De todos los
días que la reina podía hacerlo llamar, ¿tenía que haber elegido ése?
Mientras se
dirigía hacia la alcoba real, sabía que su ceño fruncido evitaría que los demás
se le acercaran.
—Milord Wang.
Suspiró con
frustración; había pensado que su gesto sombrío mantendría a todos alejados.
Miró a la mujer rubia que tenía su lado mientras intentaba recordar su nombre.
—Ah, buenos
días, joven… Junbi, ¿no es así?
Él bajó la
mirada y se sonrojó.
—Oh, milord,
la mañana ya está bien entrada, pero me alegra que recordéis mi nombre.
No admitió que
su nombre de pila era lo único que recordaba. Le tomó la mano para besarla y lo
miró a los ojos.
—¿Cómo podría
olvidar a alguien tan encantador como vos?
—Milord, me
honráis con vuestros elogios.
«Como si no
supiera que es encantador».
Se encogió de
hombros.
—No, sólo digo
lo que todo el mundo sabe que es verdad.
El joven Junbi
miró a su alrededor antes de mirarlo con atrevimiento y sonreír.
—¿Vais a
reuniros con la reina?
Él asintió.
—¿Y después?
—No tengo
planes para hoy.
El joven apartó
la mano de su pecho, pero se detuvo cuando sus dedos rozaron la piel de su
cinturón.
Muy
lentamente, se humedeció con la lengua el labio inferior.
—Tal vez se me
pueda ocurrir un modo de entreteneros.
Ese joven era
más que atrevido. Se ofrecía con bastante facilidad y sin ninguna vergüenza. En
los pocos días que llevaba allí, lo había observado seguir a hombres como un
águila volando en círculos alrededor de su presa. No estaba allí por
entretenimiento, sino para encontrar un marido y lo había añadido a su lista de
posibilidades.
Sonrió ante la
descarada proposición y después suspiró con una fingida frustración.
—Primero he de
presentarme ante la reina.
La puerta de
la antecámara se abrió y un guardia le hizo una señal.
—Lord Wang.
Enseguida, Junbi
se hizo a un lado.
—Debéis ir.
¿Os espero?
Jackson
sacudió la cabeza.
—No, os
encontraré más tarde.
Lo vio
alejarse preguntándose por qué la proposición que le había hecho le había
despertado tan poco interés.
Dejó de lado
ese pensamiento y entró en los aposentos de la reina.
—Ah. Milord Wang,
que amable sois en reuniros con nosotros.
Él hizo una
reverencia para mostrarle sus respetos a la reina.
—Disculpadme
por mi retraso.
Ella lo miró
de pies a cabeza y le dijo:
—¿Os gustaría
un poco de vino?
—No, gracias,
no quiero nada.
Vaya, al
parecer su aspecto reflejaba lo mal que se encontraba por dentro.
La reina
contuvo una sonrisa al señalarle un asiento vacío y a Jackson le gustó saber
que podía divertirla. Después de recostarse contra el respaldo de su silla,
miró al otro lado de la ornamentada mesa y se fijó en la palidez del rostro de Mark.
—Milord Wang,
parece que habéis causado cierto revuelo.
Se obligó a
mirar a la reina.
—¿Disculpadme?
—¿Estabais tan
ebrio anoche que no recordáis la conversación que condujisteis en mi salón?
—No, quiero
decir, sí —se aclaró la garganta y volvió a intentarlo—. No, mi estado de
embriaguez no era tan grande. Sí, recuerdo haberme unido a la conversación.
—Decidme, lord
Wang, ¿de dónde sacáis vuestras extrañas ideas?
Resistió sus
ganas de marcharse de allí; aquélla no era una conversación que quisiera
mantener con la reina.
—¿De qué ideas
habláis?
La reina tamborileó con las uñas sobre el brazo de la silla y dijo:
—¿Qué es el
amor?
—El encuentro
de dos corazones —no añadió que además era la fusión de dos almas, ni tampoco
que el amor era el punto donde se unían dos caminos distintos.
La reina se
echó hacia delante.
—¿Y qué papel
desempeña el deseo en el amor?
—Es la
expresión física del amor.
—Pero esta
expresión física, como vos la llamáis, debería darse únicamente entre dos
partes que están casadas entre sí —cuando no respondió, la reina añadió—: ¿No
estáis de acuerdo?
Jackson luchó
por controlar sus pensamientos; era incapaz de comprender qué pretendía la
reina. En lugar de discutir, asintió.
—Sí, estoy de
acuerdo.
—Pero el amor
y el matrimonio no necesariamente van de la mano. De modo que, ¿dónde entra en
juego este deseo lujurioso?
Cerró los ojos
como si eso fuera a protegerlo del punzante dolor que sentía en las sienes.
