¿Por qué no podían los Sasaengs disfrutar en
una encantadora y abierta playa o quizás incluso al acecho de un misterioso
bosque? Al menos de esa manera no habría toneladas de suciedad y piedra sobre
su cabeza cerniéndose sobre él. Eso haría su trabajo mucho más fácil.
Leeteuk reforzó su resolución y tiró
del poder de Kangin. Ahora era más fácil de lo que había sido, lo cual le hacía
pensar que él debía estar acercándose. Había sentido el momento en el que el
truco del sueño había fallado y supo que estaba enfadado y venía directo a él.
Llevaba dos horas de adelanto, y rogó que eso fuera bastante.
Recordó a Kangin diciéndole que los Sasaengs
serían capaces de verlo por lo que era ahora, y la idea de entrar en esa
cueva, brillando intensamente como un faro, no le sentaba bien. Así que
experimentó con hacerse invisible, al igual que la espada de Kangin.
Intentó hacer el cuerpo transparente,
pero no funcionó y dolía como el infierno, así que en lugar de eso, urgió la
luz a flotar alrededor de él, algo que lo camuflaba, y parecía funcionar
bastante bien. Comprobó su reflejo en el retrovisor de la furgoneta y todo lo
que vio fue un punto dudoso donde debería estar su cabeza. Parecía como el calor
que se veía apagado en pavimento a cierta distancia, pero en la oscura cueva, quizás
fuera bastante para ocultarse a sí misma. Ciertamente esperaba que así fuese.
Cogió el localizador del monstruo y
una llave de tuercas de la parte de atrás de la furgoneta, sólo por si acaso, y lo
ocultó en los árboles cerca de la cueva. El sol se iba a poner en cualquier
minuto, y no quería estar en el camino de todos esos Synestryn que salieran de
caza.
Además, allí quizás había murciélagos,
lo cual era mejor no pensar. Cambió a visión nocturna y a súper oído y observó
como un enjambre de monstruos salían a raudales de la cueva, gruñendo,
chasqueando y aullando.
Estaba seguro que el latido de su
corazón lo delataría y rogó que todo el ruido que hacían ellos cubriera el sonido.
Contuvo la respiración y se imaginó empujando el aire de modo que su olor se
alejara de los monstruos.
Una ligera brisa refrescó el sudor de
su piel.
Un par de brillantes ojos verdes lo
hicieron saltar de su camino y el sgath oleó el aire como si lo detectara. Este
inclinó la peluda cabeza de lobo de lado, confuso y después de un momento, se limitó a
seguir al resto de la manada.
Estaba temblando tan fuerte que le
dolían los músculos y tuvo que hacer un consciente esfuerzo para relajar la
mandíbula.
El último monstruo se había ido varios
minutos antes de que encontrara el valor para moverse a la boca de la cueva. La
entrada era pequeña y tuvo que agacharse para entrar. Su ensalzada visión hizo
que el interior pareciera tan brillante como si fuese de día, pero podía sentir
la opresiva oscuridad aferrándose a su piel, consumiendo su resolución.
Al contrario que en la mina, no había
túneles que fueran en diferentes direcciones. La cueva se abría en un largo y
estrecho agujero que se ensanchaba en una cámara más grande. Era fácilmente de
unos treinta metros y medio de alto por seis metros de largo.
La humedad y el olor de minerales en
el aire lo hacían pesado, con el olor de los animales en descomposición de los Sasaengs.
En la distancia, podía oír el constante goteo del agua y el húmedo gorjeo de
una kajmela.
Dos de ellas, de hecho. Y se estaban
dirigiendo directamente hacia él.
Su invisibilidad había funcionado
bastante bien sobre las cosas con ojos, pero las kajmelas no tenían. De alguna manera
detectaron su presencia.
Dejó caer la invisibilidad para
conservar el poder, entonces volvió la visión al nivel de rayos x y con bastante
seguridad, dentro de la kajmela más grande estaba la espada de Kang junto con
algunas de las otras cosas que se parecían sospechosamente a huesos humanos en
los que no quería pensar.
La empuñadura estaba corroída y
agujereada, pero la hoja era prístina y misteriosamente afilada.
Lo que quiera que tuviera el ácido de
la kajmelas, no podía dañar la hoja de los Suju.
Fuego.
La palabra destelló en su cabeza,
aunque si era idea suya o de Kangin, no podía decirlo. De todos modos, le dejó
aterrado, sudando y tembloroso.
