El resto
de la casa era muy acogedor y la decoración era tan suntuosa como cabría
esperar. Si Donghwa no hubiera tenido tanta prisa en ponerse junto al fuego ni
hubiera estado todo tan oscuro, tal vez se habría dado cuenta de que antes lo
habían llevado a un establo convertido en salón. Pero, ahora que habían dejado
una lámpara sobre la mesa de la sala, era fácil ver las habitaciones que lo
rodeaban y vislumbrar su hermosa decoración.
El
despacho al que fue conducido era pequeño pero pulcro. Y tenía un gran brasero
encendido en un rincón, lo cual indicaba que el joven se hallaba allí cuando Donghwa
llegó.
El abogado
estaba empezando a pensar que había sido el agente de Junjin o el administrador
de sus propiedades quien había salido a
recibirlo, pero ya había hecho bastantes conjeturas, equivocadas por demás, así
que le preguntó educadamente quién era en cuanto se acomodó en el mullido sillón
de piel frente a su escritorio.
La
respuesta, «soy un Shinhwa, naturalmente», no fue en absoluto esclarecedora,
habida cuenta que todas las personas de aquella propiedad llevaban ese nombre,
pero, a esas alturas, Donghwa estaba
demasiado cansado a causa del viaje y del mal tiempo como para intentar
sonsacarle nada más.
-A estas
horas el viejo ya está en la cama. Es muy madrugador -fue la respuesta del
joven-. Pero puede explicarme a mí qué
es lo que quiere usted de él.
Ya fuera
su agente o su secretario, todo indicaba que aquel hombre se encargaba de
llevar los asuntos de Junjin. Incluso tenía un despacho en la casa, por lo que Donghwa
no encontró ningún motivo para no responderle.
-He venido
en busca del nieto de lord Eric.
Curiosamente,
su respuesta pareció divertir a aquel Shinhwa. Había curvado un poco los
labios, casi de forma imperceptible, pero lo había hecho. No obstante, su tono
despejó cualquier atisbo de duda. El
humor era patente.
-¿De
veras? -respondió despacio-. ¿Y qué ocurre si su nieto no desea irse con usted?
Donghwa
suspiró para sus adentros. No debería haberse rebajado a tratar con empleados.
-En
realidad, debería estar tratando este asunto con lord Junjin -dijo.
-¿Eso
cree? ¿Incluso si el nieto tiene ya edad para tomar sus propias decisiones?
Donghwa
estaba lo bastante cansado como para enfadarse.
-Aquí no
hay nada que decidir, joven -dijo crispado-. Se selló una promesa y lord Eric
exige su cumplimiento.
Ante
aquellas palabras, el joven se inclinó hacia delante. La preocupación que ahora
reflejaba su rostro era muy desconcertante.
-¿Qué
promesa?
-Lord Junjin
está al corriente, y sabe que ha llegado la hora...
-¿ Qué...
maldita... promesa? Yo soy nieto de los dos y yo decidiré si existe promesa
alguna que haya que cumplir en lo que a mí respecta.
-¿Es usted
Kim Youngwoon?
-Sí, y ya
puede empezar a explicarme de qué diablos va todo esto.
-Por el
amor de Dios, ¿no se lo han explicado?
Kim
Youngwoon se había levantado y estaba apoyado en el escritorio; hablaba
prácticamente a gritos:
-¿Tiene
usted la impresión de que sé de qué habla?
Donghwa no
daba crédito a sus oídos. Youngwoon tenía veintiún años. Él lo sabía a ciencia
cierta. Y en todo aquel tiempo, ¿nadie se lo había contado, ni siquiera sus
padres? Lord Eric tampoco había advertido a Donghwa de que su nieto no estaba
al corriente. Ahora dudaba que el propio Eric tuviera conocimiento de ello.
Donghwa
también se reprendió por no haberse percatado antes de quién era Youngwoon.
