Jian no daba
crédito. ¿Cómo podía estar allí sentado y fingir que no pasaba nada?
–Creo que
tomaré el atún –dijo Leeteuk.
Tanto él
como su marido miraron a Jian con una expresión interrogante. Sang deslizó la
mano aún más arriba, y él estuvo a punto de gemir.
–¿Jian? –le
dijo.
–Rúcula
–atinó a decir finalmente.
–El risotto
está delicioso –dijo Leeteuk, intentando ayudarlo a decidirse.
Jian trató
de sonreír, pero el gesto no le quedó muy natural. En realidad estaba apretando
los dientes para aguantar la ofensiva sexual de Sang. Balanceando la pesada
carta contra la mesa, la sujetó con una sola mano y bajó la otra hasta ponerla
sobre la de él.
–Para –le
susurró con disimulo–. Por favor –añadió, desesperado.
Él se
detuvo, pero entonces volvió la mano y agarró la de suya para acariciarle la
palma.
Una nueva
ola de deseo recorrió a Jian por dentro. Podía apartarse de él en cualquier
momento, pero no quería. Quería disfrutar de esa sensación, sentir la descarga
de adrenalina que le tenía en un puño…
–El salmón
–dijo Sang con decisión, cerrando la carta y dejándola a un lado.
–La salsa de
eneldo es excelente –dijo Leeteuk, hablando por encima del borde de la carta.
–Por qué no
engorda sigue siendo un misterio para mí –dijo Kangin, acariciándolo.
–Es que
tengo un buen metabolismo –dijo su esposo, defendiéndose.
–¿Y tú qué
quieres? –Sang se volvió hacia Jian, sin dejar de obrar su magia con las manos.
El doble
sentido reverberó en el aire.
Lo miró a
los ojos, sabiendo que era imposible ocultar el deseo.
–Risotto
–consiguió decir.
–¿Y de
postre? –le apretó más el muslo.
–Lo decidiré
luego.
Él esbozó
una lenta sonrisa de satisfacción. Sus ojos emitían destellos de victoria.
Y justo
cuando Jian estaba a punto de sucumbir sin remedio al hechizo de sus caricias,
oyó la voz de Taeho, desde algún remoto rincón de su mente.
«¿No crees
que existe una posibilidad remota de que haya sido una maniobra de
distracción?...».
Lo estaba
haciendo de nuevo. Y le estaba dejando, por voluntad propia. En ese momento la
ola de humillación lo golpeó como un jarro de agua fría y la lujuria se
convirtió en rabia.
–No quiero
postre –le dijo con firmeza, agarrándole la mano y quitándosela de encima con
un movimiento rápido.
–Crème
brûlée –dijo Leeteuk–. Eso es lo que quiero.
Sang miró a
Jian un instante, y entonces decidió dejarlo por el momento. Esa vez no iba a
funcionar. Por suerte, Leeteuk comenzó a hablar sobre un viaje a Suiza que
había hecho recientemente. Jian se dedicó a escucharlo y trató de responder a
sus preguntas con gracia e inteligencia.
Los platos
se sucedieron uno tras otro hasta llegar al postre, pero Sang no volvió a
tocarlo.
Cuando
Leeteuk y Kangin se marcharon por fin, su irritación se había convertido en
auténtica furia.
Mientras el
camarero retiraba los últimos platos, Taeho y
Ungjae aparecieron de nuevo.
Taeho se
sentó junto a Sang y puso el maletín entre ambos. Ungjae, por el contrario,
tomó asiento enfrente de Jian. Su cara era un libro abierto.
–Te robaron
el maletín –dijo Taeho, yendo al grano–. Te robaron el maletín.
Jian ya se
imaginaba lo que había ocurrido. Se volvió hacia Sang y lo fulminó con la
mirada, exigiendo una explicación.
–Estaba en
mi maletero –dijo él en defensa propia–. Mi maletero. Además, son mis diseños.
–Los diseños
son míos –le dijo Jian con firmeza.
–Pero yo te
pago para que los hagas.
–Eso no te
da derecho a robárselos –añadió Taeho en un tono imperativo.
–Yo no
discutiría con él –murmuró Ungjae en un tono serio.
Taeho le
lanzó una mirada de advertencia, pero Sang no se dejó amedrentar.
–Me
recuerdas a mi profesora de matemáticas –le dijo en un tono sarcástico.