Sintió a Kangin acercándose, sintió su
rabia y la sensación de traición por que le hubiese dejado.
Lo había hecho por él, y todas sus
nobles intenciones se irían al traste si no conseguía recuperar esa espada y
liberarle de él antes de que llegase aquí.
Leeteuk oyó la voz de Sunny sonando
claramente en su mente. Si intentas luchar con los Sasaengs al lado de Kangin sin
la habilidad de llamar al fuego, entonces Kangin morirá.
No podía dejar que eso sucediera.
La kajmela se adelantó, exudando
lentamente sobre el suelo de la cueva. El fuego era la única cosa que podía
detenerlos.
Intentó hacer a un lado su temor al
fuego, pero éste había sido su compañero por demasiado tiempo, no podía recordar
vivir sin ello. Era parte de él. Irracional.
Incontrolable. Iba a matar a Kangin.
Levantó la mano hacia la kajmela y
fingió que no estaba asustado. Cerró los ojos y reunió el poder de Kangin en su
interior. Recordó lo que había visto hacer a Changmin y se obligó a si mismo a
imitar ese espantoso acto de llamar al fuego. El calor se construyó en su
pecho, haciendo difícil el respirar. Tenía que librarse del calor antes de que
le matara, así que intentó empujarlo a través de las yemas de los dedos. Oyó un
chisporroteante sonido y abrió los ojos para ver las yemas ennegrecidas. El
ardiente dolor lo golpeó entonces y un sollozo se desgarró en su cuerpo.
Empujó con más fuerza, intentando
conducir el chamuscante calor fuera de él, pero no salió fuego alguno. Ni
siquiera una chispa.
Oyó las profundas voces masculinas
acercándose. Estaba aquí. E iba a morir si no hacía algo para detener esto.
Tiró con fuerza del poder de Kangin y
dejó que le llenara incluso más. La presión se construyó dentro de él y la banda
alrededor de la garganta se calentó bajo la tensión de controlar tanta energía.
Sentía hervir su interior y la piel debajo de la luceria empezaba a
chisporrotear.
El olor de la carne quemada llenó su
nariz, dándole arcadas.
—¡Leeteuk! —Gritó Kangin.
Las kajmelas vacilaron cuando
sintieron una nueva presa.
Más energía le llenó, estirándolo,
machacando sus órganos hasta que el dolor amenazó con derribarlo. Tenía todo el
poder que necesitaba para freír esas kajmelas en un charco grasiento, pero no
podía encontrar el valor para dejarlo salir en forma de fuego. Los instintos le
gritaban que era el momento de su visión.
Kangin entró en su campo visual,
seguido de cerca por otros hombres, pero no podía verlos claramente.
Sus ojos ardieron y sintió como si
salieran disparados de su cabeza por la enorme presión dentro suyo, pero se obligó a
mirar a Kangin.
Su espada estaba desenvainada,
brillando con la necesidad de violencia. El rostro era una máscara de dolor y rabia, y
los ojos brillaban con furioso oro cuando se encontraron con los suyos. Su cuerpo
dispuesto a golpear, fuerte y sólido y diseñado para darle tanto placer. Sólo mirarle
ya era un disfrute para él.
Lo amaba.
Ya no podía negarlo más, nada de hacer
esos pensamientos a un lado hasta que las cosas se calmaran. No tenía
tiempo. Podía sentir el poder de su amor por él instándolo a actuar.
Sunny le había dicho que dejara que su
amor por Kangin fuera su guía, y lo haría. Su último acto sobre esta tierra
sería uno de valor, sacrificio y amor por Kangin. Las kajmelas se volvieron
hacia una presa más grande y lanzaron los tentáculos de aceitoso lodo hacia Kangin.
Leeteuk aceptó su destino. Lo abrazó.
Iba a arder hasta morir, pero se iba a llevar esas jodidas asquerosidades con él de
modo que no pudieran hacerle daño a nadie.
Alzó la mano hacia los monstruos,
ignorando los gritos de miedo que se deslizaban por su estómago y dejó que el
fuego viniese a él. Al principio, hubo unas lamentables ascuas de chispas en su
mano y no pudo contener un aterrado grito.
La kajmela se acercó a Kangin extendiéndose
con más velocidad de lo que había creído posible y su temor por él
superó el temor por el fuego. El poder se concentró bajando por los brazos, haciendo que
sus huesos vibraran con la fuerza de ello. Dejó escapar un áspero grito de batalla y
las llamas se dispararon de sus dedos, engullendo a ambas kajmelas en un
cilindro naranja y rojo. Un agudo grito aterrorizado y el espeso olor aceitoso
y de carne ardiendo llenaron la cueva.
