Junjin apretó los dientes contra el dolor
de viajar a la Tierra. El
vapor se elevaba de su piel y mantuvo su concentración
hasta que la brillante puerta se cerró tras él.
Era de noche, por supuesto. Ellos sólo
podían ir allí de noche. La luz del sol se plegaba a las órdenes del Trot, y
rebelaría la entrada de un hijo errante igual que él, tan seguro como si
estuviesen de pie en la misma habitación. Sólo el cuidadoso cálculo y
planificación aseguraría que ninguno de los hombres que viajaban allí con Junjin
hiciera caer la mirada del Trot.
Cuando los sentidos de Junjin comenzaron
a funcionar otra vez, captó la esencia del polvo y la frescura de la hierba.
Oyó voces en la distancia, aunque si eran humanos o Centinelas no podía
asegurarlo. El cielo estaba oscuro, las estrellas ocultas por el cercano brillo
de la iluminación humana.
Junjin bizqueó para centrar su enfoque y
reconocer las fuertes líneas de la
SM surgiendo a sólo unas yardas de distancia.
Sus cálculos habían sido correctos.
Había entrado a través de la Piedra Centinela correcta. Ahora todo lo que tenía
que hacer era descubrir exactamente cuándo había llegado.
Aquellas voces se elevaban, las
guturales palabras en inglés le taladraban los oídos. Junjin se puso en pie a
tiempo de ver que una multitud de Suju armados se dirigían directamente hacia
él.
Sabiendo que eso podía acabar mal para
todos los involucrados, Junjin alzó las manos, mostrándolas desnudas de armas.
Los hombres se reunieron alrededor, sus
espadas brillando bajo la luz de la simple luna.
—¿Quién eres? —exigió el hombre al
frente.
Tenía un rostro curtido y brillantes
ojos azules sombreados con pena.
—Soy el Príncipe Junjin, hijo del Trot
—dijo, su boca entorpecida por los agudos bordes de su lenguaje.
Una abundante cantidad de ojos que lo
miraban con sospecha se cerró en él.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó el
hombre.
—Llegué a través de la Piedra Centinela.
Los cuerpos de los hombres se
dividieron, permitiendo paso a un hombre. Tenía el pelo negro y llevaba una
túnica gris. Su presencia llenó el espacio abierto cuando sus ojos negros
cayeron una vez sobre él. La luceria alrededor de su garganta brillaba,
marcándolo como una de las creaciones de su padre.
Junjin inclinó la cabeza.
—Mi señor —dijo, imbuyendo su tono con
respeto.
El hombre que había estado interrogando
a Junjin dio un protector paso más cerca del recien llegado, obviamente su
compañero.
—¿Por qué estás aquí? —exigió.
Demasiadas razones para nombrarlas, así
que Junjin se enfocó en la más importante en su mente.
—Sentí que mis hijos estaban aquí. Tenía
la esperanza de posar los ojos sobre ellos.
Los labios del hombre se dividieron en
shock.
—¿Hijos?
—Sí. ¿Están aquí? —preguntó Junjin.
—Yo soy Changmin, el Caballero Gris
—dijo—. Si tus hijos están aquí, puedes verlos. ¿Cuáles son sus nombres?
Los extraños, nombres humanos cayeron
fácilmente a sus labios, aunque nunca los había dicho en voz alta en su propio
hogar por temor a que su padre los oyera.
—Hae, Leeteuk y Minnie.
Un jadeó se elevó desde la parte de
atrás del grupo, y un hombre dio un paso adelante. La gentil curva de su
mejilla, tan parecida a la de su madre, hizo que sus dedos le dolieran por
estirarse y tocarlo para ver si era real. La luceria en su garganta era de un
rico y fiero rojo.
Junjin no lo había visto nunca antes,
pero sabía en ese instante que era de su sangre. Su hijo.
—Soy Leeteuk —dijo él, su voz suave
vacilante con emoción.
Junjin se tambaleó hacia delante, su
cuerpo torpe por el físico peaje que le había cobrado el viaje.
Un oscuro hombre al lado de Leeteuk
levantó su espada e interpuso su cuerpo de modo que escudó el de Leeteuk.
—Quédate atrás —le advirtió, su boca
tensa con la rabia.
—Perdonad mi falta de modales —rogó él—.
No tenía intención de asustar a ninguno de ustedes.
