Estaban
junto a la ventana, contemplando el inhóspito jardín ajado por el invierno por
donde paseaba el joven. Era pequeño, El joven señor Kim Soogeun, su
anfitrión, se había esmerado en el cuidado de su pequeña parcela de tierra. Y
ellos sabían que podrían encontrar a su joven sobrino, Jungsoo, que adoraba
estar al aire libre en cualquier época del año, en aquel pequeño trozo de
tierra.
Los dos
jóvenes contemplaron a Jungsoo, pensativos y en silencio. Park Hyesung tenía el
ceño fruncido. Su hermano Minwoo, que le llevaba un año, parecía bastante
abatido.
-Creo que
nunca había estado tan nervioso, Minwoo -le susurró su hermano.
-Ni yo,
ahora que lo dices -respondió Minwoo con un interminable suspiro.
Eran
hermanos, pero no se llevaban demasiado bien. A menudo discutían. No obstante,
por una vez, estaban de acuerdo. Su joven sobrino, al que habían criado
prácticamente desde su nacimiento, iba a ser presentado en sociedad aquella noche
y los dos estaban preocupados. Por desgracia, tenían una buena razón para
estarlo.
Tampoco
les preocupaba su posición social. El abuelo de Jungsoo había sido conde y su
bisabuelo duque. Él solo recibía el tratamiento de Honorable, pero lo cierto
era que sus tíos no esperaban casarlo con nadie que ostentara un título de
renombre, ni siquiera con una gran fortuna. En lo que a los hermanos Park
respectaba, cualquier esposo de buena posición serviría.
No. Sus
preocupaciones no eran las que solían tenerse cuando un joven de campo era
presentado en sociedad con el fin de encontrar esposo. Se trataba de
algo muchísimo más personal y estaba
relacionado con el porqué de que ninguno de los dos se hubiera casado jamás. A
ambos les atemorizaba que el viejo rumor que había acosado a su familia durante
tres generaciones resurgiera después de tantos años.
Pero
ninguno de los dos deseaba mencionar el motivo de su nerviosismo. De mutuo
acuerdo, jamás hablaban de las tragedias del pasado.
-¿Crees
que ese abrigo de lana es lo bastante recio? -preguntó Hyesung, con el ceño aún
fruncido.
-¿Acaso
crees que le importa?
-Pero el
viento va a cortarle la piel de la cara. ¿Y qué impresión causará eso en su
primer baile?
-No se
toma en serio lo del matrimonio -dijo ahora Minwoo.
Jungsoo
debería estar tan nervioso como sus tíos, si bien por razones distintas, pero
en lugar de ello parecía ser la persona más feliz del mundo.
-¿Cómo va
a tomárselo en serio sabiendo que ninguno de los dos nos hemos casado y que eso
no nos ha perjudicado?
-Me temo
que le hemos dado una impresión equivocada. No es que no deseáramos o
esperáramos casarnos cuando teníamos su edad. Lo que sucede es que ahora
estamos bastante contentos de no haberlo hecho.
Y lo
decían de verdad. Ninguno de los dos lamentaba realmente haberse quedado
soltero. Lo que tal vez podrían haber llegado a lamentar es no haber concebido
un hijo, pero Jungsoo, a quien habían criado desde que apenas tenía tres años,
había colmado su instinto paternal por completo.
Tal vez
algunos los llamaran solterones y sostuvieran que sus agrias riñas se debían a
su estado civil, pero iban muy errados. Ellos discutían desde que eran niños.
Lo llevaban en la sangre.
Como si de
repente se hubiera dado cuenta de que estaba posibilitando una tregua
involuntaria, Minwoo dijo con brusquedad:
-Llámalo.
Es hora de prepararlo.
-¿Tan
pronto? -protestó Hyesung-. Pero si aún quedan unas horas antes de que...
-Arreglarlo
como es debido nos llevará tiempo -lo interrumpió Minwoo.
-Oh,
cielos, a ti a lo mejor sí, pero...
-¿Y tú qué
sabes de eso, si ni siquiera tuviste una puesta de largo como es debido?
-volvió a interrumpirlo Minwoo.
-¿Acaso la
tuviste tú? -le rebatió Hyesung.
