—¿Por qué no
has aceptado la proposición de tu amante?
—Huitaek no es
mi amante.
—Eso no
importa. Independientemente de lo que sea, ¿por qué no te has lanzado a sus
brazos dispuesta a aceptar la salvación que puede ofrecerte?
Mark lo miró. Jackson
tenía la asombrosa capacidad de leerle el pensamiento y sabía que de algún modo
sabría si le estaba mintiendo. Bajó la vista y admitió:
—Sólo somos
buenos amigos.
—Casarse con
un amigo no sería nada malo.
—Soy libre de
no casarme con nadie.
—¿Te gustaría?
Lo miró
confundido.
Jackson se
incorporó y le acarició una mejilla.
—¿Te gustaría
ser libre para casarte con quien tú eligieras?
Sin pensarlo, Mark
se acercó más para dejarse acariciar, pero entonces, con la misma rapidez, se
apartó.
—¿Qué me estás
pidiendo?
Él le recorrió
el labio inferior con un dedo y esa caricia le hizo temblar.
—Quisiera
proponerte un trato.
—¿Un trato?
—Un mes. Mark
—y ahora en lugar de acariciarlo con el dedo lo hizo con la lengua.
Incapaz de
pensar en palabras coherentes se limitó a mirarlo a los ojos.
—Un mes para
llevarte a mi cama.
Sentía el
ardiente aliento de Jackson contra sus labios y luchaba por aclararse la mente.
—¿Un mes? ¿Tu
cama?
Él se echó
hacia atrás.
—Sí. Si no
puedo seducirte en un mes, te daré la anulación.
Una anulación.
Una sensación de júbilo y satisfacción le recorrió, aunque al instante una
puñalada de pena le atravesó el corazón. No podía encontrarle explicación a las
emociones contradictorias que le invadían.
Si rechazaba
la oferta estaría aceptándolo como su marido. ¿Quería eso? ¿Estaba preparado
para actuar como el diligente esposo de un hombre que obviamente no lo amaba?
Recordó el
cuerpo sin vida de un hombre. No conocía a ese Jackson, no sabía en qué se
había convertido y había dicho cosas que no tenían mucho sentido: había acusado
a su padre y también lo había implicado a él.
Pero su mera
caricia le daba más placer que nada que hubiera conocido antes. Sus besos le
prometían más pasión de la que podía imaginar. Y aunque la pasión y el deseo
eran cosas que anhelaba, quería más del hombre al que llamaría esposo.
Un mes. Estaba
seguro de que en ese tiempo podría decidir si verdaderamente deseaba ser su
esposo o si, por el contrario, quería encontrar a otra persona.
Otro
pensamiento llamó su atención.
—¿Y la reina?
Jackson se
mostró sorprendido ante la pregunta.
—¿Qué pasa con
ella?
—Si descubre
nuestro acuerdo…
—Obviamente
eso es algo que no podemos permitir. De lo contrario, habría que dar el trato por
finalizado.
—Jackson,
puede ser muy vengativa.
—Teniendo en
cuenta que sirvo al Rey, estoy seguro de que lo sería. De modo que
sencillamente no le diremos nada a nadie.
Dado que no se
le ocurría ningún otro plan esa sugerencia de que guardaran silencio tendría
que ser suficiente.
—Si accedo a
este acuerdo, ¿prometes no hablarle a nadie de nuestro matrimonio?
Una extraña
sonrisa iluminó el rostro de Jackson.
—Si lo
hiciera, todo esto dejaría de tener gracia.
¿Por qué sus
respuestas siempre parecían acelerarle el pulso? ¿Qué era eso que su cuerpo
sabía pero él desconocía?
—¿Y nunca me
impondrás la relación que tenemos?
—¿En que estás
pensando Mark? ¿Hay otros hombres a los que quieras cortejar al mismo tiempo?
—Sacudió la cabeza antes de prometerle—: No te preocupes no utilizaré nuestro
matrimonio para ahuyentar a otros posibles pretendientes que tengas.