—Déjame ir, Kangin —dijo Leeteuk—. No va
a hacerme daño.
La muchedumbre a su alrededor empezó a
crecer, y susurrantes voces repitieron a los recién llegados lo que había
pasado.
Leeteuk extendió su mano y Junjin vio
que temblaba.
—¿De dónde vienes? —preguntó Leeteuk.
—Athanasia.
Changmin silbó y retiró la mano de Leeteuk.
—Mentiroso. La puerta está cerrada.
—No para mí. Ni para ninguno de mis
hermanos que ya pasaron a través de éste mundo.
Changmin no le creía. Podía ver su
desconfianza brillando en su rostro.
—¿Por qué vienes ahora? —le preguntó.
—Están perdiendo la guerra
contra los Sasaengs. La cólera de mi padre excluyó el portal cerrándolo, pero
algunos de nosotros sabemos la locura en eso. Sabemos que si los
Centinelas caen, no quedará nada entre nosotros y los Sasaengs. Nos hemos
vuelto débiles en nuestra decadencia. Nos destruirían.
La voz de Changmin temblaba con rabia.
—Así que, ¿vienes aquí para rogarnos que los ayudemos? ¿Para elevar nuestra moral de modo que peleemos con más fuerza?
¿Realmente creéis que queremos sacrificar más a favor de vosotros que nos
rechazáis?
El corazón de Junjin se dolió oyendo la
amargura que vomitaba ese hombre. Sólo la profunda pérdida creaba una rabia
como la suya. Una pérdida que Junjin conocía demasiado bien.
—¿Cuántos de tus hijos han muerto?
—preguntó él con voz tierna.
Changmin apretó la mandíbula, pero vio
el brillo de las lágrimas iluminando sus negros ojos por un mero segundo antes
de que la cólera los quemara.
—Vuelve por dónde has venido. No te
necesitamos aquí.
—Pero lo hacéis —dijo Junjin, mirando a
los desesperados hombres reunidos a su alrededor—. Vuestros hombres están
muriendo, y mis hermanos y yo hemos estado trabajando durante mucho tiempo para
salvaros.
El hombre vinculado a Changmin lo captó
a la primera.
—Habéis venido aquí y os habéis acostado
con mujeres humanas, ¿no es verdad?
Junjin asintió.
—Hemos engendrado hijos. Es difícil
saber cuántos desde que no podemos viajar aquí a menudo, y el tiempo pasa mucho
más rápidamente aquí en la
Tierra.
—Mi madre —susurró Leeteuk—. ¿Tuviste
con ella una aventura de una sola noche?
Junjin frunció el ceño ante el término,
sin entenderlo.
—Estuve con tu madre, si eso es lo que
quieres decir. Y viéndote a ti aquí, un hombre adulto… Me encontré con ella
hace sólo unos meses. Si hubieses nacido en mi mundo, aún serías un bebé.
Leeteuk miró a su marido, entonces
volvió de nuevo a Junjin.
—Pensé que nos habías abandonado.
—Nunca. Si yo hubiese sido capaz, habría
estado contigo cada día. Pero esto es… imposible.
Leeteuk se adelantó y tomó a Junjin en
sus brazos. Él se quedó allí de pie, tieso en su abrazo, sin saber con
seguridad qué hacer. No le conocía, no le había visto crecer, y con todo
todavía le amaba. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía fluir tanto amor de él y todavía
permanecer intacto?
Junjin no lo sabía, pero ahora, en ese
momento, no le importaba. Leeteuk estaba allí y a salvo. Había encontrado su
lugar entre esa gente.
El se echó atrás, sorbiendo las
lágrimas.
—Dijiste que habían otros. ¿Tengo
hermanos?
Junjin asintió.
—Dos. Hae y Minnie. ¿Están aquí?
Changmin sacudió la cabeza.
—No. Pero debemos encontrarlos. Asumiendo
que estén todavía vivos.
—Espera —dijo el marido de Leeteuk—. Minnie
quizás sea Sungmin.
Los ojos de Leeteuk se abrieron
desmesuradamente y hurgó por algo en su bolsillo. Jugó con ello un momento.
—Sungmin.
El hijo de Junjin sonrió y fue la cosa
más hermosa que había visto en su larga, larga vida.
—Deberías salir fuera —dijo él—. Tenemos
una sorpresa para ti.
