El barullo de
tanta gente reunida resonó desde una punta a otra del salón. Innumerables
conversaciones y la música de los gaiteros pasaban por los oídos de Jackson
como poco más que un simple sonido.
Desde el
primer momento en que pisó la sala, había centrado toda su atención en
encontrar a Mark, a la que no había visto desde que había salido de los
aposentos de la reina con los demás. Ya no era tan bien recibido en Poitiers y
tenía que acelerar su plan de seducción antes de que la reina descubriera la
verdad.
Cualquier
tonto sabía que no tendría que investigar mucho para conocer el pasado de Jackson
y quería estar alejado de allí antes de que reuniera todas las piezas.
Una
reminiscencia a primavera llamó su atención. En esa sala de engreídos demasiado
engalanados, el traje verde liso libre de joyas y bordados fue como una oleada
de aire fresco. Alzó la cabeza hacia el cabello del joven y se dio cuenta de
que había encontrado a su esposo.
Después de
mirar a su alrededor en busca de la reina, se sintió aliviado al comprobar que ella
y su hija, estaban ausentes. A partir de ese momento tendría que tener mucho
cuidado y ser muy discreto con cualquiera de los presentes.
Sin darse la
vuelta, Mark preguntó:
—¿Qué os ha
dicho la reina?
—¿Cómo sabéis
con quién estáis hablando?
Mark lo miró
por encima del hombro.
—Mi amigo Youngjae
me ha advertido de vuestra presencia.
Jackson se
puso una mano en el pecho y cerró los ojos.
—Me habéis
herido de muerte, mi joven señor. Creí que tal vez podíais percibir que estaba
cerca.
El se giró
para mirarlo.
—No dejéis que
vuestro orgullo se desangre sobre el suelo de la reina.
—Podría pasar
—alzó una ceja con gesto burlón—. A menos que queráis curarme mis heridas en un
lugar más… íntimo.
—Lo que me
gustaría sería heriros en un lugar más íntimo.
—Ah, Mark, si
fuerais a herirme de ese modo, entonces vos sufriríais tanto como yo.
Mark miró al
techo.
—¿Siempre
habéis sufrido de esta afección, milord?
—¿Y qué
afección es ésa?
—Engreimiento,
una cantidad excesiva de orgullo. Una opinión desmesurada de vos mismo. Ésas
son afecciones que conocéis bien.
—¿Y qué puedo
hacer? ¿Hay alguna cura?
Lo observó
detenidamente y sacudió la cabeza.
—En vuestro
caso creo que es demasiado tarde. Es muy probable que muráis de esta
enfermedad.
Él se contuvo
las ganas de sonreír.
—Mi joven
señor, tenéis una lengua descarada cuando hay gente alrededor.
Mark se
encogió de hombros.
—Milord, si os
lo propusierais me sacaríais de aquí sin importaros cuánta gente hubiera
delante.
—Entonces ¿qué
os da el valor para discutir conmigo esta noche?
—Es simple. No
tenéis esa mirada.
Jackson
frunció el ceño, confundido.
—¿Esa mirada?
¿Qué mirada? —Y cuando un tono rosado cubrió las mejillas de Mark, sonrió y
dijo—: Ah, esa mirada.
El se mordió
el labio y bajó la vista.
—Yo…
Jackson lo
hizo callar poniéndole un dedo en los labios.
—No lo digáis.
Si os disculpáis os juro que os besaré aquí mismo en este salón abarrotado.
—Lo veis, ahí
está vuestro orgullo otra vez, milord. No iba a disculparme —cada palabra que
pronunció fue como un suave beso en sus dedos.
—Entonces ¿qué
ibais a decir? —apartó la mano y deseó estar a solas con él para poder recorrer
su boca con la lengua.
—Iba a decir
que me gusta más cuando vuestros ojos no están cargados de lujuria.
—Demasiado
tarde.
Cuando Mark alzó
la cabeza, dijo:
—Ya.
—Me temo, mi
joven señor, que pasará una eternidad antes de que no os mire con lujuria.
—No tanto,
milord.
—¿Tenéis
también una cura para esta dolencia?
