Leeteuk acababa de darse una ducha y
vestirse a la mañana siguiente cuando oyó un sonido que era música para sus
oídos.
—Quiero verlo ahora o llamo a la
policía —dijo la señorita Sora con su voz cansada por la edad.
Leeteuk salió rápidamente a la sala de
estar, llegó hasta ella y la abrazó contra su pecho en un abrazo gentil. Tuvo
que luchar por no agarrar a la mujer muy fuerte en su excitación.
—¿Qué está haciendo aquí?
La señorita Sora fue a toda prisa
caminando hacia el sofá.
—Esos muchachos me trajeron aquí
—murmuró.
—¿Qué muchachos?
—Los Elf —contestó Kangin —. Parece
que la señorita Sora es una de esas personas estúpidas a las que no se les
pueden borrar sus recuerdos. Cuando Shindong
me habló sobre eso, le dije que disfrutarías haciéndola venir a vivir
aquí, en la SM ,
con nosotros.
Le estaba sonriendo y Leeteuk sintió
una oleada de ternura llenándola en respuesta. Era tan hermoso. Y le había
traído a la señorita Sora. Su amiga estaba a salvo.
La señorita Sora le frunció el ceño a Kangin.
—Como si me hubieran dado alguna
opción. Esos dos muchachos no escucharon ni una palabra de lo que decía. Les
dije que no diría nada, pero no escucharon. Quise darles un latigazo a los dos.
—Tal vez después —la apaciguó Kangin —.
¿Por qué no viene a desayunar con nosotros en lugar de eso? El comedor debería
haberse despejado un poco para esta hora y todos podemos ir.
—Eso suena maravilloso —dijo Leeteuk —
Así me puede hablar sobre todo lo que sucedió después de que salimos de la
hacienda.
La señorita Sora empezó a despotricar
mientras salían por la puerta y no hubo terminado hasta que Leeteuk había
bebido su segunda taza de café.
—Así que me dijeron que puedo quedarme
aquí para que los monstruos no me lleven. Supongo que tendré mi propia
habitación hoy, más tarde.
Kangin tomó la mano de Leeteuk y la
puso en su muslo. Le acarició la parte de atrás con un deslizamiento vagabundo
de sus dedos. Leeteuk tuvo que esforzarse para concentrarse en lo que su amiga
le decía.
—Eso suena grandioso. Es un lugar muy
bonito.
La señorita Sora lanzó un pequeño
bufido.
—Supongo. Pero no es el hogar.
Kangin le dirigió a la señorita Sora
una sonrisa indulgente.
—Los Elf se encargarán de trasladar
todas sus cosas a aquí, lo que le ayudará a establecerse. Y por supuesto, Leeteuk
y yo ayudaremos de cualquier forma en que podamos.
La señorita Sora no pareció
convencida.
—No me gusta no ganarme el sustento, y
ese Shindong suyo se rehusó a tomar mi dinero.
—No lo necesitamos —dijo Kangin —
Hemos vivido lo suficiente para comprender el poder del interés compuesto.
—Me gustaría enseñarle a esos
muchachos, una cosa o dos. No tienen un solo modal entre los dos.
Kangin sonrió de oreja a oreja.
—Creo que esa es una idea excelente.
Tenemos a algunos buenos maestros aquí, pero siempre podríamos necesitar otro.
Hay muchos niños humanos que se beneficiarían de su experiencia.
Los ojos legañosos de la señorita Sora
se iluminaron de un modo que Leeteuk nunca había visto antes.
—Supongo que podría intercambiar mis
servicios educativos por comida y alojamiento.
—Hablaré con Shindong sobre eso, si
quiere —ofreció Kangin.
—No, gracias. Preferiría hablar con él
yo misma. Para asegurarme de que comprenda cómo van a funcionar las cosas por
aquí.
La sonrisa de Kangin se amplió y Leeteuk
esperó que Shindong fuera lo suficiente hombre como para aceptar a la señorita
Sora.
Antes de que pudiera preguntar a la
señorita Sora sobre sus planes, Changmin llegó a su mesa.
—Llegó la hora —dijo.
Changmin se veía precioso esta mañana,
con una suave túnica gris. Su pelo oscuro destelló con hebras de plata y sus
ojos negros se volvieron fríos mientras bajaba la mirada hacia Leeteuk.
