–Va detrás
de algo –dijo Jian al tiempo que Taeho dejaba una pizza de tamaño grande sobre
la pequeña mesa del comedor de Jian–. Un hombre así no hace esa clase de
ofertas porque sí.
Taeho volvió
al recibidor, se quitó los zapatos, dejó la bolsa.
Era domingo
por la tarde. El partido de los Bears estaba a punto de empezar en el canal de
deportes.
–Desde luego
que sí –dijo Taeho, siguiendo a su amigo hacia la cocina del apartamento–. Lo
que yo quiero decir es que deberías aceptar.
Jian abrió
el congelador y sacó una bolsita de cubitos de hielo.
–¿Y ponerme
en sus manos?
–¿Una isla
privada? ¿Mansiones? ¿Esa extraordinaria historia sobre piratas? No me importa
lo que se traiga entre manos. Nos lo vamos a pasar fenomenal este fin de
semana.
–¿Nos?
–preguntó Jian.
–No voy a ir
a Star Island –Jian echó una docena de cubitos en la coctelera.
No podía
pasar un fin de semana entero con Sang.
–Es la
oportunidad de tu vida –dijo Taeho.
–Sólo para
los freaks de los piratas .
–No me
llames eso –dijo Taeho en tono bromista–. Lo de Ungjae es más bien una obsesión
tonta.
El abogado se
quedó pensativo y entonces volvió al tema principal.
–Míralo de
esta forma. Si no vamos a la isla, Sang intentará otra cosa. Si vamos, pensará
que ha ganado. Así conseguiremos ir un paso por delante y estaremos preparados
para su siguiente movimiento.
Jian tuvo
que admitir que la lógica de Taeho tenía sentido. El problema era que no podía
confiar en sí mismo en presencia de Lee Sang, y con sólo pensar en su próximo
movimiento, sentía una avalancha de deseo que lo dejaba sin voluntad.
Fueron a
Star Island en uno de los helicópteros de Imfact Air. Era la primera vez que
Jian volaba. En los orfanatos nunca había presupuesto para vacaciones y un
billete de avión siempre había sido un artículo de lujo para él.
Al llegar
hicieron la primera parada en la casa de los padres de Ungjae, que estaba
situada al lado del helipuerto privado. En el garaje de los Na había una
pequeña flota de carritos de golf, los únicos vehículos de motor que había en
la isla.
Los padres
de Ungjae no estaban, pero la casa estaba llena de personal de servicio. El
joven tío de Ungjae, Ryeowook, los recibió en el flamante recibidor decorado en
tonos rojizos.
–Hola,
muchachos –les dijo, tomando las manos de Ungjae–. Qué bien que has traído
compañía, Ungjae.
–Hola, tío
–dijo Ungjae, dándole un beso en la mejilla–. ¿Cómo estás?
–¿Cuál de
estos hermosos jovencitos te acompaña? –preguntó Ryeowook, examinando a Taeho y
a Jian de arriba abajo.
–Sólo somos
amigos.
–Tonterías –Ryeowook
le guiñó un ojo a Jian–. Este joven es muy buen partido –se acercó un poco más
y bajó la voz como si fuera a confiarle un gran secreto–. Tiene dinero, ¿sabes?
Jian no
puedo evitar la sonrisa.
–Bueno, este
otro… –Ryeowook se volvió y apuntó con un dedo acusador en dirección a Sang–.
Siempre ha sido un gamberro.
–Hola, tío Ryeowook
–dijo Sang, haciendo acopio de toda su paciencia.
–Lo pillé en
el armario de la ropa de cama con Minji.
–Ryeowook
–dijo Sang, protestando.
–¿En serio?
–exclamó Jian, sin esconder su interés.
–¿O era el
chico de los Park? –Ryeowook frunció el ceño–. Nunca me gustó. Solía robarme mi
crème de menthe. Fue en mayo, porque los manzanos estaban floreciendo.
Jian miró a
Sang de reojo, disfrutando de su incomodidad. Él sacudió la cabeza, negándolo
todo.
–Jian y
Taeho se van a quedar en casa de Sang unos días –le dijo Ungjae a su tío.
–Ni hablar.
Tú necesitas un esposo, chico –se puso entre Jian y Taeho y los agarró del
brazo a los dos–. Tienen que quedarse aquí para que puedas conocerlos mejor.
