A lo largo de las dos semanas
siguientes, Minwoo empezó a sentirse más y más agotado. Rosso murió mientras dormía,
y se sentía desconsolado por la pérdida de su mascota. Mientras se preocupaba
por su futuro y lloraba a su gato, las náuseas matutinas se extendieron a otros
momentos del día y empezó a pasar las noches en vela.
Estar embarazado y enfermo era más
duro de lo que había esperado y tuvo que empezar a trabajar menos horas en la
cafetería. Consciente de que a Minwoo ya le resultaba difícil pagar sus
facturas, Joonyoung le ofreció su habitación de invitados, pero Minwoo no
quería aprovecharse de su amistad.
Habría negado con vehemencia que
esperaba que Hyungsik diera algún paso. Pero cuando descubrió que Hyungsik
estaba de hecho dando pasos que no tenían nada que ver con él, despertó a la
cruda realidad.
Un día, cuando iba en autobús al
trabajo, vio el rostro de Hyungsik en una página de revista. No estaba lo
bastante cerca para leer el artículo, y aunque se dijo que no debía
interesarse, era humano. En cuanto bajó del autobús, compró la revista del
corazón y pagó el precio de su curiosidad.
Minwoo estudió la foto de
Hyungsik, con la camisa abierta y bailando con un despampanante rubio
semidesnudo. Incluso borracho y tonteando estaba guapísimo. Pensó que sin duda
le gustaban rubios y que parecía estar pasándolo muy bien. Sin duda eso era
mucho mejor que el ajedrez.
Minwoo reconoció que no era el
tipo de hombre con quien un joven decidiría tener un hijo. Sin embargo, dado
que había aceptado su responsabilidad y le había ofrecido ayuda económica, no
podía criticarlo. En ningún momento le había dicho lo que sentía con respecto a
convertirse en padre; comprendió que era innecesario, su comportamiento lo
dejaba claro.
Pretendía enviarlo a China para
que viviera bajo un nombre falso y sólo se verían cuando él quisiera.
Entretanto, las fiestas descontroladas de Hyungsik eran merecedoras de
titulares.
Minwoo creía que Hyungsik estaba
reaccionando a la situación en la que se había encontrado. No quería ser padre
y le gustaba aún menos que el appa de su hijo fuera un ladrón convicto. Ésa era
la desagradable realidad y tendría que aceptarla y reafirmar su independencia.
Un primer paso sería solucionar su futuro por sí mismo, en esa etapa temprana
del embarazo, Hyungsik no tenía por qué involucrarse. Además, un tiempo de
alejamiento sería bueno para ambos. Necesitaba tiempo y espacio para decidir
qué quería hacer cuando naciera el bebé. Quedarse allí con la esperanza de que Park
Hyungsik solucionara sus dudas y miedos sólo implicaría una decepción.
Esa noche cenó con Joonyoung y le
comunicó sus planes.
—Tendré que irme de Seúl. Si dejo
de trabajar en la cafetería, no ganaré bastante para pagar el alquiler. Y no
quiero depender de la ayuda de Hyungsik.
—¿Por qué no?
Minwoo sacó la revista del bolso y
se la dio. Joonyoung leyó el artículo y enarcó una ceja, sin comentarios.
—Si no te molestan los niños ni
cocinar, podrías ir a casa de mi ahijado, en Hongdae —sugirió.
—¿Tu ahijado? —repitió Minwoo.
—Kwanghee es vital y práctico,
igual que tú. Se caerán bien. Su marido es periodista y casi nunca está en
casa. Está embarazado del cuarto hijo y necesita ayuda desesperadamente. Su
niñera se casó y ha tenido dos más estas últimas semanas. La primera echaba
tanto de menos a su familia que no dejaba de llorar, la segunda lo dejó porque
la casa está demasiado lejos de la ciudad. ¿Qué te parece?
—Consideraré cualquier opción
—contestó Minwoo—. No hay nada que me retenga aquí.
Minwoo acababa de entrar en la
agencia inmobiliaria donde trabajaba Kwanghee cuando sintió el dolor. Gimió y
se agarró al borde del escritorio para equilibrarse. El miedo que sintió fue
mucho más intenso que la contracción que sentía en el bajo vientre.
—¿Qué ocurre? —exigió Kwanghee,
interrumpiendo su conversación con otra empleada.
