—Confíe o no en ti, no quiero ser el que te mate, Kyuhyun.
—No lo
harás. Incluso si decides irte, mi muerte no será culpa tuya. Me dirijo a ella
rápidamente de todos modos. Cualquier tiempo adicional que me des es un don,
que extiende mi vida natural.
Simplemente no estaba listo para que se acabara todavía. No, si
Sungmin podía ser parte de ella.
Con
mucha suerte y paciencia, vería la verdad y nunca se quitaría la luceria.
Encontraría una manera de hacer que eso sucediera.
Kyuhyun se levantó de la cama y se arrodilló junto a él. Se
quitó la camisa sobre su cabeza, desenvainó la espada e hizo un pequeño corte
sobre su corazón.
—Mi vida por la tuya, Sungmin. Por siempre.
Negó con la cabeza, frunciendo el ceño.
—No me gusta eso. Hazme un juramento diferente.
Un lado de su boca se ladeó en una sonrisa.
—Lo siento, cariño. Ese es el que recibes. Es tu turno.
Presionó una gota de sangre sobre la luceria, haciéndola cobrar
vida. Se encogió encajándose en su esbelta garganta. Sungmin tragó saliva y el
movimiento causó que la luceria brillara en un remolino de verdes cintas de
color.
Después de tomar una respiración profunda, dijo:
—Me comprometo a llevar esta gargantilla todo el tiempo que
desee. Tan pronto no quiera usarla, entonces se caerá.
El juramento surtió efecto. Sintió el sutil poder de ello
pesando sobre él. La luz en el cuarto se expandió hasta que presionó contra él
como una manta, sellando su juramento dentro de él.
Era suyo. Iba a asegurarse de que permaneciera de esa manera.
Su mundo se inclinó y cayó a medida que la luceria le revelaba
una atesorada parte de Sungmin que quería ver. Kyuhyun contuvo la respiración y
dejó que pasara la visión sobre él. Luces y colores pasaron velozmente y
alcanzó a detenerse fuera de la puerta de un restaurante a lo largo de un tramo
de la carretera. Sungmin estaba allí de pie. Tendría cinco o seis años, pero
reconoció su delicada barbilla y el desafiante conjunto de sus hombros. Era tan
bonito, tan pequeño y vulnerable, que hizo apretarse su pecho con la necesidad
de protegerlo.
Su madre, a quien reconoció por las fotos del Honda de Sungmin,
se inclinó para que pudiera oírla por encima del ruido intermitente de
camioneros que pasaban a toda velocidad.
—¿Recuerdas tu nombre?—Le preguntó a Sungmin.
— Kim Misung.
—Bien. ¿Y de dónde venimos?
Se mordió el labio un instante y luego dijo:
—Minnia plis.
—Minneapolis. Está en Minnesota. Hace frío allí.
—No me gusta el frío —se quejó Sungmin.
—Lo sé. Asegúrate de decirle eso a la gente. Es una buena razón
para habernos ido.
—Pero ¿qué pasa con los monstruos? Pensé que nos íbamos por los
monstruos.
—No puedes decirle a nadie nada sobre los monstruos. ¿Te acuerdas?
Sungmin asintió con la cabeza. Su cabello había sido más claro
entonces, pero igual de fino que el de un bebé como ahora y bamboneándose
alrededor de su dulce rostro.
—Si se lo contamos a alguien, los monstruos nos comerán como
quieran comernos.
—Así es. Es nuestro secreto, ¿de acuerdo?
Sungmin asintió de nuevo y los colores en torno a Kyuhyun comenzaron
a desdibujarse una vez más cuando la visión cambió. Esta vez, Sungmin era unos
años mayor. Estaba en el coche con su madre, mirando por la ventana al pasar
por una escuela. Un montón de niños de su edad se vertieron a través de las
puertas, riendo y ansiosos por salir de allí.
—¿Por qué no puedo ir a la escuela? —Le preguntó a su mamá.
—No es seguro. Yo te enseño todo lo que necesitas saber, Sunyoon.
Sungmin se cruzó de brazos sobre el pecho, deslizándose más
abajo del asiento y frunció los labios.
—No me gusta ese nombre.
—Muy bien. Puedes elegir tu nombre para el siguiente pueblo
—Lee Sungmin.
—No. No puedes usar tu nombre real. Ya lo sabes.
—No es justo. Estoy cansado de mudarme, mamá. Yo sólo quiero
ser normal.
