Mark lo dejó
allí solo en la oscuridad. Solo con sus recuerdos. Solo con un terror que él
pensaba que había superado hacía tiempo.
Durante los
últimos meses había creído estar seguro de haber dejado sus miedos atrás, pero
ahora regresaban con una fuerza que amenazaba con hacerle caer de rodillas.
Después de
sentarse en el banco, apoyó la cabeza en las manos. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué
no podía encontrar equilibrio o al menos la fortaleza suficiente para no perder
el control? ¿Había olvidado cómo hacerlo?
Tras dejarse
caer al suelo, alzó la cara hacia las estrellas y la luna. Tomó aire y lo
expulsó lentamente en busca de algo de calma.
Cerró los ojos
y despejó su cabeza de todos esos pensamientos.
El tintineo de
las campanas resonó en el oído de su mente. El aroma a salvia y mina flotó por
sus sentidos y ambos le dieron la calma y fuerza que necesitaba. Y tras
analizar las dificultades a las que se estaba enfrentando en el momento, se dio
cuenta de que el equilibrio que buscaba estaba siendo compensado por el salvaje
e indomable deseo que sentía por Mark.
Un grito lo
sacó de su silenciosa búsqueda. Se levantó. «Mark». Corrió hacia el lugar de
donde procedía el grito, dobló una esquina y se detuvo en seco. Un hombre,
armado con un cuchillo, tenía a Mark agarrado de la muñeca.
Los gritos
volvieron a romper el silencio de la noche. Comenzó a dar patadas y a pegar a
su asaltante, pero Jackson sabía que sus intentos serían inútiles.
El rostro del
hombre estaba oculto bajo una capucha negra y verde. A Jackson se le hizo un
nudo en la garganta. ¿Qué hacía allí un guardia del palacio de Morigatte? No
podía ser una coincidencia, sus captores no lo habrían seguido hasta allí por
nada. Y ese hombre tampoco estaría solo, habría más.
Sintió miedo
pero se trató de un miedo distinto. No miedo por él, sino por el joven que
estaba en peligro, y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
Mark no lo
sabía, pero el cuchillo era lo que debía temer menos porque si su atacante
cumplía su tarea, él acabaría siendo utilizado de modos inimaginables y en ese
caso la muerte sería más llevadera.
Aunque Jackson
quería venganza no deseaba que sufriera ningún daño físico ni que su alma
quedara completamente destrozada.
Corrió hacia
ellos a pesar de saber que perdería ventaja en el instante en que lo vieran.
Agarró al hombre del hombro, le dio la vuelta y le golpeó en la nariz con la
palma de la mano. Después, sin detenerse, cerró el puño e incrustó sus nudillos
en la garganta del hombre.
Tras dejar
caer al suelo el cuerpo que ya había quedado sin vida, rodeó con sus brazos a
un tembloroso Mark.
—Shh. Ya ha
pasado todo.
Él se aferró a
sus hombros y hundió la cara en su pecho.
—Ha… ha salido
de la nada. Ni siquiera lo he oído.
El corazón le
latía tan fuerte que él podía sentirlo contra el suyo. Intentó calmar su temor
acariciándole la espalda y el pelo.
—Shh, Mark
ahora no puede hacerte daño. No hagas ruido.
Cuando
finalmente dejó de temblar, lo miró y después miró al hombre.
—¿No
deberíamos avisar a la guardia antes de que se despierte?
—¿Despertarse?
—si ese hombre se despertara, sólo podría ser por intervención divina—. Al
menos en este mundo no va a despertar, Mark.
Él se soltó,
fue hacia la figura inmóvil tendida sobre el suelo y la empujó ligeramente con
el pie.
—¿Lo has
matado?
Jackson se acercó.
—No he tenido
otra opción.
Y no la había
tenido. Si el asaltante hubiera escapado, habría vuelto con más hombres. Mark retrocedió
y le miró a las manos.
—¿Lo has
matado con tus propias manos?
—Es lo único
que tengo. No tengo la costumbre de entrar con armas en el salón de la reina.
—Pero si sólo
lo has golpeado dos veces.
—Ya estaba
muerto con el primero.
Mark contuvo
un grito ahogado. ¿Por qué estaba actuando de ese modo tan extraño? ¿Acaso no
había visto nunca una pelea o una lucha? ¿Acaso no había visto nunca a un
hombre morir?