Sungmin y Kyuhyun salieron corriendo
hacia la conmoción en el patio de entrenamiento.
El cuerpo de Sungmin estaba aún débil y Kyuhyun
estaba justo ahí, a su lado, con su fuerte brazo en su codo, sosteniéndolo.
Una multitud de personas se habían
reunido alrededor de la roca grabada en el campo de entrenamiento, y en el
centro de esa conmoción había un hombre que Sungmin nunca había visto antes.
Tenía extraños ojos y cabello oscuro y
abundante. Era hermoso, de la misma manera en que los Zea lo eran, como si
hubiese sido esculpido para situarlo sobre un estante y admirarlo. Pero no
tenía sus facciones pálidas y demacradas.
Lucía saludable. Robusto, como los Suju.
Leeteuk se situó en el borde de la
multitud, cambiando su peso de una pierna a la otra ansiosamente mientras
esperaba que Sungmin se acercara. Se veía más joven, y brillaba con una alegría
infantil.
Sólo ver a su amigo tan feliz hacía que
el corazón de Sungmin se calentara.
—¿Qué es? —preguntó.
—Nunca lo vas a creer —dijo Leeteuk.
Apretó los labios cerrándolos como si estuviera conteniendo un secreto,
entonces espetó—. Nuestro padre está aquí. Vino de éste otro mundo de donde
todos los Centinelas vinieron. Quiere conocernos.
—¿Conocernos? ¿A nosotros?
La importancia de las palabras finales
de Leeteuk cayó sobre él y Sungmin tuvo que agarrarse al brazo de Kyuhyun para
no hundirse en el suelo.
—¿Somos hermanos?
Leeteuk asintió, luego abrazó
fuertemente a Sungmin alrededor del cuello.
—No es de extrañar que me desahogara
contigo cuando apenas te conocía. Supongo que incluso entonces teníamos una
conexión.
Sungmin estaba demasiado anonadado para
hablar. Era demasiado para creerlo. Su padre era algún tipo de alienígena de
otro planeta. Y estaba allí.
—Tranquilo —susurró Kyuhyun.
El agarre en su brazo se apretó y
deslizó su brazo a su alrededor para afianzarlo. El no se había dado cuenta
hasta entonces de que casi se había caído sobre el culo.
—Quiero verlo —dijo Sungmin.
Leeteuk lo condujo hacia el hombre de
los extraños e inquietantes ojos. Sungmin levantó la mirada hacia él, mirándolo
realmente. Él se quedó en silencio, dejándolo estudiarlo, sin siquiera
pestañear, aunque sus ojos estaban líquidos por la emoción.
—Así que, ¿tú eres el tío? —preguntó.
Él frunció el ceño un instante, luego
asintió.
—Desearía haberte encontrado antes —dijo
él.
—A mí también me hubiese gustado.
Él dio un respingo y Sungmin quiso
retractarse de sus palabras.
—No podía estar aquí, Sungmin —dijo Leeteuk—.
En nuestro planeta.
—Tengo veintiséis. Creo que podría haber
encontrado tiempo en alguna parte para hacer el viaje. O al menos para enviar
una postal.
—El tiempo es diferente allá. Además,
tiene que ser cuidadoso. Si su padre descubre que está aquí, será ejecutado.
El padre de Sungmin extendió su mano.
—No, tiene razón. Debí encontrar la
manera. Lo siento, Minnie.
—Sungmin —dijo—. Soy Sungmin.
Él asintió, y Sungmin observó cómo
formaba la palabra en su boca silenciosamente, como si le estuviera
memorizando.
—Soy Junjin.
Los dedos de Kyuhyun se deslizaron por
su brazo, calmándolo. Sungmin no estaba seguro de cómo sentirse acerca de todo
eso, pero una cosa era segura: la vida era demasiado corta para guardar
rencores. Cualesquiera que fueran sus razones para no haber estado en su vida,
estaba allí ahora. No quería perder el tiempo que estuvieran juntos estando
enojado.
Sungmin ignoró su mano extendida, y lo
abrazó. Él lo envolvió en sus brazos, y aunque no parecía lo suficientemente
mayor para ser su padre, sabía en ese instante que lo era. Sintió el amor de él
surgiendo a través de su ser, rellenando todos los espacios vacíos que su
pasado había dejado.
—Mamá murió —susurró.
—Lo siento.