Su madre suspiró como si se preparaba para repetir algo por
milésima vez.
—Nunca serás nunca normal, Sunyoon. Los Centinelas quieren tu
sangre. Si nos quedamos en un lugar durante mucho tiempo, te encontrarán y te
matarán. No voy a dejar que eso suceda.
—Nunca hemos visto siquiera uno de los Centinelas, sólo a sus
mascotas —se quejó Sungmin.
—Los he visto. Se parecen a los hombres con árboles creciendo
en su pecho, pero por dentro, son gusanos y carne podrida.
—No te creo. Estás tratando de asustarme.
El coche se sacudió hasta detenerse dando un patinazo y la
gente detrás de ellos tocó la bocina. La madre de Sungmin los ignoró y se
volvió en su asiento, con los ojos azules ardiendo de furia.
—Debes tener miedo. Sólo los estúpidos no lo tienen. Quiero que
detengas esta tontería o vamos a tener que ir a ver a los Defensores de nuevo.
El miedo hizo cambiar de color a Sungmin.
—No, mamá. Por favor.
—Entonces, ¿Te acuerdas de las lecciones que te enseñaron?
—Sí.
—¿Y qué te enseñaron?
Las lágrimas brillaban en los ojos oscuros de Sungmin.
—Los niños malos mueren gritando.
Kyuhyun extendió la mano para tomarlo en sus brazos y
consolarlo, pero antes de que pudiera, la visión cambió de nuevo, derritiendo
la imagen de la cara llorosa de Sungmin en un baño de color.
Esta vez, cuando la visión se detuvo, Sungmin conducía. Era
invierno y la nieve caía con tanta fuerza que sólo había ligeras señales del
camino delante de él. Los limpiaparabrisas del Honda estaban abofeteando de un
lado a otro a tanta velocidad, que dejaban tenues vetas de hielo detrás.
El cuerpo de Sungmin se desplomaba por el cansancio y sus ojos
estaban rojos como si no hubiera dormido en días. O tal vez había estado
llorando. Cada pocos segundos, comprobaba su espejo retrovisor y agarraba el
volante más fuertemente en las enguantadas manos.
Una nevada señal indicaba un área de descanso más adelante y Sungmin
tomó la rampa. Aparcó su coche lo más cerca del baño que pudo, pero no salió.
En su lugar, se deslizó al asiento trasero, desenrolló un saco de dormir y se
deslizó en su interior, con zapatos y todo. Cerró la cremallera hasta arriba y
se colocó una gorra de media hasta las orejas. Así, la nieve había cubierto las
ventanas del coche, casi bloqueando la luz de seguridad de encima de su coche.
Tocó una fotografía de su madre con la punta de un dedo
enguantado.
—Buenas noches, mamá. Te echo de menos.
Su aliento emergió como una plateada pluma de escarcha. Incluso
en el interior del coche se estaba congelando.
Sungmin se acurrucó en el interior del saco de dormir, en la
medida que pudo y se cubrió la cabeza. Incluso en la penumbra, podía ver la
tela brillante del saco de dormir temblar con su estremecimiento.
Kyuhyun deseaba ir a él, calentarlo. Pero no pudo. No estaba
realmente allí, esto estaba todo en su pasado, y no había nada que pudiera
hacer excepto observar y retorcerse con frustración.
¿Cuántas noches había dormido en su coche? ¿Cuántas noches
habían sido más frías que ésta? Incluso sin la amenaza de los Sasaengs, todavía
se estaba poniendo en peligro a sí mismo durmiendo en un área de descanso en la
carretera. Cualquier loco podría haber entrado por la ventanilla y robarle, o
simplemente haberla matado.
El hecho de que hubiera sobrevivido a pesar de las
probabilidades la hacía mucho más que en un milagro. Su milagro.
Por último, la visión se desvaneció, y aunque sólo habían
transcurrido unos breves segundos, esos segundos habían cambiado a Kyuhyun. Le
habían dado una pequeña parte de Sungmin y de alguna manera le hicieron
sentirse más entero.
Cuando la realidad regresó, recolocándole dentro de la
polvorienta cabaña, Kyuhyun pudo finalmente tocarlo. Alargó la mano hacia él,
se dio cuenta de que aún sostenía la espada y la dejó caer. Se limpió la sangre
del corte, que ya se estaba cerrando, en su camisa y se movió a la cama junto a
él.
