Wook permaneció en la suite de Yesung después
de que él se fuera. Le agradaba estar aquí.
Incluso si no podía soportar estar
cerca de él, le gustaba estar rodeado de sus cosas. Su presencia llenaba el
espacio, acunándole el cuerpo mientras iba en busca de su hermano con la mente.
Si Henry estaba ahí, era inalcanzable. Wook no
sabía si su hermano se había retirado por completo, o si la magia que había
sido incrustada en los muros del SM de alguna manera le impedía hacer contacto.
Wook todavía podía sentir que Henry estaba vivo,
pero ese apenas perceptible pulso de vida era tan débil que a menos que lo
estuviera tocando, era fácil pensar que se había imaginado que todavía estaba
allí.
Si Wook no llegaba a él pronto, tenía miedo de
que su hermano de verdad estuviera muerto. Era hora de hacer que Kevin le diera
esa prueba de una u otra manera.
Wook hizo una parada rápida en su suite para
cambiarse de ropa antes de ir a ver al Zea. El sol había empezado a fijarse
cuando llamó a su puerta. Le tomó demasiado tiempo responder, así que volvió a
llamar.
La puerta se entreabrió un par de centímetros.
Los helados ojos de Kevin lo miraron fijamente.
—Todavía no estoy listo para ti. Vuelve dentro
de una hora.
—No tengo tanto tiempo. Necesito saberlo
ahora.
Un bajo y familiar gemido sonó desde el
interior de la suite de Kevin. Una llamarada de pánico iluminó sus ojos por un
momento antes de que cubriese el desliz.
Él estaba ocultando algo.
—¿Quién es ese? —preguntó.
—Una hora, Wook. Déjame trabajar.
Wook empujó la puerta con la mano, sabiendo
que Kevin no se atrevería a arriesgarse a hacerle daño. Cada Suju en el recinto
se le echaría encima si lo hiciera.
—¿Qué haces? —exigió él.
—Descubrir lo que ocultas.
—Esto no es asunto tuyo. Vete.
Otro profundo gemido se filtró a través de la
apertura, y esta vez, Wook reconoció la voz de Yesung.
La ira estalló dentro de él, dándole un
momento de fuerza. Abrió la puerta de un empujón, haciendo que Kevin
retrocediera tropezando y corrió a la habitación.
Yesung yacía en el sofá, pareciendo laxo y
débil, como si hubiera perdido el conocimiento. Se arrodilló a su lado en el
sofá y le tocó, haciéndole saber que estaba aquí.
La cabeza dio media vuelta para poder fulminar
a Kevin.
—¿Qué le hiciste?
—En realidad no deberías estar todavía aquí.
Debemos esperar a Hyungsik.
Wook no tenía ni idea de lo que quería decir,
ya que todo lo que le importaba era Yesung.
—Respóndeme, o te juro por Dios que encontraré
la manera de forzarte a beber un litro de mi sangre.
La piel pálida de Kevin se volvió blanca como
el papel por la amenaza.
—Él está bien. Le puse a dormir por su propio
bien.
—Dudo que él lo vea de esa manera.
Wook le deslizó los dedos sobre la frente,
retirándole el pelo, y se dio cuenta de que algunas de las ampollas en el brazo
habían desaparecido en su mayor parte. Había un trozo de piel que se había
curado con la forma de la mano de un hombre. Eso fue lo que sucedió cuando Yesung
lo agarró y sintió ese cosquilleo extraño. Él lo había sanado y probablemente
ni siquiera sabía que lo había hecho.
—Él me dio el poder que necesitaba para
estudiar los huesos. Tengo tu respuesta.
Wook de inmediato se olvidó del brazo.
—¿Y?
—Comparé la médula ósea con la sangre de Heechul
y no coinciden. El niño era una sangre pura, pero sólo ligeramente. Tenía sólo
un rastro de sangre Athanasian, tal vez ni siquiera lo suficiente para que ser
calificada como Elf.
El alivio fluyó por Wook, derramándose en
lágrimas. Le apretó la mano a Yesung.
—Tengo que llamar a Heechul. Despierta a Yesung.
Tenemos que ir a buscarlo.
Kevin se acercó, deslizándose por el suelo.
Las luces de la sala parecieron perder intensidad cuando sus ojos llamearon con
una brillante y extraña luz.
