—Un chico
pregunta por usted, joven Park.
El mayordomo
había salido de detrás de las cristaleras que había en la parte trasera de la
casa y observaba a Minwoo, que acababa de cortar una rosa blanca de tallo largo
y la había puesto en un cesto que había a sus pies.
Minwoo se
incorporó. No estaba de humor para visitas, ni tampoco iba adecuadamente
vestido para recibirlas. El joven Moon no debía de conocer al visitante. Debía
de ser un cliente de Hyungsik o alguien que iba a pedir. Pero, en ese último
caso, el joven Moon habría resuelto el problema solo.
—¿No le ha dicho
que el señor Park no está en casa? —preguntó decidiendo que tenía que ser un
cliente de su marido.
—No quiere ver al
señor Park, sino a usted. Dice que se llama Jo Yeowool. Y me parece que piensa
que usted lo conoce.
Minwoo palideció
y se sintió aturdido. Habría perdido el equilibrio si no hubiese podido
apoyarse en el enrejado. El joven Moon lo conocía demasiado bien como para no
darse cuenta de su repentina palidez y corrió a su lado para sujetarlo.
—Sabía que no
debía exponerse al sol sin protección. Trabaja usted demasiado. Vamos dentro,
le daré un vaso de té frío.
—¿Está seguro?
—preguntó el mayordomo tomando el cesto de rosas y mirando a Minwoo con la
familiaridad de muchos años a su servicio—. Puedo decirle al señorito que no
está usted disponible. Si es algo importante, volverá otro día.
Minwoo se sintió
tentado, muy tentado, pero posponer el encuentro no solucionaría nada. Le
sorprendía que se hubiese atrevido a ir allí.
¿Lo habría
obligado Hyungsik a hacerlo? A pesar de tener muchos defectos, dudaba que su
marido pudiese llegar a ser tan cruel.
—Acompáñelo al
salón. No tardaré. Mientras yo bajo puede llevar allí el té frío.
Aunque pensó que
no sería capaz de tragar nada en presencia de Jo Yeowool.
Minwoo subió las
escaleras que llevaban al piso de arriba y entró aliviado en su dormitorio.
Aunque a el joven Moon le hubiese dicho lo contrario, seguía encontrándose mal,
así que se dirigió al baño y se lavó la cara con agua fría.
La belleza de
todo lo que lo rodeaba lo calmó. La habitación, el salón y el cuarto de baño
eran sólo suyos, y pensar en ello lo tranquilizaba.
No entendía cómo el
joven había tenido la osadía de ir
a su casa.
¿Qué querría?
¿Qué tendría que decirle? Era el amante de Hyungsik; Minwoo era su esposo. ¿Por
qué no era con Hyungsik con quien hablaba?
Se miró en el
espejo que había encima del tocador. Todavía se reflejaba en su rostro que
estaba asustado.
No era posible.
No podía dejar que ese joven llegase y lo intimidase en su propio hogar. Él era
el joven señor de la casa. Tenía que haberlo echado de allí sin tan siquiera
escuchar lo que quería decirle.
Pero ya era
demasiado tarde. Jo Yeowool estaba sentado en su salón, probablemente bebiendo
té frío. No debía hacerlo esperar. No quería que creyese que no era capaz de
enfrentarse a él.
Respiró
profundamente y repasó su aspecto con ojo crítico. Era un día muy caluroso y,
como no esperaba que nadie fuese a verlo, se había puesto unos pantalones
cortos y una camisa de seda color agua. La camisa era amplia y sin mangas y
dejaba a la vista sus brazos enrojecidos por los rayos del sol.
¿Debería
cambiarse? ¿Debería maquillarse antes de recibir a la visita? Se aplicó un poco
de brillo en los labios lo que realzó su melena rubia.
Volvió a mirarse
y quedó satisfecho con el resultado. Ya había tardado bastante tiempo. No
quería que Yeowool pensase que se había arreglado especialmente para él. Volvió
a respirar hondo y miró a su alrededor para ganar confianza. Pero tenía la
incómoda sensación de que ocurriese lo que ocurriese entre ese joven y él, ya
nada volvería a ser igual.
Yeowool estaba
sentado en uno de los tres sofás de terciopelo que rodeaban la chimenea del
salón. Era una habitación elegante, y las ventanas daban al jardín de detrás de
la casa. Aunque disponían de aire acondicionado, Minwoo prefería siempre el
aire del exterior y, cuando estaba solo en casa, siempre abría todas las
ventanas de par en par.