—Era una buena mujer. —Y entonces, Sungmin
supo que era cierto.
Seguro, su madre había estado equivocada
sobre muchas cosas, pero había hecho bien las grandes cosas. Le enseñó a Sungmin
a ser fuerte, a ponerse de pie por sí mismo, y a cuidar de la gente a su
alrededor. Le dio su amor y le enseñó las cosas importantes, como atesorar cada
día y jamás rendirse. Le enseñó a Sungmin cómo amar incondicionalmente.
Y ahora, de pie delante de ese hombre
que no conocía, Sungmin puso en práctica esa lección. Iba a amar a ese hombre,
su padre, independientemente de sus faltas. No había estado allí para él en
toda su vida, pero estaba allí ahora. Y le había dado a Leeteuk. Le había dado
una familia.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —le
preguntó.
—No mucho. Sólo hasta el amanecer.
Las esperanzas de Sungmin se hundieron.
—Eso es sólo unas pocas horas.
Le dedicó una sonrisa triste.
—Lo sé, pero así debe ser. Si el Trot se
entera de que he estado aquí, tu vida y la vida de tus hermanos estarán en
peligro.
—¿Hermanos? ¿En plural?
—Hae no está aquí —dijo—. Debes
encontrarlo. —Levantó la cabeza y se dirigió a los hombres. —Puede ser capaz de
salvar a uno de ustedes. Y hay otros. Hijos de mis hermanos y primos.
—¿Cuántos? —preguntó Shindong.
—Más de dos veintenas, aunque no sabemos
si están vivos.
—¿Y vas a tener más hijos? —preguntó uno
de los Zea que Sungmin aún no había conocido.
Los ojos de Lucien se atenuaron por la
tristeza.
—No yo, no puedo volver. Demasiados
viajes a través de la puerta nos debilitan. Es difícil ocultar nuestro paso, y
debemos evitar la detección por encima de todo.
—Pero, ¿vendrán otros? —preguntó el Zea.
—Sí, más se unen a nuestra causa cada
día. Sabemos que todos ustedes han luchando. Sufriendo. Tratamos de ayudarlos
de todas las formas que podemos.
—Estamos muriendo de hambre —dijo el Zea—.
Necesitamos más sangre.
—Lo sé, hacemos lo que podemos, pero no
nos arriesgaremos a ser atrapados. Antes de que me vaya, tendrán un poco de mi
sangre. Los mantendrá por un tiempo.
Los ojos del Zea brillaron de un extraño
plateado, y Sungmin sintió un escalofrío de repulsión recorrer el cuerpo de su
padre.
Junjin buscó dentro de su camisa y sacó
una foto.
—Aquí hay tres hombres más que deben
encontrar. Hijos de mi hermano, Hyesung.
Al lado de Sungmin, Leeteuk jadeó.
—Ese es de Heechul y Wook cuando eran
jóvenes.
Heechul se adelantó y tomó la foto de la
mano de Sungmin.
—Lo es. Fue tomada justo antes de que Henry
fuese asesinado.
—¿Henry? —preguntó Junjin.
La boca de Heechul se tensó.
—Nuestro hermano menor.
Junjin tendió la mano para recuperar la
foto.
—Te pediré que me dejes devolver ésta
muestra de recuerdo a tu padre. Con mucho gusto le emitiré un mensaje de tu
parte si ese es tu deseo.
Heechul asintió rígidamente.
—Dile que estoy bien, como puedes ver. Wook
está vivo y Henry está muerto.
Los ojos de Junjin se cerraron, y Heechul
oyó una serie de fluidas y elegantes palabras abandonar sus labios.
—Siento tu perdida.
—Al menos nos hemos tenido el uno al otro
mientras crecíamos —dijo Heechul— Puedes agradecerle por eso.
—¿Puedo ver a Wook? ¿Hablar con él?
—No —dijo Heechul—. Está demasiado…
débil para eso.
—¿Hay algo que pueda hacer por él?
—¿Eres un sanador?
—Lamentablemente, no.
—Envía uno —demandó Heechul—. Si hay
alguno de ustedes que pueda sanar su mente, entonces puedes enviarlo aquí.
—Trataré —dijo Junjin—. Lo prometo.
A Heechul se le doblaron las rodillas y Siwon
lo agarró del brazo.
—Es hora de irse —dijo Yunho en una
atronadora voz—. Vamos a darle a Leeteuk y a Sungmin tiempo a solas con su
padre.
