— ¿Qué le ocurrió a Yoochun? —siguió Donghae. Quería que
siguiera hablando mientras estuviese de humor—. ¿Murió en combate?
Él soltó una amarga carcajada.
— No. Cuando fuimos lo suficientemente mayores para
unirnos al ejército, lo mantuve a salvo en el campo de batalla. Había prometido
a Junsu y a su familia que no permitiría que le ocurriese nada.
Donghae sintió el corazón de Hyukjae latiendo con rapidez
bajo sus brazos.
— Según pasaban los años, pronunciaban mi nombre con
temor y respeto. Mis victorias se convertían en leyenda, y se contaban una y
otra vez. Cuando regresaba a Thimaria, acababa durmiendo en la calle, o en la
cama de cualquier joven que me abriese la puerta para pasar la noche. De ese
modo pasaba el tiempo hasta que regresaba a la batalla.
A Donghae le escocían los ojos por las lágrimas; la voz
de Hyukjae estaba cargada de dolor. ¿Cómo podían haberlo tratado así?
— ¿Qué pasó para que cambiaran las cosas? —le preguntó.
Él suspiró.
— Una noche, mientras buscaba un lugar para dormir, me
tropecé con ellos dos en la calle. Estaban abrazándose como dos enamorados. Me
disculpé rápidamente pero, al alejarme, escuché a Yoochun hablando con Junsu.
Todo su cuerpo se puso rígido entre los brazos de Donghae
y el corazón comenzó a latirle con más rapidez.
— ¿Qué dijo? —le urgió Donghae.
Los ojos de Hyukjae adoptaron una mirada sombría.
— Junsu le preguntó que por qué nunca me quedaba en casa
de mis hermanos. Yoochun se rió y le contestó: «Nadie quiere a Hyukjae. Es el
hijo de Afrodita, la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de
él. »
Donghae fue incapaz de respirar mientras escuchaba las
crueles palabras. Se imaginó cómo debió sentirse Hyukjae al oírlas.
Él tomó aire con brusquedad.
— Le había guardado las espaldas más veces de las que
podía recordar. Me habían herido en batalla en incontables ocasiones por
protegerlo, incluyendo una vez en la que una lanza me atravesó el costado. Y
allí estaba él, burlándose de mí. No pude soportar la injusticia. Había creído
que éramos hermanos. Y supongo que, al final, lo fuimos, ya que me trató del mismo
modo que el resto de mi familia. Yo siempre había sido un hijastro bastardo.
Solo y repudiado. No entendía por qué él tenía tantas personas que lo querían y
yo no tenía a nadie. Herido y enfadado por sus palabras, hice lo que jamás
debería haber hecho: invocar a Eros.
Donghae podía imaginarse fácilmente lo que había
ocurrido.
— Hizo que Junsu se enamorara de ti.
Él asintió.
— Disparó a Yoochun con una flecha de plomo que mató su
amor por Junsu, y a él le disparó con una de oro para que se enamorara de mí.
Se suponía que todo debía acabar ahí pero…
Meciéndolo con suavidad entre sus brazos, Donghae aguardó
a que encontrase las palabras exactas.
— Tardé dos años en convencer a su padre para que le
permitiera casarse con un bastardo desheredado, sin influencias familiares.
Para entonces, mi leyenda había aumentado y había sido ascendido. Finalmente
logré acumular riquezas suficientes para hacer que Junsu viviese como un rey.
Y, en lo que se refería a él, no reparé en gastos. Teníamos todo lo que se le
antojaba. Le di libertad e independencia, como jamás tuvo ninguna otra pareja
de la época.
— ¿Pero no era suficiente?
Él negó con la cabeza.
— Yo necesitaba algo más y sabía que le ocurría algo. Aun
antes de que Eros interviniese, siempre fue excesivamente vehemente. Dependía
de Yoochun de un modo prohibido para las parejas espartanas y, en una ocasión
en que fue herido, se afeitó totalmente la cabeza como muestra de su dolor.
» Más tarde, una vez Eros disparó sus flechas, Junsu
pasaba por largos periodos de depresión, o de furia. Yo hacía todo lo que podía
por él, e intentaba que fuese feliz.
Donghae le acarició el pelo mientras lo escuchaba.
