Jackson miraba
desde el otro lado de la sala. Luchó contra la sensación que estaba tomando
forma en su pecho y contra la necesidad de asesinar a Huitaek de Lee. Si ese
ñoño lacayo de la corte no apartaba sus manos de Mark, tendría que morir. Era
así de simple.
—Milord Wang,
¿no os parece que hace demasiado calor aquí?
Y su muerte no
sería ni rápida ni indolora. No. Haría que ese hombre viviera un infierno.
—¿Milord Wang?
Lo ataría a un
poste en el desierto y golpearía su cuerpo desnudo hasta hacerlo sangrar.
Entonces el sol abrasaría su piel y el olor de la sangre seca llamaría la
atención de los buitres.
—¡Lord Wang!
La brusquedad
de la voz del joven Junbi lo dejó aturdido.
—Disculpad.
—¿No creéis
que hace demasiado calor aquí dentro?
¿Por qué ese
joven siempre tenía que estar tocándolo? No quería que lo tocara, no le
agradaban esas confianzas que se tomaba.
—No —y con el
fin de distraerlo, asintió hacia un grupo de juglares—. Sentémonos un rato.
Su gesto lo
dijo todo. Sus ojos brillaron, apretó los labios y apartó la mano de su brazo.
Pero en un instante la irritación se desvaneció de su cara y una sonrisa
apareció en su boca. Se pasó la mano por la frente.
—Milord, estoy
mareado y necesito aire fresco.
El tono
lastimero con que habló hizo que a Jackson lo recorriera un escalofrío. ¿Pero
qué le sucedía? Ese joven era todo lo que alababan los trovadores.
Y sin embargo allí
estaba él, como un chico tras un joven que no lo quería. ¿Dónde había dejado su
control? Había alimentado su sed de venganza a diario durante muchos largos
años. ¿Dónde estaba esa sed ahora?
Jackson miró a
Mark, Lee y él estaban sentados con las frentes juntas, como un par de
tortolitos. De vez en cuando uno de ellos lo miraba antes de volver a su
conversación. ¿Por qué? ¿Acaso era el objeto de su discusión?
Las caricias
que se estaban prodigando, la familiaridad que parecía haber entre ellos lo
estaban consumiendo. ¿Y ese rubor en las mejillas de Mark? ¿Eran fruto de la
vergüenza por las confianzas que Lee se estaba tomando o acaso ese hombre lo
estaba haciendo arder de deseo del mismo modo que quería que ardiera por él?
—Eso no os
hará ningún bien.
Jackson salió
de esa tortura a la que él mismo se estaba sometiendo y miró al joven Junbi.
—¿Qué no me
hará ningún bien?
—Ya está
elegida, milord. No os ganaréis su mano.
Quería
golpearse a sí mismo por no haber podido disimular.
—Eso me han dicho.
El joven Junbi
ladeó la cabeza y le sonrió.
—Y no es la
clase de joven con el que deberíais coquetear.
Él enarcó una
ceja.
—¿Y qué clase
de joven debería buscar?
Tras ponerle
una mano en el brazo, Junbi dio un paso hacia él.
—Uno que sepa
lo que un hombre desea.
La mirada de Jackson
fue directa a Mark. ¿Qué clase de promesas le estaría haciendo a Lee? ¿Sabía lo
que un hombre deseaba? ¿Era tan descarado como el joven que se le había
enganchado al brazo?
—Lord Wang, me
gustaría dar un paseo por los jardines.
El dolor
punzante que sentía en las sienes se hizo más intenso ante las palabras de Junbi,
tal vez descansar durante un momento de ver a Mark y a Lee juntos le ayudaría a
aliviar el dolor.
—He oído que
la luz de la luna es muy hermosa esta noche, milord. Alguien ha mencionado que
hay innumerables estrellas.
