El ascensor
se detuvo y todos salieron al pasillo enmoquetado del lujoso hotel. Los Lee y
los Na llevaban años reservando la misma suite para los eventos corporativos.
Sin embargo, también la usaban para ver los partidos de los Bears. El padre de
Ungjae era el que más usaba la suite de habitaciones, pero aquel derroche de
lujo siempre les había resultado muy efectivo a la hora de atraer y convencer a
los clientes más jugosos y difíciles.
–¡Vaya!
–Jian no pudo evitar la exclamación al entrar en la suite.
En aquel
lugar cabían veinte personas. Un camarero les estaba sirviendo unos aperitivos
sobre la barra, sobre la que también había un cubo con hielo lleno de
botellines de cerveza de importación y dos botellas del mejor vino.
–Mira esto
–igual que un niño con un juguete nuevo, Jian fue hacia las puertas de cristal
que daban acceso al balcón y salió al exterior. Fuera había dos hileras de
asientos.
Deseando
escapar del acalorado debate de Ungjae y Taeho, Sang fue detrás de él.
–Es bastante
efectivo para entretener a los clientes –Sang oyó un ligero tono de disculpa en
su propia voz, y entonces se dio cuenta de que sentía la necesidad de
justificarse ante él.
–En el
estadio, solíamos sentarnos ahí –dijo, señalando los asientos azules situados
en la zona más económica.
–¿Cuando eras
un niño?
–Cuando
estábamos en la universidad –dijo en un tono nostálgico–. Vi mi primer partido
en directo cuando estaba en el último curso.
–¿Entonces
te hiciste fan más tarde? –él se volvió y contempló su perfil. ¿Qué había
suscitado esa repentina tristeza en él?
–Cuando era
un niño veía todos los que podía por televisión –de pronto le dio la espalda al
estadio y su tono de voz volvió a ser normal–. ¿Hay cerveza?
–¿No viste
ningún partido en directo cuando eras niño? –le preguntó él, insistiendo.
–No había
mucho dinero en ese entonces –le dijo, en un tono ligeramente cortante.
Sang abrió
la boca para preguntar más, pero entonces la multitud de fans comenzó a gritar.
Los
jugadores estaban saliendo al campo. Jian aplaudió.
–Siéntate
–le dijo él un momento después, tocando una de las sillas de la primera fila–.
Te traeré una cerveza –dio media vuelta y fue hacia la puerta de cristal. Antes
de entrar se volvió un instante–. ¿Quieres patatas o algo?
–¿Un perrito
caliente? –preguntó Jian.
Él no pudo
evitar sonreír al oír aquella petición tan sencilla.
–Un perrito
caliente. Marchando.
Unos
segundos después volvió. El partido ya había comenzado. Entre bocado y bocado,
Jian animaba al equipo y gruñía con pasión cuando el resultado les era
desfavorable. Sang, por el contrario, estaba más pendiente de él que de los
jugadores.
Cuando se
terminó el perrito, se chupó el dedo índice para eliminar una mancha de
mostaza; un simple gesto inconsciente, pero muy sensual. No podía dejar de mirarlo.
–Estaba
delicioso –le dijo, sonriendo–. Gracias.
Sang trató
de recordar la última vez que había salido con un joven que apreciara el
sencillo placer de
comerse un perrito caliente. ¿Langosta?, quizá… ¿Caviar?, desde luego…
¿Un perrito caliente? Desde luego que no. A los jóvenes con los que él salía lo
único que les importaba era que fuera caro y exquisito. De repente recordó que
Jian era dueño de la mitad de su fortuna. Aquello no era una cita.
–Bueno… –él
se acomodó en el asiento, cruzó las piernas y se ajustó la gorra, como si
acabara de recordar las mismas cosas que él–. ¿Por qué me has invitado a venir
aquí?
–¿Qué
quieres decir? –le dijo él, fingiendo inocencia.
–La suite.
El partido de béisbol. Cerveza de importación. ¿Qué ocurre?
–Trabajamos
juntos.
–Y…
–Y he
pensado que deberíamos conocernos un poco mejor.
–No voy a
firmar los papeles del divorcio –le advirtió Jian.
