Yesung escuchó el grito de guerra de Wook y lo
vio correr por el terreno cubierto de nieve.
Joder. Iba a conseguir suicidarse antes de que
él pudiera hacer algo para evitarlo. Tenía que interponerse entre él y las
bestias antes de que se acercara demasiado.
La furia se derramó a través de él, dándole
fuerza y velocidad. Tres de los Sgath se habían girado para mirarlo. Él hundió
la espada en la parte posterior del cráneo del más cercano, empujándose sobre
su cuerpo, y sacudió la espada de su tambaleante cuerpo hasta el otro lado.
Dos de las bestias le abandonaron y se
abalanzaron hacia Wook. Wook se detuvo, dio un patinazo sobre la tierra, niveló
la escopeta y disparó.
Sus ojos se cerraron y su cuerpo se sacudió
con la fuerza del arma, pero su disparo se estrelló contra uno de los Sgath,
golpeándolo con el que le seguía.
Cayeron en un montón de garras y dientes,
luchando entre sí por unos segundos preciosos.
Yesung saltó hacia ellos, cortando el aire al
aterrizar. El equilibrio de esta espada era diferente de la que había usado
durante siglos, y por eso, su objetivo se descentró por una fracción. En lugar
de cortar la cabeza, falló y su espada se alojó en uno de los hombros del
Sgath.
La bestia se volvió hacia él, desnudando sus
dientes. Yesung le dio una patada en la cabeza con la bota, aturdiéndola.
Oyó a Wook gritar su nombre con terror.
Dirigió la mirada hacia él, incapaz de ir a ningún otro lugar sin hacer frente
a un grito como ese. Yesung le vio señalar algo detrás de él; entonces su
cuerpo cayó al suelo como si un titiritero hubiera cortado sus cuerdas.
Yesung bramó y se dirigió hacia Wook,
necesitando cogerlo antes de que golpeara el suelo si bien sabía que era un
intento inútil antes incluso de que hubiera empezado a moverse. Él sintió que
algo le tiraba fuertemente de la parte posterior de la chaqueta de cuero;
entonces una ráfaga fría de viento le golpeó la espalda cuando unas garras
estuvieron a punto de segarle la piel.
Yesung se volvió hacia el Sgath con la espada
levantada para defenderse de otro ataque.
El Sgath que le había acuchillado la chaqueta
en pedazos estaba en el proceso de agarrarle otra vez, sólo que ahora la espada
estaba en el camino y acabó cortándose su propia pata.
Tras ese, todavía quedaban cuatro más
dirigiéndose a por él. Sólo uno de ellos estaba herido. No eran buenas
probabilidades en la mejor de las noches, pero esta, con Wook postrado indefenso
tan sólo a unos metros de distancia y Yesung luchando con una espada
desconocida, las probabilidades eran jodidamente malas.
Los instintos enclavados en el ADN le exigían
que lo protegiera. Él había venido aquí esta noche para morir, sabiendo que los
Sgath eran fuertes, inteligentes y rápidos. Una lucha de seis a uno era una
causa perdida a punto de ocurrir. Si acababa con la mitad de ellos antes de
morir, tendría suerte. Pero las reglas del juego habían cambiado. Wook estaba
en peligro ahora, y eso lo cambiaba todo.
Yesung bramó, atosigando al Sgath más cercano,
obligándolo a retroceder con una serie de rápidos y cortos pinchazos de la
espada. Ninguno de los golpes atinó, pero hicieron retroceder al hijo de puta
lo suficiente para que Wook no fuera pisoteado con sus botas.
El Sgath herido estaba ocupado lamiendo un
charco de su propia sangre, que lo curaría, pero no había nada que Yesung
pudiera hacer al respecto. Lo mataría cuando pudiera. Había cuatro más para
hacer frente ahora mismo.
Dos de ellos se le colocaron a los costados
para flanquearle, mientras que los que estaban de frente mantenían su atención.
Él los vio moverse, sabía lo que hacían, pero no había nada que pudiera hacer
para detenerlos hasta que las probabilidades estuvieran más a su favor.
Yesung arremetió contra el más cercano,
orientándose a la izquierda.
El de la derecha dejó escapar un profundo
siseo a manera de gruñido, y las orejas de los otros se crisparon como si
escucharan.