— Decía que me quería, pero yo percibía que no se
interesaba por mí del mismo modo que lo había hecho por Yoochun. Me entregaba
su cuerpo de forma generosa, pero no había verdadera pasión en sus caricias. Lo
supe desde la primera vez que lo besé.
» Intenté engañarme a mí mismo, diciéndome que no
importaba. Muy pocos hombres, en aquel entonces, hallaban el amor en el
matrimonio. Además, me ausentaba durante meses, a veces, incluso años, mientras
dirigía mi ejército. Pero al final, supongo que me parezco demasiado a mi
madre, porque siempre anhelé más.
Donghae sufría enormemente por él.
— Y entonces llegó el día en que Eros también me
traicionó.
— ¿Te traicionó?, ¿cómo? —preguntó ansioso, sabiendo que
ése era el origen de la maldición.
— Él y Príapo estuvieron bebiendo la noche posterior a
que yo matara a Livio. Eros, borracho, le contó lo que había hecho por mí. Tan
pronto como Príapo escuchó la historia, supo cómo vengarse.
» Fue al Inframundo y cogió agua de la Laguna de la
Memoria para ofrecérsela a Yoochun. Y en cuanto tocó sus labios, recordó su
amor por Junsu.
Príapo le contó lo que yo había hecho y le entregó más
agua para que se la diera a beber a él.
Hyukjae sentía cómo sus labios articulaban las palabras,
pero perdió el control de la narración. En lugar de intentar pensar en lo que
iba a contar, cerró los ojos y revivió aquél aciago día.
Acababa de entrar en la casa procedente de los establos,
cuando vio a Junsu y a Yoochun en el atrio. Besándose.
Atónito, se detuvo a mitad de camino, mientras una oleada
de nerviosismo se apoderaba de él al comprobar la pasión de aquel abrazo.
Hasta que Yoochun alzó la mirada y lo vio en la puerta.
En el instante en que sus ojos se encontraron, Yoochun
curvó los labios.
— ¡Ladrón despreciable! Príapo me contó tu traición.
¿Cómo pudiste?
Con el rostro desfigurado por el odio, Junsu se abalanzó
sobre Hyukjae y lo abofeteó.
— Asqueroso bastardo, te mataría por lo que has hecho.
— Yo lo mataré —gritó Yoochun mientras desenvainaba su
espada. Hyukjae intentó apartar a Junsu, pero él se negó.
— ¡Por todos los dioses! He dado a luz a tus hijos —dijo
mientras intentaba arañarle la cara.
Hyukjae lo sostuvo por las muñecas.
— Junsu, yo…
— ¡No me toques! —le gritó zafándose de sus manos—. Me
das asco. ¿Crees que una pareja decente iba a quererte a la luz del día? Eres
despreciable. Repulsivo.
Se apartó de él y se acercó a Yoochun.
— Córtale la cabeza. Quiero bañarme en su sangre hasta
borrar el rastro de su olor en mi piel.
Yoochun blandió la espada.
Hyukjae dio un salto hacia atrás, poniéndose fuera del
alcance del arma.
De forma instintiva, buscó su propia espada, pero se
detuvo. Lo último que deseaba era derramar la sangre de Yoochun.
— No quiero luchar contigo.
— ¿Que no? ¡Violaste a mi pareja y le hiciste llevar tu
simiente, cuando deberían haber sido mis hijos a los que diese a luz! Te recibí
en mi hogar con los brazos abiertos. Te di una cama cuando nadie te quería
cerca, ¿y así me pagas?
Hyukjae lo miró con incredulidad.
— ¿Te pago? ¿Tienes la más mínima idea de las ocasiones
en las que te he salvado la vida durante las batallas? ¿De cuantas palizas me
han dado en tu lugar? ¿Puedes siquiera contarlas? Y te atreviste a burlarte de
mí.
Yoochun se rió cruelmente.
— Todos, excepto Kangin, se burlaban de ti, idiota. De
hecho, era el único que te defendía, con tanto empeño que a veces me hacía
plantearme qué haríais juntos cuando estabais a solas.
Suprimiendo la ira que le habría dejado totalmente
expuesto y vulnerable al ataque de Yoochun, se agachó para esquivar la
siguiente estocada.
