Hyungsik había descubierto algo
más por lo que preocuparse. Maldijo en italiano.
—¿Utilizas algún tipo de
anticonceptivo?
Minwoo se sentía mareado, enfermo
y desconsolado. Le costaba creer lo que había hecho. Lo estúpido que había
sido. Pero no podía pensar en eso mientras siguiera en su presencia. Tenía que
concentrar su energía en huir de la escena del peor error de su vida. Buscó su
ropa con la mano.
—No, pero tú has usado protección.
—El preservativo se ha roto
—afirmó Hyungsik con rostro sombrío, ya vistiéndose.
Minwoo dio un respingo y palideció
más aún, pero no dijo nada. Ni siquiera quería mirarlo. Pensó que eso era lo
que se sentía al tener intimidad con alguien desconocido: incomodidad,
humillación y vergüenza. Con manos temblorosas se vistió.
—Obviamente, no parece preocuparte
—gruñó Hyungsik, indignado por que lo estuviera ignorando.
—Dudo que esa fuera tu reacción si
ocurriera. Tener un hijo mío podría ser una opción muy lucrativa para tu estilo
de vida —farfulló Hyungsik, gélido.
—¿Por qué crees que todo el mundo
intenta robarte? —exigió Minwoo con una cólera que estaba acabando con su deseo
de refugiarse en un rincón oscuro—. ¿O acaso reservas las acusaciones ofensivas
para mí? No debería tontear con el personal de limpieza, señor Park. ¡No tienes
los nervios templados para eso!
—Tienes que calmarte para que
podamos hablar de esto como adultos —dijo Hyungsik con sus ojos oscuros fijos
en los de él, de nuevo desconcertado por su comportamiento—. Siéntate, por
favor.
—No —Minwoo negó con vehemencia—.
No quiero hablar de nada contigo. He bebido demasiado. Hice algo que desearía
no haber hecho. Has sido muy, pero que muy grosero conmigo.
—Esa no era mi intención —dijo
Hyungsik, intentando buscar la paz, mientras seguía observándolo. Su enfado
parecía convincentemente real.
—No, ¡te importa un cuerno ser o
no grosero! —Minwoo soltó una risa desdeñosa, no pensaba dejarse engañar otra
vez—. Crees que puedes permitírtelo.
—Posiblemente tengas razón
—farfulló Hyungsik con el mismo tono pacificador—. Es una desgracia que los
cazafortunas me consideren un objetivo…
—¡Te mereces un cazafortunas!
—escupió Minwoo con convicción—. Si piensas por un segundo que esa excusa te da
derecho a haberme hablado como si fuera un prostituto, ¡te equivocas de plano!
—No creo haber ofrecido una
excusa.
—No, ni siquiera tienes suficiente
educación para eso, ¿verdad? — Minwoo lo miró con desprecio.
—Si dejas de hablar de mis
defectos, creo que tenemos cosas más importantes que considerar.
—Dudo que esté embarazado, pero si
ocurriera lo peor, no necesitas preocuparte de nada —le lanzó Minwoo, yendo
hacia la puerta—. ¡Ni siquiera me plantearía la opción «lucrativa para mi
estilo de vida»!
—Eso no tiene gracia —dijo
Hyungsik con voz dura.
—Tampoco la tienen tus
presunciones sobre mí —Minwoo se alejó por el pasillo y, cuando comprendió que
lo seguía, casi corrió hacia el ascensor. Apretó el botón de cerrar la puerta,
pero él consiguió entrar. El reducido espacio le dio sensación de
claustrofobia. Irradiando oleadas de hostilidad, lo ignoró. No podía entender por
qué no captaba el mensaje y lo dejaba en paz.
Hyungsik echó un vistazo a su
muñeca y descubrió que no llevaba puesto el reloj, lo había dejado en su
despacho.
—Es tarde. Te llevaré a casa.
—No, gracias.
Cuando el ascensor se detuvo,
Hyungsik interpuso su poderoso cuerpo entre él y la puerta que se abría.
—Te llevaré a casa —insistió con
firmeza.
—¿Qué parte de la palabra «no» es
la que no entiendes?
Hyungsik se acercó más a él.
Escrutó su rostro airado con ojos oscuros moteados de oro. Su actitud
desafiante y su negativa a ser razonable le resultaban tan lejanas a su
experiencia con las parejas que estaba atónito.