Entonces, como si lo hubieran coreografiado,
los cuatro cargaron a la vez.
Yesung cayó hacia atrás. Uno de ellos le dio
un golpe en el brazo. Sus garras cortaron la chaqueta de cuero y le
rastrillaron la piel. Pudo sentir el aguijón de veneno como se le introducía en
el sistema y supo que ahora estaba jodido por completo. Primero, la velocidad
de reacción sería lenta, después simplemente colapsaría, dejando indefenso a Wook.
Como el demonio. Sólo tendría que acabar con
ellos antes de que eso pudiera ocurrir.
Los Sgath gruñían y mordían mientras peleaban
por acercarse más. Él mantuvo la espada en movimiento para esquivarlos, incapaz
de conseguir un golpe limpio. Con cada latido del corazón, los movimientos se
volvían más lentos, la mente se le nublaba.
Le estaba fallando a Wook, dejándolo morir.
Estas bestias le matarían; entonces harían trizas su delicada carne y se
alimentarían de su sangre.
La furia explotó dentro de Yesung, haciendo
retroceder algo los efectos del veneno. Pateó a uno de los Sgath con la bota,
dándose un poco de espacio para maniobrar.
Por supuesto, eso les dio espacio a ellos,
también, y el único que había conseguido darle un golpe regresó por el segundo.
Sólo que esta vez, quería un bocado.
Los afilados dientes amarillos se cerraron en
el muslo de Yesung. Vio llegar el mordisco, pero estaba demasiado ocupado con
los otros Sgath para detenerlo. Se preparó para el golpe, esperando que no se
llevara por completo la pierna y le jodiera el equilibrio.
Entonces repentinamente, hubo una veta de
pelaje aceitoso donde la bestia había estado hace un segundo cuando uno de los
otros Sgath lo atacó. Se volvió contra su propia clase y hundió los dientes en
el cuello de su semejante Sgath.
Yesung no se cuestionó la suerte. No había
tiempo. Con estos dos distraídos, tenía una oportunidad de luchar.
Empujó la espada a través de la mandíbula
inferior del Sgath a la izquierda, inmovilizando su boca cerrada. Después
apalancó su pesado cuerpo en la punta de la espada, arrojándolo sobre el que
quedaba a la izquierda. Ellos se desestabilizaron. Yesung no esperó a que
recuperaran el equilibrio.
Él siguió, le cortó la cabeza a uno, y saltó por
encima del arco pulsante de sangre negra que brotó de su cuello.
Una dura patada en el lado de la cabeza del
siguiente Sgath mantuvo sus dientes a distancia, pero sus garras atraparon la
pierna de Yesung. El dolor y la furia le colisionaron en el pecho, emergiendo
como un roto bramido.
Yesung rebanó la pata ofensiva y metió la
espada en el intestino de la bestia. Se retorció y aulló cuando lo abrió. Le
tomó sólo unos segundos matarlo, pero cada uno de esos segundos lo hacía más
lento y mareado que antes.
Los dos que estaban luchando siguieron
haciéndolo mientras Yesung se movía furtivamente detrás del que trataba de
curarse a sí mismo con su propia sangre. La hoja buceó en un arco mortal, pero
la fuerza se desvanecía y el corte no fue limpio. La espada se alojó en la columna
vertebral del monstruo. Se zarandeó, derribando a Yesung al suelo. El
movimiento empujó la espada más profunda, que debió haber cortado algo vital.
La bestia se derrumbó, sacudiéndose dos veces, entonces se quedó inmóvil.
Para cuando logró poner su conmocionado cuerpo
en pie, sólo quedaba un Sgath. Sus mandíbulas estaban negro brillante con la
sangre de sus parientes y sus ojos brillantes fijos en Yesung.
Estaba demasiado débil para derrotarlo. Apenas
podía levantar la espada.
La bestia acechó hacia él, su cuerpo se
sacudía como si algo funcionara mal. Yesung afirmó los pies separados y
parpadeó en un esfuerzo por aclararse la visión mortecina. A medida que se
acercaba, levantó la cabeza como si se ofreciera en sacrificio.
Él no se fiaba de lo que estaba viendo. Tenía
que ser el veneno jodiéndole la visión.
O tal vez era algún tipo de truco.