Minwoo dudó al abrir
la puerta, se sentía inseguro. Yeowool, por su parte, parecía relajado, como si
estuviese en su casa. Cualquiera hubiera dicho que era Minwoo el intruso y Yeowool,
el señor de la casa.
Al contrario que
Minwoo, el joven iba vestido de manera formal. Minwoo se dijo que parecía muy
seguro de él mismo. Inteligente y sofisticado, confiado en llamar la atención
de los hombres. Era pelirrojo, aunque el color debía de ser tan natural como la
sonrisa que esbozó al ver a Minwoo.
Se levantó, tenso
a pesar de que a Minwoo le había parecido al principio que estaba tranquilo. No
habló inmediatamente. Se quedó quieto, mirando a su anfitrión, esperando que
hiciese él el primer movimiento. A Minwoo le hubiese gustado gritarle que qué
demonios se creía que hacía en su casa, pero habría sonado muy infantil. Así
que se contuvo y consiguió decir con admirable frialdad:
—Supongo que es
usted el joven Jo —como si no hubiese visto las fotografías que Hyungsik tenía
de él—. Si busca usted a mi marido, siento decirle que no está en casa.
—Ya lo sé, joven
Park. Está en Busan, firmando un nuevo contrato de ventas —replicó Yeowool con
seguridad.
Así que conocía
su agenda, pensó Minwoo mientras luchaba por mostrarse indiferente. Hyungsik lo
tenía bien informado de sus movimientos. Mientras que a él casi ni le decía
adónde iba últimamente.
—Eso es. Me
pregunto qué ha venido a hacer aquí, joven Jo. No creo que usted y yo tengamos
nada de qué hablar.
—Claro que sí
—dijo volviendo a sentarse en el sofá—. ¿Por qué no se pone cómodo? Lo que
tengo que contarle podría disgustarlo.
Minwoo se
preguntó cuánto dinero costaría cambiar los sofás, valdría la pena con tal de
no volver a recordar esa escena.
—Prefiero
quedarme de pie.
Esperaba que el
intruso se diese por aludido y fuese lo más breve posible.
—Como usted
prefiera.
Yeowool se
encogió de hombros, pero antes de que pudiese volver a abrir la boca, entró el
joven Moon con una bandeja, una jarra de té frío y dos vasos. Minwoo recordó
que le había dicho al mayordomo que lo llevara nada más llegar Yeowool. Deseaba
no haberlo hecho, pero ya era demasiado tarde.
—Aquí tienen. ¿Quiere
alguna otra cosa, señor Park? —preguntó el joven Moon mirándolo preocupado.
—No, eso es todo.
Muchas gracias.
—Siéntese y tranquilícese
—le aconsejó el mayordomo—. Todavía está usted pálido. ¿Seguro que se
siente...?
—Estoy bien,
señor Moon. Le avisaré si necesitamos algo.
Lo último que
querría Minwoo era que Jo Yeowool pensase que su llegada lo había perturbado.
El señor Moon arqueó
las cejas, pero
no le llevo
la contraria.
Cuando se hubo
marchado, Minwoo señaló la bandeja.
—Sírvase. Debe de
tener calor. Espero que no se haya puesto ese atuendo sólo para venir a verme a
mí.
Minwoo tuvo el
placer de ver cómo ese comentario irritaba a Yeowool, pero se merecía eso y
más. ¿Qué quería? ¿Cómo se había atrevido a ir allí?
¿No le parecía
suficiente estar acostándose con Hyungsik? ¿Acaso tenía en mente separarlos
todavía más?
—Siempre me visto
para la ocasión. La ropa es muy importante, sobre todo para gustar a los
hombres.
—Yo me visto para
gustarme a mí mismo.
—Ya lo veo
—respondió el joven sirviéndose un vaso de té. Dio un trago, lo saboreó
lentamente y luego se relamió—. Mmm, está
delicioso. ¿Está usted seguro de que no quiere un poco? Seguro que tiene
usted tanto calor como yo.
Minwoo se puso al
lado del sofá que había enfrente de él.
—No se preocupe
por mí y vaya directo al grano. Si su intención era sorprenderme con la
revelación de su existencia, siento decirle que está usted perdiendo el tiempo.
Yeowool dejó el
vaso en la bandeja y lo miró con malicia.
