Estoy seguro de que, si fuera a tener un
hijo, lo sabría y, además, tampoco sería de su incumbencia, pues no lo conozco
absolutamente de nada. Haga el favor de quitarme las manos de encima.
Lee Ryeowook estaba tan sorprendido por
lo que había hecho que no se podía ni mover. Sus acciones habían conseguido
parar a aquel hombre al que estaba mirando ahora. Se trataba de un hombre de bello
rostro, era tan guapo que Ryeowook creyó que no podía respirar.
Lo único que su cerebro, cansado y
agotado, podía registrar eran impresiones. Alto. Fuerte. Moreno. Guapísimo.
Sexy. Poderoso. Sexy. Poderoso.
Los ojos que lo miraban lo hacían con
tanta frialdad y arrogancia que era evidente que aquel hombre estaba seguro de
que la acusación que acababa de verter sobre él era falsa y que debía de estar
loco para haberse aproximado a él de aquella manera.
Aquella mirada helada lo podría haber
convertido en hielo, pero, extrañamente, Ryeowook no sentía frío sino, más
bien, todo lo contrario. Sentía un calor inconmensurable por todo el cuerpo.
Se había ido, había desaparecido sin mirar
atrás, sin prestar la más mínima atención a aquel joven menudo y despeinado que
lo había asediado y que había intentado hacerse escuchar.
En pocos segundos, Ryeowook se vio rodeado
por varios guardias de seguridad que en un abrir y cerrar de ojos lo pusieron
de patitas en la calle, donde se encontró bajo un increíble aguacero y con la
sensación de que lo que acababa de suceder había sido una pesadilla…
Ryeowook apretó los dientes. Por
desgracia, aquel día, hacía ahora una semana, no había sido una pesadilla.
Había ocurrido en realidad y la misma razón que lo había llevado a protagonizar
aquella escena lo había llevado a estar ahora sentado en un minúsculo coche de
alquiler y aparcado frente a un increíble hotel.
Todavía estaba resfriado a causa de la
lluvia de aquel día. Kim Yesung se había negado a escucharlo entonces, pero
ahora no podría negarse.
El sol se había puesto hacía horas, pero
el cielo no estaba completamente negro. Todavía había nubes violetas. Era aquel
momento mágico del día en el que la luz daba paso a la noche, aquel momento de
tanta belleza que solía pasar desapercibido para muchos.
Y, bajo aquella luz tan especial, el hotel
brillaba literalmente, envuelto en una nube de lujo y glamour.
Ryeowook estaba aterrorizado.
Estaba intentando no dejarse intimidar por
la mansión ni por las calles limpísimas ni por cómo iban de elegantemente
vestidas las personas que salían y entraban del hotel.
Aquel lugar se encontraba a muchos miles
de kilómetros de cualquier lugar en el que él se hubiera encontrado jamás. Ryeowook
cerró los ojos. Le dolían. Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo. Estaba
exhausto. Era consciente de que estaba a punto de caer rendido, pero no había
tenido tiempo de dormir.
Lo único que lo obligaba a seguir adelante
era la ira al recordar lo que aquel hombre le había hecho.
Aquélla era la única solución y la única
manera que le iba a permitir verlo y obligarlo a admitir su responsabilidad, la
única manera de que aceptara que era el padre del hijo que iba a tener su
hermano.
Ryeowook recordó el rostro de Donghae
tumbado en la cama del hospital y sintió que el corazón se le constreñía de dolor,
lo que le llevó a cerrar los ojos de nuevo. Aun así, no podía dejar de ver la
cara de su hermano ni tampoco la cantidad de cables y tubos que salían de su
delicado cuerpo.
Ryeowook sintió que los ojos se le
llenaban de lágrimas y rezó para que no le sucediera nada. Rápidamente, se
aseguró a sí mismo que nada le iba a ocurrir.
Abrió los ojos más decidido que nunca a
conseguir que Kim Yesung le diera el dinero que necesitaba para el tratamiento
de Donghae. Aquel hombre tenía que aceptar el papel que había desempeñado en
todo lo que había sucedido.