—No es sabio mantener a Sunny
esperando.
Kangin se limpió la boca con una
servilleta y se deslizó suavemente sobre sus pies.
Leeteuk no podía evitar admirar la
manera en la que se movía, la manera en la que fue formado, como si hubiera
sido hecho sólo para su placer. La suave tela de su camisa se aferraba a su
pecho musculoso y sus hombros, y todavía podían recordar cómo se había sentido
debajo de sus palmas la noche anterior… completamente duro y ardiente… y sus
esfuerzos por llevarla al clímax.
Kangin le dirigió una sonrisa secreta,
como si hubiera leído sus pensamientos, y le ofreció su mano. La tomó, contenta de
tener su fuerza para estabilizar sus nervios.
—Si nos disculpa, señorita Sora —dijo,
inclinando la cabeza hacia la mujer mayor—. Tenemos una cita que atender.
La señorita Sora agitó una mano
manchada por la edad.
—Id, chicos. Tengo trabajo que hacer.
Changmin los guió fuera del comedor.
—¿Estás seguro de que Sunny podrá
ayudarme descifrar mi visión? —Le preguntó a Kangin mientras seguían detrás de Changmin
bajando un largo corredor.
—Sí —dijo Kangin al mismo tiempo que Changmin
decía “No”.
Grandioso. Leeteuk ignoró a Changmin.
Obviamente el hombre no había tomado su café aún esta mañana. Parecía cansado,
preocupado y enfadado, y el corazón de Leeteuk saltó en comprensión.
Si lo que Kangin había dicho era
cierto y Changmin pensaba en él como en un hijo, entonces no era extraño que Changmin
no estuviera encantado. Leeteuk no iba nunca a ser lo que esta gente quería.
Una parte de él estaba contento porque no podía verse haciendo alguna vez lo
que había hecho Changmin la noche anterior. De ninguna enloquecida manera.
La mano de Kangin se deslizó sobre su
espalda en una caricia reconfortante. Leeteuk se permitió disfrutar de ello,
recordando muy bien la clase de magia que sus manos ejercían. Había tenido suerte, había
encontrado unos pocos minutos disponibles para tener a Kangin a solas y hacer todas
las cosas que había pensado hacer con él antes de que cayera dormido la noche
anterior.
Changmin se paró ante una puerta al
final de un largo vestíbulo y Leeteuk casi tropezó con él. Kangin lo detuvo
antes de que pudiera avergonzarse y Leeteuk se dio una sacudida mental.
Necesitaba concentrarse. Esta reunión era importante.
Changmin llamó a la puerta y fue
respondida por un enorme hombre. Su cuerpo estaba marcado con diversas pequeñas
cicatrices, y debajo de la tela apretada de su manga izquierda, Leeteuk pudo
ver las ramas vacías de su marca de vida. Era otro Suju... uno con el que no se
había encontrado.
Inclinó su cabeza ante Changmin.
—Señor.
—Buenos días, Seungki. ¿Está lista Sunny?
Los ojos de Seungki se dirigieron
hacia Leeteuk, se deslizaron desde su cabeza hasta sus pies y de regreso otra vez como
clasificándola en el parpadeo de un ojo.
—Lamento que mis deberes hacia Sunny me
impidan ofrecerle mi voto —le dijo a Leeteuk con una voz profunda,
retumbante.
¿Voto? Quería decir ese voto
sangriento que el resto de los hombres le habían dado. ¿Qué decía uno ante algo
parecido?
—Oh, está bien.
Inclinó su cabeza ante él como lo hizo
ante Changmin.
—Sunny lo verá ahora.
Seungki abrió de par en par la puerta
y dio un paso a un lado para dejarles entrar. La suite estaba arreglada tal
como la de Kangin, pero decorada de forma diferente.
La sala de estar estaba terminada en
una mezcla llena de volantes lavanda y rosa con cortinas de encaje y servilletitas
en todas partes. El mobiliario era sorprendentemente pequeño, excepto por
un gran asiento reclinable que era lo suficientemente grande para la masa de
Seungki e, incluso ese, estaba cubierto por una tela floreada rosa pálido.
Leeteuk apostaría que a Seungki le
gustaba.