— Déjalo, Yoochun. No me obligues a hacer algo de lo que
los dos nos arrepentiríamos más tarde.
— De lo único que me arrepiento es de haber dado cabida a
un ladrón en mi casa —bramó Yoochun con ira, alzando la espada de nuevo.
Hyukjae intentó agacharse, pero Junsu se acercó hasta él
por detrás y le propinó un empujón.
La espada de Yoochun le dio en las costillas. Siseando de
dolor, Hyukjae sacó su propia espada y la blandió de tal modo que habría dejado
a su amigo sin cabeza si le hubiese alcanzado.
Yoochun intentó alcanzarlo, pero Hyukjae se limitó a
defenderse mientras intentaba alejar a Junsu del alcance de las espadas.
— No lo hagas, Yoochun. Sabes que tu habilidad con la
espada es inferior a la mía.
Su amigo intensificó el ataque.
— No voy a dejar que sigas con él, de ningún modo.
Los siguientes segundos se sucedieron con inusual
rapidez, pero aún así, Hyukjae veía pasar la imagen por su cabeza con diáfana
nitidez.
Junsu lo agarró del brazo libre al mismo tiempo que Yoochun
atacaba. La espada no hirió a Hyukjae de milagro tras el empujón que le dio su
esposo. Totalmente desequilibrado, intentó liberarse de Junsu, pero con él en
medio, lo que consiguió fue tropezarse hacia delante, a la vez que Yoochun
avanzaba hacia ellos.
En el instante en que chocaron, sintió cómo su espada se
hundía en el cuerpo de su amigo.
— ¡No! —gritó Hyukjae, extrayendo la hoja del vientre de Yoochun
mientras Junsu dejaba escapar un atormentado chillido de angustia.
Lentamente, Yoochun cayó al suelo.
Arrodillándose, Hyukjae arrojó su espada a un lado y
cogió a su amigo.
— ¡Dioses del Olimpo!, ¿qué habéis hecho?
Escupiendo sangre y tosiendo, Yoochun le lanzó una mirada
acusadora.
— Yo no hice nada. Fuiste tú el que me traicionó. Éramos
hermanos y me robaste el corazón.
Yoochun tragó dolorosamente mientras sus pálidos ojos
atravesaban a Hyukjae.
— Jamás tuviste nada que no robaras antes.
Hyukjae comenzó a temblar, consumido por la culpa y la agonía.
Jamás había tenido intención de que sucediera algo así. Nunca había querido que
alguien saliese herido, y menos aún Yoochun. Lo único que deseaba era alguien
que le amara. Sólo quería un hogar donde fuese bienvenido.
Pero Yoochun tenía razón. Él era el único culpable. De
todo.
Los chillidos de Junsu resonaban en sus oídos. Lo agarró
del pelo y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Con una mirada salvaje, sacó
la daga que Hyukjae llevaba en el cinturón.
— ¡Te quiero muerto! ¡Muerto!
Le hundió la daga en el brazo, y volvió a sacarla para
atacar de nuevo. Él lo agarró a tiempo.
Con un fuerte tirón, se deshizo de él y se apartó.
— No —le dijo con una mirada desencajada—. Quiero que
sufras. Me quitaste lo que más quería. Ahora yo haré lo mismo contigo —y salió
corriendo.
Abrumado por el dolor y la furia, Hyukjae no pudo moverse
mientras veía como la vida abandonaba el cuerpo de su amigo.
Entonces, las palabras de su esposo se filtraron entre la
neblina que confundía su mente.
— ¡No! —rugió mientras se ponía en pie—. ¡No lo hagas!
Llegó a la puerta de los aposentos de Junsu a tiempo para
escuchar los gritos de los niños. Con el corazón en un puño, intentó abrirla
pero él la había atrancado desde dentro.
Cuando logró abrirla, era demasiado tarde. Demasiado
tarde…
Hyukjae se llevó las manos a la cara, presionándose con
fuerza los ojos, mientras el horror de lo sucedido aquel día lo inundaba de
nuevo; pero ahora sentía las caricias de Donghae en la espalda, y se sentía
reconfortado.
Jamás sería capaz de olvidar la imagen de sus hijos, el
miedo en el corazón. La agonía más absoluta.
Lo único que había amado en el mundo eran sus hijos. Y
sólo ellos lo habían amado.
¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que sufrir a causa de sus
errores? ¿Por qué tuvo Príapo que torturarlo haciendo que ellos sufrieran?
¿Y cómo pudo permitir Afrodita que todo aquello
sucediese? Una cosa era que no le hiciese caso a él, pero dejar que sus hijos
murieran…
Por eso fue aquel día a su templo. Había planeado matar a
Príapo. Arrancarle la cabeza de los hombros y clavarla en una lanza.
— ¿Qué ocurrió? —le preguntó Donghae, devolviéndolo al
presente.
— Cuando entré en la habitación era demasiado tarde —dijo
con la garganta casi cerrada por el dolor—. Nuestros hijos estaban muertos; su
propio appa los había asesinado. Junsu se había abierto las muñecas y yacía
junto a ellos. Llamé a un médico para que intentara detener la hemorragia
—entonces hizo una pausa—. Mientras exhalaba su último aliento, me escupió a la
cara.
Donghae cerró los ojos, consumido por el dolor de
Hyukjae. Era peor de lo que había imaginado.
¡Santo Dios! ¿Cómo había sobrevivido?
Había escuchado numerosos relatos de tragedias a lo largo
de su vida, pero ninguno podía compararse con lo que Hyukjae había sufrido. Y
lo pasó él solo, sin nadie que lo ayudara. Sin nadie que lo amara.
— Lo siento tanto —susurró Donghae acariciándole el pecho
para consolarlo.
— Aún no puedo creer que estén muertos —murmuró él con la
voz rota de dolor—. Me preguntaste qué hacía mientras estaba en el libro.
Recordar las caras de mis hijos. Recordar sus bracitos alrededor de mi cuello.
Recordar cómo salían corriendo a mi encuentro cada vez que regresaba a casa,
después de una campaña. Y revivir cada uno de los momentos de ese día, deseando
haber hecho algo para salvarlos.
Donghae parpadeó para alejar las lágrimas. No era de
extrañar que jamás hubiese hablado a nadie de eso.
Hyukjae tomó una profunda bocanada de aire.
— Los dioses ni siquiera me conceden caer en la locura
para poder escapar a mis recuerdos. No se me permite semejante alivio.
Después de esas palabras, no volvió a hablar. Se limitó a
quedarse inmóvil entre los brazos de Donghae.
Sorprendido por su fortaleza, Donghae estuvo sentado tras
él durante horas, abrazándolo. No sabía qué más podía hacer.
Por primera vez en años, sus habilidades de psicólogo le
fallaron por completo.
Cuando se despertó, la luz del sol entraba a raudales por
las ventanas. Tardó todo un minuto en recordar lo acontecido la noche anterior.
Se sentó en la cama e intentó tocar a Hyukjae, pero
estaba solo.
— ¿Hyukjae? —lo llamó. Nadie contestó.
Echando a un lado el edredón, se levantó y se vistió
deprisa.
— ¿Hyukjae? —volvió a llamarlo, mientras bajaba las
escaleras. Nada. Ni un sonido, aparte de los latidos frenéticos de su corazón.
El pánico comenzó a abrirse paso en su cabeza. ¿Le habría
sucedido algo?
Entró corriendo en la sala de estar; el libro estaba
sobre la mesita de café. Pasando las páginas con rapidez, vio que la hoja donde
había estado el dibujo de Hyukjae seguía en blanco. Aliviado por el hecho de
que no hubiese regresado al libro, continuó registrando la casa.
¿Dónde estaba?
Fue a la cocina y notó que la puerta trasera estaba
entreabierta. Frunció el ceño, extrañado, y lo abrió del todo para salir al
porche.
Echó una ojeada al patio hasta que vio a los niños de los
vecinos sentados en el césped, justo al lado de los setos que separaban ambas
casas. Pero lo que más le extrañó fue observar a Hyukjae sentado con ellos,
enseñándoles un juego con piedras y palitos.
Los dos niños y una de las niñas estaban sentados a su
lado, escuchando atentamente, mientras su hermana pequeña gateaba entre ellos.
Donghae sonrió ante la apacible estampa. La calidez le
invadió de repente, y se preguntó si Hyukjae se habría visto así con sus
propios hijos.
Abandonó el porche y caminó hacia ellos.
