—Huitaek, por
favor marchaos a vuestra alcoba —Mark esquivó otro beso—. Dejemos esto para
mañana, ¿de acuerdo?
Con facilidad
logró zafarse de su ebrio abrazo.
El joven Junbi
se había retirado poco después de que Jackson se hubiera marchado y Mark había
tenido a Huitaek junto al fuego hasta que éste había consumido vino suficiente
como para que se le nublaran los sentidos. Y ahora se encontraba luchando
contra unos acercamientos que no deseaba en un pasillo en penumbras.
Esperaba que
uno de los guardias de la reina apareciera, pero hasta el momento no había
tenido suerte. Esa noche el oscuro pasillo se encontraba extrañamente vacío.
—No puedo ir a
mi alcoba. No solo. La reina lo prohíbe, mi Mark.
¿Pero qué
tenía que ver la reina con el hecho de que él se retirara o no a dormir?
Cuando Huitaek
alargó un brazo hacia él con torpeza. Mark aprovechó para agarrarlo y girarlo
en dirección a su habitación. Y para burlarse de él, le prometió:
—¡No!
Como si
estuviera poseído, Huitaek le quitó la mano del hombro y lo rodeó con los
brazos.
—No me iré
solo —y comenzó a llevarla hacia su habitación—. Esta es la noche. Ya no habrá
más juegos ni más palabras. Pasaréis la noche conmigo y mañana nos casaremos.
Forcejeó y
logró soltarse, pero antes de que pudiera salir corriendo él lo agarró de la
muñeca y lo detuvo. Cuando se negó a moverse hacia él le dijo:
—Puedo tirar
de vos si quiero. No me importa.
—Huitaek
detened esta locura. Nunca me casaré con vos —Mark luchaba por mantener la voz
calmada—. Nada de lo que hagáis me hará cambiar de opinión.
—Eso ya lo
veremos —su voz resonó por todo el pasillo.
—¿Qué estáis
tramando?
—Nada. Lo
único que hago es seguir sus órdenes como un buen y leal súbdito.
—¿Qué
estupidez estás diciendo?
Mientras
seguía su avance hacia la alcoba, respondió:
—Supongo que
importa poco si lo sabéis porque eso no cambiará lo que sucederá esta noche.
Vos os lo habéis buscado, querido. Si hubierais aceptado mi propuesta
directamente u os la hubierais tomado en serio no tendríamos que haber acabado
empleando estos métodos.
—Parece que no
lo entendéis. Soy libre de casarme con quien yo quiera.
—¿Ahora quién
está diciendo estupideces? No podéis evitarlo. Pasaréis la noche en mi
dormitorio y os encontrarán allí por la mañana. Y para salvar el honor de esta
corte, nos casarán de inmediato.
—¿Me
obligaréis a casarme? ¿Con la bendición de la reina?
—¿Bendición?
No, ella misma me ordenó que hiciera esto.
Cuando se
detuvo junto a su puerta. Mark seguía tratando de liberarse.
—¡No! No lo
haré.
—Oh, claro que
sí. No tenéis elección.
Respiró hondo
y gritó aunque considerando la desolación del pasillo, tenía pocas esperanzas
de que alguien lo oyera y corriera a rescatarlo, pero era mejor tener algo de
esperanza que nada.
—¡Por Dios! —Huitaek
intentó detener sus gritos poniéndole la mano en la boca—. ¡Basta!
Abrió la
puerta con el hombro y lo metió dentro. Mark perdió el equilibrio y cayó de
rodillas sobre el suelo.
Haciendo caso
omiso de su quejido de dolor, Huitaek le dijo:
—Podéis hacer
esto de buena gana o a la fuerza. De un modo u otro acabaréis convirtiéndoos en
mi esposo.
Mark se sentó
sobre el suelo y se frotó la rodilla.
—Y vos podéis
iros al infierno, Huitaek porque ya estoy casado.
De pronto
perder su apuesta con Jackson le pareció un precio bajo que pagar. Merecería la
pena si con ello evitaba convertirse en el esposo de Lee.
Huitaek se
rió.
—¿Me tomáis
por tonto? Vuestro marido está muerto —se agachó y agarrándolo por la parte
delantera, lo levantó.