—Lo llamaremos en un minuto. Primero, necesito
saber algo.
Wook se sintió pesado, incapaz de moverse. Un
veloz pánico se le arrastró por la columna vertebral mientras Kevin se
acercaba. No le había temido durante mucho tiempo, pero ahora todas las razones
que tenía volvieron a surgir.
Él era un depredador. Quería su sangre.
No, su sangre le hería. ¿No es así?
Wook quiso gritar, pero la garganta pareció
encogerse hasta que no hubo lugar para el sonido. Todo lo que consiguió soltar
fue un chillido patético de miedo, y hasta eso fue interrumpido.
—Quédate quieto, pequeño —canturreó mientras
se acercaba—. Esto no va a dolerte ni un poquito.
Wook quiso cerrar los ojos, pero estaban
clavados en los de Kevin, y fue incapaz de moverse. Se sentía atrapado por su
mirada, mantenido prisionera.
Kevin se ladeó, inclinándole la cabeza hacia
atrás. Él descubrió sus colmillos y un momento después, Wook estaba cayendo.
Yesung sintió la mano de Wook apretándose
alrededor de él. Sabía que era de él, aunque tenía los ojos cerrados. Ninguna
otra persona tenía la piel tan suave y los huesos tan delicados como su Wook.
No. No suyo. Tuvo que recordar eso, aunque en
este momento, no parecía entender por qué. Tenía la cabeza abotargada, el
cuerpo pesado, como si hubiera sido drogado.
Oyó su voz retorciéndose con un suave grito de
terror antes de que fuera interrumpido.
Abrió los ojos para ver qué le pasaba y vio la
cabeza oscura de un hombre inclinado sobre él, besándole el cuello.
La rabia se estrelló contra Yesung, evaporando
la neblina que lo llenaba. Se puso de pie, tratando de alcanzar la espada, sólo
para descubrir que no estaba allí. Eso lo confundió, pero no lo suficiente para
impedirle matar a este hombre.
Él agarró del pelo al cabrón y le arrancó de Wook.
La sangre se derramaba por su cuello y la
confusión emborronaba sus ojos.
Kevin aterrizó cruzando la habitación, tumbado
en el suelo. Gateó hacia atrás, haciendo caer pilas de libros.
—No quieres hacer esto —dijo la sanguijuela.
Oh, sí, quería. La necesidad de violencia
estaba arañándole, estimulándole y animándole más fuerte con cada paso que
daba.
—Yesung, detente —la voz de Wook era suave y
débil, pero la súplica fue muy clara.
A Yesung le importó una mierda. Le traía sin
cuidado. Esta sanguijuela había ido demasiado lejos esta vez. Jodidamente
lejos.
Se agachó y tiró de Kevin por su cabello hasta
que sus piernas colgaron sobre el suelo.
El poder fluyó como agua helada a través de la
voz de Kevin.
—Bájame.
La compulsión para obedecer hizo que Yesung
apretara los dientes en un esfuerzo por resistirse. Se quedó congelado en el
lugar. Un zumbido irritado le llenó la cabeza, pero era una simple molestia en
comparación con la furia que le propulsaba ahora. La sangre le ardía en las
venas, golpeándole en las sienes mientras el poder en su interior se enfurecía
y hervía, en busca de una vía de escape.
Le tomó varios latidos rápidos del corazón
antes de que Yesung finalmente recuperara el control del cuerpo lo suficiente
como para hablar.
—¿Así puedas hacerle daño otra vez? De
ninguna jodida manera. Nadie jamás volverá a herirlo.
Yesung agarró la cabeza de Kevin con las manos
y la retorció hasta que oyó romperse los huesos. El cuerpo de Kevin se volvió
laxo y cayó al suelo. La luz en sus ojos se apagó mientras miraba sin ver hacia
el techo.
La voz de Wook pareció fuerte en la quietud
mortal del cuarto.
—Le mataste.
Yesung se volvió hacia él. La sangre le
manchaba el cuello de su camisa. Su mano estaba presionada contra la herida,
pero un lento goteo aún se filtraba. La mirada de horror en su rostro quemó en
el cerebro de Yesung, haciendo que la cabeza le martilleara. Nunca podría
sacarse esa imagen de la mente.
Wook miró de Yesung al cuerpo de Kevin y
viceversa.
Yesung trató de alcanzarle. El retrocedió.
