—No puedo perder a cualquiera de
ellos. No ahora. No tan pronto. El pobre Boom... —su garganta se apretó
mientras luchaba contra las lágrimas que no podía
dejar caer.
Le llevó varios segundos antes de que
estuviera seguro de que no lloraría.
La muerte de Boom se reprodujo en su
mente otra vez. Había extraído sus últimos recuerdos de su espada y se había
obligado a volverlos a vivir repetidas veces hasta que estuvieron grabados a
fuego en su cerebro. Había sido como un hijo para él y había muerto con
atormentado dolor.
Como tantos otros.
La mano ancha de Yunho alisó su pelo y
le miró con tanto amor en sus ojos que pensó que podría dividirse por la culpa.
Lo amaba y lo había traicionado. Todavía lo traicionaba con su
silencio, día tras día.
—Tienes que dejar de hacerte eso a ti
mismo —lo regañó suavemente—. Ninguno querría que cargaras con esos últimos
momentos de sus vidas.
¿Cómo podría explicarle que era la
única manera que conocía para evitarles morir solos? No pudo estar allí para
protegerlos. No pudo estar allí para aliviar su dolor. No pudo estar allí para
decirles cuánto los amaba, lo orgulloso que estaba. Todo lo que podía hacer era
cargar sus muertes en él para que nunca más estuvieran solos.
—Sólo estoy cansado —le dijo.
Ambos sabían que era una mentira, pero
era una con la que ambos estarían cómodos. Una con la que ambos podrían vivir.
Yunho terminó de quitarle la ropa. Sintió
un latido de deseo pulsar a través del enlace antes de que Yunho tuviera tiempo
para controlarse a sí mismo.
Nunca dejaba de asombrarle que,
después de tener a la misma pareja durante varios cientos de años, Yunho todavía
pudiera excitarse por algo tan simple como verlo desnudo. Pero, en vez de hacer
algo al respecto, Yunho subió las sábanas suaves sobre su cuerpo y lo besó en
la frente.
—Duerme, mi señor. Aclararemos qué
hacer con Leeteuk mañana.
—Voy a obligar a Sunny a verlo. Es la
única que sabrá de cualquier modo si la visión de Leeteuk es real.
La mano de Yunho se apretó en la
sábana.
—¿Crees en realidad que esa es una
buena idea? Sunny está todavía furiosa contigo, y obligándola a hacer algo sólo
empeorará las cosas entre vosotros.
Como si pudieran ponerse peores.
—¿Tienes una idea mejor?
Yunho expulsó un suspiro cansado.
—Leeteuk no está listo para Sunny. No
está, incluso, preparado para enfrentar que es uno de nosotros. No quiero
empujarle demasiado duro o demasiado rápido.
—¿Preferirías que simplemente matara al
chico?
—No puedes hacer eso —su voz fue dura,
definitiva.
—¿No crees que sea capaz de matar a un
inocente?
Yunho le dirigió una sacudida triste
de su cabeza.
—No, sé exactamente de lo que eres capaz
de hacer. Pero aún así, no lo puedes
matar. Si lo haces, matarás a Kangin también.
Está ligado a él casi permanentemente.
¿Permanentemente? No podía ser. Changmin
sintió una puñalada de miedo.
—No. Es demasiado pronto para eso. Le
deberían quedar semanas, si no meses.
—Sólo le quedan algunos días, en el
mejor de los casos.
—¿Cómo lo sabes?
—Los colores de su luceria casi se han
solidificado.
—Pero no completamente. Todavía
formaban remolinos esta noche. Lo vi por mí
mismo.
—Estabas demasiado cansado para sentir
lo que yo sentí. Ha pasado mucho tiempo desde que vi a otra pareja unida que
casi había olvidado cómo se sentía estar cerca de ellos. Hay una especie de
armonía en el aire a su alrededor.
Changmin aspiró un aliento profundo
mientras recordaba esa armonía de su juventud y comparándola con la de esta
noche.
—Tienes razón. Estaba allí. ¿Cómo
puede ser eso? No ha habido tiempo aún para que se unieran permanentemente.