—¿Se cree usted
muy seguro, verdad, Minwoo? ¿Me pregunto cómo va a sentirse cuándo le diga que
estoy esperando un bebé de Hyungsik?
Minwoo se sintió
como si le hubiesen dado una puñalada en el estómago. No podía ser verdad. Tenía
que estar mintiendo. Tuvo que controlarse para no gritar. Con lo mal que lo
había pasado intentando darle a Hyungsik ese hijo que tanto deseaba, no era
posible que hubiese dejado embarazado a su amante.
Se dio cuenta de
que Yeowool lo observaba con perspicacia y le dio la sensación de que estaba al
corriente de sus tres abortos. ¿Se lo habría contado Hyungsik? Prefería pensar
que lo había hecho otra persona, alguien de la oficina.
No era un
secreto. Al principio, Hyungsik había estado tan contento que había anunciado a
todo el mundo que iba a ser padre. Pero después de perder dos bebés en el
primer trimestre de embarazo, había mantenido en secreto el tercero.
Afortunadamente, porque también lo había perdido.
Pero no era el
momento de pensar en esas cosas, Yeowool lo estaba observando y tenía que
esconder sus verdaderos sentimientos hasta que se marchase.
No pudo evitar
dejarse caer en el sofá. Las piernas no podían soportar su peso y esperaba lo
que el otro joven no se diese cuenta de que estaba horrorizado.
Sabía que estaba
pálido, pero eso no lo podía evitar. Tenía que obligarse a seguir con la
conversación como si no hubiese ocurrido nada.
Antes de que
pudiese articular palabra, Yeowool sirvió té en un segundo vaso.
—Tome —le ofreció
el vaso sin demostrar ninguna compasión.
—No, gracias.
—Como quiera.
Entonces... ¿qué va a hacer al respecto?
Minwoo lo miró
incrédulo y se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué contestar. No estaba
dispuesto a hacer preguntas del estilo: «¿De cuántos meses está?» o «¿Se lo ha
dicho ya a Hyungsik?». Lo cierto era que prefería no conocer las respuestas.
Pero suponía que Yeowool se habría hecho una prueba de embarazo, si no, no
estaría allí. Se preguntó si Hyungsik le habría avisado en el caso de que lo
supiese.
—¿Cómo que qué
voy a hacer al respecto? —repitió Minwoo sorprendido de que su voz sonase tan
normal—. Me parece que no entiendo su pregunta. No tengo intención de hacer
nada, joven Jo. Si está embarazado, y lo único que me lo demuestra es su propia
palabra, será usted el que tenga que hacer algo.
—Oh, no —lo
contradijo Yeowool poniéndose en pie de un salto—. No crea que va a ser así de
fácil, señor Park.
Minwoo deseó que
su madre estuviese allí. Pero no estaba. Hacía diez años que había muerto.
Nadie podía ayudarlo.
—Lo siento mucho,
pero no puedo hacer nada por usted.
—¡Claro que sí!
Va a empezar por concederle el divorcio a Hyungsik. ¿O es tan egoísta que
quiere privarlo de la oportunidad de tener un hijo?
Minwoo se había
equivocado al pensar que no lo podrían herir todavía más de lo que ya lo habían
herido.
—¿Acaso no sabe
que sólo se casó con usted para asumir el control del negocio de su padre?
—continuó Yeowool—. Las personas como usted me ponen enfermo. Toda la vida han
estado protegidas, les han mimado, se han asegurado de que no se estropeen las
manos trabajando.
—¡Eso no es
verdad!
Aunque no quería
discutir con ese, tenía que defenderse. Era cierto que se había casado con
Hyungsik nada más terminar la universidad y que no había buscado trabajo. Pero
había ofrecido sus servicios a varias editoriales e ilustraba cuentos desde
hacía tiempo. Aunque todo eso daba igual, Yeowool seguía en sus trece:
—No sé por qué
tuvo que casarse con Hyungsik. Bueno, sí lo sé. Pero a pesar de que es
guapísimo, usted debía de saber que no lo quería. Quiero decir, que es un
hombre de verdad, no un niño de papá, como esos con los que usted solía salir.
Y necesita a una pareja de verdad. Una como yo.
—¿No me diga?
Minwoo consiguió
parecer aburrido por la propuesta del joven y vio cómo se le cambiaba la cara.
—Sí, por eso he
venido a verlo. Hyungsik no quiere herirlo. Le da lástima, supongo. Pero esta
situación no puede continuar ahora que voy a tener un bebé.
