—Ah, pero ¿en
qué consiste estar enamorado? ¿Cómo se sabe con seguridad?
Jackson se
detuvo al entrar en el salón. La pregunta pendía en el aire a la espera de
respuesta, pero ninguno de los que estaban sentados alrededor de la mesa
parecía dispuesto a responder.
Incapaz de
resistirse, dio un paso al frente y apoyó la cadera contra la mesa.
—Es sencillo.
Se sabe por cómo te palpita el corazón cuando la persona pasa por delante. O
por cómo un suspiro te captura el alma con sólo oír tu nombre saliendo de sus
labios.
No lo había
visto, pero la tos de Mark le indicó inmediatamente dónde se encontraba. Fue
hacia el final de la mesa y continuó.
—Se sabe
cuando pasas la noche despierto pensando en esa persona. O por cómo se te acelera el
pulso simplemente ante la mención de su nombre.
Mark bajó la
cabeza y el cabello le cubrió la cara.
Jackson se
giró hacia el que había pronunciado esas palabras, un joven que parecía haber
acabado de levantarse del regazo de su madre. Enarcó una ceja. Esa gente solo
podía argumentar basándose en su código de amor cortés pero él sin embargo
tenía unos pensamientos completamente diferentes sobre el amor y el deseo.
Y suficiente
experiencia para verse en posesión de las armas necesarias para participar en
esa discusión.
—Es verdad,
pero hay muchos niveles de deseo. Algunos, como ése del que habláis satisfacen
únicamente una necesidad física.
Mark alzó la
vista y él le sostuvo la mirada mientras seguía hablando.
—Pero hay un
nivel al que únicamente el alma puede llegar, una vez que dos almas han
alcanzado ese nivel de pasión, ese deseo compartido, ¿no se trata ya de… amor?
Se detuvo
junto a su lado, puso una mano sobre la mesa y se inclinó hacia delante. Mark se
apartó.
—Entonces,
milord ¿estáis diciendo que el sexo y el amor son lo mismo? —preguntó Mark
después de por fin hacer acopio de voz.
—En absoluto.
Incluso las bestias de los campos corren las unas con las otras y para eso no
se requiere amor.
Él torció la
boca, se movió inquieta sobre la silla y un rubor le subió a las mejillas.
—Entonces
exactamente ¿qué estáis queriendo decir? ¿Qué marca la diferencia? —agarró su
copa de vino con unos dedos temblorosos.
Jackson se
apartó de él y fue rodeando la mesa sin dejar de mirarle a la cara.
—¿La
diferencia? Bueno… ¿puedo ser sincero?
Mark alzó su
copa hacia él.
—Sí, por
favor.
Una vez más
muchas miradas llenas de interrogantes se volvieron hacia él, que por mucho que
lo hubiera deseado no lograba apartar la vista de su esposo. Quería ver la
expresión de su rostro.
Mientras se
iba acercando, le respondió:
—Hay ocasiones
en las que un hombre, o una pareja, contiene cierta cantidad de tensión. Un
nerviosismo que no puede aplacarse con un paseo por los jardines ni con una
conversación apasionante. Pero esa tensión puede ser aliviada con un rápido
encuentro con una pareja que se muestre dispuesta.
Se oyeron unos
murmullos animados a lo largo de la mesa. Mark, por el contrario, no se estaba
divirtiendo. Alzó la mandíbula y lo miró.
—Eso puede ser
cierto en el caso de un hombre.
Para ser
sincero, Jackson tenía que mostrarse de acuerdo, pero ¿de qué le serviría?
—Bueno, sí,
hasta cierto punto. Pero se sabe que las parejas también satisfacen sus deseos.
—Las casadas,
tal vez. Sería estúpido que una pareja soltera se buscara su propia destrucción
de esa manera. ¿O acaso vos lo aprobaríais?
Desconcertado
por un instante, se preguntó si lo estaría amenazando. Lo miró fijamente y le
dijo:
—¿No es ésa la
razón por la que la mayoría se casan a una temprana edad? ¿Para que no cometan
esa tontería?
Mark se levantó.
—¿De modo que
a un hombre se le puede permitir que vaya sembrando su semilla por donde le
plazca siempre que sienta esa necesidad, pero es una locura que una pareja
arriesgue su castidad por la misma necesidad? —un fuego surgió de sus ojos.
Al instante Jackson
se dio cuenta de que debería haberse detenido cuando aún podía porque ahora se
había enfadado. Gracias a Dios que aún le quedaba un mes para cortejarlo.
Ante su
silencio, Mark alzó la cabeza más todavía y caminó con determinación hacia las escaleras.
El resto de
comensales intentaron disculparse por su marcha y Junbi, por su parte, le lanzó
una sonrisa.