–Pues parece
que no aprendiste nada con ella –dijo el abogado.
–¡Me robaste
el maletín! –exclamó Jian, reclamando la atención de todos–. ¿Todo esto de la
cena era una estratagema? –sacudió la cabeza, contestándose él mismo–. Claro
que sí. Eres un ser despreciable, Lee Sang. Si no le hubiera dicho a Taeho que
me habías invitado a este sitio… Y si él no fuera tan suspicaz…
Harto de
aquel pulso verbal, Jian decidió capitular.
–Muy bien.
Adelante –dijo, señalando el maletín–. De todos modos no hay nada que puedas
hacer para cambiarlos. Si no te gustan, ya puedes empezar a quejarte. Me trae
sin cuidado.
Sang no
perdió ni un segundo. Agarró el maletín, lo abrió rápidamente y extendió los
diseños sobre la mesa.
–¿Es que has
perdido el juicio? –exclamó de repente. Sus ojos relampagueaban.
***
En su
despacho, el lunes por la mañana, Sang tuvo que hacer un gran esfuerzo para
desterrar de su mente las fantasías con Jian. Estaba enojado con él por
aquellos extravagantes diseños, y ésa tenía que ser su prioridad, por su propio
bien y por el bien de la empresa.
–…Diez
millones de dólares –le estaba diciendo Cho Kyuhyun desde el otro lado del
escritorio.
Al oír la
cifra, Sang volvió a la realidad.
–¿Qué?
–preguntó.
Kyuhyun
buscó algo en el enorme archivador que tenía sobre el regazo. El hombre, cada
vez más canoso, ya rondaba los sesenta y cinco años. Había sido el abogado y
consejero legal de su abuelo durante más de treinta años.
–Rentas,
comidas, salarios de profesores, transportes… Todos los costes han sido
inflados en los informes. La fundación tiene un saco enorme de facturas
atrasadas. La cuenta bancaria está en números rojos. Así es como me di cuenta.
Sang no
podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se habían descontrolado tanto las
cosas?
–¿Quién ha
hecho esto?
–Por lo que
sabemos, fue un hombre llamado Lawrence Wellington. Era el gestor regional en
la ciudad. Y desapareció al día siguiente de la muerte de Donghae.
–¿Has
llamado a la policía?
–Podríamos
dar parte –Kyuhyun cerró el archivador. Su expresión era impasible, tranquila.
–Por
supuesto que vamos a informar de esto –Sang puso la mano sobre el teléfono.
Un malhechor
le había robado el dinero de su abuelo; o peor aún, había robado dinero de la
fundación benéfica que había creado para ayudar a niños desfavorecidos.
–Puede que
no sea una buena idea.
Sang se
detuvo y levantó las cejas; ya tenía los dedos sobre los botones.
–Eso
generaría mucha publicidad.
–¿Y?
–Podría ser
un circo mediático. La fundación benéfica, el nombre de tu abuelo… Lo
arrastrarían todo por el fango. Los benefactores se pondrán nerviosos, los
beneficios podrían caer; podrían cancelar algunos proyectos… Nadie quiere que
su nombre se vea relacionado con el de un criminal, por muy noble que sea la
iniciativa de la organización benéfica.
–¿Crees que
resultaría así? –preguntó Sang, sopesando las distintas posibilidades. Kyuhyun
podía tener razón.
–Conozco una
empresa muy buena de detectives privados –dijo Kyuhyun–. Con un cheque puedo
sacar a la empresa de este aprieto. ¿Puedes asumir el coste?
«Menuda
pregunta…», se dijo Sang a sí mismo.
Al igual que
cualquier otra empresa de transportes del mundo, Lee había visto menguar su
capital líquido durante los últimos años. Tenía barcos parados en el puerto, y
otros en dique seco, deteriorándose y acumulando enormes facturas en
reparaciones. Los clientes retrasaban continuamente los pagos porque tampoco
disponían de capital efectivo y los bancos apenas daban créditos.
Y Jian…
Diseñando el Taj Mahal en vez de un edificio de oficinas funcional y práctico.
–Claro –le
dijo a Kyuhyun–. Te daré un cheque.
Puso en
contacto a Kyuhyun con su director financiero y le pidió a Amy que llamara a
Jian.
Mientras
esperaba por él, le dio la vuelta a la silla giratoria y contempló el paisaje
urbano a través de la enorme ventana. No podía dejar que el legado de su abuelo
se derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.