Después de todo, tenía los mismos ojos que Eric. También la nariz mostraba el
porte patricio por el que se distinguían los Moon; todos los antepasados
retratados en la galería de Raccoon Glade, como mínimo, tenían exactamente la
misma nariz. No obstante, el joven Youngwoon no guardaba más parecido con el
marqués que aquel. Aunque Donghwa no lo había conocido cuando era joven, había
visto un retrato en el que Eric tenía
más o menos la misma edad que Youngwoon.
Eric Moon,
cuarto marqués de Kang, no tenía ningún rasgo por el cual despuntara o llamara particularmente la atención. En su
juventud, había sido un aristócrata de aspecto corriente y no había mejorado
mucho con la edad, ahora que era casi octogenario. Su joven nieto, en cambio,
era justo lo contrario.
Youngwoon
debía de haber heredado la corpulencia y la elevada estatura de los Shinhwa. Era
muy apuesto, aunque de una ruda apostura. Y era precisamente aquella rudeza, su
tosca virilidad combinada con su corpulencia, lo que confundía respecto a su
edad.
Donghwa
sabía cuántos años tenía, pero, de no haber sido así, habría jurado que era
mucho mayor. Puede que las Tierras Altas hicieran envejecer de forma prematura,
su extremo clima, y las penalidades que entrañaba vivir en aquel lugar tan
aislado.
En cuanto
a la pregunta que Youngwoon acababa de hacerle, Donghwa deseó que Kim Junjin
estuviera allí en aquel preciso instante. Él estaba al corriente de la promesa,
y de las que habían venido después, las que habían acordado los dos ancianos,
después de enviarse un sinfín de cartas poco amistosas. Debería haberle
explicado la situación al joven Youngwoon antes de que Donghwa se hubiera
presentado allí.
-Fue una
promesa que hizo su appa antes de que usted naciera -dijo Donghwa al fin. De lo
contrario, no podría haberse casado con su padre. Aunque él lo hizo de buen
grado. Amaba a su padre. Y nadie puso objeciones en ese momento, y menos su
padre, desde luego, puesto que quería hacerlo suyo a toda costa, ni el padre de
él, Junjin.
-Sir Donghwa,
si no me dice de una vez por todas de qué promesa se trata, soy capaz de
echarlo ahora mismo.
Youngwoon
habló con mucha serenidad. Incluso su expresión se hizo inescrutable. No
obstante, Donghwa no abrigó ninguna duda de que no bromeaba. Y apenas podía
culparlo por su turbación. ¿Por qué no lo había puesto nadie al corriente hasta
ahora?
-Su appa
prometió que usted, o mejor dicho, su primogénito, que resulta ser usted, sería
el heredero de lord Eric si él no tenía descendencia, como ha sido el caso.
Youngwoon
se reclinó en el asiento.
-¿Eso es
todo?
Donghwa no
estaba seguro de si debía proseguir. Sin lugar a dudas, cualquier otro joven
habría pensado que aquel era el día más afortunado de su vida: era el heredero
de un gran lord y no se había enterado hasta entonces. Pero también sabía qué
opinaban de los ingleses los habitantes de las Tierras Altas, y Kim Youngwoon de
Shinhwa se había criado en Escocia. Tampoco había llegado a conocer a su abuelo
inglés, ni había puesto jamás un pie en Inglaterra.
-¿Se da
cuenta del gran honor que esto representa, lord Youngwoon? -enfatizó Donghwa.
-Yo no soy
lord, así que no me llame...
-Sí que lo
es -se apresuró a interrumpirle Donghwa-. Ya ha heredado uno de los títulos
menores de lord Eric, junto con sus tierras...
-¡Pues
peor para él! -Youngwoon había vuelto a ponerse en pie-. No van a convertirme
en un inglés solo porque ese anciano lo quiera.
-Usted es
medio inglés.
Aquello le
valió a Donghwa una mirada de profundo disgusto que le hizo titubear, aunque Youngwoon
respondió de nuevo sin alzar la voz. Era asombroso con cuánta facilidad podía
pasar de la ira a la calma y viceversa.