—Estoy enfadándome contigo —le
advirtió Minwoo, con voz rasposa, mirándolo a su pesar. Sus miradas se
encontraron y parecieron quedar unidas por una corriente eléctrica. El corazón
se le aceleró y sintió la boca seca.
—Pero sientes la corriente que
existe entre nosotros igual que yo, bello mío —dijo Hyungsik, tomando su rostro
entre sus manos y acariciando la cremosa piel con los pulgares.
Minwoo se quedó helado un
instante, hechizado por la caricia. Era extraordinariamente consciente del
pálpito que sentía entre los muslos y del intenso magnetismo sexual de Hyungsik.
Su cerebro no tenía ningún control sobre su cuerpo. Le aterrorizaba que aún
fuera capaz de provocar esa respuesta en él y se puso a la defensiva, negando
su reacción.
—¡No siento nada!
Consiguió esquivarlo con un
movimiento rápido, salió al luminoso y enorme vestíbulo y se encaminó hacia la salida.
Estaba desconcertado por lo que había permitido que ocurriera entre ellos.
—Minwoo —gritó Hyungsik, al límite
de su paciencia; no había creído que fuera a marcharse así.
—¡Piérdete! —respondió Minwoo, sin
inmutarse por el hecho de que tenían audiencia. Uno de los dos guardias
nocturnos, que habían estado mirando al vacío, se acercó rápidamente y le abrió
la puerta. Salió a la calle.
Kim Taehoon se acercó desde su
discreta posición tras una columna e interceptó a su jefe.
—Yo…
—Aunque comprendo que tu función
es ocuparte de mi seguridad, a veces tu celo me resulta excesivo —le informó
Hyungsik con sequedad—. Se acabaron las preguntas e investigaciones sobre Ha
Minwoo. Queda fuera de tus obligaciones.
—Pero…, señor… —empezó Taehoon con
expresión consternada.
—No quiero escuchar ni una palabra
más sobre él —interrumpió Hyungsik con determinación—. Exceptuando una cosa: su
dirección.
Minwoo, tumbado en la cama, no
podía dormir. Daba vueltas y más vueltas mientras sus emociones se debatían
entre la ira, el dolor, la vergüenza y el resentimiento. Sobre todo, se sentía
decepcionado consigo mismo.
No había hecho caso de sus
recelos; aburrido de su vida rutinaria, se había rebelado como un adolescente.
Llevaba una vida demasiado tranquila y segura y Park Hyungsik había sido una tentación
irresistible. Pero culpaba al alcohol por haberle hecho perder el control. ¿Por
qué había simulado que sólo le atraía la posibilidad de una partida de ajedrez?
Posó los dedos abiertos sobre su
vientre, aprensivo. La idea de quedarse embarazado lo aterrorizaba: ya era
suficiente reto ocuparse de sus propias necesidades. Sin embargo, se amonestó
mentalmente por su pánico, ya que no llevaría a ningún sitio. Siempre parecía
esperar lo peor. Era cierto que había tenido muy mala suerte en los últimos años,
pero todo el mundo pasaba por malas épocas en algún momento.
A la mañana siguiente dio de comer
a Rosso e intentó concentrarse en tener sólo pensamientos positivos. Era su día
libre y no podía permitirse desperdiciarlo. Tenía que ir a la biblioteca para
recopilar información para un trabajo. Llevaba un año matriculado en la
Universidad a distancia para hacer una carrera. Sin embargo, de camino a la
biblioteca entró en una farmacia y leyó las instrucciones de la caja de una
prueba de embarazo para saber cuándo sería el momento de hacérsela.
Estaba en la parada del autobús
cuando sonó su teléfono móvil. El contratista de limpieza había recibido una
queja sobre su trabajo en el edificio Hwarang y, en consecuencia, prescindían
de sus servicios.
El despido golpeó a Minwoo como un
rayo. ¡Park Hyungsik había hecho que lo despidieran! Era increíble que un tipo
pudiera caer tan bajo. Sin embargo, esa clase de comportamiento no era tan
inusual. Recordó cómo había sido despachado por la madre de Ekyun, ni siquiera
por él mismo, y el humillante recuerdo hizo que se le encogiera el estómago.