Yunho encogió sus anchos hombros.
—No estoy seguro si es porque Kangin ha
esperado tanto por él o si es porque Leeteuk ya ha usado un tanto de su poder.
En todo caso, están casi vinculados. Si intentas matarlo, después de que haya
ocurrido, Kangin no sobrevivirá. De una u otra manera.
Changmin cerró los ojos contra una
oleada de pánico. No podría salvar a Kangin a menos que obligara a Leeteuk a
cooperar. Tenía que hacer algo para que eso pasara. Todos sus muchachos -su familia
adoptiva- se estaban muriendo uno a uno. Ya había perdido a todos sus hijos
biológicos. Todos los siglos pasados no habían aliviado el persistente dolor de
ver a un niño morir. Recordaba la cara de su hijito. Sus sonrisas.
Ninguno de sus bebés podría sonreír
nunca más.
Había perdido a Boom, Kang e
incontables otros. No iba a perder a Kangin, también.
Kangin esperaba encontrar a Leeteuk
dormido cuando regresó a su cámara. Estaba exhausto, razón por la cual lo había
dejado solo para empezar. Sabía que si se quedaba allí y lo ayudaba a meterse
en la cama de la forma en la que sus instintos protectores clamaban que
hiciera, terminaría encima, arrastrándose directo hacia él.
Los desnudaría a ambos, cubriendo su
cuerpo curvilíneo con el suyo, y se empujaría dentro suyo hasta que estuviera
sepultado tan profundamente como para no pensar en nada aparte del calor
resbaladizo de él agarrándole. Hasta que no hubiera espacio para el miedo, la
preocupación o la pena... sólo los dos luchando por ese placer perfecto donde nada
malo les podría tocar.
Pero cuando se permitió regresar a su
suite y comprobó si estaba durmiendo profundamente, encontró una cama vacía en
lugar de eso. Las mantas ni siquiera habían sido arrugadas.
Kangin maldijo y enfocó la atención en
su enlace en un esfuerzo por encontrarlo. Sabía que estaba seguro aquí -al menos
de los Sasaengs - pero no le gustaba la idea de Leeteuk deambulando por los
alrededores solo.
Había demasiadas cosas que le podrían ocurrir,
aún por obra de esos que consideraba aliados. Había demasiados hombres aquí que
le podrían herir sin querer. Demasiados hombres que lo necesitaban para cosas que
él aún no comprendía. El pacto de sangre de Hyungsik había probado eso.
Simplemente el pensamiento de que Hyungsik
tuviera el derecho de exigirle que le diera sangre cada vez que quisiera
hizo a Kangin querer matarlo. Y ese pensamiento violento hizo a su cabeza martillear.
Jodida unión de paz.
Le costó varias respiraciones profundas
antes de que Kangin pudiera aclarar su cabeza lo suficiente como para decidir
dónde había ido Leeteuk. Siguió el sutil tirón de su anillo, el cual lo condujo
hacia las puertas corredizas de cristal del patio trasero de su suite.
Nunca había hecho nada con el terreno
como hicieron algunos de los residentes de la SM. No había plantado
ninguna maceta con flores, había comprado muebles de jardín o había instalado una bañera de
agua caliente. Raras veces tenía tiempo para disfrutar de su casa, y su patio era
un cuadrado desolado de cemento que resplandecía pálido en la oscuridad.
Leeteuk estaba sentado en el borde
exterior del patio de cara a los terrenos. Desde allí, tenía la vista del lago donde
habían trabajado más temprano. A su lado, había un jarro vacío, el cual,
basándose en su pelo y su ropa empapada, había vaciado sobre sí mismo. El
algodón delgado de su camiseta se aferraba a su piel y el estómago de Kangin se
apretó contra una corriente de deseo.
Se veía bien a la luz de la luna. Más
suave, lo cual no pensaba que fuera posible.
Conocía lo suave que era por todos
lados, y el solo recuerdo casi le hizo ponerse de rodillas. Deseaba tocarlo tanto que
sentía sus manos temblar y tuvo que tomar varias respiraciones profundas antes
de que confiara en sí mismo para acercarse.