—Así es.
—¿Y cuál
sería?
Mark se puso
de perfil.
—Vuestra
lujuria desaparecerá en el instante en que salgáis de aquí… solo.
Una sonrisa
curvó un lado de la boca de Jackson.
—¿Aún pensáis
que ganaréis?
—Sé que lo
haré.
Momentos antes
lo había reprendido por ser orgulloso y tener demasiada confianza en sí mismo y
sin embargo allí estaba, con una sonrisa en la boca y declarando su triunfo.
Esa actitud le resultó divertida.
—Vos no sabéis
nada.
—Me sorprende
que no muráis atragantado con vuestra autoestima.
—No puedo
atragantarme con algo que ya me han arrancado.
Mark lo miró
con una extraña expresión.
—¿Jackson?
Pero no le
daría respuesta a una pregunta que no le había formulado.
—¿Qué ha dicho
la reina? —preguntó Mark cambiando el hilo de la conversación.
—Cree que
debería volver a casa y quiere saber si estoy casado.
Mark dio un
grito ahogado.
—No temáis, no
le he dado ninguna información útil. No sabe si estoy o no casado.
—No tardará
mucho en descubrirlo.
—Lo sé.
—No podemos
hablar aquí —miró a su alrededor—. ¿Damos un paseo por el jardín?
—No. Me han
sugerido que pase menos tiempo con vos.
—¿Por qué?
—Para que no
arruine vuestras oportunidades de encontrar una buena pareja.
Mark entrelazó
las manos delante de su pecho.
—Lo sabe.
—No —con
delicadeza intentó separarle los dedos—. Pero si no dejáis de exaltaros cada
vez que estoy cerca, empezará a preguntárselo.
—Yo no estoy
exaltado.
—Entonces no
apretéis tanto las manos.
Al instante
dejó caer los brazos.
—¿Cómo podéis
bromear con esto?
—No estoy
bromeando. La reina estará alerta constantemente, hará que sus espías vigilen
todos mis movimientos. No tenemos un mes, Mark.
El abrió los
ojos de par en par.
—Pero habéis
dicho…
—Si lo
descubre antes de que termine el mes que nos hemos dado, el juego habrá
acabado. Lo sabéis.
El brillo de
los ojos de Mark se esfumó y su semblante ensombreció.
—Ahora me doy
cuenta de que estará demasiado furiosa por lo que parece una decepción como
para permitir la anulación.
No podía
discutir. La reina se pondría furiosa al descubrir que los dos habían
hecho ese trato y se enfadaría más todavía al ver que sus planes eran echados
por tierra.
—Tenéis toda
la razón.
—¿Y por qué no
acabamos con esto de una vez?
Jackson se
sorprendió ante la intensidad de la puñalada que sintió clavada en su pecho.
—¿Acabar con
ello? ¿Como cuando te sacan un diente o cuando te cortan un miembro?
Ni emociones
ni sentimientos. No, eso no entraba en sus planes. Él no quería simplemente su
cuerpo quería su corazón y su alma, pero sabía muy bien que ella no estaba
dispuesta a dárselos.
—Sí. Acabemos
con esta farsa subamos a vuestro dormitorio y validemos este matrimonio.
Lo dijo con
total tranquilidad, como si estuvieran discutiendo el color de su vestido. Su
primer impulso fue estrangularlo y el segundo alejarse de allí y no dejar de
caminar. O lo tendría todo de él o nada.
—Oh, Mark esa
forma tan dulce de hablar que tenéis me hace desear más. No puedo pensar en
otras palabras que pudieran hacerme desear ir a vuestra cama.
Su fiera
mirada lo atravesó.
—Ya sabéis a
qué me refiero.
—Sí, lo sé y
me ofende.
—¿Os ofende?
—alzó la voz.
—Bajad la voz.
No quiero que todo el salón se entere de nuestra conversación.
—Bien —dijo
con poco más que un susurro—. ¿Y qué te ofende exactamente? ¿Cómo te atreves a
decir que estás ofendido? Tú no fuiste la que se quedó para vivir una mentira
durante la mitad de su vida. Tú no fuiste al que obligaron a venir aquí a
buscar un buen marido. No me hables de…
Se detuvo en
el momento en que él le agarró el brazo.
