Aunque el miedo le estaba
provocando sudores a Minwoo, la ira era como un carbón al rojo vivo asentado en
su interior.
—¿Cómo descubriste que he estado
en la cárcel?
—Mi jefe de seguridad empezó a
investigarte cuando te vio mover las piezas en el tablero de ajedrez. Es muy
concienzudo.
—¿Ah sí? —Minwoo alzó una ceja
mostrando su desacuerdo—. Yo diría que resultó una salida muy fácil…
—Kim Taehoon no trabaja así
—aseveró Hyungsik—. Fue policía.
—¡Mejor aún! —Minwoo dejó escapar
una risa amarga—. Vio que tenía antecedentes penales y con eso bastó, ¿verdad?
¡Investigación concluida!
—¿Estás negando que robaste el
reloj?
—Sí, pero es obvio que no me crees
y no tengo forma de demostrar mi inocencia. Es obvio que hay un ladrón en tu
oficina. Puede que sea alguien vestido de ejecutivo, alguien que se rindió a la
tentación, incluso alguien que quería correr un riesgo. Los ladrones son de
todo tamaño y condición.
Aprovechándose de su puesto como
cuidador y acompañante, había abusado de la confianza de una anciana inválida y
le había robado sistemáticamente durante varios meses. Había sido condenado por
el robo del único artículo que encontraron en su posesión, pero sin duda era el
responsable del robo y venta de otras muchas valiosas antigüedades que habían
desaparecido mientras trabajó en la casa.
—No necesito que me digas lo obvio
—respondió Hyungsik con sequedad—. En este caso, estoy seguro de tener ante mí
al culpable.
—Pero tú siempre estás seguro de
todo —Minwoo movió la cabeza lentamente.
Comprendió que estaba en estado de
shock. En unos pocos minutos, él había destrozado su recién adquirida confianza
en sí mismo. Lo había tentado a dejar la seguridad de su vida rutinaria para
luego amenazar con destrozarle. Lo odió por ello. Lo odió por la arrogante
seguridad que le convencía de tener la razón y negársela. Se odiaba a sí mismo
por haber creído, siquiera un segundo, que podía aspirar a salir con un tipo
como él. Se había comportado como un idiota, como si aún creyera en cuentos de
hadas. Había bajado sus mecanismos de defensa al ponerse esa bonita ropa.
Mezclado con la ira y el miedo, convivía un intenso sentimiento de humillación.
—Hablemos claramente. Quiero saber
qué hiciste con el reloj —repitió Hyungsik con dureza—. Y no me hagas perder el
tiempo con lágrimas o pataletas. Conmigo no funcionan.
Minwoo sintió un escalofrío helado
recorrer su espalda al registrar la cruel falta de emoción de sus bellas y
afiladas facciones. Nunca escucharía su versión de la injusticia que había
sufrido… no tendría ni la fe ni la paciencia necesarias. No tenía tiempo para él
ni para sus explicaciones, veía las cosas en blanco y negro. Desde su punto de
vista, era un ladrón convicto y, por mucho que hubiera cumplido su condena, no
iba a concederle el beneficio de la duda.
—No me lo llevé, así que no sé
dónde pretendes llegar con esto. No tengo la información que buscas.
—Entonces te entregaré a la
policía —afirmó él, implacable.
Minwoo sólo pudo pensar en la
amenaza de volver a prisión. Durante un segundo, volvió a estar en una celda,
con interminables horas vacías que llenar, sin ninguna ocupación o intimidad.
Volvió a sentir las garras de la impotencia, la desesperación y el miedo. La
cicatriz que lucía en la espalda pareció abrirse de nuevo. Unas gotas de sudor
se formaron sobre su labio superior y se le puso la piel de gallina. A
diferencia del hijo de Joonyoung, que nunca había regresado a casa, Minwoo
había aguantado y había sobrevivido. Pero la perspectiva de tener que pasar por
eso una segunda vez, perdiendo su libertad y dignidad, era insoportable.