Seungki miró a Kangin y a Changmin.
—Por favor, esperen aquí.
—Vengo con él —dijo Changmin.
—No lo verá. Lo sabe.
Una tristeza frustrada apretó la boca
de Changmin e hizo destellar sus ojos negros.
—¿Preguntarás otra vez, por favor?
¿Por mí?
Seungki dejó escapar un suspiro
resignado y asintió. Se volvió hacia un dormitorio, entró cerrando la puerta, y regresó un
minuto después. Realmente esquivó la mirada fija de Changmin.
—Nada ha cambiado, mi señor. Lo
siento.
Changmin contestó con una rígida
inclinación de cabeza y enderezó los hombros.
—Esperaremos aquí —le dijo a Leeteuk.
Una clase tranquila de aprensión se
estableció sobre Leeteuk. No tenía idea de quién era Sunny, pero ciertamente,
no podía imaginarse a nadie lo suficientemente fuerte como para que hiciera a Changmin
retroceder. Ese hombre estaba formada de acero templado y preciso. Alguien que
hiciera a Changmin parecer castigado tenía que ser formidable, ciertamente.
Kangin le capturó la cara entre sus
palmas.
—Estarás bien. Lo prometo. No te
dejaría entrar ahí si no creyera que es verdad.
Leeteuk encontró suficiente confianza
para asentir. Kangin le dio un beso rápido en la boca que consiguió distraerlo de su
preocupación, y siguió a Seungki hacia el dormitorio. Le abrió la puerta, pero
no lo siguió hacia dentro. En lugar de eso, la dejó adentro, a solas con Sunny.
El dormitorio de Sunny, como la sala,
era todo volantes, adornos y tonos pastel. En un extremo de la habitación, debajo de
una ventana con cortinas de encaje, estaba su diminuta cama de acero blanco. En
el otro, había una pequeña mesa y sillas hechas de madera intrincadamente
tallada. Estaba en una de esas sillas. Sunny era una niñita. De no más de ocho
o nueve años de edad.
—Leeteuk —lo saludó Sunny con la voz
aguda de una niña—. Ven a sentarte conmigo.
Sunny llevaba un vestido con volantes
en azul suave que hacía juego perfectamente con sus ojos. Su cabello rubio caía
en largos bucles y estaba atado atrás con una cinta azul a juego. Sus zapatos
negros brillantes y sus calcetines cortos llenos de encaje se asomaban por
debajo de la mesa.
En frente de Sunny había una muñeca
que se veía exactamente igual a ella, excepto por los ojos y el vestido. La muñeca
llevaba puesto un severo vestido blanco y sus ojos eran tan negros y brillantes
como los zapatos de charol de Sunny. Delante de las dos había un delicado juego
de té de porcelana china y un platito en un mantelito individual de encaje. Un tercer juego
estaba puesto... el que Sunny había movido para que Leeteuk lo usara.
Sin saber qué más hacer, Leeteuk se
sentó en la silla de tamaño infantil, sintiéndose enorme y larguirucho, mientras
intentaba apretar las piernas bajo la mesa.
—¿Té? —Sunny preguntó educadamente.
Leeteuk asintió, desconcertado por los
modales perfectos de la niña. Sunny llenó la Taza de Leeteuk, su taza y la de su muñeca.
—He sido informada de que has tenido
una visión de tu propia muerte —dijo. Su voz era infantil, pero su manera de
hablar era cualquier cosa menos eso—. ¿Puedo verla? —preguntó.
—Eh. ¿Cómo?
Sunny le dirigió una sonrisa
condescendiente y extendió una pequeña mano hasta la sien de Leeteuk. Su visión
relampagueó en su cabeza con vívido detalle. Podía ver la curva de cada lengua
de fuego mientras la consumía. Podía escuchar su hambriento rugido y sentir el
calor consumiendo su vida. Leeteuk jadeó y su cuerpo se puso rígido contra la
visión, tratando de expulsarla.
Tan repentinamente como había llegado,
se fue de nuevo. Leeteuk estaba jadeando y enroscado en el suelo sobre su
costado. Sunny estaba encima de él con una expresión débilmente curiosa en su
cara.
—¿Estás bien ? —Preguntó dulcemente.