Kangin descorrió la puerta de vidrio y
dio un paso fuera de la habitación. Leeteuk no se dio la vuelta. No hizo nada
como crisparse o reconocer su presencia siquiera. Se quedó completamente quieto, con sus
piernas cruzadas, sus antebrazos descansando sobre sus rodillas y sus palmas
hacia arriba
En ese momento fue cuando lo sintió
-un diminuto flujo de poder fluyendo fuera de él, tan pequeño, que no lo había
sentido antes. Estaba tratando de llamar al fuego.
Kangin se sentó a su espalda,
acercando su cuerpo tanto como podía sin llegar a tocarlo. Era una forma
preciosa de tortura pero estar tan juntos no era, ni de lejos, lo suficientemente cerca. El
agua goteaba de sus lóbulos y su pelo. Su piel estaba perlada con humedad así
que refulgía bajo la débil luz.
Todavía no lo había visto. Su
concentración era demasiado intensa. Podía sentir a tensión de su esfuerzo mental
vibrando en sus músculos y huesos delicados. Su cuerpo estaba rígido y Kangin quiso
cogerlo en sus brazos y aflojar la tensión.
No le gustaba que se empujara a sí
mismo de esta forma. Era demasiado. Necesitaba descanso, y como su Suju,
era parte de su trabajo procurar que consiguiera cualquier cosa que necesitara.
Por supuesto, parte de lo que
necesitaba ahora mismo era la confianza de que podía hacer el trabajo para el
que fue creado. Changmin había sacudido la fe de Leeteuk en sí mismo más de la
cuenta esta noche y ésta era su forma de intentar restablecer algo de esa
confianza. Kangin sabía eso. No le gustaba, pero sabía por qué sentía la
necesidad de empujar tan duro.
Tenía sólo dos elecciones. Podía
ayudarle a recobrar su confianza o impedirle lastimarse a sí mismo. Tanto su
salud física como la emocional eran importantes y era difícil poner una por
encima de la otra.
Kangin se preguntó si Yunho alguna vez
tuvo que ocuparse de esta clase de dilema. No era algo que se enseñara durante
todas esas largas lecciones sobre lo que serían sus deberes hacia su señor. Y
no había tenido ninguna experiencia durante tanto tiempo que no estaba seguro
de cuánto de eso recordaba, de cualquier manera.
Después de que los Sasaengs hubieran
matado a la mayor parte de sus parejas, los Suju perdieron la esperanza de que
alguna vez tuvieran la suerte de encontrar a una pareja como Leeteuk.
Kangin todavía no podía creer en su
buena fortuna y sabía que tenía que conseguir hacer bien esto. Tenía que
protegerlo y convencerlo de quedarse con él.
Leeteuk se estremeció y jadeó. Su
cuerpo cayó hacia adelante y Kangin no se dudó más. Tenía que tocarlo. Tenía que
sujetarlo y convencerlo de descansar. No iba a hacer ningún progreso tan
cansado como estaba.
Kangin lo tiró hacia atrás, contra su
pecho, y Leeteuk brincó ante el contacto antes de relajarse sobre él.
—Kangin —jadeó—. No sabía que estabas
aquí.
El agua empapó su camisa, pero no le
importó. Conducía el calor de su cuerpo, dejándolo fluir. Su piel estaba fría y
recorrió con sus manos de arriba a abajo por sus brazos en un esfuerzo por
calentarlo.
—Estabas ocupado —le dijo quedamente.
Recostó su cabeza hacia atrás y lo
miró. El blanco de sus ojos estaba casi rojo -más congestión ocular de la que él había
visto alguna vez. Había oído que podía ocurrir si una pareja intentaba canalizar
demasiado poder, pero había visto a Changmin manejar mucha cantidad de magia a
la vez y sus ojos nunca habían tenido más que una leve congestión ocular. Ni de
lejos como esto.
Si necesitaba cualquier prueba de que
lo que hacía era lo correcto, era esta. Leeteuk se había presionado demasiado.