—¡Creo que llega el bebé! —susurró
Minwoo, tembloroso y tan blanco como la pared—. Pero es demasiado pronto.
Hwan Kwanghee, un joven de treinta
y pocos años, obligó a Minwoo a sentarse.
—Respira lenta y profundamente.
Puede que no sea más que una contracción Braxton-Hicks.
Pero los dolores continuaron y
decidieron que lo mejor era que Minwoo fuera al hospital local. Una vez allí,
Minwoo insistió en que Kwanghee regresara a la agencia, porque sabía que tenía
reuniones con clientes. El doctor medicó a Minwoo para intentar parar las
contracciones y organizó su traslado a un hospital con unidad de neonatos. A
esas alturas habían pasado varias horas. No había camas libres, así que lo
dejaron en una camilla, en el pasillo, hasta que llegara la ambulancia.
Allí tumbado, Minwoo se esforzaba
por controlar su pánico. Sólo estaba embarazado de treinta y cinco semanas, y
sabía que era un riesgo que el bebe naciera demasiado pronto. Su mente revivió
los últimos siete meses como una película.
No había trabajado demasiado
tiempo como ayudante doméstico de Kwanghee. En cuanto Kwanghee tuvo el bebé, su
marido lo abandonó por otro, sumiendo a la familia en el caos. Durante esa
difícil etapa, Kwanghee y Minwoo se habían hecho amigos íntimos. Para entonces
Minwoo ya había dejado atrás las náuseas matutinas de los primeros meses y
estuvo ayudando en la agencia inmobiliaria durante la breve baja por maternidad
de Kwanghee. ¡Descubrió que era genial vendiendo casas! Hacía tres meses que Kwanghee
había contratado a una niñera interna y a Minwoo como agente de ventas. El
traslado de Minwoo desde Seúl a una pequeña ciudad de Hongdae había sido un
éxito en todos los sentidos.
Pero en ese momento Minwoo se
hundía en un pozo de horror y remordimientos. Empeñado en establecer una base
segura para él su hijo, había trabajado mucho, pues una profesión con futuro
era la mejor red de seguridad para un appa soltero.
Se preguntaba si habría trabajado
en exceso, con demasiado estrés y descanso insuficiente. Cuando las náuseas
quedaron atrás, se había sentido muy bien. Poco a poco, el bebé se había
convertido en lo más importante de su mundo. Ni por un momento había pensado
que su cuerpo podía llegar a fallarle.
—¿Minwoo…?
Se estremeció de arriba abajo al
reconocer la inolvidable y profunda voz. Giró la cabeza en la almohada y sus
ojos se iluminaron de asombro. Park Hyungsik estaba a unos pasos de él,
contemplándolo con ojos sombríos como la noche.
—¿Estás bien? —preguntó.
—No… —consiguió musitar la palabra
y un segundo después sollozaba como si se le estuviera rompiendo el corazón.
Durante los últimos meses, su rígida autodisciplina había conseguido que no se
rindiera a pensamientos pocos productivos. Pero que él estuviera allí en
persona era un enorme reto en un momento en que sus defensas estaban por los
suelos y sus emociones fuera de control—. Vete… —gimió.
Hyungsik respondió con un gesto
espontáneo e inesperado. Le apartó el pelo de la frente húmeda y agarró su
temblorosa mano.
—No puedo dejarte solo. No me
pidas que vuelva a hacer eso.
—¿Cómo has sabido que estaba aquí?
—Eso no tiene importancia ahora.
Ya he hablado con el médico. No dudo que han hecho cuanto estaba en sus manos,
pero estás en una camilla en el pasillo, desatendido —murmuró Hyungsik con
ira—. Eso no es un nivel de cuidados aceptable.
—Es un hospital pequeño y no
pueden hacer más por mí de momento —explicó Minwoo.
—Una ambulancia aérea viene de
camino con un tocólogo que se hará cargo de todo —apretó su mano—. Por favor,
déjame ayudar.
Minwoo ni siquiera tuvo que
pensarlo, en términos de tratamiento era la mejor opción disponible. También la
animó mucho que él diera tanta importancia a la seguridad del bebé como ella.
—De acuerdo.
—Pensé que me harías sudar y
ofrecerte mil argumentos —dijo él, sin ocultar su sorpresa.
—Lo único que quiero es hacer lo
mejor para mi bebé —admitió Minwoo—. En este momento nuestras diferencias no
importan.