Con una última
mirada a Mark, Jackson le ofreció su brazo a Junbi. Mientras salía del salón,
sintió como una puñalada en la espalda porque sin necesidad de darse la vuelta
supo que la mirada de su esposo lo había atravesado. Quedó sorprendido de que
se estuviera fijando en otras cosas aparte de únicamente en Lee.
El frío aire
de la noche le ayudó a refrescar la ira que le había calentado la sangre. Así
le resultaría más fácil pensar y, ya que la interminable charla del joven Junbi
no requería más que algún gesto ocasional con la cabeza, aprovechó el momento
para encontrar una explicación al error que había cometido.
Había trazado
ese plan paso a paso. Quería venganza, no un matrimonio. Quería que Mark
quedara aturdido por la pasión y la lujuria. Necesitaba que se sintiera tan
lleno de deseo por él que le ofreciera su alma a cambio de nada. Y ése sería un
regalo que él aceptaría y que más tarde destrozaría.
En un
principio se suponía que su propio deseo no se vería afectado, de modo que,
¿qué había salido mal?
La pasión era
una actividad sensual. Para disfrutar la experiencia plenamente, había que
atender todos los sentidos. El olfato: flores. La vista: contacto visual. El
oído: sus palabras. El tacto: sus manos sobre el rostro de Mark. El sabor: sus
besos.
Pero en algún
punto se había permitido caer él también bajo el sensual hechizo. ¿Podría
romperlo?
Aunque, ¿en
realidad tenía que romper el hechizo? Una vez que llevara ese juego a un nuevo
nivel, ¿no recuperaría el control? Una vez que ganara, tendría el tiempo libre
necesario para enseñarle a Mark cómo hacer el amor con más que sólo su cuerpo.
Provocaría a su alma para que se uniera a la suya. Le mostraría un placer que
muy pocos disfrutaban. Y en ese caso, ¿no quedaría él al mando? Cuando su esposo
estuviera bajo su hechizo, ¿no tendría él el control absoluto?
Y después
descargaría su venganza contra el joven que lo había rechazado en su noche de
bodas. El joven que le había mentido a un joven tonto y confiado. El joven que
había hecho que su padre se lo arrebatara todo: su hogar, su libertad y su
alma.
Pero si caía
bajo el hechizo del deseo, entonces corría el peligro de olvidar todo lo que Mark
y su padre le habían hecho y de olvidar la única razón por la que había acudido
a la corte de la reina.
El tacto de
una mano fría sobre su mejilla lo sacó de sus pensamientos.
—Jackson.
Su nombre
pronunciado entre suspiros lo sorprendió aunque no tanto como el sentir unos
dedos deslizándose sobre su pecho y llegando más abajo del cinturón… Agarró a Junbi
de la muñeca y lo llevó hacia un banco donde se sentaron.
—Jackson ¿no
tenéis frío?
Miró hacia el
cielo cargado de estrellas. El joven no era tímido en absoluto.
—La verdad es
que este aire me resulta bastante estimulante.
Se acurrucó
contra él y coló las manos en las amplias y sueltas mangas de su túnica.
—Estoy
congelado.
—¿Queréis
volver al palacio?
El joven ligeramente
quedando su pcuerpo pegado al suyo. Ese íntimo contacto no le produjo ninguna
sensación y la falta de excitación lo sorprendió.
—Oh, no,
milord. Entraré en calor en un momento.
Lo último que
necesitaba en ese momento era que alguien los encontrara así porque unos
rumores que lo relacionaran con Junbi no le agradarían a Mark. ¿Cómo podía
librarse de él? De un momento a otro lo tendría sentado sobre su regazo.
Ese
pensamiento no había acabado de pasársele por la cabeza cuando Junbi se arrimó
todo lo que pudo a él. Alzó la cara y le besó la barbilla.
Tal vez tirarlo
al suelo no sería una idea tan mala, pero de todos modos no podía culparle. Él
había accedido a salir a dar un paseo con ese arpía.
Detuvo esos
besos que le resultaban desagradables apartándole la cara.