— Entonces, ¿qué ocurrió? —preguntó el mayor de los
niños.
— Bueno, el ejército estaba atrapado —continuó Hyukjae,
moviendo una de las piedras con un palo—, traicionado por uno de los suyos: un
joven soldado que había vendido a sus compañeros porque quería convertirse en
centurión romano.
— Eran los mejores —le interrumpió el chico.
Hyukjae hizo una mueca burlona.
— No eran nada comparados con los espartanos.
— ¡Arriba Esparta! —gritó el menor—. Así anima nuestra
mascota del colegio.
Su hermano le dio un empujón y lo golpeó en la cabeza.
— Estás interrumpiendo la historia.
— No debes golpear a tu hermano jamás —le dio Hyukjae con
brusquedad pero, aún así, con cierta ternura—. Se supone que los hermanos deben
protegerse, no hacerse daño.
La ironía de sus palabras le encogió el corazón. Era una
pena que nadie hubiese enseñado a sus hermanos esa lección.
— Lo siento —se disculpó el chico—. ¿Qué pasó después?
Antes de que Hyukjae pudiese contestarle, el bebé se cayó
y desparramó los palitos y las piedras. Los chicos comenzaron a gritarle, pero
Hyukjae los tranquilizó mientras la levantaba
y la ponía de nuevo en pie.
Acarició levemente la nariz de la pequeña y la hizo reír.
Después regresó al juego.
Hyukjae retomó la historia donde la había dejado.
— El general macedonio observó las colinas que lo rodeaban;
estaban encerrados. Los romanos los habían acorralado. No había modo de
flanquearlos, ni de retroceder.
— ¿Se rindieron?.
— Nunca —contestó Hyukjae con convicción—. La muerte
antes que el deshonor.
Hizo una pausa mientras las palabras reverberaban en su
cabeza. Era la inscripción que adornaba su escudo. Como general, había vivido
honrando ese lema.
Como esclavo, hacía mucho que lo había olvidado. Los
chicos se acercaron un poco más.
— ¿Murieron?
— Algunos sí —respondió Hyukjae, intentando alejar los
recuerdos que afluían a su mente. Recuerdos de un hombre que, una vez, fue el
dueño de su propio destino—. Pero no antes de hacer huir a los romanos.
— ¿Cómo? —preguntaron los niños, ansiosos.
Esta vez, Hyukjae cogió al bebé antes de que volviese a
interrumpirlos.
— A ver —comenzó Hyukjae mientras le daba a la bebe su
pelota roja. La niña se sentó sobre la rodilla que tenía doblada, y él la
sujetó pasándole una mano por la cintura—. Mientras cabalgaban hacia ellos, el
general macedonio sorprendió a los romanos, que esperaban que él reuniese a sus
hombres en posición de falange, lo cual les hubiese convertido en una presa
fácil para los arqueros y la caballería. En lugar de hacer lo previsible, el
general ordenó a sus hombres que se dispersaran y apuntaran con las lanzas a
los caballos, para romper las líneas de la caballería romana.
— ¿Y funcionó?.
Incluso Donghae estaba interesado en la historia. Hyukjae
asintió.
— Los romanos no se esperaban ese movimiento táctico en
un ejército entrenado. Completamente desprevenidas, las tropas romanas se
dispersaron.
— ¿Y el general macedonio?
—Soltó un poderoso grito de guerra mientras cabalgaba en
su caballo Choco, atravesando el campo hasta llegar a la colina donde los
generales romanos se estaban replegando. Ellos se dieron la vuelta para
enfrentarlo, pero no fue muy inteligente por su parte. Con la furia que sentía
en el corazón, debida a la traición que había sufrido, cargó sobre ellos y sólo
dejó a un superviviente.
— ¿Por qué?.
— Quería que entregase un mensaje.
— ¿Cuál?
Hyukjae sonrió ante las ávidas preguntas.
— El general hizo jirones el estandarte romano y después
usó un trozo para ayudar al romano a vendarse las heridas. Con una sonrisa
letal, miró fijamente al hombre y le dijo: «Roma delenda est», Roma está
destruida. Y, entonces, envió al general romano de vuelta a su casa,
encadenado, para que entregara el mensaje al Senado Romano.