—Esta
conversación sucede todo el tiempo.
—Oh, sí
—añadió alguien más.
Un joven
asintió mostrando su acuerdo.
—Y todas las
noches alguien se marcha dejando la conversión encendida.
A Jackson le
importaba poco lo que dijeran o hicieran. De inmediato comenzó a disculparse.
Mark no tuvo
necesidad de darse la vuelta para saber de quién eran los dedos que le estaban
sujetando la muñeca.
El calor que
encendió más todavía su cuerpo le hizo saber que era Jackson quien le había
alcanzado antes de que pudiera ponerse a salvo en su alcoba.
—Mark, por
favor, espera.
Se volvió para
mirarlo bajo la luz de la antorcha, pero nada pudo prepararlo para soportar la
sensación de tenerlo cerca. ¿Cómo podría haber sabido que una mínima sonrisa en
la boca de Jackson podía hacer que el corazón se le detuviera para después
comenzar a latir de un modo frenético?
¿Quién podría
haberle dicho que el cálido aroma meloso de su aliento podía hacerle perder el
suyo propio?
—Márchate Jackson.
No juegues más conmigo esta noche.
—¿Qué sucede
esposo?
Con un
gruñido, contuvo el grito que amenazaba con escapar de sus labios.
«¿Qué pasa? No
pasa nada. Es simplemente que ardo por ti. Es simplemente que ya no tengo
control sobre mi cuerpo ni sobre mi mente. Me has hechizado con tu seductora
voz, con unas palabras que rozan la pasión y unos ojos que prometen todavía
más. Y sin embargo, ni una sola promesa o una sugerencia de amor sale de tus
labios».
Pero en
realidad dijo:
—Nada.
Simplemente estoy cansado y no deseo hablar más contigo.
Él le recorrió
los brazos con las manos y luego los hombros. Se detuvo cuando sus dedos
estuvieron sobre su cuello.
—Mark mírame.
Lo miró sin
desear otra cosa que perderse en el deseo líquido que lo estaba mirando tan
fijamente.
—Así que
sucede algo.
—No, Jackson,
no sucede nada —cuando sacudió la cabeza para negarlo, él sonrió y eso le hizo
sonrojarse.
—¿No? —le
preguntó su marido mientras acariciaba su sensible piel con el dedo pulgar.
Trazó
lentamente un camino hacia su oreja y esa caricia fue generando un temblor a su
paso.
—¿No pasa
nada?
Su seductora
voz lo tenía cautivado.
—Si no pasa
nada, ¿entonces por qué estás temblando?
En lugar de
esperar una respuesta, lo besó. Mark se aferró a sus hombros mientras él le
acariciaba la lengua de un modo cálido y sedoso.
Jackson
deslizó una mano por su espalda y lo llevó hacia sí, haciéndole sentir como si
le faltara el aliento.
¿Qué era más
duro? ¿La piedra del muro que tenía contra la espalda o la excitación de él
haciendo presión contra su cuerpo?
Jackson apoyó
las manos contra la pared y descansó la frente sobre la suya.
—No juego
contigo, Mark. ¿Es que no ves que te deseo tanto como tú me deseas a mí?
Si lo que
estaba sintiendo contra su cuerpo era una indicación de su deseo, entonces no
tenía la más mínima duda sobre él. Se estremeció ante la idea de que un hombre,
ese hombre en concreto, lo deseara.
Entrelazó las
manos detrás de su cuello e intentó llevar la boca de Jackson de nuevo junto a
la suya, pero él no hizo nada más que rozarle los labios.
—No. esposo.
Éste no es el modo de determinar si queremos seguir casados.
La vergüenza
que sintió de sí mismo ante su atrevimiento hizo que todo deseo se desvaneciera.
Rápidamente bajó los brazos y se puso derecho.
—Lo siento
perdóname.
Jackson le
agarró la barbilla, obligándolo a mirarlo.
—¿Perdonarte?
¿Por qué? ¿Por aceptar besos de tu esposo? ¿Crees que ese acto requiere perdón?
—Robar besos
en público no es decoroso.
—¿Decoroso?
Después de la conversación que se ha desarrollado ahí abajo, ¿no te resulta
extraño hablar de decoro?
Mark no podía
mostrarse en desacuerdo. Atrapado como estaba entre la pared que tenía detrás y
el cuerpo que tenía ante él, la palabra «decoro» sonaba bastante ridícula.
—Ya sabes lo
que quiero decir.
—Mark —le
susurró su nombre al oído y él fue incapaz de controlar el escalofrío que eso
le produjo—, olvídate del decoro. Olvídate de todo lo que es correcto y
apropiado. Olvida todo lo que crees que has aprendido sobre el deseo y el amor.