—No quiero eso —admitió, con un
hilo de voz.
—Yo tampoco —le confió Hyungsik—.
Tener que admitir que me tiré al limpiador sería de mal gusto.
Los músculos de su rostro se
tensaron al oír el insulto, mientras que su cerebro lo descartaba como
irrelevante. Su mente buscaba frenéticamente una solución que le disuadiera de
involucrar a la policía. Pero sólo algo inusual convencería a Park Hyungsik. Le
gustaba el peligro, el riesgo y competir.
—Si consigo ganarte una partida de
ajedrez esta noche, me dejarás marchar —Minwoo le lanzó la propuesta antes de
perder el coraje.
Ese súbito cambió de actitud pilló
a Hyungsik por sorpresa. Con esa sola frase había admitido su culpabilidad como
ladrón y había regateado con él para obtener su libertad. Pero lo había hecho
sin disculparse ni dar explicaciones. Su audacia le gustó.
—¿Estás retándome?
Sus ojos brillaban con desafío,
pero por dentro era un caos de pánico e inseguridad porque sabía que estaba
luchando por la posibilidad de evitar que su vida se derrumbara de nuevo.
—¿Por qué no?
—¿Qué gano yo? ¿Una buena partida?
—protestó Hyungsik—. Ese reloj valía al menos cuarenta mil libras. Pones un
precio muy alto a tu capacidad de entretenerme.
Minwoo sintió consternación al oír
eso. Cuarenta mil libras. No se le había ocurrido que el objeto desaparecido
pudiera ser tan valioso. Su aprensión se disparó.
—Tú decides.
—Si pierdes, quiero que me
devuelvas el reloj —dijo Hyungsik con voz sardónica—. O, al menos, que me digas
qué hiciste con él.
Como volvía a pedirle algo
imposible, Minwoo tuvo cuidado de no encontrarse con sus astutos ojos. Pero que
aceptara tácitamente el reto hizo que la adrenalina volviera a surcar sus
venas, relajando la tensión de su espalda y extremidades. Fuera como fuera,
tenía que ganarle. Si perdía, volvería a estar donde había empezado, con la
desventaja añadida de que se enfurecería cuando no pudiera proporcionarle ni el
reloj ni la información necesaria para recuperarlo.
—De acuerdo —aceptó Minwoo,
dispuesto a simular que podía cumplir su parte del trato, dado que no tenía
otra opción.
—Y creo que, sea cual sea el
resultado, debería recibir una dosis del mejor entretenimiento que puedes
ofrecer, dulce mío —murmuró Hyungsik, alzando el teléfono para pedir que le
llevaran un tablero de ajedrez.
—¿Disculpa? —Minwoo arqueó las
finas cejas.
Hyungsik le lanzó una mirada de
admiración.
—Terminaremos el concurso en la
cama.
Minwoo se puso rígido y sus altos
y anchos pómulos se tiñeron de rojo con una oleada de furia. Lo destrozó esa
exigencia, pues la consideraba totalmente injusta.
—¿Independientemente de quién gane?
—Yo tengo que recibir algún
beneficio adicional.
Minwoo clavó la mirada en la
preciosa vista que ofrecía la ventana más cercana y pensó en las vistas que
tendría en una celda. Se le encogió el estómago al comprender quién tenía el
poder verdadero. Hyungsik sostenía el látigo y él sólo contaba con su
inteligencia.
—De acuerdo —aceptó.
Un criado apareció con una caja de
madera antigua y dispuso un tablero con elegantes piezas talladas. Una
sirvienta llegó con una bandeja de refrescos. Minwoo se sentó. Aunque no había
comido nada desde el almuerzo, rechazó la oferta de una bebida y de los
tentadores canapés que la acompañaban.
Todo era tan civilizado que estuvo
a punto de echarse a reír. A primera vista parecía una invitada de honor, pero
sabía que tendría que jugar por su supervivencia.