Su amor de la infancia ni siquiera
había tenido el coraje de decírselo él. Lo había abandonado en un momento en el
que su apoyo era su única esperanza. Su falta de fe en él había hecho que su
encarcelamiento por un delito que no había cometido resultara aún más penoso.
Recordó el verano del año que
terminó en el instituto. Sus planes de estudiar Derecho en la universidad
habían quedado relegados porque su padre estaba muriéndose. Cuando falleció,
había tenido seis meses libres hasta poder ocupar su plaza en la universidad.
Había aceptado un empleo de interno como acompañante de Do Bongsoon, una mujer
mayor que le habían dicho que sufría de demencia senil.
Cuando la anciana se quejó a
Minwoo de que estaban desapareciendo piezas de su colección de antigüedades de
plata, la sobrina de Do Bongsoon le había asegurado que eran imaginaciones de
su tía. Pero habían seguido desapareciendo piezas.
Se había solicitado una investigación
policial y una pequeña pero valiosa jarrita estilo georgiano había aparecido en
el bolso de Minwoo. Ese mismo día la denunciaron por robo. Inicialmente, había
confiado en que el verdadero culpable, que debía haber guardado la jarrita en
su bolso para incriminarlo, sería descubierto. Envuelto en una red de engaños y
mentiras, sin una familia que luchara por él, Minwoo había sido incapaz de
demostrar su inocencia. El tribunal lo había declarado culpable de robo y había
sido encarcelado.
Minwoo se recordó que eso había
tenido lugar cuando era demasiado inmaduro y carecía de recursos para
defenderse. Desde entonces había aprendido a cuidar de sí mismo. ¿Por qué iba a
permitir que Park Hyungsik le hiciera perder el empleo? No sabía cómo
impedirlo, ya que contaba con dinero, nombre y poder, y él no. Pero incluso si
no podía cambiar las cosas, tenía derecho a decirle lo que opinaba de él. De
hecho, defenderse por el bien de su autoestima era la única fuerza que le
quedaba.
—Me temo que no hay rastro de su
reloj, señor Park. He buscado en cada centímetro de su despacho —informó el
guardia de seguridad.
Hyungsik frunció las cejas
levemente y se puso en pie, tenía un vuelo a Noruega. Sin duda, debía haber una
explicación. Cuando se quitó el reloj la noche anterior, debía haber caído tras
algún mueble. Las búsquedas rara vez eran tan intensivas como pretendía la
gente. El reloj debía estar por allí, le parecía improbable que hubiera sido
robado. No sufría la paranoia de Taehoon con respecto a los desconocidos. Sin
embargo, sería ingenuo no tener en cuenta que su reloj de platino era
extremadamente valioso.
Todos sus asistentes personales
estaban reunidos junto a la puerta. Lo exasperaba la nube de estrés e
indecisión que flotaba sobre ellos. Su eficaz asistente ejecutivo estaba de
vacaciones, y sus subordinados parecían perdidos sin él. Finalmente, uno se
apartó del grupo y se acercó a él con timidez.
—En recepción hay un joven llamado
Ha Minwoo, señor. No está en la lista de visitas aprobadas, pero parece
convencido de que deseará verlo.
El bello rostro de Hyungsik se
iluminó con fría y dura satisfacción. Había sospechado que la huida de Minwoo
no era más que un gesto vacío. Se alegraba de no haberle enviado flores, pues
los gestos reconciliadores no encajaban en su estilo.
—Así es. Puede ir al aeropuerto
conmigo.
Su asistente no pudo ocultar su
sorpresa. Hyungsik nunca veía a nadie que no estuviera citado, y las parejas de
su vida sabían que no les convenía interrumpir su jornada de trabajo. Hyungsik,
con una agradable sensación de excitación sexual, entró en el ascensor privado
que lo llevaría al aparcamiento.
Con la resplandeciente cabeza muy
erguida, y brillantes ojos, Minwoo cruzó la puerta que acababan de abrirle. Su
corazón latía con fuerza. Suponiendo que iba a tener una reunión privada con
Hyungsik, lo desconcertó verlo en el pasillo con más hombres. Alto y fuerte, dominaba
el grupo no sólo en el sentido físico, sino también con su aura de hombre
poderoso.