Minwoo se puso en
pie, seguía estando un poco aturdido. Pero ya había tenido suficiente. Tenía
que pararlo si quería seguir manteniendo su dignidad. Estaba en su casa... y en
la de Hyungsik y no podía permitir que ese la invadiese de ese modo.
Atravesó la
habitación y tocó una campanilla para llamar al mayordono, que no llegó con la
rapidez que le hubiese gustado.
—Será mejor que
se marche, joven Jo —anunció con autoridad—. El joven Moon lo acompañará a la
puerta. Le ruego que no vuelva a venir a mi casa.
—No puede
tratarme así.
—Claro que puedo.
No es usted bienvenido, joven Jo, así que dé gracias si no llamo a la policía
para que lo eche.
—¡No se
atrevería! Imagínese lo que diría la prensa si se enterase de que el joven señor
Park ha echado de casa al amante de su marido. Estoy seguro de que tiene usted
miedo de que sea yo el que los avise.
—¡Fuera de aquí!
Márchese ahora mismo.
—No ha sido mi
última palabra —lo amenazó Yeowool mientras se dirigía hacia la puerta a
regañadientes—. Espere a que le cuente a Hyungsik cómo me ha tratado. Ya
veremos si es usted tan valiente entonces.
—No se preocupe,
soy yo quien va a hablarle a Hyungsik de su visita. Le va a encantar saber lo
que opina usted de él.
—¿Qué quiere
decir? —preguntó Yeowool con recelo.
—Estoy deseando
contarle que ha dicho que sólo se casó conmigo para tener el control de la
compañía de mi padre. Es decir, que usted piensa que no habría sido capaz de
levantar un negocio él solo.
—¡Imbécil!
—¿Yo? —Minwoo
empezaba a divertirse—. ¿Qué le pasa, joven Jo? ¿Acaba de darse cuenta de que
quizás haya hablado más de la cuenta?
—No, y me da
igual lo que diga. Voy a tener un bebé de Hyungsik, quizás usted haya ganado
varias batallas, pero yo voy a ganar la guerra.
Minwoo cerró el
puño con tanta fuerza, que se clavó las uñas en la palma de la mano. No pudo
evitarlo y soltó:
—Una de las
guerras. ¿No se lo ha dicho Hyungsik? Yo también estoy embarazado.
Era tarde cuando
Hyungsik volvió a Hwarang.
No había tardado
mucho en firmar el contrato, pero después había tenido que comer con el
alcalde, dar un paseo por la ciudad y tomar algo antes de cenar con el
arquitecto, el perito y otros dignatarios. Tenía que bailarles el agua a pesar
de cómo se sentía.
Todo había ido
muy bien y todo el mundo parecía satisfecho con el trato. Hyungsik pensó que se
había desenvuelto adecuadamente, a pesar de no estar de buen humor. Desde que
había hablado con el médico el martes había estado intentando encontrar el
sentido de su vida.
Además,
últimamente Minwoo y él casi no pasaban tiempo juntos. Durante los primeros
meses de matrimonio ya se había dado cuenta de que algo iba mal. Y los últimos
meses habían sido un verdadero infierno. Dormía fatal y casi no tenía apetito.
La tensión del trabajo y las responsabilidades que había asumido después de la
muerte del padre de Minwoo estaban acabando con él. Y tener que lidiar con Jo Yeowool
también le suponía un enorme esfuerzo. Hasta el joven Moon se había dado cuenta
de que algo no iba bien, pero sabía que no debía entrometerse.
Al traspasar las
puertas de la casa que había hecho construir cuando se casó con Minwoo, se
sintió aliviado. También agradeció la oscuridad, que escondía el cansancio de
su rostro. Después de todo, su casa estaba lejos de Busan y aunque le gustaba
conducir, deseó haber permitido que lo llevase su chófer.
Pero entonces tampoco habría podido tomarse nada, y eso no habría sido justo. Y no quería que
sospechase que tenía un problema de salud, se habría sentido obligado a
informar a Minwoo, al que siempre había apreciado mucho.
Había luz en la
casa, a pesar de que eran más de las once de la noche. Supuso que era el joven
Moon. Hacía mucho tiempo que Minwoo no lo esperaba despierto. Echaba de menos
sus conversaciones hasta altas horas de la noche. Ya casi no hablaban. Y desde
que el padre de Minwoo había muerto, dos años antes, no tenía a nadie de la
familia con quien compartir sus problemas.