¿Cuál te gusta más?
–Se van a
quedar con Sang –repitió Ungjae. Ryeowook chasqueó la lengua.
–Tienes que
aprender a defender lo tuyo, sobrino. No dejes que Sang se los lleve a los dos
–miró a Jian–. ¿Tú lo quieres?
Jian se
sonrojó.
–Me temo
que…
El señor se
volvió hacia Taeho sin dilación.
–¿Y qué pasa
contigo? –le preguntó en un tono enérgico.
–Claro –dijo
Taeho con una sonrisa traviesa–. Como bien ha dicho usted, Ungjae es un buen
partido.
Ryeowook se
puso muy contento. Sang se reía a carcajadas y el pobre Ungjae tenía una
expresión de auténtico horror.
–Ven conmigo
a la cocina, jovencito. Por aquí. Me ayudarás con el pastel – dijo Ryeowook,
agarrando a Taeho del brazo y llevándoselo por un largo pasillo.
–¿No vas a
ir con ellos? –le preguntó Sang a Ungjae, tratando de controlar las risotadas.
–Él solo se
lo ha buscado –dijo Ungjae, sacudiendo la cabeza–. Que se las arregle él
solito.
–¿Y el chico
de los Park? –le preguntó Jian a Sang, dispuesto a no dejar el tema.
–Tenía
quince años, y él tenía dos años más.
–¿Aha?
–exclamó Jian, esperando más detalles.
–Me enseñó a
besar.
–¿Y…?
–Y nada.
¿Estás celoso?
Jian frunció
el ceño. Él estaba retomando el control.
–En
absoluto.
–Por aquí,
por favor –dijo Ungjae, señalando a través de un arco.
Después de
darles un breve paseo por la flamante mansión, los llevó a una terraza provista
de muebles cómodos y lujosos.
–Debes de
hacer unas buenas fiestas aquí –le dijo Jian a Ungjae, mirando la barra y las
dos enormes barbacoas.
Él asintió
con la cabeza.
–Hay una
sala de fiestas abajo y un montón de habitaciones. ¿Ves esos techos verdes que
están debajo de la cordillera?
Jian se
acercó a la barandilla y miró hacia la escarpada falda de la montaña.
–Los veo.
–Son cabañas
para invitados. Hay un camino de servicio que rodea la montaña por detrás. A mi
appa le encanta tener invitados aquí.
Jian bajó la
vista y se encontró con una enorme piscina en forma de riñón con dos jacuzzis a
un lado, rodeada del césped más fresco y verde.
Más allá de
la propiedad de los Na, más cerca de lo que parecía una cala de arena blanca, y
en dirección opuesta a las cabañas, había una especie de torreón de piedra, y
un techo con formas irregulares que sobresalía por encima de los árboles.
–¿Qué es
eso?
–Es la casa
de Sang –dijo Ungjae.
–¿Vives en
un castillo? –Jian se volvió hacia Sang, sorprendido.
–Es de
piedra –respondió él, acercándose a la barandilla–. Y es laberíntico y
complicado, así que supongo que se le podría llamar castillo. Bueno, si quieres
sonar pomposo y hacer que se rían de ti.
–Es un
castillo –dijo con entusiasmo, deseando explorar todos sus rincones–. ¿Cuándo
fue construido?
–Hace
algunos siglos –dijo Sang, sin especificar más.
–Fue
construido en 1700 aproximadamente –dijo Ungjae–. Los Lee siempre le han dado
mucha importancia a las raíces.
De repente
Jian sintió un golpe de celos. ¿De cuántas generaciones estaban hablando?
¿Acaso todo tenía que ser perfecto en la vida de Lee Sang?
–Estoy
deseando verlo –dijo en tono bajo y discreto.
Sang lo miró
con atención, intentando descifrar su expresión.
–Los Lee
restauran y conservan –explicó Ungjae–. Los Na prefieren echarlo todo abajo y
empezar de cero.
–Farsantes
–dijo Taeho, saliendo a la terraza. Con sus vaqueros y su camisa verde, parecía
sentirse como en casa. Jian, por el contrario, estaba cada vez más inquieto e
impaciente.
–¿Cómo va
ese pastel? –le preguntó a su amiga, rehuyendo la mirada de Sang.
–Estamos
todos invitados, o quizá debería decir «obligados» a quedarnos a cenar –dijo
Taeho.