Leeteuk sintió como si fuera a
vomitar. Sus músculos estaban anudados y resbalosos, el miedo aceitoso exudaba desde
sus entrañas, enfermándolo. Pero no iba a decirle a la niña eso. En su lugar,
tragó, se empujó en posición vertical y asintió con la cabeza.
—Estaré bien.
—Mentiroso —lo regañó—. Pero entonces,
todos lo somos.
—Yo...
Por el rabillo del ojo, Leeteuk pensó
que había visto a la muñeca asentir de acuerdo. Enderezó la silla, sacudió la
cabeza para aclararla y se obligó a sentarse con la niñita otra vez. La muñeca
estaba quieta, con la mirada fija completamente en el espacio con vidriosos
ojos negros.
Leeteuk apartó la vista de la
espeluznante muñeca.
—No necesitas preocuparte por mí.
—¿Porque soy un niña? —Preguntó Sunny.
—Sí.
—Qué dulce eres por protegerme de la
fealdad de la vida —dijo en un tono, de alguna manera, entre divertido y
condescendiente—. Sólo por eso, voy a decirte lo que deseas saber.
—¿Y qué es?
Sunny sorbió su té.
—Quieres saber cómo evitar tu visión.
—¿Eso quiere decir que lo puedo
evitar?
—Algunas visiones son certezas, y
otras, posibilidades. La tuya es una definitiva posibilidad.
Extraña enana evasiva. Sunny realmente
comenzaba a poner a Helen de los nervios.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Quiere decir que ese punto en tu vida
es fijo. No lo puedes evitar. Si vives hasta ese punto, tu visión llegará a
suceder.
—Entonces, ¿cómo es que no es seguro?
—Leeteuk preguntó.
—No estás escuchando. Yo dije si vives
tanto como para que eso pase. Puedes siempre escoger otra cosa.
—¿Quieres decir suicidio?
Los suaves ojos de Sunny brillaron con
tristeza.
—Si a ti no te gusta una muerte,
entonces es tu derecho escoger otra.
Que gran noticia era esa.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—No mucho. A todos nosotros se nos
está acabando el tiempo, Leeteuk.
—¿Qué quieres decir? ¿Quiénes somos
todos nosotros?
—Los Centinelas. La raza humana. El
reino del Trot. Todos nosotros. Los Sasaengs se vuelven más poderosos con cada
salida de la luna y ahora que tienen otra espada Centinela a su disposición,
eso sólo empeorará.
—¿Quieres decir que la espada de Kang
va a permitir a los Sasaengs ganar?
Sunny frunció el ceño y guardó
silencio durante un largo momento, como si mirara algo que sólo ella podía ver.
—Se está convirtiendo en un punto para
ellos. Eso es todo lo que puedo ver. Lo que sé es que si tienen la espada de Kang,
pueden ser capaces de liberar las almas de las criaturas asesinadas por su
espada y su ejército crecerá. Los Centinelas no pueden permitirse semejante
contratiempo... el trabajo de una vida entera de un guerrero, deshecho.
—Entonces tenemos que recuperar su
espada.
Sunny encogió un delicado hombro.
—No me preocupo por semejantes cosas.
Es trabajo para vosotros, los guerreros.
—¿Yo, un guerrero? Difícilmente.
—Sí. Lo eres. A pesar de todo lo que el
Caballero Gris haya podido hacerte creer —la voz de Sunny era tan fría y dura como
el hielo... para nada era de una niña—. No estás adiestrado, pero el potencial
está ahí. Si vives lo suficiente para cumplir con ese potencial.
Leeteuk sintió un pequeño
estremecimiento de ansiedad bajando por su columna vertebral. Sunny no era lo que
aparentaba ser. Ni de cerca.
—Changmin dijo que sería inútil en
combate si no puedo usar el fuego. Cree que mi incapacidad terminará matando a Kangin.
—Si intentas combatir al Saesang al
lado de Kangin sin la habilidad para llamar al fuego, entonces Kangin morirá. En
eso, no hay duda.
—Entonces Changmin estaba en lo
cierto. No puedo pelear.
Sunny puso los ojos en blanco.
—Sigues sin escuchar. Esto es por lo
que me rehúso a ver a personas como tú. Nunca escucháis.