Sus brazos se apretaron alrededor de Leeteuk
contra su voluntad y contuvo el deseo primitivo de abrirse paso dentro de su
mente, dejarlo inconsciente, y acabar de una vez con esto. La única cosa que lo
detuvo fue el conocimiento seguro de que si hiciera eso, no le agradarían los
resultados que llegarían por la mañana.
Quería la confianza de Leeteuk, no su
furia.
Sus pulmones todavía trabajaban mucho
y, cada pocos segundos, temblaba como si estuviera febril. Kangin presionó una
mano en su cabeza. Estaba fría y húmeda.
Leeteuk cerró los ojos y dejó escapar
un suspiro ante su toque.
—Estás caliente.
Su voz suave y tranquila penetró en
él, calentándolo aún más. Amaba su voz. Especialmente cuando gritaba su nombre
en su liberación.
Su cuerpo respondió al recuerdo con
una explosión de necesidad que lo hizo endurecerse tan rápidamente que dolió.
Movió el cuerpo de Leeteuk para escudarlo de su indisciplinada falta de
control, pero no iba a poder guardar la distancia durante mucho tiempo. Necesitaba estar seco,
caliente y en la cama. Solo.
—Me gustaría que descansaras —le dijo
en su tono más diplomático.
Por supuesto, con su sangre latiendo
calurosamente a través de sus venas y su polla lo suficiente dura como para
excavar en busca de diamantes, su voz sonó más como una orden gruñona.
—Creo que casi lo conseguí —dijo Leeteuk
—. Quiero hacer otro intento.
—No esta noche.
—Sí, esta noche. Podemos no tener otro
día para que practique.
—Entonces no lo haremos. No puedes
exigirte más esta noche. Vas a herirte a ti mismo.
—Estoy siendo cuidadoso.
—No sabes cómo ser cuidadoso. ¿Cómo
podrías? Nunca te han enseñado.
Sacudió la cabeza un poco y gotitas de
agua les salpicaron.
—Lo puedo sentir... como alguna clase
de sistema interno de advertencia.
Kangin nunca había escuchado sobre tal
cosa, pero se alegró de que lo tuviera.
—Estás exhausto igual que yo.
Esa última parte era una mentira, pero
no sintió ni siquiera una punzada de culpabilidad.
El enrojecimiento, de apariencia
dolorosa, de sus ojos le molestaba más por segundos, pero permaneció tranquilo
para no asustarlo.
Tal vez necesitaba llamar a uno de los
Zea para atenderlo. No le gustaba la idea de otro tocándolo, pero menos le
gustaba la idea de él sufriendo.
—Tus ojos están bastante mal. ¿Cómo
los sientes?
—Como si estuvieran ardiendo, pero
viviré.
—¿Quieres que llame a alguien para
sanarlos? —Le preguntó.
Le dirigió una débil mueca.
—¿Uno de esos vampiros? No, gracias.
Prefiero sufrir.
Kangin sonrió. Vampiros. Hyungsik iba
a odiarlo cuando lo llamara así, exactamente el motivo por el que no le corrigió.
—Entonces, al menos, déjame ayudarte
con el dolor.
—¿Puedes hacerlo?
En vez de responderle, Kangin situó su
mano alrededor de su garganta hasta que las dos partes de la luceria
estuvieron conectadas. Sintió un torrente de placer en el toque... completa y absoluta
corrección y satisfacción... y tuvo que
mantener conscientemente su agarre relajado y
no doblar los dedos alrededor de su cuello en una caricia acalorada. Le tomó un
momento enfocarse lo suficiente como para encontrar el dolor en su mente y
sacarlo a la suya.
Sus ojos ardían como si alguien
hubiera pasado un soplete sobre ellos. Tuvo que pestañear varias veces antes de que
pudiera aclarar las lágrimas que habían brotado para combatir el aguijonazo. Después
de algunos momentos, se acostumbró a la sensación de ardor y la ignoró. Si
había una cosa que sabía hacer, era ignorar el dolor.
—Vaya, esa es una tremenda aspirina
—le dijo, sonriente—. Gracias.
Se puso de puntillas y dejó un casto
beso en su boca.