Debía pagar. Era su única opción. Ryeowook
estaba desesperado.
Su hermano había tenido un terrible
accidente de tráfico mientras conducía
para reunirse con su amante. Él y el bebé habían sobrevivido de milagro,
pero Donghae se había fracturado la pelvis y había sufrido varias lesiones
internas.
Al estar embarazado, necesitaba
desesperadamente poner a Donghae en manos de un médico que tuviera experiencia
con embarazos y fracturas. Aquel terapeuta vivía en el centro de Japón y Ryeowook
sabía perfectamente que aquel tipo de cuidados se pagaban de forma privada y a
precio muy alto.
Al no tener familia cercana ni amigos
íntimos que tuvieran tanto dinero, se había visto obligado a llegar hasta donde
lo había hecho. La enfermera que se encargaba de su hermano y que había sido
compañera de Ryeowook durante los
estudios de enfermería le había asegurado que Donghae estaba estable y
que podía dejarlo solo durante un tiempo. Aquello había sido lo que lo había
impulsado a dar aquel paso drástico y desesperado.
Ryeowook volvió a mirar hacia las puertas
del hotel. Nada. Había seguido a Kim Yesung aquella tarde desde su mansión,
situada a orillas del lago, hasta el hotel, donde lo había visto reunirse con
un espectacular joven de pelo castaño.
Ryeowook se preguntó si se lo llevaría a
su casa o si le estaría haciendo el amor en una de las maravillosas suites del
hotel. Aquello lo llevó a morderse el labio inferior y a rezar para que no se
lo llevara a casa, pues necesitaba hablar con él a solas.
Algo le llamó la atención y volvió a mirar
hacia el edificio. El portero acababa de llevar un descapotable plateado hasta
la puerta principal.
Ryeowook reconoció el coche de Kim Yesung
inmediatamente. Y el propietario no tardó en aparecer.
Salía del hotel ataviado con un esmoquin
negro, con la pajarita desatada y, desde luego, bastante más despeinado que
cuando había entrado. El guapísimo joven de pelo castaño salió a su lado con
apariencia también algo desaliñada.
Era evidente que se habían acostado.
A Ryeowook le hubiera gustado sentir
náuseas, pero lo único que sintió mientras miraba a aquel joven que estaba
abrazando a Kim Yesung y apretándose contra él fue deseo y algo mucho más
confuso. Ryeowook no se podía creer que
la belleza y el carisma de aquel hombre le estuvieran haciendo mella
desde el otro lado de la carretera.
Como cualquier hermano mayor protector y
cariñoso, estaba convencido de que Donghae era muy guapo y de que todo el mundo
lo quería, pero también era consciente de que ni él ni su hermano eran el tipo
de joven en el que se fijaba aquel hombre. Aquel hombre estaba fuera de su
alcance, en un nivel que ni siquiera conocían.
Entonces lo comprendió. Por eso,
precisamente, se lo había quitado de encima con tanta grosería.
Para entonces, el portero había abierto la
puerta del conductor del deportivo. Kim Yesung se libró del joven y, tras darle
un breve beso en la mejilla, bajó los escalones y se dirigió a su coche. Tras
darle discretamente una propina al portero, se colocó al volante y desapareció.
Ryeowook se quedó mirando al joven, que
observaba con pena la partida de su amado. A continuación, desapareció en el
interior del hotel y Ryeowook supuso que volvería a la suite que había
compartido con él.
De repente, se dio cuenta de que debía
seguirlo, así que se apresuró a poner en marcha su coche y a salir del
aparcamiento. ¿Qué demonios le estaba ocurriendo? Tenía que concentrarse para
poder conducir aquel coche al que no estaba acostumbrado.
Respiró aliviado cuando vio que había un
semáforo en rojo pocos metros más abajo y reconoció rápidamente la silueta del
deportivo. Casi al instante, el semáforo se puso en verde y el deportivo volvió
a avanzar.
Mientras lo seguía, Ryeowook recordó cómo
acababa de tratar a su amante en las escaleras del hotel. Era evidente que a
aquel hombre no le importaba ni nada ni nadie.