Hyungsik alzó un peón blanco y uno
negro y los escondió a su espalda antes de ofrecerle las manos cerradas. Minwoo
eligió y ganó las piezas blancas. Se dijo que era un buen augurio y se
concentró al máximo. Perdió la noción del tiempo y se fijó únicamente en las
combinaciones que ofrecía el tablero. Él era un jugador agresivo, que avanzaba
sin pausa. Pero su estrategia era más intrincada. Dejó que capturase su alfil y
después colocó el caballo junto al de él.
—Jaque —susurró suavemente y poco
después atrapó a su rey.
—Jaque mate —concedió Hyungsik,
asombrado por su brillantez y molesto porque hubiera ocultado la magnitud de su
destreza en las dos partidas anteriores.
Minwoo tomó aire lentamente. Había
terminado; estaba a salvo. Tenía la piel húmeda por la tensión y la adrenalina
seguía surcando sus venas. Apartó la silla y se puso en pie.
—La última vez que jugamos hiciste
tablas a propósito —condenó Hyungsik, levantándose también.
—Tal vez fuera mi manera de flirtear
contigo —Minwoo irguió la cabeza—. A los hombres no les gusta perder, ¿no?
—Algunos prefieren un reto —dijo
Hyungsik.
—Pero tú no eres uno de ellos —se
atrevió a decir Minwoo con desprecio—. En tu pasado ha habido un increíble
número de jóvenes guapos de cabeza vacía.
—Me servían para lo que quería
—contestó Hyungsik sin inmutarse—.¿Es éste el auténtico Ha Minwoo? ¿O hay algún otro esperando a
aparecer? Eres un cúmulo de contradicciones sorprendentes.
Molesto porque él no hubiera
reaccionado con enfado a su insulto, Minwoo mantuvo el control.
—¿Eso crees?
—Limpiador, cuando podías ser
modelo. Virgen, jugador de ajedrez digno de formar parte del equipo olímpico, y
ladrón —Hyungsik alzó una mano e introdujo los dedos en la espesa melena ámbar
y cobre—. No me gusta lo que eres, pero me fascinas, cara.
Acarició la piel de debajo de su
oreja con el pulgar y Minwoo se estremeció. Estaba tan cerca que captaba el
aroma de su colonia, una fragancia que ya le resultaba familiar y excitante. La
proximidad de su cuerpo fuerte y ágil era imposible de ignorar. Su boca conocía
su sabor. Su cuerpo recordaba y ya estaba deseando revivir la experiencia.
Empezó a faltarle el aliento mientras luchaba contra el traicionero demonio de
su propia sensualidad.
Él inclinó su cabeza hacia atrás.
Despiadados ojos oscuros asaltaron los suyos, capturándolos.
—Tú te quedas con el reloj… y esta
noche yo me quedo contigo —le recordó con crueldad—. Pero no quiero a un mártir
en mi cama.
Minwoo no tenía ninguna intención
de hacerse la víctima y era demasiado orgulloso para intentar volver a razonar
con él. Sabía cómo funcionaba él. Si había dominado el tablero de ajedrez, él
dominaría en el dormitorio. Había aceptado el trato y no iba a dejarse llevar
por sus emociones: era más duro que eso. La vida había vuelto a irle mal, pero
conseguiría manejarla igual que había hecho la vez anterior. Él agarró una de
sus manos y lo condujo al vestíbulo y luego por un pasillo.
El dormitorio principal daba a una
gran terraza. Le costaba creer que pudiera haber algo tan bonito tantas plantas
por encima del nivel de la calle. Se centró en mirarlo mientras él lo desvestía.
Con el corazón desbocado, observó su reflejo en el ventanal iluminado por el
sol. Él inclinó la cabeza oscura y posó su experta boca en su omoplato.
Encontró un punto cuya existencia desconocía y provocó un escalofrío de placer
que le recorrió de arriba abajo.
—No quiero a alguien que se
comporte como un exquisito autómata—Hyungsik rió con suavidad—. Te quiero bien
despierto, delizia mia.
—¿Qué significan esas palabras?
—susurró.
—«Mi delicia», y es lo que eres.