–Así es el
tío Ryeowook –dijo Ungjae, mirando a Taeho con gesto serio–. Antes de llegar al
postre ya te estará buscando un vestido de novio.
Taeho trató
de domar su melena rubia, alborotada por el viento.
–No hay
problema –dijo, mirando a su alrededor con indiferencia–. Podría acostumbrarme
fácilmente a este lugar.
Ungjae puso
los ojos en blanco al oír el comentario sarcástico.
–No tengo
nada en contra de vivir del botín de unos piratas –añadió el abogado,
sacudiendo la cabeza. Tiró de la cadena que llevaba puesta y sacó un medallón
de oro que llevaba escondido. Lentamente, empezó a balancearlo delante de
Ungjae.
Jian no
tardó en reconocer la pieza y entonces se preparó para otra acalorada discusión
entre Ungjae y Taeho. Era la moneda que habían comprado en aquella tienda de
antigüedades.
–¿Todo bien
hasta ahora? –preguntó Ungjae, apoyándose en la barandilla junto a Sang tras la
cena.
Las luces de
la casa de los Na iluminaban la noche y a lo lejos se divisaban destellos
provenientes de la casa de Sang.
–Eso creo
–Sang señaló a los tres jóvenes que estaban en el interior de la casa. Ryeowook
estaba llevando a cabo su plan maestro–. Les está enseñando fotos de cuando
Donghae y él eran jóvenes.
–Yo le
comenté algo a Taeho –dijo Ungjae, atribuyéndose el mérito–. Y enseguida le
preguntó a mi tío si tenía fotos.
–Bien
pensado –reconoció Sang.
Ryeowook y
Donghae se habían criado juntos en Star Island y, aunque a Ryeowook ya empezaba
a fallarle la memoria, todavía recordaba muchas anécdotas que sin duda
ablandarían el corazón de Jian. Esa vez no podría acusarle de tratar de
manipularlo. Ejecutar un plan maestro a través del excéntrico tío Ryeowook era
demasiado rebuscado, aunque, en realidad, eso era justo lo que estaban
haciendo.
–Taeho no
supone mucho problema –añadió Ungjae–. Hablas de piratas y se lanza de cabeza.
–Te tomas
demasiado en serio lo de los piratas.
–Él se pone
como loco –dijo Ungjae en un tono pensativo.
–Nuestros
antepasados no eran boy scouts –dijo Sang.
–¿Sang? –la
imperiosa voz de Ryeowook lo precedía antes de llegar a la puerta.
Sang levantó
la vista.
–Ven aquí
–le ordenó.
Ungjae soltó
una risita disimulada al tiempo que Sang iba hacia el joven señor.
–Necesito tu
ayuda –susurró, haciéndole señas para que se acercara más y mirando hacia el
interior del salón.
–Claro –dijo
Sang, inclinando la cabeza para escuchar mejor.
–Vamos a
bajar a bailar.
A Ryeowook
siempre le había gustado mucho la música, sobre todo la de las grandes
orquestas, y el baile siempre había sido una parte importante de las
obligaciones sociales en la isla.
–No hay
problema.
–Tú pídeselo
al pelirrojo, el joven Jian –le miró con un gesto conspiratorio–. Tengo un buen
presentimiento respecto a Ungjae y al otro.
–Taeho –dijo
Sang.
–Parece
estar especialmente interesado en su trasero.
–Ryeowook
–dijo Sang en un tono de reprimenda. El señor se rió con picardía.
–No soy un
ingenuo.
–Nunca he
creído tal cosa.
–Ustedes los
jóvenes no inventaron el sexo antes del matrimonio, ¿saben?
–Estábamos
hablando de bailar –dijo Sang y entró en la casa–. Jian –dijo, acercándose a
los dos jóvenes, que estaban sentados en el sofá.
Estaban
hojeando álbumes de fotos, unos de entre los muchos que estaban sobre la mesa.
Jian levantó
la vista.
–Vamos abajo
–le dijo él, señalando el camino–. Vamos a bailar.
Jian parpadeó, sin entender nada. Él sonrió de oreja a oreja y se acercó más. Lo agarró el brazo y le hizo ponerse en pie.
–Ryeowook
nos está haciendo de Celestino –le susurró de camino a la escalera de caracol–.
Me han obligado a tomarte como acompañante para que Ungjae pueda pedírselo a
Taeho.
