–En cuanto
me gane un lugar dentro de mi profesión, te dejaré en paz. Yo quiero una
carrera, Sang. No quiero quedarme con tu empresa.
No podía
negarlo más. Le creía. Entendía que quisiera mejorar y realizarse
profesionalmente. Sus métodos no eran los más ortodoxos, pero no tenía más
remedio que aceptar que se había convertido en un mero instrumento para Jian;
un obstáculo que salvar para conseguir sus objetivos.
–¿Tienes un
bolígrafo? –le preguntó él, buscando la página de firmas del documento.
–Claro –se
levantó y fue a buscarlo al escritorio.
–Voy a cenar
con Taeho –le dijo Jian–. No quiero llegar tarde.
–Yo tengo
una cita –dijo él, mintiendo.
Después
llamaría a Ungjae y le pediría el teléfono de aquel piloto precioso.
–¿Me estás
engañando? –le preguntó Jian de repente. Aquel comentario lo tomó por sorpresa.
–Hombres
–dijo Jian, fingiendo estar disgustado y cruzando los brazos sobre el pecho.
–¿Qué puedo
decir? –Sang se encogió de hombros, disculpando a todos los de su género.
Volvió junto a él y le dio el bolígrafo.
–Bueno, yo
sí que te he sido fiel –dijo disponiéndose a firmar. Él esperó a que rematara
la broma, pero no ocurrió.
–¿En serio?
–le preguntó entonces.
Jian terminó
la firma con un florido garabato, pero no contestó. Sin embargo, Sang no podía
dejarlo pasar.
–¿No has
estado con nadie desde Las Vegas?
–¿Qué
quieres decir con eso? –Jian se incorporó, y extendió la mano para devolverle
el bolígrafo–. ¿Con quién crees que me acosté en Las Vegas?
Él encajó la
réplica con remordimiento.
–No quería
decirlo de esa…
–La única
persona con la que estuve en Las Vegas fue contigo, pero no hicimos… –de
repente el tono divertido de sus palabras se desvaneció y sus ojos se llenaron
de incertidumbre–. Nosotros, eh… No lo hicimos, ¿verdad?
–¿No lo
recuerdas? –le preguntó Sang, pensando que aquello se ponía cada vez más
interesante.
Él no
recordaba muy bien todo lo acontecido aquella noche, pero sí sabía que no
habían hecho el amor.
De pronto volvió a ser ese joven vulnerable que había mostrado un rato antes.
–Apenas recuerdo
la ceremonia –le dijo, sacudiendo la cabeza.
Sang se
sintió tentado de jugar un poco más, pero no pudo. Esa inocencia indefensa… Le
hacía sentir deseos de protegerlo.
–No lo
hicimos –le aseguró. Jian ladeó la cabeza.
–¿Estás
seguro? ¿Te acuerdas de todo?
Se miraron
durante unos segundos.
–De eso me
acordaría.
–Entonces no
puedes estar seguro.
–¿Eso te
preocupa?
–No.
–Porque
parece que…
De repente
Jian agarró el bolso, se lo colgó del hombro y se puso en pie.
–No me
preocupa. Si lo hicimos, lo hicimos y ya está.
–No lo
hicimos –dijo él, consciente de que no había sido porque no hubiera querido. En
realidad le hubiera encantado, le encantaría…
–Porque no
estoy embarazado ni nada parecido –añadió Jian, poniéndose sus zapatos y
alisándose los ceñidos pantalones.
Sang no pudo
evitar recorrer su exquisito cuerpo con la mirada.
–Jian, creo
que tenemos que dejar en Las Vegas lo que pasó en Las Vegas.
–Lo
intentamos… Pero no funcionó.
–Échale la
culpa a Elvis –dijo él, tratando de no apartar la vista de su cara.
–Eres más
gracioso de lo que pareces, ¿sabes? –le dijo Jian, sonriendo.
Él apretó
los dientes para no sucumbir ante aquel dulce comentario. Aquellos labios, sus
ojos, su cabello alborotado… Era tan fácil estrecharlo entre sus brazos y
besarlo.
–Gracias por
firmar –le dijo en un tono seco.
–Gracias por
darme el trabajo.
De pronto
Sang recordó los bocetos de sus diseños futuristas. ¿Qué iba a hacer si se
empeñaba en seguir con ellos?
