—Pareces muy tenso —Hyungsik le
ofreció la copa. —No te pongas tenso, bello mío. Me pareces increíblemente atractivo.
El enfado y vergüenza que Minwoo
solía sentir en momentos así brillaron por su ausencia. Comprendió qué había
hablado en serio y sintió que el corazón se le desbocaba y caía a sus pies. Le
asombró descubrir que le gustaba lo que oía. Cerró los dedos sobre la copa,
temblorosos. Tomó un sorbo y luego otro, para ocultar la realidad de su
debilidad física. Era impropio sentirse excitado. Cuando se atrevió a alzar la
vista hacia sus asombrosos ojos oscuros, se quedó sin aliento.
Hyungsik bajó su oscura cabeza
lentamente. Estaba divirtiéndose, tanteando los límites. El aroma delicado y
fresco de su piel hizo que su cuerpo duro y fuerte se tensara. Sintió una
súbita excitación que le sorprendió y puso fin a su actitud burlona. Reclamó
sus deliciosos labios rosados con urgencia devastadora, y ese primer contacto
incrementó su apetito.
A Minwoo le costaba creer lo que
estaba haciendo, pero habría sido incapaz de moverse un milímetro para
evitarlo. Le asolaba una tormenta de sensaciones que lo dejó mareado y
desorientado. Sintió fuegos artificiales estallando en todo su cuerpo. Una
dulce calidez se aposentó en su vientre y los músculos de su pelvis se
tensaron. Se estremeció con violencia cuando la caricia de su lengua tentó la
tierna cueva de su boca. El pinchazo de deseo que desgarró su cuerpo fue casi
demasiado intenso, y emitió un gemido de protesta.
Minwoo no supo cómo sus piernas
consiguieron llevarlo hacia el sofá y su lado del tablero. Le habría resultado
más fácil derrumbarse en sus brazos que alejarse de él, y eso le inquietó aún
más.
Sentía el cuerpo tenso, ardiente y
distinto. Sensaciones nuevas para él lo asaltaban. Pero su cerebro no dejaba de
enumerar sus errores. No debería estar a solas con él en un despacho, no
debería haber permitido que lo besara y, mucho menos, animarlo respondiendo al
beso. Pero aunque su inteligencia sabía todo eso, el hambre que había
despertado en él, y la decepción de no haberle visto satisfecho, tenían aún más
fuerza.
Dos movimientos después, la
partida de ajedrez acabó. Hyungsik frunció sus negras cejas y la ira chispeó en
sus ojos, dándoles un tinte de bronce bruñido.
—¡O alguien te ha estado diciendo
cómo jugar estas tres últimas semanas, o acabas de dejarme ganar!
—Ha ganado… ¿de acuerdo? —musitó
Minwoo, sorprendido por su discernimiento, pero dispuesta a capear el temporal.
—No, no vale. ¿Cuál de las dos
cosas ha sido? —preguntó Hyungsik con voz gélida.
Siguió un silencio sofocante. Minwoo,
tan tenso que ni siquiera podía tragar saliva, se puso en pie.
—Debo volver al trabajo.
Hyungsik, con odio estampado en
los rasgos, se irguió sobre él.
—No irás a ningún sitio hasta que
me contestes.
—Por Dios santo, sólo es un juego
—balbuceó Minwoo, anonadado por su ira.
—Contéstame —ordenó Hyungsik.
—Le he dejado ganar… ¿de acuerdo?
—Minwoo soltó un suspiro y movió las manos en el aire, quitando importancia a
la respuesta.
—¿Es eso lo que creías que
esperaba de ti? —Hyungsik no recordaba haberse sentido nunca tan airado por un
joven—. ¿Me consideras tan vanidoso como para necesitar una falsa victoria que
halague a mi ego? — escupió él con desprecio—. No necesito ese tipo de
sacrificio ni de adulación. Así no vas a complacerme.
—¡Entonces debería dejar de
mangonearme y comportarse como un bruto! —le devolvió con voz aguda y
chillona—. ¿Cómo espera que me comporte? ¿Cómo se supone que debo enfrentarme a
usted? No simulemos que esto es un terreno de juego justo o que me ha dado la
oportunidad de…
—No me grites —interrumpió
Hyungsik con voz glacial, desconcertado por su acusación.