–Es muy
agradable –dijo Jian, refiriéndose a Ryeowook.
–Son una
familia de conspiradores.
–¿Sí? Bueno,
mira quién habla.
Sang no pudo
negárselo.
Al final de
las escaleras se encontraron con una enorme sala de fiestas.
–¡Vaya!
–exclamó Jian, dando unos pasos sobre el suelo de madera maciza y pulida. El
techo estaba decorado con rutilantes bolas de discoteca.
El joven
estiró los brazos y giró sobre sí mismo, sonriendo como un niño.
Un empleado
estaba preparando el sistema de audio y en unos segundos comenzaron a sonar los
primeros acordes.
Ryeowook,
Taeho y Ungjae se unieron a la fiesta, riendo y bromeando.
–Necesitas
un acompañante, tío –dijo Ungjae, agarrándolo de la mano.
–Oh, no seas
tonto –dijo Ryeowook, dándole un manotazo–. Soy demasiado viejo para bailar.
Sang se
acercó a Jian. Definitivamente él era el joven con lo que iba a bailar esa
noche. Lo tomó en sus brazos con facilidad y comenzó a moverse al ritmo de la
música, siguiendo la cadencia con sutileza y apartándose de los otros.
–Hace mucho
que no hacemos esto –murmuró, sintiéndole contra el cuerpo.
–Y la última
vez no terminó muy bien –dijo Jian, siguiendo el ritmo y dejándose llevar por
él.
–Podría
haber terminado mejor –dijo, dándole la razón. Podría haber terminado con él en
la cama. Podría haber sido así.
De pronto se
apartó un poco y contempló su bello rostro. ¿Por qué no había terminado así?
–Ryeowook me
ha dicho que era el mejor amigo de tu abuelo, desde la infancia.
Sang
asintió.
–Mi abuelo
era el joven hijo del encargado de mantenimiento.
–Ryeowook me
dijo que tu abuelo Donghae creció, se casó y murió aquí. Todo en esta isla.
Sang soltó
una carcajada al oír tan desacertada descripción de la vida de su abuelo.
–Bueno, de
vez en cuando sí que lo dejaban salir.
–Eso sí que
son raíces.
–Supongo que
sí.
–Y las tuyas
son todavía más profundas.
–Supongo –le
dijo él en un tono distraído. Sentir el tacto de su cuerpo era mucho más
interesante que hablar de su propia familia en ese momento.
La canción
terminó y enseguida empezó a sonar una balada. Ryeowook no estaba dispuesto a
dejar que su plan romántico fracasara.
–Estaba
pensando… –le dijo él de repente.
–Sh –dijo
Jian, interrumpiéndole.
–¿Qué?
–No hables,
por favor.
–¿Qué?...
¿Por qué no? –preguntó, sintiendo curiosidad.
–Estoy
fingiendo que eres otra persona –le dijo en un susurro.
–Oh –dijo él
con sutileza, ignorando el filo de sus palabras.
Cada vez se
acercaba más, cerrando los ojos, dejándose llevar…
–Yo también
estoy fingiendo que soy otra persona –suspiró–. Sólo un minuto, Sang, sólo
durante esta canción. Quiero olvidarme del mundo y creer que éste es el único
sitio para mí.
Sang sintió
que se le encogía el corazón. Lo apretó contra su pecho y le dio un beso en la
frente.
«Éste es el
único sitio en el mundo para ti…», pensó en silencio.
Jian nunca
había visto algo tan majestuoso como el castillo de los Lee. Todas las paredes
tenían un revestimiento de madera y fastuosas arañas lanzaban sus destellos por
todos los rincones. Taeho y él se alojaban en sendas suites de huéspedes del segundo
piso, mientras que el dormitorio de Sang estaba en el tercer piso.
–¿Nunca te
has perdido aquí? –le preguntó Jian a Sang por la mañana, mientras caminaban
por un corredor que llevaba al ala norte.
Taeho se
había ido a casa de los Na después del desayuno para nadar en la piscina y,
según sospechaba Jian, también para flirtear con Ungjae.
–Supongo que
sí, cuando era niño –le dijo él, abriendo la puerta que daba acceso a la sala
de estar decorada en tonos azules que una vez había sido la de su abuelo–. Pero
no recuerdo haberme sentido perdido aquí.