—No está
muerto. Dejadme hablar con la reina.
—¿Cómo podéis inventaros
semejantes mentira?
—No es ninguna
mentira. Exijo que la reina me vea y me escuche ahora.
—No me deis
órdenes. Decidme quién es vuestro marido y me ocuparé de ello. Antes del alba
seréis viudo.
Sabía que Jackson
no sería el que resultara muerto o herido si los dos hombres se enfrentaban. Si
bien antes su habilidad para matar a hombres valiéndose únicamente de las manos
le había parecido aterradora, ahora le resultaba una destreza bastante
práctica.
Jackson ya
había perdido el favor de la reina y, si mataba, a uno de sus hombres a la vez
que la verdad salía a luz, ésta sería capaz de cualquier cosa… incluso de
ordenar la muerte de su esposo. Y eso era un riesgo que Mark prefería evitar,
aunque tal vez si lo admitía todo, el enfado de la reina sólo bastaría para
expulsarlos a los dos de la corte.
—Si no vais a
llamar a la reina, entonces llevadme ante ella y lo contaré todo.
Cuando no lo
soltó, cerró el puño, luego pegó en el estómago y se liberó mientras él
recuperaba el aliento. Pero antes de poder llegar a la puerta, Huitaek lo
agarró del pelo y lo giró hacia él.
—¡Zorra! —su
aliento de vino llegó hasta su cara.
Mark hasta ese
momento no había temido por su vida.
Él le
zarandeó.
—¡Cierra la
boca!
Desesperado
por escapar, volvió a golpearlo. Huitaek le agarró el puño, se dio la vuelta y
tiró de él hasta echarlo sobre la cama. Antes de que Mark pudiera girar y
escapar, él se le abalanzó.
—Ríndete, Mark.
Soy más fuerte que tú y lo único que estás haciendo es perder el tiempo.
—Apártate de
mí.
Pero él se
alzó y se puso de rodillas, quedando a horcajadas. Cuando una vez más Mark
intentó escapar, le puso el brazo contra la garganta.
—¿Prefieres
morir antes que convertirte en mi esposo?
Incapaz de
respirar, no pudo más que asentir. Y para ser sincero, si, prefería la muerte
antes que casarse con él.
—Ojalá
pudiera, pero la reina se pondría furiosa si encontrara tu cadáver en mi
habitación al llegar la mañana.
Mientras
hablaba, Huitaek levantó una túnica que estaba tendida en la cama. Con los
dientes y la mano que le quedaba libre rompió la tela en tiras.
Haciendo
oscilar una sobre él, dijo sonriendo:
—Como dudo que
vayas a quedarte en esta habitación voluntariamente decidiré por ti.
Si lograba
atarlo, nunca podría acabar con el plan de la reina y cuando llegara el día
acabaría casado con dos hombres.
—Huitaek por
favor, no hay necesidad para esto, tienes razón no puedo hacer nada. Así que me
quedaré aquí mismo.
—Por mucho que
me gustaría creerte querido mío, no soy un ingenuo —le apretó la garganta con
más fuerza—. No, creo que lo haremos a mi modo.
Incapaz de
respirar, sintió pánico cuando una oscuridad comenzó a nublarle la mente. Lo
mataría. Con toda la fuerza que tenía, dobló las rodillas y comenzó a moverse
hacia delante y hacia atrás para quitárselo de encima.
—Eso es, pelea
conmigo Mark.
Su voz parecía
venir de muy lejos. La cabeza le daba vueltas y de pronto la fuerza que había
tenido se desvaneció hasta dejarlo totalmente debilitado como para hacer nada.
Eso le dio
tiempo a Huitaek para atarle las muñecas por encima de la cabeza y engancharlas
al cabecero con otro pedazo de tela. Deprisa, se movió hacia los pies de la
cama y repitió la misma operación con sus tobillos.
Alguien llamó
a la puerta y gritó:
—¿Huitaek?
Mark abrió la
boca para gritar, pero él le metió en la boca una de las dos tiras de tela que
le quedaban antes de que pudiera chillar.
Una vez más,
la persona que había en la puerta llamó.
—Huitaek,
¿estás ahí?