—Si no lo hiciera, no me
escucharía. Siento haber tocado su estúpido tablero de ajedrez, pero sólo lo
hice por divertirme un rato. Siento haberle dejado ganar y haberle ofendido.
Pero no pretendía complacerle… ¡complacerle me importa un comino! —exclamó
Minwoo, asqueado—. Sólo intentaba aplacarlo… Debería estar trabajando. No
quiero perder mi empleo. ¿Puedo volver al trabajo ya?
Esa actitud hizo que Hyungsik
revisara su actitud. Era poseedor de una mente brillante y tenía un talento sin
igual para la estrategia. En los negocios era invencible, porque unía su
instinto de supervivencia al de un tiburón asesino, carente de emoción. Había
aprendido a no aceptar a la gente a primera vista. Pero un joven que
pretendiera impresionarlo no le gritaría. No tenía ninguna prueba de que
hubiera algo calculado en el comportamiento de Ha Minwoo. ¿Por qué iba a saber
quién era él?
—Así que sólo eres el limpiador
—aseveró Hyungsik, tras analizar los datos.
Minwoo se ruborizó de indignación,
preguntándose qué demonios podía significar ese comentario. Tal vez lo había
tomado por una espía. O por un prostituto escondido tras una fregona.
—Sí —contestó con voz tensa—. Sólo
el limpiador…, disculpe.
Cuando la puerta se cerró a su
espalda, Hyungsik maldijo en italiano; no había sido su intención ofenderlo.
Sonó el teléfono. Era Taehoon de nuevo.
—He realizado comprobaciones sobre
el limpiador con intereses ajedrecísticos…
—Son innecesarios —interpuso
Hyungsik.
—Ha tiene un currículum dudoso,
señor —el hombre se aclaró la garganta—. Dudo que sea lo que dice ser. Aunque
es un joven brillante con notas muy altas en la escuela, su experiencia
profesional sólo incluye un empleo reciente en un restaurante. No cuadra. Hay
un periodo de tres años sin ninguna explicación. Según explica, los pasó
viajando, pero no me lo creo.
—Yo tampoco —el rostro delgado y
duro de Hyungsik se tensó al pensar que por primera vez en una década casi
había sido engañado por un joven.
—Creo que debe ser otro
cazafortunas, o incluso un periodista. Pediré a la empresa de limpieza que lo
retire de nuestra plantilla. Gracias a Dios, es problema de ellos, no nuestro.
Pero Hyungsik no estaba dispuesto
a dejar que Ha Minwoo se fuera tan fácilmente. Él nunca había dado la espalda a
un reto.
Minwoo trabajó a toda velocidad,
intentando que sus inquietos pensamientos se dispersaran con una actividad
frenética. El tratamiento recibido le había provocado enojo y confusión. Park Hyungsik
era un tipo guapísimo con un problema grave de actitud cuando alguien se ponía
en su contra. Sin embargo, cuando lo había besado, todas sus carencias parecían
haber desaparecido. Tal vez, por un momento, había conseguido que olvidara que
no era más que el limpiador.
Debía tener al menos treinta años
y era mayor para él. Metió la fregona en el cubo con furia. No tenía nada en
común con un hombre maduro y millonario, dueño de un edificio, que se enojaba
cuando un pobre mortal se atrevía a tocar su tablero de ajedrez.
Empezó a preguntarse si estaba
condenado a morir virgen. Los años pasaban sin que a él le hubiera interesado
ningún hombre. Park Hyungsik era el primero que le había atraído desde que Ekyun
lo abandonó.
Era algo poco inteligente y se
dijo que la química sexual era algo muy extraño. No había existido con los
hombres que coqueteaban con él en la cafetería. Debía ser demasiado exigente.
Pero no había duda de que nueve de cada vez diez parejas considerarían a Park
Hyungsik irresistible.
—¿Minwoo…?