—Lo intento, pero no le estás dando
ningún sentido.
Sunny le dirigió a Leeteuk una mirada
dura.
—No, sólo no te estoy diciendo lo que
quieres oír. Quieres que te diga que todo va a estar bien, que todos vivirán y
serán felices y nos tomaremos de las manos y nadie alguna vez sufrirá o tendrá
hambre otra vez. Esa no es la manera en la que sucede. No es la manera en la
que alguna vez será. La verdad es mucho menos prometedora y nada de lo que
pueda hacer alguna vez lo cambiará. Nada.
Leeteuk repentinamente sintió lástimo
por la chica. ¿Cómo sería si fuera él el que supiera cosas que no debería?
Él sólo tenía una visión y había sido
difícil de soportar. Por lo que todos decían, Sunny tenía bastantes visiones y
era sólo una niña. Tenía que ser espantoso y solitario para ella.
—Lo siento —dijo Leeteuk, tratando de
alcanzar la mano de la chica.
Sunny respingó lejos de su contacto.
—No lo hagas. No quiero nada más de tu
vida en mi cabeza.
Eso no sonó bien.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte?
—No hay nada que nadie pueda hacer por
mí. Soy como fui creada para ser.
—Pero sufres.
—Todos nosotros sufrimos, Leeteuk. Si
verdaderamente quieres hacer algo por mí, entonces trata de no ser estúpido.
Deja que tu amor por Kangin guíe tus acciones.
¿Amor por Kangin? Le gustaba. Era
sexy, compasivo y valiente. No podía evitar que le gustara. ¿Pero amor? Era demasiado
espantoso para pensar en eso, así que hizo a un lado el pensamiento por ahora.
Aclararía cómo se sentía sobre él más tarde, cuando sus emociones no estuvieran
tan dispersas.
—Dime una cosa, por favor. Si decido…
Escoger mi propia muerte, ¿eso garantiza que Kangin estará seguro?
Sunny negó con la cabeza, haciendo que
sus bucles rubios oscilaran de arriba abajo.
—La única garantía que recibimos
cuando nacemos es que moriremos. Aún para uno de nuestra clase que vive durante
siglos, la muerte es inevitable. Mi consejo para ti es que abraces tu propia
muerte en vez de temerla. Deja que llegue el momento.
Esa fue la cosa más amarga que Leeteuk
alguna vez había oído a una niña decir, y tuvo que luchar por abstenerse de
coger a Sunny en sus brazos para reconfortarla. Sólo la preocupación de que
sufriría le permitió a Leeteuk contenerse.
—Si alguna vez quieres hablar, o si
alguna vez necesitas que un amigo sólo te escuche, puedo hacer eso por ti, Sunny.
La niñita pestañeó como si estuviera
confundida.
—Nadie, alguna vez, se ha ofrecido a
hacer eso por mí antes.
—Creo que toda la gente aquí está un
poco asustada de ti.
Sunny inclinó su cabeza a un lado.
—Por supuesto que lo están. Sé cómo
van a morir cada uno de ellos.
—Eso es demasiado loco para pensar mucho
acerca de ello.
—Sí.
Leeteuk sólo clavó los ojos en ella
durante un momento, anonadado, en silencio.
Sunny casualmente sorbió su té.
—¿No vas a preguntarme cómo morirás?
—No. Saber que voy a quemarme vivo si
no me mato antes es más que suficiente estrés, gracias.
Sunny le dirigió a Leeteuk una sonrisa
astuta, casi siniestra.
—No sabes, ni de cerca, tanto como
crees. Nada en nuestro mundo es lo que parece.
—¿Te incluye eso?
Sunny ignoró la pregunta.
—Deberías irte ahora. Tu ventana de
oportunidades es estrecha.
—¿Qué es lo que se supone que
significa?
Una luz atemorizante llameó en los
ojos de Sunny.
—Quiere decir vete. Ahora. Y envía a Kangin
a verme un momento.
Podría parecerse a una niña, pero no
lo era. Ninguna niña tendría tanta presencia o tanta fuerza de voluntad.
Leeteuk se levantó torpemente de su
silla y salió de la habitación. Justo antes de que cerrara la puerta, estuvo seguro
de que oyó a la muñeca de Sunny soltar una risita.
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