–Sabes que
ese edificio ha sido de mi familia durante cinco generaciones, ¿no?
–Pero no
tiene que tener un aspecto horrible por eso.
–Hay muchas
formas de mejorarlo.
«Formas más
convencionales, clásicas, funcionales…», pensó para sí, aunque no lo dijera en
alto. Se trataba de una empresa de transportes, y no de un museo. Si pudiera
convencerlo para que retomara los planes del anterior decorador, sus planes le
sacaban el mejor partido a la estructura del edificio, y sólo hacían falta seis
meses para llevar a cabo el proyecto.
–Y yo voy a
encontrar la mejor manera –prometió Jian en un tono contundente.
Tanta
valentía asustó un poco a Sang.
–Es mi
herencia la que está en juego. Lo sabes, ¿no?
Jian vaciló
un instante. Algo parecido a una chispa de dolor se cruzó en su mirada, pero no
tardó en recuperar la confianza.
–Entonces
eres un hombre muy afortunado, Lee Sang, porque voy a hacer que tu herencia sea
mucho mejor.
A la semana
siguiente, Jian y Taeho subieron a la azotea del edificio Lee. El sólido
cemento repicaba bajo sus zapatos.
El edificio
parecía encajar perfectamente en el entorno. Sin embargo, décadas de lluvia
constante se reflejaban en el cemento, oscurecido por el paso del tiempo. Jian
se preguntaba cómo hubiera sido trabajar en el mismo lugar que todos sus
antepasados.
Su appa
había muerto durante el parto, con sólo diecinueve años de edad, y a su padre
nunca lo había conocido. En su partida de nacimiento figuraba como
«desconocido». A lo mejor el joven Wang Zhoumi tenía familiares en alguna
parte, pero no los había encontrado nunca. Lo único que Jian tenía era una foto
borrosa de su appa y la dirección del hostal donde había vivido durante el
embarazo.
Si bien la
rabia que sentía por Sang iba menguando a medida que pasaban los días, no era
capaz de librarse de la envidia que despertaba en su interior cuando pensaba en
lo afortunado que era. Él lo había tenido todo. Había nacido en el seno de una
familia rica y poderosa que le había dado todo su cariño. Jamás le había
faltado de nada y había podido disfrutar de lo mejor que la vida podía ofrecer.
–Explícame
por favor por qué no podíamos irnos directamente a comer –le dijo Taeho de
pronto. Se había quedado un poco atrás.
–¿Lo ves?
–Jian se dio la vuelta y fue hacia atrás. Levantó el brazo y señaló el río
Han–. Si consigo el permiso para añadir tres plantas, la vista será
extraordinaria.
–¿Crees que
será muy caro? –le preguntó Taeho, avanzando con cuidado, apoyándose aquí y
allí.
–Muchísimo
–dijo Jian, imaginándose los suelos de mármol y las paredes de cristal.
–Ése es mi
chico –Taeho esbozó una sonrisa espléndida al llegar junto a Jian, que estaba
justo al borde de la azotea–. Lee ni se dará cuenta. Tiene más dinero del que
su mente puede recordar.
–Eso parece
–dijo Jian, recordando su ático lujoso.
–He hecho algunas
comprobaciones –dijo Taeho en un tono conspiratorio–. ¿Sabías que todo empezó
con los piratas?
–¿Qué empezó
con los piratas? –preguntó Jian, contemplando el bullicio de la calle que se
abría a sus pies.
–La fortuna
de la familia Lee –dijo Taeho–. Botines y ron. Piratas.
–Estoy
seguro de que eso es sólo un rumor.
–Claro que
es un rumor –señaló Taeho–. Ocurrió hace trescientos años. Por aquel entonces
no existían las cámaras.
–¿Estás
sugiriendo que he heredado dinero sucio? –Jian esbozó una sonrisa.
–Estoy
sugiriendo que el hombre al que estás chantajeando desciende de ladrones y
asesinos.
–¿Y eso te
da miedo? –le preguntó Jian. Sang ya no le asustaba, o por lo menos no de esa
manera. Todavía se estremecía un poco bajo su mirada furiosa y fulminante, pero
lo que realmente le inquietaba era ese despertar sexual que se apoderaba de
ella cada vez que él pasaba por su lado. Se había convertido en un elemento más
de su rutina diaria: los correos, el café, los bocetos, Sang… Y entonces todo
dejaba de tener sentido. Un pensamiento único acaparaba su mente y sólo podía
pensar en besarlo.