Él dio un paso
hacia delante, pero se detuvo al verlo alzar las manos como para protegerse.
—No. No te
acerques —volvió a mirar al hombre—. ¿Qué eres?
Jackson se
encogió de hombros, estaba confundido.
—Soy un
hombre. Lo único que pretendía era protegerle.
—No —sacudió
la cabeza—. He visto a hombres pelear y tú no has luchado contra este hombre.
Lo has matado.
—Sí —ahora se
daba cuenta de lo que había hecho y de que Mark no estaba acostumbrado a ver a
un hombre acabar con otro de ese modo—. Mark, no lo entiendes.
—¿Qué eres?
—volvió a preguntarle.
En ese momento
no servía de nada razonar con él: no escucharía su explicación y describirle
cosas que nunca antes había oído no haría más que empeorar la situación.
No podía
contener la furia que bullía en su interior por lo que había sucedido y antes
de que Mark pudiera siquiera darse
cuenta, lo arrastró hacia su pecho.
Se lo quedó
mirando mientras ignoraba sus intentos por liberarse de él.
—Soy un hombre
que no tiene hogar. Me han entrenado para matar a otros hombres, y para amar a las
parejas.
El horror
llenó los ojos de Mark, que empezó a golpearlo en el pecho.
—Déjame
marchar. No me toques. Suéltame.
Sus gritos y
el hecho de que mostrara miedo hacia él provocó su rabia. Lo acercó más y, tras
alzarle la barbilla, le dijo con tono firme:
—Soy lo que tu
padre ha hecho de mí.
Unas lágrimas
cubrieron los ojos de Mark.
—Por favor —le
temblaban los labios—. Me haces daño, deja que me vaya.
Lo soltó y
cuando él se dio la vuelta para marcharse, añadió:
—Mark, soy tu
esposo.
Él no miró
atrás y Jackson tampoco intentó detenerlo. Por el contrario, lo observó en
silencio correr hacia el palacio.
Alejándose de
él.
—Oh, mi dulce Mark,
adoro el modo en que el sol se refleja en vuestro cabello.
—Huitaek,
dejadlo —le quitó la mano de su pelo. Por lo general Sir Huitaek de Lee poseía
la habilidad de divertirlo, pero ese día su tono bromista sólo consiguió ponerlo
nervioso.
Él se llevó
una mano al pecho y dijo:
—Me habéis
herido, amado mío.
Una mirada a
sus brillantes ojos le dijo que ese comentario había sido absolutamente absurdo
porque el único modo en que podría hacerle daño sería con un arma afilada.
Incluso aunque lo considerara un amigo, ese día deseaba que lo dejara solo
porque únicamente se había reunido con él junto al estanque de patos para
bromear, enfadarlo y engatusarlo.
Sin embargo,
en ese momento toda muestra de humor se desvaneció de sus ojos y le preguntó:
—¿Qué sucede,
bello joven?
—Nada. Todo
está bien —aunque había dejado de lado su tono burlón, no quería hablar con él.
—Entonces, ¿a
qué se debe esta actitud? Hasta los últimos tres días no os había visto tan
serio y retraído.
Mark apoyó la
barbilla sobre sus rodillas y contempló la superficie cristalina del estanque.
Ni la más mínima brisa agitaba el agua. Sin embargo, dentro de él bramaba una
tormenta. La intensidad de esos vientos le sacudía la mente con una ferocidad
que se negaba a menguar y no lograba escapar de esa tempestad.
—Si no os
gusta mi hosquedad, sois libre de iros —en cualquier otro momento habría
lamentado hablarle así a Huitaek pero no ese día.
—Lord Mark
—dijo con un suspiro de exasperación.
—Sir Huitaek
—le respondió con su mismo tono.
—No voy a
marcharme hasta que me digáis lo que ha causado semejante cambio.
—Si seguís
molestándome con esto, me marcharé —aunque hubiera querido confiar en él ¿qué
podría haberle dicho? ¿Que su esposo muerto estaba allí? ¿Que había salido de
la nada? ¿Qué ni siquiera lo había reconocido? ¿O que durante tres noches
seguidas había estado soñando únicamente con Jackson?
No. No podía
decir esas palabras en alto.
Huitaek se sentó
a su lado.