-¿Sabe
usted que yo no tengo por qué aceptar ese título inglés? -preguntó Youngwoon.
-¿No se da
cuenta de que va a convertirse en el marqués de Kang lo quiera o no?
Se hizo un
largo e incómodo silencio, al menos para Donghwa, y Youngwoon apretó los
dientes antes de decir:
-Entonces,
¿por qué ha venido hasta aquí para contármelo, cuando, como usted ha dicho, el
marqués aún no ha muerto?
-Ya ha
alcanzado usted la mayoría de edad. Una parte de la promesa de su appa era que
usted fuera conducido en presencia de lord Eric en ese momento, si él aún
estaba vivo, y lo está, para que él pudiera instruirle personalmente sobre sus
responsabilidades, y también para ver cómo sentaba usted la cabeza antes de
morir.
-¿Sentar
la cabeza?
-Casarse.
-Entonces,
supongo que incluso ha escogido un esposo para mí -dijo Youngwoon con sarcasmo.
-Bueno,
sí, en realidad sí -respondió Donghwa, muy a su pesar.
No
obstante, fue en este punto cuando Kim Youngwoon se echó a reír de manera
ostentosa.
Youngwoon
se había echado a reír porque no creía que el atrevimiento de su abuelo inglés
pudiera afectarle. Eric Moon podía escogerle una docena de futuros esposos.
Pero ¿quién iba a obligarle a
casarse? Él era un hombre hecho y derecho. Si Eric pretendía dirigirlo y
controlarlo como afirmaba su abogado, debería haber mandado a buscarlo
antes, cuando él aún no era capaz de tomar sus propias decisiones.
Aquella
situación era inaudita. Junjin le había confiado a Youngwoon la administración
de las granjas, las minas y las demás empresas de los Shinhwa cuando cumplió
dieciocho años. ¿Por qué iba a hacer nada semejante si durante todo aquel
tiempo hubiera sabido que Youngwoon no estaría allí para seguir a cargo de
todo? Una promesa hecha antes de que él naciera, que todo el mundo conocía
-salvo él-. Francamente inaudito.
No tenía
nada personal en contra de los ingleses. Al fin y al cabo, su propia madre lo
había sido, aunque' después de convertirse en una Shinhwa, apenas si había
tenido presente su origen. Su hostilidad
era visceral, resultado de la desconfianza y el desagrado que había
presenciado durante toda su vida. Y no obstante, ¿tenía que marcharse a
Inglaterra para vivir entre ingleses? ¿E incluso casarse con uno de ellos? Ni
soñarlo.
Su buen
humor duró poco después de poner al hombrecillo inglés en manos del ama de llaves
de Junjin para que le indicara dónde dormir. Pasó una noche inquieta,
sintiendo asombro y enojo ante la magnitud de lo que le habían ocultado. Sin
embargo, al final decidió que Junjin
debía de tener un plan para eximirlo de cumplir aquella antigua
promesa. Y averiguarlo sería lo primero que iba hacer en cuanto se levantara.
Como era
de esperar, Junjin ya estaba en la cocina al despuntar el alba. Youngwoon se
unió a él como todas las mañanas. Los dos eran madrugadores. Y en la cocina, la
habitación más caldeada de la casa, era donde comían, pues el comedor era
grande y frío para solo dos personas.
Así lo
habían hecho desde que el último de los cuatro hijos de Junjin, el padre de Youngwoon,
muriera hacía ahora catorce años. Dos de sus hijos habían muerto por no
cuidarse y dos debido a la furia de la naturaleza. Los padres de Youngwoon
habían fallecido juntos. Navegaban rumbo a Francia, donde debían firmar unos
contratos para comercializar la lana de los Shinhwa. El viaje era corto, pero
la tormenta fue tan repentina y violenta que el barco jamás llegó a puerto.