–Por Dios.
No –le aseguró Taeho–. Sólo digo que deberías estar alerta, pues debe de tener
la espada escondida.
–Eso es una
broma muy mala –Jian sacudió un dedo, a modo de reprimenda.
–¿Te has
sonrojado? –Taeho se acercó un poco más.
–No –dijo
Jian, negándolo con un gesto y concentrándose en la barca color gris que en ese
momento pasaba por el río.
–Te has
ruborizado –Taeho se inclinó hacia Jian para verle bien la cara–. ¿Qué está
pasando aquí? Me estoy perdiendo algo.
–Nada.
Apenas le he visto en tres días.
–¿Te estás
enamorando de él?
Jian abrió
la boca para hablar, pero entonces se detuvo. No quería mentirle a su amigo.
–Admiro sus
cualidades en la distancia –dijo–. Igual que media ciudad.
–Hubiera
sido un pirata muy apuesto –dijo Taeho con una sonrisa pícara.
Apuesto.
Jian recordó aquel día en el ático; sin corbata, con las mangas recogidas, la
barba de medio día… Ésa era la palabra exacta para describirlo. Un pirata
apuesto y rompecorazones.
–Prométeme
que no se te va a ir la cabeza con todo esto –le dijo Taeho, mirándolo
fijamente.
–Mi cabeza
está donde tiene que estar y no se va a ir a ninguna parte –le dijo en un tono
contundente.
Aparentemente
satisfecho, Taeho se inclinó hacia delante y miró hacia abajo por encima del
muro. Un río de taxis, autobuses y camiones discurría sin cesar por la amplia
avenida. Tres obreros con cascos estaban levantando una barrera alrededor de
una tapa de alcantarilla abierta. Un coche de policía con las luces encendidas
se detuvo junto a la acera.
–Bueno, ¿has
empezado ya a deshacer la maleta? –preguntó Taeho.
–No –dijo
Jian, observando a los dos policías de uniforme que estaban entrando en el
edificio.
Era un
alivio dejar el tema de Sang de una vez.
–Voy a
aprovechar para limpiar las alfombras y pintar.
–Te mereces
un sitio al que puedas llamarle hogar –le dijo su amigo. Jian sonrió.
–A lo mejor
incluso compro esa mecedora tan cómoda.
La había
visto muchos meses antes, en el escaparate de una tienda de muebles del barrio.
Parecía tan grande y mullida que se había enamorado de ella desde el primer
momento.
–¿Tú?
–exclamó Taeho, en un tono escéptico–. ¿Te vas a permitir un gasto frívolo?
Jian asintió
con convicción. Durante su etapa universitaria trabajaba a media jornada. Había
tenido que apretarse el cinturón hasta extremos insospechados y aún le costaba
romper el hábito de austeridad.
–Primero la
mecedora –le explicó a Taeho–. Y después la cafetera de espresso.
–Me encanta
oírte hablar así.
–Me gusta
hablar así –admitió Jian, pero entonces su voz se apagó un poco. Aquel viejo
sentimiento de soledad volvía a embargarlo–. Puedo hacer que sea un auténtico
hogar.
Taeho lo
agarró del brazo y le dio un codazo.
–Ya lo has
convertido en un hogar.
Jian deseaba
creerlo con todas sus fuerzas, pero aún no estaba convencido. Además, ¿cómo iba
a saberlo con certeza? A lo largo de su infancia había pasado mucho tiempo en
centros de menores. Los trabajadores eran bastante amables, pero iban y venían,
cambiaban de trabajo, eran reemplazados… Taeho le dio un abrazo al ver la
expresión de su rostro.
–¿Vamos a
comer?
–Claro –dijo
Jian.
Miró a su alrededor
por última vez y siguió a Taeho hacia el interior del edificio. Cerraron con
llave el acceso a la azotea y tomaron el ascensor rumbo a la tercera planta,
lugar donde estaba el diminuto despacho de Jian.
–Ahí estás.
Sang estaba
dentro del despacho, y su voz sonaba casi como una acusación.
–¿Qué estás
haciendo aquí? –Jian se puso en guardia. Miró a su alrededor con ojos de
sospecha y comprobó el escritorio, el ordenador, la estantería de libros… Su
ordenador tenía contraseña y los bocetos del proyecto estaban bien guardados
bajo llave.