Minwoo se vio obligado a contener
su malhumor, no pensaba decirle a Park Hyungsik lo que pensaba de él ante tanta
gente. El esfuerzo hizo que se sintiera como una olla a presión a punto de
estallar. Descubrir que ese rostro de planos duros y aristas seguía provocando
una corriente eléctrica en todo su ser no hizo desaparecer su enfado.
Con inescrutables ojos oscuros
Hyungsik, le indicó que entrara al ascensor. Él rechinó los dientes,
etiquetándolo como el aristócrata de los buenos modales. No lo impresionaba en
absoluto el superficial despliegue.
—Supongo que pretendes sacarme de
aquí con el menor ruido posible —condenó Minwoo con ardor. Hyungsik seguía
absorto estudiando su bellísimo rostro y la elegante y esbelta perfección de su
cuerpo. Sus acompañantes lo habían admirado como un montón de colegiales
boquiabiertos. Impresionante, teniendo en cuenta que no llevaba maquillaje ni
ropa de diseño.
—No, voy de camino al aeropuerto.
Puedes hacerme compañía en el trayecto.
—No pierdas el tiempo desplegando
tus encantos. ¡Apenas soporto estar tan cerca de ti en este ascensor! —siseó
Minwoo con la rapidez de una bala—. Te quejaste de mí y me han despedido. Sólo
estoy aquí para decirte lo que opino de tu despreciable comportamiento…
—Yo no me he quejado —dijo él. Las
puertas del ascensor se abrieron en el aparcamiento.
—Alguien lo hizo. Pero no he
estropeado tu juego de ajedrez y siempre he cumplido con mi trabajo…
—Es posible que hayan interpretado
las preguntas realizadas por mi equipo de seguridad como una queja —concedió
Hyungsik, saliendo del ascensor—. Dada la temporalidad de tu contrato, es
posible que tu empresa haya decidido que lo mejor sería prescindir de tus
servicios.
Minwoo, apresurándose para seguirlo,
no supo si creer esa interpretación o no.
—Si ése es el caso, deberías
actuar con justicia y solucionarlo.
Pero Hyungsik lo veía de otra
manera. Le gustaba que no fuera a seguir limpiando el edificio Hwarang. Si iba
a relacionarse con él, en cualquier sentido, no podía dedicarse a un trabajo de
tan poco nivel.
—Te buscaré algo más apropiado…
—¡No quiero que me busques nada!
—exclamó Minwoo, anonadado por su respuesta—. No estoy pidiendo favores, sólo
que me traten con justicia.
—Lo discutiremos en la limusina
—canturreó Hyungsik.
Desconcertado por esa propuesta,
Minwoo por fin miró a su alrededor. Un chofer uniformado sujetaba abierta la
puerta de atrás de una enorme y reluciente limusina, mientras varios hombres
con aspecto de guardaespaldas formaban un círculo protector. Extremadamente incómodo,
se sintió fuera de lugar. Pero si subía al coche podría continuar con la
conversación. Lo hizo y procuró no mirar boquiabierto el opulento interior de
cuero y la elegante consola con diversos dispositivos de trabajo y
entrenamiento.
—Es natural que estés molesto. Es
lamentable que hayas sufrido un tratamiento tan injusto —dijo Hyungsik.
El timbre grave y profundo de su
voz hizo que Minwoo sintiera un cosquilleo sinuoso en la espalda. Pero también
pensó que era lo suficientemente listo para saber qué decir y cómo decirlo en
cualquier ocasión. La desconfianza lo asaltó y se puso rígida como un gato
acariciado a contrapelo.
—Me alegra que reconozcas que ha
sido injusto.
—No te preocupes —respondió
Hyungsik con seguridad—. Me ocuparé de que consigas otro trabajo.
—Eso es más fácil decirlo que
hacerlo. Sólo tengo referencias como camarero —Minwoo ya estaba pensando en
hacer turnos extras en la cafetería para llegar a fin de mes. Pero el ritmo
desaforado de servir mesas durante más horas lo agotaría y sus estudios
sufrirían las consecuencias, así que sólo era una solución a corto plazo.
—¿Preferirías trabajar en una
empresa de catering?
—No —Minwoo cerró las manos
compulsivamente. Aunque era culpable de encontrarse en esa situación, tenía su
orgullo y le costaba pedir favores. Pero si él tenía las influencias que
parecía creer tener, había una posibilidad de que, por una vez, su mala suerte
pudiera tener un resultado positivo
—Me encantaría un puesto de oficina
—confesó rápidamente—. No importa la categoría. Incluso si es un puesto
temporal serviría, porque me daría experiencia. Tengo buenos conocimientos
informáticos… y un currículum muy vacío.