La sensación de sus labios en los
suyos hizo a su cuerpo apretarse completamente contra una ráfaga caliente de
lujuria. No había intentado encenderlo con ese beso. Sabía eso, pero no
importó. Lo hizo de cualquier manera.
La mano de Kangin acunó la parte de
atrás de su cabeza, mientras la otra se apretó ligeramente alrededor de su garganta.
No podría ir a ningún lugar, no podría alejarse de él. Le observó comprender
eso y esperó ver un destello de miedo o repugnancia en sus ojos, pero nunca
llegó. Al contrario, se relajó ligeramente, aceptando su decisión de abrazarlo,
todavía esperando ver lo que él haría.
Se lamió los labios y la mirada de Kangin
fue atraída por el movimiento como una polilla a la llama. Tenía mejor
criterio que besarlo. Sabía que si lo hacía, soltaría la última hebra de control que todavía
tenía. Si lo besaba, lo tomaría, y había una razón por la que se suponía que no
haría eso. No podía pensar en cuál era, ni parecía tan importante como lo había
sido hacía un momento, pero había algo en su cabeza advirtiéndole del peligro.
Leeteuk tragó y él sintió su garganta
moverse bajo su mano. Estaba allí, congelado, tratando de aclarar lo que había sido
tan importante. Por qué no lo debería llevar adentro, desnudarlo y hacerle venirse
repetidas veces hasta que desfalleciera. Sonaba como un plan realmente bueno.
Su cuerpo latió con pulsos calientes
de sangre, la cual, parecía acumularse en su ingle. Su piel se calentó y sus manos
temblaron por el esfuerzo que llevaba contenerse de besarlo.
Arrastró sus ojos lejos de su boca,
esperando que eso le ayudara a pensar. Su cara estaba preciosa bajo la débil luz… sus
mejillas tan perfectamente lisas y suaves. Era suave por todas partes, especialmente
la piel delicada a lo largo del interior de sus muslos y su pecho. Recordaba
exactamente cómo sabía allí, también, y su boca se hizo agua en respuesta.
El cuerpo de Leeteuk se estremeció
otra vez. ¿Tenía frío? ¿Lo deseaba tanto como él lo hacía? No estaba seguro, así que
miró directamente a sus ojos para leerlo.
Sus ojos estaban casi ensangrentados.
Repentinamente, recordó por qué no podía hacerle el amor. Estaba cansado.
Frágil. Tenía que protegerlo y hacerle descansar.
—Descansaré mejor después de que me
hayas ayudado a relajarme. Después de que me hagas venir —le murmuró al
oído.
Había oído sus pensamientos. Había
estado demasiado distraído por su atracción sobre él para acordarse de protegerlo.
Con un esfuerzo de voluntad, bloqueó la visión, pero no podía resignarse a
dejarlo ir. Los únicos lugares a los que sus manos querían moverse eran el
territorio más íntimo de su cuerpo, así que se estuvo quieto.
—No me dejes fuera, Kangin. Eres la única ancla que tengo ahora mismo y te necesito.
Kangin sintió una emoción de triunfo
dispersarse a través de él. Lo necesitaba. Era más de lo que alguna vez había
esperado oírle decir. Si lo necesitaba, tal vez se quedaría con él.
—Dilo otra vez —demandó.
Odió que su voz fuera tan áspera, pero
no podía evitarlo.
—¿Decir qué?
—Que me necesitas. Dilo otra vez.
Una mirada extraña cruzó su cara, pero
no la pudo leer a través de la neblina ensangrentada de sus ojos. Sus propias
emociones corrían calientes, requiriendo toda su concentración y, por mucho que
lo intentara, no podía aclarar lo que estaba
pensando.
—Te necesito, Kangin. Déjame entrar
—sus palabras fueron apenas perceptibles, pero oyó cada una de ellas y quiso
aullar de victoria.
Le había pedido que le dejara entrar y
no podía negarle nada. No ahora. Kangin dejó de intentar ocultarse de él. Dejó
que viera cada pizca de su lujuria, esperanza y regocijo. Presionó sus caderas
contra su vientre y le dejó sentir la erección de la que le había estado
protegiendo también.