Jian entró
en la hermosa estancia y miró a su alrededor con interés.
–¿Me das tu
número de teléfono por si tengo que pedir ayuda? –le preguntó, bromeando.
–Claro –dijo
él desde el umbral–. Pero puedes orientarte con las escaleras. En el ala
central las alfombras son azules, en el ala norte son de color rojo vino, y en
el ala este son de color dorado.
En la sala
de estar de Donghae había un pequeño taburete color malva, varias mesas de
madera tallada, butacones, un aparador lleno de figuritas de porcelana, y un
piano, colocado sobre un altillo en un extremo de la habitación. Jian deslizó
las yemas de los dedos sobre el exquisito tejido de los muebles, las
superficies de madera pulida…
–¿Cuántos
años tienen estas cosas? –preguntó, yendo hacia el piano.
–No tengo ni
idea.
Jian tocó
una tecla del piano, y la nota de música reverberó por toda la estancia.
–Mi abuelo
solía tocar –le dijo Sang–. Ryeowook todavía toca a veces.
–Yo tocaba
el clarinete cuando estaba en el instituto –dijo Jian, resumiendo su escasa
experiencia musical. Fue hacia el aparador y contempló las figuritas de gatos,
caballos, juegos de té… –. ¿Crees que le hubiera importado tener a una extraña
curioseando?
–Él es la
razón por la que estás aquí –le dijo él.
Jian se dio
cuenta de que Sang seguía bajo el umbral. Al volverse captó una extraña
expresión en sus ojos.
–¿Sucede
algo? –le preguntó, mirando detrás, pensando que quizá se sintiera incómodo
teniéndole allí.
–Nada.
–¿Sang? –se acercó
un poco, confuso.
Él parpadeó
varias veces y respiró hondo, apoyando la mano en el marco de la puerta.
–¿Qué?
–No he
vuelto a entrar aquí… desde que…
Jian sintió
que se encogía el corazón.
–¿Desde que
murió tu abuelo?
Él asintió
con la cabeza.
–Podemos
irnos –dijo, yendo hacia la puerta rápidamente, como si hubiera hecho algo
malo.
Sang esbozó
una sonrisa y entró por fin en la habitación.
–No. Donghae
puso a mi esposo en su testamento. Tienes derecho a conocerlo mejor.
–No
esperabas algo así, ¿verdad? –le preguntó Jian, observándole con atención.
Él hizo una
pausa y lo miró a los ojos con toda sinceridad.
–Eso es poco
decir.
–¿Donghae
estaba enojado contigo?
–No.
–¿Estás
seguro?
–Estoy
seguro.
–A lo mejor
no venías a verlo lo suficiente.
Él sacudió
la cabeza y se adentró más en la habitación. Jian lo siguió con la mirada hasta
la ventana.
–En serio.
¿No crees que quizá le hubiera gustado que vinieras a verlo más a menudo?
–Supongo que
sí.
–Bueno,
quizá sea ésa la razón…
–¿Te dejó
unos cuantos miles de millones porque yo no venía a verlo lo suficiente? –se
volvió hacia él y cruzó los brazos sobre el pecho.
Jian dio un
paso atrás.
–¿Qué
hiciste para que se enfadara tanto? –le volvió a preguntar.
–No estaba
enfadado conmigo –dijo él, suspirando.
Jian ladeó
la cabeza y lo miró con ojos escépticos, cruzando los brazos.
–Muy bien
–dijo él–. Estaba deseando que me casara y que tuviera hijos. Lo que yo creo es
que intentaba acelerar el proceso sobornando a los candidatos.
–Eso es un buen plan –dijo Jian con convicción, admirando la
determinación de Lee Donghae.
–Pero yo no
estoy seguro de querer a esa clase de joven que se siente atraído por el
dinero.
–El sólo
quería lo mejor para ti –dijo Jian, defendiendo a Donghae–. Eras tú quien no
cooperaba.
Él puso los
ojos en blanco.
–En serio,
Sang –Jian no pudo resistir la tentación de hacerle una broma–. Creo que
deberías concederle por fin ese deseo a tu abuela. Cásate y ten una colección
de pequeños piratas Lee.
–¿Es que vas
a presentarte como voluntario? –le preguntó él, devolviéndole la broma.
–¿Quieres
que te siga la broma? –Jian se sujetó el cabello detrás de las orejas y dio un
paso.
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