Rodeado de una
neblina de miedo e ira, Mark reconoció la voz del joven Junbi ¿Qué estaba
haciendo allí a esas horas de la noche? Al instante sacudió la cabeza y cerró
los ojos. Estaba claro que esa situación había debilitado su capacidad de
razonar. No hacía falta pensar mucho para saber por qué la ramera del palacio
estaba aporreando la puerta de un hombre a mitad de la noche.
Pero no era
momento para perder la capacidad de pensar, tenía que mantener la calma y
actuar con cautela si quería escapar de ese destino que la reina había
trazado para él.
Huitaek
aseguró la mordaza con la última tira de tela que le quedaba, fue a la puerta y
dejó pasar a Junbi.
Mark lo miró
con la esperanza de que le ayudara.
Pero para su
pesar, Junbi no mostró sorpresa al encontrar a alguien atado en la cama de Huitaek.
Se acercó a Mark y lo único que hizo fue sacudir la caben antes de mirarlo a
él.
—Te dije que
no aceptaría.
La necesidad
de gritar casi lo asfixió. ¿Es que todo el mundo menos él conocía la existencia
de ese plan?
—Sí, la verdad
es que ha peleado con valor.
Junbi se
volvió hacia el hombre puso las manos sobre su pecho y las deslizó hacia sus
hombros.
—Pero lo
importante es que has resultado vencedor.
Huitaek se
relajó visiblemente ante sus palabras y una sonrisa sustituyó el gesto sombrío
que había ocupado su rostro. Su mirada de furia se suavizó hasta convertirse en
una de deseo.
—¿Tenías
alguna duda?
—Ninguna —lo
besó en la barbilla antes de rodearle el cuello y besarlo en la boca.
Tras unos
instantes. Huitaek alzó la cabeza.
—¿Qué hacemos
ahora?
Junbi trazó
una línea sobre su pecho y Huitaek cerró los ojos con un suspiro.
—Se me ocurren
muchas cosas que podríamos hacer ahora —y con un susurro, continuó—: Pero por
mucho que me gustaría tumbarme en tu cama, parece que ya está ocupada.
Huitaek lo
rodeó y lo llevó hasta los pies de la cama.
—Pero no está
ocupada del todo. Queda espacio para los dos.
Mark cerró los
ojos y en silencio suplicó: «Por favor, no dejes que se metan en la cama».
—No con tu
futuro esposo al lado nuestro. Mmm, pero acuérdate de mí para luego.
Mientras le
acariciaba el pelo y el cuello y lo besaba con desesperación, Huitaek intentaba
hacerle cambiar de opinión.
Junbi miró al
techo y por un momento Mark pensó que el joven o estaba aburrido o buscaba un
modo de escapar.
Pero entonces esa
mirada de impaciencia se desvaneció tan pronto como había aparecido. ¿Qué
podría significar? ¿Junbi estaba jugando con Huitaek manipulándolo para que
hiciera lo que él quisiera? De ser así, tal vez había una esperanza de
conseguir su ayuda.
Pero, ¿cómo?
El joven murmuró
algo que Mark no pudo oír antes de darle unas palmaditas a Lee en el hombro.
—Más tarde, mi
amor, tienes que ir a ver a Wonpil.
Huitaek cerró
los ojos y gruñó. Después, apoyó la frente sobre el hombro de Junbi.
—Tu, me vas a
matar.
Mark deseó que
su muerte fuera tan sencilla.
Junbi le
acarició la mejilla.
—Prométeme que
no me olvidarás cuando te veas con Wonpil.
¿Wonpil?
¿Quién era Wonpil? Tenía que ser alguien de la corte.
Huitaek se
apartó de Junbi no sin antes estirarse la ropa y darle un beso en la frente.
—Eso nunca,
querido —y al acercarse a la puerta añadió—: No lo sueltes ni le quites la
mordaza.
Junbi miró a Mark
antes de preguntar:
—¿Era
necesario amordazarlo?
—Entre sus
gritos, órdenes de hacer llamar a la reina y mentiras sobre un marido
inexistente, no he tenido elección.
—¿Y no has
podido encontrar otro modo de hacerlo callar? ¿No habría sido más fácil hacerlo
mediante besos y caricias?