Todo fue muy rápido a partir de
ese momento. Pronto estuvo acomodado en la ambulancia aérea. Por primera vez en
meses, se encontró preocupándose por qué aspecto tendría, lo cual era bastante
tonto y superficial.
No tenía sentido preocuparse de si
tenía los ojos y la nariz rojos e hinchados. O de si su vientre parecía una
montaña, estando allí tumbado. Sabía que, como poco, debía parecer cansado y
despeinado, como cualquiera cercano al término de su embarazo tras un día
agotador. Se consoló pensando que Hyungsik también estaba menos perfecto de lo
habitual en él. Se había aflojado la corbata de seda, se había alborotado el
cabello con dedos impacientes y una sombra negro azulada empezaba a oscurecer
su mandíbula. Pero seguía pareciéndole guapísimo.
En ese momento, él alzó las cejas
con preocupación, y le dirigió una mirada inquisitiva. Minwoo, sonrojándose,
negó con la cabeza para indicar que no ocurría nada y cerró los ojos. Pero la
imagen del hombre al que amaba seguía grabada en su retina. Lo amaba con locura
y al tiempo lo odiaba por multitud de razones; pero seguía poseído por una
intensa añoranza. Sabía que no le hacía ningún bien, que era peligroso para él,
pero lo tenía en la sangre y en el alma y, por más que lo intentaba, no
conseguía liberarse.
En muy poco tiempo, y con
impresionante eficiencia, lo trasladaron a una elegante clínica privada de Seúl.
El siguiente paso fue una ecografía.
—Me gustaría estar contigo
—anunció Hyungsik.
Iba a objetar cuando una ojeada a
su rostro le advirtió que eso era exactamente lo que él esperaba. Se tragó su
protesta porque él estaba haciendo cuanto podía por ayudar y le parecía injusto
excluirlo de nuevo. Resignándose a que viera su vientre desnudo, tiró de la
manga de su chaqueta para llamar su atención. Hyungsik inclinó la cabeza hacia
él.
—Vamos a tener un niño —susurró
Minwoo.
Hyungsik alzó la cabeza y frunció
las cejas, como si no comprendiera. De pronto, inesperadamente, una sonrisa
curvó su ancha y bonita boca.
Cuando comenzó el examen, Minwoo
comprendió que no tenía por qué haberse preocupado de su vientre desnudo,
Hyungsik sólo tenía ojos para las imágenes de la pantalla. Cuando vio el rostro
del bebe, agarró su mano y lanzó una exclamación en italiano.
—Maravilloso —murmuró con voz
ronca—. Es maravilloso.
Los ojos de Minwoo se humedecieron
y parpadeó para evitar las lágrimas. Tras algunas pruebas, le conectaron un
monitor de seguimiento fetal y lo condujeron a una lujosa habitación privada.
El tocólogo tranquilizó sus miedos al decirle que los bebes que nacían después
de treinta y cuatro semanas de gestación tenían un índice muy alto de
supervivencia. Aun así, no había garantías, y cuanto más tiempo estuviera el
bebé en su vientre, mejor. Dado el riesgo de parto prematuro, el tratamiento
consistiría en reposo absoluto e hidratación.
Hyungsik salió con el tocólogo,
pero regresó unos minutos después.
—Pensaba que te habías ido
—comentó Minwoo.
—Por Dios… espero que eso sea una
broma —sus ojos astutos le escrutaron—. Pero no bromeas, ¿verdad?
Minwoo evitó responder, porque no
había sido su intención molestarlo.
—Bueno, ahora que estamos solos,
al menos podrías decirme cuánto tiempo hace que sabes dónde vivo.
—Me enteré hoy, al mismo tiempo
que supe de tu hospitalización — Hyungsik lo estudió con el rostro rígido—. Fui
el último de la cadena. Kwanghee, quienquiera que sea, se puso en contacto con Moon
Joonyoung, que transmitió la noticia a Kim Taehoon.
—¿Joonyoung se lo dijo a Taehoon?
—Minwoo enarcó las cejas con sorpresa—. No sabía que se conocieran.
—Sí se conocen. Es evidente que tu
amigo sabe guardar un secreto. Cuando hablé con él, hace meses, me juró que no
tenía ni idea de tu paradero.
—A mí tampoco me dijo que te
habías puesto en contacto con él — dijo Minwoo, desconcertado.