Con
dificultad, le preguntó:
—¿Entonces qué
no debería olvidar?
Jackson le
agarró de las manos y se las colocó contra la pared en alto. Sí, era como si lo
hubiera clavado al muro y un escalofrío de pavor unido a una extraña emoción le
recorrió.
Tiró, pero no
pudo liberarse; estaba a su merced y se preguntó qué sería lo próximo que haría
Jackson. Pero antes de poder pensar en ello, él cambió de postura.
La dureza de
su muslo colándose entre los suyos hizo que esa pregunta se convirtiera en un
grito ahogado de sorpresa. De pronto rostro ardió de calor y las rodillas le
fallaron.
—Mírame.
Oyó su voz
ronca como si proviniera de algún punto al otro lado de una cortina de niebla.
Alzó la vista hacia esa dirección.
Y en esa
ocasión, cuando él buscó su boca, no lo hizo con un beso delicado y suave, sino
con uno ardiente e intenso.
Se inclinó
hacia él y al hacerlo sintió su muslo con más vigor. No se molestó en contener
el gemido que salió desde sus adentros, lo dejó escapar y Jackson lo recogió
con otro gemido, antes de dar un paso atrás y soltarle las manos.
La brisa de la
noche corrió por medio de los dos, como un cubo de agua helada cayendo sobre su
cuerpo encendido.
—Eso es lo que
no quiero que olvides.
Mark luchó por
no perder el aliento, por intentar absorber sus palabras y por recobrar la
compostura antes de preguntar:
—¿Qué? —la voz
le temblaba—. ¿Que no olvide que puedes despertar en mí pensamientos lujuriosos,
que soy tan débil y que me dejo llevar tanto que pierdo toda noción de lo que
está bien y lo que está mal?
Él se echó
hacia delante y le dio un casto beso en la mejilla.
—No has hecho
nada malo. No me importa si olvidas o recuerdas esos pensamientos de lujuria,
pero no vengas a mi cama únicamente con esas ideas en la cabeza.
Mark se puso
derecho y alzó la barbilla.
—Lujuria,
sexo, ¿qué diferencia hay cuando el resultado final es el mismo?
Jackson
respondió con una sonora risa.
—Entonces si
alguna vez decidiera ir a tu cama, ¿en qué debería estar pensando?
Él se acercó m
y estrechó los ojos y con una voz profunda y ronca le susurró:
—Deseo. Un
ardiente deseo de que tu alma se encienda.
¿Que su alma
se encendiera?
Mark respiró
hondo. ¿Era posible arder más por él de lo que ya lo estaba haciendo? ¿Cómo?
¿Tenía su
marido razón? ¿Podía ser que el amor y el deseo no fueran distintos ni
estuvieran separados? Sacudió la cabeza en un intento de sacarse esas preguntas
de la mente. Si le daba la pasión que él tanto quería, ¿encontrarían el amor?
El rápido y
fuerte pulso que palpitaba bajo la palma de su mano le despertó un deseo que le
hizo sentirse débil.
Él olía a pura
masculinidad. Un aroma a hombre unido al deseo emanaba de su cuerpo. Le
envolvió y pareció acariciarle la piel.
Sus ojos tan
oscuros y límpidos le observaban con intensidad; estrellas gemelas brillaban en
su profundidad. Ni un ápice de diversión se reflejaba en su rostro. Ni una
muestra de censura brotaba de su mirada.
No tenía la
más mínima idea de cómo Jackson había logrado tanto en tan poco tiempo. Por
supuesto que lo deseaba. Sí, lo deseaba. En ese momento su cuerpo podría
perfectamente prepararse para el sexo, para la pura lujuria sin preocuparse por
nada más.
No esperaba
que sus caricias fueran delicadas. Estaba seguro de que sus manos serían
fuertes y se deslizarían con decisión sobre su cuerpo. Jackson le pediría algo
y él respondería… por voluntad propia y sin temor.
Sólo pensar en
él controlando su cuerpo, guiando su deseo, le quitaba el aliento.
—Mark, si no
te va ahora perderás toda oportunidad de ganar tu anulación.
—No me importa
—sus propias palabras le sorprendieron.
—Ya, pero al
amanecer te importará mucho.
Sin dejar de
mirarlo, se inclinó hacia él y deslizó las manos sobre su pecho y hasta sus
hombros. Enredó los dedos en su cabello.
—Podemos
preocuparnos de lo que pensaré por la mañana cuando llegue.
El gemido de Jackson
fue como un eco de la frustración que él mismo sentía. Hundió la cara en su pelo
y le besó a lo largo del cuello.
Sí. Eso era lo
que quería, lo que había buscado durante tantos largos años.