Los amébicos cuerpos de las kajmelas
pulsaron y se contorsionaron mientras intentaban escapar del fuego.
Leeteuk no les dio lugar donde huir.
Extrajo más energía de Kangin y lo convirtió en llamas, quemando nuevamente a las
kajmelas.
El calor escaldó sus dedos y cuello
mientras forzaba más fuego desde su cuerpo.
Demasiado. Ahora estaba perdiendo el
control y se extendió más allá de sus dedos. Las llamas bailaron a lo largo de
su brazo, ascendiendo hasta que engulleron su cuerpo. Un desigual grito de
dolor salió de su pecho y apretó los dientes para cortar el horrible sonido.
A través de la oscilante ola de calor,
vio a Kangin luchando contra el agarre de sus amigos, que lo retenían. Estaba
gritando algo, pero no podía entender las palabras, no podía oír por encima del
rugido hambriento del fuego consumiéndolo.
Los segundos se deslizaron en
agonizante lentitud. Había perdido el control sobre el poder. No podía dejar de
gritar, ni podía hacer nada para detener todo ese ardiente poder.
El sonido de sus gritos se decoloró en
un ronco eco de dolor que no podría silenciarlo.
Nada funcionaba en su interior.
El flujo de energía de Kangin se apagó
repentinamente, pero el fuego todavía ardía. Intentó recordar qué hacer para
detenerlo, pero su cerebro no podía funcionar con tanto dolor.
Entonces Kangin estaba allí, justo
frente a él con la espada de Kang en las manos, el pecho desnudo y la camiseta
enrollada alrededor de la humeante empuñadura. Podía ver las facciones de Kangin
a través de las llamas, ver las lágrimas corriendo por las mejillas. Y estaba
sonriendo, dándole esa orgullosa sonrisa que había visto demasiadas veces en su
vida como para contarlas, la que significaba su muerte.
Kangin estaba a salvo. Tenía la espada
de Kang. Todo había terminado.
Leeteuk dejó que ganara el dolor. Dejó
de luchar y dejó que las llamas lo tuvieran.
Kangin cogió el cuerpo de Leeteuk cuando
se desmayó. Las mortales llamas le lamían el cuerpo quemándole, pero no le importaba.
Necesitaba sostenerlo.
—Va a estar bien, ¿verdad? —Le
preguntó a Hyungsik. La piel estaba ampollada en algunas zonas, pero las había visto
peores. Demonios, él se había sentido peor. Y Leeteuk lo había salvado con su
sangre.
—Déjame ver. —Dijo Hyungsik. Pasó las
elegantes manos sobre su cuerpo, comprobando el daño.
Kangin ya no podía hacer siquiera que
le importara que otro hombre le estuviese tocando. Estaba demasiado agradecido
de que hubiese sobrevivido.
—Las heridas son superficiales, pero
no debería haber tenido ninguna —dijo Hyungsik —. ¿Qué fue mal? ¿Por qué sus
instintos no evitaron que el fuego le quemara?
Kangin le apartó el pelo de la cara. Lo
amaba tanto que hacía que le doliera el pecho. Casi lo pierde.
—Estaba asustado. Quizás eso cortó sus
instintos de auto conservación.
—No pensé que hubiese sido capaz de
llamar al fuego —Hyungsik colocó las manos sobre la coronilla de Leeteuk durante
un largo momento y entonces los ojos se abrieron con sorpresa. Tragó con
fuerza, pareciendo un poco enfermo.
—¿Qué? —Exigió Kangin
Hyungsik tenía la cara demasiado
pálida y le temblaban las manos.
—Está, uh… —la voz se desvaneció,
mirando a Leeteuk en estado de shock. Tomó a Hyungsik por el cuello y le dio
una fuerte sacudida. El dolor se extendió por su brazo, pero lo ignoró.
—¿El qué?
—Está cambiado.
Kangin sintió una nauseabunda
sensación llenándolo por completo. Los Zea no hablaban por hablar.
—Cambiado cómo.
—Esa visión que tuvo… Era para
protegerlo.
—¿De qué?
—De convertirse en lo que se suponía
que pronto tendría que ser -antes de que estuviera listo.
—¿Y qué se supone que debería ser?
—Exigió, sacudiendo a Hyungsik otra vez para conseguir que se centrara. Otra vez,
ignoró el dolor que le costó la sacudida.