—Taehoon ha seguido en contacto con
él, y por fin consiguió resultados. Pero él también creía que no sabía dónde
estabas.
—Me sorprende que Joonyoung
decidiera decírselo a Taehoon.
—¿En serio? Contigo a punto de dar
a luz, o incluso de perder a mi hijo, era hora de dejar los juegos.
Minwoo captó el núcleo frío de su
ira. El mero hecho de que estuviera esforzándose por ocultarla, de que mantuviera
una fachada impasible, le advirtió de lo profunda que era su hostilidad.
—Joonyoung sólo estaba respetando
mis deseos e intentando protegerme…
—¿De mí? —Hyungsik lo miró de
reojo y fue hacia la ventana; sus anchos hombros irradiaron la ferocidad de su
tensión antes de que se diera la vuelta—. ¿Me merezco eso? ¿Acaso te asusté de
alguna manera?
—No —concedió Minwoo.
—Quizá algo que hice te afectó…
—Estás intentando sonsacarme —dijo
Minwoo, mirándolo con ojos
velados.
—Necesito saberlo. No quiero que
vuelvas a desaparecer sin más — replicó Hyungsik.
—Tú te lo buscaste —dijo Minwoo,
optando por la honestidad.
—¿Estás diciendo lo que creo que
estás diciendo? —Hyungsik lo estudió con incredulidad—. ¿Te refieres a la
fiesta que organicé para Kim Mingyu? La prensa se cebó en eso, de forma
desproporcionada. ¿Eso fue lo que te molestó?
—La palabra «molestó» se queda
corta —le advirtió Minwoo con tono ácido.
Hyungsik abrió las manos con un
gesto de incredulidad, y sus ojos chispearon con llamas de oro.
—¿Tanto te enfadó el crucero como
para huir y hacerme pasar por siete meses de infierno?
—«Enfadó» tampoco es la palabra
adecuada…
—¿Qué te parece… «venganza»?
—Supongo que hubo parte de eso,
aunque en ese momento no lo vi —concedió Minwoo con desgana.
Hyungsik soltó una risa
descarnada.
—Pensé que estaba más que harto de
ti. No quería que me ocultaras en China —confió Minwoo—. Me pasaba los días
vomitando y estaba tan agotado que apenas podía mantener los ojos abiertos en
el trabajo, y mientras tú estabas de fiesta…
—Puedo explicarlo…
—No pierdas el tiempo. En
cualquier caso, no me debes ninguna explicación —dijo Minwoo con voz resuelta—.
Es sencillo… yo necesitaba seguir con mi vida, igual que estabas haciendo tú.
—Así que se trataba de equipararte
a mí —comentó Hyungsik con expresión irónica.
Minwoo sintió el fuerte deseo de
salir de la cama y abofetearlo por su arrogancia.
—No todo se trata de ti… ¿por qué
piensas que sí? ¡Deja de interpretar mis palabras como si fueran un cumplido
para tu ego! No tenía ninguna buena razón para quedarme en Seúl.
Hyungsik lo miró con rostro serio
y tenso.
—No puedes permitirte discutir
conmigo ahora. Se supone que debes estar tranquilo y evitar el estrés.
—¡Entonces da marcha atrás al
reloj y borra el momento en el que nos conocimos! —Minwoo se apartó el pelo de
la frente con frustración.
—Incluso si pudiera, no lo haría
—admitió Hyungsik sin ningún titubeo—. Quiero a ese bebe. Y a ti también.
A Minwoo no lo impresionó esa
declaración. Sus ojos chispearon y su rosada boca esbozó una mueca de desdén.
Sintió la tentación de decirle que ese barco no sólo había zarpado, sino que se
había hundido en alta mar con toda su tripulación. No lo había querido lo
suficiente cuando había tenido importancia de verdad y ya era tarde. Pero no
dijo nada para no dar la impresión de que lo lamentaba.
—Y cueste lo que cueste, te tendré
—añadió Hyungsik con voz templada.
Minwoo parpadeó, creyendo haber
oído mal. Alzó las pestañas y se enfrentó al reto oscuro de sus ojos; fue como
lanzarse a un pozo de pasión abrasadora. Él no intentó ocultar el deseo
dibujado en su rostro y Minwoo se quedó paralizado.
—Bien. Me alegra que por fin nos
entendamos, delizia mia —murmuró Hyungsik con voz sedosa, pulsando un botón que
había en la pared—. He pedido que trajeran comida, y creo que deberías intentar
comer.