—No os
molestaré más —se detuvo por un instante como si estuviera pensando en las
palabras que iba a emplear—. Pero podemos hablar del hombre que os está
siguiendo.
Mark contuvo
un gruñido. Al parecer, no se había equivocado; al principio había pensado que
era simplemente su imaginación, pero no. No había ningún fantasma pisándole los
talones, su sombra era un hombre de carne y hueso. Cada vez que se daba la
vuelta, veía a Jackson. Cada mañana, al salir de su alcoba, había encontrado
flores en el suelo junto a su puerta.
Sin embargo,
desde aquella noche en el jardín, él no había hecho intención de acercarse.
—No, Huitaek,
hablemos de algo distinto.
—¿Habéis oído
lo del cuerpo que los guardias han encontrado en el laberinto del jardín?
—había sacado otro tema que tampoco quería discutir.
—Sí, lo he
oído. ¿Quién no? ¿No se os ocurre algún otro tema de conversación que le dé
algo de ligereza a mi día?
Una fila de
arrugas cruzó la frente de Huitaek antes de decir:
—Casaos
conmigo. Mark. Dejadme sacaros de esta corte. Dejadme llevaros a mi casa y
hacer que todos vuestros días sean felices.
Ni siquiera
aunque una tormenta hubiera cubierto de pronto toda la zona de nieve se habría
sorprendido tanto como con esas palabras.
—¿A qué viene
esto Huitaek? ¿Cuál es la causa de esta repentina conversación sobre el
matrimonio?
Él le tomó una
mano.
—Por favor, Mark,
casaros conmigo.
Era un amigo,
simplemente, y por ello no pedía imaginarse teniendo una relación íntima con
él.
Tras apartar
la mano con delicadeza, negó con la cabeza.
—No, nunca
estaríamos bien juntos. No puedo casarme con vos.
—Os equivocáis
—se puso de rodillas—. Nos llevamos muy bien. No se me ocurre otra persona con
la que estaría mejor.
—¿Por qué?
¿Por que podemos hablar juntos de poesía y filosofía? ¿Por que nuestras voces
armonizan? ¿Por que contáis buenas historias y yo me río con ellas?
—Nadie más las
encuentra divertidas. Nadie más se sienta conmigo hasta altas horas de la
madrugada discutiendo sobre el valor del honor y de la lealtad.
—Huitaek ésas
no son razones suficientes para casarse.
—Todo ello
demuestra lo mucho que tenemos en común.
—Y ¿qué tiene
esto que ver con comprometernos para toda la vida, si se puede saber?
—No somos
extraños. Nos conocemos bien. Eso sólo ya es suficiente para empezar una vida
juntos.
Y era cierto:
en los pocos meses que hacía que eran amigos, había llegado a conocerlo bien.
Sin embargo, ¿qué sabía de Jackson? Nada. Lo único que sabía era que ese hombre
tenía la habilidad de hacerle sentir cosas que había deseado, cosas que había
soñado en repetidas ocasiones. Emociones y vibraciones que le recorrían el
cuerpo, emociones y sentimientos que se le habían negado durante demasiado
tiempo.
Miró a Huitaek.
Cuando en sus ojos no había una expresión burlona ni en su rostro un gesto
cómico, significaba que algo no iba bien.
—Huitaek ¿me
anheláis por las noches? ¿Soñáis sólo conmigo? ¿Soy el único al que deseáis en
vuestra cama? ¿Para toda vuestra vida?
Él volvió la
cara y miró a lo lejos.
—Habéis oído
demasiado historias, Mark. Demasiadas historias de grandes pasiones y
proclamaciones de amor eterno. El matrimonio es más que pasión.
Tras volver a
fijar la mirada en él, continuó:
—Sabéis que he
estado casado antes y no miento cuando digo que la pasión muere. Se necesitan
más que besos ardientes.
Tal vez para
él pero no para Mark, que ya había vivido toda una vida sin pasión y que antes
de morir quería que alguien le declarara amor eterno.
—¿Por qué
estáis haciendo esto? ¿Qué hace que esas palabras salgan de vuestra boca?
—Lo único que
deseo es veros feliz, Mark. ¿Es eso querer demasiado?
Cuando le besó
en la mano el recuerdo de Jackson haciendo lo mismo le atravesó el corazón.