Youngwoon
también debería haber ido en aquel barco, pero su marco se manifestó incluso
antes de zarpar. Junjin, que aquel día se hallaba en el puerto para ver partir
a los suyos, había insistido en que se quedara en tierra. Youngwoon se lo había
tomado a mal. Quería viajar. Con siete años, aquel habría sido su primer
viaje lejos de casa; y el último.
Al ser el
último de sus descendientes directos, Junjin crió a Youngwoon entre algodones,
y lo sobreprotegió tanto que su preocupación a menudo le sofocaba. Pero no
podía culpar al viejo. No debía de ser fácil haber sobrevivido a todos sus
hijos. Y Youngwoon era su único nieto.
Otros dos
hijos de Junjin habían estado casados antes de morir, pero los tres embarazos
de sus esposas no habían prosperado y ellas, al no tener hijos, habían
regresado con sus respectivas familias tras
la muerte de sus maridos. El último hijo se había ordenado sacerdote.
Una caída mientras reparaba el tejado de
su iglesia había sido la causa de su muerte.
La vida de
Junjin había estado sembrada de tragedias. También la de Youngwoon, al
haber conocido a dos de sus tres tíos. No obstante, era
asombroso que Junjin no se hubiera convertido en un viejo amargado. Ni siquiera
era tan mayor, aunque, desde luego, todos se referían a él como al «viejo».
Se había casado joven y sus cuatro hijos habían nacido muy seguidos, en
los cuatro años que siguieron a su boda. Su esposa le habría dado muchos más si
no hubiera fallecido mientras alumbraba al último.
Sin
embargo, no había vuelto a casarse, aunque sin duda podría haberlo hecho, y aún
podía. Solo tenía sesenta y dos años. Mantenía casi todo el cabello pelirrojo,
aunque ligeramente descolorido. Las canas de las sienes y de la barba le
otorgaban un aire distinguido, o más bien lo hacían cuando él se molestaba en
arreglarse. No obstante, ahora que había traspasado sus muchos asuntos a Youngwoon,
rara vez salía de casa, de ahí que casi siempre fuera desaliñado.
Como no tenía a nadie a quien impresionar aparte de la cocinera, con quien llevaba largo tiempo flirteando y la cual jamás le había tomado en serio, era fácil encontrarse a Junjin con la ropa de dormir en pleno día.
Hoy estaba
vestido, peinado y limpio, y no parecía muy complacido cuando Youngwoon se unió
a él en la cocina. Eso significaba que le habían puesto al corriente de la
llegada del abogado. Bien. Así Youngwoon pudo ir directamente al grano en cuanto se
sentó.
-¿Por qué
no me lo había explicado, Junjin?
Junjin
torció el gesto, y no porque Youngwoon le hubiera llamado por su nombre de pila.
No era una
falta de respeto, aunque así podría habérselo tomado. Ni tampoco intentó eludir
la pregunta simulando que no sabía de
qué hablaba.
-No quería
que tuvieras que tomar partido antes de lo necesario.
-¿Tomar
partido por qué? Yo le soy leal a usted, y así será siempre.
Junjin
sonrió y durante unos instantes pareció bastante halagado. Pero luego dejó
escapar un suspiro.
-Debes
saber cómo ocurrió, muchacho. Mi hijo bebía los vientos por tu madre. No
deseaba otra cosa aparte de hacerla suya, a pesar de ser inglesa. Pero ella era
una jovenzuela, ni siquiera
había cumplido los dieciocho. Y a su padre no le hacía ninguna gracia
que ella hubiera puesto los ojos en tu padre. Ni tampoco quería que viviera tan lejos de casa. Se negó a dar
su visto bueno al matrimonio. Se opuso durante casi un año. Pero quería a su
hija y no pudo soportar verla consumida por la pena. Así que decidió negociar.
Exigió que el heredero de mi hijo, mi heredero, le fuera enviado cuando
alcanzara, alcanzaras, la mayoría de edad. Si ella lo prometía, podría casarse.
-Sé el
porqué de la promesa, pero no el motivo de haber sido el último en enterarme.