—Algunas veces
la familiaridad conduce al amor. Algunas veces el compartir deseos ayuda a que
las semillas del amor broten.
—¿Y qué hay de
vos, lord Wang? ¿La familiaridad en vuestro matrimonio conducirá al amor? ¿O
será el deseo lo que haga que nazca el amor?
Abrió los ojos
y evitó dirigir su mirada de asombro hacia Mark. Lo sabía. De algún modo la
reina había descubierto su secreto. Se recostó sobre su silla antes de hacer un
gesto con la mano en dirección a la puerta.
—Podéis
marcharos todos.
Cuando Jackson
se levantó añadió:
—Oh, no, vos
no, lord Wang.
Volviendo a
sentarse, a regañadientes vio a Mark salir de la habitación. Iba con la espalda
y los hombros rectos y la cabeza alta. Sin embargo, la palidez de su semblante
lo delataba. ¿Lo habría acorralado la reina antes que a él? De ser así, ¿qué
había dicho su esposo?
Cuando la
última persona salió de la habitación, la reina se levantó y le puso una copa
en la mano.
—Bebed. Lo
necesitaréis.
El silencio en
los aposentos de la reina era absoluto.
Quería ir
directamente al grano y preguntarle qué era lo que sabía, pero un repentino
rayo de sensatez hizo que sus labios quedaran sellados. En ese caso tal vez no
decir nada era lo mejor.
Aunque si la
reina no dejaba de caminar de un lado a otro y comenzaba a hablar, Jackson
temía llegar a perder toda esa prudencia.
Finalmente, y
para su alivio, tomó asiento y lo atravesó con una mirada que no presagiaba
nada bueno.
—Milord Wang
ayer hubo extraños en mi tierra.
No había
formulado ninguna pregunta, y por ello permaneció en silencio.
—Mi esposo
estaba con ellos.
Que uno de los
hombres de la reina los viera era una posibilidad que Jackson sabía que
existía, pero el rey le había quitado importancia.
—Y vos
también.
Se preguntó
cuánto más tardaría en abordar directamente el asunto.
—Entiendo que
no se trata de extraños.
¿Quién le
estaba dando información? Enrique había jurado no decir nada y Jackson no creía
que el rey hubiera roto su palabra. Así que, ¿quién más conocía su pasado?
Sólo los tres
hombres por cuya libertad había luchado y había ganado. ¿Yugyeom? No. Moriría
antes que traicionarlo. ¿Jaebum? No. Jaebum no tenía motivo para contarle nada
a la reina. Además, en aquel momento tenía unas responsabilidades que atender y
no tenía ni tiempo ni la oportunidad de hablar con ella. El único que quedaba
era Wonpil.
Dado que el
hombre había demostrado ser una persona de poca confianza en más de una ocasión
que estuviera involucrado no sería ninguna sorpresa. Si Jackson hubiera podido
elegir, Wonpil habría permanecido cautivo, pero el plan de rescatar al resto de
cautivos ingleses dependía del éxito de cualquier negociación comercial que él
llevara a buen término entre el rey Enrique y la casa de Morigatte.
La reina levantó
su copa de pie corto, la hizo girar entre sus finos y largos dedos y la observó
con detenimiento.
—¿No tenéis
nada que decir?
Él mantuvo un
tono de voz calmado, recordándose en todo momento a quién se estaba dirigiendo.
—¿Qué queréis
que os diga, milady? ¿Que vuestros espías están equivocados? ¿Que no
sabéis lo que sucede en vuestra propia tierra?
Ella se
inclinó hacia delante.
—Tal vez
podríais decirme qué sucedió dentro de la tienda de esos extraños.
Jackson
sacudió la cabeza ante su imperiosa orden.
—Ruego me
perdonéis pero tendréis que hablar con el rey. Yo no tengo libertad para hablar
de sus asuntos.
Para su
sorpresa, ella no le recriminó su falta de cooperación. Por el contrario, se
recostó en su asiento.
—Entonces
explicadme vuestra presencia. Lord Wang no existió antes del año pasado. ¿De
dónde procedéis?
—De fuera del
país.
—¿De dónde?
—De muchos
lugares.
La reina volvió
a tamborilear las uñas sobre el roble del brazo del sofá. Un constante clic
clic, clic que le puso los nervios de punta.
—¿Estáis
casado?
No
conseguiría información con tanta facilidad. Jackson resistió las ganas de
suspirar con exasperación. Incluso aunque Wonpil hubiera hablado con la reina,
él no sabía nada de Mark, así que tal vez no era su espía.
—¿Casado?
—Vamos, Wang,
seguro que lo estáis.
—¿Lo estoy, milady? Me he visto tan consumido por los asuntos del rey que lo
he olvidado.
