—Creo que va a gustarme estar
casado —susurró después de bajar del torbellino de éxtasis , abrazándolo con
fuerza y afecto.
Un océano de amor y perdón parecía
rodear el corazón de Minwoo. Inhaló el aroma almizclado de su piel y suspiró de
alegría. Él le apartó el cabello de la frente, lo besó y estudió su rostro con
ojos intensos. Se sentía débil sólo con mirarlo.
—Tenías razón —dijo, pensando que,
por una vez, podía permitirse un cumplido—. No necesitas instrucciones.
Siguió un silencio y se preguntó
en qué estaría pensando. ¿En Seojoon? El nombre surgió en su mente de la nada y
cayó como una roca gigantesca sobre sus sentimientos. Era extraño que ni
siquiera le hubiera preguntado qué le había dicho Seojoon la noche anterior.
Inquieto, razonó que sin duda habría pensado en él, tras haberlo visto esa
tarde. Al fin y al cabo, era humano; pero no quería que pensara en su ex
prometido y futuro ex cuñado.
—¿Estabas locamente enamorado de Seojoon?
—preguntó Minwoo de repente. Casi se encogió de horror al oír la pregunta que
había saltado de su cerebro a su lengua involuntariamente.
—¿Tú qué crees? —Hyungsik lo soltó
y se sentó.
—No, dudo que estuviera en el
edificio más de diez minutos —gruñó Hyungsik, tensando la mandíbula.
—Comentó que va a divorciarse de
tu hermano —murmuró, con el rostro ardiendo por lo que podía haber sido una
alusión al incidente del vino.
Hyungsik lo miró con los ojos
entrecerrados. Con el rostro sombrío saltó de la cama.
—Necesito una ducha —dijo.
—¿Y tú eres el hombre que va a
cambiar y compartir cosas conmigo? —le lanzó Minwoo, herido e incapaz de
callarse, aunque habría deseado hacerlo.
—Por todos los diablos… ¡no esas
cosas! —contestó Hyungsik sin titubear.
La puerta del cuarto de baño se
cerró de golpe. «Primera lección: no mencionar a Seojoon», reflexionó Minwoo
con tristeza. Aunque habían pasado ocho años, ese asunto seguía inconcluso.
Pero interrogarlo como un colegial celoso no había sido ninguna sutileza. Deseó
no haber hablado, no haber estropeado
ese precioso momento de intimidad con sus preguntas. No podía dejar de ver su
expresión adusta y fría.
Diez minutos después, Hyungsik
regresó, con el pelo mojado y una toalla enrollada a la cintura.
—Ven aquí, amado —dijo.
—No, estoy enfadado —confesó
Minwoo con una mirada ofendida, mientras admiraba su increíble físico.
—¿No te gustaría refrescarte en la
piscina?
—No sé nadar —admitió. Hyungsik no
pudo ocultar su expresión de sorpresa.
—Da igual. Estarás a salvo
conmigo.
Minwoo se preguntó si habría
escalones en uno de los extremos, para poder sentarse en el agua. Tenía calor y
la idea de refrescarse era muy tentadora. Se debatió entre el deseo de hacerle
sufrir y salvaguardar su orgullo y aceptar.
—Hay una botella de champán en
hielo preparada abajo.
—No entendiendo de vinos caros
—rezongó—. Nunca conseguirás educar mi paladar.
—También tengo tu chocolate suizo
favorito.
Hyungsik se había reservado la
oferta más seductora para el final. Se le hizo la boca agua. Tal y como él
había descubierto una noche en el hospital, cuando había estado demasiado asustado
para separarse de Jaehyun e ir a comer, adoraba el chocolate. Alzó la cabeza.
—De acuerdo… pero con una
condición. No te permito que me toques.
—Ya veremos quién se rinde antes
—murmuró Hyungsik con calma.
Seis semanas después, Hyungsik
condujo a Minwoo a una habitación del palacio. Siguiendo sus instrucciones,
tenía los ojos cerrados. Hizo que girara sobre sí mismo para incrementar la
tensión.
—¿Puedo mirar ya? —preguntó
Minwoo.
—Adelante.
Minwoo parpadeó: había estado
afuera, al sol, y sus ojos tardaron un momento en adaptarse a la penumbra. Lo
que vio encima de la mesa que tenía delante era una casa de muñecas que parecía
idéntica a la que había poseído en su infancia y que no había esperado volver a
ver nunca. Desconcertado, la miró fijamente, sin poder creer que fuera la suya.