Yesung levantó la espada. Él usaría hasta la
última migaja de fuerza que tenía para defender a Wook. Probablemente no sería
suficiente, pero tenía que intentarlo.
La bestia se acercaba. Un gruñido profundo se
deslizó entre sus dientes, pero se quedaron cerrados como si se mantuvieran de
esa manera por un bozal invisible.
Llegó al alcance de la espada y se detuvo.
No tenía ni idea de por qué haría tal cosa,
pero no cuestionó su suerte. Levantó la hoja y guillotinó la cabeza de la
bestia en un golpe limpio.
El movimiento derrumbó a Yesung. Podía oler la
sangre de los Sgath mezclándose con el olor de la suya.
No pasaría mucho tiempo antes de que tuvieran
compañía.
Trató de coger el teléfono, esperando llamar
para pedir ayuda, pero no estaba. No lo había reemplazado.
Joder.
Yesung miró con atención sobre la tierra fría
donde yacía Wook. Su aliento salía en plumas blancas, demostrando que todavía
estaba vivo.
Deseó ir a él, rizarse alrededor de su cuerpo
y sujetarlo entre los brazos. Quería que Wook fuera lo último que sintiera
antes de que muriera.
Pero él estaba sangrando, sacando a las
bestias de sus malsanos y húmedos agujeros. Tenía que apartarse lo más lejos
posible de Wook.
Yesung se puso en pie, sólo para caer de
nuevo. Estaba demasiado débil para aguantarse, así que se empujó sobre el suelo
helado, gateando lejos. El veneno estaba en su apogeo a través del sistema
ahora, volviéndole frío, frenándole los miembros y robándole los pensamientos.
Pero recordaba a Wook. Su piel suave que sólo
él podía tocar, con bonitos ojos tan llenos de confianza, su fe ilimitada en
él. Se llevaría sus recuerdos con él. Ningún jodido veneno en la tierra podría
robárselos.
Wook casi quedó atrapado en la mente del Sgath
moribundo. Sabía que tenía que quedarse hasta el último segundo y mantenerlo
quieto mientras Yesung lo mataba. Él estaba débil y sangrando. Sin su ayuda,
habría muerto.
Pero el Sgath era fuerte y se opuso con
energía, casi ganó varias veces. Al permanecer dentro de su mente mientras
moría, casi había muerto, también.
Regresó al cuerpo helado e inmediatamente
comenzó a temblar. Un aturdidor tipo de mareo se apoderó de él, y se preguntó
si el efecto era de la errante mente o de una posible hipotermia.
Tan pronto como fue capaz de moverse, estudió
el área en busca de Yesung. Los faros delanteros del vehiculo daban suficiente
resplandor para que viera un rastro rojo en la nieve.
La sangre de Yesung.
El mundo le dio vueltas por el pánico,
haciéndole marearse y quedarse sin aliento. A su lado, el motor de la furgoneta
zumbaba. Debajo de ese ruido hubo un metálico y distante sonido de voces.
El teléfono móvil. Ayuda.
Wook encontró el teléfono en la nieve y lo
agarró con las manos torpes. Se lo apretó contra la mejilla mientras luchaba
por levantarse.
—Ayuda —dijo—. Yesung está herido.
—¿Wook? —Era la voz de Zhoumi—. ¿Estás bien?
¿Estás herido?
—No. Pero Yesung sí.
Wook seguía estando inestable, pero tenía que
encontrarle. Las piernas le temblaban con cada paso, pero las obligó a moverse
y llevarlo a Yesung.
—La ayuda está en camino, Wook. He llamado a
todo el mundo en las inmediaciones. El helicóptero está en el aire. Quédate en
la línea conmigo, ¿de acuerdo?
Un movimiento le llamó la atención. Vio a Yesung
arrastrándose por el suelo, deslizándose sobre su vientre.
Corrió hacia él, resbalándose en la nieve
mientras se acercaba. Desde allí, podía ver el brillo húmedo de sangre
cubriéndole el brazo.
Cayó de rodillas a su lado, sintiendo como si
las entrañas le estuvieran siendo apretadas. Se suponía que no saldría herido.
Era demasiado fuerte para eso. Se suponía que era invencible.
—Yesung —su nombre le salió como un susurro
del miedo.
—Escapa. Sangre.
—No me importa. No voy a dejarte solo.