En aquel momento, sonó el teléfono móvil
de Ryeowook. Lo había dejado sobre el asiento del copiloto y lo agarró. A
continuación, escuchó y contestó.
—Ustedes limítense a seguirme y ya les
mostraré yo por dónde entrar.
A continuación, miró por el espejo
retrovisor y vio al otro coche, del que prácticamente se había olvidado. Ante
todo, no debía permitir que el miedo le atenazara.
Pero el miedo ya se había apoderado de él
por lo que iba a hacer. Ryeowook se dijo que no debía perder la compostura
ahora. Había llegado muy lejos, le había costado mucho trabajo averiguar dónde
iba a pasar Kim Yesung las vacaciones.
Aquella carretera que discurría junto al
lago le habría parecido maravillosa y mágica en cualquier otro momento, pero
ahora sólo tenía ojos para el coche de delante.
Sabía que la parte trasera de la mansión
de Kim Yesung daba a la orilla del lago. Desde su propiedad, debía de haber una
maravillosa vista. Ryeowook era consciente de que aquellas casas eran realmente
exclusivas. Jamás se ponían a la venta a través de anuncios, las transacciones
se hacían de boca a boca, los compradores eran multimillonarios y los precios
estrafalarios.
Claro que, ¿qué podía esperarse de un
multimillonario que era el dueño de la constructora más grande del mundo?
Ryeowook se fijó en que había dejado de
ver las luces del deportivo. Evidentemente, habían llegado. Había llegado el
momento de la verdad. Debía hacerlo bien. Por Donghae.
Su hermano había conseguido recuperar la
consciencia hacía una semana y había conseguido pronunciar unas cuantas
palabras. Después de aquel esfuerzo, había vuelto a entrar en coma, pero había
sido suficiente. Ryeowook había obtenido toda la información que necesitaba.
Tras aparcar bajo un árbol, esperó a que
llegara el otro coche. Ryeowook se había enterado de que su hermano estaba
embarazado tras volver de África. Una vez en casa, había corrido al hospital al
encontrar varios mensajes en el contestador que le comunicaban el estado de Donghae.
Al estar el mejor amigo de Donghae de
vacaciones, en el hospital habían tardado un día entero en identificar a su
hermano y en ponerse en contacto con él y, desde entonces, todo había dado un
vuelco inesperado.
Ryeowook recordó una y otra vez las
palabras de su hermano, aquellas palabras que lo habían llevado hasta el lugar
y el momento en el que se encontraba ahora.
Donghae lo había tomado de la mano
mientras hacía un gran esfuerzo por hablar.
—Cariño, no hables, guárdate las energías
para recuperarte —le había dicho Ryeowook con el corazón roto.
Pero Donghae había negado con la cabeza.
—Debo decírtelo. Tengo que ver... tengo
que hablar con Kim Yesung ... es
él...
—¿Qué quieres decir? ¿Kim Yesung es el
hombre que te ha hecho esto?
Donghae había recostado entonces sobre las
almohadas. Tenía la respiración entrecortada.
—Iba a verlo para decirle que me iba de la
empresa, que estaba dispuesto a hacer todo lo que me pidiera con tal de que...
estaba muy preocupado y, de repente, apareció aquel camión... —recordó
palideciendo y agarrándose a la mano de su hermano—. Debes encontrarlo, Wookie...
necesito que... oh, Wookie, lo quiero tanto —se había lamentado Donghae con
lágrimas en los ojos—. Lo ha mandado lejos... y lo necesito a mi lado.
Ryeowook volvió a concentrarse en el lago.
La fiebre había hecho que las palabras de su hermano se tornaran incoherentes.
Por ejemplo, era obvio que lo que había querido decir había sido que él, Kim Yesung,
lo había mandado lejos.
Los hechos estaban muy claros. A Ryeowook
no le había costado mucho comprender que su hermano había tenido una aventura
con Kim Yesung, el propietario de la empresa en la que trabajaba, que él se
había deshecho de su hermano y que Donghae iba a verlo cuando había tenido el
accidente.