Desde que me marché de Seúl, me han asaltado sueños inventivos en los que eras el
protagonista —le confió él.
—Entonces, ¿qué fuera un ladrón no
supuso ninguna diferencia para ti?
Él se tensó a su espalda. Le hizo
girar para que lo mirara y clavó sus amenazadores ojos oscuros en él.
Pero Minwoo no se inmutó por esa
silenciosa censura. De hecho, lo que más le provocaba era la ira contenida que
percibía en él, sometida a un control férreo.
—Eres más sensible de lo que
pensaba —le dijo.
—¿Es que no tienes vergüenza?
—exigió él.
—¿Te avergüenzas tú de estar
utilizando tu poder sobre mí para volver a llevarme a la cama?
Hyungsik le lanzó una mirada fulminante
y después lo sorprendió con una carcajada.
—No —concedió, divertido—. Pero,
¿por qué iba a hacerlo? Me deseas tanto como yo a ti.
—¿No es eso lo que se dicen
siempre los hombres para alimentar su ego? —su voz tembló al final cuando lo alzó
en vilo.
En respuesta, Hyungsik inclinó su
arrogante cabeza y lo besó. La caricia de su lengua en el paladar hizo que se
estremeciera. El deseo estalló en su interior. Lo deseaba, pero odiaba desearlo
y se negaba a sucumbir a su deseo. Al notar que se tensaba, él le atrajo más y
lamió sus labios con una dulzura tan inesperada que Minwoo se quedó
transfigurado. A eso siguió un inquietante asalto pasional que encendió chispas
de fuego en sus venas. Con un gemido ronco que sonó en lo más profundo de su
garganta, cerró sus dedos en su pequeño montículo. A Minwoo empezaron a
temblarle las piernas.
—Tú también me deseas —afirmó
Hyungsik contra su boca—. Admítelo.
—¡No! —con ojos brillantes, se
liberó de él.
—¿A pesar de que podría convenirte
agradarme? —insistió Hyungsik con voz sedosa.
—Conseguirás una noche y eso es
todo… ¡no volverás a acercarte a mí! —siseó Minwoo como un gato furioso—. ¿Lo
entiendes?
—Lo entiendo, delizia mia —entonó
Hyungsik, alzándolo en brazos para llevarlo a la cama—. Que lo acepte o no es
otra cuestión. Me disgusta hacer lo que otras personas me ordenan.
—Eso no es nada nuevo —al descubrirse
sobre la cama, cubierto sólo con su ropa interior, Minwoo se calmó. Incómodo
con su desnudez, lanzó una mirada de horror a las soleadas ventanas—. Por Dios
santo, ¡cierra las cortinas!
Divertido por ese súbito cambio de
frialdad a pánico, Hyungsik pulsó un botón y luego otro que encendió las luces.
Se quitó la chaqueta y la corbata mientras la observaba con mirada de
depredador. Sus bellos ojos denotaban inquietud y tenía el pelo revuelto. Su
magnetismo era innegable, sobre su cama resultaba tan inusual y exótica como un
tigre paseando por un salón.
Minwoo se sentía inquieto bajo su
escrutinio, y se giró para ocultar sus senos desnudos. Le molestaba su timidez,
porque la veía como una debilidad más y su conciencia ya estaba protestando. Le
había devuelto el beso con más que tolerancia. No entendía cómo podía responder
con tanto entusiasmo a un hombre al que odiaba. Por otro lado, era una suerte
poder hacerlo, pero no entendía el por qué.
—Madre mía —Hyungsik miraba con
horror la cicatriz que mancillaba la blanca piel de su espalda—. ¿Qué diablos
te ocurrió?
Cuando Minwoo comprendió lo que
había llamado su atención, se apoyó en la almohada para ocultar esa parte de su
cuerpo. La mortificaba que hubiera visto la fea evidencia del ataque que había
sufrido tres años antes.
—Nada…
—Eso no es nada…
—Pero no tengo que hablar de ello
si no quiero —sus vividos ojos se habían velado y su esbelto cuerpo estaba
tenso.