–¿Acaso te
lo he pedido?
–Y tampoco
voy a cambiar los diseños de la renovación.
–Por lo
menos podrías dejarme echarle un vistazo.
–Ni hablar
–dijo con rotundidad.
–Muy bien.
Entonces hablemos de ti –dijo Sang en un falso tono de indiferencia.
–¿Qué pasa
conmigo? –Jian se puso en guardia.
–¿Qué planes
tienes? Quiero decir, a largo plazo. No sólo con este proyecto.
–Eso no es
ningún secreto –le dijo, con la vista fija en el partido–. Quiero tener una
carrera exitosa en el mundo de la arquitectura. En Seúl.
–Me gustaría
ayudarte –dijo él, bebiendo un sorbo de cerveza y concentrándose en lo que
se traía entre manos.
–Ya me estás
ayudando. Con reticencia… Ambos lo sabemos. Pero me estás ayudando.
–Quería
decir que, independientemente de la reforma del edificio Lee, puedo ayudar de
otras maneras. Conozco a mucha gente. Tengo contactos.
–Por
supuesto –dijo sin desviar la vista de los jugadores.
–Déjame
usarlos –le dijo él.
–¿Usar tus
contactos? ¿Para ayudarme? –le preguntó él con
escepticismo.
–Sí –le
dijo, asintiendo con la cabeza.
Jian pensó
en ello unos segundos. El pitcher calentaba y se preparaba para tirar.
–He leído
que vas a asistir a la cena de la Cámara de Comercio el próximo viernes –se
atrevió a decirle finalmente, volviéndose hacia él.
–El
resurgimiento del comercio global en Asia. Ése es el tema –le dijo él,
confirmándolo. Siempre había preferido permanecer en la sombra en ese tipo de
eventos, pero esa vez le habían pedido que diera un discurso. Además, dejarse
ver de vez en cuando era bueno para el negocio.
–¿Vas a ir
con alguien? –le preguntó, volviendo la mirada al campo nuevamente.
–¿Quieres
decir si tengo una cita?
–Es una
cena. Supongo que será un acontecimiento social. Imagino que será lógico ir
acompañado.
–Sí. Es
lógico. Pero no. No voy con nadie.
–¿Me llevarás?
–¿Me estás
pidiendo una cita? –le preguntó, mirándolo con gesto perplejo.
Una ola de
emoción inesperada lo sacudía por dentro. Jian puso los ojos en blanco y se
ajustó la gorra.
–Te estoy
pidiendo que me lleves, Sang, no que bailes conmigo. Dijiste que querías
ayudar. Y habrá gente allí que me conviene conocer.
–Sí –dijo
él, moviéndose en el asiento, intentando convencerse de que no estaba
decepcionado.
–Y, antes
del viernes, si no te importa, te agradecería que les dijeras a unos cuantos
que me has vuelto a contratar. Ya sabes, gente influyente. Sería muy bueno para
mí que se supiera.
Sang se dio
cuenta de que no tenía derecho a sentirse decepcionado. Para Jian sólo se
trataba de negocios, así que también tenía que ser un negocio para él. Presentarlo
en esos ámbitos encajaba muy bien con el Plan C. El tenía razón. Habría mucha
gente influyente allí; montones de ejecutivos de primera, muchos de ellos
vinculados al mundo de la arquitectura. Con un poco de suerte, igual llegaba a
encontrar trabajo esa misma noche.
–De acuerdo.
No hay problema.
–Me
ofreciste tu ayuda –señaló.
–He dicho
que sí.
–¿Estás
molesto?
–Me estás
chantajeando –le recordó él.
–Todos los
matrimonios tienen problemas –le dijo con una sonrisa pícara.
En ese
momento el pitcher de los Bears hizo un tiro fantástico y Jian dio un salto en
el asiento, aplaudiendo y gritando. Sang lo observó en silencio y trató de
enojarse en serio, pero justo en ese instante, levantó un brazo y la camiseta
que llevaba puesta se le subió un poco, descubriendo su suave cintura.
Él bajó la
vista y sacudió la cabeza lentamente.