Hyungsik sacudió la cabeza.
—Un arma contra los Sasaengs.
—Todos los Suju lo son —dijo, deseando
que lo de Hyungsik tuviera algo de sentido.
—No como él.
Éste no era el momento para darle
vueltas a eso.
—Solo cúralo. Toma tanta sangre como
necesites y hazle sanar.
Hyungsik asintió y volvió al trabajo.
Leeteuk despertó. Sólo eso fue
suficiente para mantenerla en silencio.
Estaba en la cama de Kangin y él lo
envolvía, sosteniéndolo como si nunca quisiera dejarle ir. Era realmente agradable.
La luz del sol entraba a través de las
ventanas, así que debió haber estado inconsciente unas pocas horas, pero
todavía no podía creer que estuviese vivo. Una silenciosa sensación de alegría le
calentó y sintió algo que no había tenido en mucho tiempo: esperanza para el futuro.
Un futuro con Kangin, si tenía suerte.
—Estás despierto —Le dijo en voz baja.
—Si. —Eso salió casi como un croar.
Kangin se movió y lo incorporó de modo
que pudiera beber de una taza que le ofrecía. Se sentía débil, pero en
absoluto herido, lo cual era una inesperada sorpresa. Un rápido escaneo de los brazos no le
mostró nada excepto la nueva y rosada piel.
—¿Qué sucedió? —Preguntó.
—Quemaste a las kajmelas como el
infierno. El fuego se salió un poco de control, pero Hyungsik te curó para dejarte
como nuevo.
Había una extraña cualidad en su voz
que hizo sonar campanas de advertencia en su cabeza. Se incorporó de modo que
pudiera recostarse contra el cabecero y poner bastante distancia entre ellos
para poder así echar un buen vistazo a Kangin.
Se veía cansado, drenado, pero eso no
es lo que le había preocupado. Había algo más. Algo que recordaba haber visto en
él la primera vez que se conocieron, un tipo de tensión poco natural irradiaba
a través de su cuerpo. Dolor.
—¿Estás herido? —Preguntó.
Llevaba un largo suéter de cuello alto
y vaqueros que ocultaban completamente su cuerpo.
Quizás había sido herido y no quería
que lo supiera. No podía pensar en otra razón por la que llevaría tanta ropa en
pleno verano.
—Tengo algunas quemaduras. Hyungsik se
ocupó también de mí. No te preocupes. —Le dedicó una cálida sonrisa y le besó
la coronilla.
Se estiró hacia él, intentando empujar
en su cabeza para descubrir que estaba mal, pero golpeó con un muro. No podía
sentir nada.
La mano ascendió a su cuello, el cual
estaba vacío.
—Se cayó.
—Sí. Encontramos la espada, ¿recuerdas?
Sí, lo recordaba, en la mezcla de
sucesos de su memoria. Él había sostenido el caliente metal utilizando su
camiseta. Había llevado su hermoso pecho desnudo y las hojas habían caído de su marca de vida
igual que nieve.
Los ojos de Leeteuk volvieron a su
pecho, ahora cubierto con algodón gris. Eso es lo que estaba ocultando.
—Quítate la camiseta —le ordenó.
Él sonrió y le dedicó un guiño, pero
podía ver las sutiles líneas de tensión alrededor de su boca.
—Estás demasiado cansado para eso
ahora mismo. Solo tiéndete y descansa.
Estaba cansado, pero no tanto como
para no luchar con él por eso.
—Sácate la maldita camiseta y déjame
ver.
Se estiró por el borde de la camiseta,
pero sus manos cogieron las suyas y las mantuvo contra el duro abdomen. Su
rostro era solemne, los ojos oscurecidos por el dolor.
—Me veo igual que lo hice antes de
conocerte.
Probablemente también se sintiera así.
—Sientes dolor.
Se encogió de hombros como si no
importara, pero al menos no había mentido.
Liberó una mano antes de que pudiera
detenerla y hurgó bajo el cuello de su suéter en busca de la luceria. Estaba
allí, alrededor de su cuello, resbaladizo y cálido por el calor de su cuerpo. La mano de Kangin
cogió la suya apartándola y él le dejó, sintiendo una pesada sensación de
pérdida.
Leeteuk miró su anillo. Éste parecía
haber vuelto a su iriscencia original, plata mezclada con demasiados colores como
para contarlos. No lo recordaba, lo cual, por alguna razón, hería sus sentimientos.