—En ese caso,
acepto tu oferta —y extendió una mano para cerrar el trato.
Jackson le
agarró la mano y tiró hacia sí, llevando a Mark contra su pecho. Bajó la cabeza
y con un susurro dijo:
—Pero amor
mío, ten la seguridad de que acabarás aceptando únicamente mi oferta.
***
Lord Jackson
de Wang, conde de la corte del rey y conocido por su destreza con la espada, la
daga y sus propias manos, miró abajo hacia uno de los muchos fértiles valles
que rodeaban Poitiers… Y luchó contra el terror que serpenteaba por sus venas.
Su voluntad y
determinación habían sido puestas a prueba mediante fustas y cadenas y aun así
habían resurgido intactas. Había aprendido a salir victorioso contra espadas,
dagas de filo irregular y lanzas, armado únicamente con su ingenio.
La idea de la
muerte lo había asediado en raras ocasiones, sin embargo, el ver las tiendas
blancas brillando contra la exuberante vegetación del valle hizo que la sangre
se le detuviera.
Algo lo
perturbaba. No era un recuerdo de algo que ya hubiera sucedido, sino una visión
borrosa de lo que podría ocurrir. Un etéreo presentimiento de peligro le
advirtió que fuera cauto.
Sintiéndose
obligado a honrar a su rey, no podía hacer retroceder a su corcel y marcharse
de aquel valle. Sintiéndose obligado a honrarse a sí mismo, situó a su caballo
en el tortuoso camino que lo llevaría a enfrentarse a su pasado.
El chirrido de
una silla de montar y el sonido de los cascos de un caballo tras él le
indicaron que no estaría solo. Una sombra lo alcanzó. El contorno de una mole
de hombre colosal devoró su propia silueta y la de su caballo. Cuando su
compañero se puso junto a él, Jackson dijo:
—Llegas tarde.
Yugyeom de Kim,
antiguo compañero de mazmorra, se encogió de hombros.
—No he podido
evitarlo. Tu joven se ha tomado su tiempo para volver a palacio, he venido en
cuanto ha entrado.
Su amigo le
servía de gran ayuda vigilando a Mark cuando él no podía hacerlo. Tanto si él lo
sabía como si no, estaba en peligro. Ni por un solo momento Jackson pensó que
el ataque en los jardines de la reina hubiera sido accidental porque hacía
mucho tiempo que había aprendido que las cosas sucedían por una razón. Y tarde
o temprano, la descubría.
Nadie estaba
mejor capacitado para la tarea de vigilar a Mark que ese formidable gigante.
Tan alto como un roble y con la constitución de un oso, Yugyeom no necesitaba
armas contra un enemigo. El hombre se movía con la gracilidad de un bailarín y,
cuando era necesario lo hacía con más sutileza que la brisa.
—Gracias. Yugyeom.
Yo…
—No, soy yo
quien te debe más que un favor. Si no fuera por ti aún seguiría cautivo y por
ello te estaré agradecido esta vida y la siguiente.
—Eso no es
verdad y lo sabes bien —Jackson detuvo al caballo y miró a su acompañante.
Había percibido el extraño tono de voz de Yugyeom y ahora veía la tirantez del
gesto de su boca.
El cautiverio
de Jackson no había sido tan deplorable como el de Yugyeom y no era justo
pedirle al hombre que hiciera eso. Había sido su propio miedo lo que le había
llevado a meter a su amigo en ese asunto: un acto de cobardía del que ahora se
avergonzaba.
—Yugyeom, no
hay razón para que continúes —asintió hacia el extremo más alejado del
campamento—. El rey y sus hombres están aquí. Enrique no permitirá que nada
salga mal.
Yugyeom tomó
aire antes de estirar los hombros y girarse hacia Jackson con mirada
angustiada, y sin dar tiempo a que los recuerdos y los fantasmas pudieran
apoderarse de su valor, los dos entraron en el campamento. Después de dejar los
caballos con uno de los escuderos del rey, Jackson fue a buscar a su señor
entre la multitud de hombres.