Unos minutos
después oyó como se abría la puerta. Tenía que ser Jian. Amy hubiera anunciado
a cualquier otra persona.
–Cierra la
puerta, por favor –le dijo sin darse la vuelta.
–Muy bien
–dijo Jian, yendo hacia el escritorio.
Él se volvió
lentamente, se puso en pie y rodeó el escritorio.
–Cierra, por
favor –repitió él con contundencia.
–Sang,
tenem…
Él pasó por
su lado rápidamente y la cerró él mismo.
–Preferiría
que no… –la voz de Jian se apagó.
Él se había
dado la vuelta bruscamente y parecía atravesarlo con la mirada. La camisa que
llevaba era insinuante, con algunos botones desabrochados, enseñando una pizca
de piel color marfil y aterciopelada. Sang sintió un nudo en el estómago que se
apretaba cada vez más, así que se alejó un poco de él, dando unos pasos hacia
el escritorio.
–Preferiría…
–dijo Jian, yendo hacia la puerta. Él lo agarró del brazo.
Jian miró el
lugar donde lo sujetaba con fuerza.
–¿Qué haces?
¿Es que vas a pegarme? –le dijo, molesta.
Eso ni
siquiera se acercaba a lo que en realidad quería hacer. La noche del viernes se
había ido a casa con los músculos rígidos como piedras. Había pasado casi toda
la noche dando vueltas en la cama, sintiendo una extraña mezcla de rabia y
excitación, y cuando por fin se había quedado dormido, allí estaba él, en sus
sueños, sensual y seductor, llamándolo y alejándose al mismo tiempo.
–¿Te estoy
asustando? –dijo, mirándolo fijamente.
–No.
–¿Te
molesta?
–Sí.
–Pues es tu
problema –le espetó con indiferencia.
–Claro que
es mi problema –Jian apretó los dientes.
–Tú también
me has hecho enojar.
–Pobrecito
–le dijo con sorna.
–¿Te estás
burlando de mí?
–Yo soy el
que manda aquí –le dijo Jian, cruzando los brazos.
Él soltó una
carcajada de sorpresa y trató de disimular la excitación que se apoderaba de
él.
–Sé que yo
llevo la voz cantante aquí y no hay nada que puedas hacer para obligarme a…
Él dio un
paso adelante. La paciencia estaba a punto de agotársele y su esposo tenía que
entrar en razón, de una forma u otra.
Las pupilas
de Jian se dilataron y sus labios se entreabrieron.
–¿Obligarte
a qué?
–Sang –dijo
él en un tono de advertencia, aunque sus ojos delataran la confusión y el temor
que sentía en realidad.
–¿Obligarte
a qué? –repitió él.
Jian no
contestó, pero sí se humedeció los labios con la punta de la lengua. Sang tragó
en seco y dio otro paso adelante hacia él, mirándole los labios.
Accidentalmente le rozó el muslo al acercarse.
Los labios
de Jian se suavizaron y su respiración se volvió más profunda.
Él inhaló su
fragancia, exótica e irresistible, y entonces le acarició la mejilla con los
nudillos. Jian no lo hizo detenerse, sino que cerró los ojos y se frotó contra
su mano. Y entonces Sang ya no pudo aguantar más el aluvión de deseo. Ladeó la
cabeza y, sin pensarlo siquiera, rozó sus labios contra los de ella; suaves,
flexibles, calientes y deliciosos.
Una
explosión de sensaciones lo sacudió por dentro. De repente volvía a estar en el
yate. La brisa marina los acariciaba y el cielo estrellado era el único testigo
de su pasión. Lo rodeó con ambos brazos y él hizo lo mismo; la piel enrojecida
con el rubor de la lujuria. Jian encajaba en él a la perfección, acurrucándose
contra él en todos los rincones de su cuerpo.
Sang le hizo
moverse hacia atrás y lo acorraló contra la pared del despacho. Bajó las manos
y lo agarró del trasero, palpando sin pudor la firmeza de su carne, resistiendo
la tentación de frotarse contra él.