—Soy feliz,
amigo mío —seguro que le perdonaría esa mentira—. No os preocupéis por eso.
—No os creo,
pero no me rendiré. Acabaréis viendo que soy la elección perfecta —la firmeza y
seguridad con que habló la sorprendió.
—Huitaek, por
favor, no arruinéis lo que tenemos.
Él le soltó la
mano, se acercó y le dio un casto beso en la mejilla.
—Ya lo veréis.
¿Pero qué le
pasaba? No había sentido nada ante el contacto con Huitaek. Que Dios lo
perdonara, pero quería pasión, quería deleitarse en los brazos y en los besos
de un hombre. Ansiaba saber lo que era sentir su piel contra la suya, el peso
de su cuerpo sobre él.
Pero más que
pasión quería amor. Quería estar bajo las estrellas y oír prometerle que le
amaría toda la vida.
Con alivio,
vio a Huitaek levantarse y alejarse. Se giró una vez, pero se negó a decirle
que regresara. Cuando lo perdió de vista miró hacia el estanque.
—¿Te ha pedido
en matrimonio, Mark?
Le asombraba
que siempre eligiera el momento justo para hacerse notar. Se volvió hacia Jackson
y asintió.
—Sí.
—¿Y?
Los ojos le
brillaban y una sonrisa irónica se marcó en su boca. Mark, sin querer demostrar
el repentino nerviosismo que le había causado su presencia, se mostró tan
bravucón como él:
—Hemos
decidido celebrar una breve ceremonia —le dijo pero para su disgusto, él no
mordió el anzuelo.
—¿Espero hasta
que hayáis yacido juntos para anunciar tu perfidia? ¿O prefieres que te evite
pasar una noche en sus brazos? —le dijo con una sonrisa más amplia que la de
antes después de sentarse a su lado.
Antes de que
la conversación siguiera un camino que no quería recorrer, preguntó:
—¿Qué me
dirías que hiciera?
—Sólo puedo
decirle lo que voy a hacer yo. Voy a cortejarte, voy a seducirte. Como si fuera
un vino embriagador recorriéndote las venas, voy a encender de deseo cada
centímetro de ti. Un deseo que sólo yo podré satisfacer. Y después nos iremos a
casa.
Jamás había
conocido a nadie tan descarado, ni insultante como él. Su franqueza lo aturdía,
lo enfurecía, lo avergonzaba. Y en cierto modo le intrigaba.
Incapaz de
pensar en una respuesta adecuada, parpadeó varias veces antes de farfullar:
—¿Disculpa?
—Te cortejaré
con atenciones y flores, seré tu sombra en todo momento. Me aseguraré de que
tus necesidades y deseos te sean concedidos al instante.
En realidad ya
había empezado con su anunciado cortejo. Siempre iba un paso detrás de él, y
cada vez que lo veía, el temor y la excitación le invadían. Cada mañana, cuando
abría la puerta de su alcoba, sentía una extraña oleada de deseo al ver las
flores tendidas en el suelo.
¿Pero deseo de
qué? No estaba segura. ¿De un hogar? ¿De sencillos placeres? ¿De amor? ¿Sería Jackson
capaz de satisfacer también esa necesidad?
Después de
dejar la flor, continuó:
—Y después,
cuando hayas aprendido a confiar en mí, a depender de mí, a apoyarte en mí, te
haré mío.
Un calor se le
posó en el vientre.
—Acariciaré tu
piel con mis manos y mis labios conocerán cada centímetro de tu cuerpo.
El profundo
timbre de su voz le prometió lujuria de la que nunca se había atrevido a soñar
y sólo sus palabras ya le acariciaban haciendo que la sangre le ardiera y el
pulso se le acelerara.
—Tocaré tu
alma con la mía te llevaré a las cimas de un éxtasis que nunca supiste que
existiera.
Le colocó un
mechón de pelo detrás de la oreja y dejó que sus dedos descansaran durante unos
instantes sobre su sensible piel.
Mark juntó las
manos, pero eso no evitó que siguiera temblando. Jackson no estaba haciendo
otra cosa que jugar con él: en ningún momento había hablado de amor ni de
honrar los votos que habían jurado muchos años atrás.
Al igual que
casi todos los hombres de esa corte, lo único que buscaba era llevarlo hasta su
cama. Si se hubiera tratado de otro, lo habría dejado allí sentado solo.