-Eso no
quiere decir nada. Soogeun ha mencionado muchas veces en sus cartas que él empieza
a prepararse en cuanto se levanta por la mañana.
-Ponerse
ese corsé tan ceñido ya debe de ocuparle todo el día.
Minwoo se
ruborizó, incapaz de rebatir aquella acusación relativa a su amigo de infancia,
que había tenido la amabilidad de alojarlos en su casa mientras estuvieran en
Londres, donde ellos no poseían casa propia. Soogeun había engordado muchísimo
con el paso de los años, hasta el punto de que Minwoo casi no lo reconoció al
llegar a la ciudad el día anterior.
Lo único
que pudo argüir fue:
-Incluso
su hijo empieza a arreglarse a mediodía.
-Heechul
disfruta mirándose en el espejo, de eso no hay duda -gruñó Hyesung.
- Deberías
saber...
Los hermanos
salieron de la habitación sin dejar de discutir, una situación que para ellos
era el pan de cada día. Cualquier persona que los hubiera oído hablar entre
susurros mostrándose de acuerdo durante aquellos breves instantes lo habría
encontrado increíble; al menos así habría sido para el joven sobrino del que
habían estado hablando.
Park Jungsoo sí estaba nervioso, pero por consideración a sus tíos intentaba
disimularlo lo mejor que podía. Su puesta de largo estaba planeada desde hacía
un año, lo cual había provocado varios viajes a Manchester para aumentar su
vestuario. Y sabía que sus tíos estaban muy ilusionados. Por eso estaba
nervioso. No deseaba decepcionarlos, habían puesto mucho empeño en su debut.
No
obstante, Jungsoo era realista, a pesar de que ellos no lo fueran. No esperaba
encontrar marido en Londres. La gente de ciudad era demasiado sofisticada y él
no era más que un sencillo joven de campo.
Estaba
habituado a conversar sobre cosechas, arrendatarios o el clima, mientras
que en
los círculos de Londres la gente se dedicaba a divulgar rumores -rumores
malintencionados- sobre los demás. Y había docenas de jovencitos como él que
acudían a Londres con el mismo propósito, puesto que se consideraba el lugar
ideal para encontrar marido.
Jungsoo
empezó a relajarse a medida que transcurría la tarde. Le tranquilizaba contar
con la amistad de Heechul, que era inmensamente popular. No era de extrañar. Heechul
había nacido y crecido allí. Conocía a todo el mundo, estaba al corriente de
los rumores e incluso colaboraba en la divulgación del chismorreo más reciente,
aun cuando versara sobre su persona. Llevaba Londres en la sangre. Y su puesta
de largo había coincidido con el inicio de la temporada social, hacía tres
semanas.
De todas
formas, haber asistido al primer baile de la temporada no habría cambiado mucho
las cosas, pues Heechul estaba destinado a ser el éxito del año; tal era su
hermosura. E, irónicamente, ni siquiera buscaba marido: ya tenía prometido,
aunque aún no lo conocía. Su puesta de largo había sido un mero trámite; al
menos así lo creyó Jungsoo hasta descubrir que Heechul no estaba precisamente
contento con el esposo que sus padres le habían buscado y que tenía intención
de hallar uno mejor.
Jungsoo
encontraba de verdadero mal gusto la forma en que se proponía conseguirlo:
pretendía difamar y ridiculizar a su
prometido en cuanto le surgiera la oportunidad y ante todo aquel que le
prestara oído. Pero, por lo que había podido observar, así era como se deshacía
uno en Londres de un prometido no deseado.
Jungsoo
podría haber sentido lástima por el hombre en cuestión, quien aparentemente ni
siquiera se hallaba en Inglaterra para poner fin a los rumores que Heechul
estaba difundiendo, pero no le correspondía a él salir en su defensa. Después
de todo, podían ser ciertos. ¿Cómo iba a saberlo?
Por otra
parte, el appa de Heechul era su anfitrión y un buen amigo de tío Minwoo.
Aunque a el joven Soogeun sin duda le habría gustado saber a qué se dedicaba su
hijo para poder intervenir, a, Jungsoo no le parecía bien ser él quien lo
pusiera al corriente. Heechul le había ofrecido su amistad, le estaba
presentando a todos sus amigos. Sería como traicionarlo. Y, por otra parte, a
sus tíos no les gustaba el abuelo de su prometido...