—Joven Junbi
esto no es prudente.
—Milord, lo
único que estamos haciendo es robarnos besos a la luz de la luna. Nada más —le
rodeó la cara con las manos—. Sólo un beso.
Lo besó. Jackson
contuvo la repentina necesidad de apartarlo, pero volvió a preguntarse sobre su
falta de respuesta.
—Venid,
milord, he visto vuestros ojos llenos de lujuria. He oído vuestra voz cargada
de pasión. Sois un hombre, un hombre que desea. Olvidadlo. Está fuera de
vuestro alcance —le puso una mano sobre el muslo—. Puedo borrároslo de la mente
con facilidad.
Le recorrió el
labio inferior con un dedo mientras acariciaba el tenso músculo de su pierna.
—Cerrad los
ojos, Jackson.
Su voz
entrecortada le susurraba contra la mejilla. La firme caricia sobre su pierna
subió y casi lo hizo rendirse ante la promesa de un momento de placer robado.
Lo apartó con
delicadeza.
—No puedo.
El se limitó a
sacudir la cabeza y se levantó. Lo miró desde arriba.
—¿No podéis o
no queréis? Sois un estúpido, Wang.
Extendió la
mano hacia él.
—Vamos. Tengo
frío y quiero sentarme junto al fuego.
Mientras
caminaban de vuelta al palacio, le dijo:
—Sois un
hombre que quedará destrozado por unos sueños que jamás se harán realidad.
—¿Sueños? ¿Qué
son sueños si no eso que se imaginan los niños y los locos?
—Ah, pero vos
sois un loco. Un loco que ansía un caramelo que está fuera de su alcance.
—No podéis
estar seguro de eso.
Se agarró de
su brazo y lo obligó a detenerse. Cuando él lo miró, le sorprendió ver que
tenía gesto de preocupación.
—Jackson, Lord
Wang, por vuestro propio bien, dejadlo pasar. No conseguiréis a vuestro joven Mark.
Estoy seguro de eso.
—¿Cómo podéis
estar tan seguro de algo, joven Junbi?
El miró al
suelo.
—Confiad en
mí. Estoy muy seguro de lo que digo.
Obviamente,
ocultaba algo.
—¿Qué sabéis
que no me estáis diciendo? —le preguntó sujetándole la barbilla y obligándolo a
mirarlo directamente a los ojos.
Él intentó
liberarse, pero Jackson le puso una mano en el hombro y lo sujetó.
—¿Joven Junbi?
—Por favor,
milord, no es nada. Lo único que pretendía era evitar que os rompieran el
corazón.
Mentía. Podía
verlo en su mirada y oírlo en su voz temblorosa. Primero la reina y ahora Junbi,
¿cuántos más le advertirían que se alejara de Mark?
El miedo haría
que no le dijera lo que sabía de modo que lo soltó y asintió hacia el palacio.
—Vuestro fuego
os espera, joven señor.
Después de un
profundo suspiro, Junbi le tomó la mano y le dejó que lo llevara hasta allí.
Mark supo el
momento exacto en que Jackson había vuelto a entrar al salón porque sin
necesidad de alzar la cabeza para mirar hacia la puerta, sintió su mirada.
Haciendo
acopio de toda su fuerza de voluntad, siguió mirando a Huitaek. No le haría
ningún bien mirar a su esposo y a la ramera que sabía que estaría a su lado.
No se trataba
de celos, de eso estaba seguro. Pero ¿cómo se atrevía a decirle que rechazara
la proposición de Huitaek mientras que él coqueteaba por los jardines con la
ramera del palacio?
—Sir Huitaek.
Mark casi dio
un salto de su asiento al oír esa voz tan profunda y familiar. Se giró y vio a Jackson
y a Junbi tras él.
Huitaek se
levantó y señaló el banco vacío que había al otro lado de la mesa.
—Lord Wang, joven
Junbi, por favor acompañadnos.