Sungmin miraba fijamente con ojos ciegos, presenciando
cualquier cosa que la luceria quisiera mostrarle. Esperaba que lo que viera
fuera algo bueno, alguna acción valiente, noble que hubiera hecho por el
camino. No quería que viera lo mucho que había sufrido a través de su vida. Se
merecía ver sólo las partes buenas, para no sentirse agobiado por la simpatía
hacia él.
Sungmin hizo un ruido de dolor y se contoneó. Kyuhyun lo atrajo
contra él para estabilizarlo, deleitándose con la sensación de Sungmin tan
sólido y cálido en sus brazos. Tan vivo y seguro. Apoyó la mejilla contra su
hombro y pudo sentir la ráfaga de aire de sus pulmones barriendo a través de su
piel.
Era suyo. Aún mientras su pulso se estabilizaba, el dolor que
había estado con él durante tanto tiempo empezó a desvanecerse. En su lugar se
sentía una sensación de satisfacción y propósito. Totalmente correcto.
—¿Estás bien? —le preguntó a Sungmin.
Asintió con la cabeza temblorosa.
—Espero que sí. Eso fue…
—¿Qué has visto?
—Batallas. Tú y Kangin y un centenar de hombres luchando contra
otros monstruos. Siglo tras siglo.
—Los Sasaengs —dijo, dándole el nombre de su enemigo.
Su respiración se había igualado, pero su color todavía no
estaba bien. Estaba pálido y tembloroso, pero aun así, fue lo suficientemente
fuerte como para empujarle así podría montarle a horcajadas sobre su estómago y
mirarle a los ojos.
Sungmin ahuecó su cara entre las manos y el tacto de sus
delgados dedos en su piel reavivó una parte de esa lujuria que pensó que la
visión había apagado. Su expresión era seria y sus oscuros ojos se deslizaron
sobre sus rasgos, estudiándolos.
¿Estaba ya pensando en abandonarle? ¿Almacenando los recuerdos
de él como si fueran las fotos de su madre?
—¿Por qué lo haces? —Preguntó.
—¿Hacer qué?
—¿Seguir luchando? ¿Mantenerte vivo cuando todo lo que hay
pendiente es más batalla y derramamiento de sangre?
No entendía por qué tenía todas estas preguntas, pero le dio
las respuestas que necesitaba, la verdad.
—Porque prometimos que lo haríamos. Porque no hay nadie más que
pueda hacerlo.
—Tú no eres quien yo creía que eras —le dijo en voz baja—. No
eres el villano que mi madre pensó, tampoco.
El alivio le atravesó como una brisa fresca.
—Entonces, ¿Me crees ahora?
Sungmin vaciló y supo que el alivio había llegado demasiado
pronto.
—Quiero creerte.
—Entonces hazlo.
—¿Qué pasa si se trata de un truco? ¿Si es una parte del
proceso de lavado de cerebro?
Kyuhyun se debatía entre sentirse insultado por su falta de confianza
y con ganas de consolarlo y alejar todas las dudas que le causara miedo. Tenía
que ser difícil para Sungmin estar tan cerca de él cuando no estaba seguro de
si estaba o no tratando de convertirlo en una especie de zombi controlado
mentalmente, o cualquier otra ridícula idea que tuviera en esa cabeza suya.
—¿Cómo puedo demostrarte que no lo es? Quiero decir, nada que
pueda decir te convencerá porque pensarás que es parte de mi diabólico plan
para convertirte en mi esclavo con el lavado de cerebro, ¿no?
Tuvo la cortesía de ruborizarse, al oír sus ideas expuestas en
términos tan ridículos.
—Todo lo que puedo hacer es mostrarte cómo usar mi poder. Puede
que una vez te des cuenta de lo que puedes hacer ahora, te darás cuenta que
ninguna persona cuerda jamás le consentiría a un esclavo el tipo de magia que
tu posees ahora.
Sungmin se bajó de la cama y dio un paso atrás.
—No estoy listo para nada más ahora mismo. Esto ya es
demasiado.
—Esto es simplemente demasiado malo. No voy a dejar que te
vayas de aquí creyendo que tengo la intención de hacerte daño de alguna manera.
—No me puedes hacer nada.
Se levantó de la cama y luego le agarró por la cintura. Se
sentía bien bajo sus manos, suave y delgado. Su cintura acunó sus manos y tuvo
que impedirse también abrazarlo fuertemente.