—Di algo —le urgió Hyungsik.
—No puede ser mía… —pero pronto
descubrió que se equivocaba. Cuando acercó una mano temblorosa y abrió la parte
delantera de la casa, encontró todos los muebles alineados en filas para su
inspección. Alzó una muñeca de plástico con una sola pierna que lucía un
vestido de punto demasiado grande, que había sido tejido por su madre adoptiva.
—Es tuya —confirmó Hyungsik.
Minwoo miró el resto de las cosas
que había sobre la mesa. Dejó la muñeca para estudiar la colección de gatos de
porcelana, algunos con el rabo roto y que él mismo había pegado con pegamento.
Había una bolsa de recuerdos de su adolescencia y un pequeño joyero. Al lado
había una colección de álbumes de fotos y los ojeó, frenético por encontrar el
más importante. Allí estaba: las fotos de sus padres adoptivos. Las lágrimas
empezaron a surcar su rostro sin que fuera consciente de ello.
—¿De dónde has sacado todas estas
cosas? —preguntó, sollozante.
—Tu ex novio aún las tenía.
—¿Ekyun? —exclamó.
—Aunque su madre le dijo que
tirara a la basura tus cosas, consiguió esconder éstas en el ático. Eh…
—Hyungsik acarició su rostro húmedo con los nudillos—. ¡Quería hacerte sonreír,
no llorar!
—Es por la emoción —sollozó,
echándose a llorar—. No sabes cuánto significan estas cosas para mí.
Hyungsik lo atrajo a sus brazos y
le acarició el cabello hasta que se calmó de nuevo.
—Sí lo sé. Cuando mi padre cambió
su testamento y me despojó de la mayor parte de mi herencia, perdí cuanto había
bajo este techo excepto mi ropa. Vendieron los cuadros, esculturas y muebles
coleccionados por mis antepasados, y también algunos objetos personales que no
pude probar que me pertenecían.
—No puedes comparar mi colección
de gatos con una famosa colección de arte…
—Cuando escuché tu historia, me di
cuenta de lo afortunado que era por encontrarme en la situación de buscar y
comprar mucho de lo que perdí.
—Si Ekyun tenía mis cosas, ¿por
qué no me contestó cuando le escribí al salir de la cárcel?
—Su madre seguramente vio la carta
antes —contestó él, tras un titubeo.
Minwoo palideció y desvió la
mirada, consciente de que él se sentía incómodo con cualquier cosa que le
recordara su estancia en la cárcel.
—¿Has visto a Ekyun en persona?
¿Cuándo?
—La semana pasada, cuando fui a Seúl
en viaje de negocios —la boca de Hyungsik se curvó con una sonrisa malévola—.
La madre de Ekyun estuvo dando portazos, rezongando y criticándolo durante toda
mi visita. Lo tiene amargado, pero al menos tuvo el coraje de admitir que aún
tenía tus cosas y entregármelas.
A Minwoo la emocionó que se hubiera
tomado tantas molestias por él.
—No sabes lo importante que es
esto para mí. Es como recuperar mis raíces. Cuando tu familia ha desaparecido,
los recuerdos sentimentales adquieren mucho valor —tomó aire y sus ojos verdes
se llenaron de determinación—. De verdad creo que al menos deberías hablar con
tu hermano y escuchar lo que tiene que decir…
—No soy nada sentimental —dijo él
con impaciencia. No era la primera ve que ella sacaba el controvertido tema.
—Ni siquiera me has preguntado qué
dijo Banryoo cuando vino a verme a Seúl…
—No me interesa.
—Se siente fatal respecto al
pasado y quiere hacer las paces contigo…
—Casi llevó la finca a la
bancarrota y ha tenido mala suerte. Claro que quiere mi perdón, en términos de
apoyo económico.
Su cinismo provocó una mirada de
reproche de Minwoo.
—Parecía sincero y desdichado, y no
tenía buen aspecto —suspiró—. De acuerdo, no diré más, sobre todo cuando acabas
de darme esta sorpresa.
—No tiene importancia —Hyungsik
curvó las manos alrededor de sus caderas y lo acercó hacia sí—. Además, me
gusta que pienses en el resto de la gente. Tienes un corazón muy tierno, dulce
mío.