Hyungsik se acercó a la cama en
calzoncillos. Era alto y viril y sus fuertes músculos cubrían un cuerpo de
atleta.
—¿Siempre estás tan dispuesto a
batallar?
—Si no te gusta, envíame a mi
casa.
Hyungsik la miró con la
agresividad de un cazador. Ella se quedó hechizada. Él curvó los dedos
alrededor de su cuello.
—Tal vez podría llegar a gustarme
pelear, delizia mía —ronroneó, acercando la promesa de su sensual boca a sus
labios.
Minwoo tenía los nervios
desbocados; estaba rígido. Pero el beso fue una provocación que seducía y
prometía mucho más. Su sabor lo embriagaba pero luchó contra esa verdad,
empeñado en someterse a sus atenciones sin corresponderle. Masajeó las puntas
aterciopeladas hasta que se convirtieron en capullos rosados. Sentía dardos de
sensaciones exquisitas, pero siguió intentando resistirse a su destreza sexual.
Hyungsik lo estrechó entre sus brazos
para combatir su resistencia. Había más urgencia que paciencia en la posesiva
caricia de sus manos. Más exigencia en la pasión ardiente de su boca. Minwoo se
debatió bajo el asalto de su creciente ardor. Por más que intentaba mantenerse
alejado, estaba volviendo a crear en él esa tormenta de pasión en la que el
orgullo no tenía lugar y sólo regía el deseo.
—Tú también me deseas —le dijo
él—. Es recíproco. Lo vi la primera vez que me miraste.
Minwoo bajó las pestañas para
ocultar sus ojos. No iba a contestar, pero era impotente para controlar el
deseo que había provocado en él. Estaba clavando los dedos en sus anchos y
morenos hombros. El aroma de su piel lo hechizaba. Él había quedado grabado en
sus sentidos en su primer encuentro y la asombrosa fuerza de esa unión lo asustaba
y enfurecía, pero también lo excitaba.
—Eres muy testarudo —gruñó
Hyungsik.
—¡No estoy aquí para halagar a tu
ego! —declaró Minwoo.
Él abrió sus labios con fuerza
devoradora y le castigó con placer. Cada átomo de su cuerpo reaccionó en
respuesta. Trazó un camino erótico por todo su cuerpo, deteniéndose en los
pezones rosados y explorando con buscando los puntos más sensibles de su
cuerpo. Poco después, notó el tronar de los latidos de su corazón en los oídos
y el deseo se convirtió en anhelo. Sus caricias le estaban atormentando hasta
un punto insoportable.
—Hyungsik…
—Di «por favor» —le urgió él.
—¡No! —apretó los dientes.
—Algún día te haré decir «por
favor» —amenazó él.
Pero Minwoo no lo escuchaba.
Temblando de deseo, lo atraía hacia él. Hyungsik, impaciente y listo, no necesitó
más. Se deslizó entre sus muslos y lo penetró con fuerza y ardor. Gritó al
sentir su invasión. Lo había excitado hasta crear en él un hambre irresistible
y había llegado el momento del delirante placer.
Era algo glorioso y su capacidad
de disfrute no tenía límites. La apasionada intensidad de él le volvió loco de
excitación. La sensación se convirtió en una dulce agonía hasta qué lo llevó
hasta la tumultuosa cima de un estallido liberador.
Siguió un momento intemporal de
puro éxtasis y júbilo. En las sensuales y deliciosas oleadas que lo siguieron,
se sintió muy cerca de él, transformado y en paz. Después, su cerebro volvió a
entrar en acción y borró esas agradables emociones. Recordó cómo eran las cosas
entre ellos en realidad y se sintió airado, mortificado y llena de amargura. Al
percibir que su dolor estaba a punto de aflorar, lo aplastó de raíz y se apartó
de él con un fiero gesto de rechazo.