—Esa
información se puede comprobar fácilmente.
Lo que quería
decir que aún no lo había hecho y que él todavía tenía tiempo para terminar de
seducir a Mark.
—En ese caso,
sentíos libre de investigar.
Ella puso de
golpe la copa sobre la mesilla y lo hizo de un modo tan enérgico que el vino se
salió del borde.
—Esto se está
volviendo muy tedioso, lord Wang.
—Entonces ¿por
qué no me decís lo que pretendéis?
—Lo que
pretendo es librar a mi corte de vuestra presencia.
Bueno, al
menos tenía que reconocer que era sincera.
—¿Y eso a qué
se debe?
—A que vos Jackson
de Wang habéis llegado aquí con vuestro aspecto oscuro y atractivo y una lengua
descarada y habéis alborotado a los jovencitos.
En esa ocasión
no pudo contener su sorpresa.
—¿Disculpad?
—Me habéis
oído, no os llenaré la cabeza con elogios.
—Milady, ¿qué os preocupa?
—Es difícil
encontrar pareja cuando el vientre de una pareja está ocupado con el hijo de
otro hombre.
Parpadeó. Era
sincera, pero demasiado rotunda. Poco a poco estaba consiguiendo que la mirara
con respeto.
—No tengo la
costumbre de engendrar hijos y tampoco la de seducir a doncells.
—No son los
doncells los que me preocupan. Os tienen miedo. Me preocupan los jóvenes que
saben lo que podéis ofrecerles.
—Yo no ofrezco
nada.
Ella echó la
cabeza atrás y se rió a carcajadas. Un sonido vivo y desbordante, que por
alguna razón desconocida lo puso nervioso.
—Excremento de
caballo, Wang.
La reina
estaba sacando conclusiones sin razón alguna. Él no quería llevar a ninguna pareja
a su cama excepto a su esposo. Nunca se había propuesto seducir a nadie de la
corte.
—Milady, yo…
Lo interrumpió
con un movimiento de mano.
—Seré clara.
Dejad a Mark de Tuan tranquilo, lord Wang. Tengo otros planes para él.
Jackson cerró
los puños alrededor de los brazos de su silla y se tragó la repentina furia que
lo invadió.
¿Que tenía
otros planes para Mark? ¿Unos planes que no lo incluían a él? Cambió de postura
en su silla mientras por dentro reunía fuerzas para no perder el control.
—¿Y el joven en
cuestión es consciente de esos planes?
—Aún no, pero
las cosas estaban progresando según lo esperado hasta que vos llegasteis. A Lee
le ha resultado algo difícil cortejarlo cuando estáis monopolizándolo
constantemente.
¿Lee? Tuvo que
darle varias vueltas a la cabeza hasta que por fin logró ponerle una cara. Era
su pretendiente, el mismo que había visto junto al estanque. Huitaek. El que le
había pedido que se casara con él.
—¿Y ese tal Lee
y el joven Tuan forman una buena pareja?
—Sí. Sus
tierras son colindantes y el padre de él no se opone a que Lee se convierta en
su hijo político.
Jackson quería
resoplar. Tuan no se opondría a que nadie se convirtiera en su hijo… siempre
que ese hombre tuviera suficiente dinero o tierras.
—¿Así que a
unión ya ha sido concertada?
—Casi. Falta
que el joven acepte y que se haga el anuncio de los esponsales.
Incapaz de
contener la curiosidad, preguntó:
—¿Y por qué os
interesa tanto esta unión?
Ella estrechó
los ojos y volvió a tamborilear los dedos sobre la silla.
—Tuan y Lee
juntos forman un feudo considerable.
Entonces ya
supo cuál era su interés. Sin hacer más preguntas Jackson supo dónde residían
las lealtades de Lee. No tenía duda de que Sir Lee le sería más leal a ella que
al rey.
—Pero no
tenéis que preocuparos por este asunto, lord Wang.
Jackson ya
tenía bastantes problemas que solucionar con Mark y no quería formar parte de
ese ardid para ganar apoyo de la reina y darle la espalda al rey.
Se levantó,
inclinó la cabeza y dijo:
—Milady, os deseo lo mejor en vuestro papel de casamentera.
—Manteneos
alejado de él, Wang, o seréis expulsado de esta corte.
Prudentemente
se guardó lo que pensaba y fue hacia la puerta.
La reina le
hizo una última sugerencia:
—Volved a
casa, Wang, y ahorraos mucho dolor.
Él tenía
intención de irse a casa… pero con su esposo, de modo que no le quedaba otra
elección que apresurar sus planes en lo que respectaba a la seducción de Mark.
Cuanto antes lo atrajera a su cama, mejor.
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