-Para
serte sincero, muchacho, confiaba en que ese cerdo muriera mucho antes y que su
abogado no supiera nada de ti. Que hubiera tenido algún pariente en alguna
parte a quien legar su maldito título. Pero no, ese condenado va a vivir más
que todos nosotros.
Junjin
dijo aquellas últimas palabras con tal disgusto que Youngwoon podría haberse
echado a reír de no hallarse en el centro de aquella disputa. Y aún no había
oído cuál era el plan de Junjin para sacarlo del atolladero. Además, Junjin no
había respondido aún a su pregunta.
Él se la
recordó.
-¿Y mi
madre? ¿Por qué me lo ocultó ella?
-No te lo
ocultó. Tú eras demasiado pequeño cuando murió. Te lo habría contado cuando
hubieras sido un poco mayor. Tu madre no
estaba descontenta con su promesa. Al fin y al cabo,era inglesa y le complacía
que tú fueras el próximo marqués de Kang después de su padre. Daba mucha
importancia a los títulos. Como los ingleses.
-Debería
habérmelo contado usted, Junjin. No debería haber esperado hasta el día en que
vinieran a buscarme sin que yo lo supiera. ¿Y qué voy a hacer con ese
hombrecillo inglés que tenemos en el piso de arriba? Cree que voy a irme con
él...
-Es que
vas a hacerlo.
-¡Ni
soñarlo!
Youngwoon
se levantó con tanta brusquedad que tiró la silla al suelo. La cocinera, que se
hallaba en el otro extremo de la
habitación, se asustó, dejando caer involuntariamente el cuchillo y chillando
al ver que había estado a punto de clavárselo en el pie. Miró a Youngwoon
echando fuego por los ojos. Él no se dio cuenta, pues estaba haciendo lo propio
con su abuelo. Junjin tuvo la prudencia de no despegar los ojos de la mesa.
-No puede
quedarse ahí sentado diciéndome
que no ha
encontrado la forma
de sacarme de esto -prosiguió
Youngwoon acalorado-. ¿Y quién va a administrar esto si yo me voy?
-Yo me las
apañaba bien antes de que tú te encargaras. No soy tan viejo...
-Si lo
hace, morirá joven...
Esta vez
fue la risa de Junjin lo que interrumpió a Youngwoon.
-No creas
que el hecho de que te haya cedido las riendas significa que esté listo para
retirarme. No, necesitabas aprender, muchacho, y ponerte al mando era la mejor
forma de lograrlo.
-¿Con qué
propósito? ¿Para que pudiera marcharme de aquí y ser un maldito marqués?
-No, para
que aprendieras de primera mano y pudieras enseñárselo a tu hijo.
-¿Qué
hijo?
Los dos
ancianos habían intercambiado muchas cartas; y habían discutido en infinidad de
ocasiones. Youngwoon lo supo aquella mañana, las discusiones no habían versado
en torno a si Youngwoon iría o no a Inglaterra, sino sobre quién tendría
derecho a su primogénito.
-El que se
hará cargo de todo esto -explicó Junjin-. Nadie espera que te dividas en dos, Youngwoon.
Aquí tenemos demasiados negocios y en Inglaterra tendrás que asumir demasiadas
obligaciones. Eso sería excesivo para cualquiera y la distancia es demasiado
grande para que estés yendo y viniendo constantemente.
Los dos
querían que él contrajera matrimonio con urgencia para que al año siguiente
tuviera ya un hijo, que sería enviado lejos de su hogar; igual que estaban
haciendo con él. No les importaba lo que Youngwoon opinaba sobre la forma en
que estaban organizándole la vida. Ya habían acordado entre ellos que si Eric
se quedaba con él, lo justo era que Junjin se quedara con el primogénito de Youngwoon.
Se planteó
seriamente la posibilidad de subirse a un barco que partiera a un lugar lejano
y enviarlos al infierno a los dos. Pero quería a Junjin. En aquel momento
estaba furioso con él, pero aun así le quería y jamás sería capaz de romperle
el corazón de aquella forma.