—No será problema. Tengo una
cadena de agencias de empleo. Lo organizaré hoy mismo.
—No estoy pidiendo favores
especiales —dijo a la defensiva.
—Ni yo los ofrezco —Hyungsik puso
la mano sobre la suya, y estiró sus dedos, blancos de tensión, para acercarlo
más a él.
—Mira, no estoy aquí para jugar a
la seducción —dijo Minwoo con ojos cargados de inquietud.
—Tu pulso dice algo muy distinto,
bello mío —replicó Hyungsik con voz grave, rodeando su frágil muñeca con el
índice y el pulgar y mirando sus ojos.
Fue una mirada tan oscura y
ardiente que Minwoo tuvo la sensación de que encendía llamas bajo su piel.
Sintió un pinchazo de deseo. Con movimiento involuntario y compulsivo, se
inclinó hacia él y buscó su sensual boca. Un segundo después, le costó creer
que había dado el primer paso, pero le habría sido tan imposible resistirse al
primitivo impulso como dejar de respirar.
Hyungsik, excitado por ese
atrevimiento, hizo que abriera los labios. Acarició el húmedo interior de su
boca con un erotismo que lo volvió loca de deseo. Minwoo enredó los dedos en su
brillante pelo oscuro, atrayéndolo hacia sí. Un beso llevó a otro en un
intercambio frenético y cada vez más insatisfactorio para ambos. Con un gruñido
de frustración, él atrajo su delgado cuerpo y agarró una de sus manos para
guiarle hacia la poderosa fuerza de su erección.
Minwoo abrió los dedos sobre su
sexo, descaradamente obvio bajo la tela de los pantalones. Sintió un calor
húmedo entre las piernas y se estremeció, anhelante de deseo. Sabía lo que Hyungsik
y también lo que él quería hacer, aunque era algo que nunca antes le había
parecido atractivo.
El impacto de esa intensidad
sexual le llevó a abrir los ojos de repente. Le desconcertaba que siguiera
siendo de día y que estuvieran en un coche que circulaba rodeado de tráfico. Lo
había olvidado todo, quién era y dónde estaba. Se sentía fuera de control y eso
le daba miedo. Apartó su la boca de la suya, tomó una bocanada de aire y movió
la mano hasta ponerla en su fuerte muslo. Una mano delgada agarró su cabello
cobrizo para impedir que se alejara de él.
—No deberías empezar cosas que no
estás dispuesto a terminar — dijo él con una mirada abrasadora.
—Tengo trabajo que hacer —Minwoo
alzó la barbilla con las mejillas encendidas.
Acostumbrado a que aceptaran sus
deseos al instante, Hyungsik lo estudió con ojos altaneros. Después echó la
arrogante cabeza hacia atrás y soltó una carcajada de aprecio. Le gustaba su
valor.
—¿Qué trabajo?
—Tengo otro empleo de media
jornada y también estudio.
—Y yo tengo un vuelo que no puedo
perder.
El corazón de Minwoo golpeteaba
con fuerza. Él acarició lentamente su labio inferior con el índice. Sintió el
cosquilleo en cada una de sus terminaciones nerviosas. Tuvo que hacer uso de
toda su autodisciplina para no inclinarse hacia él en busca de mayor intimidad.
—Te veré cuando regrese a Seúl, en
un par de semanas, dulce mío —murmuró Hyungsik con suavidad.
—¿Un par de semanas? —repitió
Minwoo.
Él le explicó sus planes de viaje.
Sintió una profunda decepción al saber que estaría fuera tanto tiempo. Veló los
ojos, irritada por esa reacción tan infantil, y las dudas lo asaltaron
nuevamente. ¿Qué sentido podía tener verlo de nuevo? Incluso si estaba
interesado por él, como novedad, no duraría más de cinco minutos. No necesitaba
experiencia con los hombres para saber que lo único que podía interesarle de él
eran su rostro y su cuerpo.
Hyungsik miró su muñeca para
descubrir, por décima vez esa mañana, que no llevaba reloj. Por suerte, habría
uno esperándolo en el aeropuerto.