Junbi se
encogió de hombros y añadió:
—Huitaek, tu
noche de bodas de mañana habría ido mucho mejor si no hubieras perdido la calma
con él esta noche.
—Cuidado con
lo que dices. No me digas cómo comportarme con mi futuro esposo.
—Lo siento
—dijo con la mirada puesta en el suelo. Después lo miró y sonrió mientras le
acariciaba el labio inferior—. Recuerda, cuanto antes vayas a tu cita, antes
estaremos juntos.
Huitaek lo
rodeó con sus brazos y lo besó, y después de lo que pareció el beso más largo
que Mark había visto, lo soltó fue hacia la puerta.
—Volveré antes
de que se vaya de tus labios el sabor a mí.
Cuando la
puerta se cerró, Junbi esperó unos segundos antes de limpiarse la boca con la
mano.
—Cerdo.
Mark miró a Junbi
asombrado. La reacción del joven ante el beso de despedida de Huitaek le dio
fuerzas y esperanza.
Tras asomarse
a la puerta, Junbi cruzó la habitación se puso de rodillas ante un arcón de
madera y comenzó a hurgar entre los artículos que había dentro.
—Tiene que
haber algo por aquí —miró a Mark por encima del hombro—. No tengo duda de que Huitaek
ha atado las cintas muy fuertes para que no pueda soltarlas, tengo que
encontrar una… gracias a Dios —se levantó con una daga.
Se arrodilló
al borde de la cama e intentó meter un dedo entre la mordaza, pero Huitaek lo
había atado con tanta fuerza que no había espacio para deslizar la daga.
—Si te pincho,
no es intencionado.
La punta del
puñal le pinchaba la mejilla mientras intentaba colar la daga bajo el trapo
pero con tal de que lo liberara poco le importaban los arañazos o cortes que le
pudiera hacer.
La mordaza se
soltó y él pronunció un sincero «gracias».
Junbi continuó
con la tela atada al cabecero de la cama.
—No me deis
las gracias todavía. Esta hoja está tan desafilada que podemos pasarnos un buen
rato aquí. Esperad hasta que hayamos escapado del todo.
Tenía razón.
Si Huitaek regresaba y encontraba a Junbi desatándolo, podría hacerles
cualquier cosa.
Sin detenerse
en su labor, le preguntó:
—¿Le habéis
dicho a Huitaek la verdad sobre lo de casaros?
Mark vaciló
antes de responder. ¿Y si todo lo sucedido esa noche había sido tramado por la
reina y Junbi no estaba haciendo otra cosa que seguir desempeñando su papel?
¿Habría
sospechado la reina que estaba casado y había ideado ese elaborado plan para
hacerle admitir la verdad? Sin duda. La reina enfurecería si sus planes se
desbarataban, pero la pregunta era… ¿cuánto?
No sólo estaba
en juego su futuro, sino que su vida estaba en manos de la reina. Peor todavía,
no sólo su vida, sino también la de Jackson.
El trapo que
le tenía atados los brazos sobre la cabeza se soltó y suspiró aliviado.
Cuando Junbi
empezó a cortar las cuerdas que le rodeaban las muñecas Mark lo detuvo.
—No, ésas
pueden esperar. Quitadme primero las de los pies.
—No habéis
respondido a mi pregunta —le dijo mientras intentaba quitarle las ataduras de
los pies.
—Sí, estoy casado
—no le quedaba más remedio que confiar en alguien.
—No me lo
digáis, dejad que adivine —dejó lo que estaba haciendo y la miró—. Estáis casado
con el conde de Wang.
La sorpresa
debió de reflejarse en la cara de Mark porque Junbi continuó:
—No he tenido
que pensarlo mucho. Los celos que mostraba ante Lee sólo podían venir de un
amante o de un esposo. Al principio creí que era un viejo amor, pero vuestra
mirada esta noche cuando os ha dejado solo en el salón me ha hecho imaginarlo.
—¿Por qué estáis
ayudándome?
Junbi terminó
de liberarlo antes de responder:
—Cuando me
enteré de este plan pensé que merecíais lo que la reina y Lee os tenían
preparado.