Ryeowook se sentía culpable por no haber
estado al lado de su hermano cuando todo aquello había sucedido. De haber
estado, habría podido evitar el accidente. Tendría que haberlo llamado más
desde África.
Durante su estancia en el continente
africano, lo único que había sabido era que Donghae salía con un compañero de
trabajo. Lo único que le decía en sus correos electrónicos, escritos
prácticamente en código Morse, era que salía con alguien. Evidentemente, quería
proteger al hombre que le había robado el corazón y la inocencia.
Ryeowook había intentado ponerse en
contacto con el amigo de Donghae, pero no lo había conseguido, así que se había
metido en Internet para averiguar quién era aquel hombre. Así, había
descubierto que tener relaciones con un compañero de trabajo podía ser
considerado un delito dentro de la empresa Kim. De ahí, que los correos electrónicos
de su hermano fueran tan ridículamente secretos.
Y pensar que él mismo había tenido una
aventura con uno de sus empleados.
Menudo hipócrita.
Al oír que una puerta se cerraba tras él, Ryeowook
se puso una gorra de béisbol. A continuación, salió del coche. El verano estaba
terminando y Ryeowook se puso una sudadera por si acaso. También agarró su
mochila y se aseguró de que su teléfono estaba en modo silencio.
Hecho todo aquello, se acercó a los dos
hombres que habían salido del otro coche.
Kim Yesung paró el coche frente a la
puerta de su casa y se sintió enormemente aliviado. Escaleras arriba, lo
esperaba su ama de llaves, habló con ella brevemente y entró a la inmensa
mansión que era su hogar, su lugar preferido en el mundo.
Recordó entonces cómo Matias le había
rogado que lo llevara con él a pasar la noche allí, cómo se había abrazado a él
en la puerta del hotel y le había murmurado al oído promesas eróticas que
habían hecho que todo deseo se evaporara.
Yesung se sirvió una copa y fue a la
terraza desde la que se veía el lago. Era indiscutible que Matias era uno de
los jóvenes más guapos de Corea y también era indiscutible que le había dicho a
los cuatro vientos que quería estar con él. Aquello hizo que Yesung apretara
las mandíbulas. Lo que quería aquel joven era su dinero. Eso sí que estaba
claro.
Cuando había llegado al lago hacía unos
días, había salido a tomar una copa y a ver a unos amigos y Matias había
aparecido de repente diciendo que también se iba a tomar unas breves
vacaciones. Debía de haberlo tomado con las defensas bajas porque había
accedido a pasar a buscarla por su hotel aquella noche para ir a cenar y había
permitido que lo sedujera.
¿Qué le había sucedido? Normalmente, no se
arrepentía de nada de lo que hacía ya que todas sus decisiones eran tomadas
después de haber considerado todos las ventajas y desventajas. Matias era el
tipo de joven que le solía gustar: guapo, educado y con experiencia, un joven
al que tampoco le interesaban los compromisos o que, por lo menos, fingía que
no le interesaban. Entonces, ¿por qué aquella noche había sido tan desastrosa,
tan mecánica y poco satisfactoria?
Yesung se estremeció al volver a recordar
cómo le había pedido que lo llevara a su casa con él. Era consciente de que no
le debía de haber hecho ninguna gracia que lo dejara en los escalones del
hotel, pero conocía bien a los jóvenes como él y sabía que se repondría.
Mientras se felicitaba por haber podido
escapar, se terminó la copa que se había servido y volvió al interior de su
casa. En aquel momento, oyó voces, más bien gritos, y vio que su ama de llaves
estaba forcejeando con alguien, que estaba intentando entrar.
Al instante, se puso en alerta y sintió
que todo el cuerpo se le tensaba, algo que hacía mucho tiempo que no le
sucedía. Enseguida, se encontró recordando los peligros de vivir en las calles.
Qué locura.
Aquel mundo había quedado atrás hacía
mucho tiempo.