¿De quién era la
culpa?
Prefería no
pensar en ello. Estaba demasiado cansado, deprimido y harto de ser primero el
jefe de Construcciones Zea y, después, de Park Hyungsik.
Suspiró y aparcó
el Aston Martin a un lado de la casa. No se molestó en meterlo en el garaje,
le daba igual que se lo robasen.
Así era la vida.
Te lo daba todo con una mano y, con la otra, volvía a quitártelo.
Su teléfono móvil
vibró en el bolsillo y lo sacó para ver quién era.
¡Yeowool! Ya se
lo había imaginado. Lo apagó. Lo había llamado muchas veces a lo largo del día,
bueno, a lo largo de los tres últimos meses, y no le apetecía hablar con él esa
noche.
Abrió la puerta
de casa con cuidado, sin hacer ruido, pensando que Minwoo debía de estar dormido.
Tenía el sueño muy ligero y enseguida se despertaba. Aunque últimamente no
dormían juntos. Desde que había perdido al último bebé Minwoo le había hecho
saber que prefería dormir solo.
Había luz en la
entrada, pero todas las puertas que daban a la planta baja estaban cerradas y
parecían estar a oscuras. Parecía haber una luz en el descansillo, pero
Hyungsik la ignoró. Si el joven Moon estaba despierto, debía de estar en la
cocina, así que se dirigió allí.
Para su sorpresa,
la cocina también estaba a oscuras. Se dirigió a la nevera, sacó el cartón de
leche y miró a su alrededor en busca de un vaso. Como no lo encontró, decidió
beber directamente del cartón.
Dio un buen trago
y saboreó la leche. Estaba fría y lo refrescó. Se llevó el cartón con él en
dirección al piso de arriba.
Seguro que le
sentaba mejor que el filete que se había comido antes. Se aflojó la corbata y
pensó que el joven Moon no podría quejarse de lo bien que se alimentaba.
Pero se olvidó
del mayordomo al llegar al descansillo del primer piso y darse cuenta de que
había demasiada luz y olía raro. Hacía calor y olía a... ¿qué? ¿Perfume?
¿Incienso? La puerta de la habitación de Minwoo estaba abierta y una luz
parpadeaba dentro.
Lo primero en lo
que pensó fue fuego. No podía ser otra cosa. El corazón empezó a latirle con
fuerza e intentó calmarse sin mucho éxito. Pero estaba más preocupado por su esposo
que por su propia salud.
Tiró el cartón de
leche y corrió por el pasillo. A pesar de sus protestas, Minwoo se había
marchado de la habitación principal y ocupaba una de las habitaciones de
invitados que había al otro lado de la casa.
Casi se quedó sin
aliento al llegar a la puerta y ver las llamas, sí, llamas, pero de docenas de
velas colocadas por todo el dormitorio. Las había de todas las formas y
tamaños: altas, finas, pequeñas...
Se detuvo en la
puerta con una mano apoyada en el pecho y la otra en la puerta y vio que la
habitación estaba vacía. La cama estaba deshecha, pero no había nadie acostado.
¿Qué era todo eso? ¿Estaría Minwoo haciendo un ritual religioso o algo así?
¿Por qué había encendido todas esas velas?
Intentó respirar
y comprender lo que estaba ocurriendo. Sacó del bolsillo las pastillas que le
había dado el médico y se metió una en la boca. Se sintió aliviado al ver que
su corazón volvía a latir más despacio. Quizás Minwoo estuviese al corriente de
su enfermedad y hubiese querido matarlo.
Estaba intentando
erguirse del todo cuando se abrió la puerta del cuarto de baño de Minwoo.
Hyungsik miró incrédulo y lo vio salir descalzo, mirando hacia donde él estaba.
Iba prácticamente desnudo.
«Desnudo» era un
término relativo, reconoció Hyungsik. A veces la expectativa era más
satisfactoria que la propia realidad. Aunque no fuese así en ese caso. Llevaba
un pequeño bóxer negro. Era como un dios delgado y de largas piernas.
—¡Dios mío!
Hyungsik no pudo
controlarse y Minwoo le lanzó una mirada inocente, como si acabase de verlo en
ese preciso instante.
—Hyungsik, estaba
esperándote.