Minwoo sintió que le atenazaba la
emoción. A veces lo amaba tanto que casi le dolía. A pesar de que había crecido
rodeado de privilegios, había pasado por tiempos difíciles, igual que él. Daba
un gran valor a la lealtad dado que, mientras que muchos de sus amigos lo
habían abandonado cuando su padre lo desheredó, Sang y Mingyu le demostraron su
apoyo ayudándole en sus primeros negocios.
Entendía las experiencias que lo
habían llevado a hacerse duro como la piedra, cínico y de propósitos
inamovibles. Adquirir una riqueza mucho mayor que la de su padre había
incrementado aún más su actitud arrogante y despiadada en la vida. Sin embargo,
cuando se desvivía por complacerlo, Minwoo reconocía y apreciaba cuánto había
cambiado con respecto a él.
Le costaba creer que hubieran
pasado seis semanas desde su boda, el tiempo había volado. Pero Hyungsik no se
quedaba quieto mucho tiempo y era hora de que regresara a su despacho de Seúl.
Al día siguiente volverían a Corea.
Minwoo no tenía ganas de abandonar
Italia, porque había sido muy feliz allí. La luna de miel había empezado con
lecciones de natación a cargo de Hyungsik, que le había prohibido que se
acercase a la piscina si él no estaba en el agua. También lo había llevado a
navegar. Al principio se mareaba, pero él le había obligado a superarlo y al
final se había divertido mucho.
Sospechaba que su marido estaba
empeñado en llevarlo a bordo de su yate por el que Minwoo sentía un enorme
desagrado sin siquiera haberlo visto. Sin embargo, estaba dispuesto a aceptar
que a ambos les atraían las actividades físicas.
Hyungsik lo estaba animando a
interesarse por el fondo benéfico que había instituido y había hecho planes
para que lo acompañara en un viaje a África para dar publicidad al trabajo que
realizaba allí.
En todos los sentidos importantes,
Hyungsik le estaba haciendo un hueco en su ajetreada vida, y compartiendo sus
intereses con él hasta un punto que no había creído posible. Pero él aún no
había conseguido ganarle una partida de ajedrez.
Su hijo Jaehyun era el centro del
mundo de ambos, el punto de encuentro que los unía. Minwoo empezaba a
comprender que las primeras precarias semanas de vida de su hijo lo habían
unido a Hyungsik más de lo que había captado en ese momento. Habían compartido
mucho y eso había dado profundidad a su relación. Aunque habían disfrutado de unos
días fabulosos a solas, como amantes, Hyungsik había echado de menos a Jaehyun tanto
como Minwoo, y fueron a recogerlo antes de lo previsto.
Esa tarde, Minwoo acunó a Jaehyun y
lo puso en la cuna para que echase la siesta. Con su pelo negro, ojos claros y
naricita de botón, era un jovencito precioso y a veces Minwoo tenía que
obligarse a soltarlo. Aún no había olvidado las semanas en las que no había
podido tener a su hijo en brazos.
Minwoo acababa de salir de la
ducha, una hora después, cuando Joonyoung telefoneó para decirle que Taehoon le
había propuesto matrimonio.
—Oh, Dios mío, ¡me alegro mucho
por ti! —exclamó Minwoo—. Has dicho que sí, ¿verdad?
—Por supuesto. Es un buen hombre
—dijo Joonyoung con cariño—. No quería que te lo dijera, pero he pensado que
deberías saberlo. Lleva meses revisando todos los datos de tu juicio y
sentencia, siguiendo cada pista.
—Pero, ¿por qué? —preguntó Minwoo,
atónito.
—Cree que eres inocente y desea
ayudar. Además, hay buenas noticias. Recientemente, un marchante de
antigüedades compró un par de piezas de plata de la colección de la señora Do;
las anunció en Internet y Taehoon las vio. Si consigue descubrir quién se las
vendió, tal vez pueda identificar al verdadero culpable.
—Es muy amable por su parte tomarse
tantas molestias, dile que se lo agradezco —Minwoo arrugó la frente—. Pero creo
que ha pasado demasiado tiempo. La gente no recordará nada…
—No seas tan pesimista —lo regañó Joonyoung—.
El marchante llamó a la policía y ya están investigando el asunto. El hombre
compró las piezas de buena fe y se arriesga a perder mucho dinero. ¿No te
mueres de ganas de saber quién fue el ladrón? ¡Seguro que sí!