Le agarró la mano. Él trató de apartarse, pero
estaba demasiado débil.
—Vete. Por favor. No puedes luchar.
—La ayuda está en camino —sólo esperaba que
llegara a tiempo.
Comenzó a preguntarle a Zhoumi cuánto tiempo
tardarían cuando se dio cuenta de que había dejado caer el teléfono en alguna
parte a lo largo del camino. No quería dejar a Yesung, pero necesitaba saber
qué hacer para salvarle.
—Ya vuelvo —le dijo.
Se apresuró a regresar a lo largo del camino
que había tomado hasta que encontró el teléfono móvil.
A sólo unos metros de
distancia estaba la espada de Yesung.
Muy bien podría necesitarla si los Sasaeng
venían, así que la cogió.
El metal estaba congelado. El peso lo
sobresaltó. Por la forma en que él batía esta cosa a su alrededor, medio
esperaba que fuera ligera.
No sabía cómo iba a zarandearla si las cosas
se ponían feas, pero sabía que encontraría la manera.
Para cuando regresó con Yesung, se había
arrastrado otros pocos metros.
—No puedes escaparte de mí —le dijo—. Deja de
intentarlo —y para asegurarse de que lo hacía,
Wook le giró el pesado cuerpo
sobre su espalda.
Su cara estaba cenicienta. Sus ojos se habían
dilatado hasta que sólo un delgado aro de verde se veía. Su cuerpo temblaba y
su respiración era demasiado rápida.
Wook enderezó el teléfono y dijo:
—Algo va mal con Yesung.
Zhoumi todavía estaba allí, sonando aliviado
por escucharlo otra vez.
—Dime lo que pasó.
—Fue atacado por los Sgaths.
—¿Le golpearon?
—Sí.
—Es veneno. El Zea le puede curar. Sólo
espera. La ayuda llegará de un momento a otro.
—¿Qué hago?
—¿Está sangrando mucho? —preguntó Zhoumi.
Había perdido mucha sangre, pero ya no
brotaba.
—Bastante cantidad.
—Tienes que dejarle, Wook. Vete lo más lejos
que puedas.
—No.
—Estás en mitad de la noche. Su sangre llevará
a los Sasaeng sobre ti.
—Por eso tengo que estar aquí. Para
combatirles.
—No puedes luchar contra ellos. Tienes que
huir.
En alguna parte por la izquierda, Wook oyó un
largo y hambriento aullido. Los Sasaeng habían captado el olor de la sangre de Yesung.
—Corre —susurró Yesung, sus ojos suplicándole.
Wook dejó el teléfono móvil en el suelo donde
él podría oír la confirmación de que la ayuda estaba en camino; entonces se
levantó y cogió la espada de Yesung.
No se atrevió a tratar de levantarla antes del
último segundo por temor a que los brazos se le agotaran demasiado pronto.
—Corre —jadeó él.
Wook le echó un vistazo rápido. Su piel
parecía más gris, y un aterrorizado sentido de desesperación hizo que su cuerpo
se tensara.
—No te dejaré. No ahora. Ni nunca.
Acostúmbrate a eso.
Detrás, oyó el rugido de un motor y neumáticos
chirriando. Frente, oyó más aullidos unirse al
primero.
El cuerpo se le estremeció por el frío. Ya no
podía sentir los dedos de los pies, y los dedos le dolían por el gélido metal
de la empuñadura.
Una trémula luz resplandeció tan brillante
como la luz del día a la izquierda. No estaba seguro de lo que era, por lo que
se volvió hacia él, dividiendo la atención entre los aullidos y cualquier
amenaza que representara la luz.
—¡Wook! ¡Kim RyeoWook! —gritó una voz lejana
en la dirección de su camioneta. Ayuda.
—Aquí —gritó, manteniendo la posición sobre Yesung.
Las formas oscuras de dos hombres corrieron
hacia él. No podía ver quiénes eran, pero tenían todas las partes correctas
para ser humanos.
Se acercaron lo suficiente para verles. No
reconoció a ninguno de los jóvenes, pero eran definitivamente humanos y armados
con escopetas.
Ellos se posicionaron cada uno a un lado.
—¿Ves algo? —preguntó el mayor.
—No. Oí aullidos, sin embargo.
—Parece que llega la caballería —dijo el más
joven.