Era
imposible sentir enojo hacia su recién descubierto esposo.
***
La cena de
la Cámara de Comercio fue un sueño hecho realidad para Jian. Conoció a gente
agradable y profesional, y salió de allí con la sensación de haber conocido a
la flor y nata del mundo de los negocios de Seúl. Sang había cumplido su
promesa.
Ya era casi
medianoche cuando finalmente subieron a su enorme yate para regresar. Al igual
que la suite del Jamsil, el barco demostraba que a Sang le gustaba tener lo
mejor y que además podía permitírselo. Taeho tenía razón. Podía gastarse lo que
quisiera en la reforma del edificio Lee sin apenas darse cuenta.
–Es un paseo
muy agradable –dijo él una vez más, sentándose en un cómodo butacón.
El capitán
encendió los motores y muy pronto el barco comenzó a deslizarse como si nada
hacia el exterior de la bahía.
–Es más
lento que un helicóptero –dijo Sang–. Pero de noche me gusta más.
Jian miró
hacia arriba y contempló el rutilante cielo nocturno. La luna estaba en cuarto
creciente y unas cuantas estrellas se hacían visibles más allá del resplandor
de la ciudad.
–¿Tienes un
helicóptero?
–Ungjae
tiene los helicópteros. Mi empresa sólo tiene barcos.
–Háblame de
los piratas –le dijo Jian de repente, recordando la acalorada discusión entre
Ungjae y Taeho–. Nunca había conocido a nadie con unos ancestros tan
pintorescos.
–¿Quieres
algo de beber o de comer?
Jian sacudió
la cabeza, se quitó los zapatos y dobló las rodillas por debajo de los muslos.
–Si me tomo
otra copa de champán, empezaré a cantar como en un karaoke.
–Entonces
que sea champán –él se incorporó con una sonrisa pícara en los labios.
–Mejor que
no te atrevas –le advirtió, moviendo un dedo–. Créeme. No querrás oírme
cantar.
Él volvió a
sentarse, se aflojó la corbata y se pasó la palma de la mano por el cabello.
Con la brisa nocturna agitándole el cabello y ojeras de cansancio alrededor de
sus oscuros ojos, tenía un aspecto desarreglado que resultaba arrebatadoramente
sexy.
–Volviendo a
lo de los piratas –dijo Jian, haciendo un esfuerzo por contener ese brote de
deseo–. ¿Es cierto?
–Depende de
lo que hayas oído –dijo él, encogiéndose de hombros.
–He oído que
desciendes de un pirata, un enemigo declarado de un ancestro de Ungjae, y
también sé que ambos hicieron un pacto hace más de trescientos años en lo que
ahora es Star Island. He oído que el origen de tu fortuna es un tesoro robado
–añadió, sintiendo un poco de envidia sana.
–Bueno, es
cierto –dijo Sang–. Por lo menos hasta donde sabemos.
–Eso me
pareció –Jian se rió, recordando la discusión durante el partido de béisbol.
–Ungjae se
empeña en fingir que su familia era honrada. Supongo que tiene más escrúpulos
que yo –dijo él, quitándose la corbata.
–¿Tú no
tienes? –le preguntó él, sin poder resistirse.
–Eso dirían
algunos.
–¿Y tendrían
razón?
–No voy a
contestarte a eso –lo miró fijamente.
–¿Estás
intentando confundirme? –le preguntó, sin saber si bromeaba o no.
–No estás
precisamente de mi lado.
–Yo pensaba
que habíamos hecho un trato.
–Estoy
intentando tranquilizarte un poco –le dijo él. Su oscura mirada y el tono de su
voz eran suaves, pero sus palabras recomendaban precaución.
–Y yo estoy
tratando de construir una obra maestra para ti –dijo Jian en un tono bromista.
Él suspiró y
pareció relajarse un poco.
–Estás
tratando de construir una obra maestra para ti mismo.
–Ahí te doy
la razón –dijo.
–Entonces,
¿quién tiene menos escrúpulos aquí?
–Yo tengo
escrúpulos, pero intento ser práctico.
–¿Qué has
decidido entonces? –le preguntó él de pronto.
–¿Sobre qué?