–Tengo algo
que enseñarte –dijo él. Estaba de pie detrás de la mesa de dibujo.
Desenrolló
unos bocetos dibujados en azul y los extendió sobre la superficie.
Taeho se
quedó junto a la puerta, pero Jian avanzó unos pasos para ver mejor.
–No son
míos.
–Son del
anterior diseñador –dijo Sang.
–¿Qué tiene
de diferente ahora? –le preguntó, hojeando los bocetos y advirtiendo las
diferencias. Algunas paredes habían cambiado de sitio, la recepción era más
grande y había nuevas ventanas para la primera planta.
–También
pintaríamos, cambiaríamos toda la moqueta y contrataríamos a un decorador –dijo
él.
–¿Esto es
una broma? –Jian levantó la vista y lo miró fijamente. Sang frunció el ceño.
–Porque si
lo es… ¡Ja, ja! –Jian soltó las páginas del boceto. Él pareció ofenderse.
–No es una
broma.
–¿De verdad
me estás sugiriendo que use estos diseños?
–No tenemos
por qué hacer cambios drásticos para mejorar el edificio.
–No soy
decorador, Sang. Soy arquitecto.
–Que seas
arquitecto no quiere decir que tengas que echarlo todo abajo porque sí.
Jian se
volvió y se apoyó en el escritorio. Cruzó los brazos y lo miró de frente.
–¿De verdad
creías que iba a aceptar algo así?
–Creía que
por lo menos lo tendrías en cuenta –le dijo él, levantando la barbilla con
altanería.
–Acabo de
hacerlo. Y no me gusta.
–Gracias por
tener una mente tan abierta.
–Gracias por
tenderme una trampa.
–Pagué mucho
dinero por estos diseños –agarró los planos y empezó a enrollarlos de nuevo–. Y
pagué mucho por los tuyos –añadió, alzando la voz–. Pero ahora tengo que pagar
de nuevo por el mismo trabajo.
Taeho se
inclinó hacia delante y entró del todo en el despacho.
–¿Prefieres
echar a Jian y vernos en los tribunales?
Sang lo
fulminó con la mirada y después volvió su atención hacia Jian.
–Pensé que
podrías usarlos como punto de partida.
–Muy bien
–le dijo Jian, encogiéndose de hombros.
–¿Lo harás?
–él se detuvo y abrió los párpados, desconcertado y lleno de sospecha.
–Como son
prácticamente idénticos al diseño original del edificio, ya los he usado como
punto de partida.
Taeho soltó
una carcajada de sorpresa.
Furioso,
Sang sujetó los planos con una banda elástica y se dispuso a salir. Jian se
apartó de su camino sin dilación.
***
–Es mi Plan
C –le dijo Sang a Ungjae.
Era domingo
por la tarde. Ambos hombres se abrían camino a través de una concurrida glorieta
rumbo a un lujoso hotel. Ungjae contó con los dedos.
–El Plan A
era ofrecerle dinero. El Plan B era convencerlo para que aceptara los diseños.
Sabía que eso no iba a funcionar, por cierto –dijo Ungjae, esquivando una
papelera–. ¿El Plan C será buscarle un nuevo trabajo?
–Él mismo lo
dijo –explicó Sang–. Su objetivo a largo plazo es tener un buen trabajo. Quiere
recuperar su carrera como arquitecto. Y no puedo culparlo por eso. La cosa es
que no tiene por qué ser en mi edificio. Podría hacerlo con cualquier otro.
–Pero él
quiere quedarse en Seúl –añadió Ungjae.
–Seúl es una
ciudad muy grande. Hay muchísimos edificios que reformar.
–Así que lo
invitaste a venir al partido porque… Eso formaba parte del plan de Sang.
–El día que
lo vi en su apartamento llevaba una camiseta de los Bears. Parece que es fan
del equipo.
–Y
probablemente nunca haya visto un partido desde una suite del Jamsil –dijo
Ungjae.
–Apuesto a
que no –dijo Sang, deteniéndose junto a la escaleras mecánicas y buscando a
Jian y a Taeho con la mirada–. Suele funcionar bastante bien con los
ejecutivos. Además, mi proyecto es algo temporal. Si consigo encontrarle un
buen puesto en una buena empresa, entonces tendrá algo permanente.