—No puedo creer que le mataras.
Tampoco podía Yesung, al menos, esa restante
astilla del verdadero él que quedaba. El resto rugió en la victoria, sediento
de más sangre y listo para la siguiente pelea. Traer el mundo. Lo desgarraría
en dos con sus manos desnudas si eso era lo que hacía falta para mantener seguro
a Wook.
Necesitaba detener el sangrado. Extendió la
mano, pero él se apartó, mirándole como si hubiera visto un monstruo.
Yesung dejó caer la mano y se retiró hacia la
puerta. Acababa de verle matar a un hombre que se suponía que era su aliado, un
hombre que estaba ayudándolo a averiguar la verdad sobre su hermano.
Kevin ya no ayudaría a nadie nunca más. Yesung
le había quitado la vida, y no le quedaba suficiente alma para sentir pena por
lo que había hecho.
Tenía que salir de aquí. Tenía que alejarse de
Wook antes de herirlo, también.
Yesung salió velozmente de la habitación,
topándose con Hyungsik lo suficientemente fuerte como para derribar al hombre
contra una pared. No se detuvo. Empezó a correr y siguió corriendo hasta la
armería, donde encontró una espada limpia que nunca antes había sido utilizada
en la batalla. Se la abrochó alrededor de las caderas, se metió en la camioneta
y se fue de la SM sabiendo que nunca más podría volver.
El sol estaba cayendo y habría un montón de Sasaeng
en el trayecto de unas horas. Todo lo que tenía que hacer era encontrar un
grupo suficientemente grande como para eliminarlo.
Hyukjae se despertó de su estado meditativo
semiconsciente tan pronto como la noche cerrada hubo caído. No se permitía el
lujo de volver a aliviar el dolor de la forma en que solía hacerlo cuando era
más joven. Mejor sumergirse de cabeza y acabar de una vez.
La agonía le atravesó el cuerpo, haciendo que
apretara los dientes para no gritar contra ella. Después de tantos años de
llevar esta carga con él, aún le sorprendía todas las noches hasta qué punto un
hombre podía soportar el dolor sin morir.
Poco a poco, la respiración y pulso se
ralentizaron y el sudor que le había estallado en todo el cuerpo desnudo
comenzó a evaporarse. Tan pronto como se tranquilizó del regreso de los
confines familiares del tormento interminable, se levantó de donde estaba
arrodillado, tomó la espada y la deslizó de vuelta a la vaina.
La casa Elf donde había decidido pasar el día
estaba oscura y tranquila y cerca de la cueva que tenía la intención de limpiar
esta noche.
Aquí, en la zona rural del norte de Missouri,
olía a invierno frío y muerto. Su suposición era que una tormenta llegaría
pronto, lo que significaba que era hora de ponerse en movimiento. No quería
estar en las carreteras si las cosas se ponían feas. Quería estar en esa cueva,
matando a los Sasaeng y el mal que habían creado.
Los niños. Los Sasaeng habían comenzado a
crear una descendencia que tenía las caras de los niños humanos.
La bilis subió por la garganta de Hyukjae
cuando los recuerdos de la caza de anoche resurgieron, inesperadamente. No
sabía cómo llamar a la bestia que había matado, pero sin duda alguna no había
sido humana. Ningún niño humano tenía seis brazos que terminaba en malvadas
garras que goteaban veneno. Basándose en la muerta mujer humana que había
encontrado con el vientre hinchado, era posible que alguna parte de esa
abominación hubiera sido humana, pero no lo suficiente para que le dejara
arañar su cara.
Podría sufrir para vivir ‑para seguir adelante
cada día‑ pero eso no significaba que fuera a morir fácilmente, como algunos de
sus hermanos habían hecho. No era un desertor. Se negaba a poner fin a su vida
como una especie de cobarde. No importaba si su alma estaba muerta. Mientras
siguiera respirando, seguiría luchando.
Había prometido que lo haría.
La mano se desvió hacia el guardapelo
incrustado en la empuñadura de su espada y al mechón de pelo rojo fuego que
yacía dentro de él.
Shiyoon.
Se había ido hace mucho tiempo, pero su
promesa todavía mantenía el poder sobre él. Todavía le daba una razón para
vivir, que era bastante más de lo que muchos de sus hermanos tenían.