—Me ofende que
sugieras que durmamos juntos para darle validez a este matrimonio —lo soltó y
apretó los dientes ante la furia que hervía dentro de su pecho—. Y nunca jamás
vuelvas a hablarme de años perdidos.
Y antes de que
sus acompañantes se reunieran con ellos, añadió:
—Nuestro trato
sigue siendo válido y vendrás a mi cama encendido de pasión.
—Eres…
—Lord Mark,
¿cómo os encontráis esta noche?
Dirigió hacia Lee
una mirada de pura irritación. Jackson observó al otro hombre. ¿Era el
pretendiente que la reina creía que sería el apropiado para Mark? En aquel
momento, estuvo de acuerdo sólo porque pensó que a su esposo le estaría bien
merecido cargar con Lee. Después de lograr esbozar una sonrisa, les dio las
buenas noches y se alejó.
Mark vio a Jackson
retirarse y deseó haber tenido una ballesta diminuta, algo pequeño que le
cupiera en la palma de la mano. Podría apuntarle a la espalda y lanzar una
flecha. ¿Cómo se atrevía a marcharse?
—Lord Mark,
¿os gustaría pasear por el jardín?
Tras despertar
de su perverso sueño miró a Huitaek.
—No, milord.
Ha sido un día agotador.
Y su
agotamiento no era fingido porque se había cansado de andar de un lado a otro
de su habitación a la espera de noticias de Jackson.
—¿Y qué me
decís de sentarnos junto al fuego?
¿Cómo
pretendía Jackson que siguieran con el trato? No era que pensara que él fuera a
ganar, pero ese juego le estaba resultando excitante y nunca antes se había
sentido tan vivo, tan dispuesto y ansioso de afrontar un nuevo día. Y, por
supuesto, nunca había sentido ese deseo.
Y tampoco se
había sentido tan confuso. Por un lado lo único que quería era dejarse caer en
su cama y terminar con esa incertidumbre.
Pero por otro,
había algo en Jackson que le hacía sentirse incómodo. Su humor cambiaba con
demasiada rapidez. Unas veces parecía mirarlo con ojos de odio y entonces de
pronto desaparecía como si esa mirada jamás hubiera existido.
Detestaba esa
confusión pero no sabía cómo acabar con ella.
—Mark,
¿preferiríais que os dejara solo? —el tono de Huitaek denotaba impaciencia.
Dejó de pensar
en Jackson y miró a Huitaek. Se le veía muy pálido en comparación con su
esposo. Uno era atrevido, oscuro e irritante. El otro tan formal serio y
siempre dispuesto a complacer. Y ¿a cuál prefería? Una imagen de su marido
ocupó su mente. ¡Basta!
—¿Joven señor?
—Sí, Huitaek,
me gustaría sentarme junto al fuego.
Se sentó de
espaldas a la calidez de las llamas y eso le permitió ver a todo el mundo
reunido… y también a Jackson, que no había salido del salón y estaba inmerso en
lo que parecía una conversación muy entretenida con el joven Junbi. Una imagen
que le despertó una extraña y desagradable sensación de furia.
—¿Dónde
estáis, joven señor?
Volvió a
centrar la atención en Huitaek.
—Aquí, estoy
aquí.
Él sacudió la
cabeza como lamentándose.
—No. Estáis al
otro lado del salón, perdida en vuestros pensamientos sobre lord Wang.
Se sonrojó.
¿Era tan obvio?
—No sé qué
decir.
La mano de Huitaek
sobre su brazo resultaba cálida y más cálido todavía era su aliento sobre su
mejilla.
—No digáis
nada Mark, y bañadme con esa mirada que reserváis sólo para él.
¿Por qué el
tacto de Huitaek no le despertaba ninguna clase de emoción? ¿Por qué no tenía
el deseo de acercarse a él? Era un hombre atento y divertido que jamás la
amenazaría con lujuria ni con deseo.