—¿Quiere apostar?
Su barbilla se levantó rápidamente cuando lo miró.
—¿Así que todo esto era sólo una manera de conseguir que yo
hiciera lo que querías?
—No, es una manera para que logre lo que tú quieras. Es una
manera para enseñarte cómo protegerte en caso de que decidas huir de mí otra
vez. No es que te dejaría ir muy lejos, ya que eres demasiado precioso como
para arriesgarte, aunque sea por un momento.
—¿Qué pasa si lo que quiero es alejarme de ti?
Kyuhyun sintió una sonrisa de victoria curvando su boca y
apretó su agarre sobre su cuerpo.
—Inténtalo. Adelante. Te desafío.
Sungmin estaba bastante seguro de que estaba siendo servido en
un montón de mierda. Quería creer que le había regalado una especie de poder
mágico, pero ése era el problema. Quería creer.
—No lo creo.
—Por supuesto que no. Ya sé que no vas a creer nada de lo que
te diga hasta que lo veas por ti mismo. Es por eso que quiero que hagas esto,
así tendrás la prueba.
—Muy bien. ¿Qué debo hacer?
—¿Puedes sentir el luceria?
—Sí.
—¿Cómo te sientes?
—Hace calor. Zumbando.
—Cierra los ojos—instó—. Puede que te sientas mejor si cierras
los ojos.
Después de un terco momento, Sungmin lo hizo.
—La luceria te conecta a mí, a mi poder. ¿Te acuerdas de todas
esas pequeñas chispas que saltaron de mí cuando nos tocamos?
Chico, lo hizo. Sungmin a regañadientes asintió con la cabeza.
—Es como eso, sólo que más. Más fuerte.
Sungmin podía sentir algo allí, pero no podía alcanzarlo. Hubo
algo de apremiante calor etéreo en su mente, pero no había nada a lo que
agarrarse, nada sólido o real.
Fuera lo que fuera, se moría por poseerlo, como si le
perteneciera de alguna forma, un juguete favorito que le habían quitado antes
de que hubiera tenido la oportunidad de jugar con él.
Lo intentó más duramente, extendiendo las manos hasta que le
temblaron. De hecho, todo en Sungmin estaba estremeciéndose.
Sungmin retrocedió cuando ya no pudo más, antes de que esta
cosa, lo que fuera, lo atrajera y no lo dejase ir nunca. Al instante, todo ese
ardiente calor se desvaneció, desapareciendo fuera de su alcance, dejándolo
tambaleante.
Su mundo entero se había trastornado en el espacio de unos
breves minutos, y todavía estaba dando vueltas, buscando algo a lo que
agarrarse para no caer.
Al parecer, esa cosa era Kyuhyun. No podía dejar de tocarlo. La
masa sólida de su cuerpo parecía ser la única cosa real que pudiera encontrar en
este momento y se aferró a él como un salvavidas.
Su piel era suave y firme bajo sus dedos. La masa de poder que
casi había tocado le produjo una acometida que justo ahora empezaba a
desvanecerse. Dejó atrás un núcleo vibrante de energía que le calentó desde
adentro hacia afuera. La luceria alrededor de su cuello pulsaba con más de ese
poder embriagador, pero Sungmin no se atrevió a alcanzarlo. No quería saber que
algo tan hermoso era mentira.
Sus dedos se deslizaron subiendo por la columna de Kyuhyun hasta
su nuca. Dejó escapar un profundo ronroneo de placer y ese sonido lo sacudió
hasta sus Nikes.
Le podría hacer sentir bien, lo cual era otro tipo de acometida
de completo poder. Sungmin había tenido unos pocos amantes en el pasado, pero
nunca duraron demasiado tiempo porque nunca estaba en un lugar durante más de
unas breves semanas. Y ninguno de esos hombres habría querido recoger su vida
en una maleta y salir a la carretera sólo para estar con él.
No es que los culpara. La vida en la carretera no era
divertida, y Sungmin no iba a volcar ese tipo de problemas en nadie.
Pero con Kyuhyun, no tenía que hacerlo. O estaba diciendo la
verdad y había encontrado por fin una manera de luchar contra los monstruos que
querían hacerle daño para que ya no tuviera que seguir corriendo, o era mentira
y estaba atrapado, siendo demasiado tarde para correr.
Sungmin sabía cuál de esas opciones esperaba que fuera cierta,
pero también sabía que no debía mantener esas esperanzas demasiado alto.