— ¡Guau! —exclamó el mayor de los chicos, impresionado—.
Ojalá fueses mi profesor de historia en el colegio. Así aprobaría la asignatura
seguro.
Hyukjae alborotó el cabello negro del niño.
— Si te hace sentir mejor, a mí no me interesaba nada el
tema a tu edad. Lo único que quería era hacer travesuras.
— ¡Hola, señor Donghae! —le saludó el hermano menor cuando
por fin se dio cuenta de su presencia—. ¿Ha escuchado la historia del señor
Hyukjae? Dice que los romanos eran tipos malos.
Hyukjae miró a Donghae, que estaba a unos metros de
distancia, y le sonrió.
— Estoy seguro de que él lo sabe.
— De nada, pequeña —le contestó con voz ronca, alejándose
de ella.
— ¿Niños qué estáis haciendo ahí?
Donghae alzó la mirada mientras su vecina rodeaba la casa.
— No estaréis molestando al señor Donghae, ¿verdad?
— No, para nada —le respondió Donghae. Su vecina no
pareció escucharlo porque siguió regañando a los niños.
Donghae se rió a carcajadas mientras los niños regresaban
al jardín delantero, hablando sin parar. Hyukjae tenía los ojos cerrados y
parecía estar saboreando el sonido de las voces infantiles.
— Eres todo un cuenta cuentos —le dijo Donghae cuando se
le acercó.
— No creas.
— En serio —le contestó con énfasis—. ¿Sabes? Me has
hecho pensar. El chico tiene razón, serías un maestro estupendo.
Hyukjae le sonrió satisfecho.
— De general a maestro. ¿Por qué no cambiarme el nombre
al de Catón el Viejo e insultarme mientras estás en clase?
Donghae se rió.
— No estás tan ofendido como quieres hacerme creer.
— ¿Y cómo lo sabes?
— Por la expresión de tu rostro, y por la luz que hay en
tus ojos —le cogió el brazo y lo llevó de vuelta al porche—. Deberías pensar
seriamente en esa posibilidad. Judith tiene una licenciatura y conoce a mucha
gente allí. ¿Quién mejor para enseñar Historia Antigua que alguien que la
conoció de primera mano?
No le contestó. En lugar de eso, Donghae notó cómo movía
los pies, descalzos, sobre la tierra.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
— Disfrutando de la sensación de la hierba —respondió él
con un susurro—. Las hojas me hacen coquillas en los dedos.
Donghae sonrió ante lo infantil de su actitud.
— ¿Para eso saliste?
Él asintió.
— Me encanta sentir el sol en la cara.
Donghae sabía, en el fondo de su corazón, que había
podido disfrutarlo en contadas ocasiones.
— Vamos, prepararemos unos cuencos de cereales y
comeremos en el porche.
Comenzaré diciendo........¡¡¡¡ QUIERO UN PROFESOR DE HISTORIA COMO HYUKJAE!!!!
ResponderEliminarLas burlas y querer tener algo de amor llevo a Hyuk a hacer eso,luego priapo se aprovecha,dios,y los niños,ellos que culpa tenían en todo esto....tan injusto para todos.....pobre Hyuk,pero todo eso se compensará.
Ahora más que nada Hae quiee cuidar de él,y seguro que Hyuk,aunque sea por un momento,quiere sentir un poco de amor,de alivio.....mi vida
Toda la historia de HyukJae es tan triste y eso que creo que todavía falta saber más de él. Es una lástima que el único amigo que tenía, tampoco lo quería y hasta se burlaba cruelmente de él, YooChun no lo asumió, pero él también era culpable, su crueldad e hipocresía hicieron que Hyuk cometiera esos errores, lo más triste fue lo de sus pequeños, que clase de padre ataca a sus propios hijos, eso no tiene perdón.
ResponderEliminarEs bueno que Hyuk se haya desahogado y más que Hae estuviera ahí para darle consuelo. La escena con los niños fue muy tierna. Ojalá Hyuk tuviera esa nueva oportunidad que se merece.
Gracias por la actu ^^
Guau gracias pòr este capitulo la vida de hyuk es muy triste y todo lo que paso con Yoochun fue cruel se suponia que tenia que apoyarlo !! me alegra que hae lo este apoyando!!
ResponderEliminarCuidate