—¿Puedo irme ya? —preguntó,
escurriéndose hasta el otro extremo de la cama y bajando las piernas al suelo,
con una prisa por marcharse que decía más que mil palabras—. ¿O vas a insistir
en que me quede toda la noche?
Hyungsik estaba acostumbrado a jóvenes
que expresaban cumplidos y comentarios salaces después de compartir su
intimidad. La actitud de Minwoo le pareció ofensiva.
Minwoo no esperó una respuesta. Se
levantó rápidamente y lo asaltó una inesperada oleada de mareo. La habitación se
inclinó antes sus ojos y tuvo la sensación de que el suelo se elevaba hacia él.
Con el rostro húmedo de sudor, se tambaleó y volvió a dejarse caer en la cama.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
Minwoo luchaba contra las náuseas
y respiraba profunda y lentamente, intentando despejarse la cabeza.
—Puede que me haya levantado
demasiado rápido.
—Túmbate —Hyungsik lo aplastó
contra la cama—. He creído que ibas a desmayarte.
—Hace horas que no como. Eso es lo
único que pasa —masculló, sintiéndose como un tonto por haber estropeado así su
gran salida—. Estaré bien dentro de un minuto.
—Pediré comida —Hyungsik utilizó
el teléfono que había junto a la cama y empezó a vestirse.
—Sólo quiero irme a casa —dijo
Minwoo, sin mirarlo.
—En cuanto hayas comido algo y te
encuentres mejor —dijo Hyungsik con escrupulosa cortesía y rostro sombrío.
Atenazado por una sobrecogedora
fatiga, tan poco familiar para él como el mareo, Minwoo tragó saliva y no dijo
nada. Sabía que no iba a encontrarse mejor en mucho tiempo. Hyungsik le había
destruido su paz mental y devastado su orgullo. ¿Y si su peor miedo se hacía
realidad y estaba embarazado? ¿Embarazado de un hombre a quien odiaba más que a
un veneno?
A la mañana siguiente, Minwoo se
despertó sintiéndose mareado otra vez. Aunque le daba miedo utilizar la prueba
de embarazo que había comprado demasiado pronto y desperdiciarla, sus nervios
no soportaban la idea de esperar más. Lo conmocionó que se tardara tan poco
tiempo en realizar una prueba que tenía una importancia desmesurada en su vida.
Pocos minutos después tenía el resultado que había temido: iba a tener un bebé.
Su estómago se contrajo con pánico y náuseas y tuvo que correr al cuarto de
baño. Después de eso, ni siquiera se sintió capaz de mordisquear una tostada.
Por su parte, Hyungsik tampoco
había empezado el día nada bien. Acababa de llegar al edificio Hwarang cuando
su asistente ejecutivo, Heecheol, y su jefe de seguridad, solicitaron una
reunión urgente.
Heecheol puso sobre el escritorio
el reloj que Hyungsik no había contado con ver de nuevo.
—Lo siento mucho, señor. Estoy
desolado por esto. Vine a la oficina a primera hora el día que me iba de
vacaciones, porque quería comprobar que no había dejado ningún asunto
pendiente. Vi su reloj en el suelo del despacho y lo guardé bajo llave en un
cajón de mi escritorio…
—¿Tú encontraste mi reloj?
—interrumpió Hyungsik, incrédulo—. ¿Y no dijiste nada?
—Tenía prisa por marcharme. Aún no
había nadie aquí. Envié un correo electrónico a otro miembro del equipo, para
informarle de dónde estaba el reloj, pero es obvio que no leyó el mensaje —explicó
el joven con desaliento—. Cuando me reincorporé esta mañana, alguien mencionó
que su reloj había desaparecido y que todos creían que había sido robado.
Entonces me di cuenta de que nadie sabía lo ocurrido.
Esa mañana, Minwoo no pudo evitar
fijarse en todos los jóvenes embarazados que veía, y le sorprendió lo numerosas
que eran. Aunque aún no había digerido la realidad de su situación, sabía que
el pánico lo asaltaría. Se dijo que si otros jóvenes eran capaces de
enfrentarse a embarazos no planificados, él también lo sería.