Su garganta se apretaba alrededor de un trozo de anhelo. Quería
creer que Kyuhyun era el tipo de hombre que había visto en las visiones que le
mostró la luceria. Ese hombre era amable y abnegado y dedicado. Ese hombre
jugaba con los niños y les enseñaba cómo luchar para que pudieran defenderse.
Ese hombre acogía a los niños, manteniéndolos y asegurándose de que nunca
tuvieran que utilizar las habilidades mortales que les enseñaba.
Y las parejas
en su vida habían sido las personas más afortunadas sobre la faz de este
planeta. Sungmin había visto como había hecho el amor con ellas. Vio la forma
en que había tenido la precaución de darles placer, en lugar de limitarse a
tomar el suyo. Había visto cómo había sido amable y dulce con cada una de
ellas, garantizando su seguridad, incluso después de que hubiera dejado sus
camas.
Sungmin
había gastado mucho de su vida deseando tener lo que otros daban por sentado,
una casa, una familia, una vida normal, una sensación de seguridad, pero nunca
antes había sentido el mismo tipo de salvajes celos que había experimentado al
ver a Kyuhyun amar a los innumerables personas que habían entrado y salido de
su vida durante siglos.
Trató
de decirle que realmente no lo quería, que era sólo una parte de todo el
esquema de lavado de cerebro, pero él sabía que era una mentira. Había algo muy
dentro de él que se levantó y gritó que Kyuhyun le pertenecía a él, no a esas
otras personas.
A medida que sus manos recorrían la hermosa espalda,
consiguiendo más eróticos sonidos de su ancho pecho, Sungmin supo la verdad.
Enemigo o no, iba a encontrar una manera de tener lo que todas las otras parejas
habían tenido. Por una vez, iba a ser imprudente y tomar lo que quería de la
vida, a pesar del peligro.
Kyuhyun era suyo y lo iba a tener.
Sungmin
se inclinó y besó suavemente su hombro. Su cuerpo se tensó y sus músculos se
abultaron en duras cordilleras.
—Cuidado—le
advirtió Kyuhyun—. Besándome es la mejor manera de obtener más de lo que estás
pidiendo.
Sungmin
ignoró la advertencia, lo empujó hacia abajo sobre la cama, se sentó a
horcajadas sobre él, y lo besó otra vez. Esta vez, se mudó al lado de su cuello
y deslizó la punta de la lengua sobre su piel salada.
—¿Sungmin?
No
estaba seguro de si lo había querido formular como una pregunta, pero sabía la
respuesta.
—Sí.
Kyuhyun
lo miró. Sus ojos despedían un primitivo resplandor de deseo que se deslizó
sobre su cuerpo, gravitando sobre su garganta y su pecho el tiempo suficiente
para hacerle estremecer.
—¿Qué quieres? —Preguntó.
—A ti.
Cerró sus ojos con fuerza, como para bloquear su visión y le
dijo:
—Sé más claro, cariño. Tengo todo tipo de fantasías ocurriendo
aquí.
Sungmin nunca había sido tímido sobre el sexo, y no iba a
empezar ahora. No cuando tenía tanto que perder.
Se estiró a su lado en la cama para que su rostro estuviera en
nivel con el suyo. Le agarró la nuca y lo mantuvo ahí hasta que cerró la
distancia entre ellos. La necesidad de besarlo le hizo temblar, pero se
controló durante un momento más, para darle las palabras que él quería.
—Te quiero desnudo. Te quiero duro. Te quiero dentro de mí. ¿He
sido bastante
claro?
Abrió sus ojos y le dirigió una mirada tan caliente y llena de
potente lujuria que comenzó a sudar.
—Oh sí. Cristalino —dijo.
Sintió los músculos agruparse y endurecerse alrededor de su
cuerpo, y lo siguiente que supo, que estaba debajo de él, mirando su boca
llena, tentadora. Todavía tenía firmemente sujetado su cuello y lo tiró hacia él.
Sus labios eran suaves contra los suyos y tan ansioso que supo que no estaba
solo en la locura de su necesidad por él. Kyuhyun también lo quería. Podía
sentir esa necesidad dura y gruesa contra su pelvis, meciéndose en un lento y
constante movimiento que hizo a su cuerpo volverse líquido y flexible.