Jian
encendía un fuego en el que nunca antes se había quemado. Le tocó el cabello, enredando
los dedos en las finas hebras aterciopeladas, y entonces le sujetó el rostro
con ambas manos, colmándolo de besos al mismo tiempo, en el cuello, a lo largo
de los hombros, en el borde de la camisa. Jian entreabrió aún más los labios,
buscó su lengua húmeda y apretó su pecho contra su pectoral, asegurándose de
que él pudiera sentirlo. Y entonces se puso de puntillas y le devolvió el beso
con la misma pasión, deslizando las manos por debajo de su chaqueta. Sang podía
sentir aquellas manos pequeñas, calientes y vibrantes, a través del tejido de
la camisa. Quería arrancársela a jirones del cuerpo, desnudarlo y terminar
aquello que siempre empezaban, pero que no terminaban nunca.
De repente
se oyó el timbre de un teléfono. A través de la puerta llegaban ruidos
provenientes de la oficina externa; la voz de Amy, alguien respondía… Sang
volvió a la realidad de inmediato, consciente del lugar en el que se
encontraban. Haciendo un gran esfuerzo, se obligó a parar de inmediato. Sujetó
la cabeza de Jian contra su propio hombro y respiró profundamente. Toda la ira
que había sentido por él un rato antes se había desvanecido.
–Lo hemos
vuelto a hacer –dijo casi sin aliento.
Jian se puso
tenso y trató de apartarse de inmediato.
–Es por esto
que no quería cerrar la puerta.
Él lo soltó,
fingiendo que no era lo más difícil que había hecho jamás.
–¿No confías
en ti mismo? –le preguntó en un tono sarcástico. No podía dejarle ver lo mucho
que le hacía perder el control.
–No confío
en ti –le dijo por enésima vez.
Sang no pudo
sino reconocer que aquello era justo. Ni siquiera él podía confiar en sí mismo.
–¿Por qué
querías verme? –dijo Jian, alisándose la blusa y peinándose con los dedos.
Sang le dio
la espalda. Mirarlo sólo le traería más problemas.
–¿Podemos sentarnos?
–señaló dos sillas cercanas a los ventanales.
Sin decir ni
una palabra Jian tomó asiento y miró por la ventana, cruzando las manos sobre
el regazo. Las hormonas de Sang seguían en plena efervescencia, así que tuvo
que respirar hondo varias veces antes de sentarse frente a él.
–Acabo de
hablar con el abogado de mi abuelo –le explicó, sin mirarla a la cara. Tenía
que convencerlo para que desistiera de una vez de sus planes de reforma. El
tema era más importante que nunca y no podía permitirse otro intento fallido.
Jian se
volvió hacia él y arrugó los labios.
–¿Qué
quieres decir?
–Quiero
decir lo que acabo de decir –Sang se rindió y lo miró por fin.
–¿Qué ha
ocurrido? –él se inclinó adelante en la silla–. ¿Me han sacado del testamento?
¿Has encontrado algún vacío legal o subterfugio? ¿Me estás echando? –se puso en
pie de un salto–. Si me estás echando, deberías haberlo dicho antes de…
–gesticuló con las manos–. Antes de…
–No te estoy
despidiendo. Y ahora, ¿quieres volver a sentarte, por favor? – Sang se levantó.
–¿Qué está
pasando? –Jian lo miró con escepticismo.
–Siéntate y
te lo diré –él señaló la silla y esperó.
Jian lo
fulminó con una negra mirada, pero finalmente volvió a su silla.
–Ha surgido
un problema con la fundación benéfica de mi abuelo.
Jian guardó
silencio. Sus rasgos no revelaban emoción alguna.
–Un antiguo
empleado ha desfalcado grandes sumas de dinero de la cuenta de la fundación.
Hizo una
pausa para ver si reaccionaba, pero no fue así.
–Por tanto,
voy a tener que transferir dinero de Lee Transportation a la fundación. Si no
lo hago, algunos de sus proyectos tendrán que ser cancelados; proyectos como
las tutorías de refuerzo extraescolar, y también los comedores de beneficencia.
–¿Necesitas
que firme algo?
Él sacudió
la cabeza.
–¿Entonces
de qué se trata?
–Lee
Transportation dispone en estos momentos de muy poco líquido y las cosas
seguirán así por lo menos durante un año –Sang se preparó mentalmente–. A lo
mejor tenemos que considerar seriamente un recorte de presupuesto para el
proyecto de reforma del edificio.
–Oh, no, no
puedes hacer eso –se cruzó de brazos.
–Déjame…
–Estás
tratando de jugar con mis sentimientos.