Aquello
era lo más extraño de todo y probablemente ese era el motivo de que Jungsoo
sintiera lástima por él. Curiosamente, era vecino de Heechul o, mejor dicho, lo
era su abuelo. «Pasmarote», así es como lo llamaban sus tíos, «misántropo», y,
cuando creían que no podía oírlos, «cerdo».
Jungsoo no lo
conocía. Era un verdadero misántropo que apenas se alejaba de sus tierras. Y
para sus tíos había sido toda una sorpresa enterarse de que tenía un nieto. En
realidad, se habían burlado al conocer la noticia de que Heechul estaba
prometido con aquel hasta entonces desconocido heredero. ¿Nieto de quién ... ?
No sabían quién era ni habían oído hablar de él jamás.
No
obstante, según lord Soogeun, había sido el marqués en persona quien se había
puesto en contacto con su esposo y
concertado el matrimonio en nombre de su nieto. Naturalmente, los Kim no habían
desaprovechado la oportunidad de que su hijo se casara con un miembro de tan
noble familia, cuyo título heredaría el nieto. Tampoco era un inconveniente que
el marqués fuera muy rico y que toda su fortuna estuviera destinada también a
su nieto. Solo Heechul estaba descontento con aquel matrimonio. Bueno, Heechul
y sus muchos fervorosos admiradores.
Los tenía
en abundancia. Los hombres jóvenes se arremolinaban a su alrededor,
hipnotizados por su belleza, y aparentemente esa había sido la tónica general
de todos los romances que había tenido hasta la fecha. Heechul poseía unas exquisitas facciones y
una figura que, a diferencia de la de su appa, era esbelto y proporcionado.
Jungsoo,
en cambio, no podía adjudicarse ninguno de aquellos atractivos atributos, sus
facciones eran corrientes: no era en absoluto feo, pero tampoco podía
considerarse bonito. «Corriente» era la palabra idónea para describirlo.
En
realidad, Jungsoo nunca había estado descontento con su aspecto hasta conocer a
Heechul y descubrir lo que era una auténtica belleza. Como la noche y el día,
no había comparación posible entre ellos dos. Probablemente fue ese el motivo
de que aquella noche Jungsoo empezara a relajarse, poco después de llegar a su
primer baile, y de que se olvidara por completo de su anterior nerviosismo.
Era lo
bastante realista como para saber que, con Heechul allí, jamás podría captar la
atención de los caballeros y, por ello, renunció a intentarlo siquiera. Y, en
cuanto se relajó, pudo ser él mismo en lugar de la ratita, rígida y tímida que
se había sentido hasta entonces.
A Jungsoo
le gustaba reírse tanto como a cualquiera y se esforzaba por hacer reír a los
demás. Podía ser muy serio, pero también
tenía una vena divertida. Poseía el don de animar a las personas que
estaban de peor humor.
Los
caballeros que lo sacaron a bailar aquella noche tenían como único objetivo
hacerle preguntas sobre Heechul y su prometido. Pero, como aún no conocía muy
bien a su amigo, y nada en absoluto a su prometido, Jungsoo apenas pudo
responderles. No obstante, los hizo reír. Hubo quienes lo volvieron a sacar a
bailar precisamente por eso, porque era divertido. Y durante la velada hubo
incluso un momento en el que tres jóvenes quisieron bailar con él
al mismo tiempo.
Lamentablemente,
Heechul se dio cuenta...
Él se
hallaba en el otro extremo del salón de baile junto a tres de sus mejores amigos.
Bueno, dos amigos y un joven que secretamente lo despreciaba, pero era reacio a
alejarse del círculo de su popularidad.
Heechul era
el único que ostentaba el tratamiento de «joven lord», pues su padre era conde y los de sus amigos
tenían títulos de menor prestigio. En cualquier caso, Heechul no soportaba que ningún
joven de su entorno destacara más que él.
Heechul no
era consciente del desagrado que Kim Jungmo sentía por él. Puede que no le
gustaran algunos de los comentarios sarcásticos o maliciosos de Jungmo, pero
jamás los atribuiría al desagrado. Después de todo, ¿cómo iba él a desagradarle
a nadie, con lo popularísimo que era?