Nunca habían podido tener la vida en común que
habían sido destinados a tener, pero estaba agradecido por la promesa que había
hecho.
Hyukjae deslizó el cuerpo grande tras el
volante del todoterreno y se dirigió a la cueva. Se detuvo cerca de la entrada,
se puso el blindado abrigo de cuero, guantes y máscara, sacó la espada, y se
dirigió hacia el interior para una matanza de primera.
Wook vio salir a Yesung, sin atreverse a
detenerle. Las cosas eran mucho peor de lo que había sospechado. El cuerpo
inerte de Kevin era prueba de ello.
Yesung le había matado. Wook todavía no lo
podía creer.
Se quedó allí, temblando, con el cuerpo
congelado en estado de conmoción.
¿Cómo pudo haber sucedido? ¿Cómo se había
desmadrado todo con tanta rapidez? Había pensado que Yesung era ladrador pero
no mordedor. Evidentemente, se había equivocado.
Wook se arrodilló junto al cuerpo de Kevin,
extendiendo una mano ensangrentada para cerrarlo los ojos. Mientras acercaba
los dedos, él parpadeó.
Wook retrocedió, dejando escapar un grito de
sorpresa.
—Wook. Estás herido.
Se volvió hacia la educada y profunda voz,
para ver a Hyungsik en la puerta. Sus ojos apuntaban hacia su cuello. Sus fosas
nasales dieron una llamarada y, sin apartar la mirada, cerró con llave la puerta
detrás de él.
—Yesung le mató —susurró, todavía no estaba
seguro de lo que realmente había sucedido.
Tal vez esto era una especie de truco mental,
algo que los Sasaeng habían hecho para confundirlo. Si era así, estaba
funcionando.
—Aléjate de él, niño. Todavía no está muerto.
Puedo oír el latido de su corazón.
Wook miró a Kevin. Parecía muerto.
—Acércate, Wook. Déjame cerrar tus heridas —Hyungsik
tendió la mano, manteniendo un ojo atento sobre Kevin.
Wook trató de levantarse pero la conmoción lo
había despojado de la agilidad y tropezó con una estantería. Hyungsik se lanzó
a través del espacio, más rápido de lo que Wook pensaba que fuera posible. Lo
agarró del brazo y lo apartó de Kevin, hacia una silla cercana.
—No te muevas —dijo él, y luego apretó los dedos
sobre las dos heridas punzantes por un breve instante y cerró los ojos.
El hormigueo burbujeó sobre la piel hasta que
sintió la necesidad de alejarse. No lo hizo, sin embargo, no sabiendo lo que
eso podría hacer.
—Se siente como lo que hizo Yesung cuando sanó
mis ampollas.
Wook extendió la muñeca, inspeccionándola para
asegurarse de que no lo había imaginado, también.
La huella de la mano que lo había sanado
todavía estaba allí, perfilada por ampollas de color rojo intenso.
Hyungsik usó el cuello de la camisa para
limpiar la sangre.
—¿Yesung te curó?
Wook se sentía desequilibrado e inseguro. Todo
parecía tan lejano que era como si nada pudiera tocarlo.
Yesung había matado, y en el fondo, sabía que
de alguna manera era culpa suya. Él había tratado de advertirle que era
peligroso, pero no le escuchó.
Asintió con la cabeza.
—Uno de los Suju me agarró.
—¿Dónde ha ido Yesung?
—No lo sé.
Hubo un crujido horrible, seguido de un sonido
repugnante de succión desde donde yacía Kevin. Se tambaleó sobre su espalda y
se quedó allí, jadeando.
—Lo sé.
Hyungsik se acercó a él, se inclinó, y
hablaron demasiado bajo para que les oyera. Cuando Hyungsik lo miró de nuevo,
su rostro era sombrío.
—Si no le encontramos, va a matarse.
Poco a poco, Kevin se empujó a una posición sentada.
Parecía gris y demacrado, pero estaba vivo. Hyungsik había tenido razón.
—No podemos permitir que eso suceda —dijo Kevin—.
Le necesitamos. Tú lo necesitas.
Wook siempre había sentido esa necesidad, pero
apenas importaba ahora.
—Él no me quiere.
Hyungsik puso una mano sobre el hombro de Kevin
para calmarlo.
—Yesung no sabe lo que quiere en este momento.
No es él mismo. Está… enfermo.