–No estoy
tratando de jugar con nada.
–Lo haces
para pillarme desprevenido.
–Te estoy
ofreciendo sinceridad y cordura –le dijo, y era cierto. Le estaba ofreciendo la
cruda realidad.
–Hace un
momento nos estábamos besando y ahora… –chasqueó los dedos en el aire–. Me
pides que haga esa clase de concesiones.
–Una cosa no
tiene nada que ver con la otra –Sang sintió el latigazo de la rabia.
–Bueno, esta
vez no funcionará, señor Lee Sang –le dijo, dando un golpe de melena–. ¿Un
desfalco en las cuentas de la fundación de tu querido abuelo? ¿Crees que me voy
a creer eso?
–¿Crees que
miento?
–Sí.
–Te enseñaré
los extractos bancarios, los movimientos…
–Puedes
enseñarme todo lo que quieras, Sang. Cualquier quinceañero con un portátil
podría falsificar extractos financieros.
–¿Dudas de
la integridad de mis contables?
–No. Dudo de
tu integridad –le dijo, poniéndose en pie de nuevo. Listo para la batalla,
levantó la barbilla.
Él volvió a
levantarse.
–Has probado
la evasión, la coacción, las amenazas, el robo, la seducción… ¿Y ahora tratas
de manipularme emocionalmente? –le preguntó Jian, tocándose el pendiente de oro
que llevaba puesto.
Él apretó la
mandíbula y se mordió la lengua.
–Por Dios,
Sang. El pobre abuelo, la fundación benéfica, unos pobres niños hambrientos…
¿Hasta dónde eres capaz de llegar? Me sorprende que no hayas añadido algún
cachorro maltratado a la lista –se tocó el pecho con la punta del dedo índice–.
Voy a hacer la renovación y la voy a hacer a mi manera. Y, a cambio, tú
consigues media empresa y unos papeles de divorcio. Es una ganga, así que
deberías dejar de intentar cambiar los términos del acuerdo.
Furioso
hasta la médula, Sang volvió a tragarse las palabras. Sabía que cualquier cosa
que dijera no haría sino empeorar las cosas. Necesitaba un plan de emergencias,
pero desafortunadamente ya se le habían acabado todos.
Jian se puso
erguido y dio media vuelta. Un segundo después se oyó un portazo.
Sang aflojó
los puños, cerró los ojos un instante y se dejó caer en el asiento.
Wang Jian
era imposible de convencer. Sospechaba de todo, estaba decidido y, además… era
tan increíblemente sexy.
Estaba a
punto de echar abajo un legado de más de trescientos años y no tenía ni idea de
cómo detenerlo.
–Jian me va
a arruinar, y no hay nada que pueda hacer para detenerlo – dijo, tomándose un
buen trago de whisky.
–¿Y qué
necesitas que haga exactamente? –le preguntó Ungjae, poniéndose serio de nuevo.
–Necesito
que entre en razón.
–Sang, en
serio. Deja de regodearte en tu propia miseria.
Sang respiró
hondo.
–Muy bien.
De acuerdo. Necesito que recorte el gasto del diseño, que me dé algo de una
calidad razonable; un edificio de oficinas convencional. Nada de columnas de
mármol, ni fuentes, ni palmeras, ni arcos de madera noble y, sobre todo, nada
de acuarios gigantescos de agua salada.
Ungjae pensó
en ello un instante.
–¿Y qué pasa
con Donghae?
–¿Qué pasa
con él? –preguntó Sang, sin entender.
–Donghae le
dejó la empresa a Jian.
–¿Y?
–Y Jian
tendría que ser muy cruel como para no solidarizarse con los deseos de Donghae.
Ungjae
levantó su copa para brindar. Los cubitos de hielo repiquetearon contra el
cristal.
–Eso es
exactamente lo que deberías hacer.
–¿Pero qué
deseos, Ungjae? ¿Dónde están esos deseos? Mi abuelo no dejó ningún deseo
manifiesto.
–¿Crees que
él querría un edificio vanguardista y visionario?
–Claro que no.
Ungjae
esbozó una sonrisa conspiratoria y se terminó la copa de un trago.
–Entonces
enséñale lo que tu abuelo querría. Enséñale quién era Donghae.
Sang levantó
las palmas de las manos y sacudió la cabeza sin entender nada.
–Llévalo a
la isla –dijo Ungjae.
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