Pero no tanto como el hecho de que Kangin
no quisiera que llevara otra vez su luceria. Lo había engañado,
obligándolo a dormir y se había marchado solo tras la espada de Kang, pero lo había hecho
por su propio bien. Seguro que lo sabía. No era tan estúpido.
Hubo un ligero arrastre al otro lado
de la puerta que se dirigía a su habitación.
Sunny estaba allí de pie, hoy vestida
de rosa pálido, llevando la muñeca de ojos negros contra el pecho.
—Sunny —dijo Kangin, en tono de
sorpresa—. No te esperaba.
—Nadie lo hace —dijo la niña. Miró directamente
a Leeteuk —. Tenemos que hablar.
—Estaré justo ahí fuera. —Kangin empezó
a levantarse, pero Sunny lo detuvo con una delicada mano.
—Quédate, Suju.
Leeteuk sintió a Kangin ponerse tenso,
pero volvió a colocarse a su lado, manteniendo su mano apretada.
—¿Qué pasa?
—Leeteuk tiene algunas preguntas para
mí y quiero asegurarme de tener tiempo para responderlas antes de irme.
—¿Irte? —Preguntó Kangin —. ¿A dónde
vas a ir?
—Eso no es importante. ¿Leeteuk? ¿Tus
preguntas?
La espeluznante muchacha tenía razón. Tenía
algunas preguntas que hacer, sólo que no había estado despierto el tiempo
suficiente para pensar en ellas, hasta ahora.
—Dijiste que si no me gustaba la
visión de mi muerte, debería elegir otra. También dijiste que mi visión no
podía ser evitada.
—Y no lo fue.
—Pero no era una visión de mi muerte.
—No.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No me lo preguntaste. Sólo me
preguntaste si era real, lo cual obviamente lo era. También me preguntaste si
podías evitarla, lo cual no podías.
—¿Entonces por qué no me dijiste que
no iba a morir?
—Porque si te hubiese dicho eso,
habrías muerto. Era tu aceptación, tu voluntad de sacrificar tu propia vida por
alguien más, lo que te dio la fuerza para hacerlo. Tenía que saber que eras lo
bastante fuerte.
—¿Bastante fuerte? ¿Para qué?
—Preguntó Kangin.
El brazo de Sunny se tensó alrededor
de la muñeca por un momento, se veía igual que una asustada niña pequeña.
—Las cosas están cambiando y el
Caballero Gris no será capaz de luchar con lo que se está acercando sin ayuda. Lo único
lo suficientemente fuerte para vencer a los Sasaengs es el amor y tenía que saber
que Leeteuk tenía ese tipo de poder en su interior.
—¿Amor? —Preguntó Kangin, mirando a Leeteuk
con una expresión de esperanza.
—Deberías decírselo —dijo Sunny — Es
inseguro y necesita oír las palabras.
—No soy inseguro. —Objetó, sonando
insultado.
Sunny rodó los ojos en disgusto y
abandonó la habitación.
—Así que… —preguntó con las cejas
arqueadas—. ¿Tiene razón?
Sunny tenía razón. Estaba inseguro
acerca de su amor por él, lo cual era tan adorable que tuvo que reprimir su
sonrisa.
—Sí.
—Entonces dilo —exigió. Se volvió
agresivo y montó a horcajas sobre su regazo, acechando sobre él.
Leeteuk pensó que era demasiado mono
para expresarlo con palabras y tenía que sacarlo de su miseria.
—Te amo, Kangin.
Él dejó escapar una satisfecha
sonrisa.
—Desde hace maldito tiempo, yo
también.
—¿Qué quieres decir, con desde hace
tiempo? Te he conocido hace tres días.
Se inclinó más cerca y pudo ver las
chispas doradas en sus ojos brillando de felicidad.
—Han sucedido un montón de cosas en
estos tres días.
—Más que suficientes. —Aceptó.
—No quiero que me dejes. Te dejaré ir
si eso es lo que quieres, pero no quiero que me dejes. Nunca. —Susurró las
palabras como si le avergonzara decirlas en voz alta.
—No quiero dejarte, Kangin.
—¿Porque me amas? —Insistió él.
Asintió. Tenía la sensación de que no
iba a rendirse hasta conseguir que lo dijera nuevamente.
—Porque te amo.
—No por compasión, ¿verdad?
—No. ¿Cómo podría compadecerme de
alguien tan enorme y masculino como tú?