Enrique lo
miró con dureza durante un momento antes de romper la seriedad de su expresión.
Jackson fue hacia los brazos del rey y aceptó la calurosa bienvenida con un
alivio que no había esperado sentir.
Tomó fuerzas
de la jovial actitud de su señor y de los aproximadamente veinte hombres que
componían su séquito.
—Y bien ¿qué
decís, Wang? ¿Deberíamos dar por finalizadas estas negociaciones e ir a
molestar a mi esposa?
Jackson no
pudo más que sonreír ante el humor de Enrique. El rey tenía tantas ganas de
salir de ese valle como él pero ambos eran bien conscientes de que molestar a
la reina podía ser más arriesgado que negociar con el hombre que se encontraba
dentro de la tienda.
Mientras que Jackson
preferiría correr riesgo enfadando a la reina, había vidas en juego: las de los
cautivos que llevaban tanto tiempo encerrados y que ya habían sido olvidados.
Hombres a los que se había convertido en esclavos. Hombres a los que Jackson
había jurado no olvidar. Hombres a los que había prometido liberar.
Ahora que por
fin había legado el momento de las negociaciones. Jackson vio cómo su valor
comenzaba a flaquear.
—Cuanto antes
nos vayamos de aquí, mejor —Jackson miró a Yugyeom y casi dio un traspié de la
sorpresa.
El rostro del
hombre había palidecido, parecía como si fuera a desmayarse en cualquier
momento. Con miedo, siguió la mirada de Yugyeom y contuvo el aliento.
—¿No es quien
esperabais? —preguntó el rey. Incapaz de hablar, Jackson logró sacudir la
cabeza antes de finalmente poder sacar algo de voz.
—No. En
absoluto.
¿Dónde estaba
Zirtha? ¿Por qué estaba Aryth delante de la tienda principal como si fuera
suya? Jackson tuvo que recurrir a toda la fuerza que tenía para no dejar que el
chico asustado que había dentro de él se acobardara ante la mirada de diversión
del amo de los esclavos.
Las imágenes
saltaban en su mente. Primero era el adulto que caminaba al lado del rey hacia
una negociación y después era el joven aterrorizado ante el hombre que en otro
tiempo le abría la carne con cada golpe de su látigo.
—¿Jackson?
¿Lord Wang?
Una mano le
agarró el brazo. Se sacudió esas imágenes de la mente antes de centrar la
atención en el rey.
—Un momento,
milord. Sólo un momento.
Un momento era
todo lo que necesitaba para recuperar el control. Se volvió hacia Yugyeom.
—Quédate ahí.
No necesito tu presencia.
Yugyeom no
dijo nada. O tuvo la suficiente sensatez como para no discutir o estaba tan
aterrorizado que no comprendió nada.
Jackson se
giró hacia el rey y señalando a la tienda donde se hablaría de la negociación
le dijo:
—Vos primero,
milord.
Volvió a mirar
a Yugyeom y se alegró de que permaneciera junto a los hombres del rey.
Aryth había
llevado a su amigo ante las puertas de la muerte en más ocasiones de las que
podía recordar y a menudo de formas que costaba imaginar. Jamás le habría
pedido a Yugyeom que lo acompañara de haber sabido que ese demonio despiadado y
desalmado estaría presidiendo esas conversaciones.
Mientras los
escribas del rey y el de Aryth hacían las presentaciones formales Jackson
observó al hombre que había sido su enemigo.
Se mostraba
como alguien seguro de cada uno de sus movimientos y con la cabeza bien alta
miró directamente al rey como si se tratara de un igual. Sin embargo algo había
cambiado. En ese momento en ese lugar, Aryth era un hombre como otro cualquiera
porque al margen de esas negociaciones, no tenía ningún poder. No podía empuñar
sus tortuosos instrumentos de dolor ni hacerle daño a nadie estando allí. Jackson
se compadeció de los hombres que seguían bajo su control.