El pensó que se
había muerto y estaba en el paraíso. La carrera por el pasillo había debido de
acabar con él. Tenía que tratarse de un sueño.
—Hola —acertó a
decir sorprendido.
—Pareces cansado
—comentó Minwoo avanzando hacia él como si flotase por encima de la moqueta. Se
detuvo enfrente y le apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente—. ¿Ha
sido un día duro?
Sus dedos estaban
fríos en comparación con la frente caliente de Hyungsik. Al estirar el brazo, notó
esos círculos de carne rosada en su pecho. Él no pareció darse cuenta, pero
Hyungsik, sí. El calor que desprendía el cuerpo de Minwoo era más potente que
el de todas esas velas juntas.
Hyungsik sintió
cómo su cuerpo respondía inmediatamente. Hacía más de dos años que no hacían el
amor, pero recordaba lo increíble que solía ser. Desgraciadamente, sólo se
había acercado a él para dejarlo embarazado y, después, el tiempo le había
demostrado que Minwoo no quería que volviesen a acostarse.
—Minwoo.
—Ven, Hyungsik
—respondió tomándolo de la mano para que entrase en el dormitorio, en dirección
a la enorme cama de estilo victoriano que nunca habían compartido—. Siéntate.
¿Quieres beber algo?
Hyungsik tenía
sed, pero negó con la cabeza. Si se trataba de un sueño, no necesitaba que el
alcohol aplacase su libido y, si no lo era, tampoco debía beberlo.
Entró y dejó que
cerrase la puerta y lo llevase hasta la cama. La verdad era que a Hyungsik le
temblaban las piernas.
Minwoo se
arrodilló a sus pies y empezó a quitarle los zapatos y los calcetines, le metió
las manos por las perneras del pantalón y acarició sus pantorrillas. Sonrió
cuando lo vio echarse hacia atrás para apoyarse en los codos. ¿Sabría que lo
hacía para intentar contenerse y no saltar sobre él? Tenía que haberse dado
cuenta de su erección, era algo que no podía disimularse.
—¿No estás más
cómodo así?
Lo dijo como si
lo que estaba haciendo fuese algo habitual. No podía ser tan ingenuo. ¿A qué
jugaba?
Se puso en pie y
su sexo quedó justo a la altura de los ojos de Hyungsik, que no conseguía
apartarlos de allí. Estaba increíblemente sexy.
—Relájate —añadió
acercándose más para quitarle la corbata y pegando las caderas a su muslo.
Hyungsik pensó
que era imposible que se relajase en esas circunstancias, todavía menos cuando
su esposo empezó a desabrocharle la camisa y le rozó la piel del pecho y del
vientre con las puntas de los dedos. Lo estaba volviendo loco y tenía que
pararlo.
—Minwoo —protestó
débilmente.
Pero al levantar
la mano perdió el equilibrio y se quedó tumbado en la cama. Sorprendido, vio
cómo Minwoo se subía a la cama y pasaba una pierna por encima de su cuerpo para
acabar de quitarle la camisa.
Notó los muslos
de su esposo pegados a su ingle y se sintió abrumado. Nunca había estado tan
cerca de perder el control, así que cerró los ojos para no ver cómo se
inclinaba hacia él y le acercaba los deliciosos pezones a la boca.
Sabía que tenía
que detenerlo. Quería hacerlo. Pero sus manos no obedecían a su cerebro. Lo
dejó que le desabrochase los pantalones.
—Mmm —murmuró
Minwoo, que debía de haber descubierto que los calzoncillos no podían aplacar
su creciente erección.
Hyungsik pensó
que iba a parar en ese momento, pero lo que hizo fue tomar su sexo con las
manos y empezar a acariciarlo con la lengua.
—Minwoo, ¿de qué
crees que estoy hecho?
—Estás hecho de
carne y nervios —dijo sonriendo triunfante sin parar de acariciarlo—, de sangre
y de huesos. Exactamente de lo que tiene que estar hecho un hombre.
—¿Y qué estás
haciendo?
—Pensé que te
estaba ayudando a quitarte la ropa —respondió inocentemente mientras lo miraba
con sus hermosos ojos.
O_____O
ResponderEliminarPero qué carajos pasa?????
Sik es tan descarado!????
Ahhhhh
Quiero más! Esto no puede ser asi??? O sí!???
:(... por que no le dan el beneficio de la duda T.T
EliminarTodo esto es tan confuso, no se quien miente y quien no, necesito saber mas
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