Y sabía
que siempre gozaría de aquella popularidad. Nadie dudaba que sería el joven del
año y podría escoger entre los solteros más codiciados de la ciudad. Así era.
Todos lo adoraban. Pero ¿de qué le servía cuando sus padres habían permitido
que el marqués de Kang los engatusara con su maldito título?
Odiaba al
anciano Eric Kim por haber pensado en él.
¿Por qué había tenido que elegirlo para su nieto? ¿Solo porque en un
tiempo su appa había vivido cerca de él y, por lo tanto, tenía la impresión de
conocerlo personalmente? ¿Por qué no podía haber elegido al poco atractivo Jungsoo
en lugar de a él, quien, por otra parte, seguía viviendo cerca de él?
Naturalmente, Heechul sabía por qué habían descartado a Jungsoo como esposo
para el heredero de Kang.
Conocía la
historia de los Park gracias a su appa. Con toda seguridad, aquellos que
hubieran ido a Yorkshire la habían oído en una u otra ocasión, aunque se
tratara de un viejo rumor y la mayoría lo hubiera olvidado.
Sus padres
eran unos necios. Heechul podría haber aspirado a un duque. Las bellezas como él
no eran frecuentes. Pero se habían
conformado con un simple marqués. No obstante, él no iba a hacerlo. Estaba
decidido a impedir su matrimonio con el heredero de Kang. Por Dios, ni siquiera
era inglés; al menos no lo era del todo. No le sorprendía que el marqués se
creyera en el deber de elegir esposo para su nieto, a pesar de vivir en una
época en la que ya apenas se oía hablar de matrimonios concertados. ¡Su nieto
se había criado entre brutos!
Se
estremeció de solo pensarlo. Y si avergonzarlo no surtía efecto, ni demostrarle
que lo único que obtendría de él es su profundo desprecio, tendría que pensar
en alguna otra forma de deshacerse del hombre. Fuera como fuese, antes de que
acabara el año tendría otro prometido, uno elegido por él. No tenía la más mínima
duda.
No
obstante, precisamente en aquel momento, Heechul estaba observando al invitado
más joven de su appa y le desconcertó durante un segundo ver a aquellos
caballeros rondando a Jungsoo, cuando deberían estar esperando turno para
bailar con él.
Como en
aquel momento no había ningún hombre que pudiera oírle, dijo lo que pensaba sin
preocuparse por el efecto que causaría, y lo que estaba viendo en el otro
extremo del salón lo sorprendía lo suficiente como para hacerlo.
-¿Habéis
visto? -dijo Heechul, dirigiendo la atención de los otros jovencitos hacia Jungsoo
y los tres hombres que hablaban con él-. ¿Qué puede estar diciéndoles para
tenerlos tan encandilados?
-Es tu
invitado -observó Jang Geunsuk en tono conciliador, haciéndose cargo de los
celos de su amigo e intentando apaciguarlos. Los tres habían sufrido en carne
propia los celos injustificados de Heechul-. No cabe duda de que solo quieren
hablar con él sobre ti.
Heechul
estaba empezando a calmarse cuando Jungmo dijo con pretendida inocencia:
-A mí me
parece que le han salido unos cuantos admiradores, aunque lo cierto es que no
me sorprende. Tiene unos ojos preciosos.
-Esos ojos
apenas le sirven de nada, Jungmo, siendo tan corriente en todo lo
demás-respondió Heechul con brusquedad.
Pero
enseguida lamentó la dureza de su tono. Podría parecer celoso y no lo estaba,
naturalmente. Así que añadió, con lo que pensaba que era un suspiro sincero
pero que pareció más bien un bufido:
-Siento
verdadera lástima por él, pobrecillo.
-¿Por qué?
¿Porque no es guapo?
-No solo
por eso, sino también porque hay sangre mala en su familia. Oh, querido. No
debería haberlo mencionado. Esto debe quedar entre nosotros. A mi appa le daría
un patatús. Después de todo, lord Park Minwoo es amigo suyo.