Un fragmento
de hielo le perforó la mente y de manera instintiva supo cuál era la fuente de
ese frío: vio al sirviente de Aryth mirándolo. Un hombre pequeño de ojos
redondos y brillantes que actuaba como espía de su amo y que se acercó a él
para decirle:
—Baja los
ojos, escoria. No te atrevas a mirar a tus superiores.
Jackson bajó
la vista a tiempo de ver el reflejo del sol en el cuchillo que el hombre sacó
de entre sus ropas. Antes de que pudiera reaccionar, Aryth arrancó la daga de
la mano de su sirviente.
Después, cerró
la mano y le lanzó tres puñetazos a la cara.
Sin ningún
miramiento, dejó al hombre muerto caer sobre el suelo. Encogiéndose de hombros,
como si no hubiera hecho nada más que aplastar a un insecto, limpió la sangre
de sus rollizos nudillos y en ningún momento dejó de mirar a Jackson, como si
lo estuviera retando a recordar la facilidad con la que podía morir un hombre.
Aryth se
volvió al rey e inclinó la cabeza brevemente.
—Os pido
disculpas por esta interrupción. Por favor, continuemos.
El rey miró
horrorizado. Había estado en muchas batallas y por ello matar no le era algo
nuevo, sin embargo ese asesinato a sangre fría del sirviente pareció turbarlo.
Inmediatamente
Jackson cambió de opinión con respecto a lo que había pensado un momento antes.
A pesar de estar en la corte del rey, Aryth aún tenía poder y control sobre
aquellos que le servían.
Miró al cuerpo
sin vida antes de lanzar una oración silenciosa dando gracias por ser libre.
El rey se
aclaró la garganta.
—Lord Wang,
¿conocéis a nuestro… invitado?
Jackson
asintió.
—En cierto
modo, sí —«Lo conocía muy bien».
—Bien. En ese
caso podemos prescindir de presentaciones.
—Ah sí. Jackson,
quiero decir, lord Wang ¿no es así? —la voz de Aryth seguía siendo tan suave y
letal como siempre—. Lord Wang y yo nos conocemos bien.
Su voz no
había perdido la habilidad de hacer que a uno le recorriera un escalofrío al
oírla.
—Lord Wang
habéis llegado lejos durante el tiempo que lleváis alejado de nosotros.
Se mordió la
comisura del labio para reprimirse y no escupir en la cara del hombre. Lo que
dijo fue tan osado, tan cargado de un doble sentido que resultó irónicamente
divertido.
—Bueno,
comencemos ya con nuestras negociaciones.
Jackson estaba
atónito ante el mobiliario del interior de la tienda. Como emisario. Aryth
estaba bien versado en hacer que las personas con las que iba a tratar se
sintieran cómodas.
Una ligera
fragancia a lavanda y rosas que flotaba por la tienda. Un aroma que le
recordaba a Mark. Vaciló: ese retablo ante el que se encontraba le pilló por
sorpresa.
Y Aryth lo
sabía. Le dio una palmada en la espalda y lo llevó hacia una silla.
—¿Pensabais
que no entendía los modales de su gente? Me subestimáis, joven amigo.
Sintió un
escalofrío al oír al hombre llamarlo «amigo». Nunca antes había subestimado a Aryth
y no iba a empezar a hacerlo ahora.
Tras sentarse
en la cabecera de la mesa el hombre se inclinó hacia delante y miró al rey.
—Queréis
especias aceites y sedas. ¿Qué tenéis para ofrecerme además de armas y oro?
Jackson
esperaba que el rey gritara ante el atrevimiento del emisario, pero por el
contrario, Enrique se encogió de hombros como si la actitud de Aryth no lo
hubiera molestado.
—Caballos,
estaño, hierbas y nuestras especias.