Alzó la cabeza y sus ojos
denotaron preocupación. Al ver al objeto de sus pensamientos más íntimos a
menos de dos metros de distancia, dio un respingo. Notó que su piel enrojecía
de culpabilidad y deseó que la tierra se abriera bajo sus pies.
—¿Sí?
—Te debo una disculpa.
Minwoo asintió con firmeza.
Hyungsik, que había estado
esperando una protesta, rió con admiración. Estaba realizando una actuación
digna de un Oscar en cuanto a expresar sinceridad. Se preguntó si el objetivo
era que ese candor le resultara una cualidad refrescante.
Una novedad para el paladar de un
millonario que lo había probado todo. No lo sabía y no le importaba. Las
pestañas de cervatillo se agitaron sobre los increíbles ojos y él sintió las
garras del deseo clavarse en su entrepierna. Le daba igual que acabase
vendiendo la historia a alguna revista sensacionalista y de mal gusto.
Con sólo mirar su rostro, sus
instintos más básicos ganaban la partida. Provocaba en él una reacción
primitiva y poderosa que hacía años que no sentía. Casi le dolía mirarlo y no
tocarlo. Estaba seguro de que sólo acostarse con él podría satisfacerlo. Y
nunca se negaba un capricho.
—¿Jugarías otra partida conmigo
cuando acabe tu turno? —le preguntó con voz sedosa.
Minwoo se quedó asombrado por la
disculpa y por la invitación. Un breve encontronazo con esos ojos oscuros y al
tiempo cristalinos y fríos como un lago subterráneo le hizo percibir su
peligro: la poderosa personalidad que ocultaban en sus profundidades. Un hombre
inteligente y despiadado que nadie desearía tener como enemigo. Le desconcertó
seguir considerándolo increíblemente atractivo incluso tras percibir esos
rasgos en él. Tragó saliva y se esforzó por dar supremacía a su prevención.
—Me temo que no acabo hasta las
once —dijo.
—Eso no es problema.
—¿No? —la tentación se agitó con
fuerza.
—No. Aún no he cenado. Enviaré a
un coche para que te recoja cuando acabes.
—¿No podemos jugar aquí? —Minwoo
se rindió pero con condiciones. No quería arriesgarse a que lo vieran con él. Y
tampoco quería subirse a un coche desconocido que lo llevaría sólo Dios sabía
dónde, para luego tener que encontrar el camino de vuelta a casa solo y ya de
madrugada.
—Si es lo que quieres… —su
sorpresa fue patente.
—Sí.
Minwoo lo vio alejarse con pasos
largos y fluidos. Estaba asombrado, casi no podía creer que lo hubiera convencido
tan fácilmente. Exasperado, se dijo que sólo se trataba de una partida de
ajedrez. Él seguía queriendo la victoria. Y si volvía a besarlo… simplemente
procuraría que no ocurriera. Sería un sinsentido, teniendo en cuenta el imperio
que dirigía él y su pasado. No quería que volvieran a darle una patada en la
boca. No tenía sentido exponerse a sufrir. Pero no le haría ningún daño
ejercitar su cerebro.
Cinco minutos antes de las once,
Minwoo se refrescó en el aseo. Dobló la bata y la guardó en su bolsa. Llevaba
una camiseta color turquesa que se adhería a su silueta. Se puso de lado, tomó
aire y arqueó la espalda. Tenía veintitrés años, pero en ese momento se sentía
tan nervioso como un adolescente.
La incomodaba esa sensación de
ignorancia e inseguridad. Los años en los que podría haber adquirido cierta
experiencia, de los diecinueve a los veintidós, le habían sido robados. Enterró
ese amargo pensamiento en cuanto surcó su mente, intentaba no ver la vida de
esa manera, porque lo ocurrido no tenía vuelta atrás. Había pasado tres años en
la cárcel por un delito que no había cometido, y cargaba con las cicatrices,
tanto físicas como emocionales. Pero pocos habían creído en su inocencia y, de
hecho, lo habían juzgado con más severidad por atreverse a proclamarla. Se dijo
que debía dejar el pasado atrás, seguir adelante.