Como los
tres jovencitos sabían que en aquellos momentos Heechul estaba bastante
disgustado con su appa, entendieron que la última parte de la frase sobraba. A él
no le importaría en lo más mínimo que a su appa le diera un patatús. Aunque,
bien pensado, la advertencia de que no repitieran lo que iba a contarles
también sobraba, pues a los otros dos jóvenes les encantaban los chismorreos,
al igual que a sus respectivas madres, y sin duda iban a contarles con pelos y
señales todo lo que oyeran. Jungmo encontraba deplorables los cotilleos, pero
en la alta sociedad no había más remedio que estar al corriente de todos.
-¿Sangre
mala? -preguntó Hongki Lee con avidez-. ¿Estás hablando de incesto?
Dio la
impresión de que Heechul pensaba en ello durante unos instantes, pero descartó
aquel rumor en particular, pues dijo:
-No, peor
que eso, en realidad.
-¿Qué
puede ser peor...?
-No, en
serio. Ya he dicho demasiado -protestó débilmente.
-¡Heechul!
-exclamó Geunsuk, el mayor de las cuatro-. No puedes dejarnos en ascuas de esta
forma.
-Oh, está
bien -se lamentó Heechul, como si estuvieran sacándole la información a la
fuerza cuando, en realidad, nada podría haberlo disuadido de contarlo todo-.
Pero esto debe quedar entre nosotros, y únicamente os lo cuento porque sois mis
mejores amigos y confío en que no lo
divulgaréis.
Prosiguió
en un susurro. Los dos jovencitos eran realmente amigos suyos tenían los ojos
abiertos de forma desmesurada cuando terminó su relato. Jungmo, que lo conocía
de sobra, no sabía si creerle o no. Él sabía que Heechul no tenía remilgos a la
hora de mentir si creía que con ello iba a conseguir lo que deseaba. Y lo que
en aquel momento deseaba, al parecer, era negarle a Park Jungsoo cualquier
oportunidad de encontrar esposo en Londres.
Aquella
velada, dos personas fueron puestas en la picota, y las dos a manos del mismo
joven. Jungmo sintió verdadera lástima por las dos, pues su único error era no
gustarle a Heechul. El heredero de Kang podría sin duda capear el temporal.
Estaba convirtiéndolo en el hazmerreír de Londres para que sus padres se
sintieran tan avergonzados que desearan anular el compromiso de boda. Pero, con
un título como el suyo y el extenso patrimonio que atesoraban, no tardaría en
encontrar otra esposo.
Para Park Jungsoo
sería distinto. La sangre mala podía pasar a su descendencia, y ¿qué caballero
se arriesgaría a casarse con él en esas circunstancias? Era francamente grave.
A Jungmo
le gustaba el joven de manera genuina. Era de trato agradable, una cualidad
sencilla e inocente difícil de encontrar en Londres, y además era divertido en
cuanto te tomaba confianza. Y Jungmo se sentía parcialmente responsable por
haber puesto a Heechul en su contra al mencionar la peculiar belleza de sus ojos.
Disgustado,
Jungmo negó con la cabeza. Tendría que encontrar otro círculo de amigos, de eso
no cabía duda. Ser amigo de Kim Heechul era demasiado nocivo para su bienestar.
Perra malévola y superficial. Jungmo deseaba, lo deseaba de verdad, que Heechul
tuviera que acabar casándose con el heredero de Kang. Le estaría bien merecido
tener por esposo a un hombre que, por su culpa, era el foco de todas las burlas
de Londres.
***
No era una
noche para viajar al extranjero; era posiblemente la peor noche del año: el
viento levantaba la nieve, que se arremolinaba e impedía la visión, incluso
sosteniendo el farol en alto. Y hacía mucho frío. Sir Kim Donghwa no había
experimentado un frío tan glacial en toda su vida.
En
Inglaterra, el tiempo no habría sido tan extremo; sin duda un poco de nieve no
le habría contrariado. Pero tan al norte, en las Tierras Altas escocesas,
bastante esfuerzo le costaba ya no congelarse como para que la nieve empeorara
aún más las cosas. Para sir Donghwa, que tenía la misión de desplazarse hasta
allí, era un misterio que alguien pudiera vivir en un clima tan duro y aún
más que pudiera gustarle.
Sir Donghwa
había tenido que dejar su carruaje en una iglesia cercana. Su guía ya le había
advertido que tendría que hacerlo y, por ese motivo, había arrendado una
montura para la última etapa del trayecto, que discurría por estrechos caminos.