Los ojos de Leeteuk se cerraron
agitados y dejó escapar un gemido que sintió vibrar debajo de su mano. Sus
pezones se perlaron bajo la camiseta mojada y su cara se encendió en un bonito
color rosa.
Kangin estaba perdido. No besarlo era
imposible, así que cubrió sus labios separados con los suyos y, simplemente,
cedió. Sus dedos se apretaron en su pelo y le inclinó su cabeza para poder
deleitarse en su boca. Las manos de Leeteuk agarraron sus brazos y su lengua
giró con la de él.
Se agarraba con fuerza y podía sentir
el esfuerzo que le llevaba permanecer en posición vertical.
Kangin lo levantó y lo llevó dentro,
cerrando la puerta con su codo. El aire fresco golpeó la piel caliente, pero no
hizo nada para enfriar el horno rabiando dentro de él. La única cosa que podría
hacerlo era Leeteuk. Necesitaba estar dentro de él. Ahora.
No podía arrancar su boca de la de él y, por algún milagro, encontró el camino hacia su cuarto y lO colocó en su cama. En segundos, su ropa no era más que un montón empapado en su alfombra. Abrió sus pantalones vaqueros lo suficiente como para liberar su erección, extender sus piernas y empujarse dentro de Leeteuk.
El estremecimiento de Leeteuk se registró en algún lugar en la parte de atrás de su mente y se congeló. El sudor brotó sobre sus costillas por el esfuerzo que le llevó no ceder ante su necesidad de moverse. Algo no estaba bien, pero no podía aclarar lo que era.
Kangin abrió los ojos y bajó la mirada hacia él. Su pelo estaba dejando una mancha oscura de agua en su almohada. Llevaba todavía puesta su camisa. Tal vez era eso lo que estaba mal. Lo quería desnudo, pero no podía ser capaz de recordar cómo hacer que pasara. Se requería toda su atención para permanecer quieto dentro de él.
Leeteuk se estiró hacia arriba y tocó su cara. Un músculo en su mandíbula saltó y un temblor corrió por su columna vertebral. Sus caderas ya no lo escucharon y presionó hacia adelante, empujando a Leeteuk en el colchón. Sus ojos rodaron hacia atrás y dejó escapar un quejido apenas perceptible.
Encontró la parte de él que vivía sólo para protegerlo y preguntó:
—¿Estoy haciéndote daño?
Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—No. Está bien. Justo así.
Kangin no necesitó mayor incentivo. Se deslizó fuera de él, sintiendo el calor resbaladizo de su excitación serpenteando entre ellos. Era perfecto. Leeteuk era perfecto. Caliente, apretado y resbaladizo. Hecho justo para él.
No iba a durar mucho. No había forma de que pudiera contenerse cuando todo en Leeteuk le daba un insano placer. Apoyó su peso sobre su codo y acunó la parte de atrás de su cuello en su mano. Ambas partes de la luceria se encontraron mientras se empujaba pesadamente dentro de él otra vez.
Leeteuk jadeó y Kangin intentó mirarlo y ver si fue de placer o de dolor, pero no podía ver. Llameantes colores bailaron ante su vista, cegándolo, girando en una mezcla profunda de rojos y naranjas. Todo lo que pudo hacer fue sentir su placer pulsar a través del enlace y confiar en que fuera correcto. Su cuerpo era flexible debajo del suyo, aceptando sus movimientos poderosos. Sus dedos se deslizaron arriba y abajo por su camisa y se clavaron en los músculos de su pecho.
Las hojas de su marca de vida temblaron en respuesta a su toque, enviando un calor hormigueante a la base de su columna vertebral.
Sintió el cuerpo de Leeteuk apretarse alrededor de su erección en una contracción sedosa en el mismo momento que sintió su placer inflamarse e inundar su enlace. Leeteuk dejó escapar un grito suave de placer y envió a Kangin justo al borde. Su orgasmo estalló dentro de él y se sepultó tan profundo como podía, queriendo estar tan cerca de Leeteuk como era posible. Se derramó en él, en mente y cuerpo, dejándolo sentir sus alborotadas emociones pulsando en él al tiempo que su liberación.