Mark se sentó
en la cama.
—¿Qué os ha
hecho cambiar de opinión?
—Algo en el
modo en que Huitaek se ha comportado esta noche me ha hecho preguntarme si
estaría escondiendo un lado oscuro. Me ha dado la impresión de ser un hombre
que ni dudaría en hacer daño y ni lo lamentaría.
—Junbi… —Mark
alargó las manos que aún tenía atadas y rodeó los dedos del otro joven—. Junbi,
os lo agradezco mucho, pero ¿qué hay de la reina?
—Eso será lo
que os cueste mi ayuda —lo ayudó a levantarse—. Me llevaréis con vos cuando os
marchéis.
Sin pensarlo, Mark
asintió.
—Dadlo por
hecho.
—Bien, ahora
tenemos que encontrar a vuestro marido.
Los dos
jóvenes fueron hacia la puerta. Al dar el primer paso, a Mark le falló la
rodilla y cayó al suelo con un ruido sordo.
Enseguida, Junbi
fue a su lado.
—Oh, Dios mío,
ni siquiera os he preguntado si ya os había hecho daño.
—No, no es lo
que pensáis. Me he tropezado cuando me ha metido en la habitación y me he caído
de rodillas.
—¿Podéis
andar?
—No tengo
elección. Ayudadme.
—Echad los
brazos alrededor de mi cuello, podéis utilizar mis hombros como apoyo.
Y para su
alivio funcionó, porque aunque iba prácticamente colgado de los hombros de Junbi
logró llegar hasta la puerta.
Junbi la abrió
y se asomó al pasillo.
—¿Listo?
—Sí. ¿Sabéis
dónde está la habitación de Jackson?
—¿Preguntas a
la ramera del palacio si sabe dónde duerme el conde?
—Es verdad qué
tonto soy. Llevadme.
Jackson le
añadió toda una sarta de palabras mal sonantes al portazo que le dio a la
puerta cuando entró en su alcoba.
Yugyeom se
levantó y se alejó del calor del fuego.
—¿No quiere
marcharse?
—No lo sé.
En silencio. Yugyeom
se le quedó mirando a la espera de una respuesta.
Jackson se
pasó una mano por el pelo y fue hacia la ventana.
—No he podido
encontrarlo.
—¿Has mirado
en su dormitorio?
—Sí. Después
de buscarlo en el salón —lo había buscado por todas partes al menos dos veces,
incluso por los jardines.
—¿Dónde puede
estar entonces ¿No creerás que Lee y él…?
—No. Al menos
no creo que lo haya hecho por voluntad propia —Jackson interrumpió a su amigo—.
Pero está pasando algo.
Lo sabía.
Sentía pavor por todo el cuerpo, sentía que algo iba mal. Y aunque no quisiera,
ese miedo demostraba que le preocupaba lo que pudiera pasarle a Mark a pesar de
que por él no debía sentir más que ansias de venganza.
No obstante en
los últimos días había experimentado una amplia variedad de emociones hacia su esposo:
ira, deseo, preocupación, ternura e incluso algo que se acercaba al…
Se detuvo
antes de que esa idea tomara forma por completo. No, seguro que no era eso. No
podía ser tan tonto.
Yugyeom se
sentó junto a la mesa y echó vino en dos copas. Tras darle una a Jackson, le
preguntó:
—¿Qué te hace
pensar eso?
—Apenas hay
guardias en el pasillo esta noche —dio un sorbo de vino y dejó la copa en la
mesa—. Eso hace que demasiadas zonas queden desprotegidas, que haya demasiados
rincones oscuros.
Ningún
castillo tendría tantos pasillos sin vigilancia. Ningún rey ni ninguna reina
permitirían que sus invitados o su familia quedaran tan desprotegidos.
—Tal vez han
abandonado sus puestos.
—No. Parecen
muy satisfechos con su labor y no he oído rumores ni de descontento ni de
traición. Lo más probable es que les hayan ordenado que se retiren.
—¿Por qué…?
Su
conversación fue interrumpida por un golpeteo en la puerta. Yugyeom se levantó,
agarró las dos espadas que colgaban de la pared y le lanzó una a Jackson.
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