La multitud se marchó, pero no se alejó
mucho. No era que Sungmin los culpara. No era como si un alien fuera a visitarlos
todos los días.
—Cuéntenme de sus vidas —dijo Junjin—.
Me gustaría tener retazos y pedazos de ustedes para llevarme conmigo y calentar
mis pensamientos.
Aunque fue difícil al principio, Sungmin
encontró trocitos brillantes de su vida para compartir con el padre que nunca
había conocido. Cuando Leeteuk y él compartían historias, fluían con más
naturalidad, y Sungmin se dio cuenta que su vida no había sido tan triste como
había imaginado. Habían muchos buenos momentos, y ese, sentado bajo las estrellas
alrededor de su recién descubierta familia, ahora iba a estar metido entre
ellos.
Lentamente, el sol se deslizó hacia el
horizonte, señalando que su tiempo había terminado. Leeteuk y Sungmin se
despidieron de Junjin con torpes y lagrimosos abrazos. Kyuhyun encontró una
cámara digital y tomó fotos de ellos juntos, imprimiendo una para que su padre
se llevara con él.
Junjin la sostuvo contra su corazón y
lloró. Esas lágrimas seguían cayendo cuando levantó su mano y convocó un anillo
de luz brillante.
Sungmin sostuvo la mano de Leeteuk
cuando entró en esa luz y desapareció.
—¿Crees que alguna vez lo volveremos a
ver? —preguntó Leeteuk.
—Dijo que no podía regresar.
—Quizá las cosas cambien. Quizás éste
gilipollas de Trot deje de ser un idiota.
—Debiste preguntarle a Junjin si eso era
posible —dijo Sungmin.
Leeteuk se sonrojó.
—Nunca hablaría de esa manera delante de
mi papá. ¿Estás bromeando?
Sungmin miró a Leeteuk y estalló en
risas.
Se aferraron el uno al otro, riendo y
llorando mientras salía el sol.
Sungmin no podía soportar la idea de
volver adentro ahora. El aire de la mañana se sentía bien sobre su piel, frío, claro y
perfumado con rocío. Y Kyuhyun. Estaba a su lado, su silenciosa sombra, dándole
el tiempo que necesitaba para absorber todo lo que la había ocurrido en pocos
días.
Tenía un padre. Un hermano. Un hogar.
Era más de lo que nunca había esperado,
y lo que lo hacía más dulce era que tenía a Kyuhyun para compartir su alegría.
—Debes regresar dentro y descansar —dijo
él.
—En unos pocos minutos. Sólo quiero
sentir el sol en la cara durante un momento.
Asintió con la cabeza y deslizó los
dedos sobre él. Su anillo emitió un feliz zumbido, y Sungmin sintió una
corriente de energía que le recorría el brazo, calentándola.
Sungmin pasó la mano por la pared de
piedra que rodeaba a la SM ,
la trazaba con el dedo mientras se acercaba a la sección rota. Habían puesto
unos pocos Suju apostados como guardia en la abertura, pero la mayor parte de
la actividad se había reducido. Sin Leeteuk y Changmin, era poco lo que podían
hacer. Al parecer, cada piedra sólo se podía poner después de que las parejas
hubieran hecho su magia.
Sungmin podía sentir que la magia
recorría la roca en la punta de los dedos. Era antigua y una vez había sido
poderosa, y ese poder se había cansado con el tiempo, permitiendo que pequeñas
grietas se formaran en su armadura. Esas grietas lo atrajeron, rogando que las
cubriera. Casi podía oír su áspero crujido.
Un jirón de poder se agitó en una oleada
a través de él, y por primera vez, Sungmin sabía lo que Leeteuk quería decir.
Ese poder estaba allí, fluyendo fácilmente en la punta de sus dedos,
obedeciendo a su voluntad.
Quería que la SM fuera un lugar seguro para
todos los que vivieran allí. Quería que los niños se fueran a la cama por la
noche sin que se preocuparan por si los monstruos los iban a encontrar. Quería
que jugaran y rieran y supieran en sus corazones que si permanecían dentro de
esas paredes, nada podría hacerles daño.
Todo lo que querían, todo lo que necesitaban,
se deslizaba hacia afuera de Sungmin, viajando a través de sus dedos dentro de
los trozos de piedra debajo de ellos.