Pero cuando llegó la bandeja,
Minwoo fue incapaz de complacerlo, no tenía apetito. Hyungsik se sentó en un
extremo de la habitación y abrió un ordenador portátil, como si no pensara
moverse de allí, mientras él descansaba tumbado de costado, según le habían
ordenado. Se preguntó por qué cada vez que su vida parecía enderezarse, surgía
un nuevo obstáculo en su camino. A su pesar, admitió que esa vez había
participado activamente en crear el problema.
Le frustraba intensamente que le
hubiera sido impuesta la dependencia que había intentado evitar por todos los
medios. Descansar en una clínica privada no pagaría sus facturas. Si el bebé
era prematuro y requería cuidados especializados, dependería aún más de la
buena voluntad de Hyungsik para sobrevivir. Su intención había sido trabajar
hasta el último momento. Se preguntó cuánto tiempo podría Kwanghee guardarle el
puesto en la agencia inmobiliaria. Y estaba el problema de sus pertenencias.
—¿Por qué frunces el ceño?
—preguntó Hyungsik.
—Prométeme que si tengo que pasar
semanas aquí, te ocuparás de recoger mis pertenencias y mantenerlas a salvo
—suplicó Minwoo.
Hyungsik sacudió la cabeza con
sorpresa, se levantó y se acercó a la cama.
—¿Cómo puedes preocuparte por algo
así?
—No puedo ocuparme yo mismo de eso,
y todo lo que tengo está en casa de Kwanghee.
—¿Pero qué te hace pensar que eso
pueda llegar a ser un problema?
—Cuando me arrestaron, hace cuatro
años, lo perdí todo —admitió Minwoo—. Fotos familiares, recuerdos, ropa, todo.
No quiero que vuelva a ocurrir, y sería muy fácil.
—¿Cómo ocurrió eso? —preguntó
Hyungsik, arrugando la frente.
—No había nadie que pudiera
responsabilizarse de mis cosas mientras estuve en la cárcel, así que todo fue
vendido o acabó en la basura. Ekyun prometió que guardaría mis cosas, pero
después dejó que su madre me despachara y no volví a saber nada de él…
—¿Su madre? —repitió Hyungsik,
atónito.
—Fue a visitarme a la cárcel para
decirme que su hijo había terminado conmigo. Le escribí, y también a mi casera,
pero no se molestaron en contestar.
—Haré que recojan tus pertenencias
en cuanto quieras. Créeme, no perderás ni una cosa —Hyungsik lo contempló con
fijeza—. Compartimos la desconfianza en nuestros semejantes. ¿Cómo puedo
demostrarte que, a pesar de mis defectos, puedes confiar en mi palabra?
—No puedes —Minwoo estaba tenso,
porque sentía una sensación que parecía ser la precursora de las contracciones
que habían conseguido detener horas antes.
—¿Ni si te pido que te cases
conmigo?
—¿Me lo estás pidiendo? —preguntó,
mirándolo fijamente.
—Sí, bellezza mia —Hyungsik se
enfrentó a su mirada con expresión serena—. Vas a tener un hijo mío. Es la
solución más racional.
—Pero la gente no se casa sólo
porque…
—En mi familia sí —interrumpió
Hyungsik.
Minwoo miró el sillón que él había
abandonado. No quería agarrarse a su oferta y halagar su ego. Pero si
consideraba la propuesta basándose en la seguridad y el sentido común,
solucionaba todas sus necesidades prácticas y le evitaría tener que preocuparse
por su futuro como madre. De hecho, si se casaba con Hyungsik, su niño nunca
tendría que sacrificarse como él.
Sus padres adoptivos le habían
inculcado principios suficientes como para que la idea del matrimonio le
resultara más atractiva que la preocupación de ocuparse solo de su hijo. Si él
estaba dispuesto a comprometerse hasta tal punto por el futuro de su hijo, era
mucho más responsable y fiable de lo que había creído.
Minwoo intentó no hacer una mueca
de horror cuando comprendió que una nueva contracción tensaba su vientre,
volvía a estar de parto. Sabía que en ese momento era muy vulnerable. Él no la
amaba, pero estaba dispuesto a actuar como padre de su hijo. En ese momento,
eso le importaba tanto como saber que, si le decía que sí, se quedaría con él.