Ryeowook estaba intentando controlar las
cosas, pero el reportero y el fotógrafo que lo acompañaban se estaban mostrando
un tanto agresivos. La situación se le estaba yendo de las manos: La pobre ama
de llaves los miraba aterrorizada e intentaba cerrarles la puerta. Ryeowook no
sabía Coreano para tranquilizarla, para explicarle que lo único que querían era
ver a Kim Yesung y, por otra parte, sabía que los guardaespaldas no tardarían
mucho en aparecer.
Aunque habían conseguido pasar por el
agujero que había encontrado en la valla aquella tarde y esconderse entre los
árboles, Ryeowook sabía que el equipo de seguridad de aquella casa ya los
habría detectado.
En aquel momento, la puerta se abrió de
par en par y todo el mundo se quedó quieto y callado.
Ante ellos estaba Kim Yesung en persona,
resplandeciente y devastador, mirándolos con sus ojos oscuros. Tras mirarlos de
arriba abajo, le dijo algo al ama de llaves, que desapareció. A continuación,
Yesung salió y cerró la puerta tras él.
Ryeowook se había quedado sin palabras.
Tal y como le había sucedido la semana anterior, se sentía desbordado, inútil e
impotente. ¿Lo reconocería?
Yesung parecía tranquilo, pero Ryeowook
percibió las oleadas de energía que emanaban de su cuerpo. Yesung se cruzó de
brazos, dándole a entender que no representaba ninguna amenaza para él. A
continuación, lo miró fijamente y Ryeowook tragó saliva.
—Señor Kim, ¿conoce usted a este joven?
—le preguntó el periodista.
El miedo inicial que había sentido Yesung
había desaparecido por completo. Conocía a los periodistas de la zona. No eran
más que chusma. Que estuvieran contaminando su casa lo llenaba de ira y la
única razón por la que debían de estar allí era aquel joven.
Al instante, Yesung recordó la semana
anterior, en sus oficinas de Japón, cuando aquel joven había salido de detrás
de una columna y se había interpuesto en su camino. Yesung había estado a punto
de llevárselo por delante porque era muy pequeño.
Volvió a mirarlo de arriba abajo. Pequeño,
su cabello de un color indeterminado, textura desconocida y forma
irreconocible.
Para su sorpresa, mientras pensaba todo
aquello, se fijó en sus ojos, enormes, marrones y enmarcados por unas
larguísimas pestañas. Lo miraba sorprendido.
Aquel joven no representaba ninguna
amenaza.
—Sí, creo que lo conozco —contestó. Así
que lo había reconocido.
Ryeowook se preguntó si recordaría también
lo que le había dicho. Entonces consiguió liberarse de la intimidación que lo
mantenía callado. Era su momento, su oportunidad. Aunque los echara y el
fotógrafo no pudiera hacer fotografías, el periodista tendría un artículo y
Yesung se vería obligado a confesar lo que había hecho, se vería obligado a
pensar en Donghae.
Ryeowook abrió la boca, pero, justo en el
momento en el que iba a hablar, el reportero se le adelantó.
—Este joven nos ha dicho que tiene una
historia jugosa sobre usted.
Yesung dio un respingo, se fijó en cómo lo
miraba aquel joven, enfadado, y recordó lo que le había dicho cuando le había
salido al paso la semana anterior.
«Es usted el padre de mi sobrino y, si
cree que va a poder eludir sus responsabilidades, está muy equivocado».
Era una acusación tan ridícula que ni se
había parado a pensar en ella. No había salido con nadie en Japón, sabía
perfectamente con quién se había acostado recientemente y tenía muy claro que
ninguno de sus amantes estaban ni remotamente relacionados con aquel joven.
Como millonario que era elegía con mucho cuidado a sus amantes y evitaba por
todos los medios que se produjeran situaciones como la que se estaba
produciendo. Muchos jóvenes habían intentado atraparlo y aquél era una más.
Yesung no sabía si era un empleado, pero
lo que sí sabía era que debía de ir muy en serio cuando lo había seguido hasta
allí. En el acto, se dio cuenta del daño que le podía hacer y decidió que debía
impedírselo.