Él inclinó la cabeza hacia la luz.
—¿Qué es eso?
—El portal. Estarán aquí en cualquier momento.
Cuando la última palabra salió de su boca, la
luz se solidificó y después se desgarró en una línea perfecta, como si alguien
hubiera dividido el aire con una cuchilla. La línea se amplió y Leeteuk cruzó,
seguido de cerca por su marido, Kangin. Segundos después, Yunho y Changmin la
atravesaron también.
El alivio hizo que Wook se balanceara, y si no
fuera por la espada hincada en el suelo helado, podría haberse caído.
Yunho le dirigió una sonrisa tranquilizadora,
que hizo que las líneas en su cara escarpada se profundizaran.
—Lo hiciste bien. Nos encargamos a partir aquí
—levantó la mano, silenciosamente pidiendo la espada.
El brazo de Wook no se movió, así que él se
acercó y le sacó la espada de los dedos entumecidos.
Uno de los jóvenes le
envolvió su abrigo sobre los hombros y el calor le hizo gemir agradecidamente.
Leeteuk agitó una mano, y una larga línea de
llamas erupcionó desde el suelo a varios metros de distancia. Kangin sacó la
espada y se puso a su lado, explorando la zona.
Changmin se arrodilló junto a Yesung en la
nieve. Presionó sus manos a ambos lados de la cara, e inclinó la cabeza como si
estuviera rezando.
Una serie de aullidos cortos se alzaron desde
los árboles colindantes. Estaban más cerca ahora.
—Ustedes dos llévense a Wook lejos de aquí
—dijo Yunho a los humanos—. Los seguiremos en breve.
—No le dejaré —dijo Wook.
—Tú sólo te pondrás en medio. Te llevaremos
con él cuando sea seguro.
No iba a ser tratado como un niño. Esto era
demasiado importante para que él se doblegara.
—No. Es mío y me quedo.
Kangin miró por encima de su amplio hombro,
compartiendo una mirada interrogante con Yunho.
—¿Tuyo? —preguntó Yunho.
—Sí.
—Sabes lo que estás diciendo, ¿no?
—Lo sé —dijo, haciendo que la declaración
sonara alta y clara.
—Pensé que él dijo que no eran compatibles.
—Se equivocó.
—Entonces, ¿por qué no tienes…?
La irritación y el miedo hicieron que le
interrumpiera antes de que pudiera preguntar cualquier cosa peligrosa.
—Estamos trabajando en ello.
—Ya vienen —dijo Leeteuk. Levantó los brazos
lejos de su cuerpo y sus manos estallaron en llamas.
Yunho señaló un lugar junto a Yesung.
—Quédate ahí al lado de Changmin. No te muevas
a menos que te lo diga. ¿Entendido?
Wook asintió con la cabeza. Con tal de que no
le pidiera que dejara a Yesung, haría lo que él quisiera.
Los ojos de Changmin estaban cerrados y la
frente arrugada en un ceño fruncido de concentración. Un pequeño temblor pasaba
a través de su cuerpo cada pocos segundos.
Wook no se atrevió a interrumpir para
preguntarle lo que estaba haciendo. Quería tocar a Yesung ‑sostenerle la mano‑
pero temía que incluso eso pudiera desconcentrar a Changmin. Así que, Wook
abrazó el abrigo prestado alrededor del cuerpo para mantener las manos ocupadas
y se mordió el labio para permanecer en silencio.
Una explosión ocurrió a unos metros de
distancia, sacudiendo el suelo.
La cabeza de Wook se sacudió con fuerza para
ver una bola de fuego consumir a un trío de peludos Sasaeng del tamaño de
perros grandes. Ahora que las llamas iluminaban la zona, pudo ver que había al
menos una docena más que salían de los árboles.
—Tenemos más en el este —gritó uno de los
hombres jóvenes.
Yunho ojeó a Changmin.
—Todavía no ha terminado. Tendremos que
hacerlo de la manera difícil.
Los hombres asintieron y tomaron posiciones a
ambos lados de Yunho.
—Ustedes defender nuestro flanco. Cortaré por
la mitad.
—Podría ayudar —dijo Wook—. Si ellos tienen
algo de mi sangre.
—No —dijo Yunho—. Es demasiado peligroso. Si
quieres ayudar, vigila y avísanos si algo atraviesa.