Sutiles grietas a lo largo de la unida
superficie y otras más profundas, que sólo podía ver en su mente, se cerraron.
Una profunda y chirriante vibración se propagó
por la pared, lejos de la abertura. Sungmin
observó cómo se movía entre los árboles, lanzando a pájaros que estaban
descansando al aire. Vio que se formaban ondas en la superficie del lago, oyó
el grito de miedo de la gente cerca del edificio principal.
—¿Sungmin? —Dijo Kyuhyun en voz baja, en
tono de pregunta—. ¿Qué estás haciendo?
—Arreglando el muro.
Continuó vertiendo poder en la tarea,
sintiendo el flujo a través de él como agua, líquido y fácil. Las moléculas de
roca se desplazaban, cerrándose completamente hasta que la superficie de la
piedra brillaba como una cáscara dura.
Hombres armados llegaron corriendo por
el camino y los pocos guardias aportados allí se giraron asombrados.
—¿Estoy haciendo algo mal? —le preguntó
a Kyuhyun.
—No, es sólo... asombroso. Eso es todo.
Estás haciendo en segundos lo que otros han intentado hacer durante días.
—¿Debo parar? No quiero herir ningún
sentimiento.
Kyuhyun sonrió hacia él, sus ojos
brillaban con amor y orgullo.
—No te detengas. Esto es bueno, Sungmin.
Muy bueno.
Después de la breve explicación de Kyuhyun,
los hombres empezaron a transportar las rocas a la abertura escalonada. Sungmin
tocó cada piedra que colocaron, enlazándolo con el poder viviente que
sobreviviría hasta mucho después de que él muriera y se fuera. Se hacía más
difícil a medida que avanzaba, pero no rompió la calma ni una sola vez o sintió
la necesidad de parar.
Kyuhyun y él estaban cubiertos de polvo
y sudor cuando Leeteuk los encontró.
—¡Wow, Sungmin! Eres bueno.
Leeteuk estudió el trabajo, que estaba
casi completo.
—¿Cómo has hecho esto?
Sungmin se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Es su don —dijo Kyuhyun—. La protección
es el don de Sungmin, de la misma forma que el fuego es el tuyo, Leeteuk. Así
es cómo sobrevivió a la bomba. Simplemente no lo entendí hasta que vi esto.
—Genial —dijo Leeteuk—. Me pregunto cuál
será el don de nuestro otro hermano.
—No lo sé, pero si está por ahí,
nuestros hombres lo encontrarán y lo traerán de vuelta. No tendréis que esperar
mucho.
—Y entonces podremos ser una familia
—dijo Sungmin mientras se agarraba del brazo de Kyuhyun para ganarse su
atención—. Todos nosotros.
Kyuhyun sonrió y pasó un brazo alrededor
de su cintura.
—¿Crees que quiero ser parte de una loca
familia como la tuya?
—Lo sé.
—¿Cómo lo sabes? — se burló.
Sungmin dejó que lo hiciera. Abrió las
compuertas que había interpuesto entre ellos durante mucho tiempo, haciéndole
experimentar todo lo que sentía por él. Lo tocó con su mente a través de un
rápido movimiento, desde su miedo inicial, a través de su desconfianza, a la
esperanza vacilante, hasta el final. Un cálido y brillante amor que estaba
seguro de que nunca se desvanecería o se desgastaría.
Kyuhyun le apretó los dedos en la
cintura y se le cerraron los ojos. Un profundo gemido de placer se levantó
desde el pecho y se convirtió en un suspiro de alegría.
Cuando abrió los ojos, brillaban de
felicidad.
—Dios, te quiero, Sungmin.
—Eso lo dices porque mi padre es un
príncipe.
Soltó una carcajada y le levantó
barbilla con los dedos.
—Dime que me amas también. Aquí. En
presencia de testigos.
—¿Por qué? —le preguntó, sintiendo lo
importante que eso era para Kyuhyun.
—Porque quiero que todo el mundo sepa lo
afortunado que soy.
Sungmin se puso de rodillas y lo besó,
sin importarle de que había un público que empezaba a aplaudir. Los gritos de
alegría de Leeteuk eran los más ruidosos.
Hermanos. ¡Por Dios!
—Te quiero —le dijo—. Y será mejor que
no hagas que lo lamente.
Kyuhyun le correspondió la sonrisa.
—Sin promesas.
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