Ryeowook decidió que había llegado su gran
momento y se lanzó.
—Este hombre... —comenzó con valentía.
Sin embargo, al oír un perro a sus
espaldas, se giró y vio que se trataba de un guarda de seguridad. Al instante,
se dijo que no debía dejarse impresionar, se giró de nuevo hacia Kim Yesung y
repitió.
—Este hombre...
Los periodistas que lo acompañaban lo
miraban expectantes y Ryeowook pensó que debería haberles contado su historia
antes de ir hasta allí. Quizás se sintieran defraudados.
—Este hombre es responsable de...
Pero no le dio tiempo a terminar porque
sus labios se vieron paralizados bajo una boca cruel y dura. Ryeowook sintió
que el mundo se volvía oscuro y se desorientó. Kim Yesung lo había tomado en
brazos, lo había levantado del suelo y lo apretaba contra su pecho.
Ryeowook se encontraba tan desbordado que
le costaba pensar. Para empezar, por el olor que lo envolvía, caliente y
almizclado, pero también por la sensación de encontrarse pegado a su pecho, un
pecho duro, musculado y fuerte. Y no podía liberarse de aquellos labios, unos
labios que estaban explorando su boca en aquellos momentos.
De repente, sintió que todo su cuerpo se
derretía y que un calor insoportable le recorría de pies a cabeza. La lengua de
aquel hombre, aquella invasión sedosa y caliente, aquella lengua que estaba
recorriendo su boca...
Ryeowook pensó que debía de haberse vuelto
loco, que alguien lo había poseído y que su cuerpo estaba actuando por decisión
propia.
Yesung apartó la cabeza y se dijo que no
sabía por qué había hecho lo que acababa de hacer. Mientras se miraba en los
inmensos ojos marrones de aquel joven y se fijaba en sus labios sonrosados y
voluminosos, se dio cuenta de que estaba temblando y que se aferraba con fuerza
a su camisa.
¿De dónde había salido? ¿Se había vuelto
loco el mundo en una hora?
El guarda de seguridad gritó algo y Yesung
sintió que volvía a la cordura. Entonces se dio cuenta de que tenía agarrado al
joven, que no tocaba el suelo, contra su pecho. Tras soltarlo sin miramientos,
se percató de que estaba muy excitado.
El guarda de seguridad se acercó a los
periodistas y los agarró con fuerza para echarlos.
—Señor Kim, esta misma tarde se le ha
visto con Matias Macchi — dijo uno de ellos—. ¿Qué significa esto? ¿Quién es su
nuevo amigo? Aunque no me lo diga, no tardaré mucho en averiguarlo...
—Sin comentarios —contestó Yesung.
Acto seguido, se dio cuenta de que no
podía permitir que aquel joven se fuera. Aquel desconocido era como una
escopeta sin seguro. Debía hablar con él y averiguar por qué lo acusaba de lo
que lo acusaba y, sobre todo, debía evitar que la prensa se fijara en él, pues
tenía una negociación vital que comenzaba la siguiente semana.
¿Pero qué demonios le había ocurrido?
Actuar como lo había hecho, que no era propio de él en absoluto, lo había
puesto muy nervioso.
Yesung sabía que su guarda de seguridad
confiscaría la cámara y borraría las imágenes digitales, pero no estaba seguro
de que no hubieran captado aquel beso desde otro ángulo.
Había besado a aquel joven delante de
aquellos hombres, tampoco les hacían falta fotografías.
—Un momento —gritó.
El guarda de seguridad se paró en seco.
Ryeowook, que había quedado como
lobotomizado por el beso de Kim Yesung, se limitó a observar.
—Lo que ha ocurrido, me temo, es muy sencillo
—sonrió el empresario—. Este jovencito los ha utilizado. Es cierto que he
quedado esta tarde con Matias. Ha sido sólo para intentar darle celos a mi
pareja actual —relató mirando a Ryeowook, agarrándolo de la mano y
besándosela—. Y ha surtido efecto.