–preguntó Jian, desconcertado.
–Mi
edificio. Llevas dos semanas trabajando en ello. Dime qué tienes en mente.
Enseguida
Jian vio adónde quería llegar. Por eso se había afeitado tan bien esa mañana.
Le había tendido una trampa para sonsacarle información. Se puso en pie y
retrocedió hacia la barandilla de la borda. La cubierta de madera estaba fría y
lisa bajo sus pies descalzos.
–Oh, no. No
voy a empezar con eso.
–Necesitarás
que te dé algunas indicaciones en algún momento. Bien podría ser… –él se
levantó también.
–Aja –dijo
Jian. –Nada de comentarios. Es mi proyecto.
–Pero yo
tendré que darle el visto bueno al diseño final.
Las olas se
hicieron más grandes y Jian se agarró con fuerza de la barandilla.
–¿Qué parte
es la que no entiendes? Me diste carta blanca.
–La parte en
la que firmo el cheque –Sang dio unos pasos adelante.
–Ambos
firmamos el cheque.
Él se acercó
aún más. Toda pretensión de afabilidad se había desvanecido y ya sólo quedaba
el frío hombre de negocios, intimidante y prepotente.
–Muy bien. Y
ojalá que ambos quedemos satisfechos tanto con el diseño como con los
honorarios.
–No hay
límite de presupuesto en este proyecto.
Él se detuvo
de golpe y puso una mano sobre la barandilla, dejándolo sin escapatoria.
–No voy a
dejar que arruines esta empresa.
–Como si yo
pudiera hacer tal cosa. Llevar a la ruina a Lee Transportation. Creo que me
sobreestimas –dijo Jian, intentando mantenerse impasible ante su cercanía.
El barco se
elevó sobre una ola y Sang perdió un poco el equilibrio, acercándose más a él.
–¿Quieres
ver los libros de cuentas?
–Quiero ver
un skyline en Seúl.
–Esa forma
de hablar es lo que me asusta, Jian –le dijo, mirándolo con una intensidad
difícil de soportar.
El corazón
del joven se aceleró. Él le miraba con una expresión decidida y contundente. Y
sus labios llenos e implacables estaban demasiado cerca.
Demasiado
cerca.
Un fino
sudor empapó las sienes de Jian, y también su pecho y su espalda... Él estaba a
unos centímetros de distancia. Podía agarrarlo en cualquier momento, besarlo,
devorarlo… Tragó con dificultad. El deseo de arrojarse a sus brazos era tan
intenso que hablar sobre los planes de renovación no era más que un mal menor.
–Tenía
intención de dar algo más de luz –le dijo. Su voz sonaba sexy y ronca, pero no
podía evitarlo–. Más cristal. Un vestíbulo más amplio y elevado. Despachos más
grandes.
De repente
le sintió cada vez más cerca. ¿Acaso se había movido o era sólo producto de su
imaginación?
–Si son más
grandes entonces habrá menos despachos.
Jian le dio
la razón.
–¿Sabes lo
que cuesta el espacio en mitad de Seúl? –dijo él, pero su advertencia pareció
más bien una caricia.
–¿Sabes lo
que vale la posibilidad de impresionar a tus futuros clientes? –le contestó
Jian, aferrándose a la última pizca de coherencia que le quedaba.
De repente
Sang lo notó más cerca. ¿Acaso se había aproximado un poco más?
–¿Crees que
a los fabricantes de piezas de tractores y de electrodomésticos les importa el
aspecto de mi vestíbulo? –le preguntó.
Jian sintió
el roce de su aliento sobre los labios.
–Sí.
Se miraron
en silencio durante unos segundos, inspirando y espirando, muy lentamente. El
rugido del motor del barco llenaba el espacio a su alrededor. De pronto algo
peligroso brilló en los ojos de Sang y Jian sintió una reacción instantánea.
Una ola de calor recorría cada rincón de su cuerpo, despertando un hormigueo
que se propagaba por todo su ser.
–La gente
que fabrica piezas para tractores también tiene entradas para el Centro de
Artes de Seúl. Sí que les importa tu vestíbulo.
–Es un
edificio. No una obra de arte.