—Ayer me quité el reloj. ¿Te
fijaste en dónde lo puse?
—Estaba en la alfombra. Pasé por
encima de él —arrugó la frente—. Mira, volver a vernos no es buena idea…
—Intenta mantenerme alejado —la
retó él.
—Lo digo en serio…
Hyungsik alzó el teléfono y marcó
un número. Un momento después, hablaba en italiano.
—¿Te interesaría ser
recepcionista? —le preguntó después.
Minwoo asintió con entusiasmo.
Tras unas cuantas frases más, colgó el teléfono y le dio una dirección en la
que debía presentarse la mañana siguiente.
—¿Para una entrevista? —preguntó.
—No, el puesto es tuyo durante
tres meses. Más, si causas buena impresión.
—Gracias —masculló incómodo
mientras la limusina se detenía.
—Te lo debía —Hyungsik bajó del
coche.
Minwoo bajó también, aunque él ni
se dio cuenta; ya se alejaba rápidamente, seguido por dos de sus
guardaespaldas. Antes de volver a sentarse en la limusina, vio a un hombre
fornido y mayor que lo observaba desde la acera. Su rostro le resultó familiar
y estaba seguro de haberlo visto antes, aunque no recordaba dónde. Cuando lo
vio subir al coche que había tras la limusina, del que habían bajado los
guardaespaldas, comprendió que debía trabajar para Hyungsik.
El chofer captó su atención al
preguntarle dónde quería que lo llevase. Mientras el lujoso vehículo ponía
rumbo hacia la biblioteca, Minwoo dejó que le invadiera la alegría de tener un
nuevo trabajo.
Casi dos semanas después, Hyungsik
regresó a Seúl. Estaba de un humor excelente.
Kim Taehoon fue a buscarlo con
expresión seria y le entregó una carpeta.
—Soy consciente de que estoy arriesgando
mi trabajo, pero no puedo estar a cargo de su seguridad personal y callarme
esto —declaró el jefe de seguridad—. Es vital que eche un vistazo a este
informe. Estoy convencido de que su reloj ha sido robado.
Minwoo, con ojos brillantes como estrellas,
estudió su imagen en el espejo.
—Con unas gafas de sol y cara de
aburrimiento, ¡te tomarán por una celebridad! —bromeó Moon Joonyoung, con
rostro risueño.
Minwoo llevaba puesto un pantalón
recto de color amarillo limón y una camisa tipo túnica sin mangas, Minwoo pensó
que le daba un aspecto muy elegante. Eso le parecía importante para una cita
con un hombre nacido en una familia cuya historia se remontaba a varios siglos
atrás. Aunque no se sentía intimidado por el linaje de Hyungsik Park, que había
comprobado en Internet, se había estremecido al imaginarlo haciendo una mueca
de horror si iba a verlo con pantalones vaqueros. En realidad, su guardarropa
no contenía nada más elegante que unos pantalones negros.
Intentar resolver el problema con
sus ingresos, tras sólo unas semanas en un empleo nuevo, era impensable. El
esfuerzo para sobrevivir hasta que recibiera su primer sueldo de recepcionista
estaba resultando todo un reto, a pesar de que había trabajado en la cafetería
casi todas las noches. Había sido una gran suerte que Joonyoung acudiera en su
rescate sugiriendo prestarle algo de su colección de modelitos de época,
comprados en tiendas de segunda mano.
—No sé cómo agradecértelo —Minwoo
dio un impulsivo abrazo al joven—. Sé lo orgulloso que estás de tu colección y
te prometo que lo cuidaré muy bien.
—¡Me alegro de que por fin tengas
una cita!
—Lo de Hyungsik no durará ni dos
días —predijo Minwoo, alzando un hombro para demostrar que no tenía grandes
expectativas—. Creo que simplemente siente curiosidad por ver cómo vive el
resto del mundo.
—¿Vas a decírselo?
Minwoo palideció y se tensó. Sabía
que Joonyoung se refería a su estancia en la cárcel.
—Dudo que Hyungsik dure lo
bastante como para que se haga necesaria una confesión. Pero si hace preguntas
incómodas, no mentiré…
—Antes dale una oportunidad —le
aconsejó Joonyoung.
—Es demasiado sofisticado y
mundano para que pueda engañarlo. Si intentase simular que pasé todo ese tiempo
en el extranjero, pronto me pillaría —repuso Minwoo con amabilidad.