—Enfermo no. Muriendo. Su alma se está
muriendo —susurró él.
Hyungsik asintió lentamente.
—Sé que no te criaste como uno de nosotros,
pero sin duda sabes lo que eso significa, lo que ocurrirá si Shindong se
entera.
—Le matará.
Kevin se frotó la parte posterior del cuello.
Su voz era tan tranquila, como la respiración era difícil.
—Tienes que encontrarle. Detenerle.
—¿Cómo?
—Tienes que cogerle su Luceria.
—Lo intenté. No funcionó.
—Sentí el poder de tu sangre combinada con la
suya en mi interior. Fue… increíble. Es por eso que no estoy muerto ahora
mismo. Tuve la oportunidad de curarme por ese poder.
—¿Tomaste su sangre otra vez? —preguntó Hyungsik
confuso—. Dijiste que era peligroso.
—No había otra manera. Tenía que saber.
—¿Saber qué? —preguntó Wook.
—Si los dos sois compatibles.
—Yesung dice que no lo somos. Que lo sabríamos
si lo fuéramos.
—Está equivocado. Su sangre mezclada con la
tuya evita hacerme daño. También me he alimentado de bastantes parejas Suju
vinculadas para saber lo que sentí. Él está usando algún tipo de magia para
retardar el proceso normal de envejecimiento de su marca de vida. Esa magia
debe interrumpir el camino de su vinculación.
La comprensión lo golpeó cuando todas las
piezas encajaron en su lugar.
—El anillo negro —susurró Wook.
—¿Qué anillo? —preguntó Hyungsik.
—Lleva ese feo anillo negro. Es extrañamente
frío.
Los dos Zea compartieron una mirada que
pareció comunicar algo que no entendió.
Hyungsik se puso de pie, quitándose la camisa.
—Ve al baño. Límpiate la sangre y cámbiate con
esta camisa. Después tienes que irte.
Inmediatamente. Busca a Yesung; quítale
el anillo negro, incluso si tienes que cortarle la mano para hacerlo. Una vez
hecho eso, deberías poder coger su Luceria.
—¿Y si no puedo? —preguntó.
—Entonces morirá.
—¿Y qué pasa con Henry? Todavía está vivo.
Tengo que encontrarlo.
—¿Cómo?
—No lo sé. Ya no habla conmigo. Me mantiene
fuera.
—Entonces, realmente necesitas a Yesung —dijo Hyungsik—.
Su poder podría ayudarte a encontrarlo, ¿de acuerdo? Él te hará más fuerte.
Wook no estaba seguro de nada. Todo parecía
demasiado irreal y distante. Quería salvar a Yesung, pero no podía olvidarse de
Henry, tampoco. Y no podía olvidar la visión de él retorciendo el cuello de Kevin.
—Wook —espetó Hyungsik, su voz impaciente—.
Tienes que irte ahora. No le queda mucho tiempo y no hay nada que Kevin o yo
podamos hacer por él. Eres la única persona que puede salvarle.
—Debería llevar ayuda. No hay manera de que
pueda vencerle.
—Cualquiera que vaya contigo estará obligado
por honor a traerle de vuelta para su ejecución. ¿Es eso lo que quieres?
—No. Por supuesto que no.
—Entonces, nadie más puede saberlo. Kevin y yo
sabemos cómo guardar un secreto, pero no puede ir más allá de nosotros.
¿Entiendes?
Wook lo hizo ahora.
—Si se lo digo a alguien, Yesung muere.
—Correcto.
Yesung estaba enfermo. Él lo necesitaba.
Al final, Wook sabía que no había elección
verdadera que hacer. Se limpió la sangre, se puso la camisa prestada y fue a
buscar las llaves de la furgoneta nueva de Heechul.
No estaba seguro de lo que encontraría, el
hombre que había cuidado de él o el monstruo que mató sin remordimientos, pero
sabía que tenía que plantar cara.
Wook llevaba en la carretera sólo veinte
minutos, cuando sintió el primer tirón de un Sgath en la mente.
El pánico se deslizó a través de él, haciendo
que las manos le sudaran mientras agarraba con fuerza el volante.
Esto no podía estar pasando ahora, no cuando
estaba en camino y la nieve caía más y más rápido, y Yesung se alejaba más con
cada segundo que pasaba. Era el peor momento posible.