No
obstante, tenía la sensación de que su vida nunca le había pertenecido. Desde
hacía ya tiempo, habían decidido que él acatara las órdenes sin protestar. Tal
vez si lo hubieran educado de otra forma, sentirse tan controlado no le habría
molestado tanto. Pero su pueblos era un pueblo furiosamente independiente, sobre todo los habitantes de las Tierras
Altas. Ese era el motivo de que Youngwoon no terminara de creerse que Junjin
tuviera la intención real de cumplir aquella maldita promesa. Entendía que
hubiera accedido, sí, para mantener la paz y permitir que su padre se casara
con la persona que amaba, pero en último término debería haberle ignorado.
Sin
embargo, averiguó por qué se había resignado Junjin a cumplir aquella promesa
cuando le preguntó sin ambages:
-¿Y si me
niego a ir?
Junjin
suspiró con tristeza.
-Quise a
tu madre como a una hija. No creí que pudiera hacerlo, siendo inglesa como era,
pero era dulce, y enseguida le tomé afecto. Me di cuenta hace mucho, antes de
que muriera, de que no podría deshonrarla faltando a mi promesa. Incluso
después de su muerte, cuando la decisión era ya solo mía, fui incapaz de mancillar
su recuerdo.
-La
decisión debo tomarla yo, Junjin, no usted.
-No, tú no
tienes mucha más elección que yo, porque tú también quisiste a tu madre y no
mancillarías de esta forma su recuerdo, ¿no es cierto?
Youngwoon
no respondió. Lo que iba a decir se le atragantó. Naturalmente que no podía
deshonrar a su madre. Pero en aquellos momentos la odiaba, por haberle puesto
en una situación tan deplorable, y aquel sentimiento aumentó el nudo que se
había formado en su garganta y amenazaba con asfixiarlo.
Sin embargo,
su silencio instó a Junjin a añadir:
-Aún no
ves lo mucho que gané demorando tu partida. Si el viejo Eric te hubiera tenido
cuando pretendía, hace tres años, habrías estado por completo a su merced.
Ahora averiguará que debe tener cuidado con lo que te pide, que tan fácil
podría obtener un no como un sí. Por tu madre vas a asumir las obligaciones que
ella de tan buen grado te legó, pero tú puedes hacer las cosas a tu manera, no
a la de Eric.
Aquel
comentario alentador no surtió efecto en Youngwoon, cuyo único deseo en
aquellos momentos era devolver a Kim Donghwa a Inglaterra de un puntapié, solo.
La idea le resultaba tan atrayente que estuvo a punto de ponerla en práctica.
Ninguno de ellos, ni su madre ni sus dos abuelos, habían considerado las
preferencias de Youngwoon. Él llevaba toda su vida en las Tierras Altas. ¿Cómo
podían pensar que querría vivir en otro sitio? Con título o sin él, con fortuna
o sin ella, no quería vivir en Inglaterra.
Pero si
había una forma fácil de manipular a Eric Moon, como al parecer había hecho Junjin,
Youngwoon quería saberlo. Así pues, recogió la silla del suelo y volvió a tomar
asiento, preguntándole a Junjin:
-¿Y cómo
consiguió posponer mi partida?
Junjin
sonrió, orgulloso de su éxito y de su forma de lograrlo.
-Primero argüí
que tú también eras mi heredero y que, como ya estabas conmigo, iba a costarle
mucho apartarte de mí.
-¿Cuando
usted ya tenía pensado sacrificarme? -dijo Youngwoon con amargura.
-Uf,
muchacho, ojalá esto no te contrariara tanto. Era un farol, sí, lo que le dije,
pero él no lo sabía. Pasamos casi seis meses intercambiándonos amenazas, luego
otros nueve meses discutiendo hasta que le dije que me conformaría con tu
primogénito, al cual él no quería renunciar. Sé que Eric pensaba que si tú no
te adaptabas bien podría moldear a tu hijo para que ocupara tu lugar. No
obstante, no estaba siendo realista si creía que iba a vivir lo bastante como
para poder influirle.