Era tan diferente
a Jackson, que con su simple sonrisa le hacía desear saborear el embriagador
elixir del deseo.
Jackson, cuya
mínima caricia hacía que por sus venas saltaran chispas. Jackson, que con sus
sedosas palabras desafiantes le invitaba a seguir un camino lleno de peligros.
Huitaek le
daba seguridad y sería un buen marido.
Jackson era
peligroso, y no le daría más que dolor.
Y no podía
eludir que Huitaek estaba allí sentado a su lado, mientras que Jackson
flirteaba con otro.
Lee le
acarició la mejilla con el dorso de la mano y le susurró:
—Mark, os
utilizará y luego os abandonará. ¿Es que no os dais cuenta? Vuestro audaz y
guapo guerrero no busca una esposa, sólo busca tener una aventura tras otra.
Se equivocaba.
Jackson buscaba un esposo, al suyo, pero eso no podía decírselo. Lo miró a los
ojos y le preguntó:
—¿Qué os hace
pensar eso?
—Es muy
simple. Cuando os mira en sus ojos no hay amor, sólo lujuria. Sólo deseo. Y yo
puedo prometeros más que eso.
—¿Más que eso?
Le acarició la
línea que seguía su mandíbula. Ni chispas ni temblores de pasión siguieron a
esa caricia; no le despertó más emoción que la caricia de un padre.
—Mucho más.
Quiero cuidar de vos, quiero ver que tenéis todo aquello que necesitáis, quiero
protegeros de la gente como Wang.
Al principio
pensó que estaba bromeando. Lo que estaba diciendo parecía más bien la
descripción de un padre, y no la de un amante o un esposo, pero la gravedad de
su tono y la sinceridad de su mirada le dijeron que hablaba en serio.
—No necesito
protección.
—Sí que la necesitáis.
Necesitáis a alguien que os venere, alguien que os dé un lugar de honor en su
corazón y que os respete.
Su mirada
parecía estar suplicándole que le creyera; era una mirada limpia que le
permitía ver dentro de su alma. Algo que nunca había visto al mirar a Jackson a
los ojos porque en ellos sólo había visto misterio y oscuridad.
—Mark, yo
puedo hacer todo eso. Os trataré como a un ángel.
Sintió un nudo
en la garganta. ¿Quería que lo trataran como a un ángel? ¿Quería tener a un
hombre que le venerara? ¿No sería mejor tener a alguien en quien pudiera
confiar? ¿Alguien que no lo abandonara en su noche de bodas? ¿No sería más
sensato seguir ese camino más seguro?
¿O tal vez
quería a alguien que pudiera hacer que se olvidara de sí mismo ¿Que le hiciera
olvidar la decencia y el control? Alguien que no tuviera miedo de acorralarlo
contra una pared con su cuerpo endurecido y besarlo hasta que las rodillas le
fallaran y los huesos se le fundieran. Alguien cuya mínima caricia hiciera que
un hormigueo le recorriera el cuerpo y que unas llamas ardieran entre sus
piernas. Alguien que pudiera hacerle desear más besos.
Pero ¿qué le
estaba pasando? Estaba pensando como una ramera, como un descarado.
—Mark, casaos
conmigo. Dejad que os muestre la unión tan maravillosa que podemos crear —se
acercó y sus bocas quedaron a escasos centímetros—. Puedo haceros olvidarlo.
¿Olvidar a Jackson?
Eso nunca. Ni siquiera después de que él se machara de allí de que dejaran de
estar casados, sería capaz de olvidarlo. Su gesto oscuro, su sonrisa de medio
lado, sus ojos cargados de pasión y sus labios siempre estarían en su memoria.
Todas esas
cosas ya formaban parte de él, al igual que el tacto de sus manos y su sedosa
voz. Sintió unas repentinas ganas de llorar, pero las contuvo.
Huitaek lo
besó en la boca antes de descansar la frente contra la suya.
—Os haré
olvidar.
Ahhhh que se lo chasquee ya!!!! 😎 Ahhh me exaspera !! Ya.... Si no se lo lleva a la cama. Pro'tro.... Me va a dar algo.... 😭
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