—No
necesitamos vuestros caballos, ni tampoco el estaño. Y no tenéis hierbas ni
especias que nosotros no recibamos de otros al hacer tratos con ellos.
El rey se
inclinó hacia delante.
—Vuestro tono
sugiere que sabéis exactamente qué es eso que desea vuestro príncipe.
La mirada que Aryth
le lanzó a Jackson antes de girarse hacia el rey estuvo cargada de muchas
cosas: diversión, impaciencia y un odio que no se podía describir con palabras.
El hombre se
recostó en la silla.
—Hombres.
—¿Disculpad?
—dijo el rey.
Jackson se
levantó.
—Por encima de
mi cadáver.
—Eso podría
arreglarse.
Inmediatamente
el rey estiró la mano por encima de la mesa y agarró la muñeca de Jackson.
—Sentaos o
marchaos.
Y ya que
marcharse no era una opción, se sentó en el borde de la silla, preparado para
el ataque si era necesario.
Tras relajar
su cuerpo, el rey se volvió hacia Aryth.
—Ahora que
habéis hecho muestra de vuestro humor, ¿podemos hablar en serio?
El hombre echó
la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.
Enrique miró a
Jackson, que seguía absolutamente impresionado. Jamás había visto a Aryth
mostrar ninguna clase de humor. Si había bromeado al decir que quería comerciar
con hombres, había cometido un grave error.
—Lo lamento.
No he podido contenerme y evitar haceros una oferta que vuestra gente
claramente detesta —sacudió la cabeza—. Wang, ha merecido la pena sólo por ver
la expresión de vuestra cara.
Agarrándose a
los brazos de su silla, Jackson logró controlar la furia que le produjo ser
objeto de esa broma y le sonrió forzadamente.
—Me alegra
haberos divertido —sintió la mirada de Enrique. Al rey no le gustaba el uso que
él hacía del sarcasmo, por muy sutil que fuera.
Como buen
estratega, el rey recondujo una vez más la conversación al tema principal del
encuentro.
—Vuestra
oferta de comercio de hombres no me resulta tan aberrante como podéis pensar.
El hombre no
hizo más que enarcar una ceja antes de dar un golpe en la mesa y gritar que le
llevaran vino. Cuando el sirviente se retiró, alzó su copa.
—Este vino es
una cosa con la que sí podéis comerciar —le dio un largo trago y la dejó sobre
la mesa—. Estoy seguro de que tenéis muchos otros artículos de valor, ¿volvemos
a empezar?
***
Jackson se
pasó la mano por su pelo mojado. Después de volver al palacio, había pedido que
le prepararan un baño caliente y un barril de vino. El baño había acabado con
los escalofríos que parecían haberse colado en sus huesos y el vino, que le
sirvieron en una pequeña jarra en lugar de en un barril no le había servido de
mucho para aliviar su atribulada mente.
Había sido un
día largo y se alegraba de que por fin hubiera acabado. Aryth estaba regresando
a Inglaterra con el rey para discutir el asunto del comercio y el acuerdo de la
liberación de los cautivos. Se planeó un viaje pausado, para así darle tiempo a
Jackson a concluir su negocio particular allí en Poitiers antes de reunirse con
los hombres en Inglaterra.
Exhausto tras
tan tumultuoso día Yugyeom había caído en un profundo sueño y no podía
despertarlo. Con gran esfuerzo, había logrado tenderlo sobre la cama que
compartían. Se le quedó mirando: estaba roncando. Uno de ellos iba a dormir en
el suelo esa noche y Jackson sabía muy bien que no sería él: esperaba que no
fuera a resultarle muy difícil hacer rodar a su amigo sobre la cama hasta
sacarlo de ella.
Después de
cerrar la puerta de la habitación, se dirigió al gran salón. Aunque se había
perdido la cena de la noche con suerte podría ver a Mark antes de que se
retirara a dormir.
Esa misma
mañana había jurado cortejarlo y no quería que pensara que no iba a cumplir la
promesa.
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