Podía hacer eso. No era mucho, pero era algo.
Changmin levantó la cabeza, dejando escapar un
largo y lento suspiro que se volvió plateado en el aire frío.
—He frenado el veneno. Eso debería darnos
tiempo hasta que un Zea aparezca.
—¿Vienen?
Changmin asintió cansadamente.
—Hyungsik está en el helicóptero. Estará aquí
pronto.
Changmin luchó por ponerse en pie, así que Wook
lo ayudó a levantarse. Wook no era exactamente una abundancia de fuerza, pero
el deseo de ayudar quemaba brillante en su interior, incapaz de resistir.
Changmin frunció el ceño como si se
sobresaltara por el ofrecimiento de ayuda, pero tomó la mano de Wook.
—Gracias.
Se puso de pie, tomó posición en el lado
izquierdo de Yunho, y esperó a que los Sasaeng vinieran.
Por primera vez en la larga, larga vida de Changmin,
se sintió viejo. Consumido.
Hubo un tiempo en el que podría haber abierto
un portal, sanar a Yesung, y todavía luchar contra una horda de Sasaeng sin
romper a sudar. Pero ahora estaba exhausto.
Leeteuk había matado a todos los demonios de
su lado del combate y ahora venía a limpiar el desorden que Changmin había
dejado atrás.
El más joven sonrió mientras luchaba, el fuego
fluyendo libremente de sus manos como si hubiera nacido para ello. Había una
especie de libertad en él ahora que no había estado allí hace tan sólo unos
meses. Estaba creciendo en su poder, del mismo modo que Changmin se alejaba del
suyo.
La distancia entre él y Yunho estaba
haciéndose más ancha, haciéndole más y más duro para conectar con su poder.
Desde que él había acordado permitirle a Kevin tratar de restaurar su
fertilidad, apenas habían hablado.
Había cumplido su palabra y se negó a
permitirle compartir su cama. Esta negativa se había convertido en un abismo
entre ellos, que parecía ensancharse más cada día.
Le estaba perdiendo.
Changmin arrojó una corta ráfaga de viento,
esperando derribar a un par de demonios para que los hombres los mataran con
sus espadas. Pero en lugar de eso, apenas rizó su piel, y el esfuerzo lo dejó
temblando sobre los pies.
Leeteuk se acercó, levantó las manos, y una
pared de fuego fluyó a chorro, lanzando a las bestias llameantes contra unas
rocas salientes, donde golpearon fuertemente y luego dejaron de moverse.
Mientras Changmin jadeaba, tratando de
recobrar el aliento, Leeteuk terminó su trabajo.
La vergüenza ardió en el interior de Changmin ‑vergüenza
por su debilidad y vergüenza por todas las cosas que había hecho a la gente que
le rodeaba.
Se había distanciado de todos a los que amaba
y traicionado a los que más amaba.
Los combates habían disminuido gradualmente, y
sabía que Yunho vendría a él como siempre hacía. A pesar de su trato, todavía
realizaba sus deberes y defendía sus votos.
Su mano ancha le entró en el campo de visión,
tratando de alcanzarlo.
—Estás cansado. Ven y descansa en el calor de
uno de los vehículos, mientras nos preparamos para movernos.
Changmin deseó tomarle de la mano y sentir el
calor amoroso de su piel contra la suya. Odiaba la brecha que había crecido
entre ellos. Quería que las cosas fueran como solían ser antes de que todas sus
mentiras se hubieran interpuesto entre ellos.
Y, con todo, si él tomaba la mano de Yunho,
esta sería simplemente una mentira más. Tanto como quería su tacto, él sabía
que no lo permitiría. No podía perder otro hijo, y si Yunho le tocaba, su
determinación se desmoronaría. Y si la cura de Kevin surtía efecto, él
concebiría.
Eso no podría suceder. Nunca más.
Así, en vez de permanecer con él y ofrecerle
cualquier ápice de esperanza para que las cosas pudieran ser como una vez
habían sido, le volvió la espalda y se alejó.
La puñalada de rechazo que Yunho sintió se
filtró a través de su conexión antes de que se controlara rápidamente. Changmin
fingió que no lo había sentido. Su guerrero tenía su orgullo y era lo menos que
podía hacer por no quitarle eso también.
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