Minwoo hizo una mueca, hacía
tiempo que imaginaba la identidad del ladrón. Sólo una persona había tenido la
oportunidad de colocar las pistas falsas que llevaron a la detención de Minwoo
por un delito que no había cometido. Pero Minwoo sabía que no podía probarlo.
En vez de consumirse de amargura, había decidido seguir adelante con su vida.
Cuatro años después, no quería hacerse falsas esperanzas, y aceptaba que sus
antecedentes penales lo acompañarían el resto de su vida.
—Esperemos lo mejor —respondió
Minwoo con tacto—. ¿Cuándo crees que se casarán?
—No queremos esperar mucho.
—Creo que ya es más que hora de
hacer a Hyungsik partícipe del secreto…
—Taehoon pensó que no sería
profesional admitir que éramos pareja antes de su boda —le dijo Joonyoung con
ironía—. ¡Hombres!
—¿Qué secreto?
Minwoo giró en redondo y vio a
Hyungsik apoyado en el umbral. Estaba serio.
—Minwoo, te he hecho una pregunta.
Minwoo enrojeció con enfado al
percibir el tono autoritario de su voz. Preguntándose qué demonios le ocurría,
se excusó con Joonyoung y prometió llamarlo después. Colgó el teléfono y fue
hacia Hyungsik.
—Joonyoung y Taehoon llevan meses
saliendo y él acaba de proponerle matrimonio. Ése era el secreto, pero
no era mío para compartirlo.
Hyungsik lo miró fijamente, sin
mover un músculo del rostro y con los ojos velados.
—No tenía ni idea de que salían
juntos, pero la vida privada de Taehoon no me concierne.
—¿Por qué estás enfadado conmigo?
—preguntó Minwoo tensa, percibiendo que algo iba mal.
—No estoy enfadado. Pero me temo
que ha habido un cambio de planes. Nos iremos ahora, no mañana.
—¿Ahora? —frunció el ceño—. ¡Acabo
de salir de la ducha!
—Te agradecería que estuvieras
listo para partir dentro de diez minutos —farfulló Hyungsik.
—¡Ni siquiera he hecho las
maletas!
—El servicio se ocupara de eso.
Vístete.
Era obvio que había ocurrido algo,
nervioso, se vistió. Hyungsik estaba en la terraza, hablando por teléfono. Cada
vez que miraba a su marido, se quedaba sin aliento. Con el pelo negro
reluciente bajo el sol, mostrando su perfil clásico, era la viva imagen de la
sofisticación. Llevaba una chaqueta de lino color caramelo, arremangada, y
pantalones vaqueros claros y ajustados.
—Por favor, dime qué ocurre —pidió
Minwoo cuando colgó el teléfono.
—Nada inesperado, amado —posó sus
asombrosos ojos negros en su rostro preocupado. Se acercó y agachó la cabeza
para besarlo.
La erótica caricia de su lengua
hizo que todos sus nervios se tensaran. Sintiéndose vulnerable, tembló bajo su
boca, devolviéndole el beso. Se apoyó en su cuerpo alto y musculoso.
Liberándolo de nuevo, él le dio la mano y lo condujo hacia el helipuerto.
—No has dicho adónde vamos
—comentó Minwoo.
Hyungsik lo ayudó a subir al
helicóptero. El niño ya estaba acomodado en un asiento de seguridad,
demostrando su capacidad de dormir a pierna suelta ocurriera lo que ocurriera.
—No, es verdad.
El misterio se aclaró en menos de
una hora. El piloto voló sobre el Mediterráneo y justo cuando la luz teñía el
cielo de rosa, aterrizó en un enorme yate.
Quince minutos después, Jaehyun
fue trasladado a otra cuna en un camarote, seguido por sus niñeras. Minwoo se
reunió con Hyungsik en una lujosa zona de recepción.
—¿Qué está ocurriendo? —presionó,
harto de que no le explicara nada…
—Mingyu tiene muchos contactos en
los medios informativos. Me advirtió que mañana la prensa rosa publicará un
artículo sobre tus antecedentes penales —explicó Hyungsik, tensando la
mandíbula—. Decidí que sería mejor que Jaehyun y tú estuvieran lejos del
alcance de las cámaras. Mientras el barco está en alta mar, estarán a salvo de
ellas.