—No va a pedirte que señales
sitios en un mapa, Minwoo —le regañó su amigo—. No vayas a contarlo todo sin
necesidad. Tienes derecho a guardarte algunos secretos hasta conocerlo mejor.
Joonyoung era un romántico
convencido, y Minwoo no había sido capaz de confesarle a su amigo que ya había
tenido relaciones íntimas con Hyungsik. De hecho, cuanto más pensaba en ello,
más molesto y avergonzado se sentía por su comportamiento. Le molestaba no
haber tenido más sentido común. Intentaba enterrar su miedo a que el accidente
con el preservativo pudiera tener consecuencias; pensaba hacerse una prueba de
embarazo un par de días después.
Sorprendentemente, Hyungsik le
había telefoneado cuatro veces desde que salió de Seúl. Había llamado desde
Noruega para hablarle con entusiasmo sobre los picos nevados y las pistas de
esquí. Tanto si hablaba sobre duras acampadas en agrestes terrenos nevados,
lagos helados y bosques, como si revelaba su pasión por un café que Minwoo
había descubierto era el más caro del mundo, Hyungsik siempre resultaba
entretenido.
Minwoo había satisfecho su
curiosidad con respecto a él en Internet y lo descubierto le había dejado
intrigado y preocupado a un tiempo. Nacido en un entorno de privilegio extremo,
en un enorme palacio italiano, Hyungsik había vivido como un príncipe hasta que
tuvo un misterioso enfrentamiento con su padre cuando aún estaba en la
universidad.
A pesar de haber sido virtualmente
desheredado, a favor de su hermanastro, más joven que él, Hyungsik había
conseguido ganar su primer millón a la edad de veintidós años, y desde entonces
no había dejado de acumular éxitos. Mantenía el mismo ritmo frenético en su
vida privada.
Era un reputado playboy. Cuando no
estaba haciendo lo posible por matarse practicando deportes de riesgo extremo,
mataba su aburrimiento con una inacabable sucesión de bellos jóvenes, todos
celebridades o miembros de la alta sociedad.
La tarde siguiente, cuando Minwoo
subía al autobús para volver a casa tras el trabajo, intentó no pensar
demasiado en esas verdades porque, al conseguirle empleo, Hyungsik había
transformado su vida. Su nuevo trabajo era en una agencia de publicidad, un
hervidero de actividad a todas horas, y lo adoraba. Aprendía rápido y ya había
sido felicitado por su trabajo.
Era la oportunidad que tanto había
necesitado para demostrar su capacidad y adquirir experiencia. Pero sabía que
sin la intervención de Hyungsik nadie le habría dado esa oportunidad. Eso no
implicaba que tuviera intención de acostarse con él cuando lo viera esa noche,
pero sí que seguramente seguiría controlándose para no ganar si alguna vez
volvían a jugar al ajedrez.
Divertido por ese pensamiento,
Minwoo se vistió. Un coche lo recogió a las ocho en punto y atravesó la ciudad
para llevarlo a una zona residencial muy exclusiva. El conductor lo acompañó al
ascensor y él se sintió tenso e incómodo. Se preguntó a donde iba. Había
supuesto que iban a salir. Pero quizá él no quisiera llevarlo a ningún sitio.
Tal vez temiera que fuese a avergonzarlo con sus modales en la mesa o su
apariencia.
Con la brillante cabeza cobriza
muy erguida, Minwoo cruzó el vestíbulo de mármol y atravesó la puerta que daba
a una sala de recepción inmensa. Su corazón empezaba a acelerarse y el rubor
teñía sus mejillas.
—Minwoo… —Hyungsik se acercó a
recibirlo.
Minwoo pensó que sólo había una
palabra para describirlo: deslumbrante. Llevaba un elegante traje color
chocolate que, unido a una camiseta color tostado, formaba un conjunto clásico
y al tiempo informal. Sólo con ver los contornos masculinos de su rostro,
sintió mariposas en el estómago. Le costó un enorme esfuerzo controlar su
lengua para no decir lo que estaba pensando.
—¿Este es tu piso? —preguntó con
voz tensa.