Un silencio
descendió sobre los cuatro mientras se miraban los unos a los otros hasta que Lee
se apoyó contra la mesa y dijo:
—Lord Wang,
¿habéis estado en los jardines?
—Sí, un rato —Jackson
miró a Mark y él, por miedo a que confundiera la rabia que estaba sintiendo con
celos apartó la vista.
Huitaek le
echó un brazo sobre los hombros.
—¿Hace
demasiado frío para un paseo a la luz de la luna?
Ese gesto fue
como si a Mark le hubieran echado una pesada carga encima. Con un movimiento de
hombros le apartó la mano.
—No, gracias Huitaek.
Es demasiado tarde y estoy agotado.
No pudo evitar
darse cuenta de cómo la ceja de Jackson se alzó y desapareció bajo un mechón de
pelo que le caía por la frente. Su expresión le hizo pensar que le estaba
cuestionando o juzgando. ¿Y qué derecho tenía a juzgarlo?
—Ah, sí, mi
amor. Ha sido una noche muy intensa para vos, ¿verdad?
Junbi se echó
hacia delante.
—¿Ah, sí? ¿Y
que habéis estado haciendo os dos?
—Nada
—respondió él mirando a Jackson.
Huitaek volvió
a echarle el brazo por el hombro y lo llevó contra él.
—El joven Mark
ha accedido a convertirse en mi esposo.
Junbi dio una
palmada.
—¡Es
maravilloso!
Mark se
apartó.
—Eso no es lo
que he dicho.
Él le corrigió.
—Ya, pero es
lo que queríais decir en realidad.
No era ni lo
que había dicho ni lo que quiso decir. Simplemente le había dicho que pensaría
en su oferta. Nada más Apretó los dientes al decir:
—No pongáis en
mi boca palabras que no he dicho, Huitaek.
Después de
hacerle una seña a un sirviente, a Jackson le llevaron una jarra de hidromiel y
cuatro copas.
—¿Hacemos un
brindis sir Huitaek?
¿Cómo? A Mark
no le parecía en absoluto divertido que su esposo le propusiera un brindis a su
supuesto prometido.
—Oh, claro.
Bebamos por algo que nunca sucederá —el comentario salió de la boca de Mark
antes de que pudiera evitarlo y los dedos que le estaban acariciando el hombro
se tensaron.
—Querido,
ahora puedo perdonaros esa actitud. Aunque espero que antes de que se celebre
la boda hayáis aprendido mejores modales.
A Mark se le
heló la sangre y el pulso se le detuvo. Algo no iba bien. El encantador y
agradable Huitaek que conocía jamás le haría daño jamás le reprendería. ¿Quién
era ese hombre que tenía a su lado? ¿Acaso tenía un lado oscuro que había
sabido esconder bien durante todo ese tiempo? ¿O tal vez no había prestado la
suficiente atención?
—Vamos, Sir Huitaek,
estáis entre amigos —dijo Jackson alzando una copa—. Seguro que el joven Mark
jamás hablaría así delante de otras personas.
Huitaek lo
soltó y tomó la copa.
—Tenéis razón,
lord Wang —lo miró—. Mi joven señor, me disculpo por mis brutos modales.
Su compungida
expresión tal vez podría haber engañado a otra, pero él vio una frialdad en sus
ojos que le dijo que esa disculpa era fingida.
Junbi
preguntó:
—¿Cuándo se
anunciará el compromiso?
—¿Dónde se
celebrará la boda? —añadió Jackson—. Vuestro padre debe de sentirse muy feliz
con esta unión.
Quiso gritar.
Las ganas de decirle a Huitaek que jamás se casaría con él disputaban con las
ganas de decirle a Jackson dónde podía guardarse ese sarcasmo.
—Aún no hemos
informado a lord Tuan —dijo Huitaek—, pero estoy seguro de que le complacerá.