Deberían
haber pasado la noche en aquella iglesia. El capellán les había ofrecido
cobijo. Pero estaban tan próximos al final del viaje, tan solo a una hora, que Donghwa
había insistido en seguir adelante. Estaba empezando a temer que pudieran
extraviarse y morir congelados. Que sus cuerpos no fueran descubiertos hasta el
deshielo de la próxima primavera.
La gran
casa señorial de piedra apareció en la oscuridad salpicada de blanco con tal
brusquedad que sir Donghwa no se enteró de que habían llegado a su destino
hasta que estuvieron en la misma puerta. El guía empezó a aporrearla. Donghwa
apenas oía nada, tan fuerte era el aullido del viento. Pero la puerta se abrió,
dejando salir el calor del interior, y los dos fueron llevados hasta un gran
fuego crepitante.
Donghwa
estaba aterido. Al cabo de un rato, empezó a deshelarse y, justo después, se
puso a temblar. Una mujer, llevándose las manos a la cabeza, les riñó por haber
sido tan necios como para venir con aquel temporal, le puso varias mantas de
lana sobre los hombros y una taza de whisky caliente entre las entumecidas
manos, y se quedó allí para asegurarse de que se bebía hasta la última gota, lo
cual él hizo de muy buen grado.
Poco
después, Donghwa empezó a pensar que, después de todo, tal vez él y los dedos
congelados de sus pies fueran a sobrevivir; un doloroso descubrimiento, aunque
grato a pesar de todo, cuando las extremidades empezaron a recobrar la
sensibilidad. Por fin pudo fijarse en lo que le rodeaba.
Se
sorprendió. No estaba seguro de lo que esperaba encontrar en el hogar de un
rico lord escocés, en uno que además estuviera tan aislado como este. A decir
verdad, esperaba algo de aire medieval, una vieja fortaleza decrépita tal vez,
o sencillamente una gran casa solariega. A fin de cuentas, los Shinhwa eran
ovejeros, o eso le habían dicho.
Pero lo
que estaba viendo era algo completamente distinto: aunque no se parecía a las
casas señoriales que abundaban en los condados de Inglaterra, la estructura era
la misma. Construida por entero con
piedra. Escocia no era conocida por su abundancia de madera, podría haber
tenido el mobiliario y las comodidades de una casa señorial y, sin embargo, lo
que debería haber sido un gran salón, parecía en cambio una vieja sala
medieval.
El diseño
de la casa era moderno. Sus ocupantes, aparentemente, no. Parecía que su
constructor la hubiera edificado a modo de protesta, que hubiera crecido en
algún antiguo castillo y que estuviera decidido a conservar un estilo que para
él debía ser el más acogedor.
Mesas con
caballetes y bancos de madera bordeaban las paredes empapeladas con motivos
florales. A Donghwa no le cupo la menor duda de que los sacaban a la hora de
cenar para acomodar a la familia, cuyos miembros comían juntos, como en los
viejos tiempos. Las ventanas no tenían cortinas, sino que estaban cubiertas por
pieles de oveja, aún con el vellón.
Aunque
entendía que las pieles resguardaban mejor del
frío que una cortina, ¿era imprescindible que fueran de oveja? No había
ningún sofá ni ninguna silla cómoda a la vista, solo unos cuantos bancos sin
cojines cerca del fuego. Y había heno en el suelo.
Cuando
reparó en él, se quedó mirándolo y, finalmente, meneó la cabeza. Después de todo, no se había
equivocado. Los Shinhwa de las Tierras Altas vivían realmente como en la Edad
Media.
Después
del rato que llevaba contemplando lo que debería haber sido un salón moderno, Donghwa
no se habría sorprendido si los habitantes de la casa hubieran aparecido
vestidos con pieles de oso, o mejor dicho, de oveja. Pero no, los escoceses
también llevaban pantalón y levita. Vio llegar a un joven que podría haber
paseado por una elegante calle de Londres sin llamar la atención, salvo tal vez
por su estatura, debía de medir un metro ochenta y su corpulencia.
No
obstante, el joven no dijo nada, y no parecía muy complacido de que hubiese
llegado un desconocido. O tal vez aquella mirada de pocos amigos fuera normal
en él.