Su dulce voz llenó el espacio, disminuyendo en un suspiro jadeante. El cuerpo de Kangin brincó de placer. Sabía que era demasiado pesado, pero no podía hacer funcionar sus extremidades para moverse.
Se requirió de varios minutos para controlar su respiración y conseguir que su cuerpo cooperara. Cuándo encontró la fuerza para empujarse hacia arriba y mirarlo, Leeteuk ya estaba dormido.
No podía arrancar su boca de la de él y, por algún milagro, encontró el camino hacia su cuarto y lO colocó en su cama. En segundos, su ropa no era más que un montón empapado en su alfombra. Abrió sus pantalones vaqueros lo suficiente como para liberar su erección, extender sus piernas y empujarse dentro de Leeteuk.
El estremecimiento de Leeteuk se registró en algún lugar en la parte de atrás de su mente y se congeló. El sudor brotó sobre sus costillas por el esfuerzo que le llevó no ceder ante su necesidad de moverse. Algo no estaba bien, pero no podía aclarar lo que era.
Kangin abrió los ojos y bajó la mirada hacia él. Su pelo estaba dejando una mancha oscura de agua en su almohada. Llevaba todavía puesta su camisa. Tal vez era eso lo que estaba mal. Lo quería desnudo, pero no podía ser capaz de recordar cómo hacer que pasara. Se requería toda su atención para permanecer quieto dentro de él.
Leeteuk se estiró hacia arriba y tocó su cara. Un músculo en su mandíbula saltó y un temblor corrió por su columna vertebral. Sus caderas ya no lo escucharon y presionó hacia adelante, empujando a Leeteuk en el colchón. Sus ojos rodaron hacia atrás y dejó escapar un quejido apenas perceptible.
Encontró la parte de él que vivía sólo para protegerlo y preguntó:
—¿Estoy haciéndote daño?
Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—No. Está bien. Justo así.
Kangin no necesitó mayor incentivo. Se deslizó fuera de él, sintiendo el calor resbaladizo de su excitación serpenteando entre ellos. Era perfecto. Leeteuk era perfecto. Caliente, apretado y resbaladizo. Hecho justo para él.
No iba a durar mucho. No había forma de que pudiera contenerse cuando todo en Leeteuk le daba un insano placer. Apoyó su peso sobre su codo y acunó la parte de atrás de su cuello en su mano. Ambas partes de la luceria se encontraron mientras se empujaba pesadamente dentro de él otra vez.
Leeteuk jadeó y Kangin intentó mirarlo y ver si fue de placer o de dolor, pero no podía ver. Llameantes colores bailaron ante su vista, cegándolo, girando en una mezcla profunda de rojos y naranjas. Todo lo que pudo hacer fue sentir su placer pulsar a través del enlace y confiar en que fuera correcto. Su cuerpo era flexible debajo del suyo, aceptando sus movimientos poderosos. Sus dedos se deslizaron arriba y abajo por su camisa y se clavaron en los músculos de su pecho.
Las hojas de su marca de vida temblaron en respuesta a su toque, enviando un calor hormigueante a la base de su columna vertebral.
Sintió el cuerpo de Leeteuk apretarse alrededor de su erección en una contracción sedosa en el mismo momento que sintió su placer inflamarse e inundar su enlace. Leeteuk dejó escapar un grito suave de placer y envió a Kangin justo al borde. Su orgasmo estalló dentro de él y se sepultó tan profundo como podía, queriendo estar tan cerca de Leeteuk como era posible. Se derramó en él, en mente y cuerpo, dejándolo sentir sus alborotadas emociones pulsando en él al tiempo que su liberación.
Su dulce voz llenó el espacio, disminuyendo en un suspiro jadeante. El cuerpo de Kangin brincó de placer. Sabía que era demasiado pesado, pero no podía hacer funcionar sus extremidades para moverse.
Se requirió de varios minutos para controlar su respiración y conseguir que su cuerpo cooperara. Cuándo encontró la fuerza para empujarse hacia arriba y mirarlo, Leeteuk ya estaba dormido.