Hyungsik lo recorrió de arriba
abajo con ojos oscuros y fríos como el hielo y, a pesar de que estaba asqueado
por lo que había descubierto de él, no pudo negar su increíble atractivo
físico. Supo de un vistazo que el atuendo que llevaba era de diseño y no le
cupo duda de dónde había conseguido el dinero para comprarlo: de la venta de su
reloj.
—Sí. ¿Por qué? —contestó él.
—¿Vamos a salir? —preguntó Minwoo,
inquieto.
—Pensé que estaríamos más cómodos
aquí —dijo Hyungsik mirándolo fijamente.
—O salimos a algún sitio, o me voy
a casa —Minwoo alzó la barbilla y le dedicó una mirada de desdén, herido en su
orgullo y en sus sentimientos—. No soy una opción fácil a quien llamar cuando
te apetece algo de sexo. Si eso es lo único que te interesa, me voy. Sin ánimo
de ofender.
El oscuro escrutinio de su mirada
se iluminó de chispas doradas, como si hubiera lanzado una cerilla sobre un
montón de heno seco, prendiéndola.
—No podrás irte hasta que hayas
contestado a algunas preguntas de forma satisfactoria.
—¿A qué te refieres? —Minwoo se
quedó helado.
—Seamos simples. Robaste mi reloj.
Quiero saber qué hiciste con él.
—Yo… ¿robé tu reloj? ¿Estás loco?
—exclamó Minwoo, incapaz de creer esa sorprendente acusación—. Recuerdo que
preguntaste por él antes de marcharte de Seúl pero…
—Fuiste la última persona en verlo
en mi despacho. Y no puede ser una coincidencia que también tengas antecedentes
penales por robo.
El delicado color natural de su
piel desapareció hasta convertirse en ceniciento. Sin previo aviso, él le
volvía a lanzar a la pesadilla que creía haber dejado atrás. Él conocía su
pasado. Minwoo sentía enfermo, acorralado y atacado. Creía que era un ladrón y
que sólo él podía ser responsable de la desaparición de su reloj. Durante unos
segundos su mente se convirtió en un torbellino y su garganta se cerró tanto
que apenas le llegaba oxígeno a los pulmones.
Durante un instante, Hyungsik
pensó que iba a desmayarse. Se había puesto blanco como la nieve y su palidez
contrastaba con los vividos colores de su cabello y su ropa. Estaba aterrorizado,
por supuesto. No se arrepintió de haber elegido el enfrentamiento directo. Le
gustaba obtener resultados, y rápidos.
—Yo no robé tu reloj —afirmó
Minwoo, tembloroso.
—¿Te parece aconsejable mentir a
estas alturas? —preguntó Hyungsik, impertérrito—. Podría llamar a la policía
ahora mismo y dejar que se ocuparan del asunto. Pero preferiría resolverlo en
privado. Ten en cuenta dos cosas: no tengo piedad con quienes intentan
aprovecharse de mí y nunca he creído que las parejas fueran el género débil.
—¡Yo no toqué tu reloj! —la
protesta fue vehemente. Tenía el pulso tan acelerado que le costaba respirar.
La mención de la policía lo había aterrorizado, reviviendo recuerdos que habría
dado cualquier cosa por olvidar y que no deseaba revivir. Con sus antecedentes
no tenía ninguna esperanza de luchar contra la acusación de un hombre rico y
poderoso.
Hyungsik lo miró con frialdad y
determinación.
—No dejaré que salgas de aquí
hasta que me hayas dicho la verdad.
—¡No puedes hacer eso! —dijo
Minwoo, incrédulo—. No tienes derecho.
—Ah, yo creo que me otorgarás el
derecho a hacer lo que quiera, cara —contraatacó Hyungsik con voz sedosa—. Creo
que harías cualquier cosa para mantener a la policía fuera de esto. ¿Me
equivoco?
Hyungsik no sé porqué se me hace que metiste la pata y hasta el fondo.
ResponderEliminarMinWoo yo que vos le doy uefa la cara de un trompazo y no lo vuelvo a ver en mi vida independientemente de si estes o embarazado
Esto me huele mal...
ResponderEliminarLiteral!
Ay Sik~ me late a que vas a cometer el peor error de tu vida!
Ahhhhh yo que el, me perdí! Le daba pruebas de su error y lo hacía rogar!!!!
Pobre Minwoo, es tan injusto que e le acuse del robo solo porque estuvo en la cárcel.
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