El yate
batió contra las olas y la mano de Sang rozó la suya.
–Puede ser
las dos cosas –dijo Jian, sofocando un gemido.
–¿Jian? –le
dijo él de repente. Sus ojos relampagueaban de deseo. Entreabrió los labios y
se acercó aún más.
El barco
volvió a remontar el oleaje rebelde y Jian tuvo que aferrarse a la barandilla.
Él estaba prácticamente encima suyo.
Las Vegas…
Allí lo había besado. ¿Cómo lo había dudado alguna vez? De hecho, había sido un
milagro que no hubieran pasado la noche juntos.
¿Pero por
qué no lo habían hecho? Jian recordaba haber subido al ascensor con un par de
compañeros de trabajo, y después había entrado en la habitación del hotel a
duras penas. Se había desplomado en la enorme cama de matrimonio, completamente
vestido, pero… Ni rastro de Sang.
Sin embargo,
las cosas eran muy distintas en ese momento.
Sang estaba
allí. Y estaban solos. Y él lo recordaba todo. No quería hacerlo, pero no podía
evitarlo. Recordaba el tacto de sus labios, la fuerza de sus brazos, el sabor
de su boca, el cosquilleo abrasador que le recorría la piel. Y quería sentirlo
todo de nuevo. Lo deseaba desesperadamente. Por fin, no fue capaz de resistir
la tentación y se inclinó un poco más hacia él.
Sang tomó
sus labios bruscamente. Le agarró de la espalda y lo apretó contra su propio
cuerpo, besándolo con frenesí. Jian se pegó a él todo lo que pudo. Le rodeó el
cuello con ambos brazos y entreabrió los labios. Sang murmuraba su nombre y
recorría su espalda con la palma de la mano. De pronto su lengua caliente le
invadió, arrancándole un gemido desde lo más profundo de su ser.
Él cambió de
postura y se puso de espaldas a la barandilla de borda. Con la mano que tenía
libre le acariciaba la mejilla y le tocaba el cabello, el cuello, los hombros…
Le abrió el cuello de la camisa y comenzó a besarlo en el hombro, dejando un
rastro de fuego sobre su piel sensible.
Los besos, la
pasión… Le arrebataban el aliento. Jian enredó los dedos en el cabello de Sang
y se apretó aún más contra él, entreabriendo los muslos y dejando que él
metiera una pierna entre ellos. Un momento después la mano de él estaba sobre
su pecho, tocándolo y acariciándolo mientras lo devoraba a besos. El barco
volvió a menearse y ambos perdieron el equilibrio, pero Sang fue rápido y pudo
agarrarlo a tiempo. Jian podía sentir su aliento sobre la oreja.
–¿Estás
bien? –le preguntó él.
–Yo… –dijo,
sin aliento, confundido. ¿Qué estaba haciendo? Habían pasado de los planes de
reforma a los besos en un abrir y cerrar de ojos.
Sang
lo sujetaba con fuerza, pero los dos guardaban silencio, respirando con
dificultad.
–¿Estás
pensando lo mismo que yo? –le preguntó él finalmente, acariciándole el cabello.
–¿Que nos
hemos vuelto completamente locos?
–Eso se
acerca bastante –dijo él, soltando una carcajada.
–No podemos
hacer esto.
–¿En serio?
–Tienes que
soltarme.
–Lo sé
–dijo, pero no se movió ni un milímetro.
–Te estoy
chantajeando, y tú tratas de ganarme la partida en todo momento. Además, nos
vamos a divorciar.
–Siempre y
cuando los dos lo tengamos claro –dijo él.
Jian sintió
mariposas en el estómago, pero decidió ignorarlas. No podía dejarse llevar por
la atracción que sentía por Lee Sang y, desde luego, no podía permitirse el
lujo de besarlo, o algo peor. Eran enemigos. Y ésa era la última oportunidad
que tenía para recuperar su carrera y su vida. El deseo sexual no tenía nada
que ver con todo aquello.
–Tienes que
soltarme, Sang.
Ese "tienes que soltarme"
ResponderEliminarno sono muy convincente...
ahhh que se coman eso y ta!