—De acuerdo, me casaré contigo
—aceptó.
—Lo organizaré todo —la expresión
firme y seria de Hyungsik demostraba que no había esperado una negativa—.
Celebraremos la boda antes de que nazca el bebé…
—Lo dudo —gimió Minwoo, sintiendo
una intensa oleada de dolor—.Han vuelto a empezar las contracciones. Creo que
el bebé llegará antes.
Hyungsik lo miró con
consternación, pero un instante después reaccionó pidiendo ayuda. Todo fue muy
rápido a partir de ese momento. Ambos se asustaron cuando el cirujano decidió
que era hora de la cesárea. Minwoo temía por la vida del bebe y Hyungsik hizo
cuanto pudo por calmarlo.
Y lo consiguió. Vestido con ropa
de quirófano de color verde, sujetó su mano durante todo el proceso, sin dejar
de darle ánimos. Estaba pálido, pero aguantó. Sólo cuando Hyungsik vio a su
hijo por primera vez, Minwoo se dio cuenta de hasta qué punto se había
controlado y de que su ansiedad había sido equivalente a la suya; vio que sus
ojos se llenaban de lágrimas.
El recién nacido fue sometido a un
reconocimiento exhaustivo. Al comprobar que tenía leves problemas
respiratorios, lo trasladaron a la incubadora de inmediato.
—Me gustaría llamar Mingyu al
bebe, era el nombre que mi padre le gustaba si hubiera tenido un varón —dijo
Minwoo, cuando estuvo de vuelta en la habitación. Tenía la necesidad de dar un
nombre a su hijo, para sentirlo más cerca aunque no pudiera tenerla en brazos.
—Me gusta —le dijo Hyungsik.
Minwoo empezaba a rendirse a las consecuencias del estrés, el agotamiento y la
medicación; sentía los párpados muy pesados. Hyungsik fue a ver a Mingyu y,
cuando regresó para comunicarle sus progresos, Minwoo por fin se dejó vencer
por el sueño.
Hwang Kwanghee telefoneó a la
mañana siguiente, y envió un ramo de flores. Joonyoung llegó y se unió a Minwoo
en la unidad de cuidados intensivos, donde dedicó un buen rato a admirar la
sedosa melena de Mingyu.
—¿Estás enfadado conmigo por
involucrar a Hyungsik? —inquirió Joonyoung con preocupación, una vez volvieron
a la habitación de Minwoo y estuvieron solas.
—Claro que no —dijo Minwoo—. ¿Pero
por qué no mencionaste la visita de Hyungsik ni la de Taehoon?
—Sabía que te molestaría saber que
Hyungsik estaba intentando encontrarte —Joonyoung hizo una mueca—. Y después
las cosas se complicaron…
—¿Cómo?
—No se lo digas a Hyungsik aún,
pero estoy saliendo con Taehoon.
Minwoo le dirigió una mirada de
sorpresa y luego se echó a reír. Joonyoung lo hizo sonreír con su relato de
cómo las frecuentes visitas del italiano a su cafetería habían dado pie a una
amistad que se había convertido en algo más serio.
—Al principio simulé que no sabía
dónde estabas. Luego seguí haciéndolo porque Taehoon era demasiado leal con
Hyungsik y no podía confiarle la verdad…
—Deberías habérmelo dicho.
—Ya tenías bastantes problemas. En
justicia, debo decir que Hyungsik no ha dejado de buscarte durante todos estos
meses.
—Debía sentirse culpable. Debí
dejarle una nota diciendo que no se preocupara y que todo me iría bien
—concedió Minwoo.
—Pero el dramático silencio y la
huida eran más acordes con tu estilo, bellezza mia —interpuso Hyungsik desde el
umbral—. Señor Moon, espero que Minwoo lo haya invitado a nuestra boda.
—¿Qué boda? —el joven abrió los
ojos como platos—. ¿Piensan casarce? ¡Es una noticia fantástica!
—Aún no había tenido tiempo de
mencionarlo —Minwoo se encogió y ruborizó al sentir la mirada sardónica de
Hyungsik. No había encontrado el momento de dar la noticia porque, en el fondo,
se sentía como si acceder a casarse con él fuera una traición a sus principios
y a su orgullo—. Además, falta mucho tiempo —añadió—. Tenemos que esperar a que
Mingyu esté lo bastante fuerte para dejar el hospital, y a que yo me recupere
de la cesárea.
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