Cuando entró al despacho, a
Hyungsik le impactó ver su esbelta figura y largas piernas cubiertas con una
camiseta y pantalones vaqueros. Su melena rojiza iluminada por el sol, con
toques de ámbar y ocre; un marco perfecto para la piel blanca.
—¿Has sido modelo alguna vez?
—preguntó él, mientras le servía otra copa.
—No. No me hace ilusión la idea de
caminar medio desnudo por una pasarela. Además, me gusta demasiado la comida.
¿Podrías ofrecerme una bolsa de patatas fritas? —con el estómago rugiendo de
hambre, Minwoo había visto las bolsas de aperitivos en el mueble bar.
—Sírvete tú mismo. Pareces más
relajado que antes —comentó Hyungsik.
—Ahora estoy en mi tiempo libre
—Minwoo se acomodó en el sofá, comiendo patatas mientras jugaba. El sabor
salado le daba sed y tomaba sorbos frecuentes de su copa. Sólo se permitió
estudiarlo de cerca tras varios movimientos, cuando él parecía absorto.
Por más que lo escrutaba, Park Hyungsik
seguía dejándolo sin respiración. Era guapísimo. Cabello y pestañas como seda
negra, hipnotizantes ojos oscuros y una boca sensual. Se había afeitado desde
la última vez que lo había visto, la sombra oscura de su mandíbula había
desaparecido. Se preguntó si eso significaba que pretendía besarlo de nuevo. La
idea provocó una oleada de calor en su vientre y en zonas más íntimas de su
cuerpo, pero se recordó que estaba allí para jugar al ajedrez, no para
flirtear.
—Tú mueves —dijo Hyungsik, alzando
la vista.
Minwoo ocultó la mirada bajando
las pestañas y estudió el tablero.
—¿Quién te enseñó a jugar?
—preguntó Hyungsik, que analizaba sus movimientos, rápidos y certeros, que no
dejaban lugar a duda respecto a su destreza.
—Mi padre.
—A mí el mío —su rostro se
ensombreció y siguió un largo silencio. Tras mover pieza, vio que había
terminado su copa y fue a rellenarla.
Los ojos café lo siguieron. Todo
en él le fascinaba: el corte de pelo, la elegancia de su traje, el discreto
brillo del oro en la muñeca y en los puños de su camisa, el movimiento fluido
de sus manos cuando hablaba. Era pura elegancia y control.
—Si sigues mirándome así, nunca
acabaremos la partida, bello mío.
Minwoo enrojeció y aceptó la copa
que él le ofrecía con una mano temblorosa. Le avergonzó que hubiera
interpretado sus pensamientos de forma tan certera y también le recordó que no
sabía nada de él.
—¿Estás casado? —preguntó.
—¿Por qué lo preguntas? —Hyungsik
arqueó una ceja con sorpresa.
—¿Eso es un sí o un no?
—Soy soltero.
Aunque Minwoo notó que empezaba a
írsele la cabeza, evitó la trampa que él le había tendido en el tablero y
esbozó una sonrisa victoriosa.
—Eres bueno —concedió Hyungsik,
divertido por la idea de que quizá también Minwoo había tenido la intención de
que fuera una partida rápida—. Son tablas. ¿Verdad o mentira?
—Verdad.
La descarada y desafiante sonrisa
de Minwoo hizo surgir al cavernícola que llevaba dentro. Se inclinó hacia él,
metió la mano entre los mechones cobrizos y alzó su rostro para luego
entreabrir los deliciosos labios rosados y hacer el amor con su boca.
Ese súbito arrebato devastó a
Minwoo. El deseo recorrió su cuerpo como una serie de explosiones de sensación.
Lo besaba con un erotismo que le embrujaba. Cuando lo atrajo hacia él, lo rodeó
con los brazos para equilibrarse, se sentía mareado. Tal vez fuera culpa del
alcohol, pero decidió acallar esa sospecha y no sucumbir a su necesidad de jugar
a lo seguro.
La excitación le quitaba el
aliento y tenía el corazón desbocado. Por primera vez, que recordara, se sentía
joven, vivo y carente de temor.