Los colores de la luceria casi se
habían reacomodado en un remolino de ricos rojos llameantes.
El caballero Escarlata. Su caballero.
Una sensación profunda hasta los
huesos resplandeció dentro de él. Sabía que cuando los colores dejaran de
moverse, su unión sería completa y eso podría significar su muerte si Leeteuk eligiera
dejarlo, pero no le importó. Lo aceptaba, y aún si fuera sólo durante poco
tiempo, era más de lo que alguna vez había esperado tener antes de morir.
Había cumplido con su propósito en la
vida y había encontrado a su pareja. Iba a hacer todo lo que estuviera en su
poder para lograr que permanecieran juntos por un largo, largo tiempo.
Cualquier cosa que Leeteuk quisiera o necesitara, sería suya. Lo haría feliz y
le demostraría cada día cuánto lo amaba.
Kangin se inmovilizó ante el
pensamiento. ¿Amarlo? ¿Podría amar verdaderamente tan pronto? Se preocupaba por
él y quería que estuviera seguro y feliz, pero ¿amor?
Leeteuk le había mostrado su fuerza y
su bondad desde el momento en el que lo conoció. Protegía a aquellos por los
que se preocupaba y se había pasado la vida ayudando a los demás. Había
sacrificado su sangre para salvar su vida y se había entregado libremente para ayudarle a
pasar a través de su pena.
Había mirado dentro de su mente y
había sentido su alma rozarlo todo el tiempo que ambas mitades de la luceria
estuvieron conectadas. Era gentil, generoso y fuerte. ¿Cómo podría no amarlo?
Confesar su amor lo liberó de alguna
manera, lo satisfizo de una forma que nada más podría. Iba a hacer cualquier
cosa que hiciera falta para mantenerlo a su lado.
Kangin alejó un mechón de su pelo oscuro
lejos de su suave mejilla. El rubor de la pasión en su piel sólo había comenzado
a desvanecerse. Medias lunas azuladas de fatiga colgaban debajo de sus ojos. Su
camisa estaba todavía húmeda, como lo estaba la cama debajo de ellos.
Necesitaba descanso y una cama mojada
no iba a ser muy cómoda, así que se liberó de su cuerpo. Rápidamente lo
acomodó. Lò deslizó en la seca y limpia cama de invitados, se despojó de su
ropa y se arrastró adentro con él, asegurándose de que su espada estuviera
cerca, a mano. Ni siquiera se movió una vez, lo cual demostró lo exhausto que
estaba.
Kangin no necesitaba mucho sueño, pero
no podía abstenerse de doblarse alrededor de su suave cuerpo y abrazarlo
mientras dormía. Era un obsequio raro... uno que esperaba conseguir disfrutar
durante largos años venideros.
Sabía que Leeteuk pensaba que moriría
pronto, pero Kangin se rehusaba a creerlo.
Había suficiente magia en el mundo que
encontraría para impedir que su visión llegara a ser verdadera. Ahora que
estaban unidos, había poco que no pudieran lograr juntos.
Lo mantendría a su lado, lo protegería
y nada alguna vez lo lastimaría. No lo permitiría.
Kangin se dio cuenta de que estaba
sujetando a Leeteuk muy fuerte y aflojó su agarre. Los próximos días iban a ser
duros para él. Todavía estaba ajustándose a esta nueva vida, y ver a Sunny no
sería fácil. Y la espada de Kang estaba todavía allí afuera.
Otra vez, la idea de dejarle e ir a
encontrarla era apremiante. Leeteuk se vería forzado a quedarse con él para
siempre si no la encontraban, y eso era suficiente para tentar a un santo. Pero
Kangin no lo quería de esa forma... a través de la fuerza. Quería que se
quedara con él porque le importaba.
Porque lo amaba, también.
Kangin casi bufó. Se estaba ablandando.
Primero se enamoraba y ahora estaba completamente meloso ante la idea de
que Leeteuk lo amara también. Parecía una idea ridícula que lo hiciera, pero no
podía hacerla a un lado. Aunque eso significara que se había ablandado.
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