Tenía que considerar todas sus
opciones y mantener la calma. Pero si decidía ser appa soltero, no podría salir
adelante sin ayuda financiera, la de él. Esa denigrante perspectiva le
inspiraba un intenso desagrado. No podía olvidar el comentario de Park Hyungsik
sobre el que tener un hijo suyo fuera «una lucrativa opción de estilo de vida».
—Una llamada para ti —le dijo su
compañera de recepción.
—¿Por qué no contestas al móvil?
—preguntó Hyungsik. El zumbido grave de su voz lo dejó paralizado.
—No está permitido atender
llamadas personales. Siento no poder hablar contigo —dijo Minwoo, cortando la
comunicación, furioso porque se hubiera atrevido a llamarlo. Por lo visto su
arrogancia no tenía límites. Parecía incapaz de aceptar que no quería tener
nada que ver con él. La noche anterior, le había dejado en paz para que se
vistiera y comiera algo. Había vuelto a casa en la limusina y llorado hasta
dormirse. Era obvio que tendría que hablar con él antes o después, pero en ese
momento «después» le parecía una opción mucho más llevadera.
A media mañana, llegó un
espectacular arreglo floral para él. Minwoo abrió el sobre y sólo había una
tarjeta con las iniciales de Hyungsik. Se preguntó por qué lo llamaba y enviaba
flores. Incómodo por el interés que provocaba el extravagante jarrón de lirios,
intentó devolvérselo al repartidor.
—Disculpe, pero no lo quiero…
—Eso no es problema mío —dijo él,
y se marchó.
Una hora después, Hyungsik volvió
a telefonear, pero rechazó la llamada. A mediodía, su supervisora la llevó a un
lado y le habló en voz baja.
—Puedes tomarte tiempo extra para
el almuerzo. De hecho, puedes tomarte el resto del día libre si quieres.
—¿Por qué? —Minwoo la miró
atónita.
—El jefe ha recibido una petición
especial del director ejecutivo. Creo que el chofer del señor Park te está
esperando fuera.
Minwoo se puso rojo como la grana.
Deseó que se lo tragara la tierra. Pero cuando abrió los labios para decir que
no quería ver a Hyungsik ni tenía ningún deseo de recibir un tratamiento
especial, la mujer se alejó, obviamente incómoda. Minwoo, colérico y
avergonzado, pensó que Hyungsik era tan sutil como un pulpo en un garaje,
mientras se encogía ante las miradas de reojo y susurros que acompañaron su
salida de la oficina.
Siseando de resentimiento, Minwoo
subió al Mercedes que lo esperaba. Se preguntó si debía decirle que estaba
embarazado o sería mejor analizar sus propios sentimientos antes de darle la
noticia.
Quince minutos después, estuvo
ante la entrada de un hotel muy exclusivo. Un portero de librea lo guió al
interior. Uno de los guardaespaldas de Hyungsik lo recibió en el vestíbulo y lo
escoltó al ascensor. Entró en una sala de recepción casi palaciega.
Hyungsik entró desde el balcón y
se detuvo. En cuanto a entradas, fue digna de un premio, porque era un hombre
espectacular. El corazón le dio un vuelco y se quedó sin aire.
Independientemente de lo que opinara de Hyungsik, su impacto físico en él no
disminuía. Su respuesta a él era involuntaria e incontrolable. Lo miró y supo
que lo miraría una y otra vez. Era como si un rebelde sexto sentido que había
desconocido poseer hubiera forjado un vínculo permanente con él.
Yay no!!
ResponderEliminarQue lo haga sufrir!!!
Lo tildo de ladrón!!!
Ahhh no lo perdones!!!!!
Ahhhhh QUE Sufra
Ummm pobre Min, 😣 desafortunadamente su pasado no lo deja en paz y para sobrevivir tiene que aceptar cosas que no ha hecho...
ResponderEliminaru
Jajajajajaja a Hyun el saber que será padre creo que será un golpe fuerte.
Gracias por el capitulo