, haciendo que su pelo
se bambolease.
—Nada. Tengo mi hueso. Podemos irnos. Necesito
algo de dinero, sin embargo.
—¿Para qué?
—La gasolina. El coche está casi vacío.
Una cólera lenta y profunda hirvió dentro de
él mientras la implicación de sus palabras le penetraba.
—¿Me estás diciendo que te escapaste hasta
aquí solo, sin dinero siquiera para llenar el maldito tanque?
—Se me olvidó.
—¿Olvidó?
Su barbilla subió y su posición se amplió y se
volvió defensiva.
—No es como si estuviera acostumbrado a nada
de esto. Tuve que aprender a conducir de la forma más difícil antes de que
pudiera salir. Me preocupaba tanto no poder hacerlo, que olvidé traer dinero.
—Un momento. ¿Qué quiere decir: De la forma
más difícil? —preguntó, aunque sabía que probablemente no iba a gustarle la
respuesta.
—Quiero decir que tuve que pedir prestada la
mente de alguien durante un tiempo para poder aprender. Lo sabes.
—No. Definitivamente no sé nada sobre pedir
prestada la mente de alguien más.
Wook se alejó, caminando a grandes pasos hacia
los vehículos.
—Tú no eres como yo, Yesung. Eso no significa
que esté equivocado, sin embargo. Hago las cosas a mi modo. Si a ti no te gusta
eso, no mires.
Yesung le alcanzó y, a pesar de su mejor
juicio, envolvió los dedos alrededor de su brazo y tiró hasta detenerlo. Era
tan delicado, todo lo que tendría que hacer era apretar el puño y aplastar sus
huesos, así que tuvo mucho cuidado con la presión que ejerció.
—No conducirás de regreso usando el
conocimiento prestado de cómo conducir un coche —le dijo.
—Obsérvame.
Wook no debería empujarle. Sabía lo cerca que
estaba del borde... con qué rapidez podría perder el control. Pero no lo sabía.
Nunca había visto uno de sus arrebatos. Nunca había visto lo que podía hacer
cuando le provocaban. Habría podido desviar toda esa furia hacia los Sasaeng,
pero ahora mismo, no había ninguno para salir a su encuentro. Estaba aquí
afuera solo con Wook, sin nadie a quién dirigirlo.
Los dedos se apretaron alrededor de su brazo.
La sangre estaba corriendo caliente. La parte oscura de él le instó a mostrarle
exactamente lo peligroso que podría ser. Tal vez entonces le dejaría solo.
Un pinchazo afilado en el pecho le sobresaltó.
Wook le había clavado su dedo y le miraba con el ceño fruncido.
—Deja de portarte como un matón. No me gusta
eso.
—¿Qué te hace pensar que me importa lo que te
guste?
—Te conozco. He sentido la cosa creciendo
dentro de ti. Es grande y fea, pero tú eres más fuerte que
eso. Eres un buen
hombre.
Yesung dejó escapar un ladrido de risa sin
humor. No pudo evitarlo.
—Soy un montón de cosas, niñito, pero no hay
una sola parte que haya quedado de mí que sea buena.
Wook agarró el frente de su camisa y tiró de
él hacia abajo hasta que los ojos estuvieron al mismo nivel. Él le dejó
hacerlo. Tenía mejor criterio, pero cuanto más le acercaba, más dispuesto
estaba de dejarlo salirse con la suya. Lo dejaría gritarle todo lo que
quisiera. Después, lo pondría en la camioneta y lo llevaría a casa. Con tal de
que no cediera al deseo de lanzarla hacia el suelo frío y follarlo, estaría
relativamente a salvo.
Pero Wook no gritó. En lugar de eso, antes de
que él pudiera sacar en claro lo que iba a hacer, antes de que lo pudiera
detener, presionó sus labios sobre los de él en un beso dulce y casto.
El deseo llameó a la vida, eclipsando todo lo
demás. No podía recordar la última vez que le habían besado ‑siempre tomaba a
sus putas desde atrás‑ pero aunque pudiera recordarlo, esos recuerdos se
habrían desvanecido por falta de significado ante este momento.
La boca de Wook era suave y caliente, su toque
tan breve y ligero que terminó antes de que siquiera hubiera podido probarlo
realmente.
Quería más. La oscuridad dentro de él se alzó,
exigiendo más. Era dulzura y luz y quería consumirlo para que esa dulzura fuera
toda suya, para siempre.
Cogió su cabeza entre las manos, manteniéndola
inmóvil. Iba a darla un beso real, uno que arriesgara un reclamo y le mostrara
exactamente lo que había conseguido. Le había advertido que se mantuviera
alejado. Repetidamente. No lo había hecho, y esto era exactamente lo que se
merecía.
Su aliento dulce le acarició suavemente la
mejilla.
—Siempre me pregunté cómo sería. Gracias.
—¿Por qué? —Logró rechinar a través de la
mandíbula apretada con fuerza.
—Mi primer beso.
No. Joder no. No había oído eso.
—¿El primero? —Ni siquiera había sido un beso
real, simplemente un picotazo.
Él le sintió intentar asentir con la cabeza,
pero el agarre estaba muy apretado para permitirlo.
Primer beso. Demasiado inocente. Demasiado
confiado. Tenía que soltarlo. No podría hacerlo llorar como lo hizo en sus
pesadillas.
Tuvo la impresión de que se quitaba su propia
piel, pero logró apartar las manos de la suavidad de su piel y su pelo. Las
manchas de barro de las manos la habían ensuciado donde la había tocado.
Él dio un paso atrás, el pecho hinchándose
como si hubiera estado corriendo durante días enteros. El corazón golpeó
fuertemente contra las costillas, y con cada pulsación, la presión en la cabeza
aumentó.
Wook se estiró para alcanzarle. Él retrocedió
otro paso largo, evadiendo su toque. Si le tocaba otra vez, perdería el
control. La oscuridad le tomaría y Wook pagaría el precio.
Él metió la mano en la cartera, sacó varios
billetes, y los arrojó en el suelo a sus pies.
—Vete —le dijo—. Vete a casa y no intentes
seguirme.
—¿A dónde vas?
A encontrar a tantos Sasaeng o prostitutas
como pudiera.
—Nada que sea de tu maldita incumbencia. Vete.
Conseguí el maldito hueso para ti. No me hagas lamentarlo.
Wook recogió el dinero, sin quitarle nunca los
ojos de encima.
—Me necesitas. Un día de éstos podré
demostrarte que no estoy loco... al menos, no sobre eso.
—Vete. Ahora —antes de que lo detuviera.
—Te esperaré en casa. Si no regresas para que
podamos hablar, iré a buscarte.
Su promesa le cayó pesadamente en los hombros
mientras Wook se daba la vuelta y se iba.
Yesung esperó a que estuviera fuera de la
vista antes de atreverse a moverse. El sol estaba casi arriba, menguando las
oportunidades de encontrar cualquier Snarlies. Tenía el número de una puta en
Omaha a la que había llamado antes. Sólo esperaba llegar a ella antes de que el
dolor le destrozara.
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