Su lengua como una pluma contra su labio superior, buscando la
entrada y Sungmin le dejó. El sabor de Kyuhyun en su boca lo volvía loca. El
hábil deslizamiento de su lengua a través de su delicada piel justo dentro de
sus labios le hizo desear más. Podía oler la sal de su piel y un sutil y
mundano aroma de varonil excitación en el aire a su alrededor. Su cuerpo estaba
vacío, dolorido y en llamas. Su piel parecía extenderse, pero era demasiado
pequeño para contener toda la necesidad retorciéndose en su interior. Ni
siquiera estaba seguro de qué era lo que necesitaba, sólo que Kyuhyun era la
única persona que podía dárselo.
Una fina capa de sudor cubrió su cuerpo, pero no hizo nada para
calmarlo. La boca de Kyuhyun comió en la suya, bebiendo todos los frenéticos
sonidos que no podía dejar de hacer. Sus manos se aferraron a la dura espalda,
tratando de acercarle más cuando no había suficiente espacio entre ellos.
Kyuhyun deslizó la mano por su lado y la apoyó, facilitando el
camino por debajo de su camiseta para que las cálidas manos acariciaran su
desnuda piel. Sungmin se retorció, tratando de decirle que quería más. Quería
sentir su mano en su pecho, su palma rozando su pezón. Tal vez eso aliviaría el
dolor punzante en su interior.
Pero no le dio lo que quería. Sólo le acariciaba como si se
empapara de sentir su piel, sin ninguna prisa en absoluto por ir más rápido.
Sungmin iba a tener que hacerlo por sí mismo.
Sus manos se movían por su espalda, acariciando la caliente y
tensa piel por donde tocaba. Los vaqueros eran ajustados, pero no tan apretados
que no pudiera deslizar una mano por debajo de la
pretina, bajo el algodón elástico de sus bóxers. La sensación de su suave y
firme culo en su mano le hizo calentar la sangre y esa piscina de calor bajó
lentamente hacia su entrepierna.
Kyuhyun
tomó un sobresaltado aliento y sus caderas contactaron con las suyas en un
suave círculo. La presión del movimiento frotó la costura de los vaqueros
contra su miembro y envió una chispa de sensación que chisporroteó a través de él.
sungmin dejó escapar un suave grito y desesperado por más, pero en vez de darle
lo que quería, su cuerpo estaba todavía encima del suyo.
Abrió
las piernas, dando cabida a su gran cuerpo entre sus muslos. Encajaba
perfectamente en su contra, gravitando sobre él, manteniendo el resto del mundo
a raya. No existía nada, excepto la sensación de su peso encima de Kyuhyun, el
calor de su aliento mientras lo succionaba en sus propios pulmones, el
recorrido de su mano por sus costillas y el sabor de él en su lengua.
Lo rodeaba y aún así no era suficiente.
Sungmin
presionó calientes besos sobre su mandíbula y por el costado del musculoso
cuello. Gruñó, emitiendo un áspero y rudo sonido animal de placer y cambió de
posición. Un momento después, sus largos dedos se deslizaron en su pecho y en
la clavícula, el brazo tirando de la camisa a su paso. Acarició la luceria
alrededor de su garganta, afiladas y calientes puntas de energía corrieron a
través de él.
—Ábrete para mí —murmuró contra su pelo.
No
tenía ni idea de lo que quería. Sus piernas ya se habían expandido tan amplias
como podían. De hecho, se estaba frotando contra él, tratando en vano de
encontrar el dulce punto que le había tocado antes.
Otra
sacudida de la energía la atravesó, haciéndole gritar jadeante. El calor de eso
se deslizaba por su piel, chamuscándolo hasta que estuvo seguro de que se
quemaría. Era casi doloroso, pero no demasiado, y mucho más intenso como para
llamarse placer.
—Vamos, cariño—le susurró persuasivamente—. Déjame entrar
—Tengo que bajarme los pantalones—le dijo. Estaba jadeante,
casi incongruente.
—Así lo haremos. Por supuesto. Pero eso no es lo que quiero
decir. Déjame entrar aquí. —Trazó con el dedo sobre su sien, a través de su
frente hasta la otra sien.
Sungmin
no entendía, pero estaba tratando de averiguarlo. Una vez que ambos estuvieran
desnudos, todo estaría bien. Estaba seguro de ello, así que fue a por el botón
de sus vaqueros, tratando de abrirlo.
—Oh, no, no —le dijo—. Todavía no. Vamos a hacer esto bien.