—No puedo quitarte las manos de
encima —le dijo Hyungsik.
—Estábamos jugando al ajedrez —le recordó
Minwoo con un suspiro.
—Prefiero jugar contigo.
Eso fue demasiado atrevido para Minwoo.
Sus mejillas se arrebolaron y su confusión resultó patente. Él recorrió su
exquisito rostro con ojos ardientes y soltó una risotada irónica. Volvió a
inclinar la oscura cabeza.
La invasión de su lengua fue
belicosamente sensual y se apretó contra el duro cuerpo masculino sin poder
evitarlo. Sintió la dura e íntima prueba de su excitación clavarse en su bajo
vientre y se estremeció. Agarró sus acerados y duros hombros. Se sentía
atrapado por él. Sentía un nudo de deseo aflojarse y distenderse en su pelvis,
llenándola de anhelo e impaciencia. Sus dedos se enredaban en el cabello negro
y disfrutaban de su sedosa textura y el olor de su piel ejercía en Minwoo un efecto
afrodisíaco.
Hyungsik había planeado terminar
la partida antes de ir a más y había cumplido su plan. Siempre lo planificaba
todo. Pero el deseo era puro fuego en su sangre y esa intensidad era nueva para
él. El esbelto cuerpo se acoplaba al suyo como si hubiera nacido para eso. Era
como sentir la influencia de una droga y quería más, lo quería entera. Lo
recostó en el sofá y se quitó la chaqueta y la corbata.
El breve momento de separación
llevó a Minwoo a preguntarse qué estaba haciendo. Aunque tenía la mente
nublada, se dijo que debía levantarse. Lo miró, con ojos velados de pasión e
incertidumbre y labios enrojecidos por la pasión. Hyungsik eligió ese momento
para sonreírle.
—Eres deslumbrante —y su sonrisa
tenía tanta fuerza carismática que Minwoo sintió que el corazón le botaba en el
pecho como una pelota de goma.
Hyungsik posó la boca en la vena
azulada que latía alocadamente en la base de su cuello y él gimió. Su cuerpo
ronroneaba como un motor y no sabía cómo soportar la tensión. Hyungsik encontró la piel desnuda bajo la camiseta y
cerró la mano sobre un pequeño y dulce montículo. Minwoo se quedó rígido un
instante, la caricia le pilló por sorpresa. Él alzó la tela color turquesa y los
expuso a su escrutinio.
—Deliciosos —anunció con satisfacción,
capturando un pezón rosado entre dedo y pulgar y apretándolo hasta obtener un
gemido de placer. Utilizó la lengua para humedecer el tenso botón e iniciar un
lento proceso de tortura sensual. Sus caderas empezaron a agitarse y alzarse, sus
muslos se tensaron con una sensación de vacío interior. Jadeaba mientras él
excitaba sus pezones hasta sensibilizarlos al máximo.
Las reacciones se sucedían una
tras otra, demasiado rápidamente. Se sentía dominado por un frenesí sensual
insoportable. El se apartó para quitarle los pantalones. Minwoo recuperó la
conciencia un instante y parpadeó con vaga sorpresa al ver sus piernas denudas.
Su cuerpo se estremecía con temblores de deseo. Se encontró con los llameantes
ojos oscuros y todo pensamiento se borró de su mente.
—Hyungsik —susurró, perdido de
nuevo.
El enredó los dedos morenos en la
cascada de cabello y lo besó con pasión devoradora. Minwoo se molestó cuando
sintió un tirón en el pelo y gimió con dolor.
—No te muevas. Tu pelo se ha
enganchado —gruñó él, desabrochándose el reloj de pulsera. Desenredó el cabello
y dejó el reloj a un lado.
Minwoo luchó con los botones de su
camisa hasta que él apartó sus manos y se ocupó del tema.
—Necesitas práctica —dijo—. Te
proporcionaré cuanta necesites, dulce mío.
El contorno musculoso de su torso
bajo las manos le pareció increíble. Deseó explorar más, pero él lo aplastó
contra el sofá para atrapar su boca de nuevo. En ese mismo instante, su mano
descubrió su húmedo e hinchado miembro, y Minwoo perdió toda opción de
resistirse. Nunca antes lo habían tocado así, y ni había soñado que fuera tan
sensible. Pero la destreza erótica de él se lo demostró cuando guio sus dedos a
su entrada. La exquisita sensación lo sumergió en un placer incoherente que lo
llevó a estremecerse, gemir y debatirse.
Hyungsik nunca se había sentido
tan excitado por un joven. Ya no pensaba en quién podía ser. Su respuesta
descontrolada y pasional había derrumbado sus defensas como una carga de
dinamita. Y una vez desatada su pasión sensual, no tenía más remedio que pasar
a la acción. Se situó sobre él con un ágil y fluido movimiento.
Minwoo tembló al sentir la presión
en ese lugar tierno e íntimo. Sus ojos se ensancharon y se tensó inquieto en el
mismo momento en que él lo penetraba con un gruñido de satisfacción. No estaba
preparado para el agudo dolor que hizo que un grito escapara de sus labios.
Hyungsik frunció las cejas y
escrutó su rostro.
—Cielo santo… ¿soy el primero?
—No pares —Minwoo cerró los ojos
con fuerza. Se sentía como si estuviera en el centro de un tornado, a pesar del
dolor, su cuerpo anhelaba más.
Él colocó las manos bajo sus
caderas para facilitar la entrada, haciendo uso de una lenta destreza sexual
intensamente erótica. El corazón de Minwoo se desbocó mientras él deleitaba
cada uno de sus sentidos. La excitación volvió con más fuerza que antes. Empezó
a sentir que las oleadas de placer se sucedían, atenazándolo con más fuerza
cada vez, atormentándolo con una necesidad insoportable. Escaló buscando la
última y se entregó a un clímax que lo consumió con la fuerza de un huracán y
lo zarandeó en un vuelo libre de deleite. Pero el deleite duró poco.
—Hacía mucho que un joven no me
hacía sentir tan bien, bello mío —murmuró Hyungsik con voz ronca, abrazándolo.
—Yo nunca me había sentido así…
nunca —dijo él, aún atónito por la experiencia y disfrutando de una sensación
de conexión física seductoramente nueva.
—Tengo una pregunta vital —la
mirada de Hyungsik resultó incómodamente fría y escrutadora—. ¿Por qué me has
entregado tu virginidad?
Minwoo se quedó anonadado por una
pregunta tan directa, más aún porque parecía sugerir que había tomado una
decisión consciente; sin embargo, para su vergüenza, su entrega había sido
impulsiva e incontrolada.
—Ha sido una experiencia
gratificante y que en absoluto esperaba — confió Hyungsik. Movió la cabeza,
suspicaz—. Pero sé y acepto que los placeres especiales siempre tienen un coste
y preferiría saber ahora mismo qué esperas a cambio.
—¿Por qué iba a tener que costarte
algo? —preguntó, arrugando la frente.
—Soy un hombre muy rico. No
recuerdo la última vez que disfrute de algo gratuito —siseó Hyungsik con
desdén.
Cuando Minwoo comprendió lo que quería
decir se sintió apabullado. Liberó su delgado cuerpo del peso del de él con un
airado gesto. ¿Cómo había podido compartir su cuerpo con un tipo que parecía
pensar que quería obtener un beneficio económico del intercambio?
No se habría sentido más
avergonzado si lo hubieran obligado a caminar por la calle desnudo con un
cartel colgado del cuello y la palabra «furcia» escrita en mayúsculas.
******FELIZ CUMPLEAÑOS A MI NIÑO PRECIOSO ..Aunque tenga 27 sigue siendo mi niño...FELIZ CUMPLEAÑOS PARK HYUNGSIK!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ahh Dios Hyu como la embarras de esa manera...
ResponderEliminarGracias por el capitulo 😚
Y a si es como tira un momento lindo a la basura!!
ResponderEliminarAhh que desespero!!!
Sik porque siempre la cajeteas ¬¬ Minu precioso no te preocupes ese hombre no merece nada de ti ¬¬
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