Minwoo manifestó el impacto de la
noticia con una serie de reacciones físicas. Palideció y sintió náuseas.
Mareado, se sentó silenciosamente. Un segundo después sufrió otra reacción que
le dolió mucho más: descubrió que no tenía valor para enfrentarse a los ojos de
su marido, por lo que pudiera ver en ellos.
¿Repulsa, enfado, desprecio? No
podía culparlo por odiar que saliera a la luz su vergonzoso pasado. Ningún
hombre decente desearía que el mundo supiera que su esposo había sido procesado
por robar a una anciana enferma.
Sin embargo, Minwoo tuvo que
admitir que no podía hacer absolutamente nada para cambiar la situación.
—Siento mucho todo esto —admitió
Minwoo, pesaroso.
—Los dos sabíamos que esto podía
ocurrir —respondió Hyungsik con voz templada—. Pero me sorprende que haya
ocurrido tan pronto.
Minwoo aún no se atrevía a
mirarlo. El café estaba servido. Sintió un golpeteo en el pecho y una
inquietante sensación de vacío en el estómago. A pesar de haber cumplido su
tiempo en la cárcel, la condena seguía siendo como una roca encadenada a su
tobillo. Y parecía que siempre lo sería.
Pero lo que realmente le
destrozaba era el cambio en Hyungsik. No era un hombre que se hubiera planteado
tener un esposo que lo avergonzara socialmente. Minwoo no podía olvidar que una
vez había intentado persuadirlo para que cambiara de nombre y se trasladara a China
para huir de su pasado. Su predicción de humillación pública estaba a punto de
cumplirse y era casi un milagro que él no hubiera dicho aún «Ya te lo advertí».
Su fachada de formalidad sólo podía estar ocultando la frustración que debía
sentir.
—Por fortuna, me había preparado
para esta eventualidad —le informó Hyungsik.
—¿Voy a desaparecer en el mar?
—murmuró Minwoo, porque en su opinión sólo un escándalo mayor quitaría importancia
al que estaba a punto de ocurrir.
Siguió un silencio eléctrico.
—Eso no tiene gracia, Minwoo —dijo
él, soltando el aire con un siseo.
Minwoo nunca había tenido menos
ganas de reírse. Las lágrimas le atenazaban la garganta. Sólo unas horas antes
había estado regocijándose ingenuamente por su felicidad. Hyungsik parecía
haber olvidado sus antecedentes penales en gran medida. Pero sería una tontería
ignorar que Hyungsik tenía opiniones muy conservadoras con respecto al crimen y
su castigo.
Aborrecía la deshonestidad. Y en
ese momento se avergonzaba de él, sin duda. Intentaba ser compasivo, pero
percibía su reticencia como un muro que se interpusiera entre ellos.
Se preguntó cómo se habría sentido
cuando Kim Mingyu lo había advertido sobre el artículo. Mingyu podía ser uno de
sus mejores y más antiguos amigos, pero a los hombres no les gustaba mostrar
sus puntos vulnerables, y tener un esposo ex delincuente sólo podía ser motivo
de vergüenza para él.
Se preguntó cuánta tensión podía
soportar un matrimonio y si él sería capaz de seguir respetándole. Estaba muy
orgulloso del apellido Park y él lo estaba arrastrando por el fango. Había
querido que ocultara su pasado para proteger a su hijo. De repente, Minwoo veía
cómo los acontecimientos podían unirse para destrozar su relación. Hizo un
esfuerzo para reponerse.
—¿Has dicho que te habías
preparado para esto? —murmuró con voz débil.
—Lo superaremos, dulce —gruñó
Hyungsik. Cruzó la habitación, lo alzó del asiento y lo rodeó con sus brazos.
Minwoo, reconfortado por su
abrazo, se tragó las lágrimas y apoyó la cabeza en el ancho hombro varonil.
Quería estar en sus brazos para siempre.
—Mi equipo de relaciones públicas
ha redactado una nota de prensa en el tono adecuado —declaró Hyungsik,
acomodándolo en un sofá—. Acabará con las especulaciones. La semana que viene
otra persona se convertirá en su objetivo.
Minwoo no estaba seguro de
entender lo que estaba diciendo, pero su preocupación por él había disminuido
su miedo de perderlo y le había dado fuerzas.
—De acuerdo.
—No es lo que habrías hecho tú
—dijo él mirándolo con fijeza—, pero lo importante es cómo manejar el asunto
una vez se haya hecho público.