-¿Y usted
sí?
Junjin se
echó a reír.
-Tú
tampoco estás siendo realista, Youngwoon. Como heredero mío, además de suyo, te
alegrarás de tener un hijo, o dos o tres, a quienes legar todo lo que te
dejamos. Enviar a Escocia a tu primogénito enseguida solo obrará en su
beneficio. Pero sí, yo viviré muchos más años que ese cerdo, y él lo sabe.
-Usted
solo ha hablado de quince meses -musitó Youngwoon-. ¿Qué ha demorado mi partida
hasta ahora?
-Pues
bien, hablar de niños llevó de forma natural a hablar de esposos. Él insistía
en que te casaras con un inglés. No
quería ceder en eso, pero pasaron otros cinco meses mientras nosotros... bueno, «hablábamos» de ello. Yo
insistí entonces en que tu pareja fuera la más bella de todas, y él tardó lo
suyo en encontrarla.
-Un
jovencito inglés, imagino.
Junjin se
rió.
-Sí. Eso
fue lo que le llevó tanto tiempo. No era fácil que tuviera título y fuera el
mas bello.
-Y sin
embargo no ha sido más que una pérdida de tiempo -respondió Youngwoon,
añadiendo-: Puede que vaya a Inglaterra, pero no voy a casarme con alguien que
no he visto en mi vida.
-No te
hagas cruces por eso, muchacho. Insistir en que te encontrara esposo fue otra
de mis estratagemas para retrasar las cosas. Si no quieres casarte con el joven
más bello de toda Inglaterra por tu obstinación, nadie va a insistirte. Bueno,
tal vez Eric lo haga, pero, como ya he dicho, tienes edad suficiente para
negarte y no dar tu brazo a torcer.
-Esto no
tiene nada que ver con ser obstinado -replicó Youngwoon, alzando la voz con
irritación.
-Por
supuesto que no.
Aquel tono
tan condescendiente le valió a Junjin una mirada de pocos amigos.
-Yo
elegiré a mi esposo, eso es todo. No es más de lo que cualquier hombre espera
hacer, incluido usted.
-Y me
alegra oír eso. Pero ¿por qué quemar el puente antes de atravesarlo? Échale un
vistazo al jovencito que Eric te ha buscado antes de rechazarlo. Tal vez te
guste. De lo contrario, al menos haz un esfuerzo por encontrar otro.
Youngwoon
bufó.
-No tengo
nada en contra del matrimonio, Junjin, pero aún soy demasiado joven para pensar
en ello.
-Y yo soy
demasiado viejo para no hacerlo. Puede que sobreviva a Eric, y entretanto
encontraré a alguien que me ayude aquí, pero yo no cederé por completo las
riendas de esto hasta saber que tu hijo tiene edad suficiente para relevarme.
Lo cual
significaba que Junjin estaba de acuerdo con Eric en que Youngwoon debía
casarse de inmediato.
Se trataba
de uno de los pasos más cruciales de su vida y los dos le presionaban.
Youngwoon
salió de la cocina muy disgustado. Iría a Inglaterra. Pero se preguntaba si su
abuelo Eric se alegraría de su llegada.
Me gusta,me gusta...esto se ve prometedor👏👏👏👏
ResponderEliminarPero...que mala onda de Hee hablar así de Teuk...sentí feíto.
Yo solo espero que a Teuk no le afecte...ya sabe cómo es Hee,puede que no le sorprenda que diga cosas de él....(?)
Me urge alguien para Hee que le baje un poquito ese egocentrismo😂😂😂😂
Porque ese YoungWoon es para mi patico.
Esto si fue una sorpresa para el heredero...pero su abuelo sabe como manejarlo😂😂😂
Como dije...me gusta👌👌👌👌
Y bueno. Ya se acerca el momento del encuentro de nuestro querido Kagin y Leeteuk
ResponderEliminarOki abuelos tercos
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