Donghwa se
sintió muy desconcertado. Casi lo doblaba en edad y, aun con todo, el joven
consiguió intimidarlo durante unos instantes... Bueno, no era de extrañar. Los
habitantes de las Tierras Altas no tenían nada que ver con los afables
escoceses del sur, quienes llevaban siglos tratando con los ingleses. El
progreso social se había estancado en aquellos distantes confines del reino,
tan aislados a causa del abrupto relieve
y del clima. Muchos de los clanes del norte escocés vivían exactamente igual
que sus antepasados: con privaciones pero obedeciendo estrictamente al jefe de
su clan.
Lord Junjin
de Shinhwa no era jefe de clan alguno, pero sí de una pequeña parte de él y,
sin duda, de su familia, que abundaba en primos lejanos pero que, por
desgracia, carecía de un heredero inmediato, ya que él había sobrevivido a sus
cuatro hijos. Y por aquel motivo, la visita de Donghwa no iba a ser bien
recibida. Tendría suerte de que no lo echaran a patadas en cuanto revelara su
identidad.
El joven
entró en la sala con paso firme. Y cuando se acercó a la luz del fuego y de las
dos teas que ardían a cada lado de la repisa de la chimenea, Donghwa vio que no era tan joven como había
creído en un primer momento. Debía de tener unos veinticinco años. La madurez
de su mirada, cuando menos, indicaba que era mayor, aunque desde lejos
pareciera mucho más joven.
-Si este
hombre no estuviera con usted, señor -el joven señaló al guía de Donghwa con la
cabeza-, pensaría que se había
extraviado. Así pues, ¿qué quiere un inglés de Junjin de Shinhwa?
Donghwa le
reveló su identidad con diligencia, adoptando un tono convenientemente grave.
-Me hallo
aquí con motivo de un asunto urgente y de no poca importancia. Soy el abogado
de lord Eric Moon, Moon que es...
-Sé quién
es Moon -le interrumpió el joven con impaciencia-. Entonces, ¿aún está vivo?
-Bueno,
sí, al menos lo estaba cuando salí de Inglaterra, aunque no sé hasta cuándo. No
ha estado bien, ¿sabe? Y con su avanzada edad, nadie puede decir cuándo
empeorará.
El joven
asintió con brusquedad y luego dijo con su cantarín acento escocés:
-Venga a
mi despacho. Está más caldeado. Aquí hay muchísima corriente.
-¿Su
despacho?
Donghwa
mostró tal sorpresa que cuando el joven arqueó la ceja en señal de
interrogación no se sorprendió. Luego, de improviso, su anfitrión se echó a
reír sonoramente.
-¿No me
diga que se ha tragado la broma del viejo Junjin?
Con
rigidez, porque no estaba habituado a ser el blanco de broma alguna, Donghwa
respondió:
-¿Y qué
broma es esa?
-Esta
habitación, por supuesto -respondió el hombre, aún sonriente-. Insiste en que
traigan a los forasteros a esta habitación, en lugar de llevarlos a la parte
normal de la casa. Le divierte, sí, la idea que de ese modo se hacen de él.
Donghwa se
ruborizó, evidenciando que había mordido el anzuelo.
-Entonces,
¿he de deducir que esta habitación no se utiliza mucho, salvo cuando hay
visitas?
-Oh, no.
Tiene su uso, cuando las ovejas crían más de lo debido y no caben en los
graneros durante las nieves. Y,
naturalmente, en la temporada del esquileo, cuando vienen familiares de otros
lugares y necesitamos una sala grande para poder comer juntos. Esta sirve bien
a ese propósito.
Donghwa no
supo distinguir si lo que acababa de decirle era parte o no de la broma.
Prefería no averiguarlo, y la alusión a un caldeado despacho resultaba muy
sugerente, por lo que no dudó en seguir al joven.
ahhhhh!!!
ResponderEliminarHee es malo... TT_____TT
pobre Tukkie... ay Dios, esto se va a poner bueno!!!!
ojala a Hee le salga un Siwonshis pobreton! :p
jajajajajajajajaja
El joven escoses es Kagin cierto??
ResponderEliminarLo de Hee con sus rumores mal intensionados me pareció una bajeza. Quien sabe con quien ira a terminar por ser como es.
Hay chula que celoso eres pero en fin
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