Se fundió en
su abrazo e hizo caso omiso de la advertencia que le estaba lanzando su cerebro
porque el ardiente torrente de sangre que le recorría hacía más ruido y
silenciaba los gritos de su mente.
Quería más que
sólo sentir sus labios sobre su piel.
—Jackson, por
favor.
Él acalló su
súplica cubriéndole la boca con la suya y durante unos interminables momentos
quedó maravillado por sus labios, su lengua y su beso.
Entonces Jackson
se apartó bruscamente, como si unas manos invisibles hubieran tirado de él para
separarlos y se llevó unos dedos temblorosos a la frente.
—Vete Mark.
Vete antes de que sea demasiado tarde.
Su voz lo
asustó. Ese tono ocultaba algo más que deseo algo más profundo, más frío, casi
amenazador. Acabó con toda pasión y le hizo recordar lo poco que conocía a ese
hombre. La llama que había brillado en los ojos de Jackson parpadeó y se apagó
y en su lugar quedó una frialdad que parecía provenir directamente de su alma.
Para
refugiarse del repentino frío que le invadió, se rodeó la cintura con los
brazos.
—¿Jackson?
Él se dio la
vuelta y le ordenó:
—Vete.
Le oyó
alejarse de él de la repentina ira que había convertido su deseo en pensamientos
de venganza. Pero ¿no era para eso para lo que estaba allí? ¿Para enseñarle lo
que era la pasión? ¿Para mostrarle lo que podía ser el amor? ¿Para apoderarse
de su virginidad y tenderle el mundo a los pies? ¿Para tocar su corazón? ¿Para
acariciarle el alma? ¿Y para después destruirlo todo?
Apoyó el
antebrazo contra la pared y descansó la cabeza sobre la muñeca. Luchó por
recuperar el control. ¿Qué le sucedía? Había estado a punto de echar por tierra
su tan bien planeada venganza.
Podía entender
la lujuria, pero ¿desde cuándo habían entrado en el juego la pasión y el deseo?
¿Por qué el pensar en la venganza le causaba dolor? ¿Por qué de pronto se
detestaba a sí mismo?
Tal vez esas
emociones encontradas se debían al vino que había consumido; mientras se
dirigía a su alcoba y a su cama rezó por que no fuera otra cosa que el alcohol
lo que había acabado con el equilibrio de su mente.
—¡Milord!
¡Lord Wang!
Jackson se
giró con un gruñido y descorrió la cortina que rodeaba la cama. Parpadeó ante
el reflejo del sol que atravesaba la habitación. El estómago le dio un vuelco,
la cabeza le palpitaba y cada parte de su cuerpo le recordaba al dulzor del
vino que había caído con tanta facilidad por su garganta la noche anterior.
Otro gruñido
resonó desde el suelo. Lentamente y con gran cuidado. Yugyeom se incorporó y se
sujetó la cabeza.
—Por favor,
mátame. Usa mi espada.
Si Jackson no
hubiera compartido también el deseo de morir en ese momento, se habría reído.
Por el contrario, volvió a echar las cortinas y se maldijo a sí mismo por su
estupidez. Después de volver a su habitación la noche anterior, había tirado a Yugyeom
de la cama y se había terminado lo que quedaba de vino él solo. Algún diablillo
que vivía en su interior le había convencido de que el consuelo podía
encontrarse en el fondo de la jarra de vino.
Claramente una
mentira, una que no volvería a escuchar.
—¡Milord Wang!
Los dos
hombres volvieron a gruñir ante los golpes en la puerta de la alcoba. Jackson
gritó:
—Adelante.
Descorrió las
cortinas y parpadeó antes de dirigir la mirada al joven paje de cara redonda.
—¿Qué quieres?
El chico
estiró sus delgados hombros y al hacerlo adquirió una inmensa altura. Bajó la
vista y anunció:
—La reina
requiere de vuestra presencia.
¿Requiere?
Volvió a correr las cortinas. Al menos, no había ordenado que se presentara
ante ella. Además, no tenía humor de conversar con nadie en ese momento.
—Dile que
estaré allí en cuanto me levante.
—Milord,
quiere que os presentéis ahora.
Tiró de las
cortinas con tanta fuerza como para arrancarlas del marco. El aire de la mañana
recorrió su cuerpo desnudo y le proporcionó una extraña sensación de bienestar.
Se levantó,
dio un paso hacia el chico pálido y tembloroso y preguntó:
—¿Ahora?
¿Inmediatamente?
El paje
retrocedió hacia la puerta.
—Milord, creo
que sería apropiado que os vistierais primero.
Antes de que Jackson
pudiera decir nada en respuesta, el chico corrió a la puerta, aunque se detuvo
lo suficiente para decir con un tartamudeo:
—Le… le diré
que acu… acudiréis… pronto.
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