–Y para
poder aceptar tu oferta, tendrá que dejar el proyecto.
–Exacto
–dijo Sang, sonriendo, maravillado con su genialidad.
Ungjae, por
el contrario, mantenía una expresión de reserva y escepticismo.
–Buena
suerte con eso.
–Ahí está
–dijo Sang en voz alta, advirtiendo a su amigo con una mirada.
El plan era
perfecto, pero requería de una sutileza especial. A la semana siguiente haría
algunas llamadas, hablaría con unos cuantos socios y le conseguiría algunas
ofertas de trabajo.
Jian se
abrió camino por las escaleras mecánicas y fue hacia ellos. Con solo verlo,
Sang se sintió mejor que antes.
«Maldita
sea», se dijo a sí mismo. Tenía que dejar de alimentar esos pensamientos.
Taeho, su
amigo, iba un paso por detrás. Ambos se detuvieron frente a ellos.
–Ungjae
–dijo Sang, tratando de no mirarla mucho–. Te presento a Wang Jian y a Kim
Taeho.
–El precioso
joven novio –dijo Ungjae en tono bromista. Sang se puso tenso de inmediato.
–Y el pirata
–añadió Taeho con una carcajada disimulada, interponiéndose entre Jian y Ungjae
y estrechándole la mano.
–Sang es el
pirata –le dijo Ungjae, esbozando una sonrisa ensayada.
–Sé algunas
cosas acerca de la familia de Sang –dijo Taeho–. Y también acerca de la tuya.
–¿Nos vamos?
–Sang señaló el ascensor. No quería que una discusión le aguara la fiesta.
Además, el partido estaba a punto de empezar.
Jian fue el primero en echar a andar.
–¿Un pirata?
–le preguntó en un tono bromista, caminando a su lado.
–Eso tengo
entendido –dijo Sang.
–Bueno, eso
explica muchas cosas.
Antes de que
Sang pudiera replicar, Taeho los interrumpió desde detrás.
–Parece que
Na Kang sangró a todo lo que pudo. Robó oro, munición y ron.
Sang podía
imaginarse la cara de Ungjae en ese momento, aunque no pudiera verla. Las
chispas ya empezaban a saltar por todas partes.
–Uno no se
puede fiar de todo lo que lee en Internet –dijo Ungjae en un tono seco.
–¿Esto va a
terminar mal? –preguntó Jian, acercándose a Sang y hablando en un susurro.
–Depende
–contestó él.
–Lo leí en
la Enciclopedia Histórica de Sungkyunkwan, en la biblioteca de Seúl –dijo
Taeho, sin darse por vencido.
–Podría
terminar muy mal –dijo Sang.
Hacía mucho
tiempo que él había aceptado el turbulento origen de su familia, pero Ungjae,
por el contrario, siempre se empeñaba en decir que sus ancestros habían luchado
con valentía contra el pirata Kry. Las puertas del ascensor se abrieron y todos
subieron en él.
–Kang
contaba con la autorización del rey. Hay cartas oficiales que así lo prueban
–dijo Ungjae, volviéndose hacia el panel de botones del ascensor.
–Cartas que
fueron falsificadas en 1804 –le respondió Taeho sin pestañear.
–¿Has visto
los originales? –le preguntó Ungjae–. Porque yo sí.
–Yo apuesto
por Taeho –Jian sonrió, mirando a Sang por debajo de la visera de la gorra que
llevaba puesta.
Sang lo miró
a la cara, fijándose en su rostro fresco, en sus labios color fresa, sus
copiosas pestañas, el sutil aroma a coco que le acompañaba siempre… De repente
se lo imaginó en traje de baño con una diadema de flores en la cabeza, tumbado
en una playa tropical.
–¿Y tú? –le
preguntó, interrumpiendo sus pensamientos.
–¿Qué? –Sang
volvió a la realidad, desconcertado.
–Diez mil won a que gana Taeho –le ofreció la mano para sellar la apuesta.
Él tomó su
suave mano y la sacudió con sutileza. El contacto con su piel reverberaba en
cada célula de su propio cuerpo.
–Acepto la
apuesta –dijo.
Esto no va a terminar bien... Parecen perros y gatos...
ResponderEliminarJajajaaja jajajaja
Yo tambien lo voy a Taeho jajaja
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