—Condenadamente cierto. —Dijo—. Así
que, ¿quieres llevar otra vez mi luceria?
La casual actitud le rompió el corazón
porque sabía lo mucho que le costaba. Le estaba dando todas las oportunidades
de hacerlo a un lado sin remordimientos, lo cual solo hacía que lo amara aún
más.
—La llevaré.
Kangin dio un aliviado suspiro y se
sacó la camiseta.
Una solitaria hoja colgaba del árbol y
estaba apergaminada y reseca, apenas colgando de la rama. No le extrañaba
que hubiese tenido tanto dolor. Estaba mucho peor que cuando lo conoció.
Contuvo el aliento y estiró la mano
hacia él.
—Oh, Kangin.
—Nada de lástima. —Le gruñó—.
Recuérdalo.
Leeteuk se mordió el labio inferior
para evitar que temblara.
—Nada de lástima. Sólo amor.
Se estiró y deseó que la luceria se
deslizase. La banda se deslizó de su cuello y cayó en su palma. Se la tendió y
él la cogió con manos temblorosas.
—Así que, ¿qué promesa haré esta vez?
—Preguntó Leeteuk.
—Eso sólo te incumbe a ti. Aceptaré lo
que pueda conseguir e intentaré no pedir nada más. Lo juro.
Leeteuk se revolvió el pelo.
—De acuerdo, entonces prometo llevar
la luceria y luchar a tu lado hasta que el último de los Saesang se haya ido.
—Pero eso puede ser para siempre. Y tú
eres uno de nosotros. Ahora vas a vivir por siglos, así que estarás conmigo
realmente un largo tiempo.
—Ese es el punto. A menos que creas
que te cansarás de mí.
—Diablos, no. Te amo, Leeteuk. Y ya es
demasiado tarde para que retires tu palabra. Eres mío —Cerró el collar
alrededor de su garganta y ella acogió con satisfacción el peso una vez más.
Una ráfaga de sensaciones giró en su
interior, pero todas ellas eran buenas, sobrecogedoras en su intensidad, pero
buenas. Amor por Kangin, esperanza para su futuro, resolución por mantenerlo a
salvo y a su lado para siempre.
Gruñó y tiró de él para besarlo. Leeteuk
se fundió en él, asombrada una vez más de su buena fortuna. No sólo había
obtenido una nueva vida; la pasaría con Kangin. Era el hombre más afortunado
del mundo.
Kangin se separó lo suficiente para
sonreírle con ese sexy brillo en los ojos.
—Te mostraré cuán afortunado.
Y procedió a hacer justo eso.
Tablo trató de no mostrar ningún signo
de temor mientras estaba de pie ante el gigante escritorio de piedra de su amo.
La negra superficie brillaba por la
parpadeante luz de las velas de la oficina del Señor Saesang.
Su maestro, Sooman, juntó sus pálidos
dedos. Aquellas manos parecían casi humanas, solo que ligeramente más largas y
con uñas demasiado oscuras. La cara de Sooman tenía también un aspecto muy
humano. Podía salir en público vestido sólo con un sombrero que ensombreciera
su cara y nadie sabría que no encajaba entre el ganado.
Tablo ni siquiera necesitaba el
sombrero. Mientras nadie viera sus ojos, pensarían que era completamente
humano. Había sido muy útil en más de una ocasión, y esa noche no fue la
excepción.
—Han encontrado la espada Centinela,
señor —dijo Tablo . Estaba orgulloso de que su voz no vacilara en absoluto—.
Fue una excelente distracción.
Sooman se recostó en su sillón de
cuero, sonriendo. Sus afilados dientes brillaron a la luz de las velas.
—¿La sangre pura?
—Está en la planta baja con los otros.
Todavía es lo suficientemente joven como para que haya tiempo de cambiarla
apropiadamente.
—¿Y los Centinelas?
—Se están congregando en su recinto,
preparándose para nuestro ataque, como lo planeaste. Ninguno de ellos estaba
cuidando su casa y sus padres no fueron problema. Dudo que los Centinelas
siquiera sepan que existe.
—Lo mantendremos de esa manera.
—¿Y la espada? —Preguntó Tablo.
—Dejemos que la tengan. La chica vale
la pérdida de la espada —Sooman sonrió, dejando al descubierto más de sus
afilados dientes—. Nos dará hermosos niños.
Me encanta esta saga, leerla nuevamente me encanta, ahlra a aseguir con la que sigue, esperemls que en el futuro se arregle lo de la infertibilidad para tener mini sujus
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