Agarró el volante más fuerte y trató de fijar
todas las barreras mentales que tenía en su lugar.
El siguiente tirón fue más fuerte, más
contundente. Le hizo dar vueltas la cabeza hasta que llevó la nueva furgoneta
de Heechul a un lado de la carretera antes de dar un patinazo.
—Yesung —le llamó, deseando ahora no haberle
roto el móvil.
Un bajo y hambriento gruñido le resonó dentro
de la cabeza. Captó un destello de enormes patas hundiéndose silenciosamente en
una capa delgada de nieve, sintió un escalofrío invadir las manos y pies, olió
el aire frío. El estómago se le retorció con hambre.
“Cazar, matar, comer”.
El Sgath quería que fuera con él. Él le haría
más inteligente, más fuerte.
—No —gruñó Wook en la cabina de la furgoneta
mientras luchaba contra el tirón del monstruo.
Entonces hubo dos. Le tiraron de la mente,
intentándolo en direcciones opuestas.
Fuera de los muros de la SM era más fácil para
ellos alcanzarle.
—Yesung —el grito fue más débil en esta
ocasión, y sabía que estaba perdiendo esta batalla.
Wook gateó hasta el móvil y llamó a Heechul.
No hubo respuesta. Lo intentó con Grace, con el mismo resultado inútil. Kevin
fue al otro que se le ocurrió llamar.
Él contestó de inmediato:
—¿Lo encontraste?
—No. Necesito ayuda. Los Sgath me quieren.
Necesito a Yesung.
—Espera.
Él se fue durante mucho tiempo. Wook había
empezado a temblar por el esfuerzo de resistirles. Antes, el frío había
ayudado, así que bajó las ventanillas y dejó que el aire de invierno fluyera en
la furgoneta.
Los Sgath se apartaron por el frío, dándole un
momento para recobrar el aliento.
Kevin regresó a la línea.
—Zhoumi tiene un dispositivo de seguimiento en
todos los coches. El que cogió Yesung no está muy lejos de ti. Cuelga para que
pueda llamarte y dirigirte con eso, ¿de acuerdo?
Wook asintió con la cabeza, olvidando que él
no podía verle un momento antes de contestar:
—Gracias.
Colgó y el teléfono volvió a sonar
inmediatamente.
La voz de Zhoumi sonó cansada, pero suave.
—Hola, Wook. He oído que estás en un pequeño
aprieto. ¿Puedes conducir?
Los dientes le castañeteaban, pero por lo
menos el frío mantenía a raya a los Sgath.
—Sí. Creo que sí.
—Muy bien, entonces. Vamos a buscar a Yesung.
Zhoumi lo guió a una carretera, y luego le
hizo salir a unos pocos kilómetros.
—Tiré su teléfono en un triturador de basuras
—admitió.
—No te preocupes. Conociéndole, se lo merecía.
Le daré uno nuevo.
Si él vivía lo suficiente.
—¿Cuánto más lejos?
Bajo la nieve había un camino de grava, aunque
parecía menos resbaladizo de lo que las carreteras pavimentadas habían estado.
—Deberías poder ver su camioneta en cualquier
momento. A tu derecha.
La furgoneta se sacudió al pasar sobre un
bache profundo. Pasó la cima de una colina, y abajo en el valle siguiente vio
el centelleo del cromo.
—Yo lo veo.
—Genial. ¿Necesitas algo más?
A medida que se acercaba, pudo ver que la
camioneta estaba vacía. Desaceleró, y a través de las ventanillas abiertas, oyó
un siseo metálico seguido de un rugido enfurecido.
Conocía esa voz. Yesung.
Wook se volvió hacia el sonido y vio a Yesung,
de espaldas a una sobresaliente roca cortante. Frente a él había media docena
de Sgath, sólo que eran más grandes que cualquiera de los que había visto
antes. Sus dientes de tiburón estaban al descubierto, y la brillante saliva
amarilla goteaba de sus mandíbulas.
—Dios, no —suspiró.
—¿Qué? —preguntó Zhoumi, la palabra tirante
por el pánico.
Wook había olvidado que sostenía el teléfono
hasta que oyó su voz.
—Él va a hacerse matar.
Dejó caer el teléfono, excavó bajo el asiento
por la escopeta de Heechul, agarró un puñado de balas extra, y corrió hacia Yesung,
gritando para llamar la atención de los monstruos.
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