—¿No creéis
que sería mejor para los dos llegar a un acuerdo en lo que respecta a este
matrimonio antes de informar a mi padre?
Jackson
pareció atragantarse con el vino. Dejó la copa en la mesa y se levantó.
¿Alguien más aparte de él se habría dado cuenta de que la mano le temblaba
ligeramente?
—Os deseo
éxito con vuestros planes de boda.
—Gracias,
milord. ¿Os marcháis ya? —la sonrisa de Huitaek dejó claro que estaba deseando
que lo hiciera.
—Sí, ha sido
un día largo —Jackson besó la mano del joven Junbi—. Gracias por una velada
encantador, mi joven señor.
Mark sintió un
nudo formándosele en la garganta. Iba a dejarlo allí solo y con eso dejaba bien
claro que no le importaba lo más mínimo verlo metida en ese aprieto.
¿Era posible
que Huitaek tuviera razón? ¿A Jackson no le importaba lo que le sucediera?
Cuando lo miró
para darle las buenas noches su mirada ardía de furia, aunque sus labios se
curvaron en una formidable sonrisa.
—Joven lord Mark,
espero que vos y Sir Huitaek solucionéis este pequeño desacuerdo. Que tengáis
todo lo que deseáis.
El no pudo
decir nada que evitara que se marchara, nada que diera algo de luz a esa
confusión que le invadía. Nada que le librara de esa repentina presión que se
estaba asentando en su pecho.
Rezó por que
la voz no se le quebrara antes de decir:
—Gracias
milord. Estoy seguro de que con la gracia de Dios, todos mis deseos se verán
cumplidos.
Jackson
irrumpió en la habitación con tanta fuerza que la pesada puerta de madera
golpeó contra la pared. Yugyeom se levantó del asiento que tenía junto fuego,
con la espada en la mano. Al ver a Jackson, envainó su arma.
—Ah veo que
esta noche también ha sido buena.
Jackson ignoró
el sarcástico comentario.
—Está pensando
en casarse con ese imbécil de Lee.
—¿Eso es todo?
—¿Todo? —la
ira obvia en su tono lo sorprendió incluso a él mismo—. ¿Te parece poco?
—Perdóname,
pero me parece que el joven ya está casado.
—Al parecer,
algo que no importa mucho.
Yugyeom se
quedó en silencio unos instantes antes de añadir:
—Por lo que
veo, a ti sí te importa. Y mucho.
Después de
tomar una jarra y una copa de la pequeña mesa que había junto al asiento de Yugyeom
se apoyó contra la pared.
—Sí, sí que me
importa, pero no debería.
—Eso no te lo
discutiré, pero he de decirte que el vino no va a cambiar nada.
Al recordar la
noche anterior, dijo:
—Amigo, me
agrada hablar contigo —dejó las cosas de nuevo sobre la mesa—. Tal vez es hora
de acabar con este juego y volver a casa.
—Yo no me
opondré.
Se detuvo ante
el suspiro de alivio que emitió Yugyeom.
El hombre aún
tenía que volver a su hogar, aunque por algún extraño sentido del honor, se
había quedado por voluntad propia junto a Jackson para ofrecerle su ayuda.
Había llegado
el momento de que ambos volvieran a sus casas de que pusiera en marcha su plan
de buscar un modo de que la venganza que había contemplado durante tanto tiempo
viera su fruto.
Fue hacia la
puerta.
—Esta noche la
cama es para ti. Nos marcharemos al alba.
—¿Adónde vas?
—A ver a los
caballos y a conseguir uno para Mark —se detuvo antes de añadir—: Y después iré
a reclamar a mi esposo antes de que se case con otro.
Oh por Dios... Ese hombre solo es una fachada!!! Un hombre tan "dulce" no soportaría tantos desplantes !! Ahhhhh
ResponderEliminarGenial!!! 😎 Se lo va a robar!!! Oh si!!! Eso debía hacerse desde el inicio!!!! OMG ahhhhh