—Eso es. Ahora mismo. ¿Cuál es la diferencia? Me estás matando.
Una
sonrisa arrogante ladeó su boca. ¿Cómo podía sonreír cuando estaba a punto de
arder en llamas? Esa necesidad roedora en su interior estaba creciendo, como una
criatura hambrienta. Si no lo alimentaba pronto, estaba seguro de que lo consumiría.
Nunca había sentido algo como esto antes. Cuanto más tenía, más
necesitaba.
Sungmin trató de abrir de nuevo ese botón, pero Kyuhyun reunió
sus manos y las apretó contra su caliente pecho. Los músculos estaban rígidos y
vibrando con la tensión.
Cerró los ojos y disparó otra descarga de energía, formando un
arco desde donde su anillo tocaba la parte de atrás de su mano, hasta el brazo,
a la luceria alrededor de su garganta. Oyó la pequeña explosión de energía y el
chisporroteo en la tranquila cabaña, luego rasgó por su columna y lo único que
escuchó fue su propio grito sorprendido.
El ansia hambrienta dentro de él se abalanzó sobre ese poder,
consumiéndolo y creciendo mientras lo hacía. Golpeó en su mente, exigiendo
entrar, pero Sungmin se resistió, manteniendo las puertas cerradas en sí mismo
y trabadas, como mamá le había enseñado.
La presión se construyó dentro de su cabeza hasta que se volvió
dolorosa. No podía respirar bien.
Algo estaba mal, terriblemente mal.
Kyuhyun se apartó de él, y Sungmin dejó escapar un grito
desesperado, tratando de tirar de Kyuhyun hacia él. Lo necesitaba para eliminar
esta hambre en su interior. Para llenarlo. Pero él no se movió.
— Cariño. Despacio. Reduce la velocidad.
Sungmin no podía. Despacio no iba a solucionar esta necesidad
arañándole en su interior, la presión en su entrepierna.
Un fruncido ceño arrugaba la oscura cara de Kyuhyun.
—¿Sungmin? ¿Qué te ocurre?
—Necesito… —No sabía lo que necesitaba, sólo que él lo tenía—.
Algo.
Su ancha mano apartó el pelo de la sudorosa frente.
—Shh. Relájate. Está bien.
—No me siento bien.
—Te opones a ello. No luches contra eso.
Estaba luchando para no romperse.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Es la luceria tratando de unirnos. No te resistas. Simplemente
deja de empujar.
—Si supiera cómo, lo haría.
—Te lo puedo mostrar. Deja que me deslice dentro de tu mente,
sólo un poco, ¿de acuerdo?
¿Dentro
de su mente? Como el infierno. Había demasiados secretos. No podía dejar que
los viera.
Le tomó
un segundo para darse cuenta de que eso era de lo que había estado hablando
todo el tiempo, diciéndole que le dejara entrar. Había sido el que trataba de
derribar sus defensas mentales y no una bestia imaginaria.
—Aún no
confías en mí. —No fue una pregunta. Su voz era lisa, con desilusión y
resentimiento—. Joder.
Se dio
la vuelta y se cubrió los ojos con su antebrazo. Ahora que no lo tocaba, una
parte de esa desesperación golpeándolo empezó a remitir.
Tomó
una profunda respiración. Otra. Poco a poco, la opresión en su piel disminuyó.
Sungmin
se arriesgó a mirarle. Su pecho era hermoso levantándose y bajando con su
agitada respiración. Un brillo de sudor brillaba sobre sus músculos duros y las
ramas desnudas del árbol se estremecieron y se inclinaron como si se esforzaran
por acercarse a él. Todo su cuerpo estaba apretado, resonando al mismo tiempo
con su propia salvaje necesidad sexual, y su tensa erección contra la parte
delantera de sus vaqueros.
Se
quedó mirando esa gruesa protuberancia tanto tiempo que su boca comenzó a
babear. Quiso retroceder y retomarlo donde lo dejaron, sin todos los juegos
mentales.
—¿Por
qué haces esto? —Preguntó Sungmin—. ¿Por qué tratas de hurgar en mi cabeza
cuando yo estaba más que feliz dejándote entrar en mi cuerpo?
—Es la
forma en que se supone debe ser. Por lo menos entre las personas que confían
entre sí.
—No tuve la intención de engañarte —le dijo—. Lo siento.
Su voz fue profunda y áspera con lujuria insatisfecha.
—No tanto como lo siento yo.
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