—Esa nota… —Minwoo lo miró
inquieto.
—Tengo una copia aquí —Hyungsik
sacó una hoja de una capeta y se la ofreció—. Es bastante estándar y, con tu
consentimiento, la entregaremos a la prensa.
Minwoo sólo había leído la primera
frase cuando se le encogió el corazón. Básicamente, era un reconocimiento de su
encarcelación por robo, una referencia a que había cumplido la sentencia
correspondiente y la declaración de que había aprendido la lección. La típica
historia de castigo y arrepentimiento.
—No puedo permitir que publiques
esto —dijo.
—Una disculpa pública es lo que
hace falta. Puede parecer tonta y sin sentido, pero la gente te respetará por
ser sincero respecto a tu pasado.
—Hyungsik… —lo miró suplicante,
buscando su comprensión—. No soy un ladrón. Yo no me llevé esos objetos de
plata. Fui a la cárcel por un delito que no había cometido. No puedo acceder a
esta declaración porque sería una mentira.
—Esa declaración pondrá punto
final al asunto y acabará con la historia.
—¿Has escuchado lo que acabo de
decir?
—Ya sabes lo que opino sobre ese
tema —dijo Hyungsik con voz firme—. Puede que necesites perdonarte por lo que
hiciste antes de aceptarlo. Pero en este momento tenemos algo más inmediato a
lo que enfrentarnos…
—¡No puedo creer que acabes de
decirme eso! —Minwoo, roja de ira, se puso en pie.
Hyungsik lo miró con rostro duro y
resuelto.
—Cometiste un error cuando eras
joven y no tenías familia que te apoyara. Muchos adolescentes comenten errores
similares, los dejan atrás y continúan su vida ateniéndose a la ley, como has
hecho tú. Deberías sentirte orgulloso de haberlo conseguido.
—¡Guárdate el discursito! Hay un
pequeño problema… ¡yo no cometí ningún error! Ni siquiera me has dejado que te
contara lo que ocurrió en realidad.
—Evitas el tema.
Minwoo se quedó helado de
sorpresa. Lamentó que su deseo de evitar un tema controvertido durante la luna
de miel le hubiera dado esa impresión. Un segundo después se enfureció consigo
mismo por su cobardía.
—No me trates como si fuera tu
enemigo. Intento ayudarte —le dijo Hyungsik.
—Lo sé —Minwoo apretó los labios.
—¿Accederás a publicar la
declaración? —exigió Hyungsik.
—No, nunca —dijo Minwoo, pálido
como un mártir atado a una estaca en la hoguera.
—El problema surgirá una y otra
vez. No desaparecerá —le advirtió Hyungsik con firmeza—. Hay que poner fin al
asunto.
Siguió un silencio que Minwoo sintió
como una mano helada deslizándose por su espalda, pero no iba a dejarse
intimidar de esa manera. Sus ojos destellaron con resolución y alzó la
barbilla.
—Pero no así. No con una confesión
falsa y una falsa declaración de arrepentimiento por algo que no hice. Cumplí
toda mi sentencia por negarme a expresar arrepentimiento por un delito que no
había cometido.
Hyungsik lo miró con fría y dura
censura. Minwoo se quedó sin respiración. Él giró sobre los talones y, sin
decir otra palabra, salió de la habitación. Minwoo tragó aire, se dejó caer en
el asiento y miró al vacío. «¿Y si esto me cuesta mi matrimonio?, ¿Y si lo
pierdo?», pensó aterrorizado por esa posibilidad.
No era ninguna ayuda el hecho de
que entendía su punto de vista. Había decidido que era culpable al principio de
su relación, cuando apenas lo conocía, y era testarudo como una mula. Incluso
había llegado a justificar su comportamiento de forma satisfactoria para él:
error juvenil y falta de apoyo familiar. No había dicho una sola palabra de
queja, ni lo había culpado. Y estaba haciendo lo posible para proteger la poca
reputación que le quedaba.
Lo había trasladado al yate para
protegerlo de los periodistas. Estaba haciendo lo que era natural en él:
hacerse cargo, tomar decisiones para controlar la crisis e intentado protegerle.
Y él, en vez de agradecer su consejo, se comportaba de forma poco razonable y
lo rechazaba de plano. Se limpió las lágrimas con el rostro de la mano.
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