Pero no era
otro. Unas imágenes vívidas de lo que le había hecho a su agresor en el
laberinto del jardín lo obligaron a no perder el control. Y mientras que su
tacto y su voz podían encenderlo, una pequeña parte de su mente sabía que ese
hombre era peligroso. Las mismas manos que le hacían arder, habían matado a un
hombre con un extraño puñetazo.
Él deslizó los
dedos entre su pelo y lo llevó hacia sí.
—Mark, puedo
oler tu miedo, casi puedo saborear tu preocupación —se inclinó hacia él—.
Tranquilo. No temas.
Antes de que
pudiera centrarse en algo que no fuera su ronco susurro, lo besó. Y ese beso,
tan delicado, tan cálido, arrastró consigo algo de ese temor. Los exóticos
aromas que lo rodeaban embriagaron los sentidos de Mark con más velocidad que
la hidromiel.
Le echó la
cabeza hacia atrás e intentó que separara los labios. Mark reaccionó con
sorpresa al sentir sus lenguas tocarse, pero pronto le devolvió esa caricia,
primero vacilante y luego insistente.
Con demasiada
prontitud Jackson rompió el beso y él intentó detenerlo. Jackson apoyó la
frente contra la suya y lo miró a los ojos.
—Nunca le
haría daño a alguien que me devuelve un beso con tanto entusiasmo.
Consciente de
su desvergonzado comportamiento, se sonrojó.
—Te pido
disculpas. Ya que no tengo intención de participar en tu juego, no debería
haber permitido que el deseo me privara de mi buen juicio.
Jackson lo
agarró con fuerza cuando intentó apartarse.
—Tu
participación en este juego no se cuestiona. Te perseguiré y tú te rendirás.
Cuando separó
los labios para contestarle, él los cerró con los suyos. Una vez más Mark se
vio perdido en la magia de su beso y, una vez más, no le importó.
—Además
—continuó él—, tu disculpa no es necesaria ni aceptada.
—Yo… —de nuevo
lo interrumpió con un beso más rotundo que los anteriores. Gimió al sentir la
sangre que le recorría las venas convertirse en fuego líquido.
—No tiene que
darte vergüenza desear a tu esposo.
—El deseo en
cualquiera de sus formas está mal. Es una blasfemia y un pecado permitir que la
lujuria guíe tu vida.
El brillo en
los ojos de Jackson se intensificó.
—Si Dios no
hubiera pretendido que sintiéramos deseo, entonces ¿por qué nuestros cuerpos
fueron creados para complementarse?
Se recostó
hacia atrás y se apoyó en los codos mientras esperaba una respuesta. La
distancia entre los dos le dio la oportunidad de calmar sus agitadas emociones.
Evitando
responderle, le preguntó:
—¿Y qué harás
si decido no cooperar en esto que te has propuesto?
—Tu
cooperación no es imprescindible. Con el tiempo accederás simplemente porque no
podrás ignorar mi atención.
—Para ti todo
esto no es más que un juego.
—Si quieres
verlo de ese modo, por mí está bien.
—¿Cómo si no
puedo interpretar tu plan?
—¿Acaso la
vida no es un juego, Mark? ¿No estás aquí en la corte para ver y que te vea un
hombre al que podrías considerar un marido adecuado? ¿No flirteas y sonríes
como un tonto mientras que él se pavonea y alardea? ¿No es eso un juego?
—Flirtear y
sonreír como un tonto, como tú dices, es algo muy diferente de lo que tú
propones.
—¿Sí? ¿En qué
sentido? ¿Lo dices por que yo hablo claro? Otro hombre ocultaría sus
intenciones con bonitas palabras pero ¿no son los resultados finales los
mismos? La única diferencia es que yo hablo con franqueza.
—¿Con
franqueza? Me dices que pretendes seducirme y ¿a eso lo llamas hablar con
franqueza? Para mí eso es hablar de un modo despreciable.
—Dime que no
quieres dejarte llevar por la pasión y diré que mientes.
Mark abrió la
boca y la cerró. ¿No había deseado instantes atrás una unión cargada de deseo?
Venga... Yo con un hombre que late a otro con un mero golpe... También me asusto!!!
ResponderEliminarPero a si mismo, me lo imagino todo musculoso! Jajaja jajajaja uyyy y que 😋