Ryeowook se dio cuenta de que el
periodista se creía lo que le estaban contando y se dijo que deberían nominar a
Kim Yesung para los Osear.
—¿De dónde ha salido? —gritó el reportero
ya ha cierta distancia.
—Bueno, todos tenemos secretos, ¿no?
Después de tantos años, supongo que entenderás que, cuando he decidido tener
una relación realmente seria, haya preferido mantenerlo en secreto.
Ryeowook estaba tan sorprendido que no se
le ocurría cómo iba a salir de aquella situación.
Yesung odiaba al joven que tenía a su
lado. ¿Cómo se había atrevido a hacerle aquello? Lo había puesto entre la
espada y la pared. El periodista tenía una historia y, si a Yesung se le
ocurría llamar a la policía, las cosas no harían sino empeorar, así que se vio
obligado a sonreír.
—No hace falta que les diga que ésta es la
última vez que invaden mi propiedad y que, si los vuelvo a pillar aquí, pagarán
por ello —sonrió apretándole a Ryeowook la mano tanto que le hizo daño—. Tienen
suerte de que el amor me haya convertido en un hombre magnánimo.
Y, dicho aquello, el guarda de seguridad
se llevó al reportero y a su acompañante. Ryeowook sintió que las piernas no la
sostenían.
Una vez a solas, Yesung lo soltó.
—Entre ahora mismo —le ordenó. Ryeowook
abrió la boca para protestar, pero Yesung se lo impidió.
—No quiero ni una sola palabra, joven.
Haga el favor de entrar ahora mismo —insistió.
Ryeowook entró en la mansión, vio una
silla y se sentó porque temía desmayarse.
—Levántese —le gritó Yesung—. ¿Le he dado
acaso yo permiso para que se siente?
Ryeowook elevó la mirada.
—Por favor...
Yesung dio un paso al frente, lo tomó del
brazo y lo obligó a levantarse. Ryeowook se sintió como un muñeco de trapo.
—¿Cómo se atreve entrar en mi casa con
esos canallas? Nada más y nada menos que con un fotógrafo, por Dios...
—Me he atrevido, señor Kim, porque una
persona a la que quiero mucho está en el hospital y necesita ayuda, necesita
una ayuda que yo no le puedo dar. Por mucho que me moleste tener que venir
hasta aquí y vérmelas con una persona tan inmoral como usted, no me ha quedado
más remedio —contestó Ryeowook con amargura—. Créame cuando le digo que tengo
cosas mejores que hacer que ir por ahí entrando a escondidas casa de los demás
cuando se hace de noche. Intenté hablar con usted la semana pasada, pero no
quiso escucharme.
-No lo escuché porque no me gusta perder
el tiempo con una persona que se atreve a acusarme de cosas sin fundamento
—contestó Yesung mirándolo de arriba abajo con desdén.
Ryeowook intentó calmarse.
—Intenté pedir cita para verlo en su
despacho, pero habría sido más fácil conseguir audiencia con el Papa —le
explicó.
Yesung se rió y, en un abrir y cerrar de
ojos, le había arrebatado su bolsa y había vaciado su contenido en el suelo.
—¿Cómo se atreve... ? —se indignó Ryeowook.
Pero Yesung ya estaba rebuscando entre sus
cosas. Su cartera con poco dinero, el billete de avión hasta Seúl, su teléfono
móvil, la tarjeta de crédito.
—Lee Ryeowook... —leyó en su carné de
conducir.
Ryeowook asintió. Seguro que reconocía el
apellido. Parecía ser que no. Yesung avanzó hacia él y Ryeowook dio un paso
atrás.
—¿Y se puede saber qué demonios pretende
presentándose aquí con un billete sólo de ida? ¿Acaso creía que todo le iba a
salir bien y que iba a volver a su casa en mi avión privado? ¿Acaso el plan era
seducirme y quedarse embarazado de verdad?
OMG
ResponderEliminarWookie~
Que carajos haces...y que le paso a Hae~
No me digan que el mono sexoso se cree mago, hecho el polvo y